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Historia

La naturaleza de la Segunda Guerra Mundial [I]

septiembre 11, 2019

En setiembre de 1939, el ejército de Alemania invadió Polonia con el objetivo de anexar ese país. Este hecho fue el desencadenante de la Segunda Guerra Mundial, que se extendería hasta 1945.

Por Alejandro Iturbe

Fue el conflicto bélico más grande que haya vivido la humanidad hasta hoy: en total, se movilizaron más de 100 millones de combatientes y se estima que ocasionó más de 50 millones de muertes, entre las bajas militares y los civiles afectados por los efectos de la guerra.

Intervinieron decenas de naciones, alineadas en dos bloques. Por un lado, los Aliados,  cuyos principales miembros iniciales fueron Francia e Inglaterra, a los que después se sumarían la URSS (luego del inicio de la invasión nazi, a mediados de 1941) y EEUU (después del ataque japonés a la base aeronaval de Pearl Harbor, en Hawái, a finales de 1941). Por el otro, el Eje, conformado centralmente por Alemania (bajo el régimen nazi encabezado por Adolf Hitler); Italia (dominada por el régimen fascista de Benito Mussolini) y el imperio japonés.

El militar prusiano Carl von Clausewitz decía que “la guerra es la continuación de la política por otros medios” [1]. Este concepto fue reivindicado por Lenin en su trabajo sobre la I Guerra Mundial, profundizándolo desde un enfoque marxista: las guerras, al igual que la “política”, expresan la defensa de los intereses de clase y los conflictos de esos intereses, entre la burguesía y el proletariado, y entre las distintas fracciones de la burguesía, a nivel nacional e internacional [2].

A partir de este criterio de clase, intentaremos abordar un análisis de lo que Lenin llamaba “la naturaleza particular de cada guerra” (contra el enfoque que aplica el “pacifismo vulgar” que iguala todas las guerras), para determinar una posición marxista revolucionaria frente a ella.

La Segunda Guerra Mundial ya es parte de la historia, pero sus consecuencias influyen toda la historia mundial posterior. Es muy importante, entonces, comprender su “naturaleza”, y ese será el objetivo de este primer artículo. Anticipando su contenido, la consideramos (al igual que ya lo han hecho otros autores e historiadores) como una combinación compleja de varias guerras de naturaleza distinta.

La génesis de la guerra

La I Guerra Mundial (1914-1918) fue una guerra interimperialista que modificó la correlación de las potencias imperialistas de la época [3], reconfiguró el mapa de Europa, y también el de las posesiones coloniales que habían sido pactadas en la Conferencia de Berlín [4].

Los imperios de dos potencias derrotadas (Austria-Hungría y Turquía) fueron desmantelados y sus posesiones dieron origen a nuevos países independientes o fueron repartidas entre las potencias triunfantes (Inglaterra y Francia). Alemania perdió sus posesiones africanas y fue sometida a humillantes condiciones de “reparaciones de guerra” en el Tratado de Versalles (1919).

La guerra también tuvo sus consecuencias negativas entre las potencias que habían formado parte del bloque victorioso, como Inglaterra y Francia, que iniciaban una lenta pero progresiva decadencia. Italia, a pesar de haber sido parte del campo triunfante, salía con una crisis económico-social gravísima. No fue el caso de Japón que aprovechó el conflicto para ampliar sus dominios en el Pacífico Occidental, especialmente en China. En tanto, Estados Unidos, que había ingresado en ese bloque recién en 1917, emergía como el país imperialista más dinámico y poderoso.

Sin embargo, la consecuencia más importante de la guerra fue la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia y, partir de allí, la construcción del primer Estado obrero de la historia. Un actor nuevo y diferente entraba en escena, y generaba una onda expansiva en Europa y en el mundo. Un factor que hasta entonces nunca se había dado en la política mundial (ni en las guerras). Se iniciaba lo que Lenin denominó “la época de guerras y revoluciones”.

Los problemas no resueltos         

La Primera Guerra Mundial había dejado pendiente la definición de la hegemonía imperialista internacional, así como numerosos conflictos nacionales y regionales entre las naciones y dentro de las posesiones coloniales y áreas de influencia. En ese marco, una resolución de la III Internacional en 1922 pronosticaba: “Los intentos de las grandes potencias imperialistas de crear una base permanente para su predominio mundial han fracasado lamentablemente debido a sus intereses contradictorios. La ‘gran obra de paz’ se ha visto arruinada. Las grandes potencias arman a sus Estados vasallos de cara a una nueva guerra. El militarismo está más fortalecido que nunca. Y aunque la burguesía teme ansiosamente una nueva revolución proletaria tras una guerra mundial, las leyes internas del orden social capitalista tienden irresistiblemente a un nuevo conflicto mundial”. [5].

Las contradicciones no se limitaban a las disputas entre “vencedores y vencidos” sino que se expresaban con mucha agudeza dentro del propio campo de los vencedores. Inglaterra (hasta entonces primus inter pares) había sido victoriosa, pero, como señalamos, iniciaba un proceso de decadencia y precisaba defender su espacio (lo mismo vale para las otras potencias europeas sobrevivientes). Estados Unidos emergía como la potencia más fuerte pero, hasta el momento, había estado concentrada en el sometimiento de Latinoamérica como su “patio trasero”, y había incorporado pocas posesiones ultramarinas: Hawái, como “Estado de la Unión” en 1898, y Filipinas, como posesión colonial, ese mismo año [6].

El ascenso del fascismo

La burguesía imperialista estadounidense recién comenzaba a poner sus ojos ávidos en el resto del mundo e Inglaterra aparecía como el rival a desplazar (disminuida la amenaza alemana y un poco lejanas las aspiraciones japonesas). Trotsky incluso llegó a barajar la hipótesis de que este podría ser el centro del conflicto en una nueva guerra mundial.

Sin embargo, la realidad siguió otro curso. La Revolución Rusa había generado una onda expansiva hacia el occidente europeo que alcanzaba a la propia Alemania, provocaba la caída del régimen del Káiser (emperador) y el surgimiento de una debilísima república burguesa.

La amenaza de la revolución obrera y socialista era un peligro presente e inmediato. El intento de liquidar la experiencia del Estado obrero ruso en su propio nacimiento, con la intervención de numerosos ejércitos imperialistas y la guerra civil había sido derrotado. Para enfrentar la revolución en sus propios países, las instituciones de la democracia burguesa parecían insuficientes.

En ese marco, sectores burgueses imperialistas comenzaron a impulsar el fascismo como una política global de choque, capaz de derrotar la revolución [7]. Su primer triunfo se dio en Italia a finales de 1922, cuando miles de “camisas negras” de Benito Mussolini tomaron el poder en Roma (ante la pasividad del ejército y la policía). Fue la respuesta de la burguesía italiana al llamado “bienio rojo” (1919-1921), una potente oleada de huelgas y formación de consejos de fábrica, con duros enfrentamientos con la represión. La burguesía aprovechó la brecha que dejaba el hecho que este ascenso revolucionario no había llevado a la toma del poder por la clase obrera [8].

El triunfo más importante de este avance del fascismo se dio, sin dudas, en Alemania, a partir del ascenso de Adolfo Hitler y el Partido Nacional-Socialista (nazi) al poder a partir de 1933. El Reichstag (parlamento) fue cerrado y, en agosto de 1934, luego de la muerte del presidente Paul von Hindenburg, Hitler se declaró fürher (conductor o líder) de Alemania.

Es imposible entender el ascenso del nazismo al poder sin considerar la derrota o el fracaso de varios procesos revolucionarios previos del proletariado alemán, como el de 1918-1919 (por inmadurez o inexistencia de un verdadero partido revolucionario) y el de 1923 (por indecisión de la dirección comunista alemana). Y, fundamentalmente, la política criminal que impulsó el PC alemán a partir de las orientaciones de la III Internacional dirigida por el estalinismo, lo que llevó a Trotsky a romper con ella con la conclusión de que “había muerto como organización revolucionaria del proletariado” [9].

A nivel nacional, el fascismo (incluimos el nazismo en esta definición) implica la derrota de la revolución y la destrucción de toda organización de la clase obrera con métodos de guerra civil. Pero siendo este su objetivo central, implica también la destrucción de las instituciones de la democracia burguesa y la instauración de un régimen cualitativamente distinto. Es un elemento muy importante que luego retomaremos.

Primer componente: una guerra interimperialista

La burguesía imperialista alemana aspiraba, a través del régimen nazi, a una ampliación cualitativa de sus espacios geográficos de dominio y, especialmente, a transformarse en potencia hegemónica en Europa. Ese es el significado profundo de los conceptos de Lebensraum (“espacio vital”) y de “superioridad de la raza aria” que postulaba la ideología nazi. La burguesía y el fascismo italiano se acoplaban como socio menor en este proyecto. Y, en el Lejano Oriente, Japón pretendía desplazar a Inglaterra como vieja potencia dominante del Pacífico oriental, y disputar con Estados Unidos ese dominio. Para las burguesías imperialistas británica y francesa, esto representaba una clara amenaza.

Podemos decir que el proyecto nazi-fascista fue avanzando por pasos. La guerra civil española (1936-1939) fue en gran medida un ensayo. En primer lugar, para medir la política criminal del estalinismo en ella, lo que acabó siendo un factor esencial en la derrota del campo republicano y el triunfo del sector encabezado por Francisco Franco (variante española del fascismo). En segundo lugar, para medir la actitud que tendrían en ella las “potencias democráticas” (Inglaterra, Francia y Estados Unidos), que hicieron “como que apoyaban” la República pero, frente a la revolución española, dejaron correr el triunfo franquista [10].

La dinámica y el resultado de la guerra civil española abrieron las puertas y aceleraron los tiempos. En marzo de 1938, Alemania ya había invadido Austria y la había anexado como una provincia del III Reich (III Imperio Alemán).  En marzo de 1939, las tropas alemanas invaden, ocupan y anexan Checoslovaquia. En ambos casos, ante la mirada pasiva de las burguesías de Inglaterra y Francia.

Hitler se siente fortalecido y, como vimos, en setiembre de ese año invade Polonia y controla con facilidad el occidente del país. El oriente polaco es ocupado por tropas del Ejército Rojo, como parte del acuerdo recién firmado entre el régimen nazi y el estalinismo (el “pacto Molotov-Von Ribbentrop”).

La invasión de Polonia significó un punto de quiebre en la situación: la burguesía inglesa, que tenía muchos intereses en Polonia, salió de su pasividad anterior y le declaró la guerra a Alemania, seguida por otras naciones de la Commonwealth, como Canadá y Australia. El mismo día, el gobierno francés tomó igual decisión. Había comenzado oficialmente la Segunda Guerra Mundial.

Los frentes de la guerra

Esta guerra interimperialista se desarrolló en varios frentes. Por un lado, el frente europeo occidental: en los primeros meses de 1940, Alemania invade Noruega y Dinamarca. En mayo, avanza sobre los Países Bajos (Holanda, Bélgica y Luxemburgo), a pesar de que estos países se habían declarado “neutrales”.

Ese mismo mes, inicia su ofensiva sobre Francia: las defensas francesas ceden rápidamente y las tropas inglesas en el continente son empujadas hasta el Mar del Norte y obligadas a volver a Gran Bretaña. En junio se firma un armisticio: los nazis ocuparon todo el norte del territorio francés (incluido París) y permiten la instalación de un gobierno francés colaboracionista en el sur del país, encabezado por el mariscal Pétain (conocido como  “régimen de Vichy” por la ciudad en que tenía su sede). Ese mismo año, el régimen nazi lanza una ofensiva de ataques aéreos sobre Londres y Gran Bretaña (que acabaría siendo derrotada por la aviación y las defensas británicas, lo que provocaría un gran desgaste en su poder aéreo).

Este frente quedó en gran medida “congelado” en sus acciones terrestres, durante varios años. Algunas fuerzas guerrilleras nacionales ejercían resistencia a la ocupación nazi; las tropas británicas no tenían condiciones de iniciar una contraofensiva terrestre y Estados Unidos estaba mucho más preocupado por la disputa con Japón en el Pacífico oriental. Hubo sí varios ataques aéreos conjuntos británico-estadounidenses de “ablandamiento” de la población civil de ciudades alemanas y de destrucción de plantas industriales y nudos de transporte. Este congelamiento de acciones terrestres solo comenzaría a cambiar su dinámica a partir de la invasión de Normandía (norte de Francia) en junio de 1944: el famoso “Día D” [11]

En el frente europeo oriental, en 1941 los gobiernos de Hungría y Bulgaria se unen al Eje. Juntos, invaden y desmembran Yugoslavia. Allí crean el “estado independiente de Croacia” (incorporando a Bosnia y Herzegovina), bajo el dominio de la organización fascista ustasha, y se dividen el resto del territorio.

Italia, que había anexado a Albania en 1939, luego de unirse oficialmente al Eje en junio de 1940, decide atacar a Grecia. Ante el fracaso de la acción, debe requerir auxilio de tropas alemanas y el país es dividido en tres áreas de dominio (incluyendo a Bulgaria en la región de Tracia).

Consolidado su domino hasta las fronteras de la URSS, y con la “tranquilidad” que hemos analizado en el “frente occidental”, Hitler decide romper el pacto nazi-estalinista y, junto con sus aliados, invade el territorio soviético, en junio de 1941. A partir de ese momento, el “frente europeo oriental” es sinónimo de esta guerra de naturaleza diferente a la que analizamos hasta ahora; un tema que abordaremos en la segunda parte de este artículo.

Otro frente importante de la guerra interimperialista fue el del Pacífico oriental, entre las tropas, barcos y aviones de Japón y los de Estados Unidos (con participación secundaria de Gran Bretaña). Tras su avance en el domino de importantes regiones de la costa china, entre 1941 y 1942 las tropas japonesas atacaron y conquistaron las Filipinas, la Indochina francesa (actuales Vietnam, Laos y Camboya), Malasia y Tailandia, y las colonias británicas de Singapur y Hong Kong. A partir de esos éxitos buscaban extenderse a Birmania (donde fueron detenidos por los británicos) y a Australia.

A partir de su ingreso en la guerra, luego del ataque a Pearl Harbor (1941) y de algunas derrotas (como en la defensa de las Filipinas), las fuerzas estadounidenses logran una victoria decisiva en la batalla de Midway (junio de 1942) que cambia el curso de las cosas: los japoneses ven frenado su avance hacia Australia en Guadalcanal (Islas Salomón) y comienzan a retroceder.

Sin embargo, a pesar de no tener condiciones de revertir esta dinámica, no se rinden hasta agosto-setiembre de 1945, luego que las bombas atómicas arrojadas por la aviación estadounidense destruyeron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki [12]. Es interesante destacar que, en el marco de esta guerra interimperialista entre Estados Unidos y Japón, el imperialismo británico decide “dar un paso al costado” y dejar en manos de su aliado mayor el esfuerzo bélico y el control posterior de la región.

Finalmente, hubo un frente secundario en esta disputa interimperialista: el norte de África. Esta región no tenía importancia inmediata para Alemania ni para Japón. Italia ya tenía la posesión colonial de Libia pero había sido derrotada en su intento de anexarse Etiopía, en la guerra de 1935-1936. Aspiraba a obtener más territorios en esa región.

Con ese objetivo, en septiembre de 1940 lanza una fuerte ofensiva sobre Egipto (entonces protectorado británico) contra la opinión de Hitler, que no quería dispersar fuerzas. A pesar de la inferioridad numérica, las tropas aliadas inician un exitoso contraataque que obliga al régimen nazi a acudir nuevamente en ayuda de Mussolini, con tropas y blindados al mando de Erwin Rommel (el Africa Korps). La habilidad táctica de Rommel (llamado el “zorro del desierto”) le permitió extender este frente de guerra frente a las fuerzas aliadas comandadas por el británico Bernard Montgomery. Pero la superioridad de tropas y materiales acabaron prevaleciendo, y luego de una serie de ofensivas los Aliados obtuvieron la victoria definitiva en El Alamein (octubre de 1942). Las tropas germanas (150.000 soldados) huyeron hacia el oeste, quedaron atrapadas en Túnez y se rindieron en mayo de 1943.

Notas:

[1] Carl Phillip Gottlieb von Clausewitz (1780 – 1831) fue un general del Reino de Prusia. Es considerado un gran estratega militar y teórico de la guerra. Su principal obra es Vom Kriege (De la Guerra). Ver, entre otras, la publicación en español de Ediciones Tikal – Militaria, Editorial Susaeta, Madrid (España), 2015.    

[2] Ver “El socialismo y la guerra” (1915) en https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915sogu.htm

[3] Sobre la Primera Guerra Mundial ver https://litci.org/es/menu/teoria/historia/centenario-del-fin-la-primera-guerra-mundial/ y https://litci.org/es/archive/cien-anos-de-la-primera-guerra-mundial/, entre otros artículos publicado en este sitio.

[4] Sobre la Conferencia de Berlín recomendamos leer el artículo “El reparto de África” de Américo Gomes en la revista Correo Internacional 19, marzo de 2018, Editora Lorca SA, San Pablo, Brasil.

[5] “Resolución sobre el Tratado de Versalles”, votada en el IV Congreso de la III Internacional (1922), en https://www.marxists.org/espanol/comintern/eis/4-Primeros3-Inter-2-edic.pdf, p. 219.

[6] Sobre la dinámica de la burguesía estadounidense recomendamos leer https://litci.org/es/menu/teoria/historia/la-independencia-de-los-estados-unidos/

[7] Sobre el tema del fascismo, recomendamos leer el extenso trabajo de Trotsky  https://www.elsoca.org/pdf/libreria/La%20lucha%20contra%20el%20fascismo-completo.pdf

[8] Sobre el tema del “bienio rojo” italiano ver el artículo de los camaradas del PdAC “Trotsky y el septiembre de 1920” en https://litci.org/es/archive/trotsky-y-el-septiembre-de-1920/

[9] Ver el artículo de León Trotsky “La tragedia del proletariado alemán” en  https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1933/marzo/14.htm

[10] Ver el escrito de León Trotsky “Lección de España: última advertencia” (1937) en  http://www.posicuarta.org/pdf/LecEspLT.pdf y, la recopilación de textos de este autor La Revolución Española (1930-1939) en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/rev-espan/index.htm

[11] Sobre este tema, ver https://litci.org/es/menu/teoria/historia/algunas-consideraciones-sobre-el-dia-d/

[12] Sobre este tema, ver https://litci.org/es/menu/teoria/hiroshima-y-nagasaki-el-imperialismo-mata/ y https://litci.org/es/menu/teoria/70-anos-despues-de-hiroshima-y-nagasaki/

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