Por Blanca Missé
Una versión de este artículo aparecerá en la revista Catàrsi en catalán.
En los últimos dos años, el mundo se ha visto sacudido por la intersección de varias luchas. Entre ellas, la heroica resistencia ucraniana a la invasión rusa, la revuelta por la libertad de las mujeres en Irán, la renovada lucha por la liberación de Palestina, la resistencia popular contra la guerra en el Sudán y las nuevas protestas contra el régimen de Assad en Siria. Cada uno de estos movimientos tiene su propia dinámica y ritmo. Abordar estos distintos movimientos desde una perspectiva común y en escala internacional plantea serias preguntas para la izquierda: ¿es posible apoyar todas estas luchas simultáneamente, a pesar de sus distintas características y contradicciones? ¿Pueden estas luchas encontrar solidaridad entre sí?
Muchos activistas reconocen en teoría que estos movimientos enfrentan el mismo capitalismo global en decadencia y su sistema de Estado imperialista. Sin embargo, la política internacional y regional moldea estas luchas de resistencia, lo que dificulta la unión contra su enemigo común. Para hacerlo, sería necesario comprender que la causa de su opresión no son los «malos gobiernos», sino el capitalismo: un sistema social y económico regido por la necesidad de acumular capital constantemente y aumentar las ganancias en todas partes y a cualquier costo. Este sistema genera crisis económica, austeridad, competencia geopolítica, guerras, despojo neocolonial, deuda y destrucción ambiental.
Nos enfrentamos al desafío de forjar una política capaz de explicar el oponente sistemático que une estas luchas desde adentro de ellas y sus campañas de solidaridad que las acompañan. Como sostiene Ashley Smith, construir “solidaridad internacional desde abajo hacia arriba entre naciones oprimidas como Palestina, Ucrania y Taiwán, así como [entre] trabajadores explotados en los Estados Unidos y en China y en todo el mundo” es más urgente que nunca. Vivimos en un período de intensificación de guerra y genocidio (Ucrania, Palestina, Sudán). Pero forjar este tipo de solidaridad es también una tarea cada vez más compleja en un sistema estatal asolado por la rivalidad imperial entre Estados Unidos, China y Rusia, así como por el creciente conflicto interestatal.
Estas rivalidades y conflictos impactan las luchas democráticas de los trabajadores, llevándolos a veces a oponerse unos a los otros. Por ejemplo, apoyar los movimientos democráticos en Siria e Irán a menudo se considera un desafío a los gobiernos supuestamente “antiimperialistas” que conforman el llamado “eje de resistencia” que se opone al proyecto genocida sionista. Del mismo modo, el apoyo al derecho del pueblo ucraniano a la autodefensa contra la invasión imperialista de Putin parece venir a costa del fortalecimiento de los Estados Unidos, de la Unión Europea y de la OTAN, los principales apoyadores de la guerra genocida de Israel contra Palestina.
Para evitar convertirse en internacionalistas antiimperialistas selectivos –cuyo apoyo a todos los movimientos de liberación es incondicional «en teoría», pero depende de la posición nacional de alguien en la práctica, o que establecen una jerarquía ontológica o histórica entre los movimientos–, la izquierda debe desarrollar un análisis de clase independiente de los intereses de los gobiernos que abarque la totalidad de las luchas, estados y guerras en nivel global. Tal análisis debe mostrar las conexiones entre movimientos dispares de liberación y las oportunidades de establecer vínculos directos de solidaridad entre los diferentes sectores de los explotados y oprimidos, es decir, las posibilidades de unir estos movimientos desde abajo hacia arriba.
Contra la solidaridad selectiva
Un internacionalismo consistente debe abandonar la visión autodestructiva de liberación por etapas, que sostiene que algunas luchas antiimperialistas deben “esperar” o, peor aún, son un obstáculo para otras. Esto lleva a parte de la izquierda, por ejemplo, a argumentar que las necesidades inmediatas de la juventud iraní o de la resistencia ucraniana deben “dejarse de lado” indefinidamente para “primero” derrotar el genocidio israelí contra los palestinos o el proyecto de la OTAN. Otros restan importancia a la oposición al genocidio israelí para ganarse el favor de Estados Unidos y garantizar su apoyo a Ucrania contra Rusia. Esta lógica subordina algunas luchas democráticas a los intereses de otras, supuestamente “más importantes”; en el proceso, destruye la base para cualquier solidaridad internacional coherente.
De hecho, esta visión “etapista” de la liberación trata a algunos imperialismos como “males menores” que no deben combatirse activamente. En algunos casos, abre la puerta al apoyo implícito a estos “males menores”. Este abordaje compromete cualquier antiimperialismo de principios. Peor aún, debilita el verdadero mecanismo de liberación colectiva, que debe desafiar la lógica imperialista (que clasifica estas luchas y las pone en competencia) para reemplazarla por la lógica proletaria (que busca una alianza entre todos los explotados y oprimidos contra las fuerzas que los dividen). Un internacionalismo consistente debe abrazar todas las luchas genuinas de abajo y canalizarlas hacia un proceso de revolución permanente, es decir, un proceso de lucha ininterrumpida contra la desigualdad económica, social y política hasta que se alcance la liberación completa en todo el mundo.
Como dijo Trotsky, el objetivo es “una revolución que no haga concesiones a ninguna forma única de gobierno de clase, que no se detenga en la etapa democrática, que pase a medidas socialistas y a la guerra contra la reacción externa: es decir, una revolución cuya etapa sucesiva esté enraizada en la anterior y que sólo puede terminar en la liquidación completa de la sociedad de clases”. En suma, la revolución permanente debe traer una perspectiva internacionalista de la clase trabajadora desde el inicio a todas las luchas.
Lecciones de la Segunda Guerra Ítalo-Etíope
El método de análisis marxista desarrollado por Trotsky (y otros) es particularmente útil para comprender la compleja dinámica de las guerras en la época imperialista y ofrece una estructura valiosa para interpretar los conflictos actuales. La actual situación mundial, marcada, por un lado, por rivalidades entre potencias imperialistas con dos bloques débiles liderados por Estados Unidos y China, y, por otro lado, por intensas luchas por democracia y autodeterminación, tiene similitudes con la crisis del orden mundial que llevó a la Segunda Guerra Mundial.
Los análisis internacionalistas de Trotsky de la Segunda Guerra Ítalo-Etíope (1935-1936), de la Revolución Española (1936-1939) y de la Segunda Guerra Sino-Japonesa (1937-1945) nos proporcionan una metodología útil para guiar a la izquierda en la oposición a todos los imperialismos y en el apoyo a todas las luchas de liberación nacional hoy. Para Trotsky, era crucial analizar las múltiples dinámicas imperiales y de clase activas en cada una de estas luchas. En consecuencia, analizó la Segunda Guerra Ítalo-Etíope como parte de la totalidad de los conflictos imperialistas, las luchas nacionales y las contradicciones de clase en escala mundial. En octubre de 1935, Mussolini lanzó una invasión a Etiopía en el contexto del ascenso del fascismo y la creciente competencia económica de Italia con Francia y Gran Bretaña por el acceso a nuevos marcadores y recursos. Italia había perdido su guerra colonial anterior con Etiopía en 1896 y buscaba asegurarse una cuarta colonia en África y alimentar su proyecto racista y nacionalista para desviar la creciente agitación de clases.
Esta invasión resultó en una guerra de siete meses que los socialistas revolucionarios analizaron como motivada por dos contradicciones: la primera contradicción, o conflicto, fue la lucha de Etiopía para garantizar su soberanía nacional como país independiente contra la agresión imperialista de la Italia fascista. Etiopía había sido uno de los pocos territorios no colonizados de África; al mismo tiempo, se estaban desarrollando las rivalidades interimperialistas emergentes que conducirían a la Segunda Guerra Mundial. Este segundo conflicto entre Francia y Gran Bretaña (junto con la URSS y los Estados Unidos) e Italia y Alemania (con la posterior incorporación de Japón) se convertiría en la conflagración global entre el Eje y las potencias Aliadas.
La Segunda Guerra Ítalo-Etíope estaba ocurriendo en una época internacional que Trotsky caracterizó como una de “crisis comercial, industrial, agraria y financiera catastrófica, la ruptura de los lazos económicos internacionales, el declive de las fuerzas productivas de la humanidad, la agudización insoportable de las contradicciones de clase e internacionales”. Para comprender cada desarrollo nacional, era necesario considerar “la multiplicidad de factores y el entrelazamiento de fuerzas en conflicto”.
Esto llevó a Trotsky a argumentar que “la guerra prospectiva entre Etiopía e Italia tiene la misma relación con una nueva guerra mundial que la Guerra de los Balcanes en 1912 con la Guerra Mundial de 1914-1918. Antes de que pueda haber una nueva gran guerra, las potencias tendrán que declararse y, a este respecto, la guerra etíope-italiana definirá posiciones e indicará coaliciones”. De hecho, ambas guerras mundiales del siglo XX estuvieron precedidas por conflictos nacionales más pequeños, en los que potencias imperialistas rivales midieron sus fuerzas y probaron alianzas potenciales antes de enfrentarse directamente.
La principal tarea de los revolucionarios en tales conflictos es asumir una posición de principio de solidaridad material con las luchas de los oprimidos, sin dar ningún apoyo a las potencias imperialistas que intentan secuestrarlos para sus propios fines.
La Segunda Guerra Ítalo-Etíope se caracterizó principalmente por la lucha anticolonial. Así, Trotsky llamó a los revolucionarios a tomar una posición militar determinada con Etiopía: “estamos por la derrota de Italia y por la victoria de Etiopía y, por lo tanto, debemos hacer todo lo posible para impedir por todos los medios disponibles el apoyo al imperialismo italiano por las otras potencias imperialistas y, al mismo tiempo, facilitar la entrega de armamento, etc., a Etiopía de la mejor forma que podamos”. Lo que estaba en juego para los internacionalistas revolucionarios era la obligación de apoyar material y militarmente el derecho de la nación oprimida a la autodeterminación. Trotsky rechazó el enfoque liberal de la disputa entre “democracias burguesas” y “fascismo”. En la época, Etiopía estaba gobernada por un Estado feudal y muchos de los Aliados gobernaban colonias como tiranos.
En el contexto del rearme de las potencias imperialistas y del creciente conflicto económico, era imperativo oponerse a las sanciones que los Aliados impusieron a Italia y que hipócritamente justificaron en nombre del apoyo al pueblo etíope. Estas sanciones fueron simplemente un intento de un bloque imperialista de debilitar al otro e intensificar su guerra económica.
También fue crucial oponerse a los presupuestos militares de todas las potencias y denunciar enérgicamente el rearme. Como argumentó Trotsky, “es necesario exponer meticulosamente no sólo el presupuesto militar abierto, sino también todas las formas enmascaradas de militarismo, sin dejar de protestar por cualquier maniobra de guerra, mobiliario militar, órdenes, etc.”. Cualquier política socialista tenía que abordar la doble naturaleza de la guerra, abrigando simultánea y dialécticamente estas dos dinámicas contradictorias, en lugar de aislarlas formalmente o abordarlas en “etapas”. En otras palabras, al mismo tiempo que apoyaban la lucha dominante de liberación nacional, los revolucionarios tenían la obligación de oponerse al conflicto interimperialista que avanzaba hacia su catastrófico final en la Segunda Guerra Mundial.
Durante la Segunda Guerra Ítalo-Etíope, este tipo de solidaridad internacionalista se materializó por manifestaciones unidas de trabajadores, jóvenes y de la diáspora negra, que eran independientes de los gobiernos capitalistas. Estas fuerzas enviaron ayuda material directa al pueblo etíope y lanzaron iniciativas laborales para imponer sanciones laborales contra Italia mediante acciones directas, como detener el transporte marítimo. En 1935, miembros de la diáspora negra en Londres organizaron la International African Friends of Ethiopia [los Amigos Africanos Internacionales de Etiopía] (IAFE), dirigidos por Amy Ashwood Garvey, CLR James y George Padmore. La IAFE realizó reuniones y manifestaciones de solidaridad en masa. Asimismo, en los Estados Unidos, la diáspora negra organizó manifestaciones de solidaridad con la causa etíope en Harlem. A. Philip Randolph, líder de la Brotherhood of Sleeping Car Porters [Hermandad de Maleteros (Botones) de Coches Cama], que se convirtió en el primer sindicato de trabajadores liderado por negros en la American Federation of Labor [Federación Estadounidense del Trabajo], recaudó ayuda material para enviarla directamente a apoyar la resistencia etíope.
Las sanciones laborales contra Italia se contrapusieron a las sanciones gubernamentales en el sentido de que dieron a los trabajadores la capacidad política para expresar su posición independiente, que rechazó tanto la agresión de Italia como la escalada militar de su propio gobierno. Por ejemplo, en Gran Bretaña, el Partido Laborista Independiente (ILP) publicó folletos instando a los sindicatos a formar el “Comité de Acción de los Trabajadores Inclusivos” en solidaridad con el pueblo etíope. CLR James, mientras lideraba los esfuerzos de solidaridad en el ILP, se dirigió a los trabajadores que estaban “ansiosos por ayudar al pueblo etíope” y los instó a “organizarse de forma independiente y, por sus propias sanciones, el uso de su propio poder, ayudar al pueblo etíope. […] Lucharemos no sólo contra el imperialismo italiano, sino también contra los otros ladrones y opresores, el imperialismo francés y británico”. En Estados Unidos, el Partido de los Trabajadores también apoyó “las sanciones independientes de la clase trabajadora, sus propios boicots, huelgas, fondos de defensa, manifestaciones masivas que pueden ayudar a las batallas de los pueblos etíopes, no las sanciones del capital financiero y sus Estados títeres”.
Las luchas de liberación nacional en medio de la rivalidad imperialista hoy
Esta metodología es profundamente útil para construir solidaridad con las luchas de liberación nacional en el orden imperialista de hoy. Para empezar, con Ucrania. El régimen de Putin siguió a la toma de Crimea y de partes de Donbass en 2014 con un intento de invasión y ocupación en gran escala de Ucrania, en febrero de 2022. Afirmó que se trataba de una guerra «defensiva» para impedir la expansión de la OTAN. La justificación de Putin era, por supuesto, mentira. La principal motivación del imperialismo ruso es reafirmar su control sobre Ucrania, sus recursos naturales e inversiones dentro de aquel país y otros en su exterior próximo, como Bielorrusia, Kazajistán y Georgia. Como explicó Hannah Perekhoda, Putin visa construir el imperio de Rusia, estimular el nacionalismo ruso (en particular su obsesión de larga data por «convertir a los ucranianos en rusos») y reprimir los movimientos domésticos que luchan por derechos democráticos y mejores condiciones de vida.
Por supuesto, al igual que la guerra Ítalo-Etíope, la guerra en Ucrania tiene un conflicto primario (es decir, la guerra de Ucrania para liberarse de la agresión imperialista de Putin) y un conflicto secundario (es decir, la rivalidad imperialista entre Rusia y el bloque de la OTAN, de Washington, por el dominio económico, político y militar sobre Ucrania y Europa oriental). Este conflicto secundario, aunque permanece en segundo plano, alimenta activamente el conflicto.
Sólo los desarrollos de la guerra determinarán si esta rivalidad secundaria se convierte la dominante. Por ahora, la principal característica de la guerra es la liberación nacional. Si bien la OTAN y Rusia no están directamente en guerra, eso puede cambiar. Por ejemplo, si la OTAN asumiese el control directo de las fuerzas armadas de Ucrania o movilizase sus propias fuerzas en conflicto directo con las fuerzas armadas rusas, el carácter de la guerra cambiaría cualitativamente hacia uno más directamente interimperialista.
La lucha actual por la liberación de Palestina también contiene dos contradicciones establecidas en una relación jerárquica entre sí. Es principalmente la lucha del pueblo palestino contra el colonialismo de asentamiento israelíes y sus partidarios en el bloque imperialista occidental (principalmente Estados Unidos y la Unión Europea). Al mismo tiempo, este conflicto también envuelve, aunque indirectamente, un conflicto interimperial entre los Estados Unidos y Rusia, así como China, sobre la hegemonía en Medio Oriente.
Actualmente, el imperialismo ruso está jugando en ambos lados en la región. Apoya a Irán como aliado militar y político estratégico, al tiempo que mantiene relaciones con Israel (a pesar de las críticas a su proyecto genocida), vendiendo petróleo a Tel Aviv y apoyando los Acuerdos de Abraham y la normalización de Israel.
A su vez, China también juega en ambos lados. Ha recurrido a la diplomacia para intermediar la unidad de la resistencia palestina y apoyar la llamada solución de dos Estados, al tiempo que presiona a Irán (con el que firmó un acuerdo de cooperación económica en 2021) para que no entre en una guerra directa con Israel. Durante la última escalada entre Irán e Israel en abril, China apeló a las “partes relevantes a ejercer calma y contención para evitar una mayor escalada”. Al mismo tiempo, China amplió drásticamente el comercio con el Israel de Netanyahu. Aumentó la inversión hasta convertirse en el segundo mayor inversor en Israel después de los Estados Unidos. La mayor parte de esta inversión se destina a los puertos, las telecomunicaciones, la energía y la tecnología de Israel, en particular sus sistemas de vigilancia, que Beijing ha desplegado contra toda su población, especialmente los uigures predominantemente musulmanes en Xinjiang. Como resultado de ese comercio e inversión, China es ahora el segundo mayor importador de productos israelíes y el mayor exportador para el Estado sionista. China también tiene enormes inversiones en los Estados vecinos, incluida Arabia Saudita, que se ha sumado a su Iniciativa del Cinturón y la Ruta (Ruta de la Seda – BRI, en inglés) de un billón de dólares. El objetivo del imperialismo chino en la región no es la liberación palestina, sino la preservación de sus intereses económicos, su acceso a combustibles fósiles y su enorme inversión en la BRI. En otras palabras, el objetivo de China es proteger recursos claves que la ayuden a competir con su rival imperial, los Estados Unidos.
Enfrentando las “Combinaciones Imperialistas”
La principal tarea de los revolucionarios en tales conflictos es asumir una posición de principio de solidaridad material con las luchas de los oprimidos sin dar ningún apoyo a las potencias imperialistas que intentan secuestrarlos para sus propios fines. En la década de 1930, Gran Bretaña y Francia vendieron su política de sanciones contra Italia mediante el «apoyo» a la causa etíope, mientras Estados Unidos envió ayuda material selectiva a China para debilitar a Japón. Los imperialismos «amigables» rápidamente intentaron cooptar a los dirigentes de estas guerras de liberación, haciéndose pasar por «aliados» cuando, en realidad, sólo intentaban minar a sus respectivos rivales y ganar legitimidad para sus propias depredaciones.
Trotsky llamó a estas engañosas maniobras imperialistas por arriba “combinaciones imperialistas”, que buscaban manipular los movimientos de liberación nacional para sus intereses capitalistas y confundir y dividir al movimiento de la clase trabajadora, impidiendo así una solidaridad internacional independiente y efectiva. De la misma manera, hoy, los Estados Unidos y la Unión Europea fingen defender el derecho de Ucrania a la autodeterminación contra la invasión rusa con sanciones a Moscú y enviando armas a cuentagotas para Ucrania. Mientras tanto, Rusia y China se presentan como aliadas del pueblo palestino al armar a Irán, mientras mantienen hipócritamente sus lazos capitalistas con Israel.
Tales combinaciones imperialistas son un gran desafío para desarrollar la solidaridad internacional a partir de una perspectiva de la clase trabajadora. Para derrotarlas, una política antiimperialista e internacionalista de principios debe expresar y movilizar apoyo concreto y material incondicional para todos los movimientos por la democracia y la liberación, al mismo tiempo que se opone a todos los Estados imperialistas (incluidos aquellos que fingen desempeñar papeles «progresistas») y alerta contra la influencia que tales Estados intentan desarrollar en estos movimientos.
De cara a ese chantaje inmundo, los socialistas deben rechazar cualquier presupuesto militar que sirva a los intereses imperialistas de los Estados Unidos y de la UE y atrape a Ucrania en una deuda neocolonial. En cambio, debemos proponer alternativas independientes de solidaridad de la clase trabajadora, así como articular y destacar los vínculos de solidaridad recíproca entre las distintas luchas progresistas que los imperialismos rivales buscan dividir y confrontar. Por eso, ha sido fundamental, por ejemplo, que los apoyadores de Ucrania hayan demostrado solidaridad con la lucha palestina.
Hoy, Estados Unidos es el ejemplo más flagrante de combinación imperialista. No hay duda de que una victoria de la resistencia ucraniana dará confianza a otros pueblos oprimidos por el régimen de Putin en Georgia, Bielorrusia, Kazajistán y en todo el antiguo imperio de Rusia. Ellos, junto con las nacionalidades oprimidas dentro de Rusia y los trabajadores rusos como un todo, serían alentados a defender sus derechos democráticos y sus demandas de igualdad social.
Sin embargo, la combinación Biden-OTAN-UE-Zelensky siembra una esperanza ilusoria de que la clase trabajadora ucraniana puede confiar en el imperialismo occidental para derrotar al imperialismo ruso. Esta maniobra es engañosa y peligrosa: confunde la conciencia de clase y oscurece el camino real para la verdadera autodeterminación y la independencia del pueblo ucraniano.
La administración Biden ha mostrado una vez más el insensible cinismo por detrás de sus colores “democráticos”. El último paquete de ayuda militar suplementaria, aprobado en mayo de 2024, ilustra perfectamente esta manipulación sibilina. De los 95.000 millones de dólares adicionales aprobados, 61.000 millones son para “ayuda a Ucrania”. En realidad, 37% de esta parcela es para la producción de armas estadounidenses para reabastecer su arsenal, 18% es para reforzar la presencia de la OTAN en Europa, y sólo 22% (U$S 14.000 millones) para envíos directos de armas a Ucrania. 26.000 millones de dólares del paquete total de ayuda financiarán el genocidio del pueblo palestino a manos de Israel, mientras que los 8.000 millones de dólares restantes se dedicarán al combate a China en la región del Indo-Pacífico.
El mensaje para los Estados Unidos y para la población mundial es que apoyar los esfuerzos de liberación nacional en Ucrania tiene un triple precio: primero, reabastecer masivamente los ejércitos de Estados Unidos y de la OTAN y al mismo tiempo acelerar la militarización de la Unión Europea; segundo, aumentar la financiación para el genocidio del pueblo palestino; y tercero, ayudar a Estados Unidos a prepararse para una próxima tercera guerra mundial con China.
Esta “ayuda” occidental tuvo el efecto de poner contra las cuerdas al pueblo ucraniano. Bajo la presión de los acreedores occidentales y su sistema de deuda, el gobierno de Zelensky ha aprobado reformas privatizadoras neoliberales desde que llegó al poder, y actualmente está vendiendo el país a la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional en sucesivas cumbres de paz y reconstrucción. Además, el gobierno está imponiendo medidas antiobreras y recortes a los derechos sociales en medio de la guerra actual. Para liberarse de la sangrienta ocupación rusa, Zelensky le está diciendo al pueblo ucraniano que entregue su riqueza al capitalismo occidental depredador, hipotecando el futuro de su soberanía nacional.
Frente a este inmundo chantaje, los socialistas deben rechazar cualquier presupuesto militar que sirva a los intereses imperialistas de los Estados Unidos y de la UE y atrape a Ucrania en una deuda neocolonial. En cambio, debemos proponer alternativas independientes de solidaridad de la clase trabajadora, así como articular y destacar los vínculos de solidaridad recíproca entre las distintas luchas progresivas que los imperialismos rivales buscan dividir y confrontar.
Por eso, ha sido fundamental, por ejemplo, que los apoyadores de Ucrania hayan demostrado solidaridad con la lucha palestina. La formación del Grupo de Solidaridad Ucrania-Palestina, que se diferenció del gobierno neoliberal y proimperialista de Zelensky, fue particularmente importante. En su “Carta de Solidaridad con el Pueblo Palestino”, “rechazan las declaraciones del gobierno ucraniano que expresan apoyo incondicional a las acciones militares de Israel [en la medida en que] esta posición es una retirada del apoyo a los derechos palestinos y de la condena a la ocupación israelí, que Ucrania ha seguido por décadas”.
De manera similar, la plataforma independiente por “Una paz popular, no una paz imperialista” desmanteló la falsa ecuación entre ayuda a Ucrania y apoyo al crecimiento de la OTAN. La plataforma declara que:
Un apoyo militar eficaz a Ucrania no requiere una nueva ola de armamento. Nos oponemos a los programas de rearme de la OTAN y a las exportaciones de armas a terceros países. En cambio, los países de Europa y de América del Norte deben proporcionar las armas de sus enormes arsenales existentes que ayudarán a Ucrania a defenderse eficazmente. En este sentido, exigimos que la industria armamentista no sirva a los intereses lucrativos del capital; por el contrario, queremos trabajar por la apropiación social de la industria de armas. Esta industria debe servir a los intereses inmediatos de Ucrania. Al mismo tiempo, por razones sociales y ecológicas urgentes, destacamos el imperativo de convertir democráticamente la industria de armas en producción socialmente útil en escala global.
Contra las maniobras y distorsiones de los imperialismos rivales, todos los movimientos de liberación nacional y las luchas democráticas deben mantener su independencia política de los Estados capitalistas y sus aliados imperialistas. Debemos defender incondicionalmente el derecho de autodefensa de todos los pueblos oprimidos, lo que incluye su derecho a solicitar y aceptar toda la ayuda material y militar de cualquier fuente necesaria para lograr su liberación.
Pero esto no exime a los internacionalistas de alertar que toda ayuda imperialista viene con amarras y condiciones, y de destacar sus peligrosos efectos. Para navegar por todas estas contradicciones, la izquierda debe defender la única estrategia política eficaz: construir un camino independiente y de clase para forjar la solidaridad entre los explotados y oprimidos, tanto dentro como fuera de cada país.
La tarea de los revolucionarios en esta época imperialista es precisamente descifrar los innumerables conflictos dentro de cada lucha y su dinámica de clase interna, e impulsar iniciativas y plataformas de la lucha conjunta que puedan desafiar y derrotar las combinaciones imperialistas. Sólo con un abordaje internacionalista tan consistente se podrá construir en la práctica la solidaridad de clase en escala global y lograr nuestra liberación colectiva.
Blanca Missé es profesora asociada de francés en el Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas de la Universidad Estadual de San Francisco. Sus especialidades son la literatura y la cultura francófona del Iluminismo, así como el marxismo, la teoría feminista y estudios de cine. Es miembro activa de su sindicato (CFA-SFSU) y de su capítulo local de la Facultad de Justicia en Palestina (FJP), así como de la Ukraine Solidarity Network [Red de Solidaridad con Ucrania] y de la Bay Area Labor for Palestine [Trabajadores del Área de la Bahía por Palestina]. Está afiliada al Workers’ Voice.
Traducción: Natalia Estrada.