Sáb Jul 27, 2024
27 julio, 2024

¿Por qué Putin mató a Navalny?

Por mucho que impacte, la muerte de Navalny no puede considerarse exactamente una sorpresa. El más conocido oponente de Vladimir Putin ya había sido anteriormente víctima de un intento de asesinato por envenenamiento por el régimen de Putin, además de haber sufrido otros innumerables atentados a su integridad física. Su muerte era cuestión de tiempo.

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Por: Diego Russo, 16/2/2024.-

Navalny fue enviado, por una serie de acusaciones falsas o dudosas, al régimen de castigo más estricto, en un centro penitenciario más allá del Círculo Polar. Allí fue enviado a régimen de aislamiento 27 veces, una clara señal de que el objetivo de Putin era librarse de él definitivamente.

Todavía no conocemos los detalles que rodean su muerte, y es posible que nunca lo sepamos, al menos mientras dure el régimen de Putin. Pero esto no nos impide afirmar que Navalny no murió, sino que fue asesinado. Navalny era un preso político, quizás el más famoso del mundo. Estaba bajo custodia del Estado ruso. Por lo tanto, este Estado es responsable de su muerte. Y como nada sucede en el Estado ruso sin el aval de Putin, no hay duda de que Putin es el asesino de Navalny.

Todos los oponentes de Putin están muertos o han tenido que huir al extranjero. Ya no queda en Rusia ningún opositor de Putin en libertad.

El régimen ruso sólo puede definirse como una dictadura brutal, al servicio de los riquísimos oligarcas rusos, las Fuerzas Armadas y de la FSB, la policía política, heredera de la tenebrosa KGB. Esto debería ser obvio para cualquiera que esté aunque sea un poco bien informado y tenga buenas intenciones. Pero no lo es. Inmediatamente después de su muerte, empezaron a resonar voces que decían que Navalny era un agente estadounidense, un liberal, que coqueteaba con ideas chovinistas, que era pro occidental, un traidor a la patria rusa, etc. En todo esto hay, se podría decir, algunos elementos de verdad. Pero los elementos de verdad no son lo mismo que la verdad.

En la definición de Marx, un gran hombre es aquel que se eleva por encima de su propia clase, es decir, que va más lejos que ella. Y no, a pesar de todo lo que se ha publicado en la prensa occidental sobre Navalny, él no se encaja en esta definición. Navalny era un político burgués. Se limitó a la oposición a Putin por dentro del régimen, en torno a dos temas: la democracia y la corrupción. Al menos hasta el comienzo de la guerra contra Ucrania, donde se opuso correctamente a la agresión. Pero nunca cuestionó el Estado ruso surgido de la restauración del capitalismo en la ex URSS, nunca se pronunció contra su carácter explotador, racista, xenófobo y colonialista. Además, por otro lado, nunca se opuso a la colonización de Rusia por los capitalistas extranjeros, a su retroceso económico y a su pérdida de independencia y autonomía. En este sentido, era un legítimo representante de la nueva burguesía rusa pos restauración capitalista, defensor de las privatizaciones, pero con una especificidad: representaba al sector de esta burguesía que había quedado fuera del reparto del botín de esta compleja realidad, la colonización de Rusia por capitalistas extranjeros, por un lado, y su papel en la colonización de regiones, pueblos y países bajo control ruso, por el otro.

Y en este sentido, se vio obligado a luchar al gobierno, en la medida en que podía hacerlo por dentro del propio régimen. Inicialmente, como oposición legal, dicen que en cierto sentido incluso fue alentada por el Kremlin. Pero los espacios dentro del régimen se estaban reduciendo y, junto con ello, también se estaban reduciendo los límites de la acción política de Navalny.

Tras su buen resultado en las elecciones para la alcaldía de Moscú de 2013, ya no pudo ser candidato debido a una serie de acusaciones judiciales. Tampoco tuvo oportunidad de lanzar ningún otro candidato de su movimiento, el Fondo de Combate a la Corrupción, ilegalizado por el régimen. A partir de entonces, pasó a defender una táctica política que llamó “voto inteligente”: votar por cualquier candidato (de preferencia el mejor posicionado en las encuestas) que no fuese del partido de Putin, para debilitarlo. Pero los otros tres partidos legales, incluido el Partido Comunista Ruso (PCFR), también son parte del régimen de Putin y pilares de apoyo, especialmente en la actual guerra contra Ucrania. No es casualidad que en Rusia haya un chiste muy extendido acerca de que estos partidos son la “oposición a favor”.

Esta táctica llevó a situaciones insólitas, como que Navalny pidiera votos para candidatos, por ejemplo, del PCFR, ¡que ni siquiera defendían su libertad! No en vano, su táctica recibió el apodo de “votación no inteligente”. El resultado de esta táctica totalmente equivocada fue cruel, lanzó a toda la juventud anti-Putin hacia una política pro-régimen, al llamar a votar por candidatos aprobados por el régimen, refrendándolo. Así, los votos de Navalny ayudaron a elegir a muchos parlamentarios del PCFR y de otros partidos como el Liberal Demócrata y la Rusia Justa (ahora Nueva Gente), quienes más tarde aprobaron la prisión de Navalny y la guerra de Putin contra Ucrania. Un callejón sin salida.

Y eso simplemente refleja el callejón sin salida de un sector de la burguesía rusa expulsado del poder, pero al mismo tiempo dependiente económicamente tanto de la recolonización de Rusia por capitales externos, como de las ventajas obtenidas por el control de pueblos, países y regiones oprimidas por Rusia. Es decir, en última instancia, dependiente de Putin. La muerte de Navalny es la última palada de cal en la esperanza de que la burguesía liberal pueda conducir, legalmente y por dentro de las instituciones del régimen, a un cambio real en el país, a una democratización y a la interrupción de la guerra. Las ilusiones democratistas desaparecen.

Por otro lado, al momento de su muerte, debemos reconocer que Navalny, con todas sus imitaciones de clase, es quien fue más lejos y de forma más radical en esta política de combatir a Putin por dentro del sistema, y por eso mismo, pagó con la vida. Navalny no era el típico político burgués, cobarde, mezquino y corrupto. Después del envenenamiento que sufrió, estaba siendo tratado en Alemania y podría haberse quedado allí. Todavía estaría vivo. De hecho, eso era lo que Alemania quería, al igual que Estados Unidos: tenerlo como un as bajo la manga en sus negociaciones con Putin, para una hipotética futura transición de gobierno.

Pero no, Navalny decidió regresar y afrontar los riesgos. Fue arrestado inmediatamente, todavía en el aeropuerto. Su libertad condicional se convirtió en una pena real de tres años de prisión. En 2022, el tribunal añadió otros 9 años de prisión a su condena por corrupción y “falta de respeto al sistema judicial”. En 2023 recibió otra condena de 19 años por “extremismo”. Amnistía Internacional y el Memorial consideran a Navalny un preso político y que los cargos contra él tenían motivaciones políticas. Navalny fue enviado a prisiones de máxima seguridad, una más brutal que la otra. Ya tenía una condena acumulada de más de 30 años. Se enfrentó permanentemente a la administración penitenciaria por la falta de respeto a los derechos mínimos de los presos, y por ello sufrió numerosos castigos disciplinarios. Fue enviado a aislamiento en 27 ocasiones, récord que, sin duda, debilitó enormemente su salud, según denunciaban sus médicos. En los tribunales, siempre enfrentó y desenmascaró con determinación los absurdos jurídicos de su caso y de todo el sistema legal ruso. En este sentido, él nunca se curvó. Y murió por eso.

Al recibir una nueva sentencia, de otros 19 años, afirmó que la pena no era contra él, sino contra todos aquellos que pretendían alzarse contra Putin, y en eso tenía razón. Después de todo, ¿por qué Putin necesitaba acabar con un oponente que apenas tenía 3% de la intención de voto en el país? ¿Que fue grabado a fuego entre la población por su programa liberal, asociado al de Yeltsin? ¿Por qué no podía dejarlo en libertad, como oponente liberal, legitimando así el régimen con un barniz de democracia? Después de todo, nadie creía que Navalny pudiera vencer a Putin en votos. De hecho, se dice que, al comienzo de su carrera política, el propio Navalny habría sido una maniobra del Kremlin, un candidato de oposición aceptable que no ofrecería ningún riesgo. No sabemos hasta qué punto esta leyenda tiene alguna base cierta, pero esto ocurrió con muchos otros candidatos de la “oposición”, como Ksenia Sobchak en 2018 o Mikhail Prokhorov en 2012.

Para las elecciones de este año se barajó algo similar en la figura de Boris Nadezhdin, pero su candidatura fue bloqueada por la Comisión Electoral, controlada por Putin. El impedimento de la candidatura de Boris Nadezhnin ayuda a arrojar luz sobre esta aparente paradoja. La verdad es que el envenenamiento, las acusaciones judiciales, el encarcelamiento, el aislamiento y ahora la muerte de Navalny eran una NECESIDAD para el régimen de Putin, ¡debido a su debilidad! Y esto es lo que explica también por qué a un candidato dócil como Nadezhnin se le impidió hace unos días participar en las elecciones. En Rusia hay una gran insatisfacción. Existe un inmenso sentimiento de que el país va en la dirección equivocada. Y la vida está empeorando, especialmente para los sectores más explotados y oprimidos.

¿Qué explica que, aun así, Putin se mantenga en el poder? Se acostumbra decir que se debe a la represión, y esto no deja de ser, en parte, cierto. Pero ni de lejos lo explica todo. Hoy, junto con una inmensa desilusión, hay una inmensa pasividad en Rusia. Por la absoluta falta de alternativa. Esta falta de alternativa es la base de toda la ideología del régimen: “¿Quién sino Putin?”, “Sólo Putin puede salvarnos”, “Malo con Putin, peor sin él”, es lo que más se escucha cuando se habla con los rusos. Recordemos que el pueblo ruso ya lo ha intentado todo, desilusionado tanto con los “comunistas” como con los “demócratas” liberales. Al parecer no hay alternativa y Putin sigue en el poder. Por eso es fundamental eliminar cualquier vestigio de alternativa a Putin.

Nadezhnin podría ser el vector que concentrase los votos contra la guerra, arriesgándose a conseguir ya no el desmoralizador 2% de los votos de Ksenia Sobchak, pero alcanzando el segundo lugar, por delante de los demás candidatos de los partidos “legales”, lo que sería un duro golpe para el régimen, mostraría la dimensión de quienes se oponen a la guerra y que no existe una unanimidad tan grande en torno a Putin. De la misma forma, Putin se vio obligado a eliminar a Prigozhin tras su aventura militar. La muerte de Navalny se encaja en este contexto. El régimen de Putin está tan frágil que no puede soportar ni la más mínima oposición. Por eso, un adolescente de 16 años que hace una publicación en las redes sociales sobre la guerra es condenado a 9 años de prisión, un niño que dibujó una bandera ucraniana en clase es enviado a un orfanato y su padre es arrestado. Ese es el régimen de Putin.

¿Podría Navalny consolidar el descontento popular a su alrededor? Es muy poco probable, pero siempre sería un plan B para la propia burguesía rusa en caso de necesidad. Las muertes de Prigozhin y Navalny son, en primer lugar, un mensaje a esa misma burguesía: “no hay alternativa a Putin”.

Cuando decimos que Putin es el asesino, queremos decir que tiene toda la responsabilidad política por la muerte de Navalny. Pero eso no significa que necesariamente haya dado una orden explícita de ejecutar a Navalny, especialmente en vísperas de las elecciones presidenciales del país. Hay una segunda hipótesis, sobre que un sector del régimen, el ala más dura, vinculada a los militares, decidió acabar con el “enemigo/traidor” sin consultar con su jefe. Por ejemplo, un sector que se opone directamente a cualquier negociación con Ucrania, Estados Unidos y la UE. De ser así, eso muestra que las fisuras dentro del régimen son aún más serias, como ya apuntaba el caso Prigozhin.

Desde la cárcel, Navalny dejó un mensaje en caso de su muerte. «¡No desistan! Si me matan, significa que es porque somos increíblemente fuertes. Es necesario utilizar esta fuerza: no desistan, recuerden que somos una fuerza inmensa, oprimida por el mal sólo porque no percibimos cuán fuertes somos en realidad. Todo lo que el mal necesita para triunfar es la inacción de las personas buenas. Por eso, jamás se rindan a la inacción”. En lo que respecta al movimiento en sí de Navalny, es claramente una exageración. Pero contiene una pizca de verdad. Putin se basa en la inacción, por falta de alternativas. Pero es un régimen podrido, que necesita endurecer cada vez más la represión, para evitar cualquier chispa que pueda encender el inmenso descontento popular que existe por abajo, en las capas más profundas de la sociedad rusa y de los países vecinos.

Prueba del miedo del régimen es la orden explícita a los medios de comunicación de Rusia y a diputados rusos para evitar al máximo el tema de la muerte de Navalny, ausente en los titulares de los principales periódicos y portales del país. Sólo pueden comunicar lacónicamente la muerte de un extremista preso por corrupción que sufrió un caso de embolia, un incidente lamentable, de esas cosas que suceden. Que cualquier otra connotación a su muerte sería un intento por parte de EE.UU. y la UE de aprovecharse de la situación, con objetivos hostiles a Rusia, y que Occidente sería el único beneficiado con su muerte, insinuando que sería incluso responsable. Otra prueba del miedo del régimen es la prohibición y la represión a quienes hoy intentan depositar flores en los monumentos a los presos políticos. Eso donde todavía existen estos monumentos, ya que en los últimos años han sido removidos sistemáticamente. En el momento en que escribimos este artículo ya había decenas de presos y se impedía a la prensa cubrir estas manifestaciones de luto.

La muerte de Navalny es la muerte de una estrategia fallida que dominó a la oposición rusa a lo largo de las últimas dos décadas: la apuesta por una transición pacífica, legal y por dentro del sistema, hacia una “democracia de tipo occidental”. Como lo expresó una fuente anónima dentro de la Administración Presidencial de Rusia: “Una determinada posibilidad de un futuro para nosotros, que algunos deseaban y otros temían, ha desaparecido para siempre”. Los miles de activistas, jóvenes simpatizantes de Navalny, tienen mucho sobre qué reflexionar y muchas lecciones que extraer de su muerte.

En Rusia no es posible una transición pacífica a la democracia burguesa. La única manera de derrotar a Putin es la que señalan los pueblos de Ucrania y Belarus: ¡una revolución! Levantar al pueblo contra el régimen, a los trabajadores contra la explotación, a los pueblos víctimas del chovinismo ruso contra la opresión, derrocando el régimen de Putin de conjunto, a todas sus podridas instituciones, ya sea la presidencia de Putin, la Duma del Estado, el sistema judicial, la Iglesia Ortodoxa, las Fuerzas Armadas, la policía y, en particular, la más importante de todas, la FSB.

Es una tarea que, por tanto, la burguesía liberal no puede cumplir, como queda plenamente demostrado con la muerte de Navalny. Sólo una revolución popular, obrera, y de las nacionalidades oprimidas puede lograrlo. Este es un llamado a todos los que están en la oposición a Putin: ya es hora de revertir la estrategia: nada de “votaciones inteligentes”, manifestaciones aisladas y distantes de la clase trabajadora y de sus demandas, “fiscalización” de las elecciones o confianza en “socios internacionales”.

Es hora de unir las demandas democráticas de “abajo la dictadura de Putin” y “liberación de todos los presos políticos”, con “abajo la guerra”, “devolución de los territorios ocupados a Ucrania”, y las demandas económicas de la clase trabajadora en un único movimiento, que precisamente por eso ¡no puede ser liberal! ¡El camino para poner fin al régimen de Putin pasa hoy, en primer lugar, por derrotarlo en la guerra de Ucrania!

Traducción: Natalia Estrada.

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