Lenin y el apartidismo
“La lucha entre los partidos es la expresión más íntegra, completa y específica de la lucha política entre las clases. El apartidismo significa indiferencia ante la lucha de los partidos (…) La indiferencia es el apoyo tácito al fuerte, al que domina”.
V. I. Lenin, 1905.
Por Daniel Sugasti
Uno de los aspectos más cuestionados por el giro oportunista que luego de la restauración del capitalismo en la URSS y el Este europeo arrasó con los partidos políticos que se reclamaban de izquierda es la cuestión del partido leninista, esto es, organizaciones políticas revolucionarias, de combate, socialistas, obreras e internacionalistas.
La propaganda imperialista repetía que el “socialismo real” había fracasado y que la democracia [burguesa], ahora, constituía un “valor universal”. Frente a ese aluvión, la inmensa mayoría de los partidos e intelectuales antes identificados con la izquierda y el marxismo, en sentido amplio, aceleró un curso oportunista de adaptación a una estrategia política electoralista y eminentemente parlamentaria.
Incluso corrientes anteriormente trotskistas, como el ex Secretariado Unificado, capitularon a esa presión y proclamaron cosas como el trípode “nueva época, nuevo programa, nuevo partido”[1].
En ese contexto, todas las tareas políticas quedaron subordinadas al horizonte posibilista de “radicalizar la democracia”. Esto se tradujo en la estructuración de partidos electoralistas que formulan su programa y política restringiéndose a la agenda que, según ellos, puede ser aceptada por la conciencia media de las masas. De ese razonamiento derivan sus discursos oportunistas y los medios que emplean, orientados a la gran tarea de conseguir votos para así obtener más y más curules parlamentarios. La historia ha demostrado que ese reformismo sin reformas, en realidad, termina administrando parte de la barbarie capitalista. Es evidente que, con ese paradigma, la construcción de partidos revolucionarios leninistas dejó de ser necesaria. Pasó, incluso, a ser considerada perimida y perniciosa.
La organización partidaria está siempre ligada a la estrategia político-programática. Si de lo que se trataba era de “ocupar más espacios” dentro de las democracias liberales, el partido de tipo leninista, de hecho, perdía utilidad como instrumento político. Bastaba, según los viejos y nuevos reformistas, crear o entrar en partidos que funcionasen como “máquinas electorales”, moviéndose siempre en el terreno de lo “posible”.
El proceso de negación del marxismo y, quizá con más virulencia, del leninismo, adoptó la vía de la adaptación a la democracia burguesa y adquirió diversas formas ideológicas. Una de ellas fue el conocido “apartidismo”.
Pululó toda suerte de nuevas-viejas teorías, en general propuestas por intelectuales posmodernos y horizontalistas, para reforzar la antigua cruzada contra la influencia de “los partidos” en el movimiento sindical y social, especialmente la de los leninistas.
Ser militante de un partido leninista se transformó en sinónimo de anacronismo, infantilismo y, ante todo, “falta de comprensión” de los “nuevos tiempos” que se abrieron entre 1989-1991. En oposición, ser apartidista se puso de moda. Recrudeció, así, el estigma contra el “militante de partido”, contra las “banderas partidarias” en las manifestaciones y hasta contra la “simbología” –en verdad, contra las tradiciones– de los partidos obreros y socialistas.
Una combinación de factores
El fenómeno antipartidista se reforzó, además de la campaña imperialista sobre el supuesto fracaso del socialismo y el “fin de la historia”, debido a otros dos elementos. Por un lado, la práctica nefasta de los partidos estalinistas y reformistas. Por otro, la crisis de la democracia liberal.
En un proceso de retroalimentación, los propios partidos de la izquierda tradicional fortalecieron las ideologías individualistas y apartidistas. El estalinismo, una negación del leninismo que popularizó en el mundo una caricatura burocrática y grotesca del partido bolchevique, traicionó revoluciones, integró gobiernos capitalistas y apoyó dictaduras sanguinarias. Todo eso fue hábilmente aprovechado por el imperialismo y el reformismo para desprestigiar ante las masas algo que, con falsedad premeditada, presentaban como “leninismo”.
Lo mismo sucedió y sucede con los partidos reformistas, cuya estrategia meramente institucional-parlamentaria tarde o temprano se muestra estéril y terminan causando confusión y desmoralización en la vanguardia de activistas y sectores de masas. Es el caso, entre muchos otros, de Syriza y Podemos. Esos partidos, que en un primer momento generaron una comprensible expectativa, hoy, luego de haber gobernado y aplicado los mismos planes de ajuste y contrarreformas que la derecha tradicional y otros agentes de “las castas”, no son ni la sombra de lo que fueron una década atrás.
En suma, la práctica de la izquierda tradicional, dentro o fuera del poder burgués, que arrastra un largo histórico de conciliación, traiciones y métodos burocráticos, genera causa una justa repulsión en las nuevas generaciones de activistas que despiertan a la lucha social. Basta recordar, por ejemplo, las enormes manifestaciones callejeras de 2013 en Brasil, en las que decenas de miles de personas rechazaban furiosamente cualquier bandera roja por asociarla a la del PT de Lula y Dilma.
Todo lo anterior, a su vez, se combina con la crisis de legitimidad de una democracia burguesa cada vez más descompuesta. Es cada vez más común el rechazo de las masas, con distintas expresiones, hacia instituciones que, con razón, son vistas como corruptas y contrarias a los intereses de los pueblos. Esto, que tiene un componente progresivo, presenta la contradicción de alimentar la idea de que “todos los partidos son iguales” y desestimular la organización política independiente de la clase trabajadora y de la juventud pobre. Esa ideología, a su vez, es convenientemente explotada por las propias burguesías en contra de una potencial influencia de los partidos revolucionarios, sobre todo en momentos álgidos de la lucha de clases.
Así, el fenómeno del apartidismo puede explicarse, aunque no únicamente, por tres factores: a) la poderosa propaganda imperialista posterior a la caída del Muro de Berlín; b) la práctica traidora de los partidos estalinistas y reformistas; c) la descomposición y desprestigio de la democracia liberal y su corrupto sistema de representación política.
La posición de Lenin
Mucho se ha escrito sobre este tema. La intención de este texto no es, necesariamente, presentar algo novedoso sino rescatar la posición de V. I. Lenin, en el centenario de su muerte, sobre este tema.
En ese sentido, existe un texto de su autoría, quizá poco conocido, que data de diciembre de 1905 y se titula El partido socialista y el revolucionarismo sin partido[2]. En él, Lenin discute el carácter del apartidismo y explica cuál debe ser la actitud de los comunistas en relación con esa ideología y cuál debería ser su tarea en las “organizaciones no partidarias” [de tipo sindical].
La revolución rusa de 1905, inevitablemente, planteó nuevos problemas y fenómenos políticos para los marxistas. Entre esos problemas estuvo el surgimiento de los soviets [consejos populares]: organismos de frente único que las masas explotadas crearon y fortalecieron al calor de la lucha revolucionaria; algo inédito. En los soviets actuaban abiertamente los partidos políticos, burgueses y obreros, reformistas y marxistas, aunque las decisiones eran siempre tomadas de manera autónoma, colectiva y democráticamente por los activistas y las masas, pertenecieran o no a partidos políticos.
Los bolcheviques respetaban la independencia de los llamados organismos de frente único, sean soviets, sindicatos u otras instancias del movimiento obrero y social. Promovían la democracia interna y el debate franco en los espacios de deliberación y resolución de la clase trabajadora. Ese método, sin embargo, no significaba abstención política por parte de ellos. Los bolcheviques defendían abiertamente sus puntos de vista en los soviets y sindicatos y, al mismo tiempo, impulsaban la lucha común contra la burguesía y sus agentes, en la que se comportaban como los activistas más decididos. La ideología apartidista, por lo tanto, lejos de amilanar o silenciar a los revolucionarios, les planteó la necesidad de entender su origen y dinámica en el contexto de la lucha de clases y la teoría de la revolución, para poder combatirla en mejores condiciones.
Lenin, que por entonces defendía la fórmula programática de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, entendió el “apartidismo” como expresión inevitable del carácter democrático-burgués de la revolución rusa:
“El carácter bien delimitado de la revolución [democrático-burguesa] en desarrollo da origen de un modo completamente natural a organizaciones sin partido. Todo el movimiento en su conjunto adquiere de manera inevitable la impronta del apartidismo externo, una apariencia de apartidismo […]”[3].
Desde este punto de vista, explica los motivos del surgimiento de ese fenómeno:
“El apartidismo no puede menos que pasar a ser una consigna de moda, pues la moda marcha impotente a la zaga de los acontecimientos y, como fenómeno ‘habitual’ de la superficie política, aparece precisamente una organización sin partido, democracia sin partido; movimiento huelguístico sin partido, revolucionarismo sin partido”[4].
A partir de comprender ese carácter, Lenin dedica sus esfuerzos a combatir la idea apartidista como una ideología reaccionaria, funcional a los intereses de la burguesía: “La burguesía no puede dejar de tender al apartidismo, [pues] la ausencia de partidos entre quienes luchan por la liberación de la sociedad burguesa implica la ausencia de una nueva lucha contra esa misma sociedad burguesa”[5].
De esta forma, Lenin argumentaba contra quienes afirmaban que el apartidismo, por tratarse de una posición aparentemente “neutral”, expresaba de modo fiel los “intereses del movimiento”, en oposición a aquellos que, presentados como mezquinos, defendían los intereses de “sus” partidos. El revolucionario ruso desnuda la falsedad de esta afirmación:
“En una sociedad basada en la división en clases, la lucha entre las clases hostiles se convierte indefectiblemente, en determinada etapa de su desarrollo, en lucha política. La lucha entre los partidos es la expresión más íntegra, completa y específica de la lucha política entre las clases. El apartidismo significa indiferencia ante la lucha de los partidos. Pero esa indiferencia no es equivalente a la neutralidad, a la abstención en la lucha, pues en la lucha de clases no puede haber neutrales […] Por eso, permanecer indiferente ante la lucha no significa, en realidad, apartarse o abstenerse de la lucha ni ser neutral. La indiferencia es el apoyo tácito al fuerte, al que domina”[6].
De inmediato se refiere a las condiciones materiales de las que surgen ese tipo de teorías y “teóricos”:
“La indiferencia política no es otra cosa que saciedad política. El que está satisfecho es ‘indiferente’ e ‘insensible’ ante el problema del pan de cada día; pero el hambriento será siempre un hombre ‘de partido’ ante esta cuestión. La ‘indiferencia y la insensibilidad’ de una persona ante el problema del pan de cada día no significa que no necesite pan, sino que lo tiene siempre asegurado, que nunca carece de él, que se ha acomodado bien en el ‘partido de los saciados’”[7]
Por lo tanto, quienes denostaban contra los partidos revolucionarios eran, en primer lugar, “[…] liberales, representantes de los puntos de vista de la burguesía, [que] aborrecen el espíritu socialista de partido y no quieren oír hablar de lucha de clases”[8].
Esto es así porque, para Lenin, “en la sociedad burguesa, el apartidismo es la forma hipócrita, disimulada, pasiva, de expresar adhesión al partido de los saciados, de los que dominan, de los explotadores”[9].
Y más: “El apartidismo es una idea burguesa. El espíritu de partido es una idea socialista. Esta tesis es aplicable, en general, a toda sociedad burguesa”[10].
Lenin, a partir de este razonamiento, extrae la conclusión de que:
“El partidismo riguroso es secuela y resultado de una lucha de clases muy desarrollada. Y, al contrario, en beneficio de una amplia y abierta lucha de clases, es necesario fomentar un riguroso partidismo. Por eso el partido del proletariado consciente, la socialdemocracia, combate siempre con toda razón el apartidismo, y se esfuerza invariablemente por crear un partido obrero socialista fiel a los principios y bien cohesionado”[11].
Y refuerza la idea de que la intervención de los revolucionarios en los sindicatos y otras organizaciones “sin partido” es provechosa, en primer lugar, para la propia lucha de clases, pues, “[…] el riguroso partidismo es una de las condiciones que transforman la lucha de clases en una lucha consciente, clara, precisa y fiel a los principios”[12].
Encuadrándose en esta concepción, la tarea de los militantes dentro de las organizaciones no partidarias es “en primer término, aprovechar toda posibilidad de establecer nuestros propios contactos y de difundir nuestro programa socialista íntegro”[13].
Evidentemente, la condición de esta participación es:
“La salvaguardia de la independencia ideológica y política del partido del proletariado es la obligación constante, invariable e incondicional de los socialistas. Quien no cumple con esta obligación, deja en los hechos de ser socialista, por muy sinceras que sean sus convicciones ‘socialistas’ (socialistas de palabra)”[14].
Al mismo tiempo, la inserción sindical de los comunistas “solo es admisible a condición de resguardar por completo la independencia del partido obrero y a condición de que todo el partido en su conjunto controle y dirija obligatoriamente a sus miembros y grupos ‘delegados’ en las asociaciones o los soviets sin partido”[15].
La lucha contra la idea burguesa del “apartidismo” es una característica del leninismo.
Está relacionada con la defensa de la construcción del partido revolucionario, obrero y centralista democrático, herramienta indispensable para la toma del poder por la clase obrera y sus aliados, y para la construcción del socialismo internacional.
Para Lenin, únicamente el partido comunista es capaz de realizar la síntesis de todas las formas de lucha del proletariado (económica, ideológica, política) y, así, preparar mejores condiciones para luchar por el poder.
“Solo el partido comunista, si es realmente la vanguardia de la clase revolucionaria; si abarca a los mejores representantes de dicha clase; si se compone de comunistas conscientes y fieles que han sido educados y templados por la experiencia de una lucha revolucionaria tenaz; si este partido ha logrado vincularse indisolublemente a toda la vida de su clase y, por medio de ella, a todas las masas de explotados, y ganar completamente la confianza de clase de estas masas; solo tal partido es capaz de dirigir al proletariado en la lucha más implacable, decisiva y final contra todas las fuerzas del capitalismo”[16].
Consideraciones finales
Estas enseñanzas de Lenin no sólo siguen vigentes sino son fundamentales para guiar nuestras acciones en la actualidad.
Su actualidad es, quizá, mayor que cuando fueron escritas. El trotskismo, legítimo continuador del marxismo en nuestros días, detenta el mérito de haber mantenido vivas estas lecciones y tradiciones sobre el partido revolucionario en general, y sobre la relación partido comunista-movimiento de masas, en particular.
Nos permitimos, en consecuencia, terminar estos apuntes con las palabras que Trotsky escribió sobre el tema en 1923:
“Los comunistas no le temen a la palabra partido, porque su partido no tiene ni tendrá nada en común con los otros partidos. Su partido no es uno de los partidos políticos del sistema burgués, es la minoría activa y con conciencia de clase del proletariado, su vanguardia revolucionaria. Por lo tanto, los comunistas no tienen ninguna razón, ni ideológica ni organizativa, para esconderse tras los sindicatos. No los utilizan para maquinaciones de trastienda. No los rompen cuando están en minoría. No perturban de ningún modo el desarrollo independiente de los sindicatos y apoyan sus luchas con todas sus fuerzas. Pero al mismo tiempo el Partido Comunista se reserva el derecho a expresar sus opiniones sobre todos los problemas del movimiento obrero, incluso sobre los sindicales, de criticar las tácticas de los sindicatos y de hacerles propuestas concretas que aquellos, por su parte, son libres de aceptar o rechazar. El partido se esfuerza con la acción práctica en ganar la confianza de la clase obrera y, sobre todo, del sector organizado en los sindicatos”[17].
[1] Consultar: https://vientosur.info/una-nueva-epoca-historica/
[2] LENIN, V.I. El partido socialista y el revolucionarismo sin partido. In: LENIN, V.I. Obras completas. Tomo XII. Moscú: Editorial Progreso, 1982, pp. 135-143. Todos los subrayados, salvo indicación contraria, son nuestros.
[3] Ídem, p. 138.
[4] Ibídem
[5] Ídem, p. 139.
[6] Ibídem.
[7] Ídem, p. 140
[8] Ibídem.
[9] Ibídem.
[10] Ibídem.
[11] Ídem, p. 135
[12] Ídem, p.142.
[13] Ídem, p. 143
[14] Ídem, p. 142. Subrayado de Lenin.
[15] Ibídem.
[16] LENIN, V. I. Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista.
[17] TROTSKY, León. Una explicación necesaria a los sindicalistas comunistas. Disponible en: http://www.ceip.org.ar/Una-explicacion-necesaria-a-los-sindicalistas-comunistas. Consultado el 20/01/2024