La Comuna de París (1871): precursora de la Comuna de Petrogrado (1917)
Una masacre para borrar el ejemplo de los obreros parisinos
Es difícil encontrar, en los años que precedieron a la Comuna de París, masacres similares a aquella en la que la burguesía actuó con ferocidad después de la caída del primer gobierno obrero de la historia. Necesitaríamos volver en el tiempo, cuando seis mil esclavos del ejército de Espartaco fueron crucificados por Crasso en la Vía Apia para que sirviera de ejemplo a los que intentasen rebelarse contra Roma.
Por: Francesco Ricci
Nunca se sabrá cuántas fueron, precisamente, las víctimas. Sabemos, sin embargo, que sobre una población de cerca de dos millones de habitantes, al final faltaban cien mil. Se hicieron fosas y para acelerar el trabajo se usaron ametralladoras. Acabado el baño de sangre, la represión continuó con las persecuciones, los procesos, las deportaciones, y con años de calumnias. Toda la prensa burguesa internacional fue utilizada para presentar a los obreros parisinos como vándalos.
¿Por qué tanto ensañamiento? La respuesta la encontramos en una de las importantes cartas que Karl Marx escribió (aquella de abril de 1871, cuando la Comuna comenzaba) al doctor Kugelmann: “Cualquiera sea el éxito inmediato, un punto de partida de importancia histórica universal se ha conquistado”(1). La burguesía quería liquidar este “punto de importancia histórica”.
Los bolcheviques estudiaron y aprendieron mucho con la Comuna
Los bolcheviques, que se preparaban para una nueva revolución, estudiaron profundamente los acontecimientos de 1871. El estudio de La Comuna fue el centro de toda la preparación teórica de Lenin para Octubre. El “cuaderno azul” de citas de Marx y Engels sobre el Estado (que será publicado después de la revolución con el título El Estado y la Revolución), que será la base de las Cartas desde lejos con las cuales Lenin buscó orientar desde Suiza al grupo dirigente bolchevique, las Tesis de Abril y toda la batalla por “rearmar” el partido en los frenéticos meses de 1917: todo tuvo en el centro el ejemplo de la Comuna.
Como escribe Trotsky (en Lecciones de Octubre), sin el estudio de la Comuna “no hubiéramos conseguido dirigir la Revolución de Octubre”. Trotsky escribirá sobre la Comuna durante todo el curso de su vida: desde el fundamental “Las lecciones de la Comuna de París” (prefacio de 1921 a un libro de Talés) (2), en el cual desarrolla una comparación entre la Comuna de París, derrotada, y aquella de Petrogrado, victoriosa; hasta un capítulo entero de Terrorismo y comunismo (escrito durante la guerra civil para defender la dictadura del proletariado de la crítica “democrática” de Kautsky); y el espléndido Su moral y la nuestra (en el cual cita a la Comuna para defender la necesidad del “terror rojo” en la guerra civil rusa).
¿Por cuál escuela pasó el proletariado francés?
Para estudiar la Comuna, Lenin y Trotsky debieron combatir las falsificaciones que la burguesía, los reformistas y los anarquistas habían creado sobre el tema. Tuvieron que desmentir las visiones de la Comuna como un hecho “espontáneo” y casual. Un mito alimentado por la historiografía burguesa para intentar demostrar que se trataba de un evento que no se repetiría; pero también reforzado por la lectura de los anarquistas que pretendían, así, encontrar la confirmación de sus teorizaciones sobre la inutilidad de un partido de vanguardia.
En realidad, no hubo nada de casual ni de “espontáneo” en la Comuna.
Los obreros parisinos llegaron a 1871 con la experiencia de un siglo de revoluciones. En una rápida mirada a los datos históricos, recordaré algunos hechos. La Gran Revolución Francesa de finales de 1700, que expresó con el jacobinismo lo máximo que podía producir la sociedad burguesa para intentar anular las contradicciones de clase pero en la cual nace un primer programa proletario, expresado por los “rabiosos” de Roux y Leclerc, maestros de Babeuf: un movimiento –como dice Marx– que estaba sin embargo privado todavía de las bases sociales para crecer; la revolución de julio de 1830 –en la cual el proletariado tuvo una participación activa pero subalterna a la burguesía–, que ayuda a liberarse de Carlos X para implantar una monarquía constitucional (Luis Felipe de Orleáns); y, principalmente, la revolución de febrero de 1848, en la cual el proletariado ayuda a la burguesía a liberarse de Luis de Orleáns y cae en la trampa de participar –por primera vez en la historia– en un gobierno con la burguesía, con un ministro (Louis Blanc) que debería representar a los obreros pero que, en realidad –como sucede hoy cada vez que se constituye un gobierno “común” de las dos clases enemigas–, termina con el desarme de los obreros. Obreros que, finalmente, en junio de 1848 rompen su sometimiento a la burguesía y se lanzan contra ella con sus fusiles (pagando su falta de preparación con diez mil muertos). De las barricadas de 1848 surge la figura de Luis Bonaparte quien, con el nombre de Napoleón III gobernará Francia hasta la víspera de la Comuna(3).
Entonces, los obreros parisinos no llegaron “casualmente” a la revolución de 1871. Aprendieron con sus luchas la necesidad de la independencia de su clase de la burguesía. Sin embargo, desgraciadamente, el proletariado no aprende por sí solo. Necesita que su experiencia de lucha sea elaborada por aquella memoria permanente que es el partido revolucionario. Sin este partido, los obreros parisinos fueron nuevamente engañados por la burguesía al final de la guerra franco-prusiana.
La guerra franco-prusiana. Otra traición de la burguesía
No es este el espacio para profundizar el tema de la guerra franco-prusiana(4). Baste decir que la causa real de la guerra fue el intento de Napoleón III de salir de la crisis de su régimen con lo que esperaba fuese una rápida victoria, y la convicción de Bismarck de que su victoria facilitaría la unificación de Alemania (que estaba dividida en pequeños Estados) alrededor de Prusia. La Asociación Internacional de Trabajadores (de ahora en adelante, AIT o Primera Internacional) se pronunció contra la guerra y a favor de la confraternización del proletariado de los dos países. Al mismo tiempo, no fue “neutral” ante la guerra iniciada: la posición de Marx y Engels, por su parte, era que una victoria de Prusia facilitaría la unificación de la clase obrera alemana en una Alemania unida y abriría el camino para la República en Francia, liberando a la clase trabajadora del régimen opresivo de Napoleón III(5).
Sus previsiones se confirmaron: en pocas semanas, Francia fue derrotada y una revuelta popular proclamó la República. Pero los obreros confiaron en la burguesía, entregándole el gobierno (primero a Trochu, y, después del armisticio con los prusianos, en febrero de 1871 a Thiers). El primer acto del nuevo gobierno republicano de Thiers fue hacer un acuerdo con la burguesía alemana, descargando los costos de la guerra sobre la clase obrera.
Un obstáculo para la burguesía: París obrera y armada
Pero el complot de las burguesías francesa y alemana encontró en el camino un obstáculo gigantesco: los obreros parisinos armados. Existía en Francia una milicia, la Guardia Nacional, formada por trabajadores que, agrupados en batallones, periódicamente se dedicaban a ejercicios militares, pagados por el Estado. La Guardia Nacional era una vieja institución de la revolución de 1789 y había servido a la burguesía, desde junio de 1848, para reprimir a los obreros. Pero, en 1871 estaba compuesta casi exclusivamente por trabajadores y no por burgueses. Y desde la constitución de la República se había reorganizado en una Federación Republicana, con elección de sus oficiales por la tropa(6).
La clase obrera se había reforzado mucho desde los años 1860. Había crecido numéricamente y estaba concentrada en algunas fábricas: en las astilleros de París trabajaban setenta mil obreros, la fábrica metalúrgica Cail empleaba a tres mil trabajadores, y otras grandes concentraciones obreras estaban en Govin (producción de locomotoras), en la fábrica de armas del Louvre, y otras. Por lo tanto, eran trescientos mil obreros entrenados y armados que no estaban dispuestos a cumplir la voluntad de la burguesía.
El intento de Thiers de desarmar a la Guardia Nacional sacándole los cañones y las ametralladoras, abrió camino a la insurrección del 18 de marzo: con una confraternización entre la población del distrito de Montmartre (un papel importante, como en febrero de 1917 jugaron las mujeres, entre ellas la profesora Louise Michel) y los soldados. Al gobierno de la burguesía solo le restaba huir de París y refugiarse en la vecina Versalles, mientras el Comité Central, dirección de la Guardia Nacional, completaba la conquista del poder con la toma indolora del Hotel de Ville (como en 1917 en Rusia, donde la conquista del Palacio de Invierno fue solo el último acto de la revolución).
La clase obrera en el gobierno
Por primera vez en la historia, la clase obrera constituía “un gobierno de la clase obrera para la clase obrera” (Marx). Y descubría, por decirlo con las palabras que Brecht le hizo pronunciar a Galileo Galilei, que “no existe diferencia entre el cielo y la tierra, escribiendo en su diario: abolido el cielo”. Abolida la necesidad de la burguesía y de los gerentes de fábrica, los trabajadores pudieron dirigir las fábricas y el Estado, prescindiendo de esos parásitos. Gobernar no era más una cuestión reservada al “cielo” burgués.
Sin embargo, el Comité Central cree (erróneamente)(7) que su deber es ceder el poder a una Comuna electa y, por eso, indica nuevas elecciones para formar una asamblea de cerca de noventa miembros, en cuyo interior se constituyeron comités (delineados exactamente como los ministerios del gobierno nacional: Finanzas, Exterior, Educación, Trabajo, etc., demostración esta de que la Comuna aspiraba a gobernar toda Francia).
Ese gobierno, que unía los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, superando la división burguesa de los «tres poderes», duró solo algunas semanas. Sin embargo, su actividad fue tan intensa que se precisarían decenas de páginas solo para hacer una lista de sus actividades. La disolución de la policía y la sustitución del ejército permanente por la milicia obrera (Guardia Nacional), con la destrucción de la máquina estatal burguesa (la más grande lección de la Comuna, según Marx, y que le dio a Lenin el fundamento de todo el trabajo de los bolcheviques: los revolucionarios no se limitarían a “reformar” la máquina estatal burguesa, sino deberían destrozarla, destruirla y sustituirla por la dictadura del proletariado); la asistencia médica gratuita (con aborto libre y gratuito, cosa que aún hoy no es asumida por muchas repúblicas burguesas); la jubilación a los 55 años; la reforma de la escuela a partir de una enseñanza “politécnica”, que unía por primera vez aquello que la burguesía quería enseñar por separado a los hijos de la burguesía y a los hijos de los obreros: las materias “humanistas” y las “científicas” y “técnicas”; la separación del Estado de la Iglesia, con la supresión de los tributos al clero y la expulsión de la religión de la escuela; un inicio de requisiciones de las fábricas y la reorganización del trabajo obrero bajo control de los trabajadores, reunidos en asambleas para decidir qué y cómo producir; la requisición de casas deshabitadas y su asignación a los sin techo, etc.
Muchas de estas medidas, por el escaso tiempo que los obreros parisinos tenían a su disposición, quedaron solamente en las intenciones. Pero indican la voluntad de destruir completamente la sociedad burguesa fundando una nueva sociedad, creada por los obreros.
Significativo es el hecho de que en diez semanas de la Comuna se editaron al menos cien periódicos diarios. Las bibliotecas estaban abiertas de noche porque los obreros querían apropiarse de la cultura, de la cual habían sido alejados por tanto tiempo. Eran tantos los debates que no bastaban las salas para acogerlos (por eso las iglesias les fueron sacadas a los curas y fueron utilizadas para actividades más útiles que la oración). Esta experiencia grandiosa fue interrumpida por la entrada de las tropas del gobierno burgués (reconstruidas con la ayuda de Bismarck) que, el 28 de mayo de 1871, derribaron la última barricada erigida por los obreros. Una similar vivacidad cultural solo se reencontrará en la historia unos cincuenta años después, con la nueva época abierta por el gobierno obrero instaurado por la Revolución de Octubre.
Lecciones y errores de la Comuna en el análisis de Marx y Engels
Marx y Engels, que consideraron muy importante esa breve experiencia francesa para insertar su principal lección (la dictadura del proletariado en la “forma finalmente encontrada”) en todos los textos, no dejaron de hacer críticas, identificando los errores y límites, forjando una lección de estrategia y táctica que será de gran utilidad para los bolcheviques.
Criticaron los errores tácticos: no haber atacado el gobierno de Versalles; el ejercicio limitado del “terror rojo” contra los burgueses reaccionarios (los obreros parisinos fueron, según Engels, “excesivamente afables”). Criticaron los errores programáticos: no haber completado la expropiación de la burguesía, deteniéndose en las puertas del Banco Nacional.
Pero en la Comuna, Marx y Engels vieron una gran enseñanza: la necesidad del proletariado de luchar por la independencia de clase frente a la burguesía y sus gobiernos, como condición para conquistar, en la lucha de oposición, y después con la insurrección, el propio gobierno. Haber dejado de lado esta lección histórica es la base de toda la “teoría” del reformismo (continuada por el estalinismo con la participación en gobiernos de “frente popular” a partir de 1935).
Sobre la base de esta lección, Lenin “rearmará” el Partido Bolchevique con las Tesis de Abril, defendiendo la necesidad de no dar ningún apoyo al gobierno burgués (de “izquierda”) de Kerensky, como premisa previa para conquistar a la mayoría de los trabajadores políticamente activos, para derribar aquel gobierno y construir un gobierno obrero.
¿Fue realmente la primera dictadura del proletariado? La revisión de Trotsky
En el prefacio de 1891 de La guerra civil en Francia, Engels escribe: “Miren la Comuna de París. Esta fue la dictadura del proletariado».
En realidad, Engels enfatizaba polémicamente un concepto para atacar las tendencias revisionistas que ya se manifestaban en la socialdemocracia alemana. Sin embargo, Marx (incluso en La guerra civil en Francia) hablaba más precisamente de una “tendencia” en dirección a la dictadura del proletariado.
Trotsky desarrolló este análisis de Marx, haciendo aquello que Nahuel Moreno, justamente, había indicado como una “revisión” del análisis de Marx y Engels; obviamente una revisión en el sentido marxista, es decir, un desarrollo de la concepción marxista sobre sus bases(8).
Trotsky, en algunos escritos importantes de los años ’30, que Moreno cita(9), especifica dónde se encontraba esta “tendencia” o embrión de dictadura del proletariado: no en el Consejo de la Comuna (los 90 electos por “sufragio universal” en las elecciones realizadas por el Comité Central), sino en el Comité Central de la Guardia Nacional. ¿Por qué? Porque era en aquella estructura que solo incluía a quien se organizaba para la lucha –y no en una asamblea surgida de las elecciones, aun cuando hubieran sido elecciones muy particulares– que se podía ver el primer “soviet” de la historia. Moreno destacaba la importancia de este fragmento de Trotsky: “Cuando nosotros decimos Viva la Comuna, no nos referimos a la heroica insurrección ni a las instituciones de la Comuna, es decir, a la municipalidad democrática. Su elección fue, por otro lado, una estupidez (leer a Marx) y esta estupidez fue posible, de cualquier modo, solo luego de la conquista del poder por parte del Comité Central de la Guardia Nacional, que era el ‘comité de acción’ o el soviet en aquella circunstancia».
Pero, ¿por qué la dictadura era solo potencial? Porque también el “soviet” era solo embrionario. Es decir, porque lo que faltaba en este “soviet” para poder transformarse en el pilar de una real dictadura del proletariado era un partido marxista revolucionario. Trotsky escribe (ya en Las enseñanzas de la Comuna de París, de 1921): “El Comité Central de la Guardia Nacional tenía necesidad de ser dirigido”.
Aquí, la principal diferencia entre 1871 y 1917: en 1917 existía ese partido (el Partido Bolchevique) que, inicialmente minoritario, chocando con las direcciones reformistas (Socialistas Revolucionarios y Mencheviques), logrará la mayoría en el soviet, transformándolo de sostén del gobierno burgués (febrero) en la base del gobierno obrero (octubre). Lenin y Trotsky no exaltaron nunca el soviet en sí mismo: lo verán como estructura que puede servir a objetivos diversos, en función de sus direcciones. Por eso, sin contraponer el soviet al partido ni el partido a las masas (más bien Trotsky prefiere utilizar la eficaz metáfora del pistón-partido y el vapor-las masas: dos elementos que se complementan mutuamente), Trotsky individualiza el elemento central en el partido. Es el elemento central, así como en una bóveda hay una piedra que sostiene todas las otras (la “clave de bóveda”): no las sustituye, pero es la piedra más importante.
El partido es la clave de bóveda faltante en 1871
En París, en 1871, no había un partido como fue el bolchevique.
Marx era consciente de esta falta fundamental y es por eso que rápidamente después de la proclamación de la República (setiembre de 1870) sugiere a los obreros una actitud de oposición al gobierno burgués, pero no para derribarlo inmediatamente: “Utilicen con calma y resolución todas las posibilidades ofrecidas por la libertad republicana, para trabajar en su organización de clase. Esto les dará nuevas fuerzas hercúleas (…) para nuestro objetivo común, la emancipación del trabajo”. (10)
En París, en la sección francesa de la Internacional, existían diversas corrientes además de la marxista: proudhonistas, proudhonistas de izquierda (ligados a Bakunin). En la Comuna prevalecían las posiciones de blanquistas y neojacobinos.
Las tendencias del movimiento obrero en París de 1871
Estos nombres dicen poco al lector actual, porque son tendencias ya desaparecidas; y fue la propia experiencia práctica de la Comuna la que contribuyó a su disolución.
Los proudhonistas eran los seguidores de Proudhon (padre del anarquismo y de tantas otras variantes del reformismo que debemos tolerar hasta hoy), contra quienes Marx había chocado durante décadas, y con los cuales había polemizado ya en 1847 con La miseria de la filosofía. Proudhon ya había muerto en la época de la Comuna (murió en 1865), pero su tendencia todavía era muy fuerte en Francia y fuertes eran sus posiciones contra toda idea de centralismo y de dictadura. La esencia del proudhonismo consistía, según Marx, en creer poner remedio a los males del capitalismo para asegurar la sobrevivencia del capitalismo, aunque reformándolo.
Desde su ala izquierda se estaban desarrollando en Francia las posiciones anarquistas de los seguidores de Bakunin. Teorizaban como sujeto revolucionario a la “canalla” en lugar de la clase obrera, es decir, al subproletariado, y eran sostenedores de la “extinción” inmediata del Estado y adversarios de la dictadura del proletariado. Los bakuninistas sostenían la “abstención política” del proletariado y eran contrarios al concepto de un partido para la conquista del poder, se definían “antiautoritarios” y querían una Internacional federativa. Eran, en suma, exactamente lo opuesto de los marxistas.
Fuera de la Internacional existían además los neojacobinos, que reivindicaban las posiciones de Robespierre y de Marat y que chocaban, pero en otras ocasiones acordaban, con los blanquistas (que preferían referirse a otra figura de la revolución francesa, Hebert), es decir, los seguidores de Auguste Blanqui, definido por Marx como “cabeza y corazón del proletariado francés”, valiente revolucionario que pasó la mitad de su vida en cárceles (estaba preso incluso durante la Comuna) y que concebía la revolución como la insurrección de una elite de revolucionarios (siendo los obreros, según Blanqui, incapaces de liberarse culturalmente en el capitalismo). Según Engels (que incluso tenía estima por el gran revolucionario francés), Blanqui era “un revolucionario de una época precedente”, ligada al utopismo. Blanquistas y neojacobinos se acercaban más que los proudhonistas a la idea de “centralización” y de “dictadura” de los marxistas (aunque de una forma distorsionada, no sobre la base de la clase), pero subvalorando los aspectos “sociales” de la revolución que, a la inversa, los proudhonistas colocaban en primer lugar (aunque de manera distorsionada).
Resumiendo: las principales corrientes eran cinco: neojacobinos, blanquistas, proudhonistas (federativos), bakuninistas (colectivistas), marxistas. Pero se trata de una clasificación esquemática ya que los límites entre un grupo y el otro no eran claros, dado que frecuentemente formaban grupos transversales (no existiendo verdaderos partidos): en la Internacional había diversos blanquistas (aunque esta corriente no había adherido a la AIT), entre los blanquistas que no eran miembros de la Internacional, había algunos más cercanos a Marx que muchos proudhonistas que formaban parte de la AIT.
Existen varios estudios que han tratado de clasificar a los protagonistas de la Comuna. El más documentado es el de Charles Rihs (11) que contradice decenas de otros estudios. En realidad, no solo no tenemos (¡incluso hoy!) una documentación suficiente, pero el ejercicio de “etiquetar” los varios tipos de comuneros es en parte inútil, en tanto, como comentó Engels, la mayoría de las veces “los unos y los otros hicieron precisamente lo contrario de aquello que prescribía la doctrina de su escuela”.
Muchos dirigentes de la Comuna sacaron lecciones de su experiencia, acercándose al marxismo: diversos dirigentes blanquistas sostuvieron las posiciones de Marx en el Congreso de La Haya (12), en el cual la mayoría marxista expulsó de la Internacional a los anarquistas de Bakunin que se obstinaban, a pesar de la Comuna, en negar la necesidad de construir un partido centralizado de la clase obrera para la conquista del poder.
Pero, en aquellos meses, en Francia, los marxistas consecuentes se contaban con los dedos de la mano. Por eso, Marx envió a París a un obrero de la AIT cercano a él: Serraillier (13).
Desgraciadamente, faltó tiempo para construir un partido marxista, porque los tiempos de la crisis revolucionaria fueron decididos por la burguesía, que atacó en marzo, obligando a los obreros a defenderse para no ser desarmados y derrotados.
El rol de la Internacional y el rol de los marxistas
El 14 de mayo de 1872 se promulga la ley Dafaure, que prohíbe en Francia cualquier asociación internacional “que tenga como objetivo promover huelgas, la abolición del derecho de propiedad, de familia, de religión”.
El objetivo de la burguesía francesa era la AIT dirigida por Marx. Y a la AIT la burguesía le achacaba la “culpa” de haber organizado la Comuna.
¿Tuvo realmente ese rol la AIT? Engels lo resume así: “(…) la Comuna, desde el punto de vista intelectual, fue absolutamente hija de la Internacional, si bien esta no movió un dedo para hacerla (…) aunque sí fue, justamente, considerada responsable”(14).
¿Qué significa? ¿La Internacional “no movió un dedo”; sin embargo, fue “justamente considerada responsable”? La contradicción es solo aparente. Engels intenta decir que la Internacional, considerada como el Consejo General dirigido por Marx, tuvo una escasa posibilidad de dirección, no obstante, al mismo tiempo reconoce la importancia que la sección francesa y sus militantes tenían en la Comuna.
La historiografía (incluso marxista), en general se detiene solo en una parte de la afirmación de Engels (los marxistas eran débiles en París) y ha subvalorado ese reconocimiento de “paternidad” que Engels expresa aquí y en otros textos.
Los dirigentes marxistas ligados conscientemente a las posiciones de Marx (y de la mayoría de la AIT), eran poquísimos. Estaba en París Serraillier, un representante directo de la AIT, enviado, como vimos, por Marx. Sin embargo, este zapatero, honesto y fiel, no tenía una gran formación y no estaba preparado para analizar completamente la situación, como se desprende de los informes que enviaba al Consejo General de Londres. Otro de ellos, con el cual Marx pudo contar en París, era el dirigente obrero de origen húngaro, Leo Frankel. Y basta. Había algún otro marxista aislado, por ejemplo, la veinteañera Elisabeth Dmitrieff, militante de la AIT de origen ruso, alentada por Marx para a ir a París en marzo de 1871, y que se hará dirigente de la Unión de Mujeres. Sabemos, luego, que Marx intercambiaba correspondencia también con otro dirigente, Eugene Varlin (la más interesante figura de la Comuna) y que escribió varias cartas a Varlin, Serraillier y Frankel, enviadas a través de un comerciante alemán que viajaba entre Londres y París. Sin embargo, la mayoría de estas cartas se han perdido. Las pocas cartas que quedaron son, sin embargo, significativas. Frankel (encargado de dirigir la Comisión de Trabajo de la Comuna) escribe a Marx (el 25 de abril de 1871): “Estaría contento si Ud. pudiese, de algún modo, ayudarme con su consejo, porque actualmente estoy, por así decirlo, solo (…).” No tenemos la preciosa respuesta de Marx. Sin embargo, tenemos una carta de Marx, escrita el 13 de mayo de 1871, a Frankel y Varlin: “Por vuestra causa, he escrito una centena de cartas a todos los puntos de la tierra donde tenemos relaciones. (…) Me parece que la Comuna pierde mucho tiempo en pequeñeces y disputas personales. (…) Pero todo esto no importaría nada si se recuperase el tiempo perdido».
Pero, ¿por qué Engels reivindica la “paternidad” de la AIT sobre la Comuna? Porque, en realidad, la AIT en Francia había creado en los años 1860 una organización muy importante. Inicialmente dirigida por representantes proudhoinistas, había visto crecer a su interior a un grupo de jóvenes dirigentes obreros y, entre ellos, especialmente a Varlin, obrero encuadernador, autodidacta. En 1866, en París, la AIT tenía 600 afiliados; en los inicios de la Comuna tenía 70.000(15). Las otras federaciones, además de París, estaban en Marsella, Ruán, Lyon: es decir, los principales centros de lucha obrera de Francia. La AIT animó todas las luchas importantes y las huelgas de los años 1860, que fueron preparatorias de la Comuna.
El problema es que, habiendo muchos afiliados (aunque frecuentemente se trataba de afiliaciones colectivas), la Internacional no disponía de un partido estructurado; incluso faltaba un periódico. Pero no solo eso: la dirección de estos militantes, insertos en las principales luchas pero frecuentemente no organizados entre ellos, estaba compuesta por socialistas no marxistas.
Esto explica por qué Marx intentaba conquistar a Eugene Varlin, que se había transformado, de hecho, en el principal dirigente de la AIT. Se trataba de un militante de gran capacidad organizativa, que trataba de recuperar el tiempo perdido por los viejos dirigentes proudhonistas.
Varlin jugará un rol fundamental en la Comuna. Al ser “ministro” de la Comuna (primero de Finanzas y luego de Subsistencia), será elegido para el Comité Central de la Guardia Nacional (que guiará el 18 de marzo a ocupar la Plaza Vendôme); inspirará la sección de la AIT; dirigirá el trabajo de la Cámara Sindical; estará entre los principales dirigentes de un embrión de partido revolucionario, denominado Delegación de los Veinte Distritos (distritos son los cuarteles o “arrondissements” en los cuales está dividido París). Es significativo el hecho de que tres de estas organizaciones estaban ubicadas en el mismo lugar: el número 6 de la Plaza de la Corderie (en París, hoy renombrada como Rue de la Corderie), que era la sede de la Cámara Sindical, de la Delegación de los Veinte Distritos y de la sección francesa de la AIT. De lo que podemos entender de las actas de la dirección francesa de la AIT, el debate y la decisión, estaban muchas veces orientados por las intervenciones de Varlin(16). Y Varlin siempre fue apoyado por Frankel y Serraillier, ambos marxistas.
Pero Varlin no era marxista, era de origen proudhonista pero se orientaba cada vez más hacia la izquierda. Los historiadores expresan definiciones discordantes: hay quien lo define “proudhonista de izquierda”, quien dice que tenía relación con Bakunin (es el caso de Carr) y quienes (Nikolaevskij, y también Kaminski)(17) lo definen –equivocadamente– como “bakuninista”. En realidad, quien ha indagado más, el historiador Bruhat, ha conseguido cartas que prueban que Bakunin trató de reclutar a Varlin para su secta, contra Marx, pero no lo consiguió y se quedó muy decepcionado(18). Lo que es cierto es que durante la Comuna, Varlin expresó posiciones lejanas a las de Bakunin (Varlin ponía la organización de los obreros en el centro de la lucha, y no la conspiración de la “canalla”), y también estaba lejos de los proudhonistas, tanto que, siendo delegado de Finanzas se enfrentó con el dirigente proudhoniano Jourde, porque Varlin (como Marx) habría querido que los comuneros se apropiasen del Banco Nacional(19).
En suma, Varlin se comportó de manera algo diferente de lo que prescribe la doctrina no marxista de la cual provenía. Como hemos visto, muchos de los dirigentes de la Comuna que sobrevivieron a la masacre, se dispusieron a dar la batalla en la AIT junto con Marx, contra los anarquistas de Bakunin, en el Congreso de La Haya. Probablemente, Varlin habría hecho lo mismo, pero fue arrestado (por la denuncia de un cura) y fusilado en Montmartre el 28 de mayo de 1871, después de haber sustituido a Cluseret (muerto en las barricadas) como último comandante de la defensa obrera.
De cualquier modo, en 1871 los marxistas no disponían en París de un partido organizado. Fue la propia experiencia de la Comuna lo que permitió a Marx y Engels vencer la batalla contra los anarquistas de Bakunin en el congreso de La Haya de 1872. En este congreso, que expulsó a los anarquistas y decretó el cierre de la sede central de la AIT así como su traslado a Nueva York, iniciando, de hecho, la disolución de la Primera Internacional, estalla el “acuerdo ingenuo de todas las fracciones” (en expresión de Engels), sobre el cual estaba conformada la Internacional hasta ese momento. La Comuna demostró que era necesario construir partidos organizados e independientes de la burguesía, basados en el marxismo, es decir, sobre el programa de la dictadura del proletariado que había hecho su primera prueba en París. Como escribió Engels: “Yo creo que la próxima Internacional –luego que los libros de Marx hayan ejercido su influencia por algunos años– será puramente comunista y propagará directamente nuestros principios”(20). Los últimos años de vida de Marx y de Engels fueron dedicados a la propia construcción de esta Internacional “puramente comunista” y de sus partidos en cada país.
Debemos volver a estudiar la Comuna
Marx y Engels primero, Lenin y Trotsky después, estudiaron profundamente la Comuna. Desgraciadamente, dispusieron de una documentación escasa. La fuente principal de Marx está en las memorias de algunos miembros de la Comuna y, en particular, del libro de Lissagaray, que Marx incluso animó a escribir, y del cual solicitó y modificó en algunas partes la traducción al alemán (mientras, una hija de Marx, Eleanor, trabajó la edición en inglés)(21). Lissagaray era un óptimo periodista y participó en la defensa de la Comuna, pero su historia (publicada en Bélgica en 1876) refleja la formación no marxista del autor, un neojacobino(22). Lissagaray minimiza el rol de los dirigentes de la Internacional: dice que en la Comuna electa solo eran 13 (número equivocado), pero no dice, números aparte, que ellos desempeñaron papeles importantes. No solo eso: para desarrollar su polémica contra el proudhonismo, Lissagaray etiqueta como “proudhonista” a todos los dirigentes de la AIT mientras, como hemos visto con Varlin, frecuentemente expresaban posiciones lejanas del proudhonismo.
Lenin se basó en el libro de Lissagaray (una de las pocas fuentes disponibles en su tiempo), y Trotsky utilizó el libro del historiador Claude Talés, quien usa como única fuente a Lissagaray y, por esto, enfatiza el aspecto de “caos” de la Comuna y el peso del proudhonismo, sin individualizar el rol consciente (aunque insuficiente por no estar organizados en el partido) de tantos dirigentes revolucionarios y de los pocos cercanos a Marx.
Lenin y Trotsky queriendo (justamente) subrayar la causa principal de la derrota de la Comuna –es decir, la falta de un partido marxista– tendieron (equivocándose) a disminuir el rol de “siembra” que desarrolló la AIT en los años 1860 y, privados de documentación, no escribieron nada sobre el embrión de partido que se estaba construyendo en esos meses en París.
Este embrión de partido, en cuyo desarrollo jugaron un rol importante Varlin y Frankel, era la Delegación de los Veinte Distritos. Tanto Lissagaray como Talés le dedicaron muy pocas líneas. Sin embargo, los documentos encontrados por los historiadores a partir de 1960, provee hoy un marco muy distinto(23).
No tenemos aquí espacio para profundizar el tema, que amerita otro artículo. Baste decir que Lissagaray se equivoca dos veces: primero, sosteniendo que la Delegación (Comité Central Republicano de los Veinte Distritos) no estaba ligada a la AIT, mientras sabemos que sus principales dirigentes eran miembros de la AIT (cincos sobre siete, entre ellos Varlin); segundo, afirma que desapareció antes de que empezara la Comuna, mientras hoy tenemos las actas de las sesiones que tuvieron poco antes de la caída de la última barricada.
Del Estatuto de la Delegación(24) sabemos que para inscribirse eran necesarias tres condiciones: militancia, adhesión a los principios “socialistas revolucionarios”, pago de la cuota. El programa es la “destrucción revolucionaria” de la democracia parlamentaria burguesa, el reconocimiento “como único gobierno de la Comuna revolucionaria, emanado de las delegaciones de los grupos socialistas revolucionarios”.
Para la elección de la Asamblea Nacional (febrero de 1871), la Delegación presenta un programa y candidatos junto con la sección francesa de la AIT y la Cámara Federal de la Sociedad Obrera (¡Varlin era el alma de todas estas organizaciones!). El manifiesto electoral afirma que el objetivo es “la organización de una república que le devuelva las fábrica a los obreros”, realizando así “la libertad política a través de la igualdad social”.
Cierto es que la Delegación tenía en su interior varias corrientes en las cuales estaba dividido el movimiento obrero francés y no había el tiempo para desarrollarse: nace, inmediatamente después de la proclamación de la República, el 5 de setiembre de 1870, con una asamblea de 500 obreros parisinos (¡aquí estaba Varlin!). Pero en pocas semanas salieron las corrientes más moderadas, y sus documentos fueron, día a día, cercanos a una posición marxista.
Si, como esperaba Marx, los obreros hubiesen tenido tiempo para “trabajar en su organización de clase”, el curso de la historia hubiera sido diferente. No obstante, es hoy muy cierto que esta organización (cuya historia todavía tenemos indagar) y sus dirigentes, tuvieron un rol central en el desarrollo de la revolución.
Los documentos históricos de los cuales disponemos hoy confirman, indiscutiblemente, la tesis de fondo de Lenin y Trotsky: sin un partido marxista no existe la posibilidad de una revolución victoriosa, es decir, de que se desarrolle internacionalmente hacia el socialismo.
Lo que Lenin y Trotsky no sabían cuando escribieron sobre la Comuna es que el inicio de tal partido ya existía, y fue gracias a eso que la Comuna supo llegar tan adelante. Entonces, en 1871 la revolución fue fruto no de la “espontaneidad” sino de la organización de los revolucionarios. Sin embargo, dicha organización no tuvo el tiempo para consolidarse en partido marxista; por ello el Comité Central de la Guardia Nacional no fue un verdadero “soviet” y, por eso, la dictadura del proletariado fue en la Comuna solo una tendencia inacabada.
Fue estudiando los resultados y los errores de los valerosos obreros francés que los obreros rusos, dirigidos por el partido de Lenin y Trotsky, pudieron vencer en 1917. Fue el rugido de los cañones de la Comuna de París lo que abrió el camino a la Comuna de Petrogrado.
Notas
(*) Este artículo se publicó por primera vez en Marxismo Vivo n.° 16, 2007. Al revisarlo para esta nueva publicación, el autor ha realizado correcciones que hacen a una traducción más depurada.
(1) Carta de Marx a Kugelman, 17 de abril de 1871, en K. Marx, Lettere a Kugelmann [Cartas a Kugelmann], Editori Riuniti, 1976, p. 166.
(2) Claude Talés, La Commune de Paris, 1921, Ed. Spartacus, 1998.
(3) Para profundizar esta situación son fundamentales dos libros de Marx en los cual se emplea, magistralmente, el método materialista: Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 y El 18 brumario de Luis Bonaparte (existen ediciones en todas las lenguas, e incluso puede encontrarse en el sitio Marxists Internet Archive, www.marxists.org).
(4) Para conocer mejor el asunto, recomendamos la lectura de los tres textos de la AIT escritos por Marx y publicados en varias lenguas con el título La guerra civil en Francia. Muy interesantes son, incluso, los artículos de Engels (especialista en cuestiones militares) sobre la guerra, publicados en el diario de Londres The Pall Mall Gazette (en italiano, Notes sulla guerra franco-prussiana, Ed. Lotta Comunista, 1996) de los cuales Trotsky encargó su publicación en Rusia y los estudió cuando le fue confiada la dirección del Ejército Rojo.
(5) En la primera declaración de la AIT escrita por Marx (v. nota 4) se hace un llamado a los obreros alemanes para que no permitieran a Bismarck transformar la guerra en guerra de conquista. Cuando después en París nace la República, en la segunda declaración condena el objetivo expansionista del gobierno prusiano y hace un llamado a los obreros alemanes para que defiendan la República francesa junto a los obreros franceses.
(6) A fines de febrero de 1871, una asamblea de dos mil delegados de batallones de la Guardia Nacional aprueba la constitución de la Federación Republicana (solo pocos batallones, de cuarteles burgueses, quedaron fuera de esta estructura). El primer punto del programa fue la abolición del ejército permanente y su sustitución con la milicia de trabajadores. Es la proclamación de ruptura con el Estado burgués y la voluntad de disolver su “banda armada”, proclamándose como única fuerza armada.
(7) El error de la elección será subrayado por Marx en varios textos. Por ejemplo, en una carta a Liebknecht del 6 de abril de 1871 escribe: «(…) por no tener la actitud de usurpar el poder, han perdido un tiempo precioso en elegir la Comuna (…) mientras se necesitaba emplearlo para marchar sobre Versalles (…)”. Kautsky agita este juicio, tratando de usar la Comuna “democrática” contra la dictadura de los bolcheviques. Lenin y Trotsky le respondieron con dos “anti-Kautsky” demostrando que los obreros parisinos estaban en contra de la “legitimidad democrática” burguesa: las elecciones para la Comuna se hicieron, en efecto, con el sufragio universal pero, en los hechos, la burguesía ya había huido y los pocos burgueses elegidos fueron obligados a renunciar.
(8) Ver La dictadura revolucionaria del proletariado, texto escrito en 1978 por Nahuel Moreno en polémica con la revisión (en sentido negativo, en esta ocasión) hecha por Mandel.
(9) Se trata de artículos y cartas de Trotsky contenidas en el libro, publicado por Pathfinder Press (1977), The crisis of the french section (La crisis de la sección francesa). En realidad en este texto Trotsky trabaja con un concepto que ya había empezado a desarrollar en los años ’20 en Terrorismo y comunismo. Es en este libro (en el capítulo VI) que, por primera vez, habla del Comité Central de la Guardia Nacional como del “soviet de aquel período”. El mismo concepto está contenido en Historia de la Revolución Rusa: “La Guardia Nacional impulsaba a los obreros a una organización armada, casi análoga al tipo soviético, y una dirección política, representada por el CC de la Guardia Nacional misma” (p. 616 de la edición italiana, Mondadori, 1978).
(10) Ver la segunda declaración del Consejo General de la Internacional, escrita por Marx (9 de setiembre de 1870). Citada aquí de la edición italiana Newton Compton, 1978, p. 83.
(11) Charles Rihs, La Commune de Paris, sa structure et ses doctrines, [La Comuna de París, su estructura y sus doctrinas], Ed. Du Seuil, 1973. Según Rihs, entre los cerca de 90 elegidos, 40 eran neojacobinos (Delescluze, etc.); 15 eran blanquistas (Rigault, Protot, Flourens, los miemrbos de la AIT Duval y Vaillant, etc.); 23 eran miembros de la AIT (Frankel, Varlin, Vaillant, Malon, Serraillier, Longuet, etc.). En cambio, según un estudio de Jean Maitron (Hommes et femmes de la Commune [Hombres y mujeres de la Comuna, publicado en la revista La Commune, N.° 3, 1976) sobre 89 miembros del Consejo de la Comuna, 45 eran militantes de la AIT. Otros autores hablan de 30 miembros de la AIT: las cifras son distintas en cada estudio.
(12) Los blanquistas sobrevivientes de la masacre se refugiaron en Londres, reagrupándose alrededor de Emile Eudes, condenado a muerte en ausencia, en Versalles. Vaillant y otros entraron al Consejo General de la AIT, sosteniendo las posiciones de Marx contra Bakunin y Guillaume.
(13) Marx escribe a Engels sobre la misión que le ha encomendado a Serraillier, en una carta del 6 de setiembre de 1870 (VI volumen del Cartas de Marx-Engels, Edizioni Rinascita, 1953, pp. 146-147).
(14) Carta de Engels a Sorge, 12 de setiembre de 1874, en Marx y Engels, Lettere del 1874-1879 [Cartas de 1874-1879], Ed. Lotta Comunista, 2006, p. 35.
(15) Estos datos, basados sobre muchas fuentes, son citados en el libro de Rihs (v. nota 11).
(16) En el sitio: http://gallica.bnf.fr/ se encuentran decenas de libros sobre la Comuna para descargar gratuitamente (en francés). En particular, es importante Les séances officielles de l’Internationale à Paris pendant le siège et pendant la Commune (1872).
(17) Los libros citados son: E.H. Carr, Bakunin, The Macmillan Press, 1975; B. Nikolaevskij, Karl Marx, 1937, Ed. Einaudi, 1969; H. E. Kaminski, Bakunin, 1938, Ed. Graphos, 1999.
(18) Jean Bruhat, Eugene Varlin, Editeurs Français Réunis, 1975. Bruhat coloca pruebas del intento de Bakunin de hacer adherir a Varlin a su organización y, lo que fue una tentativa fallida, hacerle suscribir a Varlin un ataque contra Marx (pp. 146-147 de la biografía). Bruhat cita después una importante carta de Bakunin (del 7 de julio de 1870) en la cual el dirigente anarquista escribe: “(Varlin) es una excelente y útil figura, pero está lejos de ser absolutamente nuestro”.
(19) Habla de esto otro biógrafo (Paul Lejune, Eugène Varlin, Pratique militante e écrits d’un ouvrier communard –Eugéne Varlin. Práctica militante y escritos de un obrero de la Comuna, Ed. Maspero, 1977) que revela el desacuerdo entre Varlin y Jourde sobre cuestiones de la Banca. Interesante es, incluso, la biografía más reciente: Michele Cordillot, Eugene Varlin, chronique d’un espoir assassiné –Eugene Varlin, crónica de una esperanza asesinada, Les Editions Ouvrières, 1991.
(20) Engels, v. nota 14.
(21) V. Yvonne Kapp: Eleanor Marx Einaudi, 1977, vol. I, pp. 158-162.
(22) Para conocer la figura de Lissagaray, ver René Bidouze, Lissagaray, la plume et l’épée –Lissagaray, la pluma y la espada, Les Editions Ouvrières, 1991.
(23) Para profundizar el tema, es fundamental un libro editado en 1960: Jean Dautry y Lucien Scheler, Le Comité Central Républicain des vingt arrondissements de Paris –El Comité Central Republicano de los veinte distritos de París, Editions Sociales, 1960. Dautry es, incluso, autor con Bruhat y Tersen (todos, por supuesto, de orientación estalinista) del más documentado estudio sobre la Comuna: La Commune de 1871, Editions Sociales, 1970.
(24) Del libro de Dautry y Scheler (v. nota 23).