Lenin habla sobre la revolución
Desde 1914 Lenin estaba exilado en Suiza, donde desarrolló una importante actividad militante en el Partido Socialista Suizo, primero en Berna y después en Zurich.
El centro de su actividad tenía que ver con la guerra y su llamado a convertir la guerra imperialista en guerra civil contra la burguesía y los gobiernos d e todos los países beligerantes. Eran permanentes sus artículos, cartas, conferencias, denunciando a los oportunistas de la Socialdemocracia, que había roto con el socialismo al apoyar la guerra imperialista y debatiendo con los sectores que no se decidían a romper con los oportunistas “socialpatriotas” y que confiaban en que, sin romper con el capitalismo y el imperialismo se podía esperar una “paz democrática”. Sectores a los Lenin llamaba “socialpacifistas” y los que decía que: “quieren ser socialistas, pero que en realidad no son sino charlatanes burgueses”. Era el llamado “centro”, con Kaustky como máxima referencia, al que capitulaban diferentes dirigentes de la Segunda Internacional. Dirigentes a los que Lenin quiere ganar, no sólo para su política frente a la guerra, sino para la gran tarea planteada: la construcción de la Tercera Internacional.
Esa batalla contra el oportunismo, no la da Lenin solo a nivel de los dirigentes internacionales, sino que es parte de su permanente trabajo de construcción y formación entre los jóvenes obreros. Un ejemplo de eso lo da el artículo que publicamos a continuación.
Se trata de la transcripción del informe sobre la revolución rusa de 1905, que dio Lenin, el 22 de enero de 1917, en una reunión con jóvenes obreros suizos, en la Casa del Pueblo de Zurich. Con ese informe, además de dar un curso sobre la revolución, Lenin lleva a esos jóvenes obreros a sacar conclusiones sobre la actualidad, al comparar el similar papel que juegan el oportunismo reformista y el centrismo como obstáculos de la revolución.
Alicia Sagra
INFORME SOBRE LA REVOLUCION DE 1905
Jóvenes amigos y camaradas:
Hoy se cumple el duodécimo aniversario del “Domingo Sangriento”, considerado con plena razón como el comienzo de la revolución rusa.
Millares de obreros —gentes no socialdemócratas, sino creyentes, súbditos leales—, dirigidos por un sacerdote llamado Gapón, afluyen de todas las partes de la ciudad al centro de la capital, a la plaza del Palacio de Invierno, para entregar una petición al zar. Los obreros llevan iconos; su jefe de entonces, Gapón, se había dirigido al zar por escrito, garantizándole la seguridad personal y rogándole que se presentara ante el pueblo.
Se llama a las tropas. Ulanos y cosacos se lanzan sobre la multitud con el sable desenvainado, ametrallan a los inermes obreros que, puestos de rodillas, suplicaban a los cosacos que se les permitiera ver al zar. Según los partes policíacos, hubo más de mil muertos y de dos mil heridos. La indignación de los obreros era indescriptible.
Tal es, en sus rasgos más generales, el cuadro del 22 de enero de 1905, del “Domingo Sangriento”.
Para que comprendan mejor la significación histórica de este acontecimiento, voy a leer algunos pasajes de la petición que formulaban los obreros. La petición comienza con estas palabras:
“Nosotros, obreros, vecinos de Petersburgo, acudimos a Ti. Somos unos esclavos desgraciados y escarnecidos; el despotismo y la arbitrariedad nos abruman. Cuando se colmó nuestra paciencia, dejamos el trabajo y solicitamos de nuestros amos que nos diesen lo mínimo que la vida exige para no ser un martirio. Mas todo ha sido rechazado, tildado de ilegal por los fabricantes. Los miles y miles aquí, reunidos, igual que todo el pueblo ruso, carecemos en absoluto de derechos humanos. Por culpa de Tus funcionarios hemos sido reducidos a la condición de esclavos”.
La petición exponía las siguientes reivindicaciones: amnistía, libertades públicas, salario normal, entrega gradual de la tierra al pueblo, convocación de una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal, y terminaba con estas palabras:
“¡Majestad! ¡No niegues la ayuda a Tu pueblo! ¡Derriba el muro que se alza entre Ti y Tu pueblo! Dispón y júranoslo, que nuestros ruegos sean cumplidos, y harás la felicidad de Rusia; si no lo haces, estamos dispuestos a morir aquí mismo. Sólo tenemos dos caminos: la Libertad y la felicidad, o la tumba”.
Cuando leemos ahora esta petición de obreros sin instrucción, analfabetos, dirigidos por un sacerdote patriarcal, experimentamos un sentimiento extraño. Impónese el paralelo entre esa ingenua petición y las actuales resoluciones de paz de los socialpacifistas, es decir, de gentes que quieren ser socialistas, pero que en realidad no son sino charlatanes burgueses. Los obreros no conscientes de la Rusia prerrevolucionaria no sabían que el zar es el jefe de la clase dominante, de la clase de los grandes terratenientes, ligados ya por miles de vínculos a la gran burguesía y dispuestos a defender por toda clase de medios violentos su monopolio, sus privilegios y granjerias. Los socialpacifistas de hoy día, que —¡dicho sea sin chanzas! — quieren parecer personas “muy cultas”, no saben que esperar una paz “democrática” de los gobiernos burgueses que sostienen una guerra imperialista rapaz, es tan estúpido como la idea de que el sanguinario zar puede ser inclinado a las reformas democráticas mediante peticiones pacíficas.
A pesar de todo, la gran diferencia que media entre ellos estriba en que los socialpacifistas de hoy día son en gran medida hipócritas, que, mediante tímidas insinuaciones, tratan de apartar al pueblo de la lucha revolucionaria, mientras que los incultos obreros rusos de la Rusia prerrevolucionaria demostraron con hechos que eran hombres sinceros en los que por vez primera despertaba la conciencia política.
Y precisamente en ese despertar de la conciencia política y del deseo de lucha revolucionaria en inmensas masas populares, estriba la significación histórica del 22 de enero de 1905.
Dos días antes del “Domingo Sangriento”, el Sr. Piotr Struve, entonces jefe de los liberales rusos, director de un órgano ilegal libre editado en el extranjero, escribía: “En Rusia no hay todavía un pueblo revolucionario “. ¡Tan absurda le parecía a este “cultísimo”, presuntuoso y archinecio jefe de los reformistas burgueses la idea de que un país campesino analfabeto pueda engendrar un pueblo revolucionario! ¡Tan profundamente convencidos estaban los reformistas de entonces —como lo están los de ahora— de que una verdadera revolución era imposible!
Hasta el 22 de enero (el 9 según el viejo calendario) de 1905, el partido revolucionario de Rusia lo formaba un pequeño grupo de personas. Los reformistas de entonces (exactamente como los de ahora) se burlaban de nosotros tildándonos de “secta”. Varios centenares de organizadores revolucionarios, unos cuántos miles de afiliados a las organizaciones locales, media docena de hojas revolucionarias, que no salían arriba de una vez al mes, se editaban sobre todo en el extranjero y llegaban a Rusia de contrabando, después de vencer increíbles dificultades y a costa de muchos sacrificios: así eran en Rusia, antes del 22 de enero de 1905, los partidos revolucionarios y, en primer término, la socialdemocracia revolucionaria. Esta circunstancia autorizaba formalmente a los obtusos y altaneros reformistas a afirmar que en Rusia no había aún un pueblo revolucionario.
No obstante, el panorama cambió por completo en el curso de unos meses. Los centenares de socialdemócratas revolucionarios se transformaron “de pronto” en millares, los millares se convirtieron en jefes de dos o tres millones de proletarios. La lucha proletaria suscitó una gran efervescencia, que en parte fue movimiento revolucionario, en el seno de una masa campesina de cincuenta a cien millones de personas; el movimiento campesino repercutió en el ejército y provocó insurrecciones de soldados, choques armados de una parte del ejército con otra. Así pues, un país enorme, de 130.000.000 de habitantes, se lanzó a la revolución; así pues, la «Rusia aletargada se convirtió en la Rusia del proletariado revolucionario y del pueblo revolucionario.
Es necesario estudiar esta transición, comprender cómo se hizo posible, cuáles fueron, por así decirlo, sus métodos y caminos.
El medio principal de esta transición fue la huelga de masas. La peculiaridad de la revolución rusa estriba precisamente en que, por su contenido social, fue una revolución democrática burguesa, mientras que, por sus medios de lucha, fue una revolución proletaria. Fue democrática burguesa, puesto que el objetivo inmediato que se proponía, y que podía alcanzar directamente con sus propias fuerzas, era la república democrática, la jornada de 8 horas y la confiscación de los inmensos latifundios de la nobleza: medidas todas ellas que la revolución burguesa de Francia llevó casi plenamente a cabo en 1792 y 1793.
La revolución rusa fue a la vez revolución proletaria, no sólo por ser el proletariado su fuerza dirigente, la vanguardia del movimiento, sino también porque el medio específicamente proletario de lucha, la huelga, fue el medio principal para poner en movimiento a las masas y el fenómeno más característico del desarrollo, en oleadas crecientes, de los acontecimientos decisivos.
La revolución rusa es la primera gran revolución de la historia mundial —y, sin duda, no será la última— en que la huelga política de masas ha desempeñado un papel extraordinario. Se puede incluso afirmar que es imposible comprender los acontecimientos de la revolución rusa y la sucesión de sus formas políticas si no se estudia el fondo de esos acontecimientos y de esa sucesión de formas a través de la estadística de las huelgas.
Sé muy bien hasta qué punto los escuetos datos estadísticos están fuera del lugar en un informe oral y hasta qué punto son capaces de asustar a los oyentes. Sin embargo, no puedo dejar de citar algunos números redondos para que ustedes puedan apreciar la base objetiva real de todo el movimiento. Durante los diez años que precedieron a la revolución, el promedio anual de huelguistas en Rusia ascendió a 43.000. Por consiguiente, el número total de huelguistas durante el decenio anterior a la revolución fue de 430.000. En enero de 1905, en el primer mes de la revolución, el número de huelguistas llegó a 440.000. O sea, que ¡en un solo mes hubo más huelguistas que en todo el decenio precedente!
En ningún país capitalista del mundo, ni siquiera en los países más avanzados, como Inglaterra, Estados Unidos y Alemania, se ha visto un movimiento huelguístico tan grandioso como el de 1905 en Rusia. El número total de huelguistas ascendió a 2.800.000, es decir, ¡al doble del total de obreros fabriles! Ello, naturalmente, no quiere decir que los obreros fabriles urbanos de Rusia fueran más cultos, o más fuertes, o estuvieran más adaptados a la lucha que sus hermanos de Europa Occidental. Lo cierto es lo contrario.
Pero eso demuestra lo grande que puede ser la energía latente del proletariado. Eso indica que en la época revolucionaria —lo digo sin ninguna exageración, fundándome en los datos más exactos de la historia rusa—, el proletariado puede desarrollar una energía combativa cien veces mayor que en períodos corrientes de calma. Eso indica que la humanidad no conoció hasta 1905 lo inmensa, lo grandiosa que puede ser y será la tensión de fuerzas del proletariado cuando se trate de luchar por objetivos verdaderamente grandes, de luchar de un modo verdaderamente revolucionario.
La historia de la revolución rusa nos muestra que quien luchó con la mayor tenacidad y la mayor abnegación fue la vanguardia, fueron los elementos selectos de los obreros asalariados. Cuanto más grandes eran las fábricas, más porfiadas eran las huelgas, mayor era la frecuencia con que se repetían en un mismo año. Cuanto más grande era la ciudad, más importante era el papel del proletariado en la lucha. Las tres grandes ciudades, donde reside la población obrera más numerosa y más consciente — Petersburgo, Riga y Varsovia—, dan, con relación al número total de obreros, un porcentaje de huelguistas incomparablemente mayor que todas las demás ciudades, sin hablar ya del campo.
Los metalúrgicos son en Rusia —probablemente lo mismo que en otros países capitalistas— el destacamento de vanguardia del proletariado. Y a este respecto observamos el siguiente hecho instructivo: por cada 100 obreros fabriles hubo en 1905 en Rusia 160 huelguistas; mientras que a cada 100 metalúrgicos correspondían ese mismo año ¡320 huelguistas! Se ha calculado que cada obrero fabril ruso perdió en 1905, a consecuencia de las huelgas, un promedio de 10 rublos —unos 26 francos según la cotización de anteguerra—, dinero que, por así decirlo, entregó para la lucha. Pero si tomamos sólo a los metalúrgicos, obtendremos una cantidad ¡tres veces mayor! Delante iban los mejores elementos de la clase obrera, arrastrando tras de sí a los vacilantes, despertando a los dormidos y animando a los débiles.
Extraordinario por su peculiaridad fue el entrelazamiento de las huelgas económicas y políticas en el período de la revolución. Está fuera de toda duda que sólo la ligazón más estrecha entre estas dos formas de huelga fue lo que aseguró la gran fuerza del movimiento. Si las grandes masas de los explotados no hubieran visto ante sí ejemplos diarios de cómo los obreros asalariados de las diferentes ramas de la industria obligaban a los capitalistas a mejorar de un modo directo e inmediato su situación, no habría sido posible en modo alguno atraerlas al movimiento revolucionario. Gracias a esta lucha, un nuevo espíritu alentó al pueblo ruso en su conjunto. Y fue sólo entonces cuando la Rusia feudal, sumida en un sueño letárgico, la Rusia patriarcal, devota y sumisa, se despidió del Adán bíblico; sólo entonces tuvo el pueblo ruso una educación verdaderamente democrática, verdaderamente revolucionaria.
Cuando los señores burgueses y los socialistas reformistas, que les hacen coro sin sentido crítico, hablan con tanta petulancia de la “educación” de las masas, de ordinario entiende por educación algo escolar y pedantesco, algo que desmoraliza a las masas y les inocula los prejuicios burgueses.
La verdadera educación de las masas no puede ir nunca separada de la lucha política independiente y, sobre todo, de la lucha revolucionaria de las propias masas. Sólo la lucha educa a la clase explotada, sólo la lucha le descubre la magnitud de su fuerza, amplía sus horizontes, eleva su capacidad, aclara su inteligencia y forja su voluntad. Por eso, incluso los reaccionarios han tenido que reconocer que el año 1905, año de lucha, “año de locura”, enterró para siempre la Rusia patriarcal.
Examinemos más de cerca la proporción de obreros metalúrgicos y textiles durante las luchas huelguísticas de 1905 en Rusia. Los metalúrgicos son los proletarios mejor retribuidos, los más conscientes y más cultos. Los obreros textiles, cuyo número, en la Rusia de 1905, sobrepasaba en más de un 150% el de los metalúrgicos, representan a las masas más atrasadas y peor retribuidas, a unas masas que con frecuencia no han roto aún definitivamente sus vínculos familiares con el campo. Y a este respecto nos encontramos con la siguiente importantísima circunstancia.
Las huelgas sostenidas por los metalúrgicos durante todo el año 1905 nos dan un mayor número de acciones políticas que económicas, aunque ese predominio dista mucho de ser tan grande a principios como a finales de año. Al contrario, entre los obreros textiles observamos a comienzos de 1905 un formidable predominio de las huelgas económicas, que tan sólo a fines de año es sustituido por el predominio de las huelgas políticas. De ahí se deduce con toda claridad que sólo la lucha económica, que sólo la lucha por un mejoramiento directo e inmediato de su situación es capaz de poner en movimiento a las capas más atrasadas de las masas explotadas, de educarlas verdaderamente y de convertirlas —en una época de revolución—, en el curso de pocos meses, en un ejército de luchadores políticos.
Cierto, para eso era necesario que el destacamento de vanguardia de los obreros no entendiera por lucha de clases la lucha por los intereses de una pequeña capa superior, como con harta frecuencia han tratado de hacer creer a los obreros los reformistas, sino que los proletarios actuaran realmente como vanguardia de la mayoría de los explotados, incorporaran esa mayoría a la lucha, como ocurrió en Rusia en 1905 y como deberá suceder y sucederá sin duda alguna en la futura revolución proletaria en Europa.
El comienzo de 1905 trajo la primera gran ola del movimiento huelguístico que se extendió por todo el país. En la primavera de ese mismo año observamos ya el despertar del primer gran movimiento campesino, no sólo económico, sino también político, habido en Rusia. Para comprender la importancia de ese hecho, que representa un viraje en la historia, hay que recordar que los campesinos no se emanciparon en Rusia de la más penosa dependencia feudal hasta 1861, que los campesinos son en su mayoría analfabetos, que viven en una miseria indescriptible, abrumados por los terratenientes, embrutecidos por los curas y aislados unos de otros por enormes distancias y por la falta casi absoluta de caminos.
Rusia vio por primera vez un movimiento revolucionario contra el zarismo en 1825, pero ese movimiento fue casi exclusivamente cosa de la nobleza. Desde entonces y hasta 1881, año en que Alejandro II es muerto por los terroristas, se encontraron al frente del movimiento intelectuales salidos de las capas medias, quienes dieron pruebas del más grande espíritu de sacrificio, suscitando con su heroico método terrorista de lucha el asombro del mundo entero. Es indudable que estas víctimas no cayeron en vano, es indudable que contribuyeron —directa o indirectamente— a la educación revolucionaria del pueblo ruso en años posteriores. Sin embargo, no alcanzaron ni podían alcanzar su objetivo inmediato: despertar la revolución popular.
Esto lo consiguió sólo la lucha revolucionaria del proletariado. Sólo la oleada de huelgas de masas, extendida por todo el país a consecuencia de las duras lecciones de la guerra imperialista ruso-japonesa, despertó a las grandes masas campesinas de su sueño letárgico. La palabra “huelguista” adquirió para los campesinos un sentido completamente nuevo, viniendo a ser algo así como rebelde o revolucionario, conceptos que antes se expresaban con la palabra “estudiante”. Pero como el “estudiante” pertenecía a las capas medias, a la “gente de letras”, a los “señores”, era extraño al pueblo. El “huelguista “, por el contrario, había salido del pueblo, él mismo figuraba entre los explotados. Cuando lo desterraban de Petersburgo, muy a menudo retomaba al campo y hablaba a sus compañeros de la aldea del incendio que envolvía a las ciudades y que debía eliminar a los capitalistas y a los nobles. En la aldea rusa apareció un tipo nuevo: el joven campesino consciente. Este mantenía relaciones con los “huelguistas “, leía periódicos, refería a los campesinos los acontecimientos que se producían en las ciudades, explicaba a sus compañeros del lugar la significación de las reivindicaciones políticas y los llamaba a la lucha contra los grandes terratenientes-nobles, contra los curas y los funcionarios.
Los campesinos se reunían en grupos, hablaban de su situación y poco a poco se iban incorporando a la lucha: lanzábanse en masa contra los grandes terratenientes, prendían fuego a sus palacios y fincas o se incautaban de sus reservas, se apropiaban del trigo y de otros víveres, mataban a los policías y exigían que se entregara al pueblo la tierra de las inmensas posesiones de la nobleza.
En la primavera de 1905 el movimiento campesino estaba aún en germen y abarcaba sólo una pequeña parte de los distritos, la séptima parte aproximadamente.
Pero la unión de la huelga proletaria de masas en las ciudades con el movimiento campesino en las aldeas fue suficiente para tambalear el último y más “firme” sostén del zarismo. Me refiero al ejército.
Comienza un período de insurrecciones militares en la marina y en el ejército. Cada ascenso en la oleada del movimiento huelguístico y campesino durante la revolución va acompañado de insurrecciones de soldados en toda Rusia. La más conocida de ellas es la insurrección del acorazado Príncipe Potemkin, de la Flota del Mar Negro. Este buque, que cayó en manos de los sublevados, tomó parte en la revolución en Odesa, y después de la derrota de la revolución y tras algunas tentativas infructuosas de apoderarse de otros puertos (por ejemplo, de Feodosia, en Crimea), se entregó a las autoridades rumanas en Constantza.
A fin de proporcionarles un cuadro concreto de los acontecimientos en su punto culminante, me permitirán que les lea un pequeño episodio de esa insurrección de la Flota del Mar Negro:
“Se celebraban reuniones de obreros y marinos revolucionarios, que eran cada vez más frecuentes. Como a los militares les estaba prohibido asistir a los mítines obreros, masas de obreros comenzaron a frecuentar los mítines militares. Se reunían miles de personas. La idea de actuar conjuntamente tuvo un vivo eco. En las compañías más conscientes se eligieron delegados.
“El mando militar decidió entonces tomar medidas. Los intentos de algunos oficiales de pronunciar en los mítines discursos ‘patrióticos’ daban los resultados más deplorables: los marinos, acostumbrados a la controversia, ponían en vergonzosa fuga a sus jefes. En vista de tales fracasos, se decidió prohibir toda clase de mítines. El 24 de noviembre de 1905, por la mañana, junto a las puertas de los cuarteles de la marina montó guardia una compañía con dotación de campaña. El contralmirante Pisarevski ordenó en voz alta: ‘¡Que nadie salga de los cuarteles! En caso de desobediencia, abrid fuego’. De la compañía que acababa de recibir esta orden se destacó el marinero Petrov, cargó su fusil a los ojos de todos y mató de un disparo al capitán ayudante Shtein, del regimiento de Bialystok, hiriendo del segundo disparo al contralmirante Pisarevski. Se oyó la voz de mando de un oficial: ‘¡Arrestadlo!’ Nadie se movió del sitio. Petrov arrojó su fusil al suelo. ‘¿No oísteis la orden? ¡Detenedme!’ Fue arrestado. Los marineros, que afluían de todas partes, exigieron en forma ruidosa que fuera puesto en libertad, declarando que respondían por él. La efervescencia llegó a su apogeo.
— Petrov, ¿no es cierto que el disparo se ha producido casualmente? —preguntó el oficial, buscando salida a la situación.
“— ¿Por qué casualmente? He salido de filas, he cargado el fusil y he apuntado, ¿qué tiene eso de casual?
Los marineros exigen tu libertad…
“Y Petrov fue puesto en libertad. Pero los marineros no se dieron por satisfechos: arrestaron a todos los oficiales de guardia, los desarmaron y los condujeron a las oficinas… Los delegados de los marineros — unos cuarenta— deliberaron durante toda la noche, decidiendo poner en libertad a los oficiales, prohibiéndoles en adelante la entrada en los cuarteles…”
Esta pequeña escena muestra muy a lo vivo cómo transcurrieron en su mayoría las insurrecciones militares. La efervescencia revolucionaria reinante en el pueblo no podía dejar de extenderse al ejército. Es característico que los jefes del movimiento surgieran de los elementos de la marina y del ejército que antes habían sido principalmente obreros industriales y para los cuales se exigía una mayor preparación técnica, como, digamos, los zapadores. Pero las grandes masas eran todavía demasiado ingenuas, tenían un espíritu demasiado pacífico, demasiado benévolo, demasiado cristiano. Se inflamaban con bastante facilidad; cualquier injusticia, el trato demasiado grosero de los oficiales, la mala comida y otras cosas por el estilo podían provocar su indignación. Pero faltaba firmeza, faltaba una conciencia clara de su misión: no alcanzaban a comprender suficientemente que la única garantía del triunfo de la revolución sólo es la más enérgica continuación de la lucha armada, la victoria sobre todas las autoridades militares y civiles, el derrocamiento del Gobierno y la conquista del poder en todo el país.
Las grandes masas de marinos y soldados se rebelaban con facilidad. Pero con esa misma facilidad incurrían en la ingenua estupidez de poner en libertad a los oficiales presos, se dejaban apaciguar por las promesas y exhortaciones de sus mandos; esto daba a los mandos un tiempo precioso, les permitía recibir refuerzos y derrotar a los insurrectos, entregándose después a la más cruel represión y ejecutando a los jefes.
Ofrece particular interés comparar las insurrecciones militares de 1905 en Rusia con la insurrección militar de los decembristas en 1825, cuando la dirección del movimiento político se encontraba casi exclusivamente en manos de oficiales, de oficiales nobles, que se habían contagiado de las ideas democráticas de Europa al entrar en contacto con ellas durante las guerras napoleónicas. La tropa, formada entonces aún por campesinos siervos, permanecía pasiva.
La historia de 1905 nos ofrece un cuadro diametralmente opuesto. Los oficiales, salvo raras excepciones, estaban influenciados por un espíritu liberal burgués, reformista, o eran abiertamente contrarrevolucionarios. Los obreros y campesinos vestidos de uniforme militar fueron el alma de las insurrecciones; el movimiento se hizo popular. Por primera vez en la historia de Rusia abarcó a la mayoría de los explotados. Lo que a este movimiento le faltó fue, de una parte, firmeza y resolución en las masas, que adolecían de un exceso de confianza; de otra parte, faltó la organización de los obreros revolucionarios socialdemócratas que se hallaban bajo las armas: no supieron tomar la dirección en sus manos, ponerse a la cabeza del ejército revolucionario y pasar a la ofensiva contra el poder gubernamental.
Señalaremos de pasada que esos dos defectos serán eliminados —infaliblemente, aunque tal vez más despacio de lo que nosotros desearíamos— no sólo por el desarrollo general del capitalismo, sino también por la guerra actual…
En todo caso, la historia de la revolución rusa, lo mismo que la historia de la Comuna de París de 1871, nos ofrece la enseñanza irrefutable de que el militarismo jamás ni en caso alguno puede ser derrotado y eliminado por otro método que no sea la lucha victoriosa de una parte del ejército popular contra otra parte. No basta con fulminar, maldecir y “negar” el militarismo, criticarlo y demostrar su nocividad; es estúpido negarse pacíficamente a prestar el servicio militar. La tarea consiste en mantener en tensión la conciencia revolucionaria del proletariado, y preparar no sólo en general, sino concretamente a sus mejores elementos para que, llegado un momento de profundísima efervescencia del pueblo, se pongan al frente del ejército revolucionario.
Así nos lo enseña también la experiencia diaria de cualquier Estado capitalista. Cada una de sus “pequeñas” crisis nos muestra en miniatura elementos y gérmenes de los combates que habrán de repetirse ineluctablemente a gran escala en un período de gran crisis. ¿Y qué es, por ejemplo, cualquier huelga sino una pequeña crisis de la sociedad capitalista? ¿No tenía, acaso, razón el ministro prusiano del Interior, señor von Puttkamer, al pronunciar la conocida sentencia de que “en cada huelga se oculta la hidra de la revolución”? ¿Es que la utilización de los soldados durante las huelgas, incluso en los países capitalistas más pacíficos, más “democráticos” —con perdón sea dicho—, no nos indica cómo van a ser las cosas cuando se produzcan crisis verdaderamente grandes?
Pero volvamos a la historia de la revolución rusa.
He tratado de mostrarles cómo las huelgas obreras sacudieron el país entero y a las capas explotadas más grandes y más atrasadas, cómo se inició el movimiento campesino y cómo fue acompañado de insurrecciones militares.
El movimiento alcanzó su apogeo en el otoño de 1905. El 19 de agosto apareció el Manifiesto del zar sobre la institución de una asamblea representativa. ¡La llamada Duma de Buliguin debía ser fruto de una ley que concedía derecho electoral a un número irrisorio de personas y no reservaba a este original “parlamento” atribución legislativa alguna, reconociéndole únicamente funciones consultivas!
La burguesía, los liberales y los oportunistas estaban dispuestos a aferrarse con ambas manos a esta “dádiva” del asustado zar. Nuestros reformistas de 1905 eran incapaces de comprender —al igual que todos los reformistas— que hay situaciones históricas en las cuales las reformas, y en particular las promesas de reformas, persiguen exclusivamente un fin: contener la efervescencia del pueblo, obligar a la clase revolucionaria a terminar o por lo menos a debilitar la lucha.
La socialdemocracia revolucionaria de Rusia comprendió mu y bien el verdadero carácter de esta concesión, de esta dádiva de una Constitución fantasma hecha en agosto de 1905. Por eso, sin perder un instante, lanzó las consignas de ¡Abajo la Duma consultiva! ¡Boicot a la Duma! ¡Abajo el Gobierno zarista! ¡Continuación de la lucha revolucionaria para derrocar al Gobierno! ¡No es el zar, sino un gobierno provisional revolucionario quien debe convocar la primera institución representativa auténticamente popular de Rusia!
La historia demostró la razón que asistía a los socialdemócratas revolucionarios, pues la Duma de Buliguin nunca llegó a reunirse. Fue barrida por el vendaval revolucionario antes de reunirse. Ese vendaval obligó al zar a decretar una nueva le y electoral, que ampliaba considerablemente-el censo, y a reconocer el carácter legislativo de la Duma.
Octubre y diciembre de 1905 son los meses que marcan el punto culminante en el ascenso de la revolución rusa. Todos los manantiales de la energía revolucionaria del pueblo se abrieron mucho más ampliamente que antes. El número de huelguistas, que, cómo ya he dicho, había alcanzado en enero de 1905 la cifra de 440.000, en octubre de 1905 pasó del medio millón (¡fíjense, sólo en un mes!). Pero a ese número, que comprende únicamente a los obreros fabriles, hay que agregar aún varios cientos de miles de obreros ferroviarios, empleados de Correos y Telégrafos, etc.
La huelga general de ferroviarios interrumpió en toda Rusia el tráfico y paralizó del modo más rotundo las fuerzas del Gobierno. Abriéronse las puertas de las universidades, y las aulas —destinadas exclusivamente en tiempos pacíficos a embrutecer a los jóvenes cerebros con la sabiduría académica de doctos catedráticos y a convertirlos en mansos criados de la burguesía y del zarismo— se transformaron en lugar de reunión de miles y miles de obreros, artesanos y empleados, que discutían abierta y libremente los problemas políticos.
Se conquistó la libertad de prensa. La censura fue simplemente eliminada. Ningún editor se atrevía a presentar a las autoridades el ejemplar obligatorio, ni las autoridades se atrevían a adoptar medida alguna contra ello. Por primera vez en la historia de Rusia aparecieron libremente en Petersburgo y en otras ciudades periódicos revolucionarios. Sólo en Petersburgo se publicaban tres diarios socialdemócratas con una tirada de 50.000 a 100.000 ejemplares.
El proletariado marchaba a la cabeza del movimiento. Su objetivo era conquistar la jomada de 8 horas por vía revolucionaria. La consigna de lucha del proletariado de Petersburgo era: “¡Jomada de 8 horas y armas!” Para una masa cada vez mayor de obreros se hizo evidente que la suerte de la revolución podía decidirse, y que en efecto se decidiría, sólo por la lucha armada.
En el fragor de la lucha se formó una organización de masas original: los célebres Soviets de Diputados Obreros, asambleas de delegados de todas las fábricas. Estos Soviets de Diputados Obreros comenzaron a desempeñar, cada vez más, en algunas ciudades de Rusia, el papel de gobierno provisional revolucionario, el papel de órganos y de dirigentes de las insurrecciones. Se hicieron tentativas de organizar Soviets de Diputados Soldados y Marineros y de unificarlos con los Soviets de Diputados Obreros.
Ciertas ciudades de Rusia vivieron en aquellos días un período de pequeñas “repúblicas” locales, donde las autoridades habían sido destituidas y el Soviet de Diputados Obreros desempeñaba realmente la función de nuevo poder público. Esos períodos fueron, por desgracia, demasiado breves, las “victorias” fueron demasiado débiles, demasiado aisladas.
El movimiento campesino alcanzó en el otoño de 1905 proporciones aún mayores. Los llamados “desórdenes campesinos” y las verdaderas insurrecciones campesinas afectaron entonces a mis de un tercio de todos los distritos del país. Los campesinos prendieron fuego a unas 2.000 fincas de terratenientes y se repartieron los medios de subsistencia robados al pueblo por los rapaces nobles.
Por desgracia, ¡esta labor se hizo demasiado poco a fondo! Desgraciadamente, los campesinos sólo destruyeron entonces la quinzava parte del número total de fincas de los nobles, sólo la quinzava parte de lo que hubieran debido destruir para barrer del suelo ruso, de una vez para siempre, esa vergüenza del latifundio feudal. Por desgracia, los campesinos actuaron demasiado dispersos, demasiado desorganizadamente y con insuficiente brío en la ofensiva, siendo ésta una de las causas fundamentales de la derrota de la revolución.
Entre los pueblos oprimidos de Rusia estalló un movimiento de liberación nacional. Más de la mitad, casi las tres quintas partes (exactamente: el 57%) de la población de Rusia sufre opresión nacional, no goza siquiera de libertad para expresarse en su lengua materna y es rusificada a la fuerza. Los musulmanes, por ejemplo, que en Rusia son decenas de millones, organizaron entonces, con una rapidez asombrosa —se vivía en general una época de crecimiento gigantesco de las diferentes organizaciones—, una liga musulmana.
Para dar a los aquí reunidos, y en particular a los jóvenes, una muestra de cómo, bajo la influencia del movimiento obrero, crecía el movimiento de liberación nacional en la Rusia de aquel entonces, citaré un pequeño ejemplo.
En diciembre de 1905, los muchachos polacos quemaron en centenares de escuelas todos los libros y cuadros rusos y los retratos del zar, apalearon y expulsaron de las escuelas a los maestros rusos y a sus condiscípulos rusos al grito de “¡Fuera de aquí, a Rusia!” Los alumnos polacos de los centros de segunda enseñanza presentaron, entre otras, las siguientes reivindicaciones: “1) todas las escuelas de enseñanza secundaria deben pasar a depender del Soviet de Diputados Obreros; 2) celebración de reuniones conjuntas de estudiantes y obreros en los edificios escolares; 3) autorización para llevar en los liceos blusas rojas en señal de adhesión a la futura república proletaria”, etc.
Cuanto más ascendía la oleada del movimiento, tanto mayores eran la energía y el ánimo con que se armaban las fuerzas reaccionarias para luchar contra la revolución. La revolución rusa de 1905 justificó las palabras escritas por Kautsky en 1902 (cuando, por cierto, todavía era marxista revolucionario, y no como ahora, defensor de los socialpatriotas y oportunistas) en su libro La revolución social. He aquí lo que decía Kautsky:
“…La futura revolución… se parecerá menos a una insurrección por sorpresa contra el gobierno que a una guerra civil prolongada “.
¡Así sucedió! ¡Indudablemente, así sucederá también én la futura revolución europea!
El zarismo descargó su odio sobre todo contra los hebreos. De una parte, estos daban un porcentaje especialmente elevado de dirigentes del movimiento revolucionario (considerando el total de la población hebrea). Hoy, por cierto, los hebreos tienen también el mérito de dar un porcentaje relativamente elevado, en comparación con otros pueblos, de componentes de la corriente internacionalista. De otro lado, el zarismo supo aprovechar muy bien los abominables prejuicios de las capas más ignorantes de la población contra los hebreos. Así se produjeron los pogromos apoyados en la mayoría de los casos por la policía cuando no dirigidos por ella de manera inmediata, esos monstruosos apaleamientos de hebreos pacíficos, de sus esposas y sus hijos —en 100 ciudades se registraron durante ese período más de 4.000 muertos y más de 10.000 mutilados—, que han provocado la repulsa de todo el mundo civilizado. Me refiero, naturalmente, a la repulsa de los verdaderos elementos democráticos del mundo civilizado, que son exclusivamente los obreros socialistas, los proletarios.
La burguesía, incluso la burguesía de los países más libres, incluso de las repúblicas de Europa Occidental, sabe combinar magníficamente sus frases hipócritas acerca de las “ferocidades rusas” con los negocios más desvergonzados, especialmente con el apoyo financiero al zarismo y con la explotación imperialista de Rusia mediante la exportación de capitales, etc.
La revolución de 1905 alcanzó su punto culminante con la insurrección de diciembre en Moscú. Un pequeño número de insurrectos, obreros organizados y armados —no serían más de ocho mil—, ofrecieron resistencia durante nueve días al Gobierno zarista, que no sólo llegó a perder la confianza en la guarnición de Moscú, sino que se vio obligado a mantenerla rigurosamente acuartelada; únicamente la llegada del regimiento Semiónovski de Petersburgo permitió al Gobierno sofocar la insurrección.
A la burguesía le gusta escarnecer y motejar de artificiosa la insurrección de Moscú. Por ejemplo, el señor catedrático Max Weber, representante de la llamada literatura “científica” alemana, en su voluminosa obra sobre el desarrollo político de Rusia, la tildó de “putsch”. “El grupo leninista —escribe este “archierudito” señor catedrático— y una parte de los socialistas revolucionarios hacía ya tiempo que venían preparando esta descabellada insurrección.”
Para apreciar lo que vale esta sabiduría académica de la cobarde burguesía, basta con refrescar en la memoria las cifras escuetas de la estadística de huelgas. Las huelgas puramente políticas de enero de 1905 en Rusia abarcaron sólo a 123.000 hombres; en octubre fueron 330.000; el número de participantes en huelgas puramente políticas llegó al máximo en diciembre, alcanzando la cifra de 370.000 ¡en el curso de un solo mes! Recordemos el incremento de la revolución, las insurrecciones de campesinos y soldados, y al instante nos convenceremos de que el juicio de la “ciencia” burguesa sobre la insurrección de diciembre, además de ser un absurdo, constituye un subterfugio verbalista de los representantes de la cobarde burguesía, que ve en el proletariado a su más peligroso enemigo de clase.
En realidad, todo el desarrollo de la revolución rusa impulsaba de modo inevitable a la lucha armada decisiva entre el Gobierno zarista y la vanguardia del proletariado con conciencia de clase.
En las consideraciones antes expuestas, he indicado ya en qué consistió la debilidad de la revolución rusa, debilidad que condujo a su derrota temporal.
Al ser aplastada la insurrección de diciembre se inicia la línea descendiente de la revolución. En este período hay también aspectos extraordinariamente interesantes; basta recordar el doble intento de los elementos más combativos de la clase obrera para poner fin al repliegue de la revolución y preparar una nueva ofensiva.
Pero he agotado casi el tiempo de que dispongo, y no quiero abusar de la paciencia de mis oyentes. Creo haber esbozado ya, en la medida en que es posible hacerlo tratándose de un breve informe y de un tema tan amplio, lo más importante para comprender la revolución rusa: su carácter de clase, sus fuerzas motrices y sus medios de lucha.
Me limitaré a unas breves observaciones más en cuanto a la significación mundial de la revolución rusa.
Desde el punto de vista geográfico, económico e histórico, Rusia no pertenece sólo a Europa, sino también a Asia. Por eso vemos que la revolución rusa no se ha limitado a despertar definitivamente de su sueño al país más grande y más atrasado de Europa y a forjar un pueblo revolucionario dirigido por un proletariado revolucionario.
Ha conseguido más. La revolución rusa ha puesto en movimiento a toda Asía. Las revoluciones de Turquía, Persia y China demuestran que la potente insurrección de 1905 ha dejado huellas profundas y que su influencia, puesta de manifiesto en el movimiento progresivo de cientos y cientos de millones de personas, es inextirpable.
La revolución rusa ha ejercido también una influencia indirecta en los países de Occidente. No debemos olvidar que la noticia del Manifiesto constitucional del zar, en cuanto llegó a Viena el 30 de octubre de 1905, contribuyó decisivamente a la victoria definitiva del sufragio universal en Austria.
Durante una de las sesiones del Congreso de la socialdemocracia austríaca, cuando el camarada Ellenbogen —que entonces no era aún socialpatriota, que entonces era un camarada— hacía su informe sobre la huelga política, fue colocado ante él el telegrama. Los debates se suspendieron inmediatamente. ¡Nuestro puesto está en la calle!, fue el grito que resonó en toda la sala en que se hallaban reunidos los delegados de la socialdemocracia austríaca. En los días inmediatos se vieron imponentes manifestaciones en las calles de Viena y barricadas en las de Praga. El triunfo del sufragio universal en Austria estaba asegurado.
Muy a menudo se encuentran europeos occidentales que hablan de la revolución rusa como si los acontecimientos, relaciones y medios de lucha en este país atrasado tuvieran muy poco de común con las relaciones de sus propios países, por lo que difícilmente puedan tener la menor importancia práctica.
Nada más erróneo que semejante opinión.
Es indudable que las formas y los motivos de los futuros combates de la futura revolución europea se distinguirán en muchos aspectos de las formas de la revolución rusa.
Mas, a pesar de ello, la revolución rusa, gracias precisamente a su carácter proletario, en la acepción especial de esta palabra a que ya me he referido, sigue siendo el prólogo de la futura revolución europea. Es indudable que ésta sólo puede ser una revolución proletaria, y en un sentido todavía más profundo de la palabra: proletaria y socialista también por su contenido. Esa revolución futura mostrará en mayor medida aún, por una parte, que sólo los duros combates, precisamente las guerras civiles, pueden emancipar al género humano del yugo del capital; y, por otra, que sólo los proletarios con conciencia de clase pueden actuar y actuarán como jefes de la inmensa mayoría de los explotados.
No nos debe engañar por el silencio sepulcral que ahora reina en Europa. Europa lleva en sus entrañas la revolución. Las monstruosidades de la guerra imperialista y los tormentos de la carestía hacen germinar en todas partes el espíritu revolucionario, y las clases dominantes, la burguesía, y sus servidores, los gobiernos, se adentran cada día más en un callejón sin salida del que no podrán escapar en modo alguno sino a costa de las más grandes conmociones.
Lo mismo que en la Rusia de 1905 comenzó bajo la dirección del proletariado la insurrección popular contra el Gobierno zarista y por la conquista de la república democrática, los años próximos traerán a Europa, precisamente como consecuencia de esta guerra de pillaje, insurrecciones populares dirigidas por el proletariado contra el poder del capital financiero, contra los grandes bancos, contra los capitalistas. Y estas conmociones no podrán terminar más que con la expropiación de la burguesía, con el triunfo del socialismo.
Nosotros, los viejos, quizá no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa revolución futura. No obstante, yo creo que puedo expresar con plena seguridad la esperanza de que los jóvenes, que tan magníficamente actúan en el movimiento socialista de Suiza y de todo el mundo, no sólo tendrán la dicha de luchar, sino también la de triunfar en la futura revolución proletaria.