Vie Oct 11, 2024
11 octubre, 2024

Rusia: ¿país imperialista o semi colonia?

El freno de la economía china provocó la fiebre de la economía mundial, con la caída de los precios de las materias primas. Esta tendencia que empezó ya hace unos años, junto con la disputa del mercado del petróleo en contracción derribó los precios del crudo. La economía de Rusia, convertida por Eltsin y Putin en un apéndice hidrocarburo de occidente, perdió su pilar fundamental y quedó en jaque. El modelo económico y social construido por Putin sufre procesos de descomposición.

Por: I. Razin

En este sentido, se marca un nuevo momento. Hasta el fin del año pasado la perspectiva del colapso de la economía rusa estaba fuera del horizonte; ella reflejaba una de las tendencias y era una de las hipótesis posibles. Pero el hundimiento actual de la economía china y la caída de los precios del petróleo por debajo de 30 dólares marcaron una inflexión. Aunque siempre es difícil hacer previsiones por el carácter no lineal de los procesos sociales, se puede afirmar que la tendencia al colapso económico y social en Rusia se ha hecho mucho más fuerte y, parece, que esta posibilidad se plantea hoy como la más probable para uno o dos próximos años. en este sentido, es probable que Rusia salga a la próxima línea recya, cuya longitud se determina por el tamaño de las reservas.

Esta hipótesis se confirma indirectamente por una tendencia subjetiva: la aparición en el horizonte del colapso de la economía rusa fue marcada (y concientizada) por la elite gobernante, que antes esperaba que cambiara algo, lo que le hubiese permitido continuar flotando, y ahora parece que no es el caso.

El régimen corta el presupuesto y llama oficialmente a prepararse para lo peor; los empresarios pierden confianza, intensifican los despidos y bajan el reclutamiento. El ministro de Economía, Ulukaev, afirma la estabilidad del rublo a vísperas e incluso en el proceso de su caída; el presidente del Consejo de la Federación, Matvienko, dice que “no ve la perspectiva del colapso de la economía rusa”, pero, como se sabe, en Rusia la negación de la existencia de un problema por los burócratas rusos es la mejor señal de que este problema sí existe (en caso opuesto, los burócratas rusos directamente no hablan de él).

Incluso Putin, omnipotente, no consigue evitar el tema de la fragilidad de la economía rusa y solo intenta dar la cara diciendo que la “caída de los precios del petróleo sanea la economía” de su carácter hidrocarburo. En su discurso de Año Nuevo a la nación, Putin, desde la televisión, deseó a los rusos la salud, la felicidad familiar y todo lo mejor, pero tocando las perspectivas del nuevo año no encontró nada mejor que evocar el espíritu firme de nuestros abuelos durante Segunda Guerra Mundial. Comiendo la ensalada rusa tradicional de la fiesta de Año Nuevo, el pueblo ruso podía reflexionar qué significó este mensaje del Presidente: o la situación es muy mala, o Su Majestad está haciéndose el loco con comparaciones así; lo uno no excluye lo otro.

Después de la nueva caída del rublo, el ayudante de Putin, Surkov (conocido como el partidario de las buenas relaciones con el Occidente y por desaconsejar a Putin de hacer la aventura militar en el oeste ucraniano), se precipitó al encuentro con la representante oficial del Departamento de Estado norteamericano, Victoria Nuland (que antes fue mostrada por la propaganda del régimen ruso como “conductora del golpe fascista en Ucrania” y el mal absoluto), para procurar posibilidades de reconciliarse con los EEUU para suspender las sanciones y volver a la droga del capital occidental sin la que la economía rusa no puede funcionar, en especial en la situación difícil de hoy. El lugar del encuentro fue simbólico: Kalinigrad (antes Koenigsberg), un enclave ruso rodeado por los países de la Unión Europea. El propio Putin, con los mismos objetivos, recibió en Moscú a su “amigo”, el diplomático norteamericano y especialista de “descarga” (desde los encuentros de Mao y Gorbachev con los representantes de los EEUU) Henri Kissinger, que no tiene cargos oficiales pero sigue siendo un canal no oficial de negociaciones.

Al mismo tiempo, el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa por primera vez en la historia se encuentra con el Papa con un objetivo declarado: el “saneamiento de las relaciones entre el cristianismo del Oeste y el del Este”; el lugar del encuentro también es simbólico: la Cuba de los hermanos Castro, que entregan cada vez más su país al imperialismo, con la intermediación activa del Vaticano. Frente a la pésima situación de la economía rusa, todos los canales, incluso los más santos, son buenos para negociar.

Los rusos finalmente tienen que comenzar salir de la embriaguez del brebaje falsificado de la “Rusia Fuerte”. “Rusia Fuerte” no existe, sino que existe un gran apéndice hidrocarburo, dependiente de los préstamos occidentales –ahora con las tendencias claras a la descomposición–, en lo que fue convertido nuestro país por los oligarcas encabezados con Eltsin y Putin, juntos con sus socios occidentales, colegas de la ex-KGB, los ángeles custodios de la Iglesia Ortodoxa, y otros canallas. La tarea de la propaganda sobre la “Rusia Fuerte” es esconder esta realidad deplorable, emborrachar a los rusos para mantenerlos en la situación de esclavos, sumisos pero excitados por su falsa grandeza, trabajando para los oligarcas y burócratas, y orgullos de los crímenes del régimen contra otros pueblos, sin ver el pantano adonde Putin llevó el país y sin ver los centenares de miles de personas que murieron y continúan muriendo y los millones que huyeron y continúan huyendo de las bombas y los proyectiles rusos en Siria.

Hoy los suspiros al estilo “¿como viviríamos sin Putin?” dejan de ser cuestiones retóricas. Hoy, cada trabajador, cada persona capaz de reflexiones criticas debe darse cuenta de la situación a la que fuimos llevados, y de que en tanto el régimen oligárquico de Putin continúe controlando el país, la vida irá empeorándose y Rusia irá convirtiéndose a los ojos de los pueblos en el espantajo con el palo, como los EEUU. Y como se canta en la Internacional, “Ni en dioses, reyes ni tribunos, está el supremo salvador”, sino “Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor”.

La perspicacia de los representantes del régimen no se limita solo a la situación económica sino que toca también la política. El régimen de Putin se esfuerza llamando al pueblo a unificarse alrededor de él en el camino al desastre.

Chaplin, un alto jerarca de la Iglesia, que ha apoyado la guerra de Putin en Siria como una cruzada (literalmente), anunció públicamente que habrá una revolución en Rusia dentro de dos años. Claro que lo hizo como justificación de la necesidad de la presencia del contrarrevolucionario, tan convencido como él, en los altos cargos de la Iglesia Ortodoxa Rusa, de donde él fue expulsado, para que con sus revelaciones demasiado chovinistas no obstaculice a Putin la tarea de reconciliarse con el occidente. De hecho, como venganza por su destitución, el señor Chaplin hizo un raconto a todo el mundo sobre lo que piensan y de qué tienen miedo “los de arriba”.

Kadyrov, dictador de Putin en Chechenia, que se definió a sí mismo como un “soldado de infantería de Putin”, sufre –con la bendición abierta de Kremlin– la nueva fiebre, llamando a liberar Rusia de los “enemigos del pueblo” que dudan del curso de Putin.

El señor Strelkov, coronel FSB y nacionalista imperial, utilizado por Putin contra la revolución ucraniana como comandante de los separatistas, ahora junto con los estalinistas y Limonov (líder del antiguo partido “nacional-bolshevik”), creó un “Comité 25 enero”, que expresa la “relación moderadamente fría al poder actual” y propone como su misión “en el momento decisivo, salvar a Rusia de los traidores”, es decir, ahogar la posible revuelta popular contra los oligarcas, la FSB, los burócratas corruptos, y otro “patrimonio nacional” sobre el cuello del pueblo. Putin, aunque no propagandiza esta iniciativa como no actual por la coyuntura tampoco la ahoga, siguiendo el conocido proverbio ruso que no aconseja escupir en el pozo del que puede ser que se necesite beber un día más caliente.

En resumen, toda la reacción ha sentido que se abre la posibilidad de convulsiones sociales en el país. Y como hace cien años atrás están presentes el autócrata y los curas, con sus anatemas contra los adversarios del régimen, y los candidatos a Kornilovs, e incluso la “división salvaje”. Todos tienen sus mensajes para el pueblo.

¿Y qué propone la izquierda en la situación actual y cuando se trata de las salidas?

Para proponer un programa para el país hay que comprender, antes que todo, qué es este país y dónde está. Y aquí comienzan las dificultades.

La LIT es la única organización en Rusia y en el mundo que junto con la posición principista contra la opresión rusa de los pueblos vecinos y sus agresiones en otros países, durante muchos años denunció el proceso en curso de la colonización de Rusia por los capitales imperialistas. Otras organizaciones y activistas de izquierda, contra toda la estructura de la economía rusa (un apéndice hidrocarburo profundamente dependiente de los préstamos y las tecnologías occidentales) y a pesar de todas las consecuencias de este hecho, que hoy saltan a la vista, continúan tratando a Rusia como un Estado imperialista.

En verdad, fue la idea del abuelo Lenin que los países imperialistas son un puñado de los Estados-centros del capital financiero monopolista que con el mecanismo financiero mantienen las economías de otros países en dependencia (a través de acuerdos comerciales que atan, inversiones, deudas). Lenin acertó tanto que esta idea –de maneras diferentes y con conclusiones distintas– se expresan hasta hoy no solo por los intelectuales de izquierda sino también por los funcionarios burgueses que cumplen bien su cargos. Por ejemplo Mikhail Zadornov, presidente del banco VTB24, uno de los mayores en Rusia con el control estatal, que en una de sus entrevistas en la lengua técnica del banquero dio una característica aplastante de la dependencia rusa de Occidente. Rusia es dependiente de las inversiones extranjeras, obligada a vivir vendiendo la materia prima y puesta en la “esclavidud tecnológica” (una característica dada hace poco tiempo por otro banquero “sincero”, German Gref, ex-ministro de Economía de la época de Eltsin y hoy presidente de Sberbank, el principal banco del país, ex caja de ahorro de la URSS, que fue vendido por la mitad a los extranjeros pero se quedó con una deuda de 16 mil millones dólares para los bancos occidentales). Con su estructura económica Rusia no corresponde de ninguna manera a la característica de país imperialista. Los activos extranjeros de los oligarcas rusos (que no viven en Rusia, prefiriendo Europa), el área de influencia en la región, heredada de la URSS, el ejército, también heredado, y las aventuras militares de Putin no cambian la posición de Rusia en la estructura del sistema imperialista y su definición fundamental como un país semicolonial sino que le dan una especifica: nosotros caracterizamos a Rusia como submetrópoli, es decir, un Estado que tiene su área de influencia en el marco de su dependencia semicolonial global del imperialismo.

Muchos activistas de izquierda ven esta discusión como un capricho intelectual. Nada de esto. El repudio crónico por parte de la izquierda a tratar esta cuestión de manera seria tiene ya sus consecuencias. Adoptar la posición “imperialismo ruso” significa automáticamente negarse a denunciar la colonización del país por los capitales occidentales –un proceso en curso que es clave– y negarse a explicar a los trabajadores el saqueo en curso del país por parte del imperialismo, a través de sus cómplices: la oligarquía y la burocracia rusas.

Esta posición apoya, en primer lugar, el mito sobre “Rusia Fuerte” (porque el mito sobre el “imperialismo ruso” es el mismo mito que el de la “Rusia Fuerte” solo que con un signo negativo, su reflejo simétrico), y apoya la épica sobre “Putin gran patriota” (porque no denuncia a Putin y su régimen como el administrador principal de la colonización del país).

En segundo lugar, esta posición ayuda al trabajo de los Estados occidentales imperialistas y a sus aliados liberales rusos (que, a diferencia de la mayoría de la izquierda, entienden bien la posición verdadera de Rusia en el mundo), que quieren expandir el control del Oeste sobre nuestro país. Y la izquierda, con su “imperialismo ruso”, no puede contraponer nada, porque la resistencia a la expansión del control del capital occidental sobre Rusia significa para ellos la “defensa vergonzosa del imperialismo ruso”.

En tercer lugar, esta posición ayuda a la propaganda para todo tipo de ultraderecha, con las ideas del renacimiento de la Rusia capitalista fuerte –un proyecto imposible en la época imperialista para un país semicolonial, cuyo capitalismo puede ser solo sumiso al imperialismo y saqueador para el país. El “imperialismo ruso” da espacio a las posibles esperanzas gran rusas en esta vía.

Durante los últimos 15 años el fondo cada vez más semicolonial de la economía rusa estaba escondido a los ojos de los rusos por el “flujo petrolero”. Pero ahora, con el “reflujo”, este irá desnudándose en toda su fealdad. Como ocurre hoy con unos prestatarios rusos que habían creído en Rusia cada vez más fuerte con el rublo cada vez más fuerte (y el dólar más débil), por eso tomaron en los bancos los préstamos nominales en dólares para comprar casas; pero ahora, con la caída abrupta del rublo, ellos descubrieron que en lugar de la casa caliente en la “Rusia Fuerte” se quedan sin casa y con deudas impagables para “Societé Générale” francés y “Raiffeisen Bank” austríaco.

En esta situación, no plantear como una tarea la lucha contra la colonización del país y por la ruptura de su dependencia del imperialismo no solo significa desgajarse de la realidad sino dejar el camino libre para nuevas reediciones de las ideas revanchistas-chovinistas, cuyos portadores, con toda la miseria de sus ideas, por lo menos, intentarán evitar negar la realidad en la forma tan flagrante como lo hacen los luchadores contra el “imperialismo ruso”. El concepto de “imperialismo ruso” es ideológico y políticamente desarmante. Los que lo asumen están condenados a la derrota en la lucha por la conciencia política de los trabajadores. Junto con la denuncia despiadada del papel opresor de Rusia contra las repúblicas de la ex URSS y de las agresiones contra otros países, la situación semicolonial de Rusia hace inevitable incluir en el programa revolucionario para nuestro país la tarea de romper con su sumisión al imperialismo y con el saqueo efectuado por él por vía directa o a través de los oligarcas y la burocracia rusas. Y esta tarea no solo se deduce de la realidad objetiva sino que es muy comprensible para los trabajadores.

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