Nahuel Moreno y la «revolución democrática»

A 38 años de su muerte
Por Alicia Sagra
El 25 de enero se cumplen 38 años de la muerte de Nahuel Moreno. En un texto de homenaje a los 30 años de su fallecimiento, Ricardo Napurí decía: “El hecho de que miles y miles activistas y militantes se reclamen aún del “morenismo”, es el aviso de su vitalidad política”. Nosotros siempre agregamos, que otra prueba indiscutible de la fuerza y la vigencia del pensamiento político de Moreno es que, a más de 30 años de su muerte, sigue recibiendo ataques calumniosos de diferentes organizaciones entre las que se destacan el PO y el PTS de Argentina.
Nosotros nos reivindicamos morenistas, lo consideramos el mayor constructor de partidos trotskistas en la clase obrera, consideramos que es el que mejor respondió a los desafíos que se plantearon a partir de la pos segunda guerra mundial, pero estamos lejos de endiosarlo, ni de pensar que no tuvo errores. Eso no sería “morenista”. Moreno no se cansaba de insistir en que la historia de nuestra corriente es la historia de nuestros errores, de explicar que todos los revolucionarios alguna vez se equivocaron, pero que la diferencia estaba en que Lenin y Trotsky de cada diez veces se equivocaban en tres, y que en él esa relación se invertía.
No eran sólo declaraciones, sino que cuando veía un error lo reconocía y lo corregía públicamente. Así en 1973 se autocriticó y corrigió su posición sobre Palestina; también en la década del 70 se autocriticó de su expectativa en la dirección cubana; en la década del 80 corrigió definiciones sobre la dictadura del proletariado.
Esa actitud de Moreno, de no enamorarse de sus ideas, de reconocer y corregir sus errores, es un elemento central de su grandeza y lo diferencia de la mayor parte de los dirigentes trotskistas de su época y también de los de la actualidad, ya que son muy pocos a los que alguna vez se les escucha admitir que se equivocaron.
Nosotros, queremos aplicar el mismo método, por eso no somos de esos “morenistas” que consideran una herejía cualquier cuestionamiento a una definición política o teórica de nuestro maestro. Por el contrario, en el permanente trabajo de actualización programática analizamos con el mismo espíritu crítico en el que nos educó, las elaboraciones de nuestra corriente.
Pero los ataques a Moreno y al “morenismo” que vienen de esas organizaciones, que mencionamos, no son a sus errores, a lo que podrían ser sus puntos débiles. Ni tampoco son respetuosas polémicas teórico- políticas. En la mayoría de los casos son ataques mentirosos sin ningún tipo de pruebas, como fue el caso de PO acusándolo de haber capitulado al golpe militar de 1955 en Argentina, cuando las tapas de nuestros periódicos de la época insisten en el pedido de armas para enfrentar el golpe. O el caso del PTS nos acusó de que ante el avance de las bandas fascistas argentinas, en 1975, defendíamos nuestros locales con sifones de soda; cuando sus dirigentes saben muy bien que nuestros locales, convertidos en fortalezas, tenían una defensa armada permanente, encabezada por los y las dirigentes del partido.
Un pretendido debate teórico que parte de una falsificación

Pero además de esos ataques infamantes, fácilmente desarmados, desde hace tiempo el PTS viene desarrollando un aparente debate teórico, falsificando las posiciones de Moreno. Tiene que ver con el tema de la “revolución democrática”.
El PTS acusa a Moreno de “etapista” (ahora dice semietapista) porque según ellos, él no defendería la revolución permanente, sino que defendería una revolución por etapas, primero la revolución democrática y después la socialista, es decir el viejo planteo estalinista.
¿En dónde está la falsedad? En que Moreno no defiende la “revolución democrática”, no se trata de un planteo de política, sino de un análisis y caracterización de la realidad.
Veamos que dice Moreno:
Las revoluciones democráticas que caracterizaron al siglo pasado o principios de este siglo, fueron denominadas por el marxismo como democráticas burguesas. Fueron revoluciones que derrocaron al régimen feudal o monárquico feudal, para imponer un régimen democrático que impulsara el desarrollo capitalista; el poder pasaba a manos de sectores de la burguesía o de la pequeña burguesía. Era no sólo una revolución política que inauguraba un nuevo régimen político, sino también una revolución social que arrancaba el poder a las monarquías feudales para entregárselo a la burguesía.
Este contenido histórico de las revoluciones democrático burguesas ha cambiado radicalmente desde el triunfo del fascismo en Italia. A partir de ese momento surgen regímenes totalitarios, antidemocráticos, directamente contrarrevolucionarios, que emplean métodos de guerra civil contra el movimiento obrero, sus partidos y sus sindicatos.
Estos regímenes no son la expresión del feudalismo sino del capitalismo más avanzado, el de los monopolios. La lucha del movimiento obrero adquiere un hondo significado democrático, parecido al de las revoluciones democráticas antifeudales del siglo pasado pero con un contenido totalmente diferente: de lucha contra la contrarrevolución burguesa y no feudal.
Ya Trotsky señalaba a principios del año 1930 que las consignas democráticas, debido al surgimiento y triunfo del fascismo, adquirían una nueva magnitud, una enorme importancia. Nosotros diríamos más: que el surgimiento del fascismo y de los regímenes contrarrevolucionarios plantearon la necesidad de una verdadera revolución democrática efectuada por el proletariado acompañado por el pueblo. Esta revolución democrática, cuyo contenido es voltear al régimen contrarrevolucionario burgués, se transforma por lo tanto en una tarea de la clase obrera y del pueblo trabajador, aunque cuando se logre derrotar al régimen contrarrevolucionario sean los partidos burgueses, pequeño burgueses o reformistas los que se encaramen al gobierno. Justamente por ello es una revolución política.
(…)Antes de la caída de la dictadura militar todo estaba atravesado por la lucha inmediata contra ella; pero después de su caída el eje de lucha de la clase obrera y el pueblo comienza a ser contra las lacras del régimen capitalista y semicolonial y no ya contra su mera expresión contrarrevolucionaria.
(…) En la etapa de la revolución democrática nuestra consigna fundamental –lo que no quiere decir que no planteemos todas las democráticas transicionales– es de signo negativo: ¡Abajo el zar, el rey, el káiser, Somoza, Batista, la dictadura militar de Perú, Bolivia o Argentina! Queremos la caída, romper y superar el régimen contrarrevolucionario. Pero a partir del triunfo de la revolución democrática, las consignas de poder se vuelven positivas. Sin abandonar las negativas, como la de ¡Abajo el régimen capitalista!, ahora prima el plantear consignas como la de ¡Dictadura del proletariado!, o su concreción como ¡Poder a los soviets, los comités obreros, la COB! o ¡Por un gobierno obrero y popular que rompa con la burguesía!, también en su expresión concreta –es decir precisando a qué partidos con influencia de masas les exigimos que rompan con la burguesía.
(…) Las experiencias de los triunfos revolucionarios en esta postguerra han confirmado más que nunca la teoría de la revolución permanente y al mismo tiempo la han completado y enriquecido. Entre las novedades teóricas que enriquecen nuestra concepción hay dos, que la revolución argentina ha confirmado.
Las tesis sobre la revolución permanente insistían en que las revoluciones que se combinaban eran la democrático burguesa antifeudal con la socialista nacional e internacional. El surgimiento de un nuevo tipo de régimen contrarrevolucionario de signo burgués, como los fascistas o semifascistas, y la pérdida de peso del feudalismo en los países atrasados, ha llevado al surgimiento de un nuevo tipo de revolución democrática, la anticapitalista y antiimperialista, no la antifeudal. Es una revolución contra un régimen político que socialmente es parte del sistema capitalista, y no que enfrenta otro sistema precapitalista, feudal.
Nosotros creemos más que nunca en la revolución permanente, en la combinación de esta nueva revolución democrática con la revolución socialista.
Hay algo más. Todas las grandes revoluciones de este siglo, salvo la de Octubre, llevaron al poder a partidos burgueses o pequeño burgueses. Estas revoluciones eran producto de una acción objetiva del movimiento obrero y popular que no era consciente de que podía y debía tomar el poder. La conciencia de las masas revolucionarias era mucho más atrasada que la revolución que habían efectuado, como lo demostraba el hecho de que habían entregado el poder a la clase enemiga.[1]
Es decir, Moreno nunca tuvo la política de “revolución democrática”, esa es una falsificación que conscientemente hace el PTS. Falsificación que, como veremos enseguida, está al servicio de justificar una política capituladora frente a procesos revolucionarios.
Moreno siempre defendió la teoría de la revolución permanente. Lo que plantea es que la revolución democrática que se combina con la socialista, es diferente de la democrática antifeudal de la que hablaba Trotsky, es la revolución democrática para enfrentar regímenes totalitarios capitalistas, no feudales.
Las consecuencias políticas.
La gran consecuencia política es que nosotros intervenimos con todas nuestras fuerzas en esos procesos revolucionarios de masas que enfrentan regímenes contrarrevolucionarios, independientemente de quien sea su dirección. Así intervenimos con la Brigada Simón Bolívar en Nicargua y consideramos que el derrumbe de Somoza por el sandinismo fue un triunfo democrático, es decir un triunfo de la revolución democrática, al igual que lo fue la caída de la dictadura argentina en1982 y la de Bolivia del mismo año.
De la misma manera actuamos frente al proceso revolucionario sirio de 2011, interviniendo en la medida de nuestras fuerzas y sufriendo las consecuencias de la asesina represión de Assad. Y hoy festejamos como un importante triunfo democrático la caída de esa dictadura asesina, independientemente de las enormes diferencias que tengamos con su dirección.
Participamos con fuerza de todas esas revoluciones, de la misma manera que lo hicieron los obreros bolcheviques en la revolución de febrero de 1917, que produjo un gobierno encabezado por un príncipe.
Para Moreno y para nosotros, esas “revoluciones democráticas” son parte de la revolución permanente, es decir parte de la revolución socialista mundial. Eso es así por el enemigo de clase que enfrentan, aunque por la crisis de dirección revolucionaria, las direcciones burguesas o reformistas las congelan en la fase democrática, impidiendo su avance hacia el triunfo de la revolución obrera. Pero, al mismo tiempo, la caída de esos regímenes contrarrevolucionarios, esos triunfos democráticos, abren la posibilidad de avanzar en la superación de la esa crisis de dirección, con la condición de que los revolucionarios actúen con fuerza en esos procesos.
¿Cuál es la política del PTS? No reconocen esas revoluciones y dice: Gracias, no fumo. La política del Ni-Ni. Tuvieron esa posición en el 2011 durante la guerra civil que enfrentaba a Assad lo que, de hecho, significaba que continuara la dictadura asesina, ya que no daban el apoyo militar a los que la enfrentaban. En tanto, que su posición actual, es de capitulación a la dirección burguesa al no disputar con ella y a los que plantean que mejor se estaba con el “antiimperialista” Assad, cuyo máximo ejemplo son las diferentes variantes del estalinismo.
Nosotros no tenemos dudas. La revolución siria confirma la actualidad del pensamiento de Moreno. Es esa armazón lo que nos permite intervenir junto a las masas que enfrentan a esos regímenes contrarrevolucionarios, sin dar ningún apoyo político a su dirección, llamando a la organización independiente de los trabajadores y con un programa de revolución socialista nacional e internacional.
[1] Nahuel Moreno, Argentina: Una revolución democrática triunfante (Informe presentado al CEI de la LIT-CI en marzo de 1983- Publicado como Apéndice de Escuela de Cuadros (Argentina 1984)