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80 años sin Trotsky

La actualidad del legado de León Trotsky

agosto 17, 2020

Al cumplirse 83 años de su asesinato, la figura del revolucionario ruso León Trotsky y su legado político son cada vez más revalorizados, en especial su lucha contra la burocratización estalinista de la ex Unión Soviética (URSS) y contra el crecimiento del fascismo en Europa.

Por Alejandro Iturbe

La burocracia estalinista llevó a cabo una verdadera “demonización” de Trotsky como cobertura de una persecución que incluyó su exilio y su posterior asesinato en México. Este fue el punto máximo de una persecución masiva a los trotskistas en la URSS, que incluyó la cárcel, los trabajos forzados en las minas de Siberia y muchos asesinatos. También se realizó contra militantes y dirigentes en otros países, e incluyó desde su expulsión de los partidos comunistas estalinizados, hasta las denuncias a la Policía y los asesinatos, como fue el caso del hijo de Trotsky, León Sedov, y el de su secretario Rudolf Klement. La “demonización” no acabó con el asesinato de Trotsky sino que se mantuvo durante varias décadas.

En estas muy difíciles condiciones, cuando se funda la IV Internacional, aún en vida de Trotsky, se reconocen menos de 6.000 militantes (más un número no explicitado de “trotskistas clandestinos” en la URSS), la mayoría de ellos en grupos pequeños, con algunas excepciones como el SWP (Socialist Workers Party, de Estados Unidos) que aporta la mitad de ellos.

Una crisis de SWP a finales de la década de 1930, el asesinato de Trotsky, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y las persecuciones del estalinismo y del fascismo redujeron ese número a 4.000 para el II Congreso Mundial de la IV, ya sin referencias sobre los “trotskistas de la URSS”, la mayoría de los cuales probablemente ya había muerto por las persecuciones o en la Guerra.

Después de la Segunda Guerra Mundial, tal como había previsto Trotsky, se produjo un gran ascenso de masas y nuevas revoluciones. Pero el proceso no fue capitalizado por el trotskismo sino que fue dirigido por el estalinismo, que aparecía a los ojos de las masas como el artífice de la derrota del nazi-fascismo, y por movimientos nacionalistas burgueses.

Por eso, salvo algunas excepciones de organizaciones que lograron una gran influencia, como el Partido Obrero Revolucionario en la revolución boliviana de 1952 y el Lanka Sama Samaja Party (Sri Lanka), la IV y el trotskismo seguían siendo un movimiento de grupos pequeños.

Algunas organizaciones, incluso siendo pequeñas buscaban construirse ligadas a la clase obrera (como el Grupo Obrero Marxista de Nahuel Moreno, en la Argentina), mientras otras se limitaban a su vida interna o a los debates con las otras organizaciones.

Estas condiciones se agravaron con la ruptura de la IV Internacional en 1953, ruptura producida por la política y la metodología interna aplicada por la dirección pablista (por Michel Pablo, el dirigente griego que centralizaba la organización). Desde entonces, no existe una organización internacional unificada de los trotskistas. Para profundizar sobre este período, recomendamos leer la serie dedicada a la fundación de la Cuarta, publicada en este mismo sitio, en 2018[1].

Se abre un espacio para el trotskismo

Stalin murió en 1953. Su sucesor, Nikita Khruschov, en el XX Congreso del PCUS habló de “los crímenes de Stalin”, criticó el “culto a la personalidad”, y prometió la apertura de un período posestalinista.

A pesar de las expectativas que generó en la militancia comunista, se trató, en realidad, de un cambió apenas cosmético. Las peleas dentro del aparato burocrático dejaron de resolverse a través de la cárcel y las ejecuciones como en la época de Stalin, pero la falta de democracia para los trabajadores y las masas, la represión a los disidentes y el férreo control de los países que estaban bajo la órbita de influencia de la URSS se mantuvo intacta.

Sin embargo, fue uno de los elementos que marcó un punto de inflexión en el prestigio internacional del estalinismo. A esto se sumó la represión a las luchas contra la burocracia en varios Estados obreros: la insurrección de Berlín Oriental (1953), la revolución en Hungría (1956) y “la primavera de Praga” en Checoslovaquia (1968). Finalmente, se agrega el papel conservador y de defensor del sistema que los partidos comunistas y los sindicatos orientados por Moscú jugaban en los países capitalistas.

Todo esto se concentraría en el Mayo Francés de 1968: un proceso revolucionario nacido en el estudiantado y luego extendido a los trabajadores de las grandes industrias. Mientras el PC francés buscaba desesperadamente frenarlo, fueron organizaciones y dirigentes de otras corrientes de izquierda los que lo encabezaban: anarquistas, trotskistas, guevaristas, maoístas, etc.

En el marco de un fuerte proceso de ascenso internacional, al movimiento trotskista se le abrían espacios mucho mayores en la nueva vanguardia que surgía. Varias organizaciones dieron saltos importantes en su construcción e influencia. Entre ellas, la LCR francesa, el WRP inglés, el PST argentino y el SWP estadounidense. En Brasil, tres diferentes organizaciones trotskistas crecieron a cientos de militantes cada una.

¿Cuál es el legado de Trotsky?

A lo largo de su extensa trayectoria, Trotsky realizó numerosos aportes al marxismo, algunos de los cuales deben ser considerados cualitativos.

En primer lugar, hay que mencionar la concepción de la revolución permanente que comenzó a elaborar en 1905 y que desarrollaría hasta su formulación de la década de 1930. Contiene un análisis muy profundo sobre la combinación de tareas que impulsan la lucha de las masas y las revoluciones, la dinámica de las clases sociales en estos procesos, la necesidad de la dictadura del proletariado para llevar hasta el fin no solo las tareas socialistas sino también las democráticas, y el carácter internacional de la revolución.

Aunque la formulación de la década de 1930 requiere de algunas actualizaciones y correcciones, continúa siendo la única teoría-programa que responde al desarrollo de la revolución internacional en la época capitalista imperialista. A partir de las Tesis de Abril de 1917, redactadas por Lenin, los bolcheviques adoptan esta concepción y luego lo hace la III Internacional en sus cuatro primeros congresos.

La burocratización estalinista trajo consigo un profundo retroceso teórico-político y programático. La concepción de la revolución permanente y sus diferentes aspectos pasaron a ser atacados: la revolución socialista internacional fue reemplazada por la concepción de “construir el socialismo en un solo país”; el combate contra la burguesía en nivel nacional dio lugar al llamado a la conciliación de clases y a los acuerdos políticos permanentes con sectores burgueses en los llamados frentes populares, y, como consecuencia, la concepción de una revolución dividida en etapas. Desde entonces, revolución permanente es sinónimo de trotskismo.

La revolución política

Otro aporte cualitativo de Trotsky son los análisis, definiciones y conclusiones sobre la URSS burocratizada por el estalinismo, contenidos en su libro La Revolución Traicionada (1937). La URSS no era un Estado “capitalista” ni tampoco “socialista” sino una transición entre ambos, con una profunda contradicción entre las bases económico-sociales del Estado obrero y la superestructura estatal burocratizada. Planteó que esa totalidad era altamente inestable y, a partir de allí, elaboró su famoso “pronóstico alternativo” sobre las posibles dinámicas: o una revolución política derribaba a la burocracia o la burocracia restauraría el capitalismo [2].

La conclusión era que, para defender la URSS como Estado obrero, la tarea de las masas soviéticas era realizar una revolución política: es decir, derribar el aparato burocrático estalinista y reconstruir los organismos de democracia obrera pero manteniendo las nuevas bases económico-sociales del Estado obrero. Podemos decir que es con esta elaboración que nace el trotskismo como corriente propia dentro del marxismo, con pleno derecho y necesidad de su existencia.

El pronóstico alternativo de Trotsky se demostraría como una genialidad (aunque fuera en su variante más negativa): varias décadas después, la burocracia soviética restauró el capitalismo en la URSS, y el proceso se repitió también en China, Cuba y los demás ex Estados obreros.

Hoy ya no existen Estados obreros burocratizados y podría concluirse que la revolución política, tal como la formuló Trotsky, no es entonces una tarea para el presente. Creemos que en su contenido profundo no es así. En un artículo publicado en 1985, el trotskista argentino Nahuel Moreno hace extensiva esta tarea a todas las organizaciones obreras que son parasitadas, deformadas y degeneradas por la burocracia, como los sindicatos. Con este enfoque más amplio (derribar a la burocracia e imponer la democracia obrera) la revolución política es una tarea que está más presente que nunca y también debe ser sinónimo de trotskismo.

El Programa de Transición…

Trotsky escribió el Programa de Transición en 1938 para que fuera la base de la fundación de la IV Internacional. En el primer capítulo del documento, realiza una apretada definición de la época de “agonía” del capitalismo imperialista y la combinación de sus dos elementos centrales [3].

Por un lado, “las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer” y, por lo tanto, el desarrollo económico “ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le es dado alcanzar bajo el capitalismo”. Esta realidad no es revertida por las nuevas invenciones y progresos técnicos, que no conducen a una mejora del nivel de vida de las masas. Al mismo tiempo, es el marco de fondo de los ciclos económicos y sus coyunturas. Estas son para Trotsky, “las premisas objetivas de la revolución socialista”, que no solo “están maduras sino que han empezado a descomponerse”.

Por otro lado, la actitud de las masas (y sus luchas) “está determinada, por una parte, por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición, y por otra, por la política de traición de las viejas organizaciones obreras. De estos dos factores, el factor decisivo es, por supuesto, el primero; las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos”.

Sin embargo, la política de las direcciones burocráticas (esencialmente del estalinismo) llevaba a las masas a constantes derrotas y no surgía una alternativa de dirección revolucionaria a estas. El capitalismo lograba así una sobrevida cada vez más degradada, lo que se expresaba tanto en el surgimiento del fascismo como en la crisis de los regímenes democrático burgueses y los gobiernos de frente popular. La conclusión de Trotsky es que “la crisis de la humanidad se reduce a la dirección revolucionaria”.

… y su método

Por eso, para Trotsky, “la tarea estratégica del próximo período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia”. En este sentido, propone al proletariado mundial una serie de tareas por las cuales movilizarse y luchar; algunas son mínimas, otras democráticas, y también aquellas de transición al socialismo.

Pero más allá de la letra específica de estas tareas, el Programa de Transición contiene un método para la elaboración de estas consignas y su combinación, y el objetivo estratégico al que debe conducir esa lucha. “Es preciso ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado.

En otras palabras, trotskismo es impulsar la movilización de los trabajadores y las masas a partir de sus reivindicaciones concretas para que, en ese proceso de movilización, avancen en su conciencia (vayan “cruzando el puente”) hacia “la conquista del poder”. Es en ese camino que se puede construir una dirección revolucionaria y que una organización verdaderamente trotskista debe ganarse el derecho de ser esa dirección.

La lucha contra el fascismo  

Desde la década de 1920 (cuando Benito Mussolini tomó el poder en Italia) hasta los años de la fundación de la IV Internacional, el fascismo se extendía por Europa. A Italia se fueron sumando Alemania, España, Portugal, y otros países. Era el enemigo más peligroso que enfrentaba el movimiento obrero y de masas, ante el cual sufría duras derrotas. Trotsky calificó este movimiento como “la última trinchera del capitalismo antes de la revolución socialista”.

Por eso, dedicó numerosos escritos al estudio y la caracterización de este proceso político y, esencialmente, la política y los métodos para combatirlo. Entre ellos, los materiales recopilados en el libro La lucha contra el fascismo [4].

Trotsky realiza un profundo análisis de las fuerzas sociales que este expresaba, de su acción política y de sus diferencias con otras variantes de bonapartismos y de dictaduras militares. A lo largo de esos escritos, él va construyendo una definición precisa:

En su ascenso, el fascismo se presenta como un movimiento de masas “antisistema” y extraparlamentario. Esencialmente, de las masas pequeñoburguesas desesperadas por su decadencia en la crisis capitalista, y también del lumpenproletariado, a los que moviliza y militariza en bandas armadas para atacar y destruir las organizaciones obreras, incluso las más moderadas.

Una vez en el poder, “el fascismo es cualquier cosa menos un gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopólico”. Ahora, “bajo la cobertura del Estado oficial” continúa su labor contrarrevolucionaria.

Trotsky también propuso una clara política para enfrentar el fascismo, tanto en su ascenso como en el poder. La primera medida era la formación de un frente único entre las dos principales organizaciones obreras de la época (la socialdemocracia y los partidos comunistas) para defender sus conquistas democráticas (sedes, sindicatos, periódicos, etc.), sus reuniones y sus movilizaciones frente a los ataques fascistas. En ese marco, era necesario formar organismos de autodefensa: desde los piquetes armados hasta las milicias obreras de carácter más permanente. La lucha contra el fascismo debería darse esencialmente en las calles[5].

De modo complementario, para impulsar la movilización antifascista, también planteó la más amplia unidad de acción, incluso con sectores burgueses opositores: “en el combate contra el diablo” (el fascismo, nda.) se podían y se debían “hacer acuerdos prácticos con la madre del diablo” (los sectores burgueses que lo dejaron crecer pero que ahora se le oponían)[6]. Es que el fascismo también atacaba a las instituciones del régimen democrático burgués (como el Parlamento) y a los partidos burgueses “liberales” y “democráticos”.

Los “frentes populares”

Al formular esta orientación, Trotsky combatió duramente dos políticas diferentes (opuestas, pero igualmente criminales) que tuvo el estalinismo y que ayudaron, por caminos distintos, al triunfo del fascismo.

La primera fue una política ultraizquierdista (llamada del “Tercer Período”) que calificaba al fascismo y a la socialdemocracia como “hermanos gemelos” e igualmente enemigos. Llamaba a la socialdemocracia de “socialfascista” y, por lo tanto, se negaba a defender sus organizaciones de los ataques que sufrían, dividiendo así las fuerzas obreras para ese combate. En Alemania, esto envalentonó a los nazis y fue uno de los factores que contribuyó a la llegada de Hitler al poder, en 1933. Trotsky consideró tan grave esta política que definió que la Tercera Internacional [estalinizada] había muerto como organización revolucionaria, rompió con ella e inició el proceso que llevaría a la construcción de la IV Internacional.

La segunda política surge de un profundo giro que da la Tercera a partir de 1934 y fue formulado por el búlgaro Georgi Dimitrov: los “frentes populares” para enfrentar el fascismo. Ahora sí se proponía un frente político permanente entre los partidos comunistas y la socialdemocracia, pero estos frentes incluían también a partidos burgueses.

Esto significaba que el programa común del frente era el de su componente más de derecha, es decir, un programa burgués, y los compromisos aceptados acababan frenando la dinámica natural de las luchas de la clase obrera. Como parte de esto, los frentes populares proponían esencialmente “combatir” el fascismo con métodos parlamentarios y no a través de las movilizaciones, la organización y la autodefensa obrera.

Esta política acabaría siendo trágica en España, donde la lucha militar contra el franquismo acabó enchalecada y estrangulada por los compromisos con la burguesía republicana y fue derrotada en 1939. Y, anteriormente, en Francia, donde desvió la dinámica revolucionaria que generaba la huelga general de 1936 y la llevó al camino sin salida del parlamentarismo.

Trotsky dedicó también numerosos escritos al análisis de los frentes populares y los combatió duramente, considerándolos “la penúltima trinchera del capitalismo frente a la revolución”[6]. Este combate es una parte esencial del legado de Trotsky, al igual que el que debe darse a cualquier apoyo a gobiernos de colaboración de clases (como los nacionalistas burgueses o los hoy llamados “progresistas”)[7].

Hasta aquí, hemos intentado hacer una presentación sintética sobre el principal legado teórico, programático y político de León Trotsky. Cabría agregar otro punto también central en su trayectoria: la necesidad de la construcción del partido revolucionario según la concepción y el modelo que fue elaborado por Lenin y los bolcheviques rusos. Trotsky la adoptó como suya a partir de 1917 para impulsarla y defenderla hasta su muerte.

La moral revolucionaria

Existe un aspecto muy presente en Trotsky que es tan importante como sus elaboraciones, e incluso más: su defensa incondicional de la necesidad de la moral revolucionaria. Esto implica el rechazo a las dos formas en que se manifiesta la moral burguesa: en primer lugar, la hipocresía de “predicar” ciertas normas a los trabajadores mientras para la burguesía todo está permitido; en segundo lugar, la premisa de que el fin justifica los medios.

En su escrito Su moral y la nuestra, Trotsky expresa que:

“La Cuarta Internacional desecha a los magos, charlatanes y profesores de moral. En una sociedad basada en la explotación, la moral suprema es la de la revolución socialista. Buenos son los métodos que elevan la conciencia de clase de los obreros, la confianza en sus fuerzas y su espíritu de sacrificio en la lucha. Inadmisibles son los métodos que inspiran el miedo y la docilidad de los oprimidos contra los opresores, que ahogan el espíritu de rebeldía y de protesta, o que reemplazan la voluntad de las masas por la de los jefes, la persuasión por la coacción, y el análisis de la realidad por la demagogia y la falsificación.”

Esto implica también el rechazo a la metodología de utilizar ataques basados en calumnias, mentiras y falsificaciones en los debates y disputas políticas al interior del movimiento obrero y la izquierda, que el estalinismo generalizó y “normalizó” desde la década de 1920 y que, lamentablemente, también ha sido adoptado por algunas corrientes que se reivindican trotskistas.

Por eso, en 1937 dedicó varios meses de su actividad para colaborar y participar de las actividades de la “Comisión Dewey” (formada por varias personalidades no trotskistas) que evaluó si las acusaciones hechas contra él en ausencia, en los Juicios de Moscú (sabotaje, espionaje y colaboración con el imperialismo contra la URSS). La Comisión lo consideró inocente de esas acusaciones [8].

Trotsky jamás utilizó ese método repudiable, ni siquiera contra Stalin y el estalinismo que lo perseguían y atacaban implacablemente. Incluso en las polémicas y disputas más duras, su método era el del analizar las bases teóricas y políticas del debate. Formulaba sí caracterizaciones políticas, sociales e incluso sicológicas de sus oponentes, pero jamás apelaba a la mentira y las falsas acusaciones.   

¿Qué es ser trotskista?

En varios escritos e intervenciones, el trotskista argentino Nahuel Moreno expresó a las organizaciones que orientaba que se trataba de ser “más obreros, marxistas e internacionalistas que nunca”.

Construirse en la clase obrera (aunque podían y debían aprovecharse coyunturas de construcción en otros sectores pero siempre para volver después con esas fuerzas a la clase obrera) surgía de dos razones muy profundas. La primera es que, si bien otros sectores sociales podían ser más dinámicos y explosivos en sus luchas, la clase obrera era mucho más sólida y consecuente en su combate contra el capitalismo. Por eso, el partido que crease fuertes raíces en la clase obrera sería también mucho más sólido y consecuente, mucho menos sujeto a los vaivenes coyunturales. La segunda razón es profundamente estratégica: el modelo trotskista de revolución socialista solo podrá llevarse adelante con la movilización autodeterminada y permanente de la clase obrera. Aunque se tarde más tiempo, allí debemos construirnos e impulsar ese proceso. No se puede engañar a la historia buscando atajos y construyéndonos como una corriente campesina o plebeya urbana porque eso nos llevará inevitablemente a profundas desviaciones de nuestra estrategia.

Ser “más marxistas” se refiere, por un lado, a estudiar con profundidad las situaciones del mundo y de cada país para, recién a partir de allí, elaborar las políticas y orientaciones correctas. Moreno decía que debemos intentar hacer política revolucionaria como actúa un buen médico, que solo indica un tratamiento después de realizar los análisis necesarios y elaborar un cuidadoso diagnóstico. Caso contrario, seremos “curanderos” que trabajan sobre la base de intuiciones y golpes de vista que, inevitablemente, quedan sujetos a las presiones y modas o a las falsas apariencias de la realidad. En segundo lugar, significa la necesidad de estudiar con profundidad, sobre la base de las herramientas teóricas del marxismo, los nuevos fenómenos y procesos que no se encuadraban en los viejos esquemas y, de ser necesario, corregir esas herramientas teóricas para que respondan a las nuevas realidades.

Esto nos lleva a una doble necesidad. Por un lado: “Ser trotskista hoy día no significa estar de acuerdo con todo lo que escribió o lo que dijo Trotsky, sino saber hacerle críticas o superarlo, igual que a Marx, que a Engels o Lenin, porque el marxismo pretende ser científico y la ciencia enseña que no hay verdades absolutas. Eso es lo primero, ser trotskista es ser crítico, incluso del propio trotskismo”[9]. Por el contrario, varias corrientes trotskistas toman los escritos de Marx, Lenin y Trotsky como un criterio dogmático, como si fuese una Biblia que no requiere ningún cambio ni actualización.

Al mismo tiempo, esta necesidad de ser críticos (“pensar con cabeza propia”, decía Moreno) debe seguir algunos criterios bien claros. En primer lugar, señalar de modo explícito qué se está corrigiendo y por qué, y no “pasar de contrabando” esa revisión. En segundo lugar, reivindicar también explícitamente el cuerpo central teórico-político que se considera vigente. Por el contrario, varias corrientes han “tirado el niño con el agua sucia” (es decir, han abandonado los principales componentes del legado de Trotsky) pero aún se reivindican “trotskistas”.

Sobre el tema del internacionalismo, Trotsky consideraba que no podía haber militancia u organización trotskista nacional que no se desarrollase como parte de la construcción de una organización internacional. No se trata solo de estudiar los procesos mundiales como un conjunto y los procesos nacionales como sus refracciones específicas. O de ser solidarios con las luchas de otros países.

Esto es imprescindible pero no es suficiente: se trata de volcar los principales esfuerzos en la construcción de esa organización internacional revolucionaria. No es casual que él, que había sido el principal dirigente de las masas de Petrogrado durante la Revolución Rusa y había comandado a millones de combatientes en el Ejército Rojo, considerase que la fundación de la IV Internacional (reagrupando a algunos miles de militantes revolucionarios) “es el trabajo más importante de mi vida; más que el de 1917, el de la guerra civil, o cualquier otro”. 

El movimiento trotskista en la actualidad

Desde la división en 1953, no volvió a existir una organización unificada de los trotskistas. Hubo algunos intentos de reagrupamientos parciales, como la fundación del Secretariado Unificado en 1963, o la del Comité Internacional entre el CORCI y la Fracción Bolchevique en 1980.

Pero la tendencia general ha sido, en un primer proceso, la consolidación de varias corrientes internas: mandelismo, morenismo, lambertismo, los originados en la tendencia británica The Militant, los “capitalistas de Estado”, etc. A su vez, dentro de estas corrientes se han producido y se siguen produciendo nuevas divisiones, con fuertes debates entre los sectores. Sería difícil enumerar todas las organizaciones internacionales y nacionales (de distintos tamaños) que se reivindican “trotskistas” o se llaman de ese origen.

Entre todas suman seguramente algunas decenas de miles de militantes en el mundo. Por eso, muchos trabajadores y luchadores que ven con simpatía las ideas básicas del trotskismo preguntan si su reagrupamiento no es necesario entre quienes reivindican la IV y sus bases programáticas fundacionales. Muchos opinan, además, que eso no se produce esencialmente por el sectarismo y la autoproclamación de las corrientes.

Es cierto que existen varias pequeñas organizaciones o “sectas trotskistas” más grandes (nacionales o internacionales) cuya actividad central no es desarrollar su construcción en el movimiento de masas sino parasitar las otras corrientes para ganarles algunos pocos militantes. También es cierto que muchas organizaciones se autoproclaman como “la única IV verdadera”. Estas cuestiones existen pero, a nuestro modo de ver, no son las centrales que impiden la reconstrucción de la IV Internacional y su existencia como organización unificada.

El problema es que entre las organizaciones que reivindican las “bases fundacionales de la IV Internacional” hay profundas diferencias en las elaboraciones teóricas, en los análisis y caracterizaciones frente a los procesos revolucionarios y de lucha que se dan en el mundo y, finalmente, en la política que debe aplicarse en esos procesos.

Por fuera de las “marcas de origen” de esas organizaciones, uno de los factores centrales que profundizaron esas diferencias es lo que hemos denominado el “aluvión oportunista” que impactó a la izquierda en general (y a numerosas organizaciones trotskistas dentro de ella) luego de la restauración capitalista en los ex Estados obreros, y de la interpretación que hicieron del significado de este proceso. La mayoría de las organizaciones giró a la derecha su programa y su acción política. Algunas lo hicieron de modo explícito, otras de modo encubierto [10].

Comencemos por el llamado SU (Secretariado Unificado), heredero del mandelismo. Desde la década de 1990, esta corriente abandonó explícitamente la estrategia de la dictadura del proletariado y el combate a la colaboración de clases, y los reemplazó por la política de “radicalizar la democracia” [burguesa]. Coherente con ello, también abandonó la construcción de partidos revolucionarios y pasó a impulsar la formación de partidos unificados de “revolucionarios y reformistas honestos”. Este sector impulsa sí un reagrupamiento internacional, pero lo hace sobre bases teóricas, programáticas y organizativas que no tienen nada que ver con el legado de Trotsky [11].

Otras corrientes no han dado ese paso de modo explícito. Pero su política concreta también ha girado a la derecha, esencialmente hacia el electoralismo y el parlamentarismo como el centro de su actividad. Es el caso de la FT (Fracción Trotskista) encabezada por el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas, de Argentina) que pasó de un sectarismo propagandístico a un oportunismo electoralista cada vez más acentuado [12].

Podríamos continuar con las corrientes originadas en The Militant o con las que hemos denominado nacional-trotskistas pero no queremos aburrir a los lectores; quien tenga interés puede leer los artículos de la serie sobre la reconstrucción de la IV Internacional, a la que ya nos hemos referido.

En la década de 1970, Nahuel Moreno caracterizó que existía un “movimiento trotskista”  que, más allá de sus diferencias, era “una corriente independiente de los aparatos burocráticos aunque no tuviera unidad organizativa”. Como parte del aluvión oportunista, ese movimiento ya no existe como tal: sectores importantes han “cruzado la línea” y abandonado el campo revolucionario, transformándose en correas de transmisión (y viviendo a expensas) de la democracia burguesa y parlamentaria, de los fondos del Estado, o de aparatos sindicales burocráticos.

Y quienes no la han cruzado de modo explícito acompañan a los anteriores en su política. Baste señalar, por ejemplo, que la sección brasileña de la LIT (el PSTU) se ha quedado en total soledad en la construcción de un partido revolucionario independiente, mientras casi todas las corrientes que se reivindican trotskistas integran un partido reformista (el PSOL). En ese marco, proponer un posible reagrupamiento inmediato sería equivocado y, a la vez, irresponsable.

¿Cómo reconstruir la IV?

Desde su propia fundación y la votación de sus estatutos en 1982, la LIT nunca se autoproclamó “la IV Internacional” y siempre puso el propio desarrollo al servicio de la reconstrucción de la IV. Entre otras cosas, esto implica, por supuesto, la búsqueda permanente de acercamiento y reagrupamiento con otras organizaciones trotskistas, algunos de los cuales fueron exitosos, pero muchos otros fracasaron y no fue por sectarismo de nuestra parte.

Seguiremos haciéndolo sobre la base de criterios claros: acuerdos programáticos profundos; coincidencias en las posiciones sobre los principales hechos de la lucha de clases, especialmente en los procesos revolucionarios, para poder desarrollar una acción militante común sobre ellos; relaciones leales y fraternas; y, por supuesto, la defensa incondicional de la moral revolucionaria.

Sin la aplicación de estos criterios, todo intento de fusión y de reagrupamiento revolucionario está destinado al rápido estallido o a ser apenas “una jugada para la tribuna”, como lo fue de hecho la reciente conferencia internacional abierta convocada por el FIT-U de la Argentina [13].

La LIT-CI también sufrió las consecuencias del “aluvión oportunista” y, después de la muerte de Nahuel Moreno pasó por una profunda crisis que casi llevó a su desaparición. Pero intentamos ser cada vez más obreros, marxistas e internacionalistas; sus secciones y militantes buscan intervenir activamente en los procesos reales de la lucha de clases.

La reconstrucción de la IV Internacional es una de las tareas estratégicas que nos deja el legado de Trotsky. En ese camino, tal como hemos dicho, proponer un posible reagrupamiento estratégico de modo inmediato con otras fuerzas que se reivindican trotskistas sería equivocado y, a la vez, irresponsable. Quizá en el futuro, la lucha de clases permita ese acercamiento con algunas de las organizaciones que hemos analizado, o con otras. Cuando esa posibilidad se dé en la realidad, actuaremos como ya lo hemos hecho en el pasado: con seriedad, honestidad y lealtad, para intentar concretarla. Lo haremos con los criterios que ya señalamos en este mismo artículo.

Es necesario superar la profunda contradicción que significa la comprobación cada vez más clara por parte de los trabajadores y las masas de la degradación irreversible y acelerada del capitalismo imperialista y el hecho de que el legado de Trotsky pasó la prueba de la historia, por un lado, y la profunda debilidad de una alternativa de dirección revolucionaria, por el otro.

Por eso, la LIT-CI pone todas sus fuerzas al servicio de esa reconstrucción. Queremos hacer realidad las palabras finales de Trotsky en el Programa de Transición: Obreros y Obreras de todos los países, agrupaos bajo la bandera de la Cuarta Internacional. ¡Es la bandera de vuestra próxima victoria!

Notas

[1] https://litci.org/es/?s=reconstrucci%C3%B3n+de+la+IV

[2] https://www.marxists.org/espanol/moreno/1985sert.htm

[3] https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/prog-trans.htm

[4] Entre otras ediciones de este libro, ver https://www.elsoca.org/pdf/libreria/La%20lucha%20contra%20el%20fascismo-completo.pdf

[5] Para profundizar sobre el tema del fascismo, recomendamos leer el artículo de Jerónimo Castro publicado en esta página: https://litci.org/es/menu/movimiento-obrero/el-estado-burgues-y-el-fascismo/

[6] Sobre este tema, ver los trabajos recopilados en ¿Adónde va Francia? en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1936/1936-francia/index.htm y Lección de España: última advertencia en https://edisciplinas.usp.br/pluginfile.php/2145518/mod_resource/content/1/Lecionhes%20de%20Espa%C3%B1a.pdf

[7] Ver en este aspecto, el escrito de Nahuel Moreno http://www.nahuelmoreno.org/oportunismo-y-trotskismo-ante-los-gobiernos-de-frente-popular-1982.html

[8] Sobre la Comisión Dewey es interesante ver el discurso que Trotsky realizó ante ella en: https://youtu.be/DzNPXQo3_DY (en inglés).

[9] https://www.marxists.org/espanol/moreno/1985sert.htm

[10] Sobre el “vendaval oportunista”, ver los artículos de Martín Hernández en: https://archivoleontrotsky.org/view?mfn=6771 y https://archivoleontrotsky.org/view?mfn=6797

[11] Sobre el SU, ver los artículos de José Welmowicki en: https://litci.org/es/menu/teoria/historia/la-lucha-la-reconstruccion-la-iv-internacional-papel-del-parte-i/ y https://litci.org/es/menu/teoria/historia/la-lucha-la-reconstruccion-la-iv-internacional-papel-del-parte-ii/

[12] Sobre esta corriente, ver los artículos de Alejandro Iturbe en: https://litci.org/es/menu/teoria/fraccion-trotskista-pts-del-sectarismo-propagandistico-al-oportunismo-electoralista-parte-i/ y https://litci.org/es/menu/teoria/fraccion-trotskista-pts-del-sectarismo-propagandistico-al-oportunismo-electoralista-parte-ii/

[13] Sobre el tema de los criterios de reconstrucción de la IV Internacional y para aplicar en las fusiones, ver: https://litci.org/es/menu/teoria/el-proyecto-estrategico-de-la-lit-ci-es-reconstruir-la-iv-internacional/. Sobre la reciente conferencia llamada por el FIT-U ver el artículo: https://litci.org/es/menu/mundo/latinoamerica/argentina/por-que-no-participamos-de-la-conferencia-convocada-por-el-fit-u/

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