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Mundo

Las políticas de Trump, la disputa EE.UU.-China y la crisis del orden mundial (Parte 1)

julio 25, 2025

Por Felipe Alegría y Ricardo Ayala

Hay un verdadero terremoto en la división mundial del trabajo (DMT), originado por el choque abierto entre el carácter global de las cadenas de producción y la envoltura de las fronteras nacionales en que estas se desenvuelven. Trump jugando con las desigualdades entre países, utiliza los aranceles de acceso al mercado norteamericano de manera pendenciera y reaccionaria, con el fin de favorecer hasta las últimas consecuencias a una rama industrial que, sin embargo, no conoce fronteras y no está sujeta a aranceles. Nos referimos a las Big Techs, en su incesante acumulación de capital.

Son un pequeño núcleo de empresas que se puede contar con los dedos de las manos, estadounidenses y chinas, que están en la cima de la cadena de valor, pasan olímpicamente por alto de las fronteras nacionales y están en el centro de la acumulación capitalista actual. Entretanto, el resto de las empresas, en el cuadro de las actuales cadenas de producción, están sujetas a los aranceles, que atan a los países a su jerarquía dentro de la DMT. Las Big Techs se apoyan y se alimentan de esta DMT, sin estar sujetas a las fronteras estatales.

La situación actual, con la presidencia de Trump, ha llevado esta contradicción al paroxismo. El capitalismo imperialista, sometido a la base mediocre de la propiedad privada y la ganancia, incapaz de permitir que nuevos dispositivos y avances florezcan globalmente y sin restricciones, los somete a las limitaciones de los Estados nacionales.

Trump no pretende reindustrializar los EE.UU., sino traer al país las industrias que están en la cúspide de la tecnología (semiconductores) y, al mismo tiempo, imponer una dominación de estilo colonial al resto del mundo, no solo ya a los países semicoloniales sino también sometiendo a niveles desconocidos a los países imperialistas de segundo y tercer nivel. Basta mirar los embargos a China en la guerra por la supremacía tecnológica.

Trump impone a los países semicoloniales relaciones parecidas a las del siglo XIX, basadas en el parasitismo que Lenin ya denunciaba. El ejemplo del arancel a Brasil es esclarecedor. Impone una tarifa del 50% y la justifica diciendo que la justicia brasileña no puede condenar a Bolsonaro, su alumno, por el intento de golpe de Estado. Sin embargo, toda la prensa burguesa seria de Brasil advierte que el asunto de Bolsonaro no deja de ser una cortina de humo. Lo que verdaderamente está detrás de la medida de Trump son los intereses de Zuckerberg (Meta), Visa y MasterCard, la oposición al acuerdo alcanzado con China para la construcción de un ferrocarril que lleve la soja desde Brasil hasta el puerto de Chancay en el Pacífico (construido y gestionado por la empresa china Cosco), acortando las exportaciones brasileñas en 10 días…, así como el reproche a las peroratas de Lula sobre el multilateralismo o el lugar del dólar en el mundo.

El diario O Globo, que no es precisamente prensa nacionalista, explica que antes de que entrara en funcionamiento el sistema de pago electrónico instantáneo «PIX», controlado por el banco central brasileño y totalmente gratuito, «Meta había anunciado que lanzaría un servicio de pago a través de WhastApp. Brasil sería una especie de modelo para que Mark Zuckerberg, el dueño de Meta, expandiera la operación a otros mercados. Había una gran expectación porque el servicio de mensajería [ WhastApp] era casi omnipresente en el país«, y añade: pero «PIX caló rápidamente en el gusto de los brasileños… Hoy en día, es utilizado por el 93% de la población adulta del país (…) y se ha convertido en el método de pago más popular en Brasil. PIX le quitó espacio al dinero efectivo físico, boletas y tarjetas de débito [Visa y Mastercard…], principalmente. Con el desarrollo de herramientas como PIX Installments y PIX Automatic, también se está empezando a competir con las tarjetas de crédito, un segmento que sigue creciendo en el país«.

En el artículo veremos también cómo las Big Techs, íntimamente asociadas al Pentágono y el negocio militar, están teniendo un desempeño fundamental en el genocidio israelí de Gaza y Cisjordania. Por otro lado, como veremos a lo largo del artículo, el orden mundial propugnado por Trump al servicio de las Big Techs, lleva a aplastar toda disidencia, en primer lugar la del del movimiento de masas estadounidense, también en el resto del mundo y, finalmente, la de los sectores burgueses que no encajan en un orden mundial donde no hay «café para todos».

*      *     *

El déficit comercial norteamericano está entroncado con el funcionamiento de un sistema monetario cuyo patrón es el dólar y para cuyo mantenimiento EE.UU. deben permanecer en la cima del sistema financiero mundial y sus oligopolios tecnológicos deben seguir marcando la pauta de la revolución tecnológica.

Para ello, Trump pugna por reformar la DMT, llevando a EEUU los sectores tecnológicos estratégicos (microprocesadores, baterías, etc.), acabando con la dependencia respecto a la cadena de suministro de China y de países cuyo futuro está por dilucidar, especialmente Taiwán.

EE.UU., como analizamos en el artículo, tiene un fuerte superávit en la balanza de servicios. Pero esta terminología oculta más de lo que revela sobre el contenido de dichos servicios. Gustavo Machado, investigador del ILAESE y estudioso de El Capital, al leer el borrador de este artículo nos hace una valiosa observación sobre la acumulación de capital por parte de las Big Techs, enmascarada en la contabilidad de la balanza de servicios. La observación, sin duda, va más allá de los objetivos de este artículo:

“…Venden servicios porque venden meramente el derecho de uso de bienes cuya propiedad sigue en manos de las empresas estadounidenses. Cuando pagamos a Google, Windows, ChatGPT, etc., no compramos el producto, sino que pagamos por el derecho a usarlo. La nueva revolución tecnológica en curso ha creado una infinidad de estos productos básicos. Es el proceso llamado “servitización”, que no es la sustitución de bienes por servicios, sino la sustitución de la venta de bienes por el pago por el derecho a usarlos».

Esta forma de acumular capital sitúa a las Big Techs más allá de las fronteras de los Estados. Estas empresas sobrevuelan las fronteras nacionales, las hacen obsoletas, eluden impuestos, aranceles y regulaciones de la competencia.

«Todo esto está ligado –Gustavo añade- a la nueva revolución digital, que ha centralizado el uso de todos los equipos electrónicos en nubes y datacenters, por lo que computadores, televisores, teléfonos inteligentes no son más que puntos de contacto con estas redes. Esta revolución ha sido la salvación de los Estados Unidos desde el punto de vista tecnológico durante las últimas dos décadas, ya que lideran la parte de software con un amplio margen, por medio de gigantescos monopolios globales (Google, Microsoft, Meta, Apple, Amazon, etc.).

Este sector no está sujeto a la desindustrialización, ya que la mayor parte de su núcleo de innovación y código fuente primario se produce en Estados Unidos. Una pesquisa rápida y aproximada que realicé muestra que: 1. en Google (Alphabet), el 60-70% del código principal se desarrolla en EE. UU. 2. en Microsoft, el 70% del desarrollo de productos clave (Windows, Azure) se realiza en EE.UU. 3. en Meta (Facebook), el 80% de la innovación en algoritmos y productos se hace en Estados Unidos. Estas empresas producen bienes, mercancías: es la industria digital. Pero sus productos, que valen miles de millones o incluso cientos de miles de millones de dólares, no se venden como mercancías, sino que miles de millones de personas, directa o indirectamente (a través de la publicidad), pagan por su uso. Esto es lo que, hoy en día, se llama “servitización” que, desde el punto de vista de la contabilidad económica oficial, no entra en la balanza comercial, sino en la de servicios».

Si utilizáramos el criterio señalado por Gustavo e incluyéramos el negocio de las Big Techs enla balanza comercial de Estados Unidos, ésta tendría un enorme superávit. En verdad, estamos ante una superestafa que utiliza un supuesto déficit comercial como excusapara imponer un nuevo orden en el que las grandes empresas tecnológicas reinen de forma absoluta. El problema es que esto requiere la semicolonización de las cadenas de suministro chinas y significa que China es el principal enemigo a batir, con sus datacenters, su moneda digital y sus empresas que integran mensajería instantánea y venta online (un paso por delante de Zuckerberg).

China, como nueva potencia imperialista, tiende a reproducir el mismo tipo de jerarquía en la división mundial del trabajo que promueve EE.UU., concentrando la alta tecnología y el valor en China y extendiendo los escalones bajos de su cadena productiva a sus áreas de influencia. Hoy, como explicamos en el artículo, China lucha por sobrevivir al bloqueo trumpista, en medio de una considerable y creciente sobreproducción de capital. Al mismo tiempo, cuanto más se eleva China en la jerarquía productiva y aumenta su productividad, más incapaz se ve de generar suficiente trabajo para su población.

Hay una pugna entre EE.UU. y China que solo el futuro va a resolver y que está determinada por los tiempos: ¿Cuánto va a demorar China en salir de esta encrucijada? ¿Va a entrar Estados Unidos en recesión antes? ¿Y si uno, otro o ambos son objeto de un levantamiento de las masas trabajadoras? Y junto a ello, ¿cuál va a ser el curso de la guerra de Ucrania frente a la agresión rusa, el desarrollo de la batalla contra el genocidio sionista, la crisis y la respuesta de masas en Europa y en los países semicoloniales de América Latina y los diferentes continentes? Aquí están las claves de bóveda de la situación.

1. La “política arancelaria” de Trump

    Uno de los grandes relatos de la campaña electoral de Donald Trump fue que, mediante la imposición general de aranceles, pondría fin al déficit comercial norteamericano, haría retornar la industria al país y provocaría un fuerte aumento del empleo. Financiaría asimismo los gastos federales y reduciría los impuestos.EE.UU., en suma, volvería a una nueva edad de oro.

    Ciertamente, el conflicto de los aranceles está desempeñando un papel destacado en estos primeros meses de gobierno Trump. Pero el problema, en verdad, no son los aranceles. La política arancelaria de Trump es uno de los diferentes mecanismos que utiliza para enfrentar la decadencia del imperialismo norteamericano y los desafíos a su hegemonía.

    Cuando EE.UU., la gran potencia occidental triunfadora de la II Guerra Mundial, mantenía una supremacía productiva y tecnológica indiscutible, es decir, durante la llamada Guerra Fría y después, cuando promovió la globalización neoliberal, su bandera era el libre comercio. EE.UU. mantuvo durante todo un período una interesada generosidad comercial hacia una serie de países, inicialmente Europa y Japón, necesarios para la expansión de los negocios de sus multinacionales. Lo mismo puede decirse de su expansión a China.

    La globalización significó que la cadena industrial de valor, con sus diseños, sus materias primas, sus componentes y ensamblajes, pasó a ser global, repartida por todo el mundo, con un especialísimo destaque en China, adonde fueron deslocalizadas una enorme cantidad de empresas industriales, con fuerte presencia norteamericana. La globalización dio lugar a lo que conocimos como la Chimérica, donde China, con una clase obrera barata y sin derechos, se convirtió en el gran taller de las multinacionales norteamericanas (y de otros países europeos y Japón).

    En este período, en particular durante la época de la Chimérica, el ingente déficit comercial norteamericano respecto a China, lejos de ser un problema, era la otra cara de una gigantesca transferencia de valor de China (del valor creado por su clase obrera) hacia EE.UU., como consecuencia del intercambio desigual entre los dos países, fruto de la enorme ventaja tecnológica norteamericana y la consiguiente productividad.

    De otro lado, la reducción del intercambio económico a la balanza comercial oficial es un burdo engaño, porque deja de lado la balanza de servicios, donde contabilizan los enormes ingresos cobrados por las grandes high tech norteamericanas por el uso de sus productos. Tampoco se contabilizan en la balanza comercial los servicios financieros cobrados por sus bancos y entidades financieras, que dominan los mercados mundiales. Y se olvidan, por supuesto, de incluir en los cálculos las transferencias de beneficios de las multinacionales, bancos  y fondos de inversión norteamericanos en el exterior.

    En cuanto a la creación de empleo, los mismos trumpistas, como Stephen Miran, jefe del consejo de asesores económicos de Trump, dejan en evidencia su demagogia cuando limitan el retorno industrial a las manufacturas de alto contenido tecnológico, vinculadas al control de la tecnología y de sus aplicaciones militares. Estas manufacturas, sin embargo, son irrelevantes en la generación de empleo.

    El problema del imperialismo norteamericano no es el déficit comercial con China, sino el fin de la Chimérica y el hecho de que China se haya convertido en un serio competidor tecnológico y represente una amenaza para la continuidad de su hegemonía. Este y no otro es su gran problema.

    Los aranceles que está negociando Trump buscan frenar el desarrollo chino, agravar su sobreproducción de capital y torpedear la extensión de sus cadenas de suministro y montaje en los países vecinos, a los que ha anunciado una imposición de tarifas comerciales desorbitadas, entre el 25% y el 40%. A la vez, Trump busca establecer un embargo comercial a la exportación de alta tecnología norteamericana a China (particularmente la relacionada con los semiconductores de última generación) y también impedir que otros países se vinculen a las redes tecnológicas chinas. Sin embargo, EE.UU. sufre, al mismo tiempo, una fuerte dependencia de China en buena parte de su cadena de suministros y, muy en particular, respecto a las tierras raras, donde ésta última mantiene actualmente una situación de quasi-monopolio.

    Los aranceles anunciados por Trump hacia los países semicoloniales son exorbitantes, prácticamente todos han de pagar un peaje superiore al 25% para poder vender en EE.UU., quedando obligados a colocar sus exportaciones a precios de saldo. Representan la imposición de un grado de saqueo claramente superior al que han sufrido durante décadas y buscan un sometimiento servil hacia EE.UU. Las consecuencias negativas para los trabajadores de estos países van a ser enormes. El caso del arancel del 50% a Brasil (con quien EE.UU. tiene, por lo demás, superávit comercial) es expresión extrema de la política de Trump. El argumento del juicio a Bolsonaro para justificarlo, más allá de su indecencia, oculta la defensa de los intereses de las grandes tecnológicas y financieras norteamericanas.

    En el caso de la Unión Europea (UE), el mayor socio comercial de EE.UU., Trump acaba de amenazar por carta con unos aranceles generales del 30%, que, a decir del comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, “prácticamente prohibirían el comercio”. Es una política enormemente agresiva que Trump se atreve aplicar aprovechando las diferencias de intereses entre los distintos países miembros de la UE, que Trump busca ahondar. Del mismo modo, es también un verdadero shock el que Trump ha provocado en Japón y Corea del Sur, amenazados o ya castigados con un arancel general del 25%.

    2. La política agresiva y chantajista de Trump no refleja la fortaleza del imperialismo norteamericano sino la necesidad de reconstruir su hegemonía en crisis

    Durante largas décadas, desde el fin de la IIa Guerra Mundial, de la que emergió como gran vencedor, EE.UU. ha sido la potencia dominante indiscutida. Su abrumadora hegemonía se sustentaba en su supremacía económica, asentada en una productividad superior, en su tamaño y en su indiscutible dominio financiero global. EE.UU. se valió durante todo este período de las llamadas instituciones multilaterales donde, bajo su dirección, se acordaban las reglas, dando un aire de democracia y permitiendo, en una situación económica favorable, que las distintas potencias y burguesías semicoloniales también se llevaran una parte del botín.

    Por supuesto, cuando era necesario, EE.UU. imponía directamente su voluntad, como cuando Nixon puso fin al patrón oro o Reagan forzó el Acuerdo de Plaza. La culminación (y última etapa) de este proceso fue la Globalización neoliberal, con el famoso “Consenso de Washington” y la plena libertad de movimiento de capitales y mercancías.

    En el trasfondo de este proceso, por descontado, siempre se hallaba el ejército norteamericano, con su gigantesco arsenal, sus más de 700 bases en el mundo y sus selectivas intervenciones militares, que se han sucedido a lo largo del tiempo, además de sus operaciones encubiertas (golpes militares en Indonesia, Chile…).

    Sin embargo, la supremacía norteamericana comenzó a entrar en crisis ante la emergencia, a partir de 2008, del imperialismo chino. Tal como señala el artículo “China, la potencia imperialista emergente en pugna con EE.UU.[1]: “EE.UU. continúa manteniendo la hegemonía económica mundial, sustentada en una productividad de conjunto que sobrepasa a la de China, a lo que hay que añadir su dominio financiero global (y, por supuesto, geopolítico y militar). EE.UU. sigue siendo la primera potencia en relación con la producción de los bienes de consumo final (industria digital, electroelectrónica de punta, farmacéutica o aeroespacial). China, sin embargo, alcanza ya un 12,24% mundial en este campo y es, al mismo tiempo, el mayor productor global de medios de producción (30,83% en 2023). Constituye, con diferencia, ‘la superpotencia manufacturera mundial’ y aparecía, a finales de 2024, como la primera economía mundial según “paridad poder adquisitivo” de su PIB; la segunda, tras EE.UU., contada en dólares corrientes”. A todo esto que hay que añadir el elemento determinante que representa su despegue como gran potencia tecnológica.

    La agresiva pauta de Trump, expresada en su guerra arancelaria y su política de embargos,muestrael deterioro de la primacía económica norteamericana en sectores de punta y refleja, en conjunto, la pérdida de la influencia global.

    EE.UU., con Trump, ha pasado a actuar al margen de las instituciones multilaterales[2]. La propia hegemonía financiera norteamericana, tan decisiva, también ha comenzado a mostrar grietas ante la envergadura de la deuda federal y el peso emergente de otras monedas en el comercio mundial.

    3. Una estrategia global para reafirmar la supremacía norteamericana

    La ofensiva arancelaria de Trump, que en estos momentos ocupa un lugar notorio en los medios de comunicación de todo el mundo, es solo parte de una estrategia global para intentar revalidar la supremacía norteamericana. Integra diferentes elementos:

    a. Asegurar el mantenimiento de la superioridad tecnológica de EE.UU. respecto a China.

      b. Preservar el dominio norteamericano del sistema financiero mundial.

      c. Remodelar la división mundial del trabajo: 1/ concentrando la producción tecnológica estratégica en EE.UU. 2/ sofocando el desarrollo y la expansión chinas y agravando su sobreproducción y exceso de capitales; 3/ exprimiendo a las otras y 3/ sometiendo a los países semicoloniales a un grado de saqueo cualitativamente superior.

      d. Anular a la UE como polo alternativo potencial, marginándola en la esfera internacional y promoviendo las divisiones en su interior.

      e. Asegurar la continuidad de la supremacía militar norteamericana, en una carrera armamentística desatada. Esta supremacía va asociada a la hegemonía tecnológica y al papel económico central de la industria armamentística norteamericana, de la que forman parte destacada las Big Techs.

      f. 1/ Hacer pagar a sus aliados de Europa y Asia el despliegue de sus tropas y redistribuir y concentrar a éstas en la zona del Indo-Pacífico, frente a China, 2/ Delegar en Israel la labor de gendarme de Oriente Medio, apoyando el genocidio palestino y reconfigurando Oriente Medio alrededor de los Acuerdos de Abraham con los regímenes reaccionarios del Golfo y 3/ Entregar a Putin parte de Ucrania, a costa del pueblo ucraniano, y alejar a Rusia de China.

      g. Modificar el patrón de explotación en EE.UU., mediante rebaja de salarios, pensiones y derechos laborales, recortes de servicios básicos (Medicare, Medicaid, educación, ayudas sociales) y reducción de impuestos a los más ricos. Las deportaciones de trabajadores inmigrantes buscan imponer el terror, reducir sus salarios y degradar sus condiciones laborales a un estado de semiesclavitud.

      Elon Musk y después Sergey Brin (cofundador de Google) han sido de los primeros personajes públicos en exigir el establecimiento de 60 horas o más de trabajo a la semana, emulando al magnate chino Jack Ma (Alibaba), acérrimo defensor del sistema 996 (desde la 9h de la mañana hasta las 9h de la noche, durante seis días semanales) vigente en amplios sectores económicos de China.

      h. Avanzar, para todo ello, hacia un presidencialismo autoritario: un régimen político definido por graves recortes a los derechos democráticos y la desaparición del equilibrio de poderes propia de una democracia liberal, en beneficio de un régimen de bonapartismo presidencial sin apenas controles. Una política que, lejos de limitarse a EE.UU., promueven activamente en todo el mundo.

      4. La batalla por la superioridad tecnológica

      Acabamos de señalar como una prioridad vital de EE.UU.es mantener su hegemonía tecnológica. Dicha hegemonía va vinculada particularmente a sus grandes empresas tecnológicas (big techs), a sus desarrollos en Inteligencia Artificial (IA) y a los semiconductores (chips) asociados de última generación. Sin duda, aquí el enemigo a batir es China.

      En el artículo citado de la revista Marxismo Vivo nº 41, decíamos: “Al poco de la toma de posesión de Trump, grandes tecnológicas norteamericanas anunciaban en la Casa Blanca una inversión megamillonaria de US$500.000 millones. Objetivo: asegurar el monopolio norteamericano sobre la IA, necesario para una apropiación mundial de superganancias tecnológicas y para la hegemonía global norteamericana”. [Sin embargo] “la irrupción, unos días más tarde, del chat chino de IA, DeepSeek, cuestionaba estos planes y ponía en duda la primacía norteamericana en la IA y el rol que China va a desempeñar en este terreno vital”.

      Del mismo modo, hay que conceder relevancia al nuevo chip de Huawei (Ascend 920C) para IA, que representa un importante avance, concede un importante grado de autonomía a China con respecto a Nvidia y le permite comercializarlo en el llamado Sur Global, comenzando por el Sudeste asiático, creando un área vinculada a su patrón tecnológico.

      EE.UU. sigue manteniendo actualmente la hegemonía tecnológica, aunque el final de la historia no está escrito. No es extraño que Jake Sullivan, exconsejero de Seguridad Nacional de Biden, afirmara en una conferencia titulada Special Competitive Studies Project (16-9-2022) que “no permitirían a China liderar la IA porque el dominio geopolítico del país estaba subordinado a la hegemonía en este campo.”

      Las grandes tecnológicas, es decir, las Siete Magníficas (Alphabet/Google, Amazon, Apple, Meta/Zuckerberg, Microsoft, Nvidia, Tesla), más el resto de oligopolios tecnológicos de Silicon Valley como OpenAI, Palantir (Peter Thiel) o Anduril, han integrado sus negocios con el complejo militar industrial, junto a los ya clásicos Boeing, Lockheed Martin, Northrop Grumman o General Dynamics. Está teniendo lugar ante nuestros ojos una fusión entre la élite tecnológica y la élite militar norteamericanas, manifestada en el reciente nombramiento por el Pentágono de cuatro tenientes generales entre los altos directivos de Meta, OpenAI y Palantir. No nos debe, pues, extrañar que estas high techs estén jugando un papel clave, de colaborador necesario del ejército israelí, en el genocidio palestino, tal como acaba de denunciar Francesca Albanese, la relatora especial de la ONU.

      Los oligopolios tecnológicos y el complejo militar-industrial, íntimamente unidos, junto a los grandes bancos y fondos de inversión de Wall Street, forman el núcleo central del capitalismo norteamericano. El gabinete Trump es su expresión política.

      5. Mantener la supremacía militar

      La supremacía militar es el punto en el que el dominio estadounidense sigue más firme y donde Trump se apoya con especial intensidad, como hemos comprobado en la política de modernización del arsenal, en su estrecha colaboración con Israel en el genocidio palestino y en los bombardeos a las instalaciones nucleares de Irán.

      Estamos sufriendo una poderosa ola de rearme en la que cada semana somos testigos de nuevos desarrollos militares, que incluyen la modernización y reforzamiento de los arsenales nucleares, así como la irrupción masiva de armas de nueva generación, dotadas de las nuevas tecnologías, en particular de la IA, y adaptadas a las nuevas modalidades de guerra, en muchos casos testadas en Ucrania y Gaza.

      EE.UU. encabeza los gastos militares mundiales (US$ 997.000 millones/año), seguido a distancia por China (314.000 millones), en tercer lugar, Rusia (149.000 millones) y, a distancia, Alemania (88.500 millones), Reino Unido (81.800 millones), Francia (64.700 millones)[3] y otros.

      En medio de un rearme desbocado, Trump trabaja en un doble sentido: por un lado, haciendo pagar el despliegue global de sus tropas a sus aliados en Europa y Asia y, por otro, tratando de redistribuir y concentrar sus fuerzas hacia la zona del Indo-Pacífico, frente a China[4], mientras delega en el Estado genocida de Israel las tareas de gendarme de Oriente Medio y, asimismo, busca un arreglo con la Rusia de Putin. 

      Trump ha conseguido recientemente, en una muestra repulsiva de servilismo de los países europeos de la OTAN (cuyos sistemas militares no son europeos sino, ante todo, nacionales) que aumenten sus presupuestos militares hasta el 5% de su PIB. Este brutal incremento, que implica fuertes ataques al Estado del Bienestar, se da sobre el mantenimiento de la dependencia tecnológica hacia los sistemas armamentísticos norteamericanos y viene acompañado de enormes pedidos a las grandes empresas armamentísticas norteamericanas. El último envío norteamericano de armas a Ucrania va a ser pagado por los países europeos de la OTAN.

      Todo esto refuerza considerablemente a la industria armamentista de EE.UU., fortalece el peso económico global de sus exportaciones y mantiene la primacía político-militar norteamericana. A título de ejemplo, los aviones de combate F35, fabricados por Lokheed Martin, que son el más avanzado de los aviones militares utilizados por la mayoría de los países de la UE, no pueden despegar sin el permiso del Pentágono.

      6. Preservar el dominio del sistema financiero internacional

      Uno de los objetivos centrales de Trump es mantener el dominio del sistema financiero mundial, vigente desde la IIª Guerra Mundial, sustentado en el papel del dólar como moneda universal y de reserva, dominante en el comercio y las finanzas mundiales. Como consecuencia, una verdadera montaña de deuda federal, el 25% de los bonos del Tesoro, está en manos de otros países. Este papel del dólar es el “privilegio exorbitante” del que hablaba el expresidente francés Giscard d’Estaign: el que permite a EE.UU. financiar con dinero de terceros países sus déficits presupuestarios y comerciales.

      El dólar no corre peligro de ser destronado a corto plazo. Sin embargo, la envergadura de la deuda federal (que ha dejado de disfrutar de la categoría de máxima solvencia que otorgan las agencias de rating) abre importantes grietas en su papel como moneda universal. La deuda federal en 2024 era, según la Reserva Federal de St. Louis (integrante de la Reserva Federal), del 120,7% del PIB norteamericano (¡40 billones de dólares!) La agencia de rating Moodys prevé que la deuda llegue al 135% en 2035, con un déficit federal del 9% del PIB (en 2024 fue del 6,4%).  La Oficina Presupuestaria del Congreso ha señalado que la ley fiscal recién aprobada significará un aumento de 3,3 billones de deuda federal en 10 años.

      Todo esto representa un aumento enorme del gasto público que se dedica al pago de unos intereses al alza y, como una pescadilla que se muerde la cola, atenta contra el papel internacional del dólar. A ello hay que añadir los efectos de los aranceles de Trump, lo que también reforzará el protagonismo de otras monedas (como el yuan o el euro) en los intercambios comerciales mundiales.

      7. Transformar la democracia liberal norteamericana en un régimen presidencial bonapartista

      La estrategia de Trump tiene un componente básico en la transformación de la democracia liberal norteamericana en un régimen presidencialista de carácter bonapartista. Esto quiere decir: disolver la tradicional división de poderes en beneficio de un poder presidencial ilimitado, imponer una grave restricción de libertades y derechos democráticos, reprimir la disidencia, establecer un estrecho control de la población, someter a los medios de comunicación y militarizar el país.

      Robert Reich[5] denuncia en un reciente artículo “el peligro inherente a la superbase de datos de Palantir[6] [obtenida a partir de la actuación del DOGE de Elon Musk] sobre todos los estadounidenses [que incluye datos personales, laborales, médicos, bancarios y redes sociales], alimentada por inteligencia artificial”.

      Esta política, lejos de limitarse a EE.UU., comprende al resto del mundo y se expresa en la colaboración abierta de Trump con la AfD alemana, Bolsonaro, Meloni, Orbán,Milei, Bukele y demás fuerzas de ultraderecha.


      [1] Publicado en la revista Marxismo Vivo núm. 21

      [2] Trump ha arrinconado la Organización Mundial de Comercio (OMC), se ha retirado de la OMS, del Tribunal Penal Internacional (TPI), del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y del Acuerdo de París de Cambio Climático. De la UNESCO ya lo hizo en 2017. Y no ha tenido inconveniente en reclamar la anexión de Panamá, Canadá y Groenlandia (ambos, además, miembros OTAN), contra los preceptos de la ONU.

      [3] Según el instituto SIPRI de Estocolmo.

      [4] El punto militar más caliente de conflicto frente a China es, sin duda, el estrecho de Taiwán y el mar del Sur de China. En setiembre de 2024, la almirante Lisa Franchetti, entonces jefa de las fuerzas navales norteamericanas, declaraba que los combates navales en el mar Rojo y el mar Negro les servían para “prepararse para un ataque chino en Taiwán”: “Yo estoy muy enfocada en 2027”. El nuevo Secretario de Defensa de Trump, Pete Hegseth, en un memorándum interno ha señalado que la defensa de Taiwán es el único de escenario para el que está planeada una guerra importante, lo que significa el refuerzo de la presencia militar norteamericana en la región, en particular submarinos, bombarderos, drones, unidades especiales y marines.

      [5] https://open.substack.com/pub/robertreich/p/palantir-the-worst-of-the-corporate?utm_campaign=post&utm_medium=web

      [6] Palantir es una empresa tecnológica de Silicon Valley cuyo propietario es PeterThiel, rabioso ultraderechista. De origen sudafricano, es uno de los mayores apoyadores de Trump y el padrino del vicepresidente Vance. Íntimamente asociado al Pentágono, participa en primera línea en el genocidio palestino en Gaza y Cisjordania.

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