Libertad a todos los presos, abajo la represión
Sobre los acontecimientos del 27 de julio y el 3 de agosto en Moscú.
Por: POI, Rusia
La manifestación en Moscú del sábado 27 de julio, con más de 1.300 activistas presos, repercutió fuertemente en la prensa mundial y fue casi totalmente ignorada por la prensa rusa. Según la policía, participaron de la manifestación cerca de 3.500 personas, según los organizadores entre 10.000 y 20.000 personas. Fue posiblemente la mayor manifestación centralizada desde 2012. Fue seguida por la manifestación del 3 de agosto, donde nuevamente fueron presos cerca de 800 activistas.
Las manifestaciones fueron convocadas para exigir el derecho de la oposición liberal en participar de las elecciones para la Duma Municipal (Cámara Municipal) de Moscú, en setiembre. Prácticamente todos los candidatos opositores (cerca de 60) fueron impedidos por la Comisión Electoral para registrarse, ya que alegó irregularidades en la recolección de firmas (por la ley electoral rusa, para candidatearse por fuera de los partidos oficiales hay que recoger firmas de simpatizantes equivalente a 3% del colegio electoral local). La Comisión Electoral encontró algunas firmas de personas ya muertas en las listas de la oposición liberal. Los candidatos opositores acusan al Kremlin y al prefecto de Moscú, Sabianin, por la maniobra, infiltrando provocadores entre los voluntarios para recoger las firmas para la oposición, que habrían sido los responsables por las firmas falsas.
El motivo alegado para las prisiones fue que las manifestaciones no habían sido previamente autorizadas. En la Rusia de Putin, las manifestaciones deben ser autorizadas por el gobierno para poder realizarse. La prefectura de Moscú se negó a autorizarlas, alegando problemas para garantizar la seguridad y el tránsito.
Una clara disculpa macarra, pues se filtraron informaciones –incluso antes de la primera manifestación– desde adentro del aparato del Estado, de que ya estaba decidido el uso máximo de fuerza para dispersar la manifestación, incluso si esta era absolutamente pacífica.
De nuestra parte, nos solidarizamos obviamente con los activistas presos, exigimos la liberación inmediata de todos y que no haya ningún proceso judicial iniciado contra ninguno de ellos. También exigimos la liberación del dirigente de la oposición liberal, Alexey Navalny, condenado a 30 días de prisión por convocar la manifestación no autorizada. Exigimos también el derecho de los opositores liberales y de cualquier organización política de oposición a participar, si así lo desean, en el proceso electoral. Exigimos el libre derecho a manifestación, sin pasar por el filtro del régimen.
Responsabilizamos a Putin y Sabianin por todo lo ocurrido, por las maniobras, la represión y las prisiones. Su miedo es el de una repetición de lo ocurrido recientemente en las elecciones en Estambul, donde el dictador turco Erdogan perdió las elecciones municipales para la oposición. Un escenario de este tipo podría llevar a una crisis política, al poner en cuestión la legitimidad de Putin y Sabianin en la capital. Está más que clara la intención política del régimen, de no permitir la derrota del gobernante del Partido Rusia Unida en las elecciones de Moscú, utilizando todos los métodos a su alcance. Es necesario un rechazo unánime a la represión de parte de todas las organizaciones de oposición, democráticas, de derechos humanos, sindicales y de izquierda, en Rusia y en el mundo.
Al mismo tiempo en que expresamos nuestra solidaridad, el movimiento del día 27/7 tiene graves limitaciones, que dificultan que sea victorioso. Es un movimiento con un fuerte carácter de clase media y alta, dirigido por pequeños y medianos empresarios, profesionales liberales e intelectuales, que se consideran orgullosamente como la “clase creativa”, en oposición a la “atrasada” clase trabajadora, muchas veces despreciada por estos como siendo base de apoyo de Putin. Se niegan a incorporar las demandas sociales a las manifestaciones, como contra la reforma de la previsión, contra el aumento de la edad mínima para la jubilación, contra el achicamiento, contra los cortes en los servicios sociales, contra el vergonzoso sistema tributario ruso que beneficia a los ricos, etc. Porque, obviamente, como liberales que son, defienden el mismísimo plan económico, incluso más duro, como la reducción de impuestos para el “sector productivo”, más recortes en los gastos sociales, y más privatizaciones. Tampoco cuestionan la colonización de país llevada a cabo por Putin, que transforma un país que ya fue una gran potencia industrial, día tras día en un mero proveedor de materias primas para potencias extranjeras (incluso que esa colonización venga disfrazada bajo un manto de ideología chovinista y agresión a otros pueblos). Por el contrario, los liberales aplauden cada medida tomada por el gobierno en esta dirección y exigen aún más “abertura” al Occidente. Ni siquiera defienden un programa democrático consecuente, se limitan a pedir el derecho de las fuerzas liberarles a incorporarse al jueguito político de cartas marcadas de Putin para mantener un mínimo de apariencia democrática, para por dentro del régimen negociar migajas (como hace mucho tiempo ya se incorporó el Partido Comunista, dócil “oposición” pro régimen, por lo tanto cómplice de los crímenes de Putin).
La oposición liberal se calla miserablemente en relación con las agresiones militares contra Ucrania y Siria. Restringe conscientemente las manifestaciones a los sectores medios y a un programa limitado, que dificulta la adhesión de la clase trabajadora y de los sectores más empobrecidos de la juventud y del pueblo en general. No es un movimiento para derrotar el régimen de Putin, sino para tener el derecho de ser parte de él. Solo que el régimen de Putin es tan degenerado que siquiera puede incorporar una oposición tan inofensiva a la división del saqueo del país.
No por casualidad, es un movimiento visto con indiferencia e incluso desconfianza por los trabajadores, en especial los de afuera de la capital. Las manifestaciones de 2017 en este sentido fueron más pluralistas, atrayendo a sectores de la juventud descontenta de las periferias y de ciudades más distantes, amenazando salir del control de los liberales, razón por la cual fueron abortadas. La oposición liberal se limita así a manifestaciones de acuerdo con el calendario electoral de Putin.
Y manifestaciones solamente cuando hay elecciones son incapaces de aglutinar el descontento creciente en la población por la carestía, la inflación, los bajos salarios, y la reforma previsional. Aún más manifestaciones hegemonizadas por los sectores más privilegiados de la ya privilegiada capital. Con esta política, los liberales amplían el foso entre la lucha democrática y la lucha social, el foso entre los sectores medios por un lado y la clase trabajadora, la juventud empobrecida, los inmigrantes y el pueblo en general, por el otro. Llamar a cambiar la situación a través de elecciones totalmente controladas por el régimen es alimentar ilusiones. La derrota del movimiento de 2012 dejó eso bien claro para quien quisiese ver.
La clase trabajadora no está preocupada con las elecciones, sabe que no cambian nada, por eso la participación en estas cae año tras año. A pesar de los elementos de desgaste de Putin, no se ve tampoco ninguna alternativa electoral, ya que los liberales son asociados (correctamente) por el pueblo a la banda de Yeltsin, que también vendía el país y que finalmente parió el régimen de Putin. No son opción.
Poner fin a la represión, a los desmanes, a la carestía, a los bajos salarios, a la inflación, a la degradación económica, a las humillaciones a los inmigrantes, a las criminales guerras de Putin es posible, pero solo puede ser hecho levantando a la clase trabajadora rusa contra las aflicciones más sentidas por esta. Y de esta forma sí, unirse a las reivindicaciones democráticas más que justas y a sectores medios descontentos que son bienvenidos a la lucha común. Sin la unión de la lucha democrática con la lucha social, sin que la clase obrera entre de lleno en lucha contra el gobierno, con sus métodos, huelgas y ocupaciones, uniéndose así a las camadas medias descontentas con el régimen, no será posible derrotar a Putin.
El elitismo de las direcciones liberales se ha mostrado hasta ahora un impedimento para esta unión. Bajo la dirección liberal será mucho, pero mucho más difícil conquistar alguna cosa. Obviamente, no es imposible que, en el marco de la degradación del país y del crecimiento del descontento social, las manifestaciones convocadas por los liberales puedan catalizar la lucha social en el país. Pero eso no sería un motivo menos y sí uno más para luchar por construir otra dirección, plebeya, obrera, de los trabajadores y de la juventud sin perspectivas, contraria a la colonización del país, contraria a la agresión a otros pueblos, que levante todas las banderas de una verdadera revolución democrática, soldándolas con las banderas sociales en un único proceso de lucha al mismo tiempo democrática y socialista, única manera de poner fin al ultrarreaccionario régimen de Putin.
Traducción: Natalia Estrada.