Trotsky: ¿Es posible fijar un horario para la revolución?
“Sin dudas, eso no es posible. Sólo los trenes viajan con un horario e incluso no siempre llegan a hora.”
La precisión del pensamiento es necesaria en todo y en las cuestiones de estrategia revolucionaria más que en cualquier otra cosa. Pero como las revoluciones no se producen muy a menudo, los conceptos e ideas revolucionarios se mantienen incrustados en la grasa, adquieren contornos vagos, las cuestiones se plantean con negligencia y se resuelven de la misma forma.
Por León Trotsky (23 de setiembre de 1923).
Mussolini ha hecho su “revolución” (es decir su contrarrevolución) de acuerdo a un horario que fue necesario conocer de antemano. Pudo hacerla con éxito porque los socialistas no hicieron la revolución cuando era el momento. Los fascistas búlgaros han hecho su “revolución” a través de una conspiración militar. Todas las fechas estaban fijadas y los papeles distribuidos. La casta de oficiales españoles ha hecho exactamente la misma cosa[1]. Los golpes contrarrevolucionarios se producen siempre con este modelo. Habitualmente están sincronizados con el momento en que la desilusión de las masas en la revolución o en la democracia ha tomado la forma de la apatía, y así se ha creado una situación favorable para un golpe militar organizado y técnicamente preparado cuya fecha se ha fijado de antemano con precisión. Sin duda alguna, no es posible crear una situación política favorable para un golpe reaccionario y menos aún crearla para fecha fija. Pero cuando los elementos de base de tal situación están ahí, entonces el partido dirigente, como lo hemos visto, escoge de antemano el momento favorable, sincroniza en función de éste sus fuerzas política, organizativas y técnicas, y (salvo error de cálculo) lleva adelante el golpe victorioso.
La burguesía no ha hecho siempre contrarrevoluciones. En el pasado también ha tenido ocasión de hacer revoluciones. ¿Fijó las fechas precisas para hacerlas? Sería interesante, y desde muchos puntos de vista instructivo, estudiar bajo este ángulo el desarrollo de las revoluciones burguesas clásicas y de sus orígenes (he aquí un tema para un joven investigador marxista). Pero incluso sin investigación precisa se puede establecer lo siguiente, las puntos fundamentales que implica esta cuestión.
La burguesía poseedora y educada, es decir precisamente esa fracción del “pueblo” que ha tomado el poder, no hizo la revolución sino que esperó a que fuera hecha. Cuando el movimiento de las capas inferiores se desbordó y el viejo orden social o el viejo régimen político fueron derrocados, entonces el poder cayó casi automáticamente en las manos de la burguesía liberal. Los investigadores liberales han clamado que tal revolución era “natural” e ineluctable y han amontonado grandes simplezas que han sido presentadas como leyes históricas: la revolución y la contrarrevolución (acción y reacción según Kariev[2], de santa memoria) fueron declaradas productos naturales de la evolución histórica y, en consecuencia, fuera de la posibilidad en los hombres de producirlas arbitrariamente, o de arreglarlas de acuerdo a un calendario, etc. Esas “leyes” jamás han impedido aún realizar golpes contrarrevolucionarios bien preparados. A título de compensación, el carácter nebuloso del pensamiento burgués-liberal se abre camino, bastante a menudo, en la cabeza de los revolucionarios, produciendo serios desgastes y conduciendo a prácticas perjudiciales.
Pero incluso las revoluciones burguesas jamás se han desarrollado invariablemente en cada etapa, de acuerdo con las leyes “naturales” de los profesores liberales. Cada vez que la democracia plebeya pequeño burguesa ha derrocado al liberalismo, lo ha hecho mediante la conspiración y los levantamientos organizados, fijados de antemano para fechas definidas.
Lo hicieron los jacobinos, el ala extrema izquierda en la Gran Revolución Francesa. Es perfectamente comprensible. La burguesía liberal (la francesa de 1789, la rusa de 1917) puede contentarse con esperar al potente movimiento de masas elemental y entonces, en el último momento, lanzar en la balanza su riqueza, educación y lazos con el aparato de estado y hacerse así con la victoria. Bajo circunstancias semejantes, la pequeña burguesía debe actuar de otra forma: no tiene ni riquezas, ni influencia social, ni lazos. Está obligada a reemplazarlos por un plan cuidadosamente elaborado y minuciosamente preparado en vistas a un derrocamiento revolucionario. Pero un plan presupone una orientación precisa en materia de tiempo y por tanto también la fijación de fechas.
Esto se aplica mucho más a la revolución proletaria. El partido comunista no puede tener una actitud de espera ante el movimiento revolucionario en aumento del proletariado. Hacerlo es adaptarse al punto de vista del menchevismo. Los mencheviques trataron de apretar los frenos a la revolución mientras estaba en curso de desarrollo, explotaban su éxito desde que consiguió una victoria incluso menor y se esforzaban tanto como podían en impedir su triunfo. El partido comunista no puede tomar el poder utilizando al movimiento revolucionario desde las bandas sino solamente mediante una dirección política, organizativa y militar-técnica, directa e inmediata, de las masas revolucionarias, como en el momento decisivo del derrocamiento. Por esta razón, precisamente, el partido comunista no puede utilizar la gran ley liberal según la cual las revoluciones llegan pero jamás se hacen y no pueden, por tanto, ser decididas para una fecha fija. Desde el punto de vista del espectador, la ley es justa, pero desde el punto de vista de los dirigentes es una simpleza y una vulgaridad.
Imaginemos un país en el que las condiciones políticas de la revolución proletaria están o bien completamente maduras o evidente y netamente a punto de madurar cotidianamente. Bajo tales circunstancias, ¿cuál debería ser la actitud del partido comunista sobre la cuestión del levantamiento y fijación de su fecha[3]?
Si el país atraviesa una profunda crisis social, cuando las contradicciones están agravadas hasta el extremo, cuando las masas trabajadoras están en fermentación constante, cuando el partido está apoyado, con toda evidencia, por una indiscutible mayoría de trabajadores y, en consecuencia, por todos los elementos más activos, más conscientes, de su clase, los más prestos al sacrificio, entonces la tarea que confronta el partido (la única posible bajo esas circunstancias) es fijar un momento preciso en el futuro inmediato, un momento en el que la situación revolucionaria favorable no pueda girarse contra nosotros brutalmente, y concentrar, pues, todos nuestros esfuerzos en la preparación del golpe, subordinar toda la política y la organización al objetivo militar en vistas, de forma que ese golpe se realice con la potencia máxima.
Para no considerar solamente a un país imaginario, tomemos el ejemplo de la Revolución de Octubre. El país estaba atenazado por una gran crisis, interior e internacional. El aparato de estado estaba paralizado. Los trabajadores afluían de forma cada vez más numerosa bajo las banderas de nuestro partido. A partir del momento en que los bolcheviques tuvieron la mayoría en el soviet de Petrogrado, nuestro partido estaba colocado ante la cuestión no de la lucha por el poder en general sino de la preparación para la toma del poder según un plan preciso y en una fecha fijada. El día fijado fue, es muy conocido, el de la reunión del congreso panruso de los soviets. Determinados miembros de nuestro comité central eran, desde el principio, del parecer que el momento del golpe real debía sincronizarse con ese momento político del congreso de los soviets. Otros miembros del CC temían que la burguesía tuviese tiempo para hacer preparativos para ese momento y pudiese disolver el congreso (querían que el golpe fuera organizado de antemano). El Comité Central fijó la fecha de la insurrección armada para el 15 de octubre como más tarde. Esta decisión fue ejecutada con un aplazamiento deliberado de diez días porque el curso de los preparativos de agitación y organización mostró que una insurrección independiente del congreso de los soviets hubiera sembrado la confusión en capas muy importantes de la clase obrera que había ligado la idea de la toma del poder con los soviets y no con el partido y sus organizaciones secretas. Por otra parte, estaba completamente claro que la burguesía estaba ya demasiado desmoralizada para poder organizar una resistencia seria en el espacio de dos o tres semanas.
Así, después que nuestro partido ganase la mayoría en los soviets dirigentes y se asegurase así la premisa política fundamental de la toma del poder, nos encontramos frente a la dura necesidad de fijar las fechas de un calendario para zanjar la cuestión militar. Antes de que conquistáramos la mayoría, el plan técnico organizativo sólo podía ser, evidentemente, más o menos provisional y elástico. Para nosotros, la medida de nuestra influencia eran los soviets que habían sido creados por los mencheviques y social revolucionarios al principio de la revolución. Y los soviets, por otra parte, nos suministraban una cobertura política para nuestro trabajo conspirativo, y a continuación los soviets sirvieron como órganos de poder después que fue tomado realmente.
¿Cuál habría sido nuestra estrategia si no hubiese habido soviets[4]? En tal caso nos hubiésemos girado hacia otras medidas de nuestra influencia: los sindicatos, las huelgas, las manifestaciones callejeras, las elecciones democráticas de todo tipo, etc. Aunque los soviets sean la medida más precisa de la actividad real de las masas durante la época revolucionaria, sin soviets habríamos podido fijar igualmente el momento preciso en que la mayoría de la clase obrera y de los explotados en su conjunto estaba de nuestro lado. Naturalmente, en ese momento habríamos podido lanzar a las masas la consigna de la formación de soviets. Pero, haciendo eso habríamos llevado ya la cuestión al plano de los enfrentamientos militares y, en consecuencia, antes de lanzar la consigna de formar soviets tendríamos que haber tenido un plan seriamente elaborado para un levantamiento armado en una fecha fija.
Una vez que la mayoría de los oprimidos hubiese estado de nuestra parte, o al menos la mayoría en los centros y provincias defensivos, la formación de soviets habría seguido ciertamente nuestros llamamientos. Las ciudades y provincias más atrasadas habrían imitado a los grandes centros con mayor o menor retraso. Entonces nos habríamos encontrado ante la tarea política de convocar al congreso de los soviets y la tarea militar de asegurar la transferencia del poder a ese congreso. Desde luego que estos sólo son dos aspectos del mismo y único problema.
Imaginemos ahora que nuestro comité central, bajo la situación descrita más arriba, es decir en ausencia de soviets, se hubiese reunido en una sesión decisiva en el período en que las masas ya habían comenzado a avanzar espontáneamente hacia nosotros pero en el que todavía no nos hubiesen asegurado una mayoría aplastante. ¿Cómo habríamos, entonces, debido preparar nuestro plan de acción? ¿Podríamos fechar la insurrección?
La respuesta a este interrogante puede sacarse de lo que se ha dicho más arriba. Nos tendríamos que haber dicho:
“Actualmente todavía no tenemos una mayoría clara e indiscutible pero el movimiento en las masas es tan grande que la mayoría militante decisiva que nos es necesaria sólo es cuestión de algunas semanas. Supongamos que haga falta alrededor de un mes para ganar a la mayoría de los obreros en Petrogrado, Moscú y la cuenca del Don; fijémonos esta tarea y concentremos en ella las fuerzas necesarias. Desde el momento en que hayamos conquistado la mayoría (y nos aseguremos en la acción que este será el caso de aquí a un mes) invitaremos a los oprimidos a formar soviets. Para ello no hará falta más que una o dos semanas en Petrogrado, Moscú y en la cuenca del Don, se puede descontar sin error que las otras ciudades y provincias les seguirán en tres semanas. Así, la creación de una red de soviets exigiría alrededor de un mes. Tras la formación de los soviets en las provincias importantes en las que tendríamos, evidentemente, la mayoría, convocaremos un congreso panruso de los soviets. Nos serán necesarias dos semanas como máximo para reunir ese congreso. Tenemos, pues, dos meses y medio antes del congreso. En ese plazo, la toma del poder no solamente debe prepararse sino ser realmente cumplida. En consecuencia, deberíamos remitir a nuestras organizaciones militares un programa dándoles dos meses, como máximo dos y medio, para preparar una insurrección en Petrogrado, Moscú, en los ferrocarriles, etc.”
Utilizo el condicional porque en realidad, aunque nuestras operaciones no hayan sido en absoluto poco diestras, sin embargo no han sido en absoluto sistemáticas, no porque estemos consternados por las “leyes históricas”, sino porque estamos a punto de realizar la insurrección proletaria por primera vez.
Pero ¿no pueden producirse errores de cálculo con este método? La toma del poder significa la guerra, y en la guerra existen derrotas y victorias. Pero el curso sistemático descrito aquí constituye la ruta mejor y más directa hacia el objetivo, es decir que aumenta al máximo las posibilidades de victoria. Así, por ejemplo, si fuese el caso que un mes después del comité central decisivo de nuestro ejemplo no tuviésemos la mayoría de los oprimidos a nuestro lado, por supuesto que no habríamos lanzado la consigna de la formación de soviets. En ese caso la consigna habría sido, pues, abortada. Y si hubiese sido el caso inverso y hubiésemos tenido con nosotros una mayoría decisiva y militante, digamos en dos semanas, ello habría abreviado nuestro plan y avanzado el momento decisivo de la insurrección. Lo mismo es cierto para la segunda y tercera etapa del plan: la formación de los soviets y la convocatoria del congreso de los soviets. No habríamos lanzado la consigna del congreso de los soviets antes de habernos asegurado, como ya he dicho, la formación real de soviets en los centros más importantes. En esta vía, la realización de cada una de las etapas sucesivas de nuestro plan está preparada y asegurada por la realización de las precedentes. El trabajo de preparación militar se desarrolla paralelamente al resto según calendario rígido. Así el partido conserva siempre un control absoluto de su aparato militar. Por supuesto que hay muchos aspectos inesperados, imprevistos y espontáneos en la revolución y nos hace falta, evidentemente, prever que se van a producir “accidentes” y adaptarnos a ellos; pero podemos hacerlo con más éxito y certidumbre si nuestro plan conspirativo está profundamente elaborado de antemano.
La revolución tiene un inmenso poder de improvisación pero no improvisa jamás nada de bueno para los fatalistas, los espectadores y los imbéciles. La victoria viene de una evaluación política justa, de una organización correcta y de la voluntad para descargar el golpe decisivo.
Notas:
[1] El “golpe” en Bulgaria acababa de producirse, el 9 de junio de 1923. La expresión “los oficiales españoles” designa a los autores del pronunciamiento que acaba de llevar al poder el 13 de septiembre al general Primo de Rivera.
[2] N. I. Kareyev (1850-1931), historiador y “cadete”, especialista en la historia agraria de la Revolución Francesa.
[3] Sin decirlo expresamente, Trotsky se prepara para examinar la cuestión de la fijación de la fecha de la revolución alemana.
[4] No habían soviets en Alemania y Trotsky proponía que su papel fuese ejercido por los comités de fábrica. Sobre esta cuestión el enfrentamiento era severo en las reuniones preparatorias del Octubre alemán. Zinóviev y Stalin preconizaban la formación de soviets.