Reforma o revolución: cómo esa lucha fue decisiva para el desenlace victorioso de la Revolución de Octubre
En la formación del movimiento obrero, varias teorías fueron siendo superadas, [como] el utopismo de los primeros socialistas, que aún tenían la visión de la burguesía en su interior, pues correspondía a su ‘infancia’; un fenómeno que viene desde el origen del movimiento obrero en el siglo XIX.
Por: José Welmowicki
Marx y Engels las citaron en la parte final del Manifiesto Comunista y por eso dieron contra ellas un combate ideológico permanente. El utopismo y el reformismo en ese momento eran asociados a las corrientes que aún guardaban las ideas dominantes anteriormente. En su trayectoria, estrechamente vinculada a la organización de los partidos obreros en Europa y de la Asociación Internacional de los Trabajadores, Marx y Engels tuvieron que hacer polémicas duras con los sectores sindicalistas que todavía reflejaban la inmadurez de la clase al mismo tiempo que las presiones de las clases dominantes. Con la conformación de la Primera Internacional se entablaron varias polémicas para superar los errores de esos sectores.
Como ejemplo de esas polémicas citamos la defensa de la Comuna de París en 1871 y de la conclusión de la necesidad de destrucción del Estado burgués, o la discusión del programa de Gotha (1875), el congreso que formó el SPD alemán. Pero, hasta aquel momento, la cuestión del reformismo no había asumido la importancia y las raíces que tomaría más adelante, como un tremendo obstáculo a la revolución proletaria, que determinaría derrotas profundas como la bancarrota de la Segunda Internacional y de la Tercera Internacional.
En el desarrollo de la Revolución de Octubre, el papel del reformismo fue muy grande y [la revolución] solo pudo triunfar debido a la existencia del partido bolchevique, que se contrapuso y derrotó a los reformistas en la disputa por la clase obrera y el pueblo, lo que posibilitó la victoria de la revolución socialista.
I) El reformismo se tornó predominante y llevó a la bancarrota de la II Internacional
La primera vez que un socialista de importancia formó parte de un gobierno burgués (el diputado Millerand, en 1899, en Francia) puso a prueba el programa y la práctica de los socialistas, causando una grave crisis.
Rosa Luxemburgo denunciaba el significado de esta participación: relegar a los socialistas franceses a ser los sostenedores del gobierno burgués del partido Radical, incapaces hasta incluso de criticar abiertamente o proponer medidas más radicales al gobierno en el que participaban por miedo de que este renunciase, con la justificativa de que si así lo hacían, asumiría otro gobierno burgués más reaccionario. Ese episodio generó rechazo en aquel momento en la socialdemocracia y en la II Internacional.
Pero el episodio francés era la expresión en la práctica de posiciones de peso ya presentes en la dirección de la Socialdemocracia alemana y en la II Internacional, cuyo centro dirigente era el SPD alemán. Las bases materiales para esa concepción reformista estaban en el período de crecimiento del capitalismo en la segunda mitad del siglo XIX, luego de la Comuna de París.
Ese período posibilitó conquistas importantes del proletariado, como los aumentos salariales, reducción de la jornada laboral, y mejores condiciones de trabajo y una mayor libertad de organización en Europa occidental. Los sindicatos y partidos socialdemócratas crecieron y se fortalecieron, y eso acabó generando una perspectiva falsa de una evolución gradual dentro del capitalismo, con cada vez más conquistas y poder político. La conquista de derechos políticos como el del voto posibilitó que en la Alemania de las últimas décadas del siglo XIX, el partido socialdemócrata consiguiese cada vez más parlamentarios. Fruto de esa conquista, y de la presión directa que el parlamento y los sindicatos hacían sobre el partido, una camada de cuadros se fue adaptando al funcionamiento legal y a la rutina del parlamento, formando una burocracia partidaria así como se formaba una burocracia propia en las organizaciones sindicales.
Bernstein fue el dirigente que dio una formulación teórica a toda la práctica de la socialdemocracia alemana de adaptación al sistema parlamentarista y la rutina de mejoramiento sindical y construcción de la burocracia en Alemania. Así se creó la base para la concepción reformista de que era posible llegar al socialismo a través de reformas, sin necesidad de rupturas, de destrucción del Estado burgués, o sea, de una revolución obrera. La tesis de Bernstein era que la democracia era la ‘ausencia de un gobierno de clase’, o sea, un Estado en el que ninguna clase gobernaría, y, por lo tanto, prevalecería una abstracta ‘voluntad popular’. La conquista de esa anhelada democracia se haría a través de cambios graduales, de reformas paulatinas que irían llevando a avances hasta el socialismo, sin necesidad de rupturas, sin necesidad de la toma del poder vía la revolución social. El “socialismo” sería una sociedad a la que se llegaría vía cambios graduales y democratización cada vez mayor del Estado. Bernstein calificaba de “blanquismo” cualquier intento de toma del poder por la clase obrera, llamándolo de ‘terrorismo obrero’.
Rosa Luxemburgo le respondió en su clásico Reforma o Revolución: “Bernstein condena los métodos de conquista del poder político, censurándolos por retomar las teorías blanquistas de la violencia; tiene la infelicidad de tasar de error perjudicial del blanquismo al que, desde hace años, es el eje y la fuerza motriz de la historia humana. Desde que existen sociedades clasistas y que la lucha de clases constituye el motor esencial de la historia, la conquista del poder político fue siempre el objetivo de todas las clases ascendentes, así como punto de origen y punto final de todo el período histórico”.
La Primera Guerra puso al desnudo el grado de adaptación de la II Internacional y de los partidos socialdemócratas a las burguesías y sus Estados y regímenes. Una vez declarada la guerra, los grandes partidos socialistas europeos decidieron apoyar las respectivas burguesías en una guerra mundial, lo que significaba arrojar a la clase obrera de un país contra la del otro, a matarse entre sí. Eso significó la bancarrota de la II Internacional. Solo una pequeña minoría de los dirigentes, como Rosa Luxemburgo y [Karl] Liebknecht en Alemania, y los bolcheviques rusos, mantuvieron una posición de principio y llamaron a combatir sus respectivos gobiernos, acabar con la guerra, y transformarla en guerra civil.
Pero esa catástrofe que alcanzó a la II Internacional dejó claro que la adaptación al Estado burgués había llegado a un punto sin retorno, y ahora las teorías de Bernstein eran asumidas en forma plena, como ocurrió en el partido alemán, en un congreso en 1921.
Los partidos socialdemócratas pasaban a ser obstáculos a la revolución socialista y mostrarían durante la ola revolucionaria posterior a la Primera Guerra Mundial su carácter ya directamente contrarrevolucionario. Al asumir el gobierno en algunos países de Europa, como en Alemania, pasaron de un discurso que proponía luchar por las reformas para frenar la revolución, a la defensa abierta del Estado burgués frente a la revolución obrera. Cuando explotó la revolución alemana en 1918, y fue derrocada la monarquía del Káiser, frente a la revolución obrera en curso la socialdemocracia asumió el gobierno y defendió el Estado burgués con las armas de la represión. Dejó claro en la práctica cómo el discurso de las reformas pacíficas y de la democracia no llevaba al socialismo. Pasó a reprimir a los revolucionarios disidentes de la Liga Espartaquista, después Partido Comunista de Alemania. Los grandes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron asesinados por la policía del gobierno socialdemócrata de Ebert.
II) Los mencheviques y el carácter de la Revolución Rusa
Desde su fundación, había en el interior de la socialdemocracia rusa una polémica sobre el carácter de la revolución, que se profundizó con la revolución de 1905. Los mencheviques opinaban que debido al atraso de la sociedad rusa, a sus resquicios feudales, a que la inmensa mayoría de la población era campesina, y al hecho de que el régimen era una monarquía absolutista, entonces, deducían, la revolución rusa sería democrático-burguesa y a su cabeza estaría la burguesía nacional, apoyada por el proletariado y el campesinado en su lucha común contra la monarquía zarista. Solamente después de un desarrollo prolongado del nuevo régimen y de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, pasaría a estar planteada, a la orden del día, la revolución socialista proletaria. En ese período o etapa de desenvolvimiento democrático, cabría al proletariado y a la socialdemocracia rusa ser su ala izquierda, luchando por profundizar las reformas y preparando un nuevo momento en el que estaría planteada la toma del poder. O sea, cualquier intento de revolución socialista sería una aventura precipitada, un intento de saltar las etapas necesarias de la lucha. Esta concepción equivocada los desarmó para la revolución rusa y, en especial cuando triunfó la revolución de febrero, los llevó a ser un poderoso obstáculo a su desarrollo.
III) El papel de los mencheviques durante la Revolución Rusa, de febrero a octubre
La caída de la monarquía en febrero puso a los socialistas frente a la disyuntiva de apoyar o no el gobierno provisorio. Los mencheviques, coherentes con su visión de la revolución rusa, de que debería tener una primera etapa democrático-burguesa, apoyaron el primer gobierno provisorio luego de la caída del zar.
“Considerada en sí misma la revolución de Febrero era esencialmente burguesa, había llegado demasiado tarde y no poseía por sí ningún elemento de estabilidad. Desgarrada por contradicciones que se manifestaron desde un principio en la dualidad de poderes, debía transformarse o bien en introducción directa a la revolución proletaria –lo cual aconteció– o arrojar a Rusia, bajo un régimen de oligarquía burguesa, a un Estado semicolonial.
Por consiguiente, podía estimarse el período consecutivo a la revolución de Febrero, ora como de consolidación, de desarrollo o de remate de la revolución democrática, ora como un período preparatorio de la revolución proletaria (…)” (Trotsky, Lecciones de Octubre).
Los mencheviques adoptaron la primera hipótesis. Su vieja tesis de que la revolución rusa sería democrático-burguesa parecía apoyarse en la realidad: según su visión, cabía a la burguesía dirigir el país por toda una etapa histórica. Por esa misma lógica, los mencheviques siguieron apoyando, aunque con críticas, los sucesivos gobiernos de coalición, desde el encabezado por el príncipe Lvov, con figuras destacadas de la burguesía, como Miliukov, el dirigente del partido kadete (liberal).
“(…) durante años, los líderes mencheviques habían afirmado que la revolución futura sería burguesa, que el gobierno de una revolución burguesa no podía llevar a cabo sino las aspiraciones de la burguesía, que la socialdemocracia no podía asumir las tareas de la democracia burguesa y debería, «sin dejar de impulsar a la burguesía hacia la izquierda», confinarse a un papel de oposición.” (Trotsky, op. cit.).
Pero la realidad obligó a los mencheviques a profundizar las consecuencias de su orientación estratégica: frente a la velocidad de los acontecimientos, típica de un proceso revolucionario en marcha, la propia revolución de Febrero acabó por llevar a los mencheviques a participar en el gobierno. Una vez más, los socialistas no solo priorizaban la defensa de las instituciones democráticas, sino que llegaban a la misma posición de Millerand en la Francia de 1899, aceptando ser parte del gobierno y comprometiéndose con la política del gobierno (burgués) de coalición. Como escribió Trotsky: “De su posición de principio solo conservaron la tesis de que el proletariado no debía conquistar el poder”.
Luego, los mencheviques asumieron directamente el gobierno de coalición y fueron una pieza fundamental para componer el gobierno Kerensky, y siguieron la línea de mantener a Rusia en la Guerra Mundial y no tocar la propiedad burguesa y el latifundio secular. Cumplieron un papel fundamental en el sostenimiento de ese gobierno, pues hasta ese momento eran, junto con los social revolucionarios, la dirección mayoritaria de los sóviets obreros y de los soldados y los campesinos. Al ver ministros de esos dos partidos en el gobierno, como Tserelli o Chernov, y ser apoyado por el Sóviet de Petrogrado a través de sus dirigentes, como Chkeidze y Dan, las masas de obreros y campesinos y los soldados pensaban que ese era “su gobierno”. Contra esa realidad, era necesaria una alternativa revolucionaria con estrategia clara, papel que cupo a los bolcheviques.
IV) La Revolución de Octubre fue contra el gobierno encabezado por los reformistas
A diferencia del caso francés de Millerand, los reformistas estaban frente a una revolución proletaria en curso. La cuestión de la posición de los revolucionarios en relación con el gobierno Kerensky definió la trayectoria de la Revolución Rusa y la posibilidad de la toma de poder por los sóviets en octubre.
Esa cuestión no dice solo respecto de los mencheviques y los SRs. Dentro del partido bolchevique, la mayoría del CC, hasta la llegada de Lenin en abril, seguía una orientación semejante a la de los mencheviques. Si no hubiese habido una dura batalla de Lenin contra el ala vacilante de Stalin y Kamenev, la revolución podría haberse perdido. E incluso después de abril y del cambio de orientación del partido por la política de preparar la toma del poder por la clase obrera a través de los sóviets, hubo una resistencia permanente a esa orientación por parte de importantes dirigentes bolcheviques.
Cuando la contrarrevolución se levantó, a través de golpe de Kornilov en agosto, y fue derrotada por la acción de los trabajadores y los campesinos, y el partido bolchevique estuvo a la cabeza de esa lucha victoriosa, llamando a la unidad y haciendo que los sóviets se revitalizasen y que los bolcheviques fuesen ganando la mayoría de algunos de los principales sóviets, comenzando por el de Petrogrado y enseguida después el de Moscú, se aproximaba el momento propicio para la insurrección obrera que derrocaría el gobierno e impondría el poder de los sóviets.
Kerensky intentó utilizar la derrota de Kornilov para reacomodarse y llamó a una Conferencia Democrática, del 14 al 22 de setiembre. Esta dio origen a un ‘pre-Parlamento’, lo que marcó una nueva etapa en el desarrollo de las divergencias. Se abrió un nuevo momento de vacilación. Los mencheviques de Kerensky querían obligar a los bolcheviques a someterse a ese nuevo organismo y que aceptaran entregar el poder creciente y el protagonismo adquirido por los sóviets. La dirección bolchevique llamó a boicotear el ‘pre-Parlamento’ y a exigir que el poder fuese pasado a los sóviets. El ala conciliadora, encabezada por Zinoviev y Kamenev, defendió participar de ambos y estrechar los lazos con los mencheviques.
Explicaba Trotsky: “La conducta de los partidos conciliadores en la Conferencia democrática fue de una bajeza lamentable. No obstante, nuestra propuesta de abandono ostensivo de la conferencia, donde nos arriesgábamos a quedar atrapados, colidía con una resistencia categórica de los elementos de derecha, que disponían aún de una gran influencia en la dirección de nuestro Partido. Las coaliciones en este caso sirvieron de introducción a la lucha sobre la cuestión del boicot al pre-Parlamento. El 24 de setiembre, es decir, después de la Conferencia Democrática, Lenin escribía: ‘Los bolcheviques debían retirarse en señal de protesta, a fin de no caer en la trampa por la cual la Conferencia intenta desviar la atención popular de las cuestiones serias’.”. (traducción nuestra)
Pero, a pesar de las vacilaciones dentro del propio partido bolchevique, prevaleció la orientación de Lenin y así se preparó la insurrección proletaria, victoriosa en octubre. Eso significó una ruptura frontal con los mencheviques y también con los SRs, que defendían permanecer en los marcos de la democracia burguesa, por su vez ocasionando una división entre los SR, en la que un ala izquierda adhirió a la propuesta de los bolcheviques, componiendo una mayoría en los sóviets.
El congreso de los sóviets, de octubre, declaró el pasaje del gobierno para los organismos soviéticos, desalojando del poder a Kerensky y su gobierno. Pero la insurrección fue preparada para coincidir con la convocatoria del Congreso. Esa preparación fue realizada por el partido bolchevique, que ya estaba a la cabeza de los principales sóviets: Petrogrado y Moscú.
Solo fue posible hacer la Revolución de Octubre derrotando al reformismo, derribando el gobierno de colaboración de clases encabezado por Kerensky. Ese destino quedó sellado en ese mismo congreso de los sóviets cuando frente al rechazo de la resolución de la toma de poder, por Martov, y el retiro de la delegación menchevique, Trotsky hace un discurso dirigido a ellos diciendo que escogieron su destino, saliendo de la escena y yendo para “el basurero de la historia”.
V) El reformismo luego de la Revolución de Octubre
El reformismo tuvo un papel desastroso entre los años 1920 y 1940. Su política en Alemania, de 1919 a 1933; en Francia y España, de 1931 a 1936, al lado del nuevo aparato surgido con la degeneración de la URSS: los partidos comunistas bajo la dirección del estalinismo, fueron decisivos para infligir derrotas históricas al proletariado mundial, para el aislamiento de la Revolución Rusa, el ascenso del nazismo y del fascismo, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, de 1939 a 1945.
Con la derrota del nazi-fascismo y el fin de la Segunda Guerra, la resistencia tenía el control de los países, pero la socialdemocracia y los PCs nuevamente traicionaron y desviaron la revolución socialista en Francia y en Italia. Una vez estabilizada la situación siguió un período de crecimiento económico, y los reformistas tuvieron una cierta recuperación de prestigio y pudieron capitalizar un período llamado Welfare State, en el que debido a la destrucción causada por la guerra y en medio de la revolución obrera, la burguesía se vio obligada a permitir un mejoramiento importante en las condiciones de trabajo, derechos sociales, etc. La socialdemocracia y los PCs se presentaron como los defensores de los derechos sociales, se reconstruyeron en Europa occidental, y fueron a los gobiernos en Alemania, Francia, etc. Frente a los procesos que derrocaron dictaduras, nuevamente sirven de desvíos para la revolución obrera en Grecia, con el Pasok de Papandreu; en Portugal, con el PSP de Mario Soares luego de la Revolución de los Claveles. E incluso en la España pos franquista, con Felipe González, donde pactan la transición con la monarquía de los Borbón.
Ya en los años de 1970 comienza una nueva crisis capitalista, y a partir de allí y de la aplicación de la política neoliberal de Thatcher y Reagan en los años de 1980, la socialdemocracia pasa a abandonar cada vez más esas banderas de las reformas parciales del Welfare State y a aplicar los mismos planes neoliberales de sus adversarios políticos de la derecha y, a partir de allí, asistimos a una nueva crisis grave de los partidos ahora llamados con razón de ‘social-liberales’, porque no se diferencian de sus adversarios conservadores más que en elementos de retórica. El mismo fenómeno se da con los antiguos PCs a partir de la restauración que promovieran en la ex URSS y en toda Europa oriental, [que fueron] destruidos por las revoluciones que barrieron sus regímenes políticos hacia finales de los años de 1980 e inicios de los de 1990.
La “Tercer Vía’ de Tony Blair fue una de las expresiones más claras de ese proceso: el abandono de la defensa del Estado de Bienestar Social y la aproximación a la política de los “planes de austeridad” y cortes en los derechos de los trabajadores. El gobierno del laborismo inglés, del PS francés y del PSOE español fueron fundamentales para los retrocesos en las conquistas de los trabajadores, la aplicación de los planes neoliberales y la construcción del Tratado de Maastrich y la Unión Europea.
Pero toda esa traición tuvo como consecuencia una caída violenta en el prestigio del viejo reformismo socialdemócrata y estalinista: el Pasok griego entró en profunda crisis, reducido a una débil banca parlamentaria; el PSOE salió desgastado de la gestión de la crisis económica y ya no atrae a la juventud ni a los dirigentes obreros. El PS francés, después de tener varios gobiernos en los años desde 1970 a 2000 y de haber tenido el último presidente, tuvo su peor resultado de toda la historia debido a la desastrosa gestión de Hollande. El Partido Comunista italiano desapareció, dando origen al PD, que es un partido burgués, producto de una fusión de los antiguos comunistas con demócratas cristianos, y ya no tiene aquella atracción para la juventud y el movimiento obrero.
En el Brasil, el PT, que surgió tardíamente en relación con esas fuerzas, tuvo un ascenso rápido y potente en los años de 1980 y 1990, y tuvo un proceso igualmente rápido de adaptación: fue al gobierno y también se convirtió en aplicador de la política neoliberal y pasó por un desgaste violento en función de la aplicación de esos planes y de la colaboración estrecha con los bancos y las grandes empresas que lo financiaban a cambio de seguir fielmente su política, lo que lo llevó a envolverse en un escándalo gigantesco de corrupción, que causó un desgaste profundo y que involucró a todos sus cuadros más importantes, incluido Lula.
VI) El neorreformismo
Frente a esa profunda crisis del viejo reformismo que se pasó al social liberalismo, y el colapso del estalinismo en los años 1990-2000, se abrió un espacio fruto de ese ascenso popular, a partir de la reacción contra la aplicación de los planes de austeridad de la Unión Europea. En especial a partir de la crisis de 2008, surgieron nuevas formaciones reformistas que intentan llenar ese espacio: el primero en tomar un peso de masas fue Syriza, de Grecia. Pero, nuevamente, la ley de hierro de la adaptación a la democracia burguesa se abate sobre estos nuevos partidos. Ahora el ritmo es más intenso, debido a que no existe espacio siquiera para reformas mínimas.
El caso griego fue el más revelador. En este caso, el giro fue completo: Syriza era la oposición frontal al Pasok, era visto como la “izquierda radical contra la austeridad”. Después de varias huelgas generales y caídas de gobierno, Syriza ganó las elecciones parlamentarias. Formó el gobierno con un partido burgués de derecha. Ni bien asumió el gobierno, pasó a ser el sustituto del Pasok, y a ejecutar los planes de expoliación de la Troika e incluso la política criminal de la UE contra los refugiados, y es socio y amigo de Israel. Continúa haciendo acuerdos y planes de rescate que solo sirven para pagar la deuda que no para de crecer. Y en “contrapartida a esta generosidad”, Tsipras ejecutará la décimo cuarta ola de ataques a la clase trabajadora griega, con otro corte de las jubilaciones y más privatizaciones.
En Francia, Mélenchon, candidato de la “Francia Insumisa”, se limita a (mal) abordar los efectos de la crisis, sin tocar la propiedad de las grandes empresas ni de los bancos. Su economista jefe se vanagloria de que su programa es “serio y realista”. Propone reformas moderadas y una asamblea constituyente para refundar una VI República parlamentarista. Ni pensar en una propuesta que ataque el poder burgués. Presenta como su proyecto, no la revolución obrera sino la “Revolución Ciudadana”.
En realidad, todas las fuerzas que se identifican con la “nueva izquierda europea”, los neorreformistas de Podemos, del Bloque de Izquierda portugués, Die Linke de Alemania, se miran en Syriza, en quien siempre se referenciaron. En común, estas fuerzas apuestan a mudar por la vía electoral sin romper con la legalidad burguesa. Ni pensar en la perspectiva revolucionaria. No plantean la ruptura con la UE sino apenas negociar para “modificar los tratados”. Y en otros lugares del mundo existen fenómenos semejantes, como el PSOL brasileño, que trata de ocupar el espacio dejado por el PT, pero con un programa semejante.
La diferencia hoy es que esos partidos en general no tienen las mismas raíces que el antiguo reformismo tenía en la clase obrera, tanto los socialdemócratas como los estalinistas. Son fenómenos esencialmente electorales.
VI. Una lección de Octubre: la revolución socialista exige derrotar a los reformistas
Como muestra la Revolución de Octubre, por la positiva, y también la historia de las revoluciones abortadas o derrotadas de los siglos XX y XXI, los procesos revolucionarios no se transforman en revoluciones triunfantes espontáneamente. Es necesario que haya un partido como el de los bolcheviques, con un programa revolucionario, y que tenga claro la necesidad de enfrentar y derrotar no solamente a la burguesía sino a sus agentes en el interior del movimiento de masas. Esta es una de las más importantes lecciones de Octubre. Sin derrotar a los enemigos de la revolución dentro del movimiento obrero, no se puede conquistar el poder.
Traducción: Natalia Estrada.