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Brasil

¿Qué falta para que Brasil rompa con Israel?

junio 19, 2025

Por Jorge H. Mendoza – PSTU Brasil

La interceptación de la Flotilla de la Libertad por parte de las Fuerzas de Ocupación Israelíes —que transportaba ayuda humanitaria a Gaza y activistas internacionales, entre ellos el brasileño Thiago Ávila— avivó el debate sobre la necesidad de romper relaciones diplomáticas con el Estado sionista .

En momentos en que Israel perpetra una escalada del genocidio televisado contra el pueblo palestino, apoyado por las principales potencias imperialistas, ningún gobierno con un mínimo compromiso con los derechos del pueblo podría mantener la normalidad diplomática y comercial con el régimen de apartheid y limpieza étnica.

Pero eso es exactamente lo que ha hecho el gobierno de Lula (PT).

La política del gobierno oscila entre la crítica retórica y la complicidad. Mientras Lula compara, acertadamente, la masacre de Gaza con las prácticas nazis, su gobierno mantiene intactos los vínculos económicos y militares con Israel. Exporta petróleo que abastece a la maquinaria de guerra sionista, importa tecnología para la represión y mantiene acuerdos en ciberseguridad y defensa. Cuando se le cuestiona sobre la ruptura, el gobierno cede. Y cuando sectores de la sociedad alzan esta bandera, el PT trabaja para desarmarlos políticamente.

El secuestro de Thiago Ávila y los activistas de Flotilha Liberdade es la última excusa: los líderes y activistas del PT argumentan ahora que «no es el momento» para una escisión, ya que sería necesario «mantener los canales abiertos» para garantizar la liberación y el rescate de los rehenes de Israel. Este es un argumento, como mínimo, infundado. Israel ya ha sufrido más de setenta años de limpieza étnica y apartheid, y el PT está en su cuarto mandato. Si este es un momento inoportuno, ha habido muchos otros en las últimas décadas. Pero aun así, el PT nunca ha considerado la escisión.

Además, el Estado de Israel no respeta ninguna norma internacional: su poder se basa en la fuerza, la ocupación y la barbarie. Mantener relaciones diplomáticas no protege a los activistas; al contrario, legitima un régimen que viola sistemática y diariamente los derechos humanos. La única protección real provendría de una movilización internacional masiva, no de una diplomacia conciliadora.

Paradójicamente, algunos sectores de la izquierda oficialista ven la escisión como una oportunidad política. Argumentan que “unificaría a la izquierda”, movilizaría una base social para defender al gobierno y “proyectaría a Brasil como protagonista internacional”, especialmente en el contexto de los BRICS. La ilusión es doble: por un lado, se asume que el PT está dispuesto a separarse, lo cual no es cierto. Por otro lado, confunde una maniobra electoral con un verdadero compromiso con la causa palestina. El PT no busca liderar un movimiento; busca instrumentalizar la agenda para fortalecer su propio capital político, mientras continúa implementando políticas de ajuste fiscal y contención en Brasil.

Lo que el gobierno ha tenido en cuenta

El verdadero cálculo político del gobierno es diferente, y es un cálculo de clase. El PT gobierna basándose en la estabilidad del régimen burgués. Sabe que una ruptura con Israel provocaría una reacción violenta de los bloques evangélico y conservador, ya mayoritariamente proisraelíes y reaccionarios. La ofensiva que cayó sobre Lula tras comparar a Israel con el nazismo sirvió de advertencia: su popularidad entre los evangélicos fue inmediata, y la prensa burguesa no dudó en acusarlo de «antisemita», de «romper con la tradición diplomática brasileña» o de simpatizar con dictaduras y terroristas. Una ruptura real con Israel unificaría aún más a este bando conservador y daría a la oposición un argumento para atacar. Algo que el gobierno quiere evitar a toda costa.

Además, Brasil no tiene una posición «libre de obstáculos», a diferencia de otros países de la región. En comparación con Colombia o Bolivia, que ya han roto relaciones con Israel, Brasil enfrenta un escenario más complejo, con relaciones más estrechas y una comunidad judía más numerosa que la de nuestros vecinos. Esto se debe a la fuerte presencia del lobby sionista en Brasil, que opera en el Congreso y en los principales medios de comunicación. Los lazos económicos también son más sólidos: en 2024, el comercio bilateral con Israel alcanzó casi los 2.000 millones de dólares, sin mencionar el tratado de libre comercio con el Mercosur vigente desde 2010. Brasil exporta petróleo, carne y soja, e importa fertilizantes, tecnología y armas. Empresas brasileñas, como Villares Metals, abastecen de acero a la industria armamentística israelí; Taurus exporta armas; la Fuerza Aérea Brasileña adquiere tecnología bélica israelí. 

En otras palabras, todas estas relaciones demuestran los intereses de fracciones de la burguesía brasileña asociadas con el imperialismo y el sionismo. Romper con Israel sería romper con estos intereses, algo que el gobierno de Lula no quiere ni hará. Al contrario: el gobierno es fundamental en esta subordinación de la política internacional a la lógica del capital, los acuerdos económicos y la estabilidad burguesa.

Activista brasileño Thiago Ávila, en la protesta a favor del pueblo palestino del domingo 15 de junio, en São Paulo.

Por eso el PT coloca la cuestión palestina en la agenda electoral y de gobernabilidad. Calcula el costo de cada gesto, mide sus discursos y evita acciones concretas. Su objetivo no es avanzar hacia la ruptura, sino preservar su base de apoyo entre los sectores progresistas, a la vez que asegura a los capitalistas que no pondrá en riesgo los acuerdos estratégicos ni sus ganancias.

Es necesario ir más allá

El único factor que podría revertir esta ecuación sería la acción independiente de las masas. No serán las maniobras en el Palacio de Planalto, el Itamaray ni los discursos en los BRICS los que harán que el gobierno se separe. Solo un movimiento de masas radicalizado —como ya se ha visto en otros países con huelgas, bloqueos y boicots— podría crear una correlación de fuerzas capaz de imponer esta ruptura.

Por lo tanto, la tarea es clara: debemos ir más allá de las declaraciones de repudio y los gestos del gabinete. Toda complicidad y complacencia con el genocidio debe ser denunciada. Más que en ningún otro momento desde el 7 de octubre de 2023, es hora de que el movimiento de solidaridad con Palestina tome medidas concretas contra las empresas cómplices, boicotee y presione a la base. Es hora de desplegar toda nuestra solidaridad internacional en las calles y unirnos al coro de quienes repudian las políticas genocidas de Israel.

La causa palestina no es moneda de cambio ni plataforma para gestos simbólicos. Es una cuestión de principios internacionalistas y de lucha de clases. No estamos del lado de los gobiernos cómplices del imperialismo. Estamos del lado del pueblo palestino en resistencia: en las calles, en los puertos, en las fábricas, en todos los espacios de lucha.

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