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TEORÍA

Ni determinismo ni posmodernismo: La cuestión del Estado en Marx

febrero 7, 2023

«Toda esta mierda será distribuida en seis libros: 1) del capital, 2) propiedad de la tierra, 3) trabajo asalariado, 4) Estado, 5) comercio internacional, 6) comercio mundial», escribía Marx a Engels el 2 de abril de 1858.(1) Entre un lamento y otro por la grave situación económica familiar y por la furuncolosis que le impedía sentarse a escribir (tratados con la medicina de la época, es decir, ungüentos a base de arsénico…), de esta manera Marx presentaba al amigo el plan de su obra magna en gestación, El Capital. Crítica de la economía política. El primer libro de esta obra se publicaría solo diez años después, en 1867, pero mientras tanto su estructura cambiará y el esperado cuarto libro sobre el Estado nunca se escribirá.(2) Esto ha favorecido a lo largo de los años la leyenda de la «inexistencia» de una doctrina marxista del Estado y de un Marx reducido a «economista». Y, sin embargo, como afirmó Engels en su discurso en el funeral de su compañero de tantas batallas, «lo científico no era ni la mitad de Marx. […] Porque Marx fue ante todo un revolucionario. Contribuir de una forma u otra al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones estatales que esta ha creado […] esa era su verdadera vocación. La lucha era su elemento».(3)

Por: Francesco Ricci

Ocultar el Marx militante es una tarea que ha visto y ve desde hace siglo y medio comprometidos a los reformistas, es decir, a los que se ganan la vida engañando a los trabajadores y jóvenes de que es posible un capitalismo sin los males del capitalismo. Para facilitar esta labor de «agentes de la burguesía en el movimiento obrero», como los tildaba Lenin, los reformistas siempre han tenido que ocultar o tergiversar la teoría marxiana del Estado, que, aunque no confluya en una obra en sí, constituye la esencia de la gran parte de los textos de Marx.

La concepción materialista de la historia y sus deformaciones

No es posible comprender la concepción marxiana del Estado sin enmarcarla en la concepción materialista de la historia. Desde luego, no podemos examinar aquí un tema sobre el que se han llenado bibliotecas enteras, pero intentamos resumir en unas pocas líneas al menos lo que necesitamos.

El materialismo de Marx supera todas las concepciones anteriores: no es la sustitución de la Idea (de los idealistas) por la Materia; no es el reemplazo del idealismo con el materialismo. Marx da una nueva respuesta a la pregunta fundamental que toda la filosofía se hace desde sus orígenes: ¿cuál es la relación entre Idea (o Conciencia) y Materia? Su respuesta es nueva porque supera tanto de la teoría según la cual la conciencia produce la realidad (idealismo), como de la teoría opuesta, que ve la conciencia como un «reflejo» de la realidad material, posición que en las Tesis sobre Feuerbach Marx define como «viejo materialismo». En otras palabras, Marx pone fin tanto a cualquier forma de idealismo como a cualquier realismo ingenuo.

En los 140 años que nos separan de su muerte, las dos posiciones opuestas que ha superado Marx han sido ahora adoptadas por uno o por otro de sus supuestos seguidores; al mismo tiempo, estas dos caricaturas especulares del marxismo han sido utilizadas por legiones de antimarxistas para polemizar más fácilmente con el comunismo.

No era y evidentemente no se trata de una discusión de filósofos. La reducción del marxismo a un materialismo mecanicista fue la justificación teórica del reformismo: si la realidad se rige por «leyes» similares a las de la física newtoniana, que el hombre puede solo conocer para adaptarse, y el socialismo es un horizonte lejano «inevitable «, la acción subjetiva aquí y ahora, la política revolucionaria (la «praxis») y en definitiva el propio partido revolucionario de vanguardia pierden su significado.

De las dos opuestas falsificaciones del marxismo, fue esta la que encubrió ideológicamente el oportunismo de la Segunda Internacional en su fase burocrática, así como sirvió de manto para la degeneración burocrática, estalinista, de la Tercera Internacional después de Lenin. Fue la deformación dominante en las organizaciones del movimiento obrero al menos desde la muerte de Engels hasta hace cincuenta años, a la que en su mayoría solo se oponían los intelectuales (del llamado «marxismo occidental», que sin embargo a menudo caían en posiciones idealistas). A partir de las derrotas de las luchas obreras y estudiantiles de los años setenta, traicionadas por las burocracias estalinistas y reformistas, este mecanicismo dará paso a los primeros brotes de otra mala planta: la posmodernista.

No es casualidad que el libro fundacional del posmodernismo en el campo filosófico, «La condición posmoderna» de Lyotard (4), se publicara en 1979, con el inicio del reflujo de las luchas de los años sesenta y setenta.

Aquí surge, y luego se desarrollará en otros autores (que pretendemos analizar en otros artículos), el polo opuesto al determinista: con la eliminación de la «contradicción principal» (capital-trabajo), con la «interseccionalidad» que no distingue la explotación del trabajo asalariado de la opresión, con la búsqueda de «nuevos sujetos» (dando por muerta a la clase obrera), negando el partido y el fin al que los comunistas queremos llevar la lucha de clases.

El Estado como instrumento de opresión de clase

Marx, usando una metáfora arquitectónica (luego abusada), diferencia entre una estructura (Struktur) y una superestructura (Uberbau). Según la vulgata determinista, la primera correspondería a la «economía» que, con leyes mecánicas, determinaría de manera férrea la segunda, donde se ubican la política (Estado, regímenes, gobiernos) y las ideologías.

En la realidad de la concepción de Marx y Engels, en cambio, la estructura (o “base real”) es aquella esfera socioeconómica en la que los hombres interactúan para producir, intercambiar, y para reproducir la vida, en el marco de la lucha de clases. La estructura (así entendida) condiciona (término que Marx utiliza como sinónimo de determina) las superestructuras políticas e ideológicas, y por tanto el Estado.

En otras palabras, el motor de la historia para Marx y Engels es la lucha de clases; y la revolución, es decir, el punto más agudo de la lucha, es por eso definida por ellos como la «locomotora» de la historia. La historia no hace nada: es el hombre (sustraído de toda trascendencia) quien hace historia, a través de la lucha de clases, aunque en circunstancias que él no ha elegido y que derivan de la lucha de clases de las generaciones precedentes.

De Hegel, Marx retoma la distinción entre «sociedad civil» y Estado. Pero si para Hegel el Estado (como «evolución general del espíritu») determina la sociedad civil, para Marx es lo contrario: la sociedad civil (la esfera que comprende las relaciones materiales, la producción y todo el complejo de la vida comercial e industrial, en la que las clases en lucha están comprometidas) [es la] que determina (condiciona) el Estado.

El concepto está claramente delineado ya en La ideología alemana: «La vida material de los individuos […], su modo de producción y la forma de las relaciones que se condicionan mutuamente son la base real del Estado. […] Estas relaciones reales no son en absoluto creadas por el Estado: son más bien el poder que crea eso».(5)

El Estado no siempre ha existido. En su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Engels explica que en la sociedad primitiva el trabajo era tan improductivo que no generaba excedente; en este estadio no existía la propiedad privada de los medios de producción y por ello no hacía falta un instrumento de coerción (el Estado). Solo cuando se produce un «excedente», una división del trabajo y aparece la división en clases de la sociedad, surge la necesidad del Estado. Cuando, con la revolución industrial y las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII, el sistema feudal dio paso al capitalismo (que por siglos se desarrolló dentro de la sociedad feudal) y al nacimiento de las dos clases modernas, nació también el Estado moderno, el Estado burgués que, ocultando su naturaleza de clase, se presenta como el Estado de todos. Pero el Estado, insiste Engels, son «destacamentos de hombres armados» y una burocracia cuyo fin es garantizar la propiedad con las armas y con el dominio ideológico. Sin la fuerza coercitiva y la hegemonía cultural, la burguesía, clase minoritaria de la sociedad, no podría mantener su dominio.

He aquí la admirable síntesis de Engels: «El Estado, ya que nació de la necesidad de frenar los antagonismos de clase, pero al mismo tiempo nació en medio del conflicto de estas clases, es por regla el Estado de la clase más poderosa, económicamente dominante que, a través del Estado, también se vuelve políticamente dominante y así adquiere un nuevo instrumento para mantener y explotar a la clase oprimida. […] el Estado moderno es el instrumento de explotación del trabajo asalariado por parte del capital».(6)

Las experiencias históricas, forja del marxismo

Sería erróneo pensar que las conclusiones sobre el Estado a las que llegaron los dos fundadores del marxismo son el producto de una iluminación nacida en alguna biblioteca. El estudio y la actividad política fueron siempre dos vasos comunicantes para Marx y Engels: la teoría a la vez producto y alimento de la experiencia política.

Está en el centro de las experiencias revolucionarias de su época, en particular de la de 1848 (cuando en Francia nació en febrero por primera vez una desastrosa experiencia de gobierno de «colaboración de clases» y luego el tardío enfrentamiento de junio entre los dos clases enemigas) y la de 1871 (cuando, siempre en Francia, nació el primer «gobierno de los trabajadores para los trabajadores»), y fue en el seno de estas experiencias, dijimos, que Marx y Engels elaboraron y sometieron a la prueba de la historia el programa revolucionario. Programa que se puede resumir en tres palabras: dictadura del proletariado.

La dictadura que acaba con todas las dictaduras

Marx hereda el concepto de dictadura del proletariado del Año II (1793), es decir, del punto más avanzado de la revolución francesa, de la «dictadura revolucionaria» teorizada por los textos de Marat y desarrollada, en términos de clase, por la Conspiración de los Iguales (1795-1796) de Babeuf. Para Babeuf no se trata de un cambio de gobierno sino de un nuevo Estado, transitorio, premisa de la «sociedad de los iguales» basada en la abolición de la propiedad privada. Este programa, a través del libro de Buonarroti sobre la Conspiración (7) influye en el movimiento obrero de la década de 1830 y en particular llega al gran revolucionario francés Blanqui. Pero si para Blanqui se trata de la dictadura de un grupo de iluminados, que sustituyen a la clase, para Marx es en cambio la dictadura del proletariado, dirigida por el partido de vanguardia.(8)

Es este objetivo el que se destaca en el Manifiesto escrito por Marx en las primeras semanas de 1848 para su partido, la Liga de los Comunistas. La expresión aún no aparece en el Manifiesto, pero el concepto de dictadura es inequívoco: «el Estado, por lo tanto el proletariado organizado como clase dominante».(9)

Es una dictadura de tipo particular, porque es ejercida por la gran mayoría de los actuales oprimidos para aplastar la resistencia al cambio de una minoría, los opresores; y es una dictadura que contiene en sí misma el germen de su propia extinción, una vez cumplida esta tarea transitoria.

Por tanto, partido político de vanguardia para conquistar a la mayoría políticamente activa de la clase, a partir de sus círculos más avanzados y restrictos, en la lucha por las reivindicaciones parciales, entendida como lucha cuyo fin último no son las reformas ganadas en el Estado burgués (reformismo ) sino hacer avanzar la conciencia obrera en la comprensión de que no hay reformas permanentes sin la conquista revolucionaria del poder, la destrucción del Estado burgués, su sustitución por un Estado obrero (dominación o dictadura del proletariado) y la extinción de esta última forma de Estado junto con la abolición en escala internacional de la sociedad dividida en clases.

Aquí está el programa del marxismo, cuyo ocultamiento hace que la definición de «comunistas» de algunos sea una palabra vacía. Porque, como repetía muchas veces Lenin, no se le puede decir comunista quien quita del programa el objetivo de la dictadura del proletariado.

El reformismo actual y su filosofía posmodernista

Si el reformismo clásico encontró su cobertura ideológica en la deformación determinista del marxismo, el reformismo actual ha encontrado su justificación en esa particular forma de idealismo que es el posmodernismo.

Si para los deterministas la historia se resuelve en una «ecuación de primer grado», como comentaba irónicamente Engels, para los «indeterministas» la historia es un caos incomprensible, un caos sin sentido, así como aparecía ante los ojos ingenuos de Fabrizio del Dongo la batalla de Waterloo. (10)

Si el reformismo clásico, arraigado en la clase obrera, sembraba ilusiones sobre la reformabilidad del capitalismo pudiendo garantizar unas migajas en una fase de relativo crecimiento del sistema, el reformismo actual, desprovisto de arraigo obrero, con las crisis del capitalismo que se suceden siempre más disruptivas, se hace garante de la gestión de políticas antiobreras endulzadas con palabras esparcidas como azúcar glas sobre una torta.

Los gobiernos dirigidos por (o con la participación de) neorreformistas –pensemos en Podemos en España, Syriza en Grecia, Refundación en Italia con los gobiernos Prodi, etc.– necesitan una justificación teórica. La encuentran en las teorías posmodernistas que, al negar la existencia misma de una realidad objetiva (para ellos, siguiendo los pasos de Nietzsche, «no existen hechos sino solo interpretaciones»), eliminan cualquier posibilidad de cambio revolucionario de la realidad. De ahí el florecimiento en las últimas décadas de aquellas teorías académicas (como la teoría queer o las teorías predominantes en el feminismo pequeñoburgués) para las cuales la materia es un producto del lenguaje (siguiendo la estela del filósofo Derrida, «no hay realidad fuera del texto»), el lenguaje «construye» la realidad y por lo tanto se trata simplemente de «deconstruir» el lenguaje inventando un neolenguaje compuesto de juegos semánticos, palabras impronunciables (aunque solo sea para citarlas estigmatizándolas), letras invertidas, etc.: algo que no sirve para facilitar la comunicación más allá de los restringidos círculos universitarios, en un país (por poner el caso de Italia) que tiene 28% de analfabetos funcionales.

La presunta «centralidad del lenguaje» reemplaza la centralidad de la cuestión del poder, reducida a la vejez bolchevique. Se trata pues de «cambiar el mundo sin tomar el poder», como reza el título del libro de uno de estos teóricos, Holloway.(11) Mientras tanto, no rechazando, por supuesto, algunos asientos plegables en los gobiernos burgueses…

¿Sirven a alguien ciertas teorizaciones irracionales? Seguramente rinden dinero para los que llenan libros enteros con estas estupideces, pero sobre todo son preciosos para la burguesía que siempre ha necesitado del reformismo para mantener su dominio.

Ciertamente, estas teorías no sirven a las masas explotadas y oprimidas que necesitan reapropiarse del patrimonio marxista en general y de la teoría marxiana del Estado en particular.

Notas

(1) Cfr. K. Marx, F. Engels, Opere complete [Obras completas], Editori Riuniti, 1973, vol. XL, p. 329.

(2) Para una precisa reconstrucción filológica del largo trabajo preparatorio de El Capital remitimos al ensayo de Marcello Musto, «La critica incompiuta del Capitale» [«La crítica inacabada del Capital»], en Il Capitale alla prova dei tempi [El Capital a prueba de los tiempos], edizioni Alegre, 2022.

(3) Cfr. F. Engels, «Oración fúnebre por Karl Marx», pronunciada en el cementerio de Highgate el 17 de marzo de 1883.

(4) J. F. Lyotard, La condizione postmoderna [La condición posmoderna] (1979), Feltrinelli, 1981.

(5) Cfr. K. Marx, F. Engels, L’Ideologia tedesca [La ideología alemana] (1846), Editori Riuniti, 1958, p. 324.

(6) Cfr. F. Engels, L’origine della famiglia, della proprietà privata e dello Stato [El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado] (1884), Edizioni Savelli, 1973, cap. IX, p. 214.

(7) F. Buonarroti, Cospirazione per l’eguaglianza detta di Babeuf [Conspiración por la igualdad de Babeuf] (1828), Einaudi, 1971.

(8) Para un análisis en profundidad sobre el tema de la dictadura del proletariado, permítannos referirnos a nuestro: «La dittadura del proletariato in Marx ed Engels», Trotskismo oggi, n. 14, 2019.

(9) K. Marx, F. Engels, Manifiesto del Partito Comunista (1848), ed. Laterza, 2016, cap. II, p. 36.

(10) La referencia es al protagonista del espléndido romance de Stendhal, La certosa di Parma [La Cartuja de Parma] (1839), recientemente disponible en una nueva traducción de Einaudi.

(11) J. Holloway, Cambiare il mondo senza prendere il potere [Cambiar el mundo sin tomar el poder] (2002), Intra Moenia, 2004.

Artículo publicado en www.partitodialternativacomunista.org

Traducción: Natalia Estrada.

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