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TEORÍA

La ultraderecha: de dónde viene, qué representa, a dónde va y cómo combatirla

noviembre 27, 2024

Por Felipe Alegria1

Presentación

Este trabajo trata de exponer un primer estudio y conclusiones sobre la extrema derecha que, sin duda, va a ser necesario continuar y profundizar.

La victoria de Trump en la principal potencia imperialista pone de relieve la pujanza adquirida por la extrema derecha en la esfera internacional, con fuertes posiciones ya conquistadas en Europa y Latinoamérica. El avance de la ultraderecha es un fenómeno global que corresponde al actual momento histórico de crisis del capitalismo. Con amplios vínculos internacionales entre sí, su ascenso se encuentra en pleno desarrollo, muestra expresiones nacionales diferentes y, como fenómeno en transición, presenta finales abiertos que van a depender del curso de los acontecimientos.

La ultraderecha actual es un fenómeno que, teniendo semejanzas, no es el fascismo y nazismo de los años 20-30 del siglo pasado, pues se mueve en coordenadas históricas diferentes. Sin embargo, es necesario considerar los elementos comunes entre ambos fenómenos y su interrelación. Y, por supuesto, tomar en cuenta las lecciones del pasado para combatirlo y derrotarlo.

La ultraderecha se desarrolla con fuerza en los países imperialistas occidentales (EEUU, Europa) y en países semicoloniales como América Latina (Argentina, Brasil, El Salvador…) o India (Indutva), en los que rigen regímenes de democracia liberal en crisis. No es el mismo fenómeno de las dictaduras militares de Asia o África, apoyadas casi exclusivamente en los aparatos estatales de represión. En la Rusia de Putin nos encontramos, a su vez, con un régimen bonapartista autoritario, una dictadura con la que simpatiza una buena parte de la ultraderecha europea, que la ve como un modelo a seguir.

1. Un movimiento que toma fuerza a partir de la crisis mundial de 2008

El crecimiento de la actual extrema derecha es un fenómeno histórico relativamente nuevo, surgido a partir de la crisis capitalista mundial de 2008, es decir, a partir del momento en que, tras casi 30 años de marcha triunfal, la globalización imperialista entró en crisis y dejó en evidencia sus efectos sociales devastadores.

El triunfo de la globalización neoliberal no habría sido tan arrollador si no hubiera estado asociado a la restauración del capitalismo en China, Rusia y el Este europeo. Fue esta restauración la que permitió que la globalización tomara un impulso tan colosal. Aportó enormes áreas nuevas para la acumulación de capital y dio lugar a deslocalizaciones industriales masivas. Apoyándose en la superexplotación de la clase trabajadora china, permitió dar paso en todo el mundo a una reducción general de salarios y a un proceso de liquidación generalizada de conquistas laborales y sociales. Posibilitó avanzar en la fragmentación y tercerización de la fuerza laboral y extendió a extremos desconocidos el trabajo informal y la marginación social de sectores enteros de la clase trabajadora.

Estos logros del capitalismo se apoyaron, además, en el triunfo ideológico alcanzado por el neoliberalismo, que presentó la restauración capitalista como el fracaso histórico del socialismo. A pesar de que los regímenes donde el capitalismo fue restaurado, es decir, China, Rusia y el Este europeo, presentados como socialistas o comunistas, no eran sino una lastimosa parodia de socialismo.

Justo al contrario que la revolución rusa de 1917, que abrió entre las clases trabajadoras del mundo la perspectiva y la esperanza de alcanzar el socialismo, la restauración capitalista de los años 80-90 cuestionó esta perspectiva socialista y contribuyó fuertemente a la desorganización de la clase trabajadora.

Este triunfo ideológico neoliberal no ha sido, sin embargo, mérito exclusivo de los ideólogos ultraliberales (y de las iglesias evangélicas asociadas). Han contribuido también decisivamente los partidos socialistas (izquierda burguesa socioliberal), que administraron la globalización neoliberal, así como el posmodernismo, que estas últimas décadas ha sido hegemónico en la nueva izquierda occidental que ha ido surgiendo estos años. Son ejemplos de ello la Syriza griega, el Podemos español, el PSOL brasileño el italiano Refundazione o determinadas corrientes de oposición a las opresiones de género o raza.

Los partidos socialistas primero abandonaron su socialismo evolucionista por el Estado del Bienestar capitalista y luego se pasaron con armas y bagajes al socioliberalismo (su versión particular del neoliberalismo). En el caso de los posmodernos, el marxismo pasó a ser un metarrelato anticuado que debía ser sustituido por un pensamiento escéptico. Para el posmodernismo la realidad no es algo objetivo que se pueda conocer sino una construcción del lenguaje. La sociedad no está basada en el dominio del capital y la explotación y no existe clase obrera sino innumerables opresiones con nuevos sujetos sociales que hay que organizar por separado. El poder está en todos lados y no tiene sentido la lucha por tomarlo. El combate por un régimen socialista carece de sentido y debe ser sustituido por una borrosa batalla por una “democracia radical”.

La ultraderecha apareció como opción política a partir del estallido de la crisis mundial de 2008, apoyada en el descrédito y el resentimiento social provocados por los gobiernosde la izquierda burguesa socioliberal (partidos socialistas)y, por extensión, en el desprestigio alcanzado por los regímenes de democracia liberal en que dichos gobiernos se asentaban.

Su despliegue, sin embargo, tuvo lugar unos pocos años más tarde, después de intensos desengaños populares ante grandes luchas que resultaron incapaces de ir más allá del capitalismo, pues carecían de organización y, sobre todo, de dirección para ello. En el caso de Europa, fue tras grandes revueltas dirigidas por fuerzas que se presentaban a la izquierda de los partidos socialistas pero que nunca aspiraron a romper con el capitalismo ni a salirse del cuadro de los regímenes de democracia liberal. Fue después del fiasco de Syriza, que pasó de constituir la gran esperanza del pueblo griego a ser su verdugo a cuenta de la UE; del de Podemos, que pasó de abanderado de la rebelión popular en el Estado español a socio menor del PSOE; tras el desencanto de la juventud británica con Corbyn o el de la portuguesa con el Bloco de Esquerda, transformado en sumiso socio parlamentario del PS. En Latinoamérica, el despliegue de la ultraderecha tuvo lugar tras el desencanto de la primera ola de gobiernos progresistas (Néstor Kirschner y Cristina, Lula, Dilma…).

Al calor de esos desengaños, la ultraderecha, apoyada fuertemente en redes sociales convertidas en grandes plataformas de desinformación (fake news) y adoctrinamiento paralelas a los grandes media, se ha presentado como el “representante del pueblo contra las élites y el sistema” (dentro del cual ubican en lugar destacado a la izquierda burguesa oficial), ganando un peso considerable en la pequeña burguesía y entre sectores importantes de trabajadores, en particular los más precarios y explotados.

Hoy en Francia, según estudios demoscópicos, Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen tiene el voto del 53% de los obreros del país y es asimismo el partido más votado de Francia. Algo similar ocurre con el Partido de la Libertad austríaco (FPÖ). En Argentina, Milei ha sido elegido presidente en 2023 con un 55,69% de los votos y en Brasil en 2022, Bolsonaro quedó, con el 49,17% de los votos, a 1,66 puntos de Lula (50,83%). En EEUU, Trump ha logrado el apoyo electoral de una parte sustancial de obreros blancos empobrecidos de los estados del Rust Belt (“Cinturón del Óxido”) pero también de importantes bolsas de voto entre los latinos y los negros.

Un factor añadido de fuerte impacto en el ascenso de la ultraderecha, particularmente en Europa, fue la crisis migratoria de 2015, consecuencia de la guerra de Siria, con la llegada de una enorme masa de refugiados. Solo a Alemania accedió más de un millón. El proceso continuó después, tras la invasión rusa, con la afluencia de varios millones de ucranianos en 2022. La angustia de sectores de la población ante este flujo masivo, coincidiendo con las crecientes privaciones de amplios sectores populares, fue explotada a fondo por la ultraderecha europea. Lo mismo que hace Trump en EEUU. La ultraderecha supo también, durante la pandemia de 2020, capitalizar el rechazo de amplios sectores de la población a la confabulación de los gobiernos con las grandes farmacéuticas y a su despotismo.

2. La ideología de la extrema derecha

El ascenso de la ultraderecha se ha asentado en unas bases que aúnan el ultraliberalismo, el conservadorismo extremo, el racismo y la xenofobia, el patrioterismo y una gran pulsión autoritaria.

2.1. Ultraliberalismo

El ultraliberalismo se articuló tras la II Guerra Mundial con intelectuales como Von Hayek, Von Mises, Milton Friedman… Sin embargo, fue solo a partir de los años 70 cuando, desplazando a los neokeynesianos, se expandió y convirtió en la ideología económica dominante en el conjunto de Occidente. En particular desde que Reagan accedió a la presidencia norteamericana (1981-1989) y Thatcher a la jefatura del gobierno británico (1979-1990). Desde entonces, el ultraliberalismo ha sido compañero inseparable de la globalización imperialista.

En EEUU, el ultraliberalismo se combinó con un profundo conservadurismo socioreligioso y un patriotismo imperialista descarnado, dando lugar a una fusión entre el movimiento ultraliberal y el movimiento evangélico. Esa amalgama, ya clara en la época de Reagan, ha continuado y se ha profundizado desde entonces, siendo ahora mismo uno de los puntos de apoyo esenciales de Trump.

Las fuerzas de ultraderecha, cuando hablan de socialismo o comunismo, no se está refiriendo en absoluto al socialismo de Marx y Engels, Rosa Luxemburgo, Lenin o Trotsky. Por el contrario, para la extrema derecha socialismo son las dictaduras capitalistas de Venezuela, Nicaragua o Cuba. Y más allá de eso, socialismo es cualquier intervención del Estado en la economía. Sus ideólogos identifican socialismo con la política socioliberal de los partidos socialistas o del PT de Lula o con la izquierda neo-reformista posmoderna de Podemos, Syriza o Petro en Colombia. Incluso identifican como socialista o comunista a una parte de la burguesía, que “depende del Estado”. Han llegado incluso a denunciar como socialista a Biden y al propio Partido Demócrata, genuino representante del gran capital norteamericano. Llegan inclusive a englobar en este amasijo a la misma izquierda revolucionaria.

Resulta aparentemente contradictorio que, apoyándose como lo hacen, en la devastación social causada por el neoliberalismo, la ultraderecha internacional defienda como solución el ultraliberalismo más crudo. Predican un liberalismo utópico que nunca ha existido en la historia, en el que reinaría una libre competencia perfecta, organizada por el mercado y sin ninguna intervención del Estado[1]. Hacen bandera de la lucha contra el Estado, que ha de ser reducido al mínimo, aunque, por supuesto, éste deba mantener el orden público más severo, asegurar un creciente poderío militar y garantizar la más absoluta libertad de empresa frente a toda reivindicación sindical, regulación social o ambiental. Son defensores de la desigualdad social, que consideran madre del progreso y se oponen a todo ideal igualitario. Asumen la necesidad de una tasa natural de desempleo y están por el abandono de las medidas sociales del Estado de Bienestar[2]. La solución, para ellos, es puramente individual y consiste en el “emprendimiento empresarial” de cada cual con el fin de enriquecerse.

Esta ideología reaccionaria se justifica, paradójicamente, en la brutal precarización de los vínculos laborales, una realidad predominante en la que los trabajadores, en particular los más jóvenes, ya no tienen expectativas de empleo fijo ni de cobrar una pensión de jubilación. Entonces difunden la idea de que la solución es convertirse en su proprio patrón, algo cuyo verdadero significado es carecer de todo derecho. Un trabajador esclavo de la aplicación Uber sería un ejemplo. El retroceso generalizado de los servicios públicos de salud, educación y transporte demostraría asimismo que “el Estado no sirve para nada” y que la solución ha de ser individual.

2.2. Ultraconservadurismo

Los evangélicos norteamericanos enlazaron con el ultraliberalismo a través de la llamada teología de la prosperidad, que predica que no hay que preocuparse por el Más Allá sino por prosperar y enriquecerse en este mundo. El enriquecimiento individual sería señal de estar bendecido por Dios. Esta visión se complementa con la teología de dominio que defiende que, cuando logren alcanzar una mayoría socioelectoral, deben imponer un gobierno teocrático, regido por la“ley de Dios”. El movimiento evangélico dispone de una estructura coordinada internacionalmente, con centro en EEUU y un gran peso en Latinoamérica, como los neopentecostales de Brasil, una fuerza de millones, aliada con Bolsonaro y la ultraderecha brasileña.

Según los pensadores de extrema derecha, los socialistas y marxistas hace largo tiempo que han reconocido que no se puede prescindir del mercado capitalista[3] y han convertido el socialismo en la búsqueda del control del Estado sobre la economía y la sociedad, buscando hacer del Estado la única fuente de poder[4]. Para conseguirlo, deben demoler los centros de poder legados por la cultura judeocristiana, es decir, lareligión y la familia tradicional y, del mismo modo deben ir también contra la nación.

La ultraderecha se presenta, por el contrario, como la gran defensora de los valores cristianos: la familia tradicional y la religión. Rabiosamente antifeminista y contraria al derecho al aborto, la extrema derecha es defensora de la familia patriarcal, abanderada del varón oprimido y radicalmente contraria a los derechos LGTB[5].

2.3. Patrioterismo

Desde el punto de vista de los ideólogos ultraderechistas, los “socialistas” buscan destruir la nación promoviendo un supraestado global. Estarían aliados para ello con el capital financiero internacional, que busca la protección del Estado frente a la competencia y un dominio global, por encima de las fronteras nacionales. Odian a los que definen como globalistas, se obsesionan con personajes como el financiero judío Soros y se oponen a la existencia misma de organismos supranacionales como la ONU.

Los discursos de los diferentes partidos de ultraderecha apelando a la patria se parezcan formalmente, pero hay una gran diferencia entre la extrema derecha de los países imperialistas y la de los países semicoloniales. En el primer caso tenemos partidos abiertamente nacional-imperialistas, cada uno a su escala: son los Trump con su Make America Great Again (MAGA), RN, AfD, Reform UK o Vox, alzando sus banderas supremacistas. En América Latina, en cambio, el patriotismo de los Bolsonaro o Milei es de baratija, incapaz de esconder su completa sumisión y entreguismo al amo norteamericano. En Europa, la ultraderecha se declara euroescéptica, cuando no eurófoba. Contrapone la UE a la soberanía nacional de sus países, para los que reclaman un retorno de competencias (“Menos Europa, más patria”). Al mismo tiempo, se dividen entre sí en función de sus intereses nacionales, por ejemplo, en relación a qué política tener ante Putin.

2.4. Racismo y xenofobia contra los inmigrantes

Actualmente, en EEUU y en Europa nos encontramos en una situación explosiva, que combina una intensa presión migratoria y una fuerte degradación de las condiciones de vida de los sectores más pobres de los países de acogida. La presión migratoria viene provocada por situaciones de guerra (incluidas las no declaradas), por el expolio de los países semicoloniales y por la sequía y hambrunas generadas por un calentamiento global del que los pueblos no tienen responsabilidad alguna.

En 2022, según cálculos del Financial Times, los inmigrantes representaban en EEUU el 26% de la población, en Suiza eran el 47%, en Suecia el 31%, en Austria el 30%, en Francia el 27%, en Bélgica el 25%, en Alemania el 24%, en Gran Bretaña el 23% y en España el 17,1%. En 2021, en Francia, el 48% de los inmigrantes eran africanos, de ellos el 62% magrebís. En el Estado español se reparten entre Marruecos y América Latina (con un fuerte crecimiento suramericano estos últimos años), aunque también sube el porcentaje de población negra africana. Alemania es el segundo país del mundo, tras EEUU, en número absoluto de inmigrantes

Estamos en una situación muy diferente de la de los años de ascenso de la economía capitalista. En Europa, hasta 1973, eran los gobiernos de los países centrales quienes promovían la inmigración, siendo los grandes abastecedores España, Italia y Grecia. En EEUU la inmigración era igualmente favorecida. Ahora vivimos la situación contraria, en la que la campaña contra los inmigrantes es la gran bandera de la ultraderecha en EEUU y Europa… y es, al mismo tiempo, la práctica de la gran mayoría de los gobiernos democráticos.

La defensa ultraderechista de la nación, con características supremacistas, se apoya en la teoría conspiranoide del Gran Reemplazo, según la cual la inmigración respondería a un plan globalista para suplantar a la población nativa. En el caso de Europa, este Gran Reemplazo acabaría con la cultura judeocristiana y la sustituiría por una civilización islámica. La solución sería, entonces, la deportación de millones y el cierre de fronteras, como plantean el AfD, otros en Europa y Trump en EEUU.

2.5. Negacionismo climático

Asociada a los lobbies de los hidrocarburos y del agronegocio y envuelta en la bandera de la libre empresa, la ultraderecha[6] cuestiona la existencia misma del cambio climático. En EEUU, Trump ha vuelto con el lema “Drill, baby, drill” (taladra, muchacho, taladra). En Europa, los gobiernos y la ultraderecha se han apoyado en las movilizaciones de los agricultores europeos (mayoritariamente dirigidas por las grandes patronales agrarias, que han utilizado el descontento de los pequeños y medianos agricultores abocados a la ruina) para oponerse a cualquier medida de mitigación climática, incluido el descafeinado “Pacto Verde” europeo. En Brasil, la ultraderecha está asociada al agronegocio que esquilma el país.

2.6. Sionismo

Una de las características llamativas de evangélicos y neopentecostales cristianos es la defensa del Renacimiento de Israel, que consideran una condición para la Segunda Venida de Cristo y la Salvación del Milenio. En base a citas bíblicas, justifican la adhesión incondicional al sionismo y a la política genocida de Israel y exaltan a Netanyahu como reencarnación del bíblico rey David.

Pero, más allá de los evangélicos, son todas las organizaciones ultraderechistas del mundo, sin excepción, las que se alinean de manera absoluta con el sionismo, que cuenta, a su vez, con el apoyo criminal de la abrumadora mayoría de los gobiernos del mundo.

El respaldo incondicional de la ultraderecha al sionismo se da en los partidos que tienen su origen histórico en partidos fascistas (Fratelli d’Italia, el FPÖ o RN) así como en los más recientes, como la extrema derecha holandesa o el propio Milei. Buena parte de estos partidos combinan su plena adhesión al sionismo con un claro trasfondo antisemita, algo que no debería sorprendernos si tenemos en cuenta las históricas coincidencias ideológicas del sionismo y el nazismo y su apoyo político mutuo en los años 30[7].

3. Una reacción burguesa que responde a las actuales necesidades históricas del gran capital

La ultraderecha es la reacción burguesa a la actual crisis capitalista y del orden mundial, en unas circunstancias en las que el grado de oligopolización de la economía mundial es gigantesco, al mismo tiempo que la clase trabajadora ha sufrido considerables retrocesos en sus derechos, conciencia y organización. Los grandes capitalistas no necesitan actualmente, dado el grado de desorganización y la ausencia de partidos revolucionarios con influencia de masas, imponer un régimen fascista de terror como el de los años 20-30 del siglo pasado, en los que la memoria de la Revolución de Octubre de 1917 estaba viva, existían una gran agitación social y política, con grandes partidos y sindicatos obreros de masas, y las burguesías se preparaban para la guerra.

Pero estamos, sin embargo, ante un fenómeno en transición, con finales abiertos, donde, como decía León Trotsky en los años 30 del siglo pasado, no hay muros infranqueables entre semi-bonapartismos, bonapartismos y fascismos. Si las circunstancias cambiaran y entráramos en escenarios prebélicos o bélicos y la crisis y la desestabilización política llegaran a límites fuera de control, los grandes capitalistas podrían plantearse soluciones parecidas a los viejos fascismos. Esto puede ilustrarse, en pequeña escala, en el ejemplo de la organización neonazi griega Aurora Dorada. En 2014-2015, en pleno auge de un poderoso levantamiento obrero y popular en Grecia, este partido era la tercera fuerza del país y actuaba según las pautas clásicas del fascismo, con sus bandas armadas. Sin embargo, en 2020, cuando el ascenso revolucionario había sido derrotado (con la ayuda decisiva de Syriza) y la situación estaba normalizada, Aurora Dorada, bajo la bendición de la UE, fue declarada organización criminal e ilegalizada. Posteriormente, ha sido sustituida por organizaciones de ultraderecha no expresamente fascistas como la versión original.

En el momento presente, no estamos ante el desarrollo de movimientos fascistas de masas como en los años 20-30 del siglo pasado, sustentados en el encuadramiento de bandas armadas y métodos de guerra civil. Desde un punto de vista general, en la actualidad, la ultraderecha, apoyada por sectores del gran capital de importancia desigual según el país, y con fuertes apoyos entre policías y militares, se sostiene en el cuadro parlamentario, con el objetivo de utilizarlo y avanzar en la imposición de regímenes autoritarios, bonapartistas, dictaduras con elecciones controladas. Es decir, que amputen libertades políticas y derechos democráticos, impongan retrocesos sustanciales a las conquistas de las mujeres y LGTB, repriman con dureza las movilizaciones obreras y populares e impongan un fuerte control policial, sometan el aparato judicial y los medios de comunicación. Este curso se refleja en la “democracia iliberal” de Orbán en Hungría, en los planes de Bolsonaro, en los de Trump (contenidos, entre otros, en el Project 2025 de la Heritage Foundation). La ultraderecha, actualmente forma líderes, organiza nacional e internacionalmente a un amplio sector militante y moviliza a sectores de masas en contra de la institucionalidad existente y a favor de una pauta reaccionaria.

Con marcadas peculiaridades y ritmos específicos en cada país, esta es la orientación general actual de las organizaciones de la ultraderecha, aunque, tras el asalto al Capitolio impulsado por Trump o las intentonas golpistas frustradas de Bolsonaro, no se debe descartar la posibilidad de tentativas de golpe de Estado para acelerar la implantación de un régimen autoritario.

La estrategia general de la ultraderecha, por lo demás, combina bien con fenómenos de violencia como los pogromos contra inmigrantes de agosto de 2024 en Gran Bretaña, protagonizados por bandas neofascistas y voceados por el partido ultraderechista Reform de Nigel Farage. Estos pogromos han sido uno de los puntos altos de violencia neonazi de los últimos tiempos en Europa, aunque, como vimos en 2017 en Charlottesville (EEUU), o en el asalto al Capitolio, están lejos de ser una experiencia exclusiva.

No carece de importancia, en el cuadro descrito, que organizaciones como el FPÖ, Fratelli d’Italia, AfD , Vox, Milei o el bolsonarismo, que incluyen a neonazis en sus estructuras, promuevan el llamado revisionismo histórico con la finalidad de lavar el pasado fascista o dictatorial de sus países.

3.1. En EEUU y Europa contra los inmigrantes, en Latinoamérica “contra la inseguridad y la corrupción

En EEUU y Europa su gran bandera es la cruzada contra los inmigrantes y refugiados. En Europa, las organizaciones de ultraderecha, supremacistas blancas, promueven la Reemigración, es decir, la deportación masiva de los migrantes, en nombre de la defensa de la “identidad europea” y de los “valores cristianos de Occidente”, amenazados por una supuesta invasión islámica. AfD impulsa la expulsión de dos millones de personas, una parte de ellas con nacionalidad alemana, que considera no asimilados (Conferencia de Potsdam, noviembre 2023). Trump, por su parte, amenaza con la deportación masiva de 15 millones de inmigrantes indocumentados (aunque según cifras oficiales son 11 millones).

En todos los casos, los inmigrantes son acusados de ser responsables de todos los males: la delincuencia, la crisis del Estado de Bienestar, los bajos salarios, el robo de empleos a los trabajadores nacionales y el acaparamiento de los subsidios sociales en detrimento de los nativos

En el caso de América Latina, el estandarte de la ultraderecha cambia a la lucha contra la inseguridad, la violencia y la criminalidad urbana. Esta ofensiva, tiene, sin embargo, un significado preciso, de cruzada contra los sectores más pobres, identificados como delincuentes y bandidos, así como de criminalización de los movimientos sociales del campo y de la ciudad, como indígenas, los negros quilombolas brasileños, los sin tierra o sin casa. Es algo evidente en Argentina (con una tasa de pobreza del 52,9% en el primer semestre de 2024, con 25 millones de pobres), en El Salvador de Bukele o en Brasil.

4. Las organizaciones y movimientos de ultraderecha en el mundo

4.1. La extrema derecha norteamericana

En EEUU, la extrema derecha se reagrupa en torno a Trump, que hace tiempo que se adueñó del Partido Republicano. Está ligado a sectores relevantes del gran capital norteamericano, con Elon Musk, sus negocios y su red social X como mascarón de proa. Trump fue promotor del asalto al Capitolio y es encubridor de grupos fascistas, como en Charlottesville o en la propia invasión al Capitolio. Es la quintaesencia del chovinismo nacional-imperialista y defensor acérrimo del sionismo genocida.

Se apoya en el aparato del Partido Republicano, en fundaciones y grupos de opinión, en redes neonazis y en las iglesias evangélicas. Tiene una fuerte base de apoyo en la pequeña burguesía y entre sectores importantes de trabajadores blancos condenados al desempleo, los bajos salarios y la pobreza, en particular en el desindustrializado Cinturón del Óxido (Rust Belt). El desengaño popular y los procesos de ruptura con el Partido Demócrata ha hecho también mella en sectores de población latina y negra, que le han dado su voto en estas últimas elecciones presidenciales.

Es abiertamente negacionista del cambio climático y portavoz del lobby de las energías fósiles (Drill, baby, drill). Ha hecho de la lucha contra los inmigrantes el eje de su campaña electoral, poniendo un signo igual entre migrantes y delincuencia y narcotráfico y haciendo de su propuesta de deportación masiva su mayor promesa electoral.

La conquista de la presidencia, junto al control de la Cámara de Representantes, el Senado y la Corte Suprema, facilitan la ofensiva de Trump de depurar en masa la Administración federal, controlar el aparato judicial, arremeter contra los derechos de las mujeres y LGTB y recortar los derechos democráticos, lo que va a provocar, sin duda, importantes enfrentamientos y movilizaciones de masas.

El próximo 20 de enero va a ser la toma de posesión de Trump y será a partir de entonces que podremos valorar a fondo el programa preciso que quiere aplicar y con qué ritmos, su impacto internacional y la importante resistencia que va a encontrar en los distintos sectores de la clase trabajadora y el pueblo americano.

4.2. La ultraderecha en Brasil

Es necesario, por su importancia, que analicemos el movimiento bolsonarista, cuyo momento de expansión fueron las elecciones de 2018, en las que Jair Bolsonaro venció con el 55.13% de los votos en la segunda vuelta. Este triunfo inicial de Bolsonaro fue relativamente improvisado, aunque ya entonces contaba con el apoyo de Steve Bannon (Trump) y grupos de ultraderecha brasileños, sectores clave de la cúpula del ejército y amplios sectores de la burguesía brasileña (con Paulo Guedes como fiador del ultraliberalismo, en primera fila).

En el bolsonarismo se funden varios sectores. Uno de ellos es el que encabezan los hijos de Bolsonaro, vinculados a Bannon y educados por Olavo de Carvalho (1947-2022), el principal ideólogo de la extrema derecha brasileña, estrechamente asociado a la ultraderecha norteamericana, así como defensor del período de la dictadura militar. Esta facción, con una enorme presencia en las redes sociales, es la que define la ideología bolsonarista. Es decir, ultraliberalismo; protofascismo, defensa de los torturadores y de la tortura bajo la dictadura, de la violencia física contra los opositores, del paramilitarismo y el ultraconservadorismo (misoginia, homofobia, racismo, xenofobia). Propaga las consignas “Patria, Dios y Familia”, “Brasil por encima de todo (adaptando el lema hitleriano) y “Dios por encima de todo”, que comparte con los demás sectores bolsonaristas.

Otro de los grupos pertenece a las Fuerzas Armadas y cuenta con gran peso en el bolsonarismo: hasta 6000 militares ocuparon cargos ejecutivos durante el gobierno Bolsonaro, con una gran cantidad de ministros al frente. Esta es una peculiaridad brasileña: el papel central que desempeña una generación de generales y altos oficiales que reivindican el ala dura de la dictadura militar que subyugó Brasil entre 1964 y 1985.

Otro importante componente del bolsonarismo son las iglesias neopentecostales, con poderosas estructuras que encuadran a varios millones de personas, mayoritariamente de población trabajadora. Su teología de la prosperidad (buscar la prosperidad individual en este mundo) y su teología de dominio (favorecer el establecimiento de un Estado teocrático) las asocian estrechamente al ultraliberalismo y una parte de ellas al proyecto autoritario del bolsonarismo.

El triunfo de Bolsonaro se sustenta en dos factores centrales: uno es la decadencia del país, que viene desde el final de la dictadura y se manifiesta en la ruina de sectores de la pequeña burguesía, en la desindustrialización del país y en el proceso de demolición de las condiciones de vida y trabajo de sectores enteros del proletariado brasileño, sometido a un brutal proceso de precarización y tercerización. Esta decadencia, enmascarada bajo la presidencia de Fernando Henrique Cardoso (FHC) y luego por el boom de las commodities durante los gobiernos del PT, saltó con fuerza a la superficie a partir de la crisis mundial de 2008. El otro factor del ascenso del bolsonarismo es el gran desengaño que, ante esta decadencia, significó la actuación de los gobiernos del PT.

Como fruto de todo ello, vino primero el estallido social de junio de 2013, protagonizado sobre todo por la juventud trabajadora precarizada. Después, tras el desengaño popular ante los dolorosos planes de ajuste de Dilma Rouseff tras su ajustada victoria de 2014, combinados con los casos de corrupción afectando a figuras relevantes del PT, vinieron las grandes manifestaciones de marzo de 2015 y meses sucesivos, esta vez dominadas por la derecha, aunque aún con pequeña presencia aún de la extrema derecha. Después vino la gran huelga general contra el presidente Temer y el “Ocupa Brasilia” de 2017[8], traicionados por la burocracia sindical y el PT. Fue justo en este reflujo, en 2018, cuando Bolsonaro despuntó como figura de masas, con una candidatura articulada desde 2016, con nueve generales y un brigadier dirigiendo su equipo de campaña y con sus hijos, apoyados por Bannon, a cargo de la propaganda en las redes sociales.

La ultraderecha brasileña se apoya en la base de las fuerzas armadas y de la policía y en sectores masivos de la pequeña y mediana burguesía, pero también ha logrado arraigar en sectores especialmente golpeados de la clase trabajadora, desengañados de Lula y el PT, en particular en sectores precarizados trabajando en plataformas o aplicativos, que se ven a sí mismos como “emprendedores”, e incluso en algún sector joven y pobre de la periferia.

Los planes del bolsonarismo son transformar la agotada Nueva República (levantada sobre constitución de 1988) en un régimen autoritario, bonapartista, en una dictadura con elecciones, Justicia y medios de comunicación controlados, con los militares al frente de cargos relevantes y los derechos democráticos fuertemente recortados. No lo lograron, por el momento, porque perdieron las últimas elecciones y porque el gobierno de Biden, así como una mayoría de la burguesia brasileña, estuvieron en contra del auto-golpe.

Pero, a pesar de que sin el apoyo del imperialismo norteamericano no era probable que triunfara un golpe, lo intentaron el 8 de enero de 2023. Esta intentona fue mucho más fuerte de lo previsto y vino precedida, durante más de un mes, por la movilización de al menos 100 mil personas en todo el país, con cortes de carreteras, acampadas ante los cuarteles, amenazas de atentados con bomba en aeropuertos y torres de energía y la participación de un sector importante de la cúpula de las Fuerzas Armadas. La Policía Federal ha hecho público estos días que dichos planes incluían el asesinato de Lula, Alckmin (vicepresidente) y Moraes (Supremo Tribunal Federal), incluso antes del 8 de enero.

Lo que sí ha conseguido hasta ahora el “bolsonarismo” es consolidar un espacio político que abarca un 30% de la población del país, a favor de la pauta reaccionaria y autoritaria de la ultraderecha, estructurar un fuerte sector militante, formar nuevos líderes y dotarse de una capacidad de movilización y organización, conectada con milicias y con militares y ligada a la ultraderecha internacional, particularmente al trumpismo. La derrota de la intentona golpista del 8 de enero y la posible condena a inelegibilidad de Bolsonaro, el líder con más capacidad de unificar a la ultraderecha brasileña, abre fisuras entre sus dirigentes. Sus bases estructurales, sin embargo, persisten.

4.3. Los partidos ultraderechistas europeos

Los partidos de ultraderecha europeos tienen orígenes históricos distintos. Una parte de ellos tiene raíces en el fascismo derrotado en la II Guerra Mundial: son el FPÖ austríaco, el Vlaams Belang (VB) belga, el Rassemblement National (RN), con origen en el régimen pronazi de Vichy, Fratelli d’Italia de Meloni (que provienen del neofascista MSI), además del extinto Aurora Dorada. El español Vox, que ha surgido de una ruptura del PP, reivindica expresamente el franquismo y el ultracatolicismo. Demócratas de Suecia (SD), fue asimismo fundado por neonazis en 1988, aunque a principios de la década de 2000 se desmarcó formalmente del nazismo.

Otros partidos ultraderechistas provienen del cuadro democrático burgués posterior a la II Guerra Mundial, como los Verdaderos Finlandeses, creado en 1995, o la extrema derecha de los Países Bajos, ganadora de las últimas elecciones parlamentarias (noviembre 2023), que acaba de formar un gobierno de coalición (junio 2024). Viktor Orbán y su partido Fidesz y el PiS polaco son posteriores a la restauración capitalista en el Este europeo. El británico Nigel Farage, dirigente de Reform UK, es un exbroker de la City de Londres y antiguo miembro del Partido Conservador británico que creó el partido UKIP, el gran abanderado de la salida de la UE (Brexit).

En Austria, el Partido de la Libertad (FPÖ) fue fundado por nazis en 1956 como un partido pangermánico. Es el primer partido de ultraderecha que integró un gobierno de coalición con la derecha tradicional en un país de la UE (1999). La UE, al principio, le hizo el vacío, pero más tarde, desde 2018, cuando entró de nuevo al gobierno, lo aceptó sin problemas. El FPÖ, que ha ostentado ministerios clave, ya no reivindica el pangermanismo y se declara patriota austríaco. Relativizay normaliza el nazismo y no margina su ideología, que comparte una parte de su base y sus votantes. El FPÖ recoge actualmente la mayor parte del voto obrero en Austria y en setiembre de 2024 ha ganado por primera vez unas elecciones legislativas, con el 29,2% de los votos, aunque los otros partidos han vetado su acceso al gobierno. Apoyó la entrada a la UE, pero se ha convertido en euroescéptico. Como Orbán, apoya abiertamente a Putin. Hace eje de la batalla contra la inmigración y el islam.

En Hungría, el partido deOrbán (Fidesz) apareció como alternativa a los gobiernos de coalición dirigidos por el Partido Socialista (heredero del antiguo partido único estalinista) que barrieron derechos sociales y privatizaron todo lo que pudieron, para acabar desfondándose finalmente en 2010, dando la victoria a Orbán, que lleva gobernando 14 años. Hungría es un país de la UE donde Orbán levanta la bandera nacionalista y euroescéptica y reclama autonomía respecto a la UE. Sometido económicamente a Alemania, busca contrapeso en las inversiones chinas. Proclama su amistad con Putin (de cuyo suministro energético depende), su rechazo total a cualquier apoyo a Ucrania frente a la agresión rusa y su fraternidad con Trump. Es uno de los grandes abanderados europeos contra la inmigración y el islam. Se proclama anticomunista, defensor de los valores cristianos y contrario a los derechos de las mujeres y LGTB. No reconoce el calentamiento global y niega la emergencia climática. Con la nueva constitución de 2011 ha dado paso a un régimen que el propio Orbán califica de “democracia iliberal”, con el aparato judicial y los medios de comunicación firmemente controlados.

Los polacos del PiS (Ley y Justicia) tienen muchos parecidos con Orbán, pero a diferencia de éste, por razones históricas, mantienen una relación de abierto enfrentamiento con Putin. Polonia no existió como país independiente desde 1795 hasta 1918 (tratado de Trianon), estando repartido entre Alemania, Rusia y Austria. El PiS es extremadamente sumiso a EEUU, factor que utiliza como contrapeso frente al dominio económico alemán. Se hizo con el gobierno en 2015 y ha permanecido en él hasta 2024, en que lo ha perdido por un escaso margen. Son nacionalistas, euroescépticos y ultracatólicos, defienden la fusión entre la nación polaca y la Iglesia católica. No ha tenido inconveniente en tolerar la actividad controlada de grupos menores neofascistas.

En Croacia tenemos el partido gubernamental HDZ. El país se constituyó como estado independiente gracias al apoyo directo de Alemania, cuando Yugoslavia se desintegró. El HDZ fue creado bajo el impulso directo de antiguos ustasha fascistas, aliados de la Alemania nazi, y es ultracatólico.

El ultraderechista británico Nigel Farage (Reform UK) obtuvo 4,1 millones de votos en las elecciones generales de julio de 2024 (quedando segundo en varias circunscripciones), frente a los 6,5 millones de los tories y los 9,7 millones del Labour de Keir Starmer. Los tories viven actualmente una auténtica descomposición, que podría desembocar en la absorción por Farage de una parte del partido. Lejos de condenar los pogromos neonazis contra inmigrantes, ha tratado de apropiárselos en su beneficio.

La ultraderecha holandesa fue marginal hasta 2002. Hasta entonces, todo el juego político lo manejaban entre liberales, democratacristianos y socialdemócratas. Entre los promotores de la ultraderecha holandesa destacan figuras como Pim Fortuyn (fallecido en un atentado en 2022), Geert Wilders (dirigente del PVV, Partido de la Libertad¸ el más votado en las elecciones legislativas de noviembre de 2023, aunque carece de estructura formal como partido) y Baudet. El eje de Wilders es el enfrentamiento contra los inmigrantes y refugiados y una cerrada obsesión contra el islam, al que se enfrenta en nombre de la igualdad hombre-mujer, la defensa de los derechos de los gais o el derecho al aborto. Proclama los valores occidentales y la tradición judeo-cristiana. Formalmente se presenta como contrario al nazismo. Es abiertamente euroescéptico frente a la UE («Devolvamos Holanda a los holandeses«) y está por la “Gran Holanda”, que incluiría el Flandes belga.

El Partido Popular (PP) de Dinamarca, que se constituyó en 1972 y ha reivindicado incluso la lucha contra la ocupación nazi durante la II Guerra Mundial, surgió como un típico partido pequeñoburgués contra las altas tasas fiscales. En los años 80 incorporó el discurso xenófobo e islamófobo, en defensa de los “valores daneses”. Pero luego fue todo el espectro político danés quien asumió este discurso y el parlamento ha acabado aprobando varias de las medidas más duras contra la inmigración en Europa: la requisa de bienes de los solicitantes de asilo, un fuerte endurecimiento de los requisitos para la reagrupación familiar, rígidos controles fronterizos, recolocación de los habitantes de los barrios-gueto de las ciudades y encierro en una cárcel-isla de los migrantes pendientes de expulsión. El enfoque oficial no es la integración de los inmigrantes, ni siquiera su asimilación, sino que regresen a su país de origen. Este discurso ha sido asumido por el resto de partidos, incluida la socialdemocracia danesa de Mette Frederiksen.

Con características parecidas tenemos también al partido de los Verdaderos Finlandeses, fundado en 1995 sobre las cenizas del antiguo Partido Campesino, con características moderadas de centroizquierda, defensor de los “valores fineses” (patria, religión, familia), nacionalista y social-cristiano. Pronto, sin embargo, en 2003, la ultraderecha se apropió de él. Su primer ascenso importante fue durante la crisis de 2008-2009, capitalizando electoralmente su oposición a los rescates de los países del sur de Europa y a favor de la austeridad.

4.4. Divisiones entre la ultraderecha europea

Las diferencias en la ultraderecha europea están asociadas a sus diversos intereses nacional-imperialistas y se reflejan, sobretodo, en su política internacional. Así, aunque todos ellos sean rabiosamente sionistas, hayan celebrado la victoria de Trump y sean abiertamente xenófobos y racistas, se hallan divididos en relación a Rusia. Tenemos, por un lado, a los amigos de Putin (Orbán, la AfD, el italiano Salvini, el FPÖ o, con más discreción, los franceses de RN), que están contra cualquier tipo de ayuda militar o económica a Ucrania y abiertamente a favor de la entrega del Donbass ucraniano a Rusia. AfD defiende el restablecimiento de relaciones con Rusia, el fin de las sanciones y el retorno a las compras de gas. En el lado opuesto tenemos a los polacos del PiS o la italiana Meloni, claramente alineados contra la Rusia de Putin.

Si las formaciones europeas de ultraderecha estuvieran juntas, hoy formarían el segundo grupo del Parlamento europeo, con 187 miembros, a sólo uno de distancia del primer grupo, el de la derecha tradicional. Sin embargo, van separados en tres grupos: “Conservadores y reformistas europeos”, con 78 parlamentarios, dirigido por Meloni, que incluye al PiS polaco; “Patriotas por Europa”, el más numeroso, con 84 eurodiputados, presidido por Orbán, que incluye al RN francés, la ultraderecha neerlandesa, el FPÖ austríaco y el español Vox; finalmente “Europa de las Naciones Soberanas”, con 25 europarlamentarios, formado por la AfD alemana y algunos pequeños partidos.

4.5. El declive de Francia y el fortalecimiento de RN

El hundimiento de Macron es fiel reflejo de la decadencia del imperialismo francés, el segundo gran país europeo que, junto con Alemania, es pilar de la UE. La arrogancia de Macron no puede ocultar esta realidad. Francia está siendo expulsada de sus antiguas colonias africanas, sus servicios públicos sufren un grave deterioro, su economía se halla estancada, con altos niveles de endeudamiento (110,6%) y déficit público (5,5%). Desde las movilizaciones de los Chalecos Amarillos (2018-2019) es vanguardia europea en la represión a la disidencia y en ataques a las libertades democráticas y derechos sociales fundamentales como las pensiones públicas. El principal beneficiario político de este declive es RN, que -como decía su aspirante a primer ministro en las últimas elecciones legislativas, Jordan Bardella- quiere “poner orden en la calle y en las cuentas y atender al principio de realidad” (léase incumplir promesas como la de retirar la reforma de las pensiones de Macron).

RN fue refundado en 2018, en el congreso de Lille, donde el hasta entonces Front National (FN) se convirtió en Rassemblement National (RN). Desde 2011 lleva a cabo una política de desdemonización (dédiabolisation). Como parte de ello, en 2015 expulsó a su fundador, Jean-Marie Le Pen, el padre de la actual líder, Marine Le Pen. RN ha progresado electoralmente en todas las categorías de la población y desde la llegada de Macron en 2017 ha incrementado su cuota electoral un 20%. Ha obtenido una fuerte subida en zonas rurales y, según estudios demoscópicos, le vota el 40% de los parados, el 48% de las personas con estudios primarios, el 53% de los obreros, el 33% de los jóvenes entre 18 y 24 años y el 39% de las personas entre 50 y 64. Su eje principal es la cruzada contra los inmigrantes y refugiados. Quiere denegar el derecho de asilo y expulsar a los sin papeles. Se presenta como el partido contra las élites y defiende la llamada preferencia nacional. Se presenta como social-populista y defensor de los intereses populares.

4.6. La decadencia de Alemania y el ascenso de la AfD

Alternativa para Alemania (AfD) nació en 2013 como un partido “ordoliberal” (neoliberal en versión germánica) contrario a los rescates del Sur de Europa (en realidad rescates de los bancos alemanes que estaban en el núcleo de los grandes prestamistas) y a la moneda única europea, el euro. Pero a partir de la crisis de los refugiados de 2015, pasó a manos de una ultraderecha sin complejos: xenófoba, islamófoba, revisionista histórica en relación con el nazismo y eurófoba (“queremos que los poderes de Bruselas vuelvan al ámbito nacional”).

Defiende la expulsión de dos millones de personas, una parte de ellas ciudadanos con nacionalidad alemana que consideran no asimilados (Conferencia de Potsdam). Es amiga de Putin. Defiende la salida de las tropas de EEUU de Alemania y el cierre de la base americana de Ramstein, aunque está dividida sobre la pertenencia del país a la OTAN. Cuenta con una fuerte base electoral en los länder de la anexionada antigua Alemania del Este, discriminados y nunca plenamente integrados en la Alemania unificada. AfD se ha convertido en uno de los grandes pilares de la extrema derecha europea.

En Alemania, en las elecciones europeas de junio de 2024, el principal partido del gobierno, el socialdemócrata SPD, quedó con un 14% de los votos, por detrás de la AfD, con un 16%. Esta se ha convertido en la segunda fuerza política del país (por detrás de la Democracia Cristiana, CDU-CSU, que obtuvo un 30%) y es la primera en varios länder de la antigua Alemania oriental: ganó las elecciones en Turingia y Sajonia en setiembre de 2024, donde obtuvo más del 30% de los votos y, unas semanas más tarde, quedó segunda en Brandeburgo, con casi el 30%, a solo 1,7 puntos del primer partido.

Antes de las elecciones, las 300 mayores corporaciones de la patronal alemana hicieron un posicionamiento público contra la AfD, a la que consideran, en las actuales circunstancias, una traba para sus intereses. La gran patronal alemana, con fuertes inversiones en el exterior y grandes intereses exportadores, necesita vitalmente de la UE para sus negocios, tanto en Europa –su principal mercado exportador- como en el exterior, así como para pesar políticamente en un cuadro internacional dominado por la confrontación EEUU-China. Necesita también trabajadores especializados para su industria, que Alemania no logra colmar con los nativos. Por eso no comparte las posiciones ultranacionalistas de la AfD, contrarias a la UE ni su propuesta de la gran Reemigración y prefiere a sus partidos habituales.

El ascenso de la ultraderecha alemana es proporcional a la declinación del país. El capitalismo alemán, que ya destacaba antes de los años 90 como el más potente de Europa, tuvo un enorme impulso en esta década con la unificación alemana (en verdad la anexión de Alemania oriental) y con la expansión al Este europeo, semicolonizado por el capitalismo alemán, apoyándose en la ampliación de la UE. El antiguo Glacis fue convertido en un nuevo mercado y base para deslocalizar fábricas a unos países con menores salarios y derechos y escasas reglamentaciones ambientales y sociales.

Después, en 2003, el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder (hoy destacado hombre de negocios y socio de Putin) convirtió a Alemania, con su Agenda 2010 y el apoyo del SPD, en país de vanguardia de la desregulación laboral, el recorte de los subsidios de desempleo y la implantación de un sector de bajos salarios y mínimos derechos.

Pero ahora hemos llegado al fin del excepcionalismo alemán. El capitalismo germánico vive el agotamiento del impulso que le dio la unificación, la expansión a los países del Este y la Agenda 2010 de Schröder. La guerra de agresión de Putin contra Ucrania ha provocado la ruptura del acceso al gas y al mercado ruso. Con un fuerte retraso con respecto a EEUU y China en las nuevas ramas tecnológicas, así como económicamente estancada, Alemania se encuentra sin nuevos mercados para sus exportaciones y con una relación muy distinta con China si comparamos con 2000. Ahora, las corporaciones alemanas compiten con China en la propia UE y en la propia Alemania, por ejemplo, con el coche eléctrico (que no toma impulso) o los paneles solares. Al mismo tiempo, una potencia exportadora como Alemania, no puede, con la relativa libertad que lo hace EEUU, promover medidas proteccionistas contra China, más aún cuando grandes empresas alemanas tienen allí enormes inversiones orientadas al mercado chino y a la propia exportación. El genocidio sionista de Gaza muestra asimismo el papel del imperialismo alemán como un enano político sometido a EEUU.

El ascenso de la AfD se apoya en este declive e incertidumbre del imperialismo alemán. Toma fuerza en el profundo sentimiento de frustración del Este del país, en la desesperanza de sectores de las clases medias, en la pérdida de poder adquisitivo por la inflación y en el deterioro de las condiciones salariales y laborales de los sectores de trabajadores alemanes más empobrecidos. En estas circunstancias históricas, AfD se presenta como alternativa a un sistema en crisis sustentado en la Democracia Cristiana y la socialdemocracia alemana y los Verdes.

4.7. Los “conservadores de izquierdas” alemanes de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW)

Hay que seguir también con atención al movimiento “conservador de izquierda” BSW de Sara Wagenknecht que ha surgido recientemente en Alemania, sobre todo después de sus recientes triunfos electorales en los länder de Turingia, Sajonia y Brandeburgo, donde ha quedado como tercera fuerza. Hacemos mención al BSW porque, si bien se presenta como defensor de la clase trabajadora alemana, asume elementos centrales del programa de la ultraderecha y podría convertirse en una referencia en otros países para organizaciones que provienen de la diáspora del estalinismo y tratan de recomponerse.

La BSW, organizada alrededor de esta exdirigente de Die Linke que da nombre a las siglas del partido, tiene su peso principal en los länder del Este de Alemania. Sara Wagenknecht proviene del antiguo partido estalinista del Este de Alemania, que en 2007 se fusionó con una escisión del SPD dirigida por Oskar Lafontaine, dando lugar al partido Die Linke.

Sahra Wagenknecht, en una reciente entrevista a New Left Review, definía a su partido como “conservador de izquierdas”. No cuestiona el capitalismo, sino que pretende convertirlo en un capitalismo virtuoso. Su gran referencia es el grupo de medianas y pequeñas empresas exportadoras alemanas conocido como Mittelstand, cuya prosperidad sería, según ella, la condición para que mejoren las condiciones de trabajo y para el resurgimiento de Alemania. BSW reivindica el pasado estalinista de la RDA, está contra la OTAN y por la retirada de los misiles norteamericanos de Alemania. Al mismo tiempo, asume banderas fundamentales de la ultraderecha alemana. Su gran batalla es doble: por un lado, contra la inmigración (aunque no maneja la virulencia de la AfD) y, por otro, contra Ucrania y a favor de Putin, algo que presenta como lucha por la paz. También, al igual que lo hace la AfD y el gobierno alemán, apoya a Israel y el genocidio palestino. El BSW es islamófobo, nacionalista alemán y también rechaza las medidas medioambientales y las políticas de igualdad de género.

5. El combate contra la ultraderecha

La batalla contra la extrema derecha ocupa en la actualidad un lugar fundamental. Nos exige, como punto de partida, avanzar en la organización independiente de la clase trabajadora y la juventud, en particular de sus sectores más precarios, así como unificar a los trabajadores (nativos e inmigrantes, de diferente color de piel y orientaciones sexuales) en la lucha por derechos básicos. Para hacerlo, casi siempre nos veremos obligados a chocar con las burocracias sindicales y la izquierda oficial. Mucho más si ésta está en el gobierno aplicando planes socioliberales.

Ante las situaciones de ofensiva abierta de la ultraderecha, en especial cuando está en el gobierno, tenemos que recuperar las mejores tradiciones de lucha y, en particular, las que defendieron los trotskistas en los años 30 en la batalla contra el fascismo. Es decir, promover el frente único y la unidad de acción más amplia con organizaciones obreras y populares, estudiantiles y otras organizaciones políticas, para impulsar la movilización masiva frente a las tentativas bonapartistas autoritarias, la represión oficial y las agresiones fascistas; en defensa de los derechos democráticos, las conquistas sociales y la solidaridad con los sectores y pueblos oprimidos.

Cuando tenemos gobiernos progresistas, de colaboración con la burguesía, hay que rechazar una política de alineamiento campista con ellos y actuar como verdadera oposición de izquierda y socialista. Teniendo claro que ser oposición de izquierda no significa confundirse con la extrema derecha ni dejar de combatirla en todo momento. Ante cualquier intentona de golpe, hay que hacer unidad de acción con el gobierno para derrotar a los golpistas, sin que esto signifique darle apoyo político. Como hicieron los trotskistas contra Franco en los años 30 o Lenin hace un siglo, cuando el golpe del general Kornilov.

En un contexto en que la extrema derecha aliente y organice la violencia contra el movimiento y, más aún si promueve bandas armadas, hay que recuperar la tradición revolucionaria y educar a la clase trabajadora y la juventud para que tomen en sus propias manos la autodefensa. Dejando de lado, tanto las tendencias pacifistas que abogan por la no violencia entendida como principio moral, como las tendencias individualistas y espontaneistas, cuyas acciones dejan inerme al movimiento ante la represión gubernamental. Es obvia la necesidad de organizar la autodefensa ante las bandas armadas de extrema derecha enviadas por los terratenientes para asesinar a los líderes indígenas, quilombolas o sin tierra en el campo brasileño. La experiencia inglesa del verano de 2024 de cómo hicieron frente las agresiones neonazis contra los inmigrantes es un ejemplo reciente de cómo enfrentar los pogromos racistas y xenófobos desde el propio movimiento.

La batalla cultural, es decir, la propaganda y la lucha ideológica contra la ultraderecha, tienen una importancia capital, dirigida especialmente hacia la juventud trabajadora y estudiantil. Hay que desmontar, en base al marxismo, las falsas teorías del ultraliberalismo y el anarcocapitalismo, así como las tesis conspiranoides, y contrastar su demagogia con los siniestros resultados de sus experiencias de gobierno, tanto las históricas del fascismo como, en particular, las más recientes, desde Pinochet hasta Trump, Bolsonaro, Milei u Orbán. Hay que hacer también un esfuerzo para entender por qué determinadas tesis de la extrema derecha hacen mella en sectores de la juventud trabajadora para poder así desbaratarlas mejor.

Tampoco hay que olvidar que no hay forma de enfrentar a la ultraderecha sin combatir ideológica y políticamente a la izquierda socioliberal y a sus socios posmodernos (además de las corrientes neostalinistas). No en vano, la desastrosa gestión gubernamental socioliberal ha alimentado y sigue alimentando el monstruo de la ultraderecha. Por eso hay que demostrar también que el (neo)keynesianismo y el socioliberalismo no son ni marxismo ni socialismo, sino una variante de capitalismo.

Este trabajo, si quiere ser eficaz, no puede ser planteado de manera dogmática. Debe apoyarse en una práctica, un programa y unas políticas concretas. Un programa que tome en cuenta a los sectores más precarios y uberizados, que nunca tuvieron los derechos que conquistó el sector más antiguo de la clase trabajadora y que muchas veces creen que los sindicatos solo defienden a los “privilegiados”. Un programa que enfrente la descomposición social, la crisis del Estado del Bienestar, la emergencia medioambiental, el racismo y la xenofobia, las masacres imperialistas en Gaza y Ucrania, el expolio de los países semicoloniales y el militarismo. Que presente alternativas, las cuales se integran en la batalla por una reorganización general y radical de la sociedad, la expropiación del gran capital y el poder socialista. Una tarea histórica que, en último término, va a exigir reconstruir una izquierda revolucionaria poderosa y arraigada al frente del movimiento obrero y popular.


  1. Felipe Alegría es dirigente de Corriente Roja, sección de la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional, en el Estado español ↩︎

[1] Una tesis que no es precisamente compartida por personajes relevantes del trumpismo, como Peter Thiel. Este magnate de Silicon Valley, colega de Elon Musk, exponente de la ultraderecha empresarial norteamericana, colaborador del ejército israelí en el genocidio palestino y gran financiador de la campaña electoral de Trump, no duda en proclamar que “la competencia es para los perdedores”.

[2] Algunos partidos de la extrema derecha europea no se expresan en términos tan crudos como Milei, Bolsonaro o la alt-right norteamericana. Rassemblement National (RN), el FPÖ o la AfD alemana defienden que las medidas sociales deben ser “exclusivamente para los nacionales”. Aunque luego, el apoyo de RN a la política de austeridad del gobierno Barnier muestra la falacia de este reclamo, que sirve solo mientras no acceden al gobierno.

[3] Lo que es cierto en el caso de los partidos socialistas, los que provienen de la crisis del estalinismo y los de la izquierda posmoderna. Aunque, claro está, ninguno de ellos se reivindique ni pueda ser considerado marxista. Su política es socioliberal, es decir, una política de cargar la crisis sobre la espalda de la clase trabajadora, pero de una manera más benigna… ¡hasta que no se vean obligados a tomar medidas de choque!

[4] En verdad, justo lo contrario de lo que establece el marxismo, cuyo objetivo histórico, el comunismo, no es otra cosa que la extinción del Estado.

[5] Aunque, como luego veremos, hay lugares en Europa, como los Países Bajos, donde la extrema derecha tiene un enfoque liberal en asuntos como los derechos femeninos o LGTB.

[6] Con la rarísima excepción de algún grupúsculo “ecofascista” en EEUU

[7] Ralph Schoenman, La historia oculta del sionismo

[8] Donde destacó el papel desempeñado por la CSP-Conlutas y el PSTU

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