Mubarak absuelto: el tribunal de El Cairo certifica que la justicia es de clase
Tras la absurda e inaceptable sentencia que dejó en libertad al ex dictador asesino y corrupto Hosni Mubarak, los medios de prensa internacionales sacan como conclusión que la revolución egipcia ha sido enterrada.
En una sucesión de análisis que poco tienen que ver con la dialéctica marxista, la libertad concedida al asesino Mubarak sirve a los detractores de la lucha de clases y del movimiento de masas para decretar el triunfo de la contrarrevolución en Egipto, y no falta quien lo hace extensivo a la lucha del conjunto de los pueblos árabes.
Insisten también con el “golpe de estado” que en el verano de 2013 derrocó a Mohamed Morsi y a la Hermandad Musulmana y se hizo con el poder.
En mi opinión, los hechos que derivaron en la libertad de Mubarak, la de sus hijos y la de otros varios altos cargos policiales no hace más que confirmar que la justicia ejercida por la clase dominante acaba siempre por favorecer a los poderosos y está en contra de los que se manifiestan y luchan contra ella. Pero está muy lejos de sepultar con su sentencia la búsqueda que las masas necesitan hacer en pos de un cambio que las libere de las cadenas de la explotación.
Las masas egipcias no han conseguido hasta hoy –y precisamente porque sus gobernantes de todo tipo defienden otros intereses, ajenos y opuestos a ellas– resolver los problemas materiales que las afligen. La falta de libertad, sumada a los bajos salarios, la miseria, la represión y un largo etcétera son el motor objetivo que las movilizó y volverá a hacerlo más tarde o más temprano.
El proceso revolucionario abierto en Egipto en 2011, que llevó a millones a las calles, que fue resultado de la chispa que incendió el “mundo árabe”, sólo sufre un reflujo que tiene su origen y su karma en la falta de una dirección revolucionaria que oriente ese proceso hacia la toma del poder. Pero el elemento objetivo que le dio origen no ha sido resuelto y las masas –aún con todas las contradicciones y las debilidades que puedan tener– no han sido derrotadas.
El régimen egipcio sigue en pie a pesar de las inmensas movilizaciones que derrocaron primero a Mubarak y luego a Morsi, y consiguió usurpar esa enorme victoria de las masas en las calles, por un lado debido a la crisis de dirección revolucionaria y, por otro, gracias al “prestigio” que los militares arrastran desde la época de Nasser, en su enfrentamiento con el imperio británico por el Canal de Suez.
Pero “no hay mal que dure cien años” y el régimen militar posterior a las grandes manifestaciones de 2013 es mucho más débil que aquel de 1952, está mucho más limitado porque no puede –ni quiere– sacar los pies del plato en su alianza con el imperialismo norteamericano que lo sustenta, y está montado en el tembladeral que significa la experiencia de lucha y movilización de millones de egipcios que ya mostraron que pueden –y quieren– sacarse de encima décadas de explotación, opresión y negación de derechos.
¿Hay un retroceso del proceso revolucionario en Egipto? Sí. Pero, ¿existe alguna posibilidad objetiva de que el actual régimen, con sus militares y su asquerosa justicia, dé respuesta a las reivindicaciones más sentidas de las masas? No.
Por eso, el factor subjetivo, la dirección, se vuelve casi un factor objetivo en este proceso. Porque sin dirección revolucionaria no hay triunfo de la revolución que pueda mantenerse ni avanzar.
La historia ha dado muchas muestras del heroísmo de las masas en su lucha, del poder de la movilización para tirar abajo regímenes, gobiernos y gobernantes. Citemos, por ejemplo, la Argentina de 1976 a 1982 con la feroz dictadura que hizo desaparecer, torturó y asesinó a miles de trabajadores, activistas y dirigentes obreros y populares. Cuando cayó la dictadura, las movilizaciones que reclamaban el “castigo a los culpables” obligaron a los sucesivos gobiernos “democráticos” a meter presos a los autores físicos e intelectuales responsables por esos hechos. Y pese a que la justicia también aquí y como siempre defendía los intereses de la clase dominante, no consiguió liberarlos de culpa y cargo y los asesinos de la dictadura terminaron sus días en la cárcel, odiados y repudiados por el conjunto de la población. Hasta hoy, 32 años después del fin de la dictadura genocida, hablar de militares en la Argentina genera repudio en las masas. Y hablar de “justicia” genera, como mínimo y pese a todo, desconfianza.
En Egipto, mientras Mubarak es exonerado, muchos de los participantes de aquellas manifestaciones continúan en la cárcel con el argumento de que no tenían permiso oficial para realizarlas. Por eso, a diferencia de lo que dicen los medios masivos de comunicación sobre que la consigna “pan, libertad y justicia social” pasó a la historia porque triunfó la contrarrevolución, la realidad muestra que está más vigente que nunca: los salarios siguen siendo de hambre, los derechos humanos más básicos son violados todos los días y la justicia que se ejerce es la de los que dominan, con mentiras, engaños y subterfugios, amparados por un régimen corrupto –en el marco de un sistema decadente–, que no puede ni podrá hacer otra cosa que aumentar la disposición de las masas a la lucha, “reincendiando” el proceso revolucionario abierto en 2011.
Y en ese proceso, cabe a las masas egipcias organizarse y dotarse de una dirección que las conduzca a la toma del poder para comenzar a construir una sociedad socialista que, entre otras muchas cosas, implante la justicia de clase que haga a los asesinos pagar por sus crímenes.
Porque es cierto que la revolución que no avanza, retrocede, pero es una gran mentira que “Egipto ha vuelto a la casilla de salida” en el tablero de la revolución. La justicia burguesa puede exonerar a Mubarak y otros pero no será ella la que determine el fin del proceso revolucionario. En última instancia es la lucha de clases la que lo hará, y esta aún no ha terminado.