Manifiesto político del XIV Congreso de la LIT-CI
El XIV Congreso de la Liga Internacional de los Trabajadores, reunido en agosto, aprobó la siguiente declaración sobre la situación política mundial, que ponemos a disposición de nuestra militancia y la vanguardia obrera y social de todos los países.
Tras la pandemia, que ha causado más víctimas que la 1ª Guerra Mundial entre las masas populares del mundo, la guerra de Ucrania contra la agresión genocida y ocupación rusa, con el protagonismo central de la tenaz y heroica resistencia del pueblo ucraniano (con las Defensas Territoriales, formadas principalmente por trabajadores y trabajadoras, que luchan en la primera línea) es ahora mismo el epicentro de la lucha de clases internacional. Esta guerra, producto y expresión de la crisis del orden mundial imperialista, profundiza a su vez todas las contradicciones mundiales y agudiza la lucha de clases.
Acelera los enfrentamientos de EEUU con Rusia y China, empujando hacia una alianza entre estos últimos. EEUU intenta, asimismo, imponer sus condiciones a Alemania y Francia y reordenar sus relaciones con la Unión Europea (UE) y otras potencias imperialistas en beneficio propio. Desencadena una pavorosa carrera armamentista general y la militarización de las relaciones internacionales, incluida la amenaza de guerras locales, en una dinámica cada vez más agresiva y más global.
Profundiza la crisis económica en todo el mundo, empujada por la crisis energética y de los cereales (que se agravará por la ausencia de la próxima cosecha en Ucrania), una inflación galopante y la crisis de la deuda, que afecta con especial virulencia a los países semicoloniales y se combina con las crisis alimentarias, es decir hambrunas, en los países más vulnerables.
Se acentúa la emergencia climática, agudizando la catástrofe ambiental y provocando efectos dramáticos para millones de personas como consecuencia del calentamiento global y su secuela de sequías, inundaciones y migraciones climáticas, llevando al mundo a situaciones cada vez más irreversibles y aumentando, a su vez, el riesgo de nuevas pandemias.
El conflicto de Taiwán, atizado por la visita de Nancy Pelosi, refleja la acentuación del choque entre EEUU y China. Así como para esta última la unificación nacional con Taiwán, un remanente de su pasado colonial, es esencial para afirmar su hegemonía en Asia y, por consiguiente, para sus propias aspiraciones globales, para EEUU es igualmente primordial impedir dicha unificación para reafirmar su decadente hegemonía mundial. Por eso, el imperialismo norteamericano abandona de forma evidente la llamada “ambigüedad estratégica” de la política de “una sola China” de Nixon. El conflicto de Taiwán se ha convertido en la actualidad el punto sensible del enfrentamiento entre EEUU y China y puede agravarse cualitativamente si China decidiera ocupar militarmente la isla en los próximos años.
En medio de la crisis de la división mundial del trabajo en que se apoyaba la llamada globalización, un órgano de prensa del capital financiero como Financial Times habla de dos grandes hipótesis para la economía mundial: la estanflación, es decir, el estancamiento con inflación o, si el estancamiento se acentuara, la caída en una depresión económica general de alcance mundial. Esto se combina con la crisis de la deuda externa y endeudamiento público que se anuncia en toda una serie de países semicoloniales y que puede incluso alcanzar a la periferia de UE, a lo que se añade la crisis de endeudamiento de las empresas –las llamadas empresas zombis–, lo cual puede desencadenar una crisis financiera. Todo esto confirma la crisis del capitalismo, su crisis de rentabilidad y su imposibilidad, en las actuales circunstancias, de revertir la caída de la tasa de ganancia.
Junto al desarrollo de las nuevas tecnologías, las tendencias a la configuración de bloques económicos regionales y a la recolonización, asistimos a un fuerte descenso de países enteros en la jerarquía del orden imperialista, en particular las grandes semicolonias industrializadas, como Brasil o Turquía, provocando desindustrialización, desempleo, precariedad y trabajo informal generalizado. En el mismo paquete, nos encontramos con la caída en el abismo de un conjunto de países en África y en otros continentes. Esto provoca migraciones masivas que en tiempos muy cortos inyectan decenas de miles de trabajadores migrantes en el proletariado de los países de acogida, alterando su composición y facilitando a la burguesía un agravamiento de la precariedad y la división entre los trabajadores y trabajadoras.
Las consecuencias de todo esto para los trabajadores y trabajadoras y para las masas populares de las distintas regiones del mundo son devastadoras: nuevas olas de ataques a los salarios, precarización generalizada, destrucción de servicios públicos, un fuerte empeoramiento general de las condiciones de vida y un aumento escandaloso de la desigualdad, mientras el hambre afecta a los sectores más empobrecidos del conjunto de países semicoloniales y también imperialistas y se ceba dramáticamente en los países más frágiles. Combinado con esto, vivimos un proceso de empobrecimiento generalizado de sectores de la pequeña burguesía, una parte de los cuales se radicaliza hacia la izquierda y otra alimenta los movimientos de ultraderecha.
La otra cara de la moneda es el aumento de la represión, los ataques a las libertades democráticas y el incremento sustancial de las opresiones. Es el caso de la opresión nacional, de las leyes y ataques racistas y la xenófobos que se concentran contra los y las trabajadoras migrantes, las leyes y agresiones machistas contra las mujeres (como ejemplo a destacar, la reciente decisión del Tribunal Supremo norteamericano) y los crímenes de odio contra la población LGTBI.
Como respuesta a la necesidad del capital de imponer sus planes de recuperación y sobreexplotación y para ello profundizar las opresiones y enfrentar las movilizaciones masivas contra dichos planes y opresiones; los regímenes se endurecen y se fortalece la extrema derecha, que alcanza a las distintas regiones del planeta y se ha convertido en una de las opciones de gobierno de las diferentes burguesías, lo que acelera la bonapartización y, al mismo tiempo, la desestabilización de los regímenes burgueses que han garantizado la estabilidad burguesa durante décadas, como vemos en el caso de la UE.
La brutalidad de los ataques provoca la respuesta de las masas, con grandes movilizaciones como hemos visto estos años en lugares como Myanmar, Sudán, Chile y Colombia, como ha sucedido ahora en los grandes levantamientos populares semiinsurrecionales de Sri Lanka y Ecuador o en los prolongados paros nacionales de Panamá o como estamos viendo en el poderoso movimiento huelguístico actual en Gran Bretaña frente a la inflación. Son movimientos que apuntan hacia procesos similares en otros países en los próximos tiempos.
Hasta ahora, el protagonismo en la respuesta ha correspondido ante todo a la juventud precarizada y los sectores oprimidos, con una participación masiva de la clase trabajadora diluida en el movimiento. La respuesta de masas en Sri Lanka o Panamá o antes en Myammar, ha contado, sin embargo, con una participación destacada, aunque puntual de movimientos huelguísticos de la clase obrera, aunque ésta todavía no ha jugado un papel dirigente del levantamiento popular y no ha dado pasos significativos en su autoorganización democrática.
El movimiento de huelgas británico, por su parte, está marcado por una fuerte radicalidad, conflictos que han salido fuera del control de la burocracia sindical y una presión creciente de la base obrera por la convocatoria de una huelga general en todo el país. Este movimiento, sin embargo, todavía no se ha extendido al continente europeo y aún no sabemos cuándo el movimiento obrero estadounidense va a retomar su reciente batalla por salarios y derechos.
Todos estos procesos están limitados por fenómenos como las deslocalizaciones, la desindustrialización y la fragmentación obrera en los procesos productivos (consentida y pactada con la burocracia sindical), que obstaculizan la organización de la clase tal como habíamos conocido tradicionalmente, lo que supone un desafío de gran envergadura para nosotros.
Las y los revolucionarios debemos prepararnos para un salto sustancial de los desequilibrios sociales y políticos en las distintas regiones del mundo, que va a provocar estallidos y en algunos países situaciones prerrevolucionarias y revolucionarias, pero también respuestas reaccionarias y hasta contrarrevolucionarias. Ante esta situación, los partidos reformistas, como el de Boric y el PC chileno, Petro en Colombia o el PT de Lula, son el instrumento para desviar y derrotar la movilización y para, desde los gobiernos de colaboración de clases que presiden, imponer los planes de sus burguesías, socios menores del imperialismo. Como reacción a las políticas de los gobiernos de Boric, Petro y muy probablemente de Lula, podemos esperar que sectores de luchadores obreros y populares, en particular de la juventud, entren en un proceso de ruptura con estos gobiernos de colaboración de clases. Ganarlos para la revolución y para el partido obrero y revolucionario será una dura batalla en la que tendremos que pelear ya no sólo contra el reformismo sino contra la extrema derecha.
La batalla por el desarrollo y fortalecimiento del sindicalismo independiente de la patronal y los gobiernos, democrático y de lucha, por la autoorganización democrática del movimiento, la autodefensa y la organización de los sectores oprimidos de la clase trabajadora juega un papel esencial en la lucha por las reivindicaciones más sentidas por las masas.
Por el empleo y los derechos laborales básicos, por la escala móvil de salarios, un salario mínimo digno y la estabilidad en el trabajo; por el no pago de la deuda; contra el desmantelamiento de los servicios públicos; por las libertades democráticas y la libertad de los presos por luchar; contra la violencia contra la mujeres y la población LGTBI, por el derecho al aborto y medidas de socialización del trabajo doméstico; por los derechos de las nacionalidades oprimidas y los pueblos originarios; los derechos de los migrantes; medidas urgentes ante la emergencia ambiental y en particular para detener ya el calentamiento global, incluyendo la expropiación de las grandes corporaciones energéticas y mineras bajo control obrero y de las comunidades; destrucción de las armas nucleares y las armas de destrucción masiva y reducción drástica de los gastos militares; por un gobierno de los trabajadores basado en consejos obreros y populares.
La batalla por recuperar la solidaridad internacionalista con la lucha de los trabajadores y los pueblos es una tarea esencial. Desde la LIT-CI nos comprometemos a dar continuidad con un impulso renovado a la campaña de solidaridad con la clase obrera armada y partisana ucraniana que hoy resiste la invasión y ocupación genocida de Putin y lucha por su soberanía nacional.
La lucha por ganar la conciencia de la vanguardia militante de la clase obrera y los sectores oprimidos del proletariado hacia el programa de la revolución socialista se convierte en el elemento clave para avanzar en la construcción de la dirección revolucionaria mundial, es decir, de la construcción de la LIT-CI, como embrión de la reconstrucción de la Cuarta Internacional, esta es nuestra tarea.
¡Manos a la obra!
Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional
Agosto de 2022.