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Correo Internacional

Los Frentes Populares, su historia y la política frente a ellos

mayo 17, 2016

A partir de la experiencia de Francia de 1936, que veremos más adelante, se denomina con el nombre de Frente Popular a los gobiernos de alianza de clases, donde participan partidos burgueses junto con partidos obreros o direcciones obreras muy reconocidas, estos últimos muchas veces en mayoría. Hay diferentes tipos de gobiernos de Frente Popular, pero todos ellos tienen algo en común: son gobiernos burgueses “anormales” que los obreros consideran “suyo” y, en la mayoría de los casos, los sectores más fuertes de la burguesía no lo consideran “su” gobierno.

Por: Alicia Sagra

Como explicó Nahuel Moreno:

“Trotsky escribió centenares de páginas sobre estos gobiernos. Los analizó incluso en países donde el carácter semicolonial impone algunas modificaciones a los tipos históricamente surgidos en las naciones avanzadas e imperialistas. Concedió tanta importancia al tema que alertó ‘En realidad, en nuestra época, el frente popular es la cuestión principal de la estrategia de la clase proletaria’ (Oeuvres , Juin/juillet 1936, p. 248.) (…) Hemos esquematizado en siete puntos el pensamiento de Trotsky al respecto:  

  • El gobierno frentepopulista siempre coincide con una etapa superior de la lucha de clases.
  • Es un tipo diferente de gobierno burgués.
  • Tiene un claro contenido contrarrevolucionario. 
  • Sustentado en las organizaciones obreras conciliadoras, puede adoptar distintas formas y, dentro de ciertos límites, responder a diferentes circunstancias de la lucha de clases.  
  • No tiene, por si mismo, ninguna incompatibilidad con el régimen capitalista–imperialista. 
  • Su propósito es desmoralizar y desmovilizar a los trabajadores, conduciéndolos a mayores sufrimientos o a derrotas históricas.
  • Es un producto objetivo de la crisis de dirección revolucionaria del movimiento obrero, pero brinda al trotskismo la mayor, quizá la única oportunidad para superarla”[1]

Un gran peligro y una gran oportunidad

Trotsky afirmaba que esos gobiernos son “un gran peligro” porque desarman políticamente a la clase obrera que los considera “su” gobierno. Pero, al mismo tiempo, manifestaba que el Frente Popular brinda “grandes posibilidades” de desarrollo a las organizaciones revolucionarias. Eso es así porque las direcciones traidoras se ven obligadas a mostrar su verdadera cara al aplicar los planes burgueses de gobierno.

Pero, si hacemos historia, lo que vemos es que la gran mayoría de las fuerzas revolucionarias terminaron capitulando. Hasta ahora, hubo solo una oportunidad en que los revolucionarios, a partir de tener una política correcta de enfrentamiento al gobierno de alianza de clases, consiguieron avanzar hacia el triunfo de la revolución obrera y socialista: fueron los bolcheviques rusos, en octubre de 1917.

El primer gobierno de Frente Popular

Es con el llamado segundo gobierno provisional (surgidos después de la revolución de febrero de 1917 que derrocó al zarismo) que se da el primer gobierno de Frente Popular de la historia. Después de las “jornadas de abril”, cuando la burguesía vio que no podía conseguir en forma inmediata acabar con el doble poder ejercido por los soviets, se dio la política de esterilizar ese doble poder comprometiendo a su dirección política con el gobierno. Así Miluikov, el principal dirigente burgués, se retiró del gobierno y surgió el segundo gobierno provisional, llamado “gobierno de coalición”. Este gobierno estaba encabezado por Kerensky (dirigente del partido Socialista Revolucionario, con fuerte peso en el campesinado y en la pequeña burguesía urbana) y en el ingresaron los mencheviques (ala derecha de la socialdemocracia rusa, en oposición a los bolcheviques) que asumen 6 carteras ministeriales.

Sobre este gobierno, Trotsky plantea:

Los dirigentes conciliadores entraron al gobierno, creyendo que el soviet eran ellos y que por lo tanto, por ese camino, los soviets morirían de muerte natural. Estaban convencidos que el centro de gravitación pasaría de los soviets a los organismos democráticos de gobierno. La Asamblea Constituyente vendría a ocupar el puesto del Comité Ejecutivo Central del soviet. El gobierno provisional se disponía a convertirse, de ese modo, en el puente que había de conducir al régimen de república parlamentaria burguesa. (…) Lo malo era que la revolución no quería ni podía seguir esos sabios derroteros” (…)Lo que resolvía el problema no era que Tsereteli[2] fuera vocal de la Comisión de Enlace [entre el gobierno y el soviet] o fuese ministro de Correos; en el país coexistían dos organizaciones estatales incompatibles: una jerarquía de funcionarios viejos y nuevos designados desde arriba y que culminaba en el gobierno provisional, y una red de soviets formados por elección, que se extendía hasta los más alejados regimientos del frente. Estos dos sistemas de gobiernos se apoyaban en dos clases distintas, que se disponían a arreglar cuentas históricas que tenían pendientes”.[3]

¿Cuál fue la política bolchevique? En un primer momento, ya sea bajo la joven dirección de Molotov o después, con la más experimentada de Stalin y Kamenev, lo que predominó fue la confusión que iba directamente a la capitulación ante el primer gobierno provisional. Según Trotsky:

“El primer mes de la revolución fue para el bolchevismo un período de desconcierto y vacilaciones. En el manifiesto del Comité Central de los bolcheviques, escrito inmediatamente después de triunfar el movimiento de febrero, se decía: ‘Los obreros de la fábricas, así como los soldados sublevados, deben elegir inmediatamente sus representantes en el gobierno revolucionario provisional’ (…) No hablaban como los representantes de un partido proletario que se dispone a afrontar una lucha imponente por la conquista del poder, sino como el ala izquierda de la ‘democracia’”.[4]

Pero todo cambia radicalmente el 3 de abril con la llegada de Lenin y sus Tesis, conocidas desde ese momento como “La Tesis de abril”.

“Las tesis expresaban ideas sencillas en palabras no menos sencillas, accesible a todo el mundo. La república, fruto de la insurrección de febrero, no es nuestra república, ni la guerra que mantiene es nuestra guerra. La misión de los bolcheviques consiste en derribar al gobierno imperialista. Este se sostiene gracias al apoyo de los socialrevolucionarios y mencheviques, que a su vez se apoyan en la confianza que en ellos tienen depositadas las masas populares. Nosotros representamos una minoría. En estas condiciones no se puede ni siquiera hablar del empleo de la violencia por nuestra parte. Hay que enseñar a la masa a desconfiar de los conciliadores y defensistas. ‘Hay que aclarar la situación pacientemente’ El éxito de esta política impuesta por la situación es seguro y nos conducirá a la dictadura del proletariado, y con ella a la superación del régimen burgués. Romperemos completamente con el capital, publicaremos sus tratados secretos y llamaremos a los obreros de todo el mundo a romper con la burguesía y a poner fin a la guerra. Iniciaremos la revolución internacional. Sólo el triunfo de ésta consolidará el nuestro y asegurará el tránsito al régimen socialista”.[5]

Y así, manteniendo consecuentemente esa línea directriz, al tiempo que se aplicaban diversas tácticas, los bolcheviques consiguieron aprovechar esa gran oportunidad de la que habla Trotsky, llevando a la clase obrera a la toma del poder en octubre de 1917. Lamentablemente, eso no se repitió en las sucesivas experiencias históricas.

El Frente Popular como política de la III era Internacional estalinista

Pasados unos años de la revolución rusa, la burguesía consigue estabilizar relativamente la situación y lanzar un ataque sobre el movimiento obrero. Esto ya es analizado por la III Internacional en su tercer y cuarto congreso (1921-22). La crisis de dirección revolucionaria que se produce unos años después, con el avance de la burocratización estalinista sobre la URSS, ayuda a mantener esa situación.

Pero el crack financiero de 1920-30, hace que el capitalismo entre en la mayor crisis de su historia. El régimen democrático burgués tradicional ya no podía responder. Estaba claro que el estado debía intervenir en la economía. Y así lo hizo de diferentes formas. El New Deal en los EE.UU, por un lado, el fascismo en Italia y el nazismo Alemania, que avanzaban hacia el resto de Europa, por el otro.

Por su parte, la expropiación y la planificación de la economía mostraban todo su potencial, a pesar de la conducción burocrática estalinista, provocando el gran despegue económico de la URSS. En este marco, se reúne, en 1935, el VII Congreso de la Internacional Comunista dirigida por Stalin. Y los mismos que se habían negado impulsar el Frente Único Obrero para enfrentar al fascismo, posibilitando el triunfo de Hitler, ahora votaron el Frente Popular con la “burguesía democrática” para enfrentar al fascismo. Toman el nombre del que ya se estaba desarrollando en Francia y universalizan esa experiencia. Este cambió de la Internacional que va del ultra izquierdismo del llamado “tercer período” a la estrategia del Frente Popular se explica con el cambio producido en la URSS que ve en la asunción de Hitler un peligro para su existencia

El Frente Popular en Francia

A pesar de la tradición democrática del país, el fascismo comenzó a crecer en Francia. Al descargarse sobre Francia la crisis capitalista mundial, el régimen democrático burgués no conseguía sostener la situación. La burguesía necesitaba un “estado fuerte” para poder aplicar sus planes sobre la clase trabajadora y los sectores populares. La pequeña burguesía desesperada daba base social a los primeros fascistas que comenzaron a a aparecer con diferentes nombres: Croix de Feu, Camelots du Roi, Jeunesses Patriotes, Unión Nationale des Combattans.

Estos grupos ganaron fuerza con la victoria de Hitler en Alemania en 1933 y se lanzaron a realizar acciones. Salió a la luz que importantes parlamentarios, e incluso algunos ministros, estaban comprometidos con el famoso estafador Staviski y su emisión de bonos falsos. Ese escándalo fue utilizado por la derecha para lanzar una ofensiva antiparlamentaria. El dirigente del Partido Radical que presidía el gabinete presenta su renuncia en enero de 1932. Es sucedido por otro radical, Eduard Daladier, que pretende enfrentar a los grupos fascistas y ordena la destitución del jefe de la policía, ligado a esos grupos. Como respuesta, los fascistas salen a la calles en una gran manifestación que es reprimida por la policía con un saldo de 17 muertos y centenares de heridos. El presidente Doumergue intenta aparecer como el gran mediador y llama a la “unidad nacional” pero fracasa y renuncia. Es sucedido por Falandid, un político de derecha, que también dura poco. En 18 meses, se dan cinco gabinetes diferentes.

Los obreros responden con huelgas y movilizaciones que exigían la disolución de los grupos fascistas. Los socialdemócratas llaman a los comunistas a un frente para enfrentar al fascismo. El PC, que estaba abandonando su ultra izquierdismo del “tercer período”, responde favorablemente, Marcel Thorez, secretario general el PC francés declara: “Lanzamos la idea de un gran movimiento popular por el pan, por libertad y por la paz. A cualquier precio para derrotar al fascismo, construyamos un frente popular”.

El 14 de julio de 1934, se realiza una inmensa movilización encabezada por las banderas tricolor (de Francia) y roja. Poco después, se constituye el comité dirigente de la nueva alianza, integrado por: el Partido Comunista, el bloque de los partidos socialistas en la SFIO[6] (socialistas de Francia, socialistas independientes, republicanos socialistas), el Partido Radical y el Radical Socialista, la CGT[7] y la CGTU[8], la Liga por los Derechos del Hombre, el Movimiento de Acción Combatiente (veteranos de Guerra), El Movimiento de Amsterdam- Pleyel y el Comité de Vigilancia de los intelectuales.

La discusión del programa muestra los diferentes sectores de clase involucrados y no deja dudas de qué clase es la que define, independientemente del peso numérico que tengan en el Frente. Los delegados de la CGT y de la SFIO presentaron un programa que incluía la nacionalización de los ferrocarriles, de los seguros, de las minas y empresas eléctricas, la organización nacional del crédito y el control obrero de los bancos, el control obrero de las industrias que determinan los precios y el costo de producción. Este programa no fue aceptado porque los sectores burgueses del frente se opusieron.

Se aprobó un programa moderado que, de cualquier manera, presentaba reivindicaciones sentidas por el movimiento de masas. A nivel político se planteaba: amnistía general, desarme de las bandas fascistas, respeto del derecho sindical, escolaridad obligatoria hasta los 14 años, constitución de una comisión parlamentaria de investigación de los territorios de ultramar, inclusive Argelia; pedía el apoyo a las masas trabajadoras y la solidaridad con la Sociedad de las Naciones [antecesora de la ONU]; exigía la nacionalización de la industria bélica y la supresión del comercio privado de los armamentos; proponía la extensión del sistema de “pactos abiertos” siguiendo el ejemplo del pacto franco-soviético. A nivel económico proponía: la institución de un fondo nacional de huelga, jubilación para los viejos trabajadores, reducción de la jornada de trabajo sin reducción salarial y plan de obras públicas para acabar con el desempleo; revalorización de los productos de la tierra, reducción de precios, subvención de las cooperativas agrícolas, crédito agrícola, reducción de las deudas fiscales.

Con ese programa, el Frente Popular se presentó a las elecciones general de 1936 y representó un polo electoral alternativo para el movimiento de masas. Obtuvieron en la primera vuelta 6.421.000 votos, contra 4.233.000 votos de la derecha. La segunda vuelta confirmó el espectacular triunfo del Frente Popular. León Blum (SFIO) fue impuesto como Jefe de Gobierno.

La clase obrera no espera: un gran ascenso revolucionario

Después del triunfo electoral del 3 de junio de 1936, el movimiento obrero se puso en movimiento, dando inicio a una ola de huelgas y ocupaciones de fábrica como nunca se había visto. Lo que hizo decir a Trotsky: “Comenzó la revolución de febrero en Francia”. Jouhaux secretario general de la CGT[9] explica así lo que estaba sucediendo:

“El movimiento se desencadenó sin que se sepa bien cómo ni cuándo. Asistimos a una explosión de descontento de las masas populares, que engañadas, oprimidas durante años y años, habían puesto un freno a su descontento, y, que con la atmósfera libre creada con la afirmación del 3 de mayo, encontraron la posibilidad de manifestarse”.[10]

En ese contexto, el 4 de junio, Blum formó gobierno integrado por socialistas y radicales. Los comunistas no entraron al gobierno pero comprometieron su apoyo desde afuera. El 7 de junio, llamó a la negociación en su escritorio del Hotel Martignon a los representantes de la CGT .

El 10 de junio delegados de 700 fábricas metalúrgicas aprobaron una exigencia de que fueran aceptadas inmediatamente todas las reivindicaciones. La propuesta era respaldada por más de 2 millones de obreros en huelga y miles de fábricas ocupadas

La clase obrera tenía paralizado al país, ocupaba las principales fábricas. Pero no contaba con la dirección que la hiciese avanzar hacia la ocupación del estado, como hicieron los bolcheviques en octubre de 1917 en Rusia. La consigna de “todo es posible” de la Izquierda Revolucionaria de Marcel Pivert [dirigente de la izquierda socialista] no tuvo eco. Las masas respondían a sus direcciones tradicionales y ellas apostaban todo a la salida reformista. Así, las direcciones de la CGT se apresuraron aceptar cuando vieron los primeros indicios de que la patronal cedía. Thorez, secretario general del PC declaró:

“Si bien es importante dirigir bien un movimiento reivindicativo, también hay que saber terminarlo. Ahora no es cuestión de tomar el poder. Todo el mundo sabe que nuestro objetivo continúa siendo la instalación de la república francesa de los consejos populares, campesinos y de soldados. Pero no es para esta noche, ni para mañana a la mañana”.[11]

El Partido Comunista tenía mucho prestigio, la vanguardia obrera que no tenía mucha confianza en Blum, veía que su compromiso con el gobierno era menor porque no habían aceptado ningún ministerio. Por eso, su propuesta en una plenaria de metalúrgicos de levantar la huelga general y aceptar los acuerdos de Martignon tuvo éxito.

Se habían logrado conquistas sindicales importantes. y la masa obrera creyó que se había impuesto su programa. Los grupos fascistas fueron contenidos y se consiguió el respeto a los derechos sindicales, aumento de salario, 40 horas de trabajo semanal, vacaciones pagas, contratos colectivos.

Pero esas conquistas duraron muy poco. La crisis económica mundial golpeaba cada vez con más fuerza. No era época para las reformas. El gobierno Blum aplicó algunas medidas contra sectores de la gran burguesía, pero manteniendo toda la estructura del régimen, sin cuestionar la   propiedad privada de los medios de producción.

La participación de los socialistas en el gobierno no modificó el carácter de clase del Estado y la revolución había sido detenida. La contrarrevolución tenía la posibilidad de levantar cabeza y pasar a la ofensiva.

La revolución española fue la prueba final

El triunfo del Frente Popular español en las elecciones generales de febrero de 1936 abrió un proceso que el gobierno republicano (apoyado por socialistas y comunistas) no podía contener. Los obreros no esperaron a que [el dirigente burgués] Azaña (que presidía el nuevo gobierno) cumpliera sus promesas de amnistía y, en cuatro días, abrieron las cárceles y liberaron a los presos; los mineros asturianos lanzaron la huelga política exigiendo la renuncia de ministros y se generalizaban las tomas de tierra. Azaña intenta acabar con las huelgas y ocupaciones pero no lo logra.

Recurre a socialistas y comunistas para formar un gobierno de coalición que lo consiga. Los socialistas y la central que controlan (UGT) se niegan y su proyecto fracasa. Entre febrero y julio, hubo un promedio de 2 muertos y 6 heridos por día producto de los enfrentamientos entre los obreros y los fascistas. Esa situación no podía durar mucho tiempo. La gran burguesía, con el ejército a su favor, se define por el golpe de estado, que es encabezado por Francisco Franco, el 18 de julio de 1936 y se inicia la Guerra Civil Española, entre los “nacionales” (fascistas) y los “republicanos”.[12]

Durante la República, los partidos obreros que integraban el gobierno (en especial el Partido Comunista que fue tomando un peso cada vez mayor) hicieron lo imposible para frenar la revolución obrera con argumento de no romper la “unidad con la burguesía republicana contra el fascismo”. No sólo impidieron una política de expropiación de esta burguesía y de tomas de tierra en el campo, sino que reprimieron duramente huelgas obreras (como la de los mineros de Asturias) y a otras organizaciones obreras, como a los anarquistas y al POUM. Una política que, inevitablemente llevaría a la derrota en la guerra contra el fascismo, en 1939.

En Francia, en 1936, hubo una reacción obrera y popular exigiendo al gobierno de Blum el apoyo a la causa republicana. Se consigue esa ayuda pero por muy poco tiempo.

Sectores radicales que componían el gobierno se oponen y se desata una gran presión de Inglaterra por la no intervención, como forma de detener el activo apoyo a Franco dado por Alemania e Italia. Blum capitula a esa presión y se suma al Comité de la No Intervención, ya integrado por Inglaterra, Italia, Alemania y la URSS. Por supuesto que la participación en ese Comité no impide que tanto Alemania como Italia mantuviesen su apoyo político y militar a Franco. Acá se ve con claridad como dos Frentes Populares, el español y el francés, abrieron las puertas para que fascismo se impusiera en España. Y no fueron muy diferentes las consecuencias para Francia.

El Frente Popular abrió las puertas a la contrarrevolución

 La política del gobierno Blum desmoraliza al movimiento obrero y, al mismo tiempo, provoca el resurgimiento de las ligas fascistas que vuelven a sus acciones callejeras. El 16 de marzo de 1937, las masas obreras vuelven a salir a las calles enfrentando a los fascistas y reclamando el cumplimiento de las conquistas sociales y económicas. La movilización es duramente reprimida por la policía del Frente Popular con el saldo de 4 muertos y centenas de heridos. Blum presenta al parlamento un proyecto pidiendo “poderes especiales” que es derrotado. El 22 de junio presenta su renuncia y con él cae el proyecto reformista del Frente Popular.

La quiebra del Frente Popular llevó a un nuevo gobierno de Daladier, esta vez de carácter extremadamente reaccionario. A través de decretos-ley, reimplantó la semana de seis días de trabajo, la suspensión de los contratos colectivos y la aplicación de sanciones a quienes se negaban a las horas extras. Esto provocó la reacción del movimiento obrero en las minas y en las industrias químicas y metalúrgicas.

Su punto más alto estuvo en la ocupación de la gran fábrica Renault. El gobierno respondió con la intervención militar y desalojó violentamente a los obreros que ocupaban la fábrica. Al día siguiente, se declaró la huelga general que no consigue ningún logro. La patronal responde con un lockout que deja a 900.000 obreros sin trabajo. Mientras tanto, Daladier forma un gobierno de “unidad nacional” que contó con el apoyo de los radicales y de la derecha.

No había dudas: la revolución francesa estaba definitivamente derrotada porque, como dijo Trotsky, “los obreros fueron incapaces de reconocer al enemigo porque se lo había disfrazado de amigo[13]. Y esa derrota, sumada a la española, abrió las puertas para la entrada de Hitler en Europa.

El temor a “aislarse de las masas”

Los principales responsables de este resultado fueron los socialdemócratas y los comunistas estalinistas que rompen con el principio marxista de la independencia de clase y así desarman políticamente a la clase obrera que ellos dirigen, haciéndola confiar en un gobierno burgués. Pero también hay responsabilidad de las corrientes que diciendo defender propuestas revolucionarias, por temor a “aislarse de las masas”, terminan capitulando al Frente Popular.

Ese fue el caso en Francia de Marcel Pivert, dirigente de la corriente Izquierda Revolucionaria, quien, a pesar de todos los esfuerzos de Trotsky, no rompe con el gobierno de Blum. Como dijo Nahuel Moreno:

En cuanto a la corriente de Pivert, no puede negarse que tenía una postura crítica frente al gobierno, y de impulso a las luchas obreras. (…) Sin embargo, su política con respecto al gobierno no avanzó más allá de la crítica: jamás rompió con Blum sino que el propio Pivert formó parte de su gobierno. Su política, llamada del ‘frente popular de combate’, consistía en conformar un frente con las bases de los partidos obreros para presionar a sus direcciones traidoras hacia una política “revolucionaria”. Esto, como reconoce Daniel Guérin, se debió a que ‘No podíamos repudiar al Frente Popular sin más trámite [porque] nos alejaríamos de ese formidable movimiento, surgido de lo más profundo de las masas’”.[14]

Esa negativa a decirle la verdad al movimiento de masas por temor a “quedar solos” por un tiempo, es lo opuesto a lo implementado por Lenin en Rusia en 1917 (“explicar pacientemente”). Por eso, también son opuestos los resultados. Lamentablemente, en las diferentes experiencias de Frente Popular que se han dado, lo que ha predominado en la izquierda es la política aplicada por Pivert y no la de Lenin.

Una historia que se repite

Hemos desarrollado en extenso la experiencia de Francia de 1936 porque consideramos que es donde con más claridad se ve el papel contrarrevolucionario del Frente Popular y las consecuencias de la crisis de dirección revolucionaria que impide que se logre una salida positiva como la lograda en Rusia en octubre de 1917 .

Pero como dijimos no fue un caso aislado, ya mencionamos el caso de España con un resultado similar: ahí también la política de Andreu Nin [dirigente catalán que había estado muy ligado a Trotsky] de apoyar el programa del Frente Popular fue tan equivocada que Trotsky la consideró “una traición” a los trabajadores españoles.

También tuvo un trágico resultado el Frente Popular de Chile en 1973 y el MIR [Movimiento de Izquierda Revolucionaria] que nunca dejó de hacer denuncias y exigencias al gobierno de Allende, tampoco llegó a romper con el Frente Popular, a tal punto que, durante todo un período, sus militantes se encargaban de la guardia presidencial.

Nuevamente vimos el mismo revisionismo político en la capitulación del lambertismo [corriente trotskista encabezada por el francés Pierre Lambert] al gobierno de Françõis Mitterrand en Francia, en la década de 1980. Lo volvemos a ver en la mayor parte de la izquierda brasileña en la actualidad, con los gobiernos del PT, y también en Grecia en relación al gobierno de Syriza.

La capitulación de Lambert a Mitterrand se dio [desde afuera] a partir de apoyar las “medidas progresivas” de su gobierno. Pero lo de Brasil y Grecia es mucho más directo ya que llevó a importantes dirigentes que se reivindicaban de “izquierda revolucionaria” a entrar directamente al gobierno burgués.

Coincidimos con el análisis de Martín Hernández cuando dice:

“Lenin resumió su actitud frente a las masas que apoyaban al gobierno provisional en una frase: ‘¡No tener miedo de quedar en minoría! No para siempre, sino temporalmente. La hora del bolchevismo llegará’. Mirando para atrás, concluimos que siempre que la izquierda revolucionaria fracasó, lo hizo porque no asumió ese consejo (…) Pero sería un análisis parcial decir que esa capitulación se debe solo y exclusivamente al hecho de adaptarse a la conciencia de las masas (…) El proceso que ocurre en el Brasil es parte de la brutal crisis ideológica de una buena parte de la izquierda revolucionaria mundial. Recordemos que gran parte de esas corrientes que se dicen de izquierda pasaron por retrocesos brutales en sus análisis, adoptando posiciones antes nunca imaginadas en el ámbito de la izquierda revolucionaria. ‘Descubrieron’, por ejemplo, que la democracia capitalista tiene “un valor universal” y que las tropas imperialistas de la ONU son ¡fuerzas ‘de paz’!

Localizando lo que ocurre actualmente en el marco de la historia podríamos repetir la vieja frase ‘nada nuevo bajo el sol’; pero estaríamos siendo injustos con los que dirigieron el Partido Bolchevique hasta la llegada de Lenin a Rusia, o con el POUM, con la Izquierda Revolucionaria de Pivert y con el propio Lambert de la década del 80. Eso porque hoy estamos viviendo un proceso de profunda degeneración en la mayoría de la llamada ‘izquierda revolucionaria’. Veamos a Andreu Nin, por ejemplo, que capituló al Frente Popular pero que murió siendo un revolucionario honesto, que nunca definió su política en función de los diputados o cargos que podía conseguir.”[15]

Pero no todo es igual. En Brasil, también tenemos a nuestro partido, el PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificados) que tiene el privilegio (junto a otros pequeños grupos) de nunca haber sido parte del Frente Popular y que se viene construyendo como un sólido partido de vanguardia con una constante política de enfrentamiento a los gobiernos de Lula y Dilma, sin temor a quedar temporalmente aislado cuando las masas consideraban que eran sus gobiernos. Eso abre la posibilidad que la experiencia brasilera pueda tener una salida a favor de la clase obrera brasilera y de la revolución latinoamericana. Es decir más parecida a la rusa de 1917.

[1] Nahuel Moreno, El gobierno de Mitterrand, sus perspectivas y nuestra política

[2] Dirigente menchevique del soviet

[3] La historia de la revolución rusa

[4] Ídem

[5] Ídem

[6] Sección Francesa de la II Internacional

[7] Central obrera dirigida por los socialdemócratas

[8] Central obrera dirigida por el PC

[9] La CGT se había unificado recientemente con la CGTU

[10] Citado en “El Frente Popular en Francia” de Hugo Moreno (historiador argentino, colaborador de Alberto Plá en la Historia del movimiento obrero)

[11] Ídem

[12] Datos publicados en el libro Una revolución silenciada, capítulo IV, presentación de Joao Galvao.

[13] Citado por Daniel Guérin en Front populaire, revolution manquée. París, Máspero, 1976

[14] Nahuel Moreno, La traición de la OCI

[15] Martín Hernández, “A esquerda revolucionária e a Frente Popular”, prólogo de Os governos de frente popular na história, Editora Instituto José Luis e Rosa Sundermann

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