Las consecuencias prácticas de las teorías panafricanistas

Además de los debates teóricos, la política concreta panafricanista, evidentemente, tuvo consecuencias prácticas. Jones Manoel defiende que Ghana, bajo la dirección de Nkrumah, iba en dirección a una sociedad socialista, así como Burkina Faso, bajo el comando de Thomas Sankara. Como también argumenta que las dictaduras burocráticas construidas en Angola, Mozambique y Guinea Bissau, pos independencia colonial, serían ejemplos de Estados gobernados por los trabajadores. Aunque, “de paso”, se vea obligado a admitir que estos países “nunca consiguieron planificar la economía”.
Por: Américo Gomes
El hecho, sin embargo, es que estos países no estaban, de ninguna manera, caminando en dirección hacia una sociedad socialista. En Ghana, por ejemplo, Nkrumah realmente luchó por una nueva ideología panafricanista, basada en un “socialismo con valores africanos”. Él desarrolló una política externa “no alineada”, con la capital Accra volviéndose un lugar de intensa efervescencia panafricanista, promoviendo diversos encuentros con vistas a la formación de la unidad continental africana, como las célebres Conferencia de los Estados Independientes de África (1958) y la Conferencia de los Pueblos Africanos (1958).
Nkrumah, que fue electo primer ministro en 1952 (aún durante la administración británica), fue aclamado Osagyefo (“redentor”) y cuando Ghana pasó a ser una república, fue electo su primer presidente. Este pequeño, recién independizado, país africano, a pesar de haber sido, antes de los saqueos coloniales e imperialistas, como la Costa del Oro, una de las regiones más desarrolladas de África y uno de los mayores productores de mineral, era, a mediados del siglo XX, un país periférico, agroexportador, con parcos recursos financieros y un profundo déficit educacional, científico y tecnológico y, al mantenerse en los marcos del sistema capitalista y dependiente del imperialismo, perpetuó su atraso económico, aumentó la deuda pública y los impuestos de los productores de cacao.
Para mantenerse en el poder, Nkrumah restringió las libertades de la población, incluso con un “acto de detención preventiva”, por el cual cualquier acusado de traición podía ser preso; tornó las huelgas ilegales luego de la huelga de los mineros de 1955, y mandó a arrestar a los trabajadores ferroviarios luego de la huelga de 1961, alegando que estas huelgas se oponían al desarrollo industrial y defendiendo bajos salarios en aras del deber patriótico y el “bien mayor” de la nación.
En 1964 propuso que su partido, el Partido de la Unión Popular (CPP, en la sigla original) fuese considerado el único partido legal y se tornó presidente vitalicio. Con estas medidas, perdió apoyo popular y fue derrocado en 1966, siendo obligado a vivir en el exilio hasta su muerte.
Un destino menos trágico comparado con otros panafricanistas, como el congoleño Patrice Lumumba, que ejerció el cargo de primer ministro de la República Democrática del Congo por solo 12 semanas, en 1960, fue depuesto, preso, torturado y asesinado brutalmente por el imperialismo belga en 1961, o Thomas Sankara, de Burkina Faso, asesinado en 1987, en procesos similares.
Ejemplos de cómo, al no llevar adelante la revolución social y la construcción de un Estado donde los trabajadores ejerciesen su dictadura y defendiesen sus derechos, estos representantes del panafricanismo, una vez en el poder, quedaron vulnerables a las conspiraciones de los gobiernos de los países imperialistas, que mantuvieron la política de resguardar el control de sus ex colonias.
Angola y Mozambique: la construcción de nuevas burguesías bajo bases autoritarias
En Mozambique y Angola, los gobiernos de las ex colonias portuguesas formados en la década de 1970 establecieron dictaduras sanguinarias que dieron base a la formación de nuevas burguesías.
En el caso de Angola, Agostinho Neto y el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), bajo el pretexto de acabar con cualquier divergencias interna, eliminaron físicamente a varios dirigentes y cuadros del propio MPLA, en consecutivas masacres como la que ocurrió en mayo de 1977, en la que se calcula fueron muertas entre 30.000 y 80.000 personas.
Al fallecer en Moscú, en setiembre de 1979, Agostinho Neto dejó el país bajo el comando del MPLA y de José Eduardo dos Santos, que asumió el cargo de presidente. En ese momento, la cadena de São Paulo, en Luanda, y campos de concentración extendidos en diversas partes del país, estaban repletos de disidentes del MPLA, intelectuales del movimiento “Revuelta Activa” y jóvenes de la “Organización Comunista de Angola” (OCA).
El gobierno Santos fue conocido por ser corrupto, nepotista y dictatorial, y hoy es una de las familias más poderosas de África, con participaciones en las principales empresas nacionales y hasta en multinacionales. Su hija, Isabel dos Santos, es considerada la mujer más rica de África, con inversiones en Portugal que llegan a 3.000 millones de euros, siendo casada con el magnate y coleccionador de arte congoleño Sindika Dokolo.
Angola es el segundo país africano en producción de petróleo y el quinto productor mundial de diamantes. Aún así, casi 36% de la población vive por debajo de la línea de pobreza, 70% vive con menos de dos dólares por día y, en 2015, el país registró la mayor tasa de mortalidad infantil del mundo y la segunda peor tasa de expectativa de vida, de acuerdo con el informe de 2016, de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Además, solo 30% de la población tiene acceso a la electricidad.
En Mozambique, aún antes de la independencia, cuando el país estaba bajo el gobierno de transición compartido con Portugal, el Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO) también eliminó la oposición y a sus disidentes en el mejor (o peor) estilo estalinista, deteniendo a varios de ellos bajo la alegación de que eran aliados de la comunidad blanca, siendo, por eso, calificados de “traidores” y “enemigos” y sujetos a juicios sumarios presididos por el propio Samora Machel. Muchos acabaron presos en “campos de reeducación”, siendo asesinados en un espectáculo macabro el 25 de junio de 1977 (segundo aniversario de la independencia de Mozambique), cuando los prisioneros políticos fueron quemados vivos, mientras soldados cantaban himnos revolucionarios alrededor de la “fosa” en la que arrojaban gasolina.
Mientras estuvo en el poder, el FRELIMO desarrolló una política externa de colaboración con el imperialismo; Machel fue incluso recibido por Ronald Reagan, y además firmó un acuerdo de buena vecindad con Pieter Botha, presidente de África del Sur durante el ultrarracista régimen de apartheid.
Además, organizó acuerdos con el Banco Mundial y el FMI. Sus buenas relaciones con la antigua metrópoli llegaron al punto de que, en agosto de 1982, él recibió el Gran Collar de la Orden del Infante Don Henrique de Portugal. Internamente, los “cuadros” del FRELIMO ganaron cada vez más y más privilegios, apropiándose de bienes vetados a los demás ciudadanos.
En suma, gobiernos como los de Angola y Mozambique formaron nuevas burguesías negras que continuaron y continúan explotando y oprimiendo a la mayoría de la población negra de sus países.
En fin, desde el unto de vista práctico, la política policlasista de panafricanismo en los países en que llegaron al poder mantuvo la explotación de la clase trabajadora negra, además de relaciones y subordinación al imperialismo. Consecuentemente, de una forma u otra, esta situación llevó a la pérdida de apoyo popular y a un fortalecimiento del imperialismo, que se veía en mejores condiciones para derrocar estos gobiernos, instaurando nefastas dictaduras con dirigentes negros. O, incluso, cooptando directamente a estos dirigentes para que hagan el trabajo sucio en su nombre.
Frente a esto, podemos constatar que la estrategia panafricanista, que dirigió varias luchas anticoloniales y tuvo valientes dirigentes, al haberse orientado por la política de colaboración de clases, fracasó en derrotar la dominación semicolonial y la opresión del pueblo negro.
La necesidad de la revolución social y de un gobierno de la clase trabajadora
Una política marxista revolucionaria para África no puede pasar por una alianza con la burguesía nacional, que siempre será subordinada al imperialismo. Muy por el contrario, una política revolucionaria para los países africanos tiene que estar basada sólidamente en la independencia de clase del proletariado negro y en la lucha unificada con otras naciones y pueblos oprimidos en el mundo.
La “Tesis sobre la Cuestión Negra”, aprobada en el 4° Congreso dela Internacional Comunista en noviembre de 1922, caracterizó que después de la Primera Guerra Mundial el movimiento revolucionario entre los pueblos coloniales y semicoloniales creció, enfrentándose con la dominación del capital mundial, y declaró en su tercer punto:
“(…) La lucha internacional de la raza negra es una lucha contra el enemigo común. Un movimiento negro internacional con base en esta lucha debe organizarse en EEUU, con centro en la cultura negra y la protesta negra; en África, con su reserva de mano de obra humana para el desarrollo del capitalismo; en América Central (Costa Rica, Guatemala, Colombia, Nicaragua y otros países “independientes”), donde el dominio del capitalismo americano es absoluto; en Puerto Rico, Haití, Santo Domingo y otras islas del Caribe, donde el tratamiento brutal de nuestros hermanos negros por la ocupación norteamericana provocó una protesta en todo el mundo de negros conscientes y trabajadores blancos revolucionarios; en África del Sur y el Congo, donde la industrialización creciente de la población negra llevó a todo tipo de revueltas; y en el Este del África, donde las incursiones del capital mundial llevó a la población local a iniciar un activo movimiento antiimperialista (…)”.
Por eso, la Internacional Comunista se proponía como tarea “mostrar a los negros que ellos no son los únicos en sufrir la opresión capitalista e imperialista, que los trabajadores y campesinos de Europa, Asia y América también son víctimas del imperialismo, que la lucha negra contra el imperialismo no es la lucha de un único pueblo, sino de todos los pueblos del mundo”. Por eso, “la cuestión negra se tornó parte integrante de la revolución mundial”.
En el marco de defender la unidad de nuestra clase debemos levantar, como hizo Trotsky, la necesidad de la construcción de Repúblicas Negras en los países de África con mayoría de población negra. Lo que no excluye la igualdad total para los blancos, ni “las relaciones fraternas entre las dos razas, dependiendo principalmente de la conducta de los blancos”, como el dirigente ruso escribió en el documento “Las cuestiones agraria y nacional: observaciones sobre el Proyecto de Tesis del Partido de los Trabajadores del África del Sur”, en abril de 1935.
Es evidente que la mayoría predominante de la población, liberada de la dependencia esclavista tendría que dejar su “marca” en el Estado. No obstante, esta “marca” no es solamente de raza, sino también de clase. Esta es la única forma de cambiar radicalmente la relación entre las clases y entre las razas, asegurando al proletariado negro el lugar que realmente le corresponde en el Estado.
Esto dentro de la misma perspectiva y con el mismo objetivo apuntado por Nahuel Moreno, cuando el dirigente trotskista argentino discutió la revolución en Angola: la construcción de una “Unión de los Estados Sudafricanos, en una gran Federación de Repúblicas Socialistas Negras”, con la estrategia de hacer que “¡esta Federación sea parte de la Federación Socialista Negra Africana!”.
El Programa de Transición y la combinación de las tareas democráticas y socialistas
Para alcanzar este objetivo, a diferencia de la política policlasista y centrada en la cuestión racial defendida por el panafricanismo, el socialismo revolucionario (que nada tiene que ver con el estalinismo) tiene como método del Programa de Transición, que propone la lucha combinada, y dialéctica, por las cuestiones “democráticas” (que incluye el combate al racismo y a la opresión), con el combate por el socialismo. O sea, que defiende la necesidad de:
“(…) Combinar la lucha por las tareas más elementales de la independencia nacional y de la democracia burguesa con la lucha socialista contra el imperialismo mundial. En esa lucha, las consignas democráticas, las reivindicaciones transitorias y las tareas de la revolución socialista no están separadas en épocas históricas distintas, sino derivan unas de las otras. (…) El peso específico de las diversas reivindicaciones democráticas en la lucha del proletariado, sus mutuas relaciones y su orden de acontecimientos están determinados por las particularidades y por las condiciones propias de cada país atrasado, en particular por el grado de su atraso. Entre tanto, la dirección general del desarrollo revolucionario puede ser determinada por la fórmula de la REVOLUCIÓN PERMANENTE, en el sentido que le fue definitivamente dado por las tres revoluciones en Rusia (1905, febrero de 1917, octubre de 1917)”.
Es fundamentalmente en este sentido que las diferencias teóricas programáticas entre el panafricanismo y el marxismo tienen consecuencias prácticas y concretas.
Nuestros hermanos en el continente africano realizaron revoluciones, como las que ocurrieron en Angola, Mozambique, África del Sur, etc. Revoluciones que, de contenido, eran socialistas, sea por los enemigos que enfrentaban o por las necesidades que estaban planteadas, aunque se presentasen con una forma democrática.
Fueron revoluciones victoriosas, pero no avanzaron en dirección al socialismo porque sus direcciones impidieron que estas revoluciones de los oprimidos cuestionasen la explotación capitalista. A diferencia de la Revolución Cubana, que llegó a la expropiación de la burguesía, con la dirección cubana siendo obligada a ir más lejos de lo que pretendía, como previó Trotsky en el Programa de Transición.
Los procesos revolucionarios continúan ocurriendo en todos los continentes, sin embargo el desafío que está planteado para el proletariado y el pueblo pobre en África es el mismo que tenemos que solucionar en América del Sur y en el resto del mundo: superar las direcciones reformistas y no revolucionarias y construir un verdadero partido revolucionario del proletariado llevando a la clase trabajadora a librarse definitivamente de sus cadenas.
Referencias bibliográficas
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WILLIAMS, Eric. O negro e o Caribe (1944).
Traducción: Natalia Estrada.