Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

La naturaleza de la Segunda Guerra Mundial [II]

En la primera parte de este artículo, analizamos el componente interimperialista de este conflicto bélico. Ahora abordaremos la guerra contrarrevolucionaria contra el Estado obrero (entre la Alemania nazi y la URSS).

Por Alejandro Iturbe

La caracterizamos así porque, para poder sojuzgar el territorio ruso y apoderarse de sus muchas riquezas naturales (en especial el petróleo), el régimen nazi necesitaba destruir la URSS como Estado obrero.

Esta guerra comenzó el 22 de junio de 1941, cuando tropas alemanas y de otras naciones europeas del Eje iniciaron la invasión al territorio soviético (la Operación Barbarroja). Hitler rompía el pacto nazi-estalinista de no agresión firmado en agosto de 1939, al que luego nos referiremos con mayor profundidad.

El objetivo de los nazis estuvo muy cerca de cumplirse, ayudado por las políticas que el estalinismo había aplicado a nivel nacional e internacional en los años anteriores. Pero ahí intervino el heroísmo de las masas y de los soldados que evitaron la catástrofe, y los nazis fueron derrotados en la histórica Batalla de Stalingrado, que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial.

Las políticas del estalinismo llevaban al desastre

Antes de analizar el significado de esta batalla, consideramos necesario analizar por qué las diferentes orientaciones del estalinismo conducían a una catastrófica derrota y a la destrucción de la URSS.

La primera de ellas fue la política del Partido Comunista alemán (PCA) orientado por la III Internacionalya burocratizada y dirigida por el estalinismo, frente al ascenso de los nazis y de Hitler.

A inicios de la década de 1930, la Tercera llevaba adelante una política de tinte ultraizquiedista, conocida como el “tercer período”. Ese enfoque consideraba a los nazis (agentes del gran capital alemán para destruir el movimiento obrero y sus organizaciones) y a los socialdemócratas (el PSDA, un partido que mantenía un sector importante de base obrera) como un peligro equivalente, a los que había que combatir por igual. Stalin afirmaba que “la socialdemocracia y el fascismo no se contradicen… son gemelos” [1].

Esto se expresaba en la negativa a construir un frente único entre el PCA y el PSDA para combatir a los nazis. Peor aún, el PCA se negaba a defender a los obreros y organizaciones del PSDA cuando eran atacados violentamente por los nazis, y permanecía totalmente pasivo. Esta pasividad se mantuvo cuando los nazis avanzaron hacia el poder, facilitándoles sin lucha ese camino. Fue una gran traición al movimiento obrero alemán e internacional.

Desde la Oposición de Izquierda Internacional, Trotsky criticó duramente esta política y defendió apasionadamente la necesidad del frente único PCA-PSDA, sin depositar ninguna confianza en los dirigentes socialdemócratas. Luego del ascenso de Hitler y los nazis al poder, sacó la conclusión de que la III Internacional había muerto como organización revolucionaria, rompió con ella e inició el proceso que llevaría a la construcción de la IV Internacional.

Además de las trágicas consecuencias concretas, la política del PCA y de la Tercera mostraba la profunda ceguera estratégica del estalinismo y su esencia contrarrevolucionaria. Tal como había pronosticado Trotsky, en 1931: “Si Hitler toma el poder, desencadenará una guerra contra la Unión Soviética”. [2]

España: última advertencia

Después del triunfo del nazismo en Alemania, el estalinismo y la Tercera dan un profundo giro a la derecha: abandonan la orientación ultraizquierdista del “tercer período” y pasan a impulsar la política de “frente popular” propuesta por el búlgaro Giorgi Dimitrov, secretario general de la Tercera, a partir de 1934.

Basándose en la justa necesidad de combatir al nazi-fascismo, esta política transformaba el frente único entre organizaciones obreras para desarrollar esa lucha, en frentes políticos permanentes que incluían también a partidos burgueses “democráticos” y cuyo programa obligaba a evitar el avance de esa lucha hacia la toma del poder por la clase obrera.

Esta política se aplicó en diversos países de Europa, como Francia. Pero fue en la revolución española, iniciada en 1930, y en la guerra civil posterior (1936-1939) cuando expresó todo su carácter contrarrevolucionario. Allí, el PC español, apoyado por cuadros estalinistas internacionales, jugó el papel de principal sostenedor de la República burguesa e impidió el avance de la revolución obrera, el único camino verdadero para derrotar el fascismo español. Ayudó a liquidar las milicias obreras para construir un ejército burgués clásico, reprimió a los opositores de izquierda y asesinó a varios de sus dirigentes como el anarquista Buenaventura Durruti (noviembre de 1936), y a Andreu Nin, líder del POUM, en junio de 1937 [3].

Esta política de enchalecar la revolución obrera y sostener las instituciones burguesas facilitó el triunfo de Francisco Franco y, como hemos señalado en la primera parte de este artículo, “la dinámica y el resultado de la guerra civil española abrieron las puertas y aceleraron los tiempos” de la ofensiva nazi-fascista en Europa, y llevaron al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Cobraba plena significación la definición de Trotsky: “El frente popular es la penúltima trinchera de la burguesía frente a la revolución obrera, antes del fascismo”.

Nuevos pasos estalinistas hacia el desastre

De modo paralelo al giro hacia el frente popular en su política exterior, el estalinismo lanzó en la URSS la llamada “Gran Purga”, cuya expresión más visible fueron los Juicios de Moscú, realizados entre 1936 y 1938. Estos juicios llevaron al fusilamiento de gran parte de los dirigentes de la vieja guardia bolchevique, como Zinoviev, Kamenev, Bujarin, Rikov y Rakoski, así como al asesinato o la prisión de miles de militantes.

El culto estalinista

Uno de estos juicios (junio de 1937) fue dirigido contra gran parte de la cúpula del ejército soviético (con acusaciones basadas en documentos falsificados), que barrió y fusiló a gran parte de sus altos mandos. Entre ellos, el mariscal Mijail Tujachevsky, principal jefe militar cuya trayectoria se remontaba a la formación del Ejército Rojo, por parte de León Trotsky, en 1918. Stalin descabezó así las fuerzas armadas soviéticas, eliminó a sus jefes más experimentados y probados y los reemplazó por hombres totalmente serviles y mucho menos calificados.

Después de la “Gran Purga”, Stalin giró nuevamente su política hacia un acuerdo de “no agresión” con la Alemania nazi. Nos referimos al pacto Ribbentrop-Molotov firmado por los cancilleres de ambos países el 24 de agosto de 1939. Este Pacto establecía que si Alemania invadía Polonia y eso provocaba un conflicto con Inglaterra y/o Francia, la URSS no intervendría militar o diplomáticamente. Además, había un protocolo secreto anexo donde el gobierno de la URSS “manifestaba su interés” por el territorio oriental polaco.

Como ya hemos visto, poco después (3 de setiembre) los nazis invadían y dominaban la parte occidental de Polonia y las tropas soviéticas lo hacían en la parte oriental, el 17 de setiembre. El primer hecho inició la Segunda Guerra Mundial y, nuevamente, el estalinismo facilitaba la acción de los nazis.

Por su parte, el estalinismo se sintió fortalecido y Stalin definió invadir Finlandia el 30 de noviembre de 1939 [4]. La llamada “Guerra de Invierno” terminó en marzo de 1940, con una durísima derrota para las tropas soviéticas, a pesar de la superioridad de efectivos y armamento. El método de anexión compulsiva había fortalecido el patriotismo finlandés, y la incapacidad de los jefes militares soviéticos fue otro factor determinante. Este resultado fue uno de los elementos centrales que llevó a Hitler a considerar que la URSS y su estructura militar eran “un edificio podrido”, y los convenció de que sería fácil derrotarlos.

La ceguera estratégica de Stalin y del estalinismo, que expresaron el pacto con el nazismo, era absoluta. En diciembre de 1940, el alto mando militar alemán comenzó a diseñar en secreto la Operación Barbarroja (la invasión de la URSS). Leopold Trepper, jefe del equipo de espías comunistas en Alemania, conocido como la Orquesta Roja, había logrado infiltrar un taquígrafo en esas reuniones y le avisó a Stalin de los planes de Hitler. Pero Stalin no le creyó: llamó a Hitler para preguntarle si esto era verdad y, por supuesto, recibió una respuesta negativa que fue aceptada como verdadera por Stalin. ¡Para él valía más la palabra de Hitler que la información de los comunistas que se estaban jugando la vida en territorio enemigo! [5].

El “edificio podrido” parece caerse

En estas condiciones, una vez que vio consolidado su domino en el territorio europeo hasta las fronteras de la URSS, Hitler decidió romper públicamente el pacto nazi-estalinista y, junto con tropas de países aliados (Hungría y Rumania), invadió el territorio soviético, en junio de 1941. La caracterización a la que nos hemos referido (“edificio podrido”) lo llevó a pensar que, a finales de 1941, ya habría obtenido una victoria definitiva.

El Ejército alemán organizó tres frentes de ataque: el Norte fue asignado a la conquista de los Países Bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) para luego tomar Leningrado; el Central, el más poderoso en hombres y materiales, avanzaría por Bielorrusia y luego se dirigiría hasta la capital, Moscú; el Sur tomaría Ucrania y avanzaría hasta el río Volga (la mayor zona cerealera de la URSS) para luego dirigirse al Cáucaso y dominar la cuenca petrolera de Bakú, en la República de Azerbaiján (suministros esenciales para el sostenimiento del esfuerzo bélico del Eje). Participaron inicialmente 3,2 millones de soldados alemanes y un millón de los países aliados, además de numerosos tanques y otros blindados. El apoyo aéreo era débil por el desgaste sufrido en la Batalla de Inglaterra (ver primera parte de este artículo).

La defensa soviética estaba todavía muy influenciada por las tácticas de la Primera Guerra Mundial, debilitada por la ausencia de sus mejores generales y la falta de preparación frente a la invasión, además de una inferioridad en cantidad de armamento moderno. Todo eso había provocado una sensación de apatía y desmoralización. Contaba, sí, con la inmensidad del territorio y la expectativa de mantenerse hasta que el duro invierno ruso afectase a las tropas invasoras.

La metáfora del “edificio podrido” parecía concretarse en la realidad: las defensas soviéticas cedieron rápidamente y los ejércitos del Eje avanzaron fácilmente hasta noviembre de 1941. Dominaron los países del Báltico, Bielorrusia y Ucrania, en condiciones de iniciar la segunda parte de la Operación Barbarroja. En el Norte, comenzaron el cerco y el bombardeo de Leningrado; en el Centro, a partir de Smolensk quedaba abierto el camino a Moscú y, en el sur, dominaron Crimea y el puerto de Sebastopol. En ese avance del Eje murieron casi un millón de soldados de la URSS y muchas unidades soviéticas quedaron aisladas y cercadas.

La Batalla de Stalingrado

En esas condiciones, mientras la población de Leningrado se defendía heroicamente en condiciones durísimas, el gobierno soviético consiguió reagrupar suficientes fuerzas para resistir el avance sobre Moscú, al tiempo que las tropas del Eje comenzaron a tener dificultades de abastecimiento. Las fuerzas soviéticas iniciaron un contraataque, conocido como la “Batalla de Moscú” (diciembre de 1941), que obligó a las tropas del Eje a retroceder.

El mando alemán comprendió que la guerra no terminaría ese año, y Hitler ordenó resistir y contener lo máximo posible el avance soviético. Al mismo tiempo, se hicieron evidentes los problemas de abastecimiento, especialmente de combustible, y el régimen nazi pasó a priorizar el frente sur para intentar dominar lo antes posible el Cáucaso y la cuenca petrolera de Bakú.

Para ello, era necesario conquistar la ciudad de Stalingrado (actual Volvogrado), punto clave para el control del río Volga. La histórica Batalla de Stalingrado duró entre 17 de julio de 1942 y el 2 de febrero 1943, involucró más de dos millones de soldados y ocasionó casi dos millones de víctimas o afectados (entre muertos, heridos y capturados, militares y civiles). Inicialmente, las tropas del Eje avanzaron y controlaron una parte de la ciudad pero nunca lograron dominarla. Luego de durísimos combates se vieron obligadas a comenzar a retroceder, hasta que fueron derrotadas.

Stalingrado

El elemento clave de este resultado fue el heroísmo de los soldados y las masas soviéticas que pagaron el costo al que ya nos hemos referido. Fue tan grande ese heroísmo que compensó los desastres previos de la política del estalinismo y que, de no haber existido esa actitud de las masas, hubieran conducido a una catastrófica derrota. Uno de los símbolos de ese heroísmo fue el francotirador Vassili Grigoryevich Zaitsev, al que se atribuye haber provocado la muerte de 243 oficiales y soldados alemanes.

Algunos debates

La historiografía de los países imperialistas, la prensa internacional y también numerosos filmes, series televisivas y documentales han tratado de construir el mito de que el Día D (el desembarco de Normandía, en 1944) significó el punto de inflexión de la dinámica de la Segunda Guerra Mundial y que, como consecuencia de ello, la victoria sobre el nazi-fascismo la había logrado, como factor central, la intervención militar de Estados Unidos [6].

No negamos la importancia militar del Día D en el frente occidental europeo. Pero si se estudia con objetividad el curso de esta guerra, la conclusión es que ese punto de inflexión fue en realidad la batalla de Stalingrado. En el llamado “frente oriental”, primero los ejércitos alemanes fueron frenados sin poder tomar el control de la ciudad, y, después de una muy cruenta batalla, fueron derrotados.

El “factor político” del heroísmo de los soldados y las masas soviéticas hizo que los ejércitos alemanes se “rompieran los dientes” en Stalingrado y ahí cambió el curso de la guerra. Creemos que fue una victoria de magnitud histórica, que marcó el inicio del fin del proyecto nazi-fascista.

Después de esa derrota, los ejércitos alemanes comenzaron a quebrarse moralmente e iniciaron un retroceso irreversible. La situación mundial había cambiado completamente. A pesar de la dura resistencia del ejército alemán en su retroceso, fueron las tropas soviéticas las primeras en llegar a Berlín y tomar la ciudad. Quedó para la historia la famosa foto de la bandera roja colocada por un soldado soviético en la cúpula del Reichstag (Parlamento alemán).

Hay otro mito sobre la derrota de los nazis, que fue construido por el estalinismo: atribuirle esta victoria a la “genialidad de Stalin”. Es una grosera falsificación de la historia: tal como hemos visto, todas las políticas del estalinismo desde los inicios de la década de 1930 llevaban a la catástrofe, al triunfo del nazismo y la destrucción de la URSS. Aunque seamos reiterativos, fue el heroísmo de los soldados y las masas soviéticas el que consiguió defender su Estado y derrotar la guerra contrarrevolucionaria de Hitler y los nazis. A ellos, entonces, les rendimos nuestro homenaje.

Notas:

[1] Sobre este tema ver la recopilación de trabajos de León Trotsky, En torno a la lucha contra el fascismo en Alemania, en http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/wp-content/uploads/2013/10/43.pdf  y el capítulo IV del libro de Alicia Sagra La Internacional, Deeksha Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2007.

[2] Trotsky, León. La lucha contra el fascismo: El proletariado y la revolución, Barcelona, Estado español: Ediciones Fontamara, 1980, p. 72.

[3] Sobre este tema, ver el escrito de León Trotsky “Lección de España: última advertencia” (1937) en  http://www.posicuarta.org/pdf/LecEspLT.pdf, y la recopilación de textos de este autor, La Revolución Española (1930-1939), en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/rev-espan/index.htm

[4] Finlandia había sido anexada al Imperio Ruso en 1808. Luego del triunfo de la Revolución Rusa en 1917, el país decidió no incorporarse a la URSS y se declaró independiente. Sobre la base del respeto al principio de autodeterminación, el gobierno de los soviets, encabezado por Lenin y Trotsky, aceptó esta decisión.

[5] Sobre la veracidad de este hecho, ver el libro de Leopold Trepper, El Gran Juego. Entre otras ediciones en español, está la de Editorial Ariel, Barcelona, Estado español, 1977.

[6] Ver https://litci.org/es/menu/teoria/historia/algunas-consideraciones-sobre-el-dia-d/

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