Libia
¿Dónde está la revolución y dónde la contrarrevolución en Libia?
Polémica con el castro-chavismo y sus repetidores “trotskistas”El proceso revolucionario en Libia dividió aguas en la izquierda mundial desde su inicio. El hecho de producirse un levantamiento popular –el cual rápidamente tomó las armas y originó una guerra civil- en contra de un líder político, Muammar Gadafi, al que la mayoría de la izquierda caracterizaba de “antiimperialista”, colocó la discusión sobre si lo que sucedía en Libia era o no un proceso distinto al que se daba en el resto de la región; concretamente, si estábamos delante de una revolución o de una contrarrevolución.
Por Daniel Sugasti
Esta polémica cobró más fuerza aún frente a la enorme contradicción que representó la intervención militar imperialista de la OTAN, que actuó en contra de Gadafi por dentro del mismo campo militar de los rebeldes armados.
La corriente castro-chavista, que tiene un peso importante dentro de la izquierda internacional, desde el principio y hasta ahora, se colocó incondicionalmente al lado del dictador Gadafi y en contra de las masas insurrectas. Para este sector, el caso libio era completamente opuesto a los de Túnez o Egipto. El levantamiento popular armado en Libia no pasaba de una macabra “conspiración imperialista” que pretendía derrocar a un incontestable “luchador antiimperialista”, cuyo único pecado habría sido defender siempre la soberanía y las riquezas de su país de las garras de las multinacionales. La comprobación más cabal de esta conspiración, a la que todo revolucionario debía oponerse y denunciar, fue la entrada en escena de la OTAN. Por ende, la caída de Trípoli y la posterior muerte de Gadafi, para Hugo Chávez y para los Castro, no podían sino significar una enorme victoria del imperialismo, de sus agentes directos del Consejo Nacional de Transición (CNT), en fin, de la contrarrevolución y de sus mercenarios pagados, los “rebeldes” (así, entre comillas), aquellos que asesinaron sin piedad ni “respeto a la vida” al que estos exponentes del “socialismo del siglo XXI” ahora lloran como “un gran luchador, un revolucionario y un mártir”.
Pero el tema no acaba por ahí. La polémica es tan profunda que se instaló incluso en las filas del trotskismo. En este sentido, destacamos el debate abierto con el PTS argentino que, sin reivindicar abiertamente al régimen de Gadafi, acaba por otro camino y con su acostumbrado sistema de frases “ortodoxas”, en la misma posición del castro-chavismo. Ellos afirman que en Libia quien triunfó fue el imperialismo –el cual, desde que intervino, cambió el carácter del proceso de progresivo a regresivo con su sólo aparición- y que las masas armadas organizadas en milicias, al derrocar a Gadafi, no estaban haciendo ninguna revolución sino actuando como “tropas terrestres de la OTAN” o “soldados del imperialismo” totalmente centralizadas al CNT e instaurando “un gobierno aún más proimperialista que el de Gadafi”. Sólo les faltó sostener, por faltarles la coherencia que sí tienen los castro-chavistas, que en la guerra civil debimos haber estado militarmente con Gadafi, una especie de mal menor que estaba siendo atacado nada menos que por la “infantería de la OTAN”.
Desde la LIT, por el contrario, sostuvimos desde el comienzo que en Libia se estaba dando una revolución popular y antiimperialista, pues enfrentaba a la dictadura sanguinaria de Gadafi, uno de los principales agentes del imperialismo en la región. Coherentemente con esta caracterización de dónde estaba la revolución y dónde la contrarrevolución, nos colocamos al lado de las masas libias y saludamos como una tremenda conquista democrática la destrucción del régimen gadafista y el ajusticiamiento del dictador a manos de las milicias populares. Con la misma fuerza, también desde el primer momento, denunciamos a la intervención imperialista de la OTAN como contrarrevolucionaria. Levantando la consigna “No a la OTAN, Fuera Gadafi”, explicamos que la contradicción expresada en que la intervención imperialista se haya ubicado durante la guerra civil en el mismo campo militar de las masas armadas y en contra de su agente, Gadafi, se debía a la dificultad política que tiene actualmente el imperialismo para invadir de forma directa con sus tropas y a que se vio obligado a intervenir por dentro de un levantamiento armado para disputarlo y derrotarlo, tarea primordial que Gadafi demostró ser incapaz de cumplir, convirtiéndose así en un elemento descartable.
Nueve meses después de abierto el proceso revolucionario y a casi dos de la muerte de Gadafi, sostenemos que esa situación no se cerró. Libia continúa siendo uno de los picos más altos de las revoluciones en el norte de África y Medio Oriente; continúa siendo uno de los puntos álgidos de la lucha de clase a nivel mundial. Y el debate, así como el escenario político, continúa. La polémica sigue en un nivel superior, pues, incluso tratándose de un proceso abierto, los hechos comienzan a confirmar o negar los distintos análisis, caracterizaciones y con sus respectivas posiciones políticas. Nada más atinado, siendo fieles al método marxista, que partir de los hechos de la realidad -que tiene la terca costumbre de dirimir diferencias- para proseguir navegando en las turbulentas y divididas aguas de esta discusión fundamental.
Un país devastado
La Libia del tirano, a pesar de ser un país extremadamente rico en recursos energéticos, estaba sumida en la miseria y el atraso. Coloquemos algunas cifras. Libia posee las mayores reservas de petróleo de África (44.000 millones de barriles), por delante de Nigeria (37.200 millones de barriles) y de Argelia (12.200). En 2009, fue uno de los 20 mayores productores del mundo, siendo el cuarto productor de petróleo en África, después de Nigeria, Angola y Argelia. Por su producción de crudo, Libia está en la novena posición entre los 12 miembros de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP). A esto se puede añadir que el crudo libio es particularmente apreciado, pues contiene poco azufre y es fácil de refinar. El 80% de todo ese oro negro se iba para Europa, principalmente a Italia y Francia. En este sentido, son conocidas las grandes compañías presentes en suelo libio: la italiana Eni, la francesa Total y los gigantes anglosajones British Petroleum, Shell y ExxonMobil. Libia, además, cuenta con reservas de gas natural estimadas en 1.500 millones de m3.
Frente a nosotros tenemos pintado el típico cuadro de un país semicolonial. La economía de Libia es tan dependiente del mercado mundial, donde casi todo está destinado a la exportación de hidrocarburos, mientras importa cerca del 90% de sus alimentos y de sus equipos industriales. El pequeño país nada en riquezas, mientras un tercio del pueblo libio vive por debajo de la línea de pobreza y existe un 30% de desempleo abierto. La explicación la encontraremos en el saqueo sistemático que hacían -y que ahora pretenden continuar haciendo- las empresas petroleras imperialistas, de las cuales Gadafi se convirtió en dócil agente, en especial a partir del inicio de este siglo.
Este modelo extractivo se vio afectado con el inicio de los levantamientos populares. Debido a la guerra civil, las exportaciones de hidrocarburos están prácticamente suspendidas. Antes del estallido de la crisis, se producían 1,8 millones de barriles de crudo diarios, de los cuales se exportaban 1,3 millones. Sus reservas se estimaban en 44.000 millones de barriles. Toda esta producción cayó a 400 mil barriles diarios, provocando un descenso del 60% del PIB libio. Esto es una catástrofe, si se toma en consideración que el petróleo representaba más del 95% de las exportaciones y el 74% del presupuesto estatal. Es entendible la desesperación del imperialismo norteamericano y europeo por acabar con el proceso revolucionario y retomar la producción anterior a la guerra civil. Sobre esto, los analistas burgueses más optimistas estiman -por supuesto, basados en la hipótesis de que acabe el proceso revolucionario- que sólo en 2013 se podrá recuperar el nivel de antes de febrero de este año.
El escenario económico es pésimo. La situación económica es caótica y acentúa todas las contradicciones sociales, sobre todo si al marasmo generado por la situación de guerra civil añadimos los efectos de la crisis económica mundial en lo que respecta al desempleo y al aumento del costo de los alimentos; elementos que, de hecho, estuvieron entre las causas que detonaron el estallido popular iniciado en Bengazi. Ninguna de las aspiraciones económico-sociales de las masas fueron resueltas y ésta es la base material que continúa impulsando la lucha de la clase trabajadora y el pueblo libio, una lucha que para derrocar a Gadafi cobró 50 mil vidas humanas desde febrero y que, pese a las contradicciones, cuenta con importantes condiciones para profundizarse.
El CNT se reestructura en medio de duras crisis
La muerte de Gadafi abrió un nuevo momento en la revolución libia. La desaparición del “enemigo común” coloca al rojo todas las contradicciones de todos los sectores que enfrentaron militarmente al ex dictador.
Tanto para el castro-chavismo como para el PTS-FT, el CNT, como principal agente del imperialismo, sería el indiscutido vencedor político-militar de todo un proceso de signo contrarrevolucionario. De esta conclusión, podemos deducir que ellos ahora deberían estar libando el dulce néctar de su victoria en medio de un paseo. Sin embargo, la realidad está confirmando otra cosa.
La realidad está demostrando un proceso abierto y en disputa mortal en donde, de un lado, tanto el imperialismo mundial como el CNT se juegan con todo a liquidar el proceso revolucionario, cuya primera condición es desarmar completamente a los cientos de milicias populares. Su táctica central, como detallaremos más adelante, parece ser la de encauzar las aspiraciones democráticas y la sed de cambios reales de las masas utilizando un discurso democrático que incluye la promesa de una salida electoral. En síntesis, la tarea central del imperialismo, a través del CNT, es reconstruir urgentemente unas FF.AA. y un estado burgués sobre el desmonte de la revolución, colocando ese nuevo estado al servicio de retomar la succión de las riquezas del pueblo libio. Del otro lado están las masas populares, que mantienen su moral altamente insuflada tras sus tremendas conquistas democráticas, que desconfían del CNT y, lo más importante, que continúan armadas y organizadas en milicias.
El CNT, al contrario de lo que dice el castro-chavismo y sus variantes, es consciente de que no tiene una correlación de fuerzas totalmente favorable y da sus pasos como si estuviera atravesando un campo minado; se mueve como elefante en una cristalería. Poco después de la caída de Trípoli, a finales de agosto, anunció la conformación de un nuevo gobierno interino con amplia representación de todas las regiones. Debido a las crisis políticas, la lista de ministros se pospuso varias veces y hasta el entonces primer ministro, Mahmud Yibril, amenazó con dimitir. Los motivos de la demora los encontramos en los choques de intereses entre los personeros del CNT, empresarios formados en el exterior o ex ministros de Gadafi, y las direcciones políticas de las milicias. Ciudades como Misrata, cuyas milicias ofrecieron una resistencia feroz contra Gadafi, que en su momento lanzó contra aquella ciudad más de 18 mil soldados, exigían tener más participación que otras en el gabinete. Lo mismo ocurría con las milicias de Zintan. Yibril, representante fiel del carácter reaccionario del CNT, se oponía alegando que “la guerra y las luchas, no pueden ser una medida en la representación de un país” (El País, 30/11).
El 30 de octubre, como ejemplo de estas crisis, en Misrata se dieron varias reuniones de rebeldes armados para discutir su relación con el CNT asentado en Trípoli. En una reunión amplia decidieron continuar su lucha por la «liberación total” e imponer su control sobre aquellos que pretenden apropiarse de su revolución y de sus sacrificios. Una de las propuestas fue marchar sobre la capital en contra del CNT. Fue así que se realizó, el jueves 17 de noviembre por la noche en Trípoli, una manifestación de miles de combatientes armados con fusiles automáticos y acompañados por camionetas equipadas con morteros y ametralladoras pesadas, diciendo que eran ellos los que debían aprobar el nuevo gobierno. Imaginemos tal escena. Poco antes de esa manifestación armada, un grupo de 30 comandantes de milicias se reunieron para planear un frente común que consolide su influencia política. Hasta el momento, la cohesión entre las diferentes milicias no es algo asegurado y no han formulado demandas específicas. Pero bien podrían convertirse en un sector político que ejerza fuerte presión sobre el gobierno cipayo del CNT. En una declaración, esos líderes milicianos advirtieron que «no toleraremos ni perdonaremos que ningún oportunista obstaculice nuestra revolución» (Associated Press, 18/11).
En medio de toda esa crisis política, al mismo tiempo en que negaban espacios de poder a las regiones más combativas, las autoridades del CNT declaraban sus intenciones de instaurar los preceptos legales del islamismo político. Mustafá Abdel Yalil, presidente del CNT, al momento de declarar la “liberación del país” el pasado 23 de octubre en Bengazi, anunció ante decenas de miles de personas que ninguna normativa podrá contravenir la sharía, el cuerpo de derecho islámico, que según sostuvo se convertirá en la fuente principal de la legislación del país. Abdel Yalil fue más allá e, incluso, habló de instaurar un Estado islámico donde “cualquier ley que contradiga la sharía será abolida”, donde se acabará con el derecho al divorcio pues «las leyes sobre el matrimonio deben ser rechazadas porque limitan la poligamia y limitan la ley islámica».
El titular del CNT, sin embargo, matizó sus anuncios hablando de respeto a los derechos humanos y a los derechos de las mujeres. Nos parece improbable que la intención real del CNT, compuesto por liberales laicos, sea instaurar un estado teocrático, al estilo Irán. A lo sumo, según parece, podrán avanzar en el sentido de un islamismo moderado. La apelación al islamismo, en este caso, más bien tiene que ver con intentos de ganar popularidad y mayor aceptación política popular en un país donde el 97% de la población profesa la religión islámica.
Finalmente, el 22 de noviembre, el CNT nombró y anunció a un nuevo gabinete, producto de una política que pretende aliviar las rivalidades entre las fracciones regionales. Con 26 votos de los 51 miembros actuales del CNT, fue designado como nuevo primer ministro el empresario y profesor Abdelrahim Elkib, el cual posee estrechos vínculos con empresas y universidades estadounidenses y era un alto ejecutivo del sector petrolero de los Emiratos Árabes Unidos. Yibril, corroído por el desgaste, tuvo que renunciar poco antes del nombramiento de Elkib, que es otro agente del imperialismo sólo que menos quemado.
La nueva conformación del CNT evidencia un cambio de táctica en relación a las milicias. Esta instancia está demostrando intenciones de debilitar la acción de aquellas milicias conflictivas a través de la cooptación de sus líderes en el nuevo gabinete. El nuevo primer ministro declaró al revelar su gabinete que «toda Libia está representada». Elkib agregó, «es difícil decir que algún área no esté representada» (Terra Noticias, 22/11).
En efecto, la nueva composición del CNT incluye como ministro de Defensa a Osama Al-Juwali, comandante del consejo militar en la ciudad de Zintan, una de las ciudades más combativas en la guerra civil, situada en las montañas de Nafusa, al oeste de Libia. Juwali, que estaba entre los más críticos al gobierno interino, se quedó con el cargo después de que sus tropas capturaron a Saif al-Islam, el hijo de Gadafi, unas semanas atrás. El cargo de ministro del interior, lo asumió Fawzy Abdel Aal, un ex líder de las milicias de Misrata. El cargo de ministro de Relaciones Exteriores recayó en Ashour Bin Hayal, un diplomático poco conocido originario de Derna, en el este del país, también una de las ciudades que más sufrió la represión de la dictadura gadafista. Hassan Ziglam, un antiguo ejecutivo de la industria del petróleo, está al frente de Hacienda. Finalmente, Abdulrahman Ben Yeza, ex ejecutivo de la gigante petrolera italiana ENI, asumió el Ministerio de Petróleo.
La nueva conformación del CNT mantiene y refuerza el carácter burgués-contrarrevolucionario de este organismo. La incorporación de algunos líderes de las milicias más combativas y opositoras al gobierno interino es claramente parte de un plan más amplio para dividirlas y liquidarlas. Pero esto aún está por verse.
De esta forma, el CNT pretende avanzar en sus planes de aplacar el ímpetu revolucionario existente a través de unas elecciones constituyentes, controladas por ellos, que están anunciadas para mediados del 2012. El Parlamento surgido de esas elecciones, en teoría, debería redactar una Constitución y someterla a referéndum popular. Finalmente, el último paso anunciado sería convocar en 18 o 20 meses comicios presidenciales. Ese es el plan; la lucha de clases dará la última palabra.
Desarmar a las milicias…
Este es el punto cardinal de la revolución libia. En estos momentos, podemos afirmar que la única garantía de continuidad que tiene el proceso revolucionario es que amplios sectores de masas se mantengan organizados en milicias armadas. Actualmente siguen existiendo cientos de milicias populares que derrotaron a las fuerzas gadafistas y que están en posesión de todo tipo de armas. Estas milicias, con toda razón, desconfían del CNT y se resisten, en mayor o menor grado, a entregar sus armas y centralizarse al gobierno provisorio.
Sabido es que el armamento de la clase trabajadora y de los sectores populares es incompatible con el sistema capitalista. La condición básica de un Estado burgués es detentar el monopolio de las armas. Por esta razón, para el imperialismo, Israel, las burguesías árabes, el CNT, en fin, para todos los enemigo de las revoluciones que se están dando en aquella región, es tarea de primer orden el acabar con las milicias. Es una condición básica para poder reconstruir un estado burgués en Libia. Tal es la estrategia que determina las distintas tácticas políticas del CNT en este sentido.
Poco después de la caída de Trípoli, el CNT se refería al desarme de las milicias en tono agresivo, aplicando una táctica de solución expeditiva. El anterior ministro del interior, Ahmad Darrat, anunciaba a fines de agosto: «Vamos a poner a todas las milicias bajo el mando militar y a recoger todas las armas en manos de la población» (Terra Noticias, 30/08). La intención expresa era exigir que todo el mundo entregue las armas e incorporar, a algunas milicias, en la nueva policía. Pero el tiempo y los conflictos de todo tipo con las milicias acabaron por demostrar a los líderes del CNT que estaban muy lejos de tener la autoridad para centralizar al pueblo armado. Entonces, cambiaron de táctica, bajaron los decibeles del discurso. Buscaron nuevas formas para un mismo objetivo.
Más acorde con la correlación de fuerzas, el nuevo primer ministro Elkib declaró recientemente que “desarmar a los ex rebeldes libios podría tomar meses y además no se les quitarán las armas por la fuerza”. Prosiguió sosteniendo: “No obligaremos a la gente a tomar decisiones y acciones apresuradas ni promulgaremos leyes que les impidan guardar armas”. Insistió en que “no es una cuestión de decirles ‘Vale, sólo danos tu pistola y vete a casa’, esa no es la forma en que tenemos de hacer las cosas”. En cambio, prometió que el gobierno ofrecerá alternativas a los ex combatientes, como instrucción y empleos. “Trataremos todos los asuntos, los evaluaremos y generaremos programas para hacernos cargo de ellos y hacerles sentirse importantes”, afirmó. En un tono mucho más paciente y diplomático finalizó reafirmando su confianza en que el calendario de transición del CNT llegue a buen puerto: “Esperemos que antes de que concluyan los ocho meses podamos hacer que esos combatientes depongan las armas y vuelvan a sus actividades” (Associated Press, 4/11)
Por esta senda, el CNT ha anunciado la creación de un Comité Supremo de Seguridad en Trípoli, que tiene como jefe a Ali Tarhouni, ex ministro de petróleo. El gobierno declaró que la finalidad de este órgano sería, supuestamente, garantizar asuntos de seguridad en la capital. En verdad es una instancia concebida para desmovilizar a las milicias.
Para conformar e intentar dar legitimidad a este organismo, el CNT se valió de traiciones como la del propio presidente del Consejo Militar de Trípoli, Abdel Hakim Belhaj, prestigiado ex líder del Grupo de Combate Islámico de Libia. Belhaj, el mismo que fuera torturado por 7 años en la prisión de Abu Salim mediante el acuerdo que tenía Gadafi con la CIA y el MI6, ahora es un defensor de desarmar a las milicias y construir un ejército centralizado al CNT. Es así que Belhaj se comprometió públicamente a disolver rápidamente sus milicias en Trípoli y aceptó ser parte de los 21 miembros del Comité Supremo de Seguridad, al punto de anunciar su conformación junto a Tarhouni. Recientemente declaró que el ejército daría a los “paramilitares” a elegir entre “incorporarse al Ministerio de Defensa o a la policía, o entregar las armas y volver a la vida civil” (New York Times, 23/11).
…una tarea difícil
Sin embargo, a pesar de los reacomodos retóricos tácticos y las traiciones de algunos comandantes, la realidad está demostrando que la tarea de desarmar a las milicias populares no es ni será tarea fácil. Si bien el CNT está consiguiendo cooptar a algunos comandantes milicianos, la base de las milicias demuestran una desconfianza importante en el gobierno interino.
En el mismo sentido, el New York Times informó sobre la aparición del “Nuevo Ejército Nacional Libio”, conformado a partir de algunas milicias que fueron incorporadas. Este “nuevo ejército”, sería un paso adelante que da el CNT en el sentido de su cometido. Sin embargo, este es tan débil que el propio general Abdul Majid Fakih, responsable del mismo y ex instructor de la academia militar gadafista, consultado ante el hecho de que sus tropas fuman o atienden celulares mientras desfilan, afirmó: “Todavía no tenemos militares buenos, realmente buenos…apenas estamos comenzando a construir el ejército”. Y el general tiene razón, pues cuando este “nuevo ejército” va a lidiar en los conflictos armados que se dan entre milicias pocas veces sale bien parado. El 15 de noviembre, cuando fueron a Zawiyah (ciudad famosa por su resistencia tenaz a Gadafi), según la misma fuente, las milicias mataron a 13 soldados regulares, rompieron su promesa de entregar las armas e instalaron una barrera en la principal ruta al oeste de la base del ejército. Los milicianos dijeron que no iban a salir de ahí. Ali Dow Mohammed, jefe de las milicias de Zawijah, dijo en aquel checkpoint: “El consejo de Zawijah va decidir qué haremos con nuestras armas”. Mientras eso ocurría, los soldados del flamante ejército se dedicaban a pintar los muros de su base en color blanco.
Una muestra contundente del terreno fangoso en el que se mueve el CNT es el accionar de las milicias de Zintan, contradictoriamente, la localidad de donde proviene el nuevo ministro de defensa. Pese a la cooptación de un alto jefe de las milicias, el pueblo sigue organizado, armado y controlando rutas y puntos estratégicos en varias ciudades. El 4 de diciembre se dio un enfrentamiento entre milicias provenientes de esa ciudad y lo que se describe como nuevas tropas regulares en Janzour, una localidad situada a unos 17 km al oeste de la capital. El enfrentamiento dejó un oficial regular muerto. Un capitán de lo que se pretende sea el nuevo ejército oficial, Hakim al Agouri, comandante del ejército en Al Maya, frente a todo esto, concluyó que “no podemos mandar a las milicias que entreguen sus armas…existe gente que no va a entregar las armas” (New York Times, 23/11)
Veamos otro caso más elocuente. El general Jalifa Hafta, nombrado el pasado 18 de noviembre jefe del Estado Mayor de las nuevas FF.AA. libias, fue tiroteado dos veces en la localidad de Kasr Ben Ghechir por milicias de Zintan, en un atentado que dejó cuatro personas muertas y del cual el alto jefe salió ileso. Pero la tensión se agravó al punto de que aproximadamente unos tres mil rebeldes fuertemente armados, procedentes de la misma localidad, reforzaron sus posiciones en el aeropuerto de Trípoli -que controlan desde la toma de la capital- y cerraron las carreteras de acceso al mismo a lo largo de unos 10 kilómetros. Esto produjo enfrentamientos con el presunto nuevo ejército regular que dejó un muerto (EFE, 10/12). Frente a la acusación de haber atentado contra la vida del general Hafta, el portavoz de los revolucionarios de Zintan, Khalid el-Zintani, dijo: “¿Qué esperan que hagan los combatientes, cuando un convoy de militares fuertemente armados trata de pasar puestos de control [en la dirección del aeropuerto] sin previo aviso?”. Consultado, según reproduce el The Tripoli Post, sobre el “Ejército Nacional”, el-Zentani dijo que el ejército está muy mal organizado para que ellos se sometan a su autoridad: “Hasta ahora, no sabemos nada sobre el ejército nacional de Libia. ¿Quién está a cargo, donde están las bases militares, cuál es su cadena de mando? (…) sobre el terreno, el llamado ejército nacional no es nada todavía” (Libia Libre, 11/12).
Otro grupo de milicianos, también originario de Zintan, lanzó un ataque en la localidad de Echguiga, cerca de la ciudad de Mezda, con el objetivo declarado de expulsar a posibles ex personeros o simpatizantes del régimen de Gadafi. El hecho coincide con las declaraciones de Mustafa Abdel Yalil afirmando que el nuevo gobierno está dispuesto a “perdonar” a todos los partidarios de Gadafi: «Libia está dispuesta a aceptar a cada uno», dijo el presidente del CNT al inaugurar una Conferencia sobre la Reconciliación Nacional realizada en Trípoli. «Somos capaces de perdonar a nuestros hermanos que combatían en el lado de Gadafi, entenderlos y mostrar tolerancia», sentenciando categóricamente que “somos capaces de perdonar y tolerar”. Este llamado a la impunidad fue secundado por Elkib: «No se puede construir un nuevo futuro a base de venganza. La reconciliación de todas las partes es una condición imprescindible para crear un país democrático y constitucional» (RT en Español, 12/12). ¿Será que las bases de las milicias que lucharon contra Gadafi y su régimen estarán dispuestas perdonar a sus verdugos de siempre?
La realidad es que existe un pueblo que está armado, que aprendió a usar esas armas, que tomó conciencia de su poder y que no va a deshacerse de ellas tan fácilmente. Estamos delante de un proceso en curso, de un proceso abierto que augura un largo periodo de enfrentamientos, de idas y venidas, de avances y retrocesos tanto para la revolución como para la contrarrevolución. El CNT puede dar pasos en el sentido del desarme, pero está por verse si conseguirá este cometido antes de que las masas pierdan la paciencia y se vuelquen contra ellos. De entrada, resulta atinado colocar la duda sobre si podrán acabar con las milicias, aún más en perentorios ocho meses, como está establecido en su calendario electoral. Yalil, apremiado por la situación, tuvo que salir a decir que pretende restablecer mínimamente la policía y los guardias fronterizos en unos 100 días. Sin embargo, el general Hafta, después de salvar la vida, sufrió un ataque de sinceridad y admitió que la cosa está más difícil y que pasarían tres a cinco años antes de que Libia pueda contar con un ejército “lo suficientemente fuerte” para ser digno de tal nombre. Ni uno ni otro pudieron responder sobre el tamaño de las fuerzas armadas que pretenden formar (Associated Press, 12/12).
El problema del CNT es que, en verdad, no tiene la autoridad política necesaria para encarar el desmonte de las milicias en un tiempo relativamente corto. Las masas desconfían del CNT y, al hacer su experiencia, apostamos a que el pueblo explotado de Libia termine por concluir que ese órgano es una cueva de bandidos, de empresarios petroleros y ex personeros del régimen cuyo líder lincharon ante los ojos del mundo.
¿Con la revolución o con la contrarrevolución?
Colocados los principales hechos, apuntemos algunas reflexiones sobre la polémica con el castro-chavismo y con aquellos que, sin la boina pero con el mismo palabrerío, reproducen sus posiciones en nombre del trotskismo. La realidad demuestra que el pueblo libio, armas en mano, obtuvo una primera y fundamental victoria democrática al destruir el régimen dictatorial al punto de liquidar físicamente a Gadafi. La fuerza de las masas acabó con las FF.AA burguesas y, con ellas, con el pilar del estado burgués libio. Si el castro-chavismo y sus voceros, que afirman que todo se trata de una victoria del imperialismo nos deben explicar cómo el imperialismo puede triunfar ahí donde las masas están armadas y destruyeron un estado capitalista, ahí donde la clase capitalista y pro-imperialista perdió el monopolio de las armas.
En medio de los hechos, resulta difícil no detenerse en aquella caracterización del castro-chavismo o del PTS-FT que sostiene que las milicias del pueblo pobre de Libia son mercenarios pagados o directamente “tropas terrestres” que actúan como “infantería de la OTAN” y que están completamente “centralizadas” al CNT. Al calor de la realidad, esta afirmación, que desprecia profundamente la acción de las masas y pretende anular la tremenda conquista democrática del pueblo libio para reivindicar o, como mínimo, embellecer a Gadafi, está caminando de lo sorprendente a lo ridículo.
Sin entrar a tallar en lo extraño que resultaría que unas supuestas tropas imperialistas hayan optado por linchar a Gadafi en plena calle, un método típico de las revoluciones populares cuyo ejemplo sólo insufló el fervor revolucionario de toda la región contra sus dictadores, sobre todo en Siria, pensamos que vale la pena reflexionar sobre:
a) Si las milicias fuesen la “infantería de la OTAN” y estuviese completamente disciplinadas al CNT ¿Por qué desde la OTAN, sus supuestos comandantes militares, nunca les proporcionaron armas y equipamientos avanzados? La OTAN, que sepamos, posee mejores arsenales que los vetustos AK-47 con los que hasta ahora vemos a sus supuestas “tropas terrestres”;
b) ¿Por qué la OTAN se retiró a finales de octubre, cuando lo ideal y completamente lógico hubiese sido que entrasen con todo en un país copado y controlado por sus “tropas terrestres”? ¿Cómo explican que hasta el CNT anda suplicando a la ONU, “para administrar el país”, que se descongelen los más de 150 mil millones de activos que tiene el país en el exterior (de los cuales sólo liberó 18), negados con el argumento que el gobierno no está “lo suficientemente unido y cohesionado como para confiarle el dinero”? ¿Acaso no confían en los comandantes de sus propias “tropas terrestres”?;
c) ¿Cómo es posible que la infantería de un órgano imperialista como la OTAN, comandado por los EUA, pueda estar en estado de cuestionamiento permanente contra sus supuestos comandantes del CNT, al punto de asesinar o intentar asesinar al jefe de su Estado Mayor? ¿Qué clase de infantería es esa que hace manifestaciones callejeras y dice públicamente que desconoce la autoridad militar de sus supuestos superiores?;
d) Aún más básico e importante ¿Cómo explican el afán, declarado explícitamente y que está en el centro de la situación política libia, que tiene el CNT y el imperialismo de desarmar a las milicias? ¿Por qué el CNT y todo el imperialismo querrían desarmar a su propia infantería? ¿Súbitamente se han vuelto suicidas?
Las contradicciones del PTS-FT son de hierro. El problema es gravísimo pues una condición básica para una organización que se dice revolucionaria es identificar con precisión dónde está la revolución y dónde la contrarrevolución; sobre todo en una guerra civil, añadamos al paso. Y la realidad confirma que las milicias populares armadas son parte de la revolución, no de la contrarrevolución. Todo lo contrario a la tesis castro-chavista que el PTS repite en su esencia: las milicias no sólo no son “tropas terrestres” de la OTAN al mando del CNT sino que están enfrentando a la contrarrevolución encarnada en el CNT.
Si las milicias están enfrentadas al CNT, que son agentes del imperialismo de la peor especie; si las milicias están resistiendo con todo lo que tienen para no entregar las armas ¿De qué lado están el castro-chavismo y el PTS-FT en ese enfrentamiento armado? ¿Del lado de las milicias o del CNT? ¿Del lado de la revolución o de la contrarrevolución?
Es fundamental tomar postura en una situación sin espacio para “ni-nis”. Si ahora optan por apoyar a las milicias populares, lo cual sería muy progresivo, entonces deben corregir su caracterización y, como mínimo, autocriticarse. Si mantienen su caracterización -en verdad una calumnia- de que las milicias populares son los “soldados del imperialismo”, entonces deben ser coherentes hasta el final y apoyar con todo al CNT en la tarea de desarmarla lo más rápido posible, pues no podría haber nada tan progresivo como urgente que desarmar -y derrotar- a unas tropas del imperialismo.
¡Las milicias deben mantener sus armas contra el CNT y el imperialismo!
Desde la LIT nos oponemos categóricamente a la caracterización y la política para Libia que defienden el castro-chavismo y su polea de transmisión dentro del trotskismo, el PTS-FT. Apostamos a que se profundicen al máximo las contradicciones que existen entre las aspiraciones democráticas y económicas de las masas (que están conscientes de su victoria) y los planes contrarrevolucionarios del CNT y del imperialismo. El proyecto burgués y entreguista del CNT y el agravamiento de la situación de hambre que padece el pueblo pobre de Libia colocan la necesidad urgente de levantar un programa que apunte a garantizar los derechos y las tareas democráticas, comenzando por la liberación del país de la dominación imperialista, en la perspectiva de un gobierno obrero y popular. Para luchar por esto, defendemos que las milicias mantengan sus armas y su organización completamente independiente del gobierno y del imperialismo.
El CNT pretende desmontar la revolución a través de encauzar los anhelos de cambio, haciendo promesas de las elecciones y de una asamblea constituyente controlada desde arriba. Las milicias populares no pueden depositar confianza en el CNT tan siquiera un minuto. Eso equivaldría al fin de la revolución. Las milicias populares deben mantenerse armadas, como única garantía para que la tremenda conquista de haber derrocado el régimen de Gadafi no les sea robada. No sólo eso, al calor de la revolución es de vida o muerte la centralización de las milicias armadas bajo una dirección revolucionaria y socialista.
La falta de una dirección marxista-revolucionaria es el centro del problema en Libia y en el resto de las revoluciones que sacuden al norte de África y Medio Oriente. Esta ausencia es un punto importantísimo a favor de la contrarrevolución. Sin embargo, podemos ser optimistas en el sentido que las movilizaciones, insurrecciones y situaciones de guerra civil generan las condiciones favorables y abren mayores espacios para el surgimiento, a través de una política y acción conscientes, de una dirección revolucionaria.
Las masas libias deben luchar por la concreción de una asamblea nacional constituyente libre y soberana, que refunde el país sobre nuevas bases económicas y sociales. Esto es central en un país que históricamente fue sometido por el imperialismo a través de dictaduras sanguinarias. Es central para garantizar la liberación del país del imperialismo, de sus garras que siempre le han robado sus riquezas. Son fundamentales las tareas en el sentido de conquistar la independencia nacional en Libia. Ahora bien, para concretar este programa democrático es condición indispensable derrocar al CNT. Mientras exista ese gobierno títere de las multinacionales imperialistas no se puede pensar ni en libertades democráticas reales ni en un mejoramiento de la calidad de vida de las mayorías trabajadoras. En su lugar, las milicias deben luchar por instaurar un gobierno de la clase trabajadora y el pueblo libio. El sostén de este gobierno deben ser las milicias armadas y las organizaciones de la clase que puedan estar surgiendo.
Sólo un gobierno obrero y popular, que inicie la construcción del socialismo, podrá: a) garantizar libertades democráticas, en el sentido de que sea el pueblo libio quien realmente dirija sus destinos asentado en nuevas instituciones populares; b) anular todos los contratos de Gadafi, que el CNT quiere mantener con las grandes empresas de los países imperialistas; c) nacionalizar el petróleo y todas las fuentes de riqueza del país, colocándolas al servicio de satisfacer las necesidades del pueblo y bajo control de la clase trabajadora organizada; d) castigar a los responsables de todos los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura gadafista, que el CNT quiere perdonar. Este gobierno de la clase trabajadora resulta imprescindible para luchar en la perspectiva de una Federación de Repúblicas Socialistas Árabes.