Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

Engels, sobre naturaleza y humanidad

A la luz de la actual pandemia, aquí está un fragmento de mi libro sobre la contribución de Engels para la economía política marxista a 200 años del aniversario de su nacimiento [1820].

De: Michael Roberts

Marx y Engels son frecuentemente acusados de lo que fue llamado visión prometeica[1] de la organización social humana, o sea, que los seres humanos, usando sus cerebros superiores, conocimiento y capacidad técnica, pueden y deben imponer su voluntad al resto del planeta o a lo que es llamado ‘naturaleza’, para bien o para mal.

La acusación es que otras especies vivas son solo juguetes para el uso de seres humanos. Existen seres humanos y está la naturaleza, en contradicción. Esa acusación es particularmente dirigida a Friedrich Engels, que es acusado de haber adoptado una visión ‘positivista’ burguesa de la ciencia, o sea, que el conocimiento científico es siempre progresista e ideológicamente neutro; y la relación entre hombre y naturaleza, también.

Esa acusación contra Marx y Engels fue promovida en el período de posguerra por la llamada Escuela de Marxismo de Frankfurt, que creía que todo dio errado con el marxismo después de 1844, cuando Marx y Engels supuestamente abandonaron el “humanismo”. Más tarde, los seguidores del marxista francés Althusser culparon al propio Engels. Para ellos, todo fue para el infierno un poco después, cuando Engels instituyó el “materialismo dialéctico” en el lugar del “materialismo histórico” a fin de promover su “creencia loca” de que el marxismo y las ciencias de la naturaleza tenían alguna relación.

De hecho, la crítica “verde” de Marx y Engels es que ellos no sabían que el homo sapiens estaba destruyendo el planeta y, por lo tanto, a ellos mismos. En lugar de eso, Marx y Engels tenían un fe prometeica en la capacidad del capitalismo de desarrollar las fuerzas productivas y la tecnología para superar cualesquiera riesgos al plantea y a la naturaleza.

Que Marx y Engels no prestaran atención al impacto de la actividad social humana sobre la naturaleza fue desmentido recientemente, en particular por el trabajo innovador de autores marxistas como John Bellamy Foster y Paul Burkett. Ellos mostraron que, en todo El Capital, Marx estaba muy consciente del impacto degradante del capitalismo sobre la naturaleza y los recursos del planeta. Marx escribió que “El modo de producción capitalista reúne a la población en grandes centros y hace que la población urbana alcance una preponderancia siempre creciente… Él perturba la integración metabólica entre el hombre y la tierra, o sea, impide el retorno al suelo de sus elementos constituyentes por el hombre en la forma de alimentos y ropas; por lo tanto, dificulta la eterna operación de la condición natural de la fertilidad duradera del suelo. Así, destruye al mismo tiempo la salud física del trabajador urbano y la vida intelectual del trabajador rural”. Como Paul Burkett dice: “Es difícil argumentar que hay algo fundamentalmente antiecológico en el análisis del capitalismo de Marx y en sus propias proyecciones del comunismo”.

Para apoyar eso, el premiado libro de Kohei Saito recurrió a cuadernos inéditos de citaciones de Marx del proyecto de pesquisa MEGA en curso, para revelar el extenso estudio de Marx sobre trabajos científicos de la época sobre agricultura, suelo, silvicultura, para expandir su concepto de la conexión entre el capitalismo y su destrucción de recursos naturales.

Pero también Engels debe ser salvado de la misma acusación. En realidad, Engels estaba bien al frente de Marx (una vez más) al conectar la destrucción y los daños al medio ambiente causados por la industrialización. Mientras todavía vivía en su ciudad natal, Barmen (hoy Wuppertal), él escribió varias anotaciones sobre la desigualdad entre ricos y pobres, la piadosa hipocresía de los predicadores de la Iglesia, y también sobre la contaminación de los ríos.

Con apenas 18 años, él escribe: “… las ciudades de Elherfeld y Barmen, que se extienden a los largo del valle por una distancia de casi tres horas de viaje. Las olas rojas del río estrecho fluyen a veces rápidamente, a veces lentamente entre edificios de fábricas humeantes y patios de blanqueamiento de cables. Su color rojo brillante, no obstante, no se debe a alguna batalla sangrienta, pues la lucha aquí es entablada solo por tinteros teológicos y viejas charlatanas, generalmente por asuntos insignificantes, no por la vergüenza de las acciones de los hombres, aunque haya realmente motivo suficiente para eso, sino de manera simple y exclusiva por los numerosos trabajos de tintura con rojo turco. Viniendo de Düsseldorf, se entra en la región sagrada de Sonnborn; el enlodado Wupper fluye lentamente y, comparado con el Reno dejado atrás, su apariencia miserable es muy decepcionante”.

Barmen en 1913.

Él continúa: “En primer lugar, el trabajo en la fábrica es ampliamente responsable. El trabajo en salas bajas, donde las personas respiran más humo y polvo de carbón que oxígeno –y en la mayoría de los casos, a partir de los seis años de edad– acaba por privarlas de toda fuerza y alegría de la vida”.

Él conectó la degradación social de las familias trabajadoras con la degradación de la naturaleza al lado de la piedad hipócrita de los fabricantes: “La pobreza terrible prevalece entre las clases más bajas, particularmente los obreros de Wuppertal; sífilis y enfermedades pulmonares son tan difundidas que difícilmente se puede creer; solamente en Elherfeld, de los 2.500 niños en edad escolar, 1.200 son privados de educación y crecen en las fábricas –solo para que el fabricante no precise pagar a los adultos, cuyo lugar ellos ocupan, el doble del salario que paga a un niño. Pero los fabricantes ricos tienen conciencia flexible y causar la muerte de un niño no condena el alma de un devoto al infierno, especialmente si él va a la iglesia dos veces todos los domingos. Pues es un hecho de que los devotos tratan a sus trabajadores de manera peor que otros propietarios de las fábricas; ellos usan todos los medios posibles para reducir el salario de los trabajadores con el pretexto de privarlos de la oportunidad de emborracharse”.

Ciertamente, esas observaciones de Engels son exactamente eso, observaciones, sin ningún desarrollo teórico, pero muestran la sensibilidad de Engels con relación a la industrialización, propietarios y trabajadores, su pobreza y el impacto de la producción industrial.

En su primer trabajo importante, Esbozos de una crítica de la economía política, nuevamente bien antes de que Marx estudiara la economía política, Engels observa cómo la propiedad privada de la tierra, la búsqueda por la ganancia y la degradación de la naturaleza andan de manos dadas. “Hacer de la tierra un objeto de venta –la tierra que es nuestra, la primera condición de nuestra existencia– fue el último paso para tornar él mismo un objeto de venta. Fue y es hasta hoy una inmoralidad superada solo por la inmoralidad de la autoalienación. Y la apropiación original –la monopolización de la tierra por algunos, la exclusión del resto de aquello que es la condición de su vida– no resulta en ninguna inmoralidad para la subsecuente venta de la tierra”. Toda vez que la tierra se torna mercantilizada por el capital, está sujeta a tanta explotación como el trabajo.

La principal obra de Engels (escrita con la ayuda de Marx), La Dialéctica de la Naturaleza, escrita en los años anteriores a 1883 y publicada luego de la muerte de Marx, es frecuentemente sujeta a ataques como siendo una extensión de la concepción materialista de la historia de Marx aplicada a la naturaleza de una manera no marxista. Y, no obstante, en su libro, Engels no podía ser más claro sobre la relación dialéctica entre el hombre y la naturaleza.

En un famoso capítulo, El Papel del Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre[2], él escribe: ”Pero no nos regocijemos demasiado de cara a esas victorias humanas sobre la naturaleza… A cada una de esas victorias, ella ejerce su venganza. Cada una de ellas produce en primer lugar, ciertas consecuencias con las que podemos contar, pero, en segundo y tercero lugar, produce otras muy diferentes, no previstas, que casi siempre anulan esas primeras consecuencias. Los hombres que, en la Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y en otras partes destruyeron los bosques para obtener tierras cultivables, no podía imaginar que, de esa forma, estaban dando origen a la actual desolación de esas tierras al despojarlas de sus bosques, esto es, de los centros de captación y acumulación de humedad. Los italianos de los Alpes, cuando devastaron, en su vertiente sur, los bosques de pinos, tan cuidadosamente conservados en su vertiente norte, no sospechaban que, de esa manera, … estaban eliminando las fuentes de agua de las vertientes de la montaña durante la mayor parte del año, y que, en la época de lluvias, serían derramados furiosos torrentes sobre las planicies. Los propagadores de la batata en Europa no sabían que, por medio de ese tubérculo, estaban difundiendo la escrófula. Y así, somos a cada paso advertidos de que no podemos dominar la naturaleza como un conquistador domina un pueblo extranjero, como alguien fuera de la naturaleza; pero sí que le pertenecemos, con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro; que estamos en medio de ella; y que todo el dominio sobre ella consiste en la ventaja que llevamos sobre los demás seres de poder llegar a conocer sus leyes y aplicarlas correctamente. (destacado mío)

Engels continúa: “En realidad, cada día que pasa aprendemos a entender más correctamente sus leyes y a conocer los efectos inmediatos resultantes de nuestra intervención en el proceso que la misma lleva a cabo. … Pero, cuanto más se verifica eso, tanto más los hombres se sentirán unificados con la naturaleza y tanto más tendrán la conciencia de eso, tornándose cada vez más imposible sostener esa noción absurda y antinatural que establece la oposición entre espíritu y materia, entre hombre y naturaleza, entre alma y cuerpo…”.

Engels explica las consecuencias sociales de la expansión de las fuerzas productivas: “Pero, si fue necesario el trabajo de milenios para que llegásemos a aprender, dentro de ciertos límites, a calcular los efectos remotos de nuestros actos orientados en el sentido de la producción, eso era mucho más difícil en lo que respecta a los efectos sociales remotos de esos actos. (…) Y, cuando Colón descubrió la propia América, no podía suponer que, de esa forma, daría vida nueva a la esclavitud, ya superada, desde mucho, en toda Europa[3], estableciendo los fundamentos para el tráfico negrero”.

El pueblo de las Américas fue llevado a la esclavitud, pero también la naturaleza fue esclavizada. Como Engels dice: “¿A los agricultores españoles establecidos en Cuba, que quemaron las matas en las laderas de las montañas (habiendo conseguido, con las cenizas de ahí resultantes, el adobo suficiente para una solo generación de cafeteros muy lucrativos), qué les importaba el hecho de que, más tarde, los aguaceros tropicales provocasen la erosión de las tierras que, sin defensas vegetales, se trasformaron en roca desnuda?.

Ahora sabemos que no fue solo la esclavitud que los europeos trajeron para las Américas, sino también la enfermedad, que en sus diversas formas exterminó 90% de los nativos americanos y fue la principal razón de su subyugación por el colonialismo.

A medida que experimentamos más una pandemia, sabemos que fue el impulso del capitalismo en industrializar la agricultura y usurpar el desierto remanente que llevó a la naturaleza a “replicar”, en la medida en que los humanos entran en contacto con más patógenos para los cuales no tienen inmunidad, así como los americanos nativos en el siglo XVI.

Engels atacó la visión de que la “naturaleza humana” sea inherentemente egoísta y solo destructora de la naturaleza. En su Esbozo…, Engels describió ese argumento como una “blasfemia repulsiva contra el hombre y la naturaleza”. Los seres humanos pueden trabajar en armonía con y como parte de la naturaleza. Requiere mayor conocimiento de las consecuencias de la acción humana. Engels dijo en su Dialéctica…: “La verdad, sin embargo, aprendemos en ese campo (del trabajo), gradualmente, por medio de una larga y casi siempre dura experiencia (y mediante la coordinación e investigación del material histórico), a comprender claramente las consecuencias sociales, indirectas y remotas, de nuestra actividad productiva, lo que nos proporciona la posibilidad de regular también esas consecuencias”.

Pero un mejor conocimiento y progreso científico no son suficientes. Para Marx y Engels, la posibilidad de acabar con la contradicción dialéctica entre hombre y naturaleza y generar algún nivel de armonía y equilibrio ecológico solo sería posible con la abolición del modo de producción capitalista. Como Engels dijo: “Pero, a fin de conseguir esta regulación, no basta el simple conocimiento”. La ciencia no es suficiente. “Para eso, será necesaria una completa revolución en nuestra manera de producir y, al mismo tiempo, de todo el orden social actualmente dominante”. El Engels ‘positivista’, por lo tanto, apoyó la concepción materialista de la historia de Marx, al final.

[1] Caracterizada por un ideal de acción o de fe en el hombre, tal como es simbolizado por el mito de Prometeo.

[2] ENGELS, Friedrich. La Dialéctica de la Naturaleza, apéndice “La humanización del mono por el trabajo”. Ed. Paz e Terra, 6° edición, 2000, pp. 223-224.

[3] Engels no sabía que, poco antes del descubrimiento de América, la esclavitud era mucho más común en Europa, por ejemplo en Portugal, que lo divulgado en su época, ndt.

Fuente: Michael Roberts, Engels on Nature and Humanity
Traducción del original en inglés: Marcos Margarido.
Traducción del portugués al castellano: Natalia Estrada.

 

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