Mar Mar 19, 2024
19 marzo, 2024

“El veredicto de la historia”

Muchos “trotskistas”, después de la restauración del capitalismo en la ex-URSS, abandonaron el movimiento con el argumento de que Trotsky se había equivocado.

Por: Martín Hernández [publicado en 2006].

Las viejas y nuevas generaciones de marxistas deben releer la obra de Trotsky, en especial “La Revolución Traicionada” y hacer su propio juicio para ver si Trotsky se equivocó o por el contrario, como opinamos nosotros, en esta cuestión, no fue solo brillante sino genial.

Resulta difícil dar un marco a los hechos actuales si no los localizamos a partir de la polémica que comenzó en 1924 entre Trotsky y Stalin. Después de la muerte de Lenin, en el otoño de 1924, Stalin comenzó a hablar de “socialismo en un solo país”. Hoy ese tipo de teoría no sorprendería a nadie dado que la mayoría de la izquierda defiende alguna variante de “socialismo nacional”. Sin embargo, en ese momento la teoría de Stalin significó una lamentable novedad para el conjunto del marxismo que solo concebía al socialismo desde el punto de vista internacional.

Trotsky, armado con la Teoría de la Revolución Permanente combatió desde un primer momento las ideas de Stalin y, por dar este combate, fue acusado de agente del imperialismo, de no confiar en la revolución, de no confiar en la clase obrera, en los campesinos, etc., etc.

Evidentemente, Trotsky nunca defendió que la revolución no podía triunfar a nivel nacional (entre otras cosas porque él había sido uno de los máximos dirigentes de la revolución rusa). Lo que él defendía es que un país atrasado como Rusia no podía llegar al socialismo en forma aislada, que es una cosa diferente. Por el contrario, Stalin no solo defendía que la URSS, en forma aislada, podría llegar al socialismo sino que opinaba que la URSS ya era socialista. De esta forma la teoría de Stalin no sirvió solo para justificar la política de coexistencia pacífica con el imperialismo sino también para crear una enorme confusión en la cabeza de la izquierda y el proletariado mundial sobre los objetivos de nuestra lucha, confusión que se mantiene hasta hoy, incluso en las filas del trotskismo.

Stalin vulgarizó el ideal socialista. Hasta Stalin, para todo el marxismo, socialismo era sinónimo de un régimen superior al capitalismo en todos los terrenos. A partir de Stalin el socialismo comenzó a ser identificado con la socialización de la miseria. Socialismo era entendido por Marx como la primera fase del comunismo. Aquella en que aún los trabajadores no pueden recibir los productos de acuerdo con su necesidad ni pueden trabajar de acuerdo con su capacidad, pero que era superior en todos los terrenos al capitalismo.

El gobierno de Stalin decía: “No nos encontramos aún, naturalmente, en el comunismo completo, pero ya realizamos el socialismo, es decir el estadio inferior del comunismo”.

Coherente con su idea de que el socialismo sería una fase superior al capitalismo, Marx no esperaba que la primera revolución triunfase en la atrasada Rusia sino en la avanzada Francia, pero la historia nos jugó una mala pasada. El desarrollo desigual de la economía mundial hizo que los países atrasados no se pudiesen desarrollar más sobre bases capitalistas. Uno de esos países era Rusia, en donde triunfó la primera revolución socialista, y este hecho no previsto por Marx estableció una enorme distancia entre el triunfo de la revolución socialista y el socialismo.

Para que Rusia llegara al socialismo necesitaba alcanzar y pasar a las mayores potencias imperialistas y para Trotsky esto era imposible por la simple razón de que el mundo continuaba siendo dominado por el imperialismo. De esta forma, la batalla por el socialismo en la URSS se dirimía no solo en la arena nacional sino fundamentalmente en la internacional. De allí que este considerase la teoría de Stalin de “socialismo en un solo país” como una utopía reaccionaria. Pero lo importante a señalar, para entender la genialidad de Trotsky, es que este libro, La Revolución Traicionada, fue escrito en 1936, es decir en momentos en que todos los datos de la realidad parecían darle la razón a Stalin y no a Trotsky.

En esos años, el desarrollo de la Unión Soviética dirigida por Stalin, era impresionante. Trotsky habla de este tema en La Revolución Traicionada: “En los últimos diez años (1925-1935) la industria pesada soviética ha aumentado su producción en diez veces… Durante los tres últimos años, la producción metalúrgica aumentó dos veces, la del acero y la del acero laminado cerca de dos veces y media. En 1920, cuando se decretó el primer plan de electrificación, el país tenía 10 estaciones locales de una potencia total de 253.000 kilovatios. En 1935 ya había 95 estaciones locales con una potencia total de cuatro millones de kilovatios. En 1925, la URSS, tenía el 11º lugar en el mundo desde el punto de vista de la producción de energía eléctrica; en 1935, solo era inferior a Alemania y a los Estados Unidos. En la extracción de hulla, la URSS pasó del 10º lugar al 4º. En cuanto a la producción de acero, pasó del 6º al 3º. En la producción de tractores ocupa el 1º lugar del mundo. Lo mismo sucede con la producción de azúcar.”

Los resultados prácticos que se conseguían en la URSS provocaban una inmensa conmoción en todo el mundo. Los intelectuales cantaban loas al “Guía genial de los pueblos”. Los partidos comunistas a nivel mundial se masificaban e incluso muchos de los antiguos opositores de Stalin se autocriticaban y se declaraban sus fieles seguidores. Trotsky le dio una enorme importancia a estos números: “Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo prometedor de un florecimiento de la agricultura, el crecimiento extraordinario de las viejas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, son los resultados indiscutibles de la Revolución de Octubre, en la que los profetas del viejo mundo creyeron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, del cemento y de la electricidad. Aún en el caso de que la URSS, por culpa de sus dirigentes, sucumbiera a los golpes del exterior –cosa que esperamos firmemente no ver– quedaría, como prenda del porvenir, el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia.”

Pero Trotsky no se dejó engañar por esos mismos números: “Caracterizar el éxito de la industrialización solo por los índices cuantitativos, es lo mismo que querer definir la anatomía de un hombre valiéndose únicamente de su estatura, sin indicar el diámetro del pecho”.

“A pesar de su marasmo y su postración, el capitalismo posee una enorme superioridad en la técnica, en la organización y en la cultura del trabajo”, y agregaba: “Los coeficientes dinámicos de la industria soviética no tienen precedentes. Pero no bastarán para resolver el problema ni hoy ni mañana. La URSS sube partiendo de un nivel espantosamente bajo, mientras que los países capitalistas, por el contrario, descienden desde un nivel muy elevado” y para mostrar esto daba varios ejemplos, entre ellos uno muy significativo: “El consumo de papel es uno de los índices culturales más importantes. En 1935 se fabricaron en la URSS menos de cuatro kilos de papel por habitante; en los Estados Unidos más de 34 (contra 48 en 1928); en Alemania más de 47 kg.”

Después de exponer ese tipo de datos, Trotsky decía: “El régimen soviético atraviesa actualmente una fase preparatoria en la que importa, asimila, se apodera de las conquistas técnicas y culturales del Occidente. Los coeficientes relativos de la producción y del consumo atestiguan que esta fase preparatoria está lejos de clausurarse; aún admitiendo la hipótesis poco probable de un marasmo completo del capitalismo, esta fase durará aún todo un período histórico. Tal es la primera conclusión de extremada importancia a la que llegamos…”

Pero para Trotsky, esta enorme desigualdad entre las grandes potencias capitalistas y la URSS, que obligaba a esta a apoderarse de los avances de las primeras, obligaría al estado obrero a pagar un alto precio: “Cuando más tiempo esté la URSS cercada de capitalismo, tanto más profunda será la degeneración de los tejidos sociales. Un aislamiento indefinido debería traer inevitablemente, no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo.” Por este tipo de declaraciones Trotsky fue violentamente atacado porque, según sus críticos, no estaría confiando en el socialismo. Esos ataques no eran más que calumnias. Trotsky, en quien no confiaba era en la burocracia.

Por eso colocaba una condición para la victoria: “La clase obrera tendrá, en su lucha por el socialismo, que expropiar a la burocracia, y sobre su sepultura podrá colocar este epitafio: “Aquí yace la teoría del socialismo en un solo país”. La clase obrera de la URSS no logró expropiar a la burocracia y por eso lo que Trotsky anunciaba en 1936 que era inevitable, en la década del ’80 se transformó en una realidad. El capitalismo fue restaurado.

Trotsky, el enemigo mortal de la burocracia, supo diferenciar entre el Estado obrero burocratizado y su dirección. Por eso llamó a hacer una Revolución Política, que mantuviera las conquistas de Octubre (la propiedad nacionalizada, la planificación económica central y el monopolio del comercio exterior) pero que expulsara a la burocracia del poder y, más aún, señaló que si se restauraba el capitalismo esto provocaría “… una baja catastrófica de la economía y de la cultura”. Este pronóstico de Trotsky se confirmó totalmente y de esa forma desmintió a no pocos “trotskistas” que después de la restauración llegaron a la conclusión de que los trabajadores no tenían nada que defender del Estado obrero burocratizado.

Por responsabilidad directa de la burocracia, la clase obrera mundial perdió las últimas conquistas que quedaban de la Revolución de Octubre de 1917. Sin embargo, es necesario ver que la burocracia soviética pagó un alto precio por su traición. El aparato stalinista fue herido de muerte. De esta forma la clase obrera a nivel mundial se libró del mayor obstáculo que tenía para avanzar en dirección a su liberación.

Hoy en día vivimos una nueva etapa de gran ascenso: Irak, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Palestina y muchos países más son las pruebas de lo que decimos y ese nuevo ascenso no está mas ante la necesidad de enfrentar al poderoso aparato estalinista. Sin embargo no estamos frente a un “camino de rosas”. En la cabeza de los nuevos luchadores reina una enorme confusión y todo tipo de prejuicios que vienen de los procesos del Este, y eso dificulta la tarea de construir la dirección revolucionaria. Más aún, existen nuevas organizaciones, con nuevas direcciones, que encarnan esas posiciones y se transforman en importantes obstáculos para que las acciones revolucionarias de las masas continúen avanzando. ¿Podrán las masas vencer esos nuevos obstáculos? No lo podemos saber. La historia no esta escrita de antemano. Hay una batalla en curso y el tema es: ¿cuáles son las condiciones en que daremos esa batalla ? Y esta pregunta precisa ser respondida sin ambigüedad. Las condiciones, sin el aparato estalinista de por medio, son enormemente mas favorables a la clase obrera y a las masas. Entonces, sin duda podemos decir: tenemos derecho a ser optimistas.

Publicado originalmente en http://www.aporrea.org/actualidad/a26438.html

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