El materialismo dialéctico y ecológico de Engels
Es innegable que Marx nutría una profunda curiosidad sobre el desarrollo de las ciencias de su tiempo, no solamente de las ciencias naturales como de las ciencias humanas, lo que quedó evidente en su cuaderno de estudios sobre Lewis Henry Morgan, que acabó tornándose la materia prima del libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, escrito en 1884 por Friedrich Engels (1820-1895). No obstante, fue el propio Engels quien más dedicó atención a los problemas de las ciencias y de la relación entre el ser humano y la naturaleza bajo el prisma del materialismo dialéctico, mientras Marx se encontraba absorbido por su investigación en economía política, desvelando los engranajes de la explotación capitalista.
Por: Jeferson Choma
Y ambos trabajaron juntos en un proyecto de organización independiente del movimiento obrero, sobre la base de un programa revolucionario, que se manifestó en iniciativas como la elaboración del Manifiesto del Partido Comunista y, posteriormente, en la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT).
Fue un Engels maduro quien escribió Dialéctica de la Naturaleza, obra inacabada y que contiene solo anotaciones y fragmentos para un proyecto de libro nunca concluido. Incluso así, son muy interesantes sus pasajes y notas incompletas sobre cómo la lógica dialéctica puede contribuir sustancialmente en el entendimiento de los procesos naturales a partir de una aproximación de las ciencias con la filosofía, a la luz de los descubrimientos científicos revolucionarios de los que era testigo.
En el siglo XX esa obra fue muy criticada por autores como Lukács y otros influenciados por la Escuela de Frankfurt. Un ejemplo es el libro El Concepto de Naturaleza en Marx, de Alfred Schmidt, un trabajo de doctorado orientado por Max Horkheimer, en el cual Engels es acusado de caer en una metafísica dogmática y presentar una interpretación de la naturaleza desligada de toda la praxis humana[1]. Engels también fue acusado de “desvíos positivistas”, ya que él –así como los positivistas[2]– buscaba aplicar un método que fuese válido tanto en las ciencias sociales como en las ciencias naturales.
La mayoría de las críticas a Engels están desprovistas de cualquier referencia o conocimiento sobre ciencias naturales, lo que resultó en la total imposibilidad de comprender en profundidad las conexiones ecológicas contenidas en su pensamiento y en el de Marx. Ambos no eran ajenos a las ciencias naturales y a las transformaciones tecnológicas de su época.
Schmidt, por ejemplo, cita en varios momentos el concepto de falla metabólica de Marx. Con todo, lo hace sin bajarlo a tierra, sin relacionar las condiciones materiales naturales y sin explicar el contexto histórico de su surgimiento en el pensamiento de Marx[3]. En realidad, su crítica se basa en abstracciones filosóficas que, en muchas ocasiones, flirtean con el idealismo.
Mientras tanto, en las críticas hechas a la obra de Engels, tanto por autores de la Escuela de Frankfurt como por Lukács, hay también, claramente, un rechazo al positivismo y a su generalización arbitraria de los métodos de las ciencias naturales aplicados a las ciencias humanas, como fue el darwinismo social, una ideología reaccionaria burguesa que sirvió para “naturalizar” el dominio de los capitalistas y la explotación de los trabajadores. No es que Engels fuese positivista, el problema es que muchos marxistas de la Segunda Internacional fueron muy influenciados por el evolucionismo.
Kautsky, por ejemplo, comprendía la obra de Marx como una síntesis entre marxismo y darwinismo y que ambos tenían en común el hecho de ser teorías de la evolución. En su interpretación de Marx, la “[…] evolución social fue así situada en el marco de la evolución natural; el espíritu humano, incluso en sus manifestaciones sociales, era explicado como siendo una parte de la naturaleza […]”[4].
El principal teórico de la socialdemocracia alemana entendía que las leyes de la sociedad podían ser definidas por leyes sociales, y el marxismo sería simplemente un medio de búsqueda científica de las leyes de la evolución y del movimiento del organismo social.
Plejánov, “el padre del marxismo ruso”, fue otro autor bastante influenciado por el evolucionismo. Para él, ni la historia ni la naturaleza dan saltos, todo el mundo solo se transforma lenta y gradualmente. En su entender, la lucha de clases dejó de ser el motor de la historia y cedió lugar a la evolución de las fuerzas productivas. “Así como Darwin enriqueciera la biología con la teoría de las especies, tan admirable en simplicidad como rigurosamente científica, los fundadores del socialismo científico también nos mostraron, en la evolución de las fuerzas productivas y en la lucha de estas fuerzas contra las formas sociales de producción atrasadas, el gran principio de la transformación de las especies sociales”[5].
Mucho de ese materialismo dogmático fue rescatado por el estalinismo, y el “materialismo dialéctico” se convirtió en una ideología de Estado que sirvió para corroborar una pseudociencia materialista al servicio de una odiosa burocracia que se había apropiado del poder soviético. De cierto modo, el estalinismo creó un positivismo invertido: si el positivismo buscaba extraer de las ciencias naturales una ideología para naturalizar las relaciones sociales, el estalinismo ideologizaba las ciencias de la naturaleza a partir de la política.
El Caso Lysenko es uno de los más repugnantes episodios de la ideologización de las ciencias en la Unión Soviética. En los años 1930, Lysenko inició una torpe campaña de calumnias contra la genética mendeliana, alegando que ella no era “dialéctica” ni “materialista” y que incluso poseía desvíos burgueses. Los genetistas soviéticos llegaron a ser llamados “saboteadores trotskistas” que defendían una “ciencia burguesa”, el neodarwinismo, esto es, la genética moderna. En su lugar, se promovió una autotitulada “genética soviética” que negaba la propia existencia de los genes y valorizaba “el medio ambiente”, los “factores externos”[6].
El estalinismo transformó el “materialismo dialéctico” en un materialismo tosco travestido de “dialéctico” hasta tornarlo una cartilla que todos los científicos deberían reverenciar y, por veces, citar algún pasaje del libro de Engels, en busca de una verdadera “ciencia proletaria”. Dentro de la Unión Soviética el resultado para las ciencias fue catastrófico, especialmente en el campo de la biología, y fuera de ella muchos científicos se alejaron de la dialéctica por asociarla con las atrocidades científicas cometidas por el estalinismo.
Pero ni Engels ni su libro tienen alguna responsabilidad por esa deformación grotesca o por el hecho de que el estalinismo le imputara normas ideológicas a la pesquisa científica. Al contrario, las anotaciones de Engels son una declaración de guerra contra las visiones mecanicistas y reduccionistas de la naturaleza, y no solo contra las formas idealistas de pensamiento contenidas en las ciencias naturales. Contra un materialismo tosco, Engels presenta una visión dialéctica de las relaciones seres humanos-naturaleza y también de la propia manera de ver los procesos naturales. Una visión radicalmente opuesta al reduccionismo, que ve los fenómenos en fragmentos aislados y que, por lo tanto, poseen propiedades a ser estudiadas aisladamente. “El todo de la naturaleza accesible a nosotros –explica Engels– forma un sistema, una totalidad interconectada de cuerpos, y por cuerpos entendemos aquí como existencias materiales que se extienden de estrellas a átomos”, explica.
Engels opone al materialismo vulgar la dialéctica como un método heurístico, útil a una visión más refinada de la complejidad de la naturaleza y de las ciencias que la estudian. No por casualidad, su obra influenció muchas décadas después a toda una generación de biólogos anglosajones, como Stephen Jay Gould, Richard Lewotin, Richard Levins, Steven Rose y Leon Kamin, que polemizaron contra formas actuales de reduccionismo científico, como la sociobiología que explica comportamientos como el racismo y la agresión como determinados genéticamente.
Es importante notar que en la época en que Engels escribió sus anotaciones, el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo, la filosofía y las ciencias naturales avanzaban cada vez más distanciadas entre sí, y cada vez más se cristalizaba la tendencia a la especialización. Las discusiones filosóficas eran vistas como meras especulaciones. Justus von Liebig, químico alemán que tanto influenció a Marx en el desarrollo del concepto de falla metabólica, responsabilizaba a las especulaciones filosóficas por haber atrasado el progreso de las ciencias naturales en Alemania por más de cincuenta años[7].
En este sentido, Engels procuraba una reaproximación de la filosofía y de la ciencia y su obra procuraban movilizar lo mejor de las categorías lógicas de la dialéctica hegeliana para exponer un abordaje filosófico original de los procesos naturales.
Fue en esa obra que Engels combatió su noción de inmutabilidad de la naturaleza y defendía que la materia está en permanente transformación, y que hay cambios abruptos, del tipo “saltos”, en el transcurso de los procesos naturales. Por eso su entusiasmo con Darwin, pues veía en él a alguien que finalmente presentaba una concepción de que la naturaleza tenía un desarrollo histórico. Además, su conocida asertiva respecto de la transformación de cantidad en calidad influenció la noción de desarrollo “por saltos” presente en la teoría del equilibrio puntuado de Stephen Jay Gould[8].
Un ejemplo de la sofisticación de su pensamiento es el hecho de ser Engels el primero en ver en la teoría de Darwin la explicación práctica de la ligazón interna entre contingencia y necesidad. Así lo explica:
“En su obra que hizo época, Darwin parte de la base factual más amplia que reposaba en la contingencia. Son precisamente las diferencias infinitas creadas por el acaso entre individuos en el interior de cada especie, diferencias que se acentúan hasta hacer reventar el carácter de la especie y de que incluso las causas más inmediatas solo pueden ser demostradas en casos muy raros, que obligan a reconsiderar los fundamentos anteriores de cualquier ley biológica: la noción de especie en su rigidez e inmutabilidad metafísica de otrora. Pero sin la noción de especie, toda ciencia caería. Ninguna de esas ramas podría ignorar la noción de especie como base: ¿qué serían, sin ella, la anatomía humana y la anatomía comparada, la embriología, la zoología, la paleontología, la botánica, etc.?”[9]
No hay ningún propósito definido en la evolución de la vida. El proceso no transcurre con el objetivo de formar siempre organismos más complejos o más “evolucionados”. La selección natural no funciona como un ingeniero que actúa con un proyecto y busca perfección. No hay ningún plan definido.
El surgimiento de nuevas especies está relacionado con la variabilidad de los organismos. Variaciones que ocurren aleatoriamente y que son heredadas por sus descendientes. Tales características se tornan predominantes en generaciones sucesivas de una población de organismos que se reproducen, al mismo tiempo en que otras características se tornan menos comunes y pueden desaparecer.
No hay ninguna forma predirigida para que la variación se incline hacia características más favorables. Por el contrario, en general las variaciones de nuevos organismos no resultan en ventajas adaptativas al medio, y su destino, inexorablemente, es su extinción. No obstante, hay variaciones casuales que pueden resultar en alguna ventaja adaptativa, y ese organismo sobrevivirá y pasará sus características a sus descendientes. Como afirma Stephen Jay Gould, “la evolución es una mezcla de acaso y necesidad, acaso en el nivel de variación, necesidad en el trabajo de selección”[10].
Engels, naturaleza e historia
En lo que se refiere a la naturaleza, entendida como procesos biogeoquímicos, Engels compartía la misma visión de Marx. En La ideología alemana ambos criticaron las limitaciones del materialismo estático de Feuerbach, subrayando su incapacidad de aprehender el mundo como un proceso, como una materia comprendida en una continua formación histórica, incluyendo la relación de la naturaleza con la vida práctica humana.
Marx y Engels concuerdan con Feuerbach sobre el primado de la naturaleza externa, que se presenta independiente de la existencia humana, siendo aprendida por nuestra capacidad sensorial. No obstante, los dos pensadores alemanes van mucho más allá. Para Feuerbach, la naturaleza es meramente contemplativa. Él ignora que la percepción sensorial está hecha por hombres históricos reales. Sobre eso, Marx y Engels explican:
Él [Feuerbach] no ve cómo el mundo sensible que lo rodea no es una cosa dada de inmediato por toda la eternidad y siempre igual a sí misma, sino el producto de la industria y del estado de cosas de la sociedad, y eso precisamente en el sentido de que es un producto histórico, el resultado de la actividad de toda una serie de generaciones, cada una de las cuales sobrepasaba la precedente, desarrollando su industria y su comercio, modificando su orden social en función de la modificación de las necesidades. (…) Como se sabe, el cerezo, como casi todos los árboles frutales, fue trasplantado para nuestra región por el comercio, hace apenas algunos siglos y, por lo tanto, fue dada ‘certeza sensible’ de Feuerbach solo mediante esa acción de una sociedad determinada en una determinada época[11].
De ese modo, el propio mundo sensorial ya no existe más en su forma originaria, pues se tornó el repositorio de la actividad desencadenada por sucesivas generaciones de hombres, esto es, el propio medio, la naturaleza, fue continuamente transformado por la acción humana. Esa naturaleza presentada por Feuerbach, ironizan Marx y Engels “[…] no existe en nuestros días, con excepción, tal vez, de una u otra isla de coral australiana de origen reciente […]”.
Desde el surgimiento de la especie humana, por lo tanto, se inició un proceso de transformación de la naturaleza, donde no existe ningún ambiente natural que no haya sido afectado por la historia y por la cultura de las diferentes sociedades que se presentaron en el curso de la civilización, y cada formación histórica presentó una forma de relacionarse con la naturaleza. De ahí la famosa frase de Marx, “la naturaleza sin el hombre no es nada”, está bien distante de frecuentes interpretaciones idealistas.
La naturaleza tiene su propio desarrollo comandado por procesos biogeoquímicos, independiente de la acción humana. Pero desde el surgimiento de la especie humana, nuestra historia se entrelaza con la historia de la naturaleza. Así, defiende Marx, el hombre siempre tuvo delante de sí “una naturaleza histórica y una historia natural”.
Años más tarde, Engels retoma esa discusión de una manera aún más explícita:
Pues, nosotros no vivimos solo en la Naturaleza sino también en la sociedad humana, y también esta tiene su historia de desarrollo y su ciencia, no menos que la Naturaleza. Se trataba, por lo tanto, de poner la ciencia de la sociedad, esto es, el conjunto de las llamadas ciencias históricas y filosóficas, en consonancia con la base materialista y de reconstruirlas a partir de ella. Esto, sin embargo, no fue dado a Feuerbach. Aquí, él permaneció, a pesar de la ‘base’, preso en los lazos idealistas tradicionales […][12]
Engels ecológico
Pero Engels también se destacó por sus preocupaciones ecológicas y la destrucción del medio ambiente provocado por la sociedad capitalista. Tales preocupaciones quedan explícitas en su famoso manuscrito, “El papel desempeñado por el trabajo en la transición del mono al hombre”, en el cual Engels presenta una comprensión incitante sobre el papel del trabajo en el desarrollo de los seres humanos. Él refuta la visión unilateral de que nuestra evolución fue impulsada por un cerebro en crecimiento. El bipedismo permitió el desarrollo del cerebro y de las manos; las manos humanas se liberaron para que los seres humanos pudiesen transformar la naturaleza y a sí mismos. El desarrollo de las manos es visto por Engels como parte “de todo un organismo extremadamente complejo”. “Aquello que revertía en provecho de la mano, revertía en provecho del cuerpo entero, cuerpo al servicio del cual ella trabajaba […]” (p. 174).
Es necesario hacer algunas correcciones a Engels, que sugiere en su manuscrito nociones lamarckianas como la transmisión de caracteres adquiridos. Solo en el siglo XX la genética mendeliana refutará totalmente esas ideas. Pero no por eso debemos dar menor atención a su abordaje dialéctico. La naturaleza es vista como un todo, un complejo de relaciones de intercambios recíprocos, incluso entre los organismos bióticos y abióticos y su íntima conexión, conforme Darwin había demostrado y posteriormente fue desarrollado por la propia biología y geología.
Así como Marx, Engels también veía que el trabajo mediaba la relación del metabolismo entre los seres humanos con la naturaleza. El proceso de trabajo es condición universal de la relación metabólica ser humano/naturaleza. Pero, a diferencia de otros animales, hay un propósito, una intencionalidad en la realización de un trabajo humano. Si un animal destruye una vegetación cualquiera sin tener conciencia de esa acción, el ser humano destruye una vegetación para sembrar y cultivar el suelo; domestica plantas y animales útiles a punto de dejarlos irreconocibles, y los transfiere de una región a la otra, modificando todo un sistema ecológico, transformando el paisaje, se apropia de territorios. Y, de ese modo, establece una coevolución con su ambiente y las criaturas que modificó.
En esa relación, los seres humanos afirman su propia objetividad y subjetividad, modifican el medio ambiente y, al mismo tiempo, a sí mismos. Es por el trabajo que los seres humanos extienden su horizonte, puesto que por su acción cada elemento natural, cada potencial contenido en él, muestra propiedades hasta entonces ignoradas. Basta recordar la ancestral domesticación de plantas o incluso nuestro entendimiento actual de la energía contenida en un átomo de hidrógeno.
Al actuar sobre la naturaleza y transformarla, los seres humanos profundizan lazos de sociabilidad entre los miembros de la sociedad, multiplican la asistencia mutua, promueven la cooperación común, y transmiten esos conocimientos a las generaciones futuras. Imagine, por ejemplo, como fue para los primeros seres humanos la invención de una simple canoa, que quebró barreras naturales hasta entonces insuperables y les permitió abrir nuevos horizontes, rompiendo límites geográficos [también] hasta entonces insuperables. Eso transformó totalmente su mentalidad sobre el mundo y su relación con la naturaleza. Pero la invención de una simple canoa, por más rústico y primitivo que haya sido su proyecto, requiere movilizar y coordinar esfuerzos y experiencias de todo un grupo social para construirla: escoger (o reconocer) una madera adecuada, movilizar a personas para cortarla, imprimir en ella con el trabajo de la mano humana lo que fue pensado en el cerebro, las formas adecuadas para que flote, resista las intemperies y las largas travesías, etc.
Fabricar un instrumento como ese suscitó aptitudes hasta entonces desconocidas por aquellos hombres y mujeres, transformó las relaciones entre ellos, transformó al individuo, la sociedad, su visión de mundo, su relación con la naturaleza, el lenguaje, y la propia especie. Del mismo modo, la actividad de la caza o la invención de la agricultura también dejaron a los humanos más hábiles, inteligentes y astutos.
A pesar de exhibir algunas veces cierto tono “triunfalista” en sus líneas sobre los hechos realizados por la civilización, algo típico de su época, que asistía en velocidad avasalladora los descubrimientos científicos, Engels revela al mismo tiempo una profunda conciencia ecológica identificando los límites de la naturaleza. Tenía plena conciencia de que estaba testimoniando grandes innovaciones técnicas revolucionarias que transformarían el mundo. Pero también alertaba sobre problemas ecológicos causados por muchas de esas innovaciones y descubrimientos que, incluso, podrían resultar en la desaparición de especies y ecosistemas. En tono de advertencia sobre el supuesto dominio humano de la naturaleza, escribió:
[…] no nos lisonjeemos demasiado con nuestras victorias sobre la naturaleza. Es verdad que las primeras consecuencias de esas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen consecuencias muy diversas, totalmente imprevistas y que, con frecuencia, anulan las primeras. Los hombres que en la Mesopotamia, en Grecia, en Asia Menor y otras regiones devastaron los bosques para obtener tierra de cultivo, ni siquiera podían imaginar que, eliminando junto con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos de los Alpes, que destruyeron en las costas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto cariño en las costas septentrionales, no tenían idea de que con eso estaban […] privando de agua a los manantiales de sus montañas, y que durante la estación de lluvias se producirían inundaciones aún más furiosas. […] A cada paso, la naturaleza se venga. […] los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como conquistadores sobre un pueblo extranjero sometido, como alguien que estaría más allá de la naturaleza, sino que le pertenecemos como nuestra carne, nuestro cerebro, que nos zambullimos en ella y que el dominio que sobre ella ejercemos reside en la ventaja que tenemos sobre otras criaturas de conocer las leyes y de poder servirnos de ellas razonablemente[13].
En tiempos en que la humanidad se ve acosada por una pandemia causada por la apropiación mercantil de la naturaleza y por cambios climáticos que amenazan toda la civilización, esas palabras suenan como proféticas e intentan, sí, despertar un justo alarmismo en medio de una sociedad embriagada por la ideología del progreso.
Engels sabía que el desarrollo de las ciencias servía a los señores del capital, incrementando la apropiación de la plusvalía relativa. Pero nunca presentó una visión unilateral reprobando los avances de la ciencia, toda vez que ella podría servir de vía para la superación de la alienación del ser humano frente a la naturaleza: “[…] cuanto más caminamos en esta vía, más sentiremos lo mejor y sabremos que nosotros y la naturaleza formamos un todo, y más imposible se volverá la idea absurda y antinatural de una oposición entre el espíritu y la materia, el ser humano y la naturaleza, el alma y el cuerpo[…]”[14].
Pero creer que el desarrollo científico va por sí solo a salvarnos de la catástrofe ambiental, permitiendo una relación más regulada con el medio ambiente, es tan ingenuo como responsabilizar al desarrollo científico por los desequilibrios ambientales. Sobre eso, ya alertaba Engels: “[…] para conseguir esa regulación, hace falta algo más que mero conocimiento. Precisamos de una revolución completa de nuestro modo de producción dominante hasta los días de hoy y, con él, de toda nuestro orden social existente”[15].
La profunda concepción dialéctica sobre la dinámica de los sistemas naturales está en perfecta consonancia con aquello que Ernst Haeckel llamó en 1866, ecología. Pero, como vimos arriba, el estudio sobre ecosistemas precisa tomar en cuenta el desarrollo histórico de las sociedades. El “factor antrópico” no debe ser una mera abstracción de contabilidad sobre el desequilibrio del flujo energético de un ecosistema. Es preciso explicar la razón del desequilibrio del flujo energético, que está en la explicación de cómo una sociedad es estructurada, en las luchas entre clases sociales, en los intereses económicos y en las relaciones de poder que rigen la apropiación realizada por las clases sociales de una fracción de costra terrestre. Al final, ¿quién es el antrophos responsable por el calentamiento global y por la destrucción de los ecosistemas en una escala global que ni Engels ni Marx imaginaron?
El desarrollo de nuestra comprensión sobre la naturaleza refuerza el alerta de Engels: “no reinamos sobre la naturaleza como conquistadores”. Pandemias y cambios climáticos provocados por el capitalismo exigen la necesidad de la superación de este sistema basado en la explotación del trabajo y de la naturaleza. Exigen la creación de una sociedad socialista, que revolucione las relaciones sociales y las fuerzas productivas, para que seres humanos superen su alienación en relación con el producto de su trabajo y se reconozcan como parte de la naturaleza, aquella que piensa sobre sí misma.
Notas:
[1] La mayor demostración de ese argumento está en la segunda parte del primer capítulo de la obra de Alfred Schmidt, El concepto de la naturaleza en Marx. Madrid: Ed. Siglo Veintiuno, 1977.
[2] El positivismo es una corriente filosófica que surgió en Francia en el siglo XIX, con Auguste Comte, y fue desarrollada por pensadores como Herbert Spencer y Émile Durkheim. El positivismo alega que la sociedad precisa ser estudiada con un riguroso “método científico imparcial”. Para eso, aplica el mismo método utilizado en las ciencias naturales para el estudio de las ciencias sociales. Durkheim, por ejemplo, comparaba la sociedad con un organismo biológico, “un sistema de órganos en el cual cada uno tiene su papel en particular”. Ciertos órganos tienen una situación especial y privilegiada, lo que es natural para el bien funcionamiento de todo organismo. De ese modo, el positivismo justificaba los privilegios de clase y el orden social establecido. El darwinismo sirvió a esa ideología cuando conceptos como “sobrevivencia del más apto” fueron importados a las ciencias sociales para justificar el dominio de clases.
[3] Para saber más, lea: https://www.pstu.org.br/usar-marx-para-entender-e-enfrentar-a-crise-ecologica/
[4] KAUTSKY, Karl. Las tres fuentes del marxismo. San Pablo: Centauro, 5° ed., 2002, p. 17.
[5] PLEJÁNOV, G. V. Los Principios Fundamentales del Marxismo. Disponible en: https://www.marxists.org/portugues/plekhanov/1908/principios/index.htm
[6] Lysenko despreciaba muchos aspectos de la teoría de la evolución de Darwin, y sugirió un abordaje evolutivo que se apoyaba en las ideas de Jean-Baptiste Lamarck, de inicios del siglo XIX, que era que los organismos podrían adquirir trazos en sus vidas y pasarlos a través de la herencia a sus hijos. Arraigado al argumento de que el cambio de genotipo es resultado de las influencias externas, del medio ambiente, Lysenko fue a la guerra contra la genética mendeliana y contra el botánico Nikolai Vavílov, su más notable defensor. Esa teoría, entre tanto, ya estaba absolutamente superada en la época y carecía totalmente de evidencias empíricas. La mayoría de los biólogos evolucionistas, como Vavílov, defendía que en los procesos evolutivos las características de un organismo vivo eran heredados genéticamente de sus ancestrales.
[7] UTZ, Konrad,; SOARES, Marly Carvalho (Org.). A noiva do espírito: naturaleza en Hegel [La novia del espíritu: naturaleza en Hegel]. Porto Alegre: EDIPUCRS, 2010.
[8] Para saber más: GASPER, Phil. “El biólogo dialéctico, Stephen Jay Gould”, en: Marxismo Vivo n.° 6, noviembre de 2002. Disponible en: http://marxismovivo.org/wp-content/uploads/2019/01/Primera-Epoca/POR/MV6/MV6pt/mv06pt.pdf
[9] ENGELS, Friedrich. Dialéctica de la Naturaleza, Lisboa: Ed. Presença, 1974, p. 230.
[10] GOULD, Stephen Jay. Darwin y los Grandes Enigmas de la Vida, San Pablo: Martins Fontes, s/d, p. 2.
[11] MARX, K; ENGELS, F. La ideología alemana, San Pablo. Ed. Boitempo, 2005, p. 32.
[12] ENGELS, Friedrich. Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Disponible en: https://www.marxists.org/portugues/marx/1886/mes/fim.htm
[13] ENGELS, Friedrich. Dialéctica de la Naturaleza. Lisboa: Ed. Presença, 1974, pp. 182-183.
[14] ídem, p. 183.
[15] Ídem, p. 184.
Traducción: Natalia Estrada.