El marxismo y la lucha contra la opresión nacional y colonial
Texto aprobado por el CEI de la Liga Internacional de los Trabajadores (2012)
INTRODUCCIÓN
El problema de la dominación imperialista de los países semicoloniales (y de las colonias propiamente dichas que perduran) así como la opresión de las nacionalidades sin Estado y de las minorías nacionales, es un componente central de la lucha por la revolución mundial.
No solo gran parte de los países del mundo son semicolonias oprimidas, sino que también en la abrumadora mayoría de ellas existen graves problemas de opresión sobre las minorías nacionales. Los problemas de opresión nacional siguen igualmente perviviendo en los países imperialistas.
Esta opresión es uno de los elementos centrales que separan a las masas trabajadoras de los países semicoloniales de las clases obreras metropolitanas y que, asimismo, dividen profundamente a la clase obrera dentro de los Estados plurinacionales.
Entre los ejemplos más sangrantes de opresión nacional tenemos a Palestina y el Kurdistán en Medio Oriente. En el Sur de Asia tenemos a Cachemira en la India, o a los tamiles en Sri Lanka. En el Sudeste asiático tenemos los Aceh en Indonesia, o los rohinyas en Myanmar. En África, cuyos Estados se rigen por las fronteras coloniales, la opresión de las minorías nacionales se extiende a la gran mayoría de sus países. Varios Estados africanos continúan siendo, de hecho, colonias francesas, con destacamentos militares permanentes y gobiernos títeres de la metrópoli. En China tenemos el Tíbet y Xingiang, además de los casos específicos de Hong Kong y Taiwán. En Rusia nos encontramos con Ucrania, Chechenia y/o Daguestán. En América del Sur y Centroamérica la opresión sobre los negros y los pueblos originarios es una realidad generalizada.
En EEUU, los negros y latinos enfrentan una opresión generalizada y tenemos también el problema colonial de Puerto Rico. En Europa afrontamos problemas nacionales en el Estado español (Cataluña, País Vasco y Galicia), en Francia (sus colonias ultramarinas, Córcega…) o en Gran Bretaña, donde pervive la herida de Irlanda del Norte y resurge la reivindicación nacional en Escocia y Gales. En el Este europeo, los Estados de la antigua Yugoslavia y/o los Países Bálticos, nos topamos con el problema de las minorías nacionales, que se sigue arrastrando desde el siglo XIX, con dos guerras mundiales de por medio.
Todo lo anterior quedaría incompleto si no nos refieriésemos a la grave opresión que padece la población inmigrante, en particular en los países imperialistas, y también en los semicoloniales. Este grupo de población, que no para de crecer y constituye una parte importante de la clase trabajadora de esos países, sufre una brutal discriminación social y política y es objeto de una ofensiva xenófoba y racista generalizada, con un sector carente de los más mínimos derechos y en riesgo permanente de deportación.
En este documento vamos a hacer un esfuerzo para estudiar a nuestros maestros, con el fin de fundamentar el programa y el método marxistas para luchar contra la opresión de las nacionalidades y países oprimidos. Una metodología que, por otro lado, nos ayuda también a encarar la lucha contra el conjunto de opresiones.
I. MARX Y ENGELS
Para entender bien sus aportes es preciso ubicarnos en la época histórica a cuyos problemas trataron de dar respuesta y, asimismo, tomar en cuenta la maduración de su pensamiento, que se fue enriqueciendo con cambios sustanciales. Esta evolución fue constante: desde el Manifiesto Comunista de 1848 y las revoluciones del mismo año o los primeros escritos de Marx sobre la India (1853) hasta su política ante la guerra civil norteamericana, el giro en la política irlandesa de 1867, o el prólogo a la edición rusa del Manifiesto Comunista de 1882.
La actividad política y teórica de Marx y Engels transcurrió entre la gran tormenta europea de las revoluciones de 1848, la intensa vida de la Primera Internacional (1864-1876) –cuyo final vino sentenciado por la Comuna de París de 1871– y la creación de la Segunda Internacional en 1889. Dicha actividad no acabó hasta su muerte, la de Marx en 1883 y la de Engels en 1895.
Fue una época cruzada por tres grandes procesos: una lucha democrática general en Europa (expresada en las revoluciones de 1848) para acabar con los regímenes absolutistas y semifeudales; la emergencia del proletariado europeo como fuerza autónoma, paralela al desarrollo capitalista del continente; y el desarrollo de una fuerte expansión colonial europea.
La lucha por la revolución democrática frente a los restos feudales se expresaba en grandes movimientos nacionales como el alemán, que, tomando como referencia el modelo de la Revolución Francesa de 1789, buscaban la constitución de amplios espacios económicos unificados bajo un gran Estado nacional, necesario para el desarrollo del capitalismo y, con él, de la propia clase obrera. Debe tenerse en cuenta que el mapa europeo de la época era radicalmente distinto del actual: estamos hablando de una Confederación Germánica formada por 39 Estados distintos y de una Italia dividida en siete Estados diferentes. De hecho, la plena unificación de Alemania y de Italia no tuvo lugar hasta 1871.
Los movimientos democrático-nacionales burgueses se enfrentaban a la feroz respuesta de la “Santa Alianza” absolutista constituida tras la derrota napoleónica, formada por la Rusia de los zares, el Imperio austro-húngaro y el reino de Prusia. La Rusia zarista, en pleno apogeo, era la gran potencia reaccionaria europea de la época y el garante principal del orden semifeudal. Como escribía Engels: “Derribar el zarismo, suprimir esa pesadilla que pesa sobre toda Europa, he aquí la que, según nuestra opinión, es la condición primera para la emancipación de las naciones de Europa central y oriental”.
La lucha del movimiento obrero convergía durante este período con estos movimientos democráticos nacionales. Las tareas más inmediatas de la revolución alemana coincidían con la lucha por su unificación nacional, siendo Alemania el gran eje de la revolución en Europa central y oriental. La lucha por la unificación e independencia de Polonia era, asimismo, desde la Revolución Francesa, bandera internacional del movimiento obrero europeo. Polonia tenía una enorme importancia estratégica dado que estaba ocupada y dividida entre las tres potencias de la Santa Alianza. Como señalaba Engels: “El reparto de Polonia es el cemento que liga entre ellos a los tres grandes despotismos militares: Rusia, Prusia y Austria. Tan solo el restablecimiento de Polonia puede romper este ligamen y liquidar de este modo el mayor obstáculo para la emancipación de los pueblos europeos”. Del mismo modo encaraban la batalla por la unidad e independencia de Hungría y de Italia, esta última enfrentada con el Imperio austro-húngaro, que ocupaba la Lombardía y el Véneto, y con la permanencia de los Estados pontificios.
Pero, como Marx y Engels señalaron, ya no se hallaban en el año 1648 (Revolución Inglesa) ni en 17891794 (la Gran Revolución Francesa), es decir, en la época de las revoluciones burguesas contra el feudalismo. Por el contrario, Europa había entrado ya en la época de las revoluciones proletarias, aunque inicialmente las condiciones económicas para el socialismo solo estuvieran aún plenamente maduras en Inglaterra.
Justo cuando estallaban en el continente las revoluciones de 1848, Marx y Engels publicaban en Londres el Manifiesto Comunista, donde definen el proletariado como una clase internacional con los mismos intereses de clase en los diferentes países (“los trabajadores no tienen patria”). Una clase cuya lucha es nacional “por su forma” pero no por su contenido, que es internacional, como lo es la revolución proletaria.
Las revoluciones de 1848, en las que participaron de manera personal en Alemania, eran para Marx y Engels el inicio de un período de grandes convulsiones revolucionarias que, tras un período breve de dominación burguesa, iban a llevar al proletariado al poder.
Así, escriben en el Manifiesto: “Los comunistas fijan su principal atención en Alemania, porque Alemania se halla en vísperas de una revolución burguesa [que] no podrá ser sino el preludio inmediato de una revolución proletaria”. Un proceso que entendían como una “revolución permanente”, según Marx señalaba en el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas (marzo de 1850).
Los ritmos históricos, sin embargo, no acompañaron las previsiones de Marx y Engels. Como señala Trotsky en su trabajo A 90 años del Manifiesto Comunista: “Los autores del Manifiesto pensaban que el capitalismo podría tirarse a la basura mucho antes de que se transformara de régimen relativamente reaccionario en régimen absolutamente reaccionario”.
1.1 Marx y Engels, las revoluciones de 1848 y el problema de los “pueblos sin historia”
Marx y Engels combatieron duramente a Proudhon por hacer caso omiso de la lucha nacional de Polonia y “negar” el problema nacional en nombre de un reclamo abstracto de revolución social. Durante las revoluciones de 1848, sin embargo, su enfrentamiento político fue principalmente contra Bakunin, defensor del “principio de las nacionalidades” y del “paneslavismo democrático”.
La manifiesta superioridad de Marx y Engels en su polémica con Bakunin se debió a su realismo revolucionario frente al romanticismo revolucionario de Bakunin y a que en todo momento subordinaron los movimientos nacionales a los intereses generales de la revolución europea. Sin embargo, como escribió Rosdolsky3, hay que hacer justicia a Bakunin y reconocerle no solo su subjetividad y entrega revolucionarias, sino una intuición superior en relación con el futuro histórico de los pueblos eslavos, a los que Engels había condenado a la desaparición nacional y la asimilación.
El gran punto débil de la batalla de Marx y Engels en las revoluciones de 1848 fue la teoría de los “pueblos sin historia” defendida por Engels (y compartida, de hecho, por Marx): una teoría heredada de Hegel, que incluía como un todo indiferenciado a los pueblos austroeslavos (los checos y los eslavos del Sur, es decir, los croatas, serbios, ucranios, eslovacos, búlgaros, rumanos, eslovenos…), a los que les negaba el derecho a la autodeterminación nacional, que quedaba reservado para los “pueblos históricos” (Alemania, Italia, Polonia y Hungría).
Cuando los austroeslavos se aliaron en 1849 con la Rusia zarista contra la Revolución Húngara y con los Habsburgo contra la revolución en Austria, Engels culpó a estos pueblos de la derrota, acusándolos de traicionar la revolución “por amor a sus mezquinas esperanzas nacionales”. Los caracterizó como “pueblos sin historia”, “pueblos reaccionarios” condenados por su propio pasado a la desaparición, a ser asimilados por pueblos superiores, que encarnaban el progreso y la civilización (en este caso, alemanes y húngaros).
1 Román Rosdolsky, Engels y el problema de los pueblos sin historia .
Estos pueblos condenados eran, según Engels: “ desechos de pueblos, [que] se convierten cada vez, y siguen siéndolo hasta su total eliminación o desnacionalización, portadores fanáticos de la contrarrevolución, así como toda su existencia en general ya es una protesta contra una gran revolución histórica”. Para salvar la revolución –decía Engels– estos pueblos debían “desistir de la nacionalidad”.
Mencionamos todo esto para entender que el desarrollo del marxismo no es un proceso lineal. En verdad, las posiciones de Engels sobre los “pueblos no históricos” eran, como escribe Rosdolsky, una “herencia de la concepción idealista de la historia y, por tanto, un cuerpo extraño en el edificio teórico del marxismo”.
Para comprender por qué Engels defendió esta concepción es necesario tomar en cuenta:
- el papel central que en aquella época desempeñaba el zarismo como la gran fuerza contrarrevolucionaria del continente. De ahí su terrible hostilidad hacia quien se aliara con él para derrotar una revolución;
- el papel determinante que asignaban a la revolución alemana en Europa central y suroriental;
- la vigencia entre los revolucionarios de la época del modelo de la Revolución Francesa, en el que la pérdida de los rasgos nacionales de pueblos como el occitano o el bretón se consideraba “indemnizada” por su incorporación a una civilización superior y al progreso histórico que traía la revolución;
- la firme creencia de Marx y Engels en la inminencia de una revolución social en Europa y la concepción que entonces mantenían, según la cual la revolución social, al acabar con la explotación, llevaría de manera prácticamente automática a la desaparición de los antagonismos nacionales y la opresión entre los pueblos.
Rosdolsky señala también cómo estas posiciones de Engels reflejaban asimismo un problema de comprensión del porqué de la derrota de 1848. Engels culpó a los “pueblos no históricos”, pero la razón principal de la derrota fue la incapacidad de la burguesía alemana para encabezar la revolución: “La burguesía prusiana –escribía Marx a finales de 1848– no era, como la burguesía francesa de 1789, la clase que representaba a toda la sociedad moderna frente a los representantes de la vieja sociedad: la monarquía y la nobleza. Inclinada desde el primer instante a traicionar al pueblo y a pactar un compromiso con los representantes coronados de la vieja sociedad, ella misma pertenecía ya a la vieja sociedad”6. De igual modo, sus aliados de la mediana y pequeña nobleza de Polonia y Hungría tampoco estaban dispuestos a ceder sus privilegios ante los campesinos eslavos bajo su dominio ni a reconocerles autonomía alguna, empujándolos así en brazos de la reacción austríaca. Y como trasfondo estaba la propia inmadurez de la clase obrera alemana.
1.2 Una hipótesis teórica determinista en el Manifiesto Comunista
La creencia inicial de Marx era, como hemos apuntado antes, que la revolución social llevaría de manera prácticamente automática a la desaparición de los antagonismos nacionales. Como observa Nazareno Godeiro, este enfoque descansaba en una hipótesis teórica equivocada, según la cual el desarrollo económico capitalista de los países europeos centrales se repetiría en los países retrasados, tanto europeos como en los que iban siendo colonizados.
En el prólogo de la primera edición alemana de El Capital, Marx escribió que “los países industrialmente más desarrollados” son para los atrasados “el espejo de su propio porvenir”. El desarrollo capitalista, a su vez, iría suavizando paulatinamente las diferencias y antagonismos nacionales y, finalmente, la cercana revolución proletaria en los “países civilizados” (Europa occidental y central) los acabaría de resolver.
Así lo señalaban en el Manifiesto Comunista:
“El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que les corresponden.
El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común, al menos de los países civilizados, es una de sus primeras condiciones de su emancipación.
En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra. Al mismo tiempo que el antagonismo de clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí”.
1.3 Una visión inicial equivocada de la expansión colonial del capitalismo
En este cuadro teórico entraban las colonias europeas, entonces en plena expansión. En su trabajo A 90 años del Manifiesto Comunista, Trotsky señalaba:
“Aunque describe cómo el capitalismo arrastra en su vorágine a países bárbaros y atrasados, el Manifiesto no contiene ninguna referencia a la lucha de los países coloniales y semicoloniales por su independencia. Dado que Marx y Engels consideraban la revolución social, ‘por lo menos en los países civilizados más importantes’, como una cuestión que debía resolverse en unos pocos años, para ellos, el problema colonial estaba resuelto automáticamente, no como consecuencia de un movimiento independiente de las nacionalidades oprimidas, sino como consecuencia de la victoria del proletariado en los centros metropolitanos del capitalismo. Por lo tanto, en el Manifiesto no se abordan para nada las cuestiones de la estrategia revolucionaria en países coloniales y semicoloniales.
Durante un primer período Marx y Engels pensaron que la expansión colonial del capitalismo europeo, a pesar de la devastación económica y los crímenes masivos que le acompañaron, jugaba objetivamente un rol “civilizador”. Escribieron en el Manifiesto Comunista (1848): “la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras”. El mismo año, Engels escribía: “En América hemos presenciado la conquista de México, la que nos ha complacido (…) Es en interés de su propio desarrollo que México estará en el futuro bajo la tutela de los EEUU.” Y Marx, en su artículo La dominación británica en la India (junio de 1853), escribía: “De lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo del estado social de Asia. Si no puede, entonces, a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución”.
Esta posición comenzó a cambiar sustancialmente a partir de 1857 con la Rebelión de los Cipayos en la India y la revuelta china de la Segunda Guerra del Opio, abiertamente apoyadas por Marx. Como escribe Gustavo Machado, a partir de entonces, con el fuego concentrado en la denuncia de las atrocidades británicas, Marx dejó de albergar esperanzas en que el dominio británico, más allá de la unidad política, tuviera nada que ofrecer a la India, a la que empobrecía y sangraba sus riquezas sin contrapartidas. En la carta a Vera Zasúlich (1881) resumía: “En cuanto a las Indias Orientales, por ejemplo, todo el mundo […] sabe que la supresión de la propiedad común del suelo no pasó de un acto de vandalismo inglés, que no impulsó al pueblo indio hacia adelante, sino que lo empujó hacia atrás”. Del mismo modo, en agudo contraste con lo que había escrito Engels en 1848, Marx, en sus artículos sobre la Guerra Civil americana (1861-1865) del New York Daily Tribune, se refirió a los intentos norteamericanos de adquirir Cuba, a las expediciones contra las naciones de América Central, o a la anterior conquista del Norte de México, como “propósito manifiesto (…) de la conquista de nuevos territorios para que la esclavitud y el dominio de los esclavistas se extendiese”.
1.4 La posición de Marx ante Irlanda, un giro decisivo
En esta evolución, la posición de Marx sobre Irlanda en 1867, modificando sustancialmente la que había sostenido hasta entonces, es un hito decisivo en el desarrollo del método y el programa marxistas ante la opresión nacional y en el propio desarrollo del marxismo. Dicha posición aporta las bases esenciales de la estrategia ante la cuestión nacional, que más tarde Lenin generalizará.
En una carta de diciembre de 1869, Marx se lo explicaba así a Engels:
“Durante mucho tiempo creí que sería posible derrocar el régimen irlandés por el ascenso de la clase obrera inglesa. Expresé esta opinión en el New York Tribune. Un estudio más en profundidad me convenció precisamente de lo contrario. La clase obrera inglesa nunca concretará nada antes de deshacerse de Irlanda.”
Ante el problema de Irlanda, Marx partió de una división categórica entre país opresor y país oprimido, la división que luego Lenin generalizaría para el mundo imperialista. Una división ajena por completo a la vieja oposición entre “naciones históricas” y “no históricas” de 1848. Consecuentemente, Marx definió una política de principios que quedó sintetizada en la divisa “Un pueblo que oprime a otro no puede liberarse a sí mismo”, que Lenin convirtió más tarde en bandera del marxismo ante la opresión nacional y colonial.
La emancipación nacional de Irlanda, un país atrasado (colonia agrícola del capitalismo inglés), dejó de ser un resultado de la revolución proletaria en Inglaterra para pasar a convertirse en condición y componente central de la propia revolución inglesa y encontrar todo su sentido como parte integrante de la revolución europea y mundial:
“Inglaterra, como metrópoli del capital, como potencia que domina hasta ahora el mercado mundial, es por el momento el país más importante para la revolución obrera, y además el único país en el que las condiciones materiales para esta revolución se han desarrollado hasta alcanzar un cierto grado de madurez. Por lo tanto, la tarea más importante de la Asociación Internacional de Trabajadores es acelerar la revolución social en Inglaterra. El único medio para acelerarla es independizar Irlanda. Por lo tanto, es tarea de la Internacional llevar a primer plano el conflicto entre Inglaterra e Irlanda, tomando partido abiertamente por Irlanda, en todas partes (…) el golpe decisivo contra las clases dominantes en Inglaterra (que es decisivo para el movimiento obrero en todo el mundo) solo puede darse en Irlanda, no en Inglaterra”.
Marx remarcó que si “el secreto por el cual la clase capitalista conserva su poder” es la división entre trabajadores británicos e irlandeses, lograr su unidad solo era posible sobre la lucha común contra la opresión nacional de Irlanda:
“Todos los centros industriales y comerciales de Inglaterra tienen ahora una clase obrera que está dividida en dos bandos enemigos: proletarios ingleses y proletarios irlandeses. El obrero inglés corriente odia al obrero irlandés como a un competidor que hace descender el nivel de vida; se siente, frente a él, miembro de la nación dominante y se transforma, precisamente por eso, en instrumento de sus terratenientes y sus capitalistas contra Irlanda, con lo cual consolida el dominio que ellos ejercen sobre él. Tiene prejuicios religiosos, sociales y nacionales hacia él. Se comporta ante él, más o menos como los blancos pobres ante los negros en los antiguos Estados esclavistas de la Unión norteamericana. El irlandés le paga con la misma moneda. Ve al obrero inglés como el cómplice y el instrumento estúpido del dominio inglés sobre Irlanda. Este antagonismo es el secreto que explica la impotencia de la clase obrera inglesa, a pesar de su organización. Es el secreto por el cual la clase capitalista conserva su poder”12.
“no se puede hacer nada decisivo en Inglaterra, en lo que respecta a Irlanda, sin que antes la clase obrera se separe más definitivamente de la política de las clases dominantes, sin que haga causa común con los irlandeses, tomando de hecho la iniciativa para disolver la Unión establecida en 1801, sustituyéndola por una vinculación federal libre. Y esto se tiene que hacer, no como una cuestión de solidaridad con Irlanda, sino como una exigencia en interés del proletariado inglés. Si no, el pueblo inglés se mantendrá atado a los intereses de las clases dominantes, porque tendrá que unirse a ellas en un frente común contra Irlanda”.
“condición previa para la emancipación de la clase obrera inglesa es la transformación de la unión forzosa (es decir, la esclavitud de Irlanda) en una confederación libre e igualitaria, si ello es posible, o en una separación total, si es necesario”.
Vale la pena hacer nota aquí la importancia de la posición tomada por Marx y Engels en la Guerra Civil americana (18611865) en su evolución hasta el giro de Irlanda. Del mismo modo que Marx levantó en 1867 la divisa de “un pueblo que oprime a otro no puede liberarse a sí mismo”, tres años antes, en noviembre de 1864, en la carta que dirigió a Lincoln en nombre la Primera Internacional, escribió: “Mientras los trabajadores, la auténtica fuerza política del Norte, permitían que la esclavitud contaminase su propia República (…) eran incapaces de combatir en pro de la verdadera emancipación del Trabajo o de apoyar la lucha emancipadora de sus hermanos europeos”. Tres años más tarde sintetizó esta idea en El Capital: “El Trabajo no puede emanciparse en la piel blanca mientras esté estigmatizado en la negra”.
1.5 Una concepción reñida con las hipótesis deterministas de 1848
La maduración teórica de Marx, asociada a los grandes acontecimientos de la lucha de clases, le llevó, en especial a partir de 1867 y hasta su muerte en 1883, a rechazar explícitamente toda tentativa de “convertir mi esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo en la Europa Occidental en una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas que en ellos concurran”. Fue el rechazo a este “marxismo” determinista (que luego se fosilizaría en la Segunda Internacional y después sería doctrina oficial del estalinismo) el que le llevó a finales de 1870 a decir “todo lo que sé es que yo no soy marxista”.
Después de la derrota de la Comuna de París, sus esperanzas en un nuevo estallido revolucionario ya no descansaban en los países de Europa Occidental sino en Rusia. En ese período, consideraba que la espoleta de la revolución social en Europa occidental solo vendría a partir de la revolución agraria en Rusia. Esta preocupación le llevó a dedicar muchos años de estudio al campo ruso.
Las conclusiones de dichos estudios fueron trasladadas al prefacio que él y Engels escribieron para la segunda edición rusa del Manifiesto Comunista en 1882 (el año anterior a la muerte de Marx). En dicho prefacio se preguntaban si “podría la comunidad rural rusa [que, según los estudios de Marx, a pesar de su crisis aún abarcaba más de la mitad del campo ruso] pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente”. Y contestaban: “La única respuesta que se puede dar a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista”.
No había aquí ningún rastro de ningún esquema determinista de que el desarrollo capitalista de Europa occidental se repetiría en los países atrasados ni de la idea conexa de que los antagonismos nacionales desaparecerían con el desarrollo del capitalismo. La realidad histórica había desmentido esa hipótesis esbozada en el Manifiesto Comunista de 1848. El nacimiento del capitalismo se había apoyado en la expropiación originaria, la desigualdad, la violencia y su posterior desarrollo, culminando en el imperialismo, se asentaría justamente en la desigualdad entre los pueblos y en la opresión nacional.
II. LA SEGUNDA INTERNACIONAL
A la muerte de Engels en 1895, la Segunda Internacional estaba mal preparada para enfrentar la emergencia de los problemas nacionales y coloniales que el desarrollo capitalista provocaría. Textos centrales, como los de Marx sobre Irlanda, no fueron conocidos hasta 1913 más allá de un reducido círculo de dirigentes.
Hasta finales del siglo XIX lo que dominaba en el seno de la Segunda Internacional era la indiferencia y el rechazo a abordar como tal los problemas nacionales y coloniales. Para la Segunda Internacional “el mundo existía solo dentro de los límites de Europa”. El “indiferentismo nacional”, asociado a una cerrada concepción obrerista, era identificado en los partidos socialistas como sinónimo de “internacionalismo proletario”. Los problemas nacionales se reducían en Europa a un problema cultural y la opresión colonial era ignorada más allá de consideraciones puramente humanitarias. Hasta 1896 el problema nacional estuvo reducido al ámbito de cada partido, se dio en los Estados plurinacionales y estuvo básicamente monopolizado por el problema de la unidad organizativa en el partido y el sindicato.
Los problemas nacionales se expresaron de manera desigual en intensidad y en el tiempo. En el Imperio de Austria-Hungría cobraron fuerza desde mediados de siglo XIX, conforme las tensiones nacionales internas se exacerbaban al compás de grandes trastocamientos demográficos y sociales, desigualdades territoriales y una superexplotación de las minorías nacionales no alemanas. La resistencia a la “aculturización” [pérdida de la cultura propia en beneficio de la cultura dominante] era una de las grandes reivindicaciones del movimiento obrero de Austria-Hungría. En Rusia no fue hasta 1905 que estalló el problema nacional. Lo hizo, sin embargo, con gran ímpetu, provocando a su vez que el debate entrara con fuerza en la Segunda Internacional.
En este contexto general fue Kautsky el primero que acometió, tras la muerte de Engels, la tarea de “actualizar” las “concepciones envejecidas”. De hecho, esta “actualización”, su batalla contra la corriente social-imperialista del partido alemán y contra las tesis austromarxistas fueron una base de apoyo para los posteriores trabajos de Lenin.
La Segunda Internacional abordó la cuestión como tal Internacional solo en dos ocasiones: en el congreso de Londres (1896), que vino precedido por el debate sobre Polonia, y en el de Stuttgart (1907). El congreso de Londres aprobó la famosa resolución, propuesta por
Kautsky, según la cual la Internacional
“sostiene el derecho absoluto de todas las naciones a la ‘libre determinación’ y expresa su simpatía por los obreros de todos los países que actualmente sufren el yugo del absolutismo nacional y militar o de cualquier otra especie. El congreso incita a los obreros de todos estos países a ingresar en las filas de los obreros conscientes de todo el mundo para luchar junto con ellos por la supresión del capitalismo internacional y la consecución de los fines de la socialdemocracia”.
La resolución se mueve dentro de los principios marxistas, aunque arrastra la “marca de fábrica” kautskiana, amiga de definiciones abstractas que no obligan en términos concretos. Lenin, en sus Tesis de 1916, seguía reclamándose de ella, solo que esta vez, tras la traición de la Segunda Internacional en la Primera Guerra Mundial, lo hizo denunciando “el reconocimiento inconsecuente, puramente retórico y por lo tanto hipócrita en su significación política, que hacen de la autodeterminación los oportunistas y los kautskianos”.
Abundando en esta crítica a Kautsky y los kautskistas tras 1914, Lenin proseguía:
“están por la unidad [con los social-chovinistas] y en la práctica coinciden por completo con estos al defender el derecho a la autodeterminación de un modo puramente retórico e hipócrita: consideran “excesiva” (Kautsky en la revista Neue Zeit de 21 mayo 1915) la reivindicación de la libertad de separación política y no sostienen la necesidad de la táctica revolucionaria de los socialistas de las naciones opresoras, sino que, por el contrario, ocultan sus obligaciones revolucionarias, justifican su oportunismo, facilitan su engaño al pueblo, eluden el problema de las fronteras de un Estado que retiene por la fuerza bajo su dominio a naciones privadas de derechos, etc.”
El congreso de Stuttgart (1907), fue escenario de una áspera batalla, en la que el chovinismo proimperialista mostró la enorme influencia que había adquirido en la Segunda Internacional. Van Kohl, uno de los representantes más sobresalientes de esta corriente, ya había defendido en el congreso de Ámsterdam (1904) que liberar las colonias era igual a “abandonar a un niño loco o inconsciente que no puede prescindir de nuestra ayuda; equivaldría a convertirlo en víctima de una explotación desenfrenada o de otra dominación”.
Este mismo personaje, sirviéndose de varias citas de Engels para defender sus posiciones, presentó en Stuttgart una resolución (defendida por los partidos alemán y francés), “en la que se aceptaba como un hecho normal la dominación de los pueblos atrasados por los avanzados y la conservación de las colonias bajo un régimen más suave”. Esta infame resolución obtuvo la mayoría de los votos en la Comisión, aunque luego fue rechazada por el Congreso por muy escaso margen de votos. Andreu Nin señala, sin embargo, cómo “la resolución de la mayoría, de todos modos, aún caracterizándose por una condena muy enérgica de los métodos de opresión colonial y nacional, no indicaba –a la manera ‘kautskiana’– una fórmula clara, concreta e inequívoca de liberación”.
2.2 El austromarxismo
El austromarxismo, encabezado por Karl Renner y Otto Bauer, fue la versión más edulcorada del oportunismo nacional en la Segunda Internacional. Frente al derecho de autodeterminación, defendía la “autonomía nacional cultural” de las nacionalidades sometidas a la monarquía austro-húngara. Esta autonomía estaría conformada por “corporaciones de derecho público” a las que se adscribirían los ciudadanos de los distintos territorios del Imperio según su opción personal (aunque, como señala Rosdolsky, los resortes del Estado seguirían estando en manos alemanas: la universidad, por ejemplo, sería alemana y también la lengua administrativa).
Lenin se enfrentó con firmeza a esta corriente. La Conferencia bolchevique de abril de 1917, en su resolución sobre el problema nacional era categórica:
“rechaza resueltamente la llamada ‘autonomía nacional cultural’, que consiste en sustraer de la competencia del Estado los asuntos escolares, etc., para ponerlos en manos de una especie de Dietas nacionales. Este plan crea fronteras artificiales entre los obreros que viven en la misma localidad y que incluso trabajan en la misma empresa, según su pertenencia a una u otra ‘cultura nacional’, es decir, refuerza los lazos entre los obreros y la cultura burguesa de cada nación por separado, mientras que la tarea de la socialdemocracia consiste en fortalecer la cultura internacional del proletariado del mundo entero”.
Trotsky, en su Historia de la Revolución Rusa hizo una excelente síntesis de esta corriente:
“Mientras el bolchevismo se orientaba hacia una explosión de las revoluciones nacionales (…) y educaba en esta perspectiva a los obreros avanzados, la socialdemocracia [austríaca] se adaptó dócilmente a la política de las clases dominantes, fue abogada de la cohabitación forzosa de diez naciones en la monarquía austro-húngara y, al mismo tiempo, fue absolutamente incapaz de realizar la unidad revolucionaria de los obreros de las diferentes nacionalidades, aislándolos verticalmente en el partido y en el sindicato.”
III. LENIN
“Cualesquiera que sean los destinos posteriores de la Rusia soviética –y está aún lejos del puerto– la política nacional de Lenin entrará para siempre en el patrimonio de la humanidad” (Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky, 1930).
Es a Lenin a quien corresponde “el mérito por el desarrollo de una estrategia revolucionaria para las nacionalidades oprimidas” apropiada a la nueva época imperialista, caracterizada por el dominio del capital financiero, por su política de opresión, anexiones y guerras, y por el surgimiento de movimientos nacionales en los países colonizados y oprimidos.
Lenin pudo hacerlo porque se apoyó en el enorme legado de Marx, en particular en su política hacia Irlanda, por el papel decisivo de la lucha por la liberación nacional en la Revolución Rusa y por su larga e intensa polémica con las otras corrientes de la Segunda Internacional.
Fue, sin embargo, después de la Revolución de Octubre, en paralelo con la construcción de la Tercera Internacional, que Lenin y Trotsky dieron dimensión e importancia mundial al problema colonial, que justo había emergido con fuerza a partir de la Primera Guerra Mundial. Hasta entonces, el problema nacional había estado circunscrito básicamente a la revolución rusa y europea.
En este sentido, a tenor de lo que vamos a ver más adelante en relación con las “Tesis de Oriente” del IVº Congreso de la Comintern y a la experiencia de la Revolución China de 1927, tenemos que decir que, en verdad, cuando la estrategia leninista frente a la opresión nacional encontró acomodo definitivo fue en el marco de la teoríaprograma de la Revolución Permanente tal como Trotsky la formuló en 19271929, tras la experiencia de la Revolución China.
3.1 Naciones opresoras y naciones oprimidas
La base de partida y fundamento del programa leninista es, en directa continuidad con Marx en Irlanda, el reconocimiento de “la división de las naciones en opresoras y oprimidas como un hecho esencial, fundamental e inevitable bajo el imperialismo”. Desde su lecho de muerte, en una de sus últimas grandes batallas, frente al nacionalismo gran ruso de Stalin en Georgia, Lenin lo reiteró con vehemencia:
“El planteamiento abstracto del problema del nacionalismo en general no sirve para nada. Es necesario distinguir entre el nacionalismo de la nación opresora y el nacionalismo de la nación oprimida, entre el nacionalismo de la nación grande y el nacionalismo de la nación pequeña”.
En este cuadro general, Lenin estableció:
“tres tipos de países en relación con la autodeterminación de las naciones”. En primer lugar, “los países capitalistas adelantados de Europa Occidental y los Estados Unidos. Los movimientos nacionales burgueses-progresistas se agotaron en estos hace mucho tiempo [y ahora] cada una de estas “grandes” naciones oprime a otras en las colonias y dentro del país. En segundo lugar, estaban los Estados plurinacionales del “Este de Europa: Austria, los Balcanes y, en especial, Rusia”.Y en tercer lugar, “los países semicoloniales, como China, Persia, Turquía, y todas las colonias; en total, cerca de 1.000 millones de habitantes [donde] los movimientos democrático-burgueses (…) se encuentran apenas en su comienzo”.22
Es de interés señalar que esta clasificación (en la que faltaba, hay que señalarlo, América del Sur) no era base para establecer categorías programáticas diferenciadas para cada tipo de país. En el “Balance de la discusión sobre la autodeterminación” (octubre 1916), Lenin redacta incluso un apartado VI, titulado “¿Se pueden contraponer las colonias a Europa en esta cuestión?”, dedicado a combatir las tesis Rosa Luxemburgo en este sentido. Escribe en él, que:
“la reivindicación de liberación de las colonias no es otra cosa que el ‘reconocimiento de la autodeterminación de las naciones’. Los camaradas polacos no han contestado a ninguno de estos argumentos. Han intentado establecer una diferencia entre Europa y las colonias. Son anexionistas inconsecuentes solo para Europa, negándose a abolir las anexiones por cuanto han sido ya efectuadas.
Para las colonias proclaman una reivindicación absoluta: “¡Fuera de las colonias!”.
En el mismo sentido, en “Una caricatura del marxismo y el ‘economismo imperialista’” (1916) dice: “Hemos señalado en nuestras tesis que liberación de las colonias significa autodeterminación de las naciones. Los europeos olvidan a menudo que los pueblos coloniales también son naciones”.
Es decir, la lucha por el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas, es decir, su derecho a su independencia de la nación opresora, es una lucha universal por su plena liberación nacional, que, por supuesto, toma expresiones concretas diferenciadas en los distintos lugares y circunstancias históricas.
3.2 La lucha por el derecho a la autodeterminación y las reivindicaciones democráticas. Lenin contra el economicismo
Lenin nunca contrapuso la lucha por los derechos democráticos y la lucha por el socialismo. Defendió justo lo contrario:
“El socialismo victorioso debe necesariamente realizar la democracia total; por consiguiente, no solo tiene que poner en práctica la absoluta igualdad de derechos entre las naciones, sino también realizar el derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación, es decir, el derecho a la libre separación política” (Tesis).
“Sería por completo erróneo pensar que la lucha por la democracia puede distraer al proletariado de la revolución socialista, o relegarla, posponerla, etc. Por el contrario, así como es imposible un socialismo victorioso que no realizara la democracia total, tampoco el proletariado puede prepararse para la victoria sobre la burguesía si no libra una lucha revolucionaria general y consecuente por la democracia “ (Tesis).
“Es profundamente antimarxista la idea de que se pueda “velar” la consigna de revolución socialista si esta se relaciona con una posición revolucionaria consecuente en cualquier problema, incluido el nacional” (Balance…).
“La revolución socialista puede estallar, no solamente a raíz de una gran huelga, o una manifestación callejera, o un motín de hambrientos, o una insurrección militar, o un levantamiento colonial, sino también a consecuencia de cualquier crisis política, como por ejemplo el caso Dreyfus, o el incidente de Saverne, o de un referéndum con motivo de la separación de una nación oprimida, etc.” (Tesis).
“Los viejos “economicistas”, que convertían el marxismo en una caricatura, enseñaban a los obreros que para los marxistas ‘solo’ tiene importancia lo ‘económico’ (Balance…).
“Solo los difuntos y no llorados “economistas” pensaban que ‘las consignas de un partido obrero’ están dirigidas únicamente a los obreros. No, estas consignas están dirigidas a toda la población trabajadora, a todo el pueblo” (Una caricatura…).
“Quien espere la revolución social “pura”, no la verá jamás. Será un revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución. La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que una explosión de la lucha de masas de todos y cada uno de los oprimidos y descontentos” (Balance…).
3.3 La lucha por el derecho a la autodeterminación como parte de la lucha por la revolución mundial, a la que se supedita
Para Lenin, el combate por la emancipación de las nacionalidades oprimidas y los pueblos colonizados es un componente fundamental de la revolución socialista mundial, que “no es un acto único, ni una batalla en un frente aislado, sino toda una época de agudos conflictos de clases, una larga serie de batallas en todos los frentes, es decir, en todos los problemas de la economía y de la política, batallas que solo pueden culminar con la expropiación de la burguesía” (Tesis).
Del mismo modo, “la reivindicación de democracia debe ser considerada en escala europea (ahora habría que decir en escala mundial), y no aisladamente […] Para ser socialdemócrata internacionalista hay que pensar no solo en la propia nación, sino colocar por encima de ella los intereses de todas las naciones, la libertad y la igualdad de derechos de todas” (Balance…).
Al mismo tiempo, reivindicó la necesidad de completar la resolución del Congreso socialista de Londres de 1896, entre otras, con las siguientes indicaciones: “el carácter políticamente condicional y el contenido clasista de todas las reivindicaciones de la democracia política, incluida la autodeterminación” y “la necesidad de supeditar la lucha por la autodeterminación, así como por todas las reivindicaciones fundamentales de la democracia política, a la lucha revolucionaria directa de masas por el derrocamiento de los gobiernos burgueses y por la realización del socialismo” (Tesis)
Un ejemplo impresionante de cómo enfocaba el problema de los derechos de las nacionalidades y su relación con las necesidades de la revolución mundial, son las medidas que, ya muy enfermo (1922), propuso tomar (infructuosamente) ante la situación creada por la brutal actuación de Stalin en Georgia. Además del castigo ejemplar a los responsables y la implantación de las normas más severas en defensa del empleo del idioma nacional de las repúblicas y de su riguroso cumplimiento, Lenin no vaciló en plantear que era necesario revisar la situación de la Unión y considerar la conveniencia de “volver atrás en el siguiente Congreso de los Soviets, es decir, mantener la unión de las repúblicas socialistas soviéticas solo en sentido militar y diplomático, y en todos los demás aspectos restablecer la autonomía completa de los distintos Comisariados del Pueblo”, buscando durante un período de tiempo la concordancia de criterios no por medio del aparato estatal sino a través de la autoridad del partido, empleada “con la necesaria discreción e imparcialidad”.
Las razones del proceder de Lenin eran poderosas: la ola revolucionaria que despuntaba en Oriente –una vez que la crisis revolucionaria en Occidente había remitido y el capitalismo se había restablecido temporalmente– se iba a convertir durante el siguiente período en el principal punto de apoyo de la URSS y de la revolución mundial. Por eso, “sería un oportunismo imperdonable si en vísperas de esta acción de Oriente y al principio de su despertar, quebrantásemos nuestro prestigio allí, aunque solo fuese con la más pequeña aspereza e injusticia con respecto a nuestras propias nacionalidades no rusas” (Acerca del…).
3.4 La táctica en la nación opresora y en la nación oprimida
Para Lenin, la batalla por el derecho a la autodeterminación es una condición esencial para construir la unidad de la clase obrera y la fraternidad entre los pueblos:
“el reconocimiento por el proletariado del derecho de las naciones a su separación es lo único que garantiza la plena solidaridad de los obreros de distintas naciones y facilita un acercamiento verdaderamente democrático entre ellas” (Tesis).
Ahora bien, la lucha por el derecho a la autodeterminación se expresa políticamente de manera diferenciada según se trate de la nación opresora o de la nación oprimida. Hay que considerar también, contra un prejuicio común, que el hecho de ser la nación oprimida no significa necesariamente que tenga que ser la más pobre y atrasada. En Rusia, por ejemplo, “el desarrollo del capitalismo y el nivel general de cultura son con frecuencia más altos en la periferia alógena que en el centro del Estado”.
“El proletariado de las naciones opresoras –escribe Lenin– no puede limitarse a pronunciar frases generales, estereotipadas, contra las anexiones y por la igualdad de derechos de las naciones en general, frases que cualquier burgués pacifista repite. El proletariado no puede silenciar el problema, particularmente “desagradable” para la burguesía imperialista, relativo a las fronteras de un Estado basado en la opresión nacional. El proletariado no puede dejar de luchar contra el mantenimiento por la fuerza de las naciones oprimidas dentro de las fronteras de un Estado determinado, y eso equivale justamente a luchar por el derecho a la autodeterminación. Debe exigir la libertad de separación política de las colonias y naciones que “su” nación oprime. En caso contrario, el internacionalismo del proletariado sería vacío y de palabra y ni la confianza ni la solidaridad de clase entre los obreros de la nación oprimida y la opresora serían posibles” (Tesis). Su posición no dejaba lugar para la ambigüedad: “tenemos el derecho y el deber de tratar de imperialista y de canalla a todo socialdemócrata de una nación opresora que no realice tal propaganda [a favor de la autodeterminación]. Esta es una exigencia incondicional”25.
Lenin advierte que “el interés vital de la solidaridad proletaria, y por consiguiente de la lucha proletaria de clase, requiere que jamás miremos formalmente el problema nacional, sino que siempre tomemos en consideración la diferencia obligatoria en la actitud del proletario de la nación oprimida (o pequeña) hacia la nación opresora (o grande)”. Y prosigue: “el internacionalismo por parte de la nación opresora, o de la llamada nación ‘grande’ (aunque solo sea grande por sus violencias, solo sea grande como lo es un esbirro) no debe reducirse a observar la igualdad formal de las naciones (…) hace falta algo más que la igualdad formal (…) hace falta compensar de una manera o de otra, con su trato o con sus concesiones a las otras nacionalidades, la desconfianza, el recelo, las ofensas que en el pasado histórico les produjo el gobierno de la nación dominante” (Acerca del...).
El énfasis cambia de bando en las naciones oprimidas:
“el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: ‘unión voluntaria’ de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede pronunciarse tanto a favor de la independencia política de su nación como a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar en todos los casos contra la estrechez de criterio, el aislamiento, el particularismo de pequeña nación, porque se tenga en cuenta lo total y lo general, por la supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general”(Balance…).
“los socialistas de las naciones oprimidas deben defender y poner en práctica con especial ahínco la unidad completa e incondicional, incluyendo en ello la unidad organizativa, de los obreros de la nación oprimida con los de la nación opresora. Sin eso no es posible defender la política independiente del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de otros países, en vista de todos los engaños, traiciones y fraudes de la burguesía. Pues la burguesía de las naciones oprimidas siempre trasforma las consignas de liberación nacional en engaño a los obreros: en la política interna utiliza estas consignas para los acuerdos reaccionarios con la burguesía de las naciones dominadoras (por ejemplo, los polacos de Austria y Rusia, que entran en componendas con la reacción para oprimir a los judíos y ucranianos); en política exterior, trata de concertar negociaciones con una de las potencias imperialistas rivales, para realizar sus fines de rapiña (la política de los pequeños países de los Balcanes, etc.)” (Tesis).
Lenin remacha: “A gentes que no han penetrado en el problema, les parece ‘contradictorio’ que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la ‘libertad de separación’ y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la ‘libertad de unión’. Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones” (Balance…).
3.5 La unidad organizativa de la clase obrera en los Estados plurinacionales
Un aspecto en el que Lenin y los bolcheviques fueron en extremo beligerantes contra el Bund y los austromarxistas fue la defensa de la unidad organizativa del proletariado de los Estados plurinacionales y, en particular, entre las naciones del Imperio zarista.
La resolución sobre la cuestión nacional de la Conferencia de Abril de 1917 era categórica a este respecto:
“Los intereses de la clase obrera exigen la fusión de los obreros de todas las naciones de Rusia en organizaciones proletarias únicas, tanto políticas como sindicales, cooperativas, culturales, etc. Solo esta fusión de los obreros de las distintas naciones en organizaciones únicas da al proletariado la posibilidad de librar una lucha victoriosa contra el capital internacional y contra el nacionalismo burgués”.
Lejos de contraponer el derecho a la autodeterminación a la unidad organizativa de la clase obrera de las diferentes naciones del Imperio ruso, ambos aspectos formaron las dos caras inseparables de la política de Lenin. Trotsky lo sintetizó de forma brillante en su Historia de la Revolución Rusa:
“Una organización revolucionaria no es el prototipo del Estado futuro, es únicamente el instrumento para crearlo. La herramienta debe ser adecuada para la fabricación del producto, pero de ningún modo debe asimilarse a él. Únicamente una organización centralista puede asegurar el éxito de la lucha revolucionaria, incluido cuando se trata de destruir la opresión centralista sobre las naciones”.
3.6 Derecho a la autodeterminación e independencia
Para Lenin: “El derecho de las naciones a la autodeterminación significa exclusivamente su derecho a la independencia en el sentido político: el derecho a la libre separación política respecto de la nación que la oprime. (…) De modo que esta reivindicación no equivale en absoluto a la de separación, fragmentación y formación de pequeños Estados; significa solo una manifestación consecuente de lucha contra toda opresión nacional. Cuanto más próximo es el régimen democrático de un Estado a la plena libertad de separación, tanto más infrecuentes y débiles serán en la práctica las tendencias a la separación, pues las ventajas de los Estados grandes son indudables, tanto desde el punto de vista del progreso económico como de los intereses de las masas y, además, estas ventajas aumentan continuamente con el crecimiento del capitalismo.
El reconocimiento de la autodeterminación no es equivalente al reconocimiento de la federación [lo que implica la separación previa] como principio. Se puede ser un decidido adversario de dicho principio y partidario del centralismo democrático, pero preferir la federación a la desigualdad nacional, como único camino hacia el centralismo democrático total. Precisamente desde este punto de vista, Marx, siendo centralista, prefería la federación de Irlanda e Inglaterra antes que la sumisión forzada de Irlanda a los ingleses.
El objetivo del socialismo no es solo eliminar el fraccionamiento de la humanidad en pequeños Estados y todo aislamiento de las naciones, no es solo el acercamiento mutuo de las naciones, sino también la fusión de estas. (…) Del mismo modo que la humanidad puede llegar a la supresión de clases solo a través del período de transición de la dictadura de la clase oprimida, así también puede llegar a la inevitable fusión de las naciones solo a través del período de transición de la total liberación de todas las naciones oprimidas, es decir, de su libertad de separación” (Tesis).
Siendo el criterio general de Lenin y los bolcheviques contrario a la “separación, fragmentación y formación de pequeños Estados”, nunca defendieron, sin embargo, que dicho criterio debiera ser aplicado en cada caso, con independencia de las circunstancias históricas concretas. Es así que la resolución nacional de la Conferencia de Abril de 1917 proclamaba:
“La conveniencia de que se separe una u otra nación en tal o cual momento deberá resolverla el partido del proletariado de un modo absolutamente independiente en cada caso concreto, desde el punto de vista de los intereses de todo el desarrollo social y de la lucha de clase del proletariado por el socialismo”.
Abundando en el mismo criterio, Lenin dirigió en 1919 una carta a los obreros y campesinos de Ucrania diciendo:
“Debemos ser firmes e inexorables ante todo lo que afecte a los intereses fundamentales del Trabajo en su lucha por sacudirse el yugo del Capital. El problema de la demarcación de fronteras, ahora, por el momento —pues nosotros aspiramos a la completa abolición de las fronteras— no es un problema fundamental, importante, sino secundario. Con respecto a este asunto podemos esperar, y debemos esperar, pues la desconfianza nacional suele ser muy tenaz en las amplias masas de campesinos y pequeños propietarios, y toda precipitación puede acentuarla, en otras palabras, comprometer la causa de la unidad total y definitiva”.
Antes hemos citado a Lenin defendiendo la “fusión” de las naciones. Dicha “fusión” no significa en absoluto una “uniformización” nacional, sino lo contrario. Así, Lenin escribió:
“La transformación producida por la derrota de la burguesía internacional, a su vez, acelerará en colosales proporciones el derrumbamiento de todas las barreras nacionales, sin disminuir por eso, sino aumentando en millones de veces, la ‘diferenciación’ de la humanidad en el sentido de la riqueza y variedad de la vida espiritual y de las corrientes, aspiraciones y matices ideológicos”.
3.7 Lenin contra las posiciones de Rosa Luxemburgo
Lenin polemizó de forma muy dura en el terreno del programa y del método con Rosa Luxemburgo y el SDKP polaco [partido del que ella era dirigente], abiertamente contrarios a la reivindicación general del derecho de autodeterminación, no solo en Polonia sino en todas las nacionalidades oprimidas.
Antes de entrar en los contenidos de la polémica, hagamos notar que la dureza de la polémica no impidió a Lenin reconocer que Rosa Luxemburgo y el SDKP:
“figuran entre los mejores elementos internacionalistas y revolucionarios de la socialdemocracia internacional”. Para Lenin, sus errores no eran “por las malas cualidades subjetivas de los camaradas holandeses y polacos, sino por las condiciones objetivas especiales de sus países”. Afirmaba incluso que “puede decirse, sin temor a caer en una paradoja, que cuando los marxistas holandeses y polacos se sublevan con rabia contra la autodeterminación (…) quieren decir algo diferente de lo que dicen”. A pesar de esta apreciación, Lenin no vaciló en criticarlos de manera frontal, porque:
“trasladar a la Internacional el punto de vista de algunas pequeñas naciones y, en especial, el de los socialdemócratas polacos (…) habría sido un error teórico, suplantar el marxismo por el proudhonismo, y, en la práctica, equivaldría a un apoyo involuntario al chovinismo y oportunismo más peligroso, el de las grandes potencias” (Tesis).
Lenin, de hecho, coincidía con la política concreta que Rosa Luxemburgo defendía para Polonia en aquel momento preciso, en plena guerra mundial, contraria a reivindicar la autodeterminación y la independencia polacas. La razón era que, si se llevaba a la práctica, significaría inevitablemente la creación de un “Estado-tapón”, una colonia militar de uno u otro grupo de grandes potencias. En las actuales condiciones, Lenin escribía:
“el proletariado polaco, como tal, solo puede contribuir ahora a la causa del socialismo y de la libertad, incluida también la polaca, mediante la lucha conjunta con el proletariado de los países vecinos [rusos y alemanes] y contra los estrechos nacionalistas polacos. Es imposible negar el gran mérito histórico de los socialdemócratas polacos en la lucha contra estos últimos”.
Sin embargo,
“esos mismos argumentos, acertados desde el punto de vista de las condiciones peculiares de Polonia en la época actual, son claramente desacertados en la forma general que se les ha dado. Mientras existan las guerras, Polonia será siempre un campo de batalla de las guerras entre Alemania y Rusia; [pero] eso no es un argumento contra la mayor libertad política (y, por consiguiente, contra la independencia política) en los períodos de entreguerras”.
Rosa Luxemburgo se oponía al derecho de autodeterminación en general. Desde el punto de vista de la teoría, para Rosa Luxemburgo la llegada del imperialismo eliminaba del programa proletario la lucha por la autodeterminación nacional porque “oscurecía” la lucha por la revolución socialista y se convertía, por ello, en una consigna reaccionaria. Según Rosa, “‘históricamente hablando’, la idea de que el proletariado con conciencia de clase pudiera crear un Estado moderno es tan absurda como la idea de proponer a la burguesía que instaure de nuevo el feudalismo”.
Lenin le respondió que este razonamiento, si bien era cierto para los grandes países imperialistas de Europa Occidental (donde “los movimientos nacionales burgueses-progresistas se agotaron hace mucho tiempo”32), no servía en absoluto para los pueblos oprimidos del Este de Europa, en particular de Rusia, y menos aún para los pueblos de Oriente, que justo comenzaban a despertar a la vida nacional frente el imperialismo. Para Lenin, al contrario de Rosa, la fase imperialista y la experiencia rusa significaban que, en lo sucesivo, solo la clase obrera podía asumir de manera consecuente la lucha de las naciones oprimidas por su autodeterminación nacional y hacerlo, además, como parte de la lucha por la revolución socialista.
3.8 Rosa Luxemburgo: la autodeterminación, “irrealizable” bajo el imperialismo e “innecesaria” bajo el socialismo
La posición teórica de Rosa era que el derecho a la autodeterminación era algo “irrealizable” e “ilusorio” bajo el imperialismo, que solo podría hacerse realidad a través del socialismo internacional “y no antes de alcanzar este objetivo final”. Pero una vez alcanzado este objetivo, como consecuencia del propio triunfo socialista, el derecho a la autodeterminación decaía y dejaba de tener sentido. En el terreno práctico, su posición la conducía al oportunismo y, más concretamente, a apoyar la “autonomía nacional cultural” de los austromarxistas:
“Al pensar en cuál sería la ‘mejor’ solución para la clase obrera –escribía Rosa Luxemburgo– resulta evidente que el socialismo sería el mejor remedio para la opresión nacionalista. Pero teniendo en cuenta la realidad, hay que buscar los medios eficaces de resolver la cuestión nacional en el marco del régimen actual”.
Lenin le respondió en el terreno teórico y en el práctico. Desde el punto de vista práctico, la vida había demostrado que,
“Pese a la afirmación equivocada de los socialdemócratas polacos, la reivindicación de autodeterminación de las naciones ha desempeñado en la agitación de nuestro partido un papel no menos importante que, por ejemplo, el armamento del pueblo, la separación de la Iglesia y el Estado, la elección de los funcionarios por el pueblo, y otros puntos calificados de “utópicos” por los filisteos”.
Y desde el punto de vista teórico:
“No solo el derecho de las naciones a la autodeterminación sino todas las reivindicaciones fundamentales de la democracia política, solo son “realizables” bajo el imperialismo en forma incompleta, deformada y como rara excepción (por ejemplo, cuando Noruega se separó de Suecia en 1905). (…) Pero lo que se deduce de ello no es en modo alguno la renuncia de la socialdemocracia a la lucha inmediata y decidida por todas estas reivindicaciones –tal renuncia solo favorecería a la burguesía y la reacción–, sino justamente lo contrario: la necesidad de formular y poner en práctica estas demandas, no a la manera reformista, sino al modo revolucionario, no dejarse constreñir por los marcos de la legalidad burguesa sino romperlos, no sentirse satisfechos con las intervenciones parlamentarias y las protestas verbales sino atraer a las masas a la lucha activa, ampliando y avivando la lucha por toda demanda democrática fundamental hasta el ataque directo del proletariado contra la burguesía, es decir, hasta la revolución socialista que expropia a la burguesía” (Balance…).
3.9 El eclecticismo de Trotsky
En esta polémica, Trotsky no tuvo ningún papel relevante y se mantuvo en una posición centrista entre Lenin y Rosa Luxemburgo. Por eso, Lenin, en su “Balance…” señala, refiriéndose a Trotsky y Martov:
“De palabra, ambos están a favor de la autodeterminación, como Kautsky. ¿Y de hecho? Trotsky – tomad su artículo “La nación y la economía”, en Nashe Slovo– nos muestra su eclecticismo habitual: de una parte, la economía fusiona las naciones; de otra, la opresión nacional las desune. ¿Conclusión? La conclusión es que la hipocresía reinante sigue sin ser desenmascarada, la agitación resulta exánime, no aborda lo principal, lo cardinal, lo esencial, lo cercano a la práctica: la actitud ante la nación oprimida por “mi” nación”.
Después de 1917, Trotsky fue un ardiente defensor de las posiciones de Lenin en el partido bolchevique, en la Tercera, y luego en la Cuarta Internacional.
3.10 El lugar de la obra “El marxismo y la cuestión nacional” de Stalin
Aunque sea un asunto secundario, tiene algún interés mencionar el folleto de Stalin, publicado en enero de 1913 bajo el título El marxismo y la cuestión nacional, ya que ha sido considerado tradicionalmente como uno de los textos de referencia del marxismo sobre el tema.
Esta valoración debe ser puesta en cuestión. Es verdad que el folleto le fue encargado y fue revisado por Lenin y que sus conclusiones políticas principales venían a coincidir con las del partido bolchevique en 1913. Sin embargo, Lenin, aparte de una mención aislada a dicho trabajo el mismo año de su publicación, nunca más lo citó en sus múltiples escritos sobre el problema nacional, lo cual no es casual.
Siguiendo a M. Löwy, hay elementos básicos en el trabajo de Stalin que lo alejan de la concepción leninista. Uno de ellos es el concepto de “comunidad de formación psíquica” o “particularidad psicológica” de la nación, del todo ajeno a Lenin. Otra diferencia, más importante, es su proclamación de que “tan solo la presencia de todos los indicios (comunidad de lengua, territorio, vida económica y ‘formación psíquica’) en su conjunto nos da una nación”. Es este un planteamiento teórico dogmático y políticamente equivocado y peligroso, también completamente ajeno a Lenin.
Un tercer elemento es su rechazo explícito a la posibilidad de una unión o asociación de grupos nacionales dispersos en el interior de un Estado plurinacional. Lenin, contrariamente a ello, se opone a una “unión obligatoria de las regiones nacionales” pero defiende, si ellas quieren, su libertad de asociación. Un cuarto elemento, el más relevante y cualitativo, es el hecho de que desvirtúe la diferenciación esencial para Lenin, entre el nacionalismo de la nación oprimida y el de la nación opresora. En un revelador párrafo, rechaza por igual el nacionalismo “belicoso y agresivo” del zarismo y la “oleada de nacionalismo que asciende desde abajo, que se transforma a veces en un burdo chovinismo, de los polacos, los judíos, los tártaros, los georgianos, los ucranianos…”. De hecho, sus críticas más severas se dirigen contra los socialistas de las naciones oprimidas por no saber “demostrar firmeza” frente al movimiento nacionalista.
IV. LA TERCERA INTERNACIONAL
4.1 Introducción
Ahora vamos a estudiar la política de la Comintern ante el problema colonial. Este es un punto relevante porque, así como los cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional se integran, junto con el Programa de Transición, entre las bases programáticas esenciales del marxismo actual, este no es el caso concreto de las “Tesis de Oriente” del Cuarto Congreso. Estas tesis representan un claro retroceso con respecto a las Tesis aprobadas en el Segundo Congreso y una ruptura de la continuidad con las Tesis de Abril de 1917, de Lenin.
Lenin y Trotsky, después de la toma del poder en Rusia, se encontraron con una nueva realidad en los países de Oriente que, al calor de la Primera Guerra Mundial, entraban de lleno en la vorágine de la política mundial. Eran países en los que el desarrollo capitalista estaba despegando, en particular en China e India, donde el movimiento obrero estaba en sus inicios, no había todavía partidos comunistas y los jóvenes movimientos nacionalistas estaban en una fuerte expansión.
En esta situación inédita, Lenin y Trotsky tomaron una postura de expectativa, consideraron que no podían aplicar directamente las Tesis de Abril, y la Revolución Permanente permaneció como una teoría limitada a Rusia. Es ilustrativo ver cómo Lenin se dirigía al Congreso Pan-Ruso de organizaciones comunistas de los pueblos de Oriente en 1919, diciéndoles: “a ustedes se les plantea una tarea que antes no se le planteaba a los comunistas de todo el mundo (…) Son problemas cuya solución no encontrarán en ningún libro comunista”36 .
Quien abordó por primera vez la política colonial en profundidad fue el Segundo Congreso (1920): 1) integró la revolución colonial como parte fundamental de la revolución mundial; 2) abrió (conectando con las conclusiones de Marx y Engels recogidas en el prólogo a la edición rusa de 1882 del Manifiesto Comunista) la hipótesis de que las colonias y semicolonias pudieran saltarse la etapa capitalista si la revolución colonial enlazaba con la toma del poder por el proletariado en los países capitalistas avanzados; 3) dio una importancia central a la alianza de la revolución colonial con la Rusia soviética; 4} este enfoque estaba implícitamente asociado a la idea del establecimiento en estos países de una “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, cuya concreción práctica –del mismo modo que sucedía en la vieja fórmula rusa de Lenin antes de las Tesis de Abril– estaba por definir e iba asociada a una lógica de revolución permanente como la que Marx defendió en 1850 (mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas).
Estas tesis del II Congreso de la Comintern, presentadas por Lenin y Roy, las asumimos y reivindicamos plenamente, como la respuesta marxista a la nueva situación que se abría y que estaba pendiente de su desenlace histórico, que vino dado por la Revolución China.
En el informe a este congreso, Lenin proseguía: “la teoría y la práctica generales del comunismo, deben adaptarse a condiciones específicas que no existen en los países europeos; tienen que saber aplicar esa teoría y práctica a condiciones en las que el grueso de la población son campesinos, en las que la tarea no es luchar contra el capitalismo sino contra las supervivencias medievales”.
“Es evidente que la victoria final solo puede ser del proletariado de todos los países avanzados del mundo y nosotros, los rusos, hemos iniciado la obra que consolidarán el proletariado inglés, el francés o el alemán; pero comprendemos que no podrá triunfar sin la ayuda de las masas trabajadoras de todos los pueblos coloniales oprimidos y en primer término de los pueblos de Oriente”.
“Tendrán que apoyarse en el nacionalismo burgués que está despertando y tiene que despertar en esos pueblos, y que tiene una justificación histórica. Y al mismo tiempo, tienen que buscar cómo llegar a las masas trabajadoras y explotadas de cada país y explicarles, en un idioma que comprendan, que la única esperanza de liberación es el triunfo de la revolución internacional y que el proletariado internacional es el único aliado” (www.marxist.org).
El III Congreso (1921) no trató el problema colonial. El IV Congreso, en 1922, volvió a discutirlo en profundidad, pero esta vez fue para dar un fuerte retroceso con respecto al II Congreso. Su expresión fueron las Tesis de Oriente y su política frentepopulista de “Frente Único Antiimperialista” (FUA) con las burguesías nacionalistas.
La orientación del FUA se tradujo en una política desastrosa hacia la revolución china, gravemente profundizada tras la muerte de Lenin (enero de 1924) y conforme se acentuó el control de Stalin sobre el aparato dirigente de la Comintern. Esta política acabó conduciendo, como veremos, a la sangrienta derrota de la Revolución China de 1927.
Las conclusiones que sacó Trotsky de la gravísima derrota de la Revolución China en 1927 le llevaron a restablecer la Teoría de la Revolución Permanente, generalizarla al conjunto de los países coloniales y semicoloniales y darle su configuración definitiva como teoría mundial de la revolución. El marxismo, a través de Trotsky, pudo superar sus debilidades y errores, aunque las masas trabajadoras y los revolucionarios chinos tuvieron que pagar un alto precio por ello.
El estalinismo, apoyándose en las Tesis de Oriente y ahondando gravemente en sus errores, siempre trató de impedir que la clase obrera tuviera una posición independiente y tomara el poder en los países atrasados, alegando que “no estaban maduros”. Subordinó, por el contrario, los intereses y la lucha de la clase obrera y las masas explotadas al bloque con las burguesías nacionales “antiimperialistas”, siempre al servicio de los intereses diplomáticos del Kremlin. La teoría de la “revolución por etapas”, convertida en acompañante inseparable de la “coexistencia pacífica” con el imperialismo y de la construcción del “socialismo en un solo país”, ha sido un arma privilegiada en manos del aparato estalinista para desmoralizar a la clase obrera y desviar o impedir las revoluciones en los países semicoloniales.
Pero también una buena parte del “trotskismo” oportunista, con sus principales exponentes en Mandel, Lambert o Guillermo Lora, con un discurso más “revolucionario”, reivindicaron el “Frente Único Antiimperialista” apelando a las Tesis de Oriente y dejando de lado la profunda rectificación que realizó Trotsky.
Nuestra corriente ha estado prácticamente sola en su cuestionamiento y en la reivindicación de la reelaboración de Trotsky tras la derrota de la Revolución China. Aunque Moreno se reclamó inicialmente de las Tesis de Oriente en el “Morenazo” (1973), ocho años más tarde, en “La traición de la OCI” desarrolló una profunda crítica a las Tesis de Oriente y reivindicó las posiciones del trotskismo expresadas en “La Revolución Permanente” de 1929 y el Programa de Transición de 1938. Dicha elaboración es una parte importante de nuestro patrimonio.
4.2 El primer Congreso de la Comintern
La Internacional Comunista, frente a la Segunda Internacional proimperialista, estaba orgullosa de haber dejado de ser “una Internacional de piel blanca” y alzarse como la Internacional del proletariado revolucionario de todo el mundo.
El 1er Congreso (marzo de 1919) fue un congreso de fundación, donde el debate estuvo centrado en torno a la conveniencia de proclamar la nueva Internacional, a lo que se oponía el KDP alemán. La tarea central del Congreso fue proclamar la nueva Internacional y desplegar mundialmente la bandera comunista. Con Rusia en plena guerra civil y el país sometido a bloqueo, solo 9 delegados (de 51) pudieron acceder a Moscú desde fuera del antiguo Imperio zarista. De Oriente solo participaron representantes de las nacionalidades soviéticas de Asia. El problema colonial, al igual que otros asuntos clave, quedó postergado para el Segundo Congreso, a celebrar al año siguiente.
La principal referencia del 1er Congreso a la revolución colonial está contenida en el Manifiesto. Redactado por Trotsky, este hace mención a las rebeliones en Madagascar e Indochina y al gran movimiento huelguístico ocurrido en la India. Los países coloniales y semicoloniales habían sido violentamente sacudidos por su incorporación forzosa a la Guerra Mundial al servicio de sus respectivos imperialismos y por la crisis que siguió a la guerra, que había provocado un poderoso movimiento anticolonial, en el cual no existía todavía un movimiento obrero independiente ni partidos comunistas organizados. Fue también durante la Guerra Mundial que tuvo lugar la primera ola de industrialización en India y en China. Las rebeliones coloniales formaban parte de un cuadro mundial marcado por la gran crisis general de posguerra del imperialismo europeo y por la batalla de los bolcheviques y la Comintern para decantar dicha crisis a favor de un triunfo inminente de la revolución proletaria en el continente.
El Manifiesto estaba, sin duda, marcado por la creencia en la posibilidad de un triunfo revolucionario inminente en Europa. Sin embargo, transpiraba la vieja concepción de que los países atrasados estaban obligados a reproducir los estadios históricos de evolución de los países capitalistas de Europa occidental. Asimismo, reflejaba una idea unilateral y mecánica sobre la relación entre la revolución europea y la revolución colonial:
“la emancipación de las colonias solo es posible junto a la emancipación de la clase obrera en los centros imperialistas. [Estas] ganarán la posibilidad de una existencia independiente solo cuando los trabajadores de Gran Bretaña y Francia hayan derrocada a Lloyd George y Clemenceau y tomado el poder en sus manos. (…)
¡Esclavos coloniales de África y Asia: la hora de la dictadura del proletariado en Europa será también la hora de vuestra liberación! (…)
La clase obrera de los países donde el desarrollo histórico lo permitió, utilizó el régimen de la democracia política para organizarse contra el capital. Lo mismo ocurrirá en adelante en los países donde aún no han madurado las condiciones para una revolución obrera”.
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4.3 El Segundo Congreso de la Comintern
El Segundo Congreso (julio-agosto 1920) pudo tratar en profundidad la revolución colonial y lo hizo con presencia, esta vez sí, de una importante delegación de países oprimidos, particularmente de Oriente: más de 30 de los 218 delegados provenían de India, China, Corea, Indias holandesas (Indonesia), Irán y Turquía, además de las nacionalidades asiáticas de la Rusia soviética.
Pierre Broué se refirió a este congreso como “el de las grandes esperanzas”. Zinoviev, entonces presidente de la Comintern, proclamaba que en dos o tres años toda Europa sería una República Soviética, lo que era entonces una opinión compartida por el conjunto de la dirección bolchevique. Los países imperialistas europeos vivían una crisis enorme. La Segunda Internacional sufría un verdadero colapso (abandonada por sus principales partidos, excepto el Labour británico y el SPD alemán, cuya mayoría se había escindido y formado el USPD). Mientras tanto, la Comintern experimentaba un crecimiento explosivo. En Alemania los obreros habían aplastado en enero el putsch de Kapp, había un poderoso ascenso revolucionario en Italia y, no menos importante, el Ejército Rojo, tras rechazar el ataque del ejército polaco, avanzaba en esos momentos victorioso hacia Varsovia.
Al mismo tiempo, se abrían camino grandes movimientos antiimperialistas en los países coloniales y semicoloniales. El nacionalismo turco acababa de alcanzar una gran victoria, y en China los estudiantes habían abierto la puerta a un período de fuerte ascenso antiimperialista. Al principio, el movimiento de masas chino estaba identificado con el Kuomitang (KMT), del mismo modo que en Java (Indonesia) lo estaba con Sarekat Islam o en la India con el Partido del Congreso, de Gandhi. Roy, el delegado indio, señaló el reciente crecimiento de la industria en la India británica, con un aumento del proletariado de un 150% y la realización de más de 200 huelgas en la primera mitad de 1920. Liu Shaozhu mencionó las huelgas de Shanghái de 1919 y Sneevliet-Maring mencionó la existencia de 200 grandes ingenios azucareros y medio millón de proletarios en Java.
Fue también entonces que comenzaron a formarse los partidos comunistas en Oriente. En 1920, tras el Segundo Congreso, se fundó el primer núcleo comunista indio y en 1921 se creó en Shanghái, con 70 miembros, el núcleo fundacional del Partido Comunista Chino (PCCh), a las puertas de un impetuoso ascenso de la clase obrera.
El debate del Segundo Congreso tuvo lugar en torno a las Tesis elaboradas por Lenin y a las Tesis Suplementarias de Roy, especialmente dedicadas a India y China. Ambas iban claramente más allá del Manifiesto del Primer Congreso y fueron aprobadas por unanimidad. Veamos algunas de sus ideas fundamentales:
- Bajo el imperialismo, el mundo está dividido entre un gran número de naciones oprimidas (colonias y semicolonias que abarcaban 70% de la población mundial) y un insignificante número de naciones opresoras, cuyo predominio descansa en la dominación de las primeras. De ahí que la lucha por la liberación nacional de las colonias y semicolonias constituya un componente clave de la revolución mundial, junto con la revolución proletaria en los países capitalistas avanzados.
- El conjunto de la situación mundial está determinado por el curso de la lucha de los países imperialistas contra la República soviética. Por eso la importancia clave de forjar la alianza de los movimientos de liberación nacional y colonial con la Rusia soviética.
- La Comintern debe apoyar el “movimiento nacional-revolucionario” en los países atrasados, es decir: “cuando sean genuinamente revolucionarios y sus representantes no entorpezcan nuestro trabajo de educación y organización de los campesinos y las masas explotadas”.
- La Comintern “debe llegar a acuerdos temporales y, sí, incluso establecer una alianza con el movimiento revolucionario en las colonias y países atrasados. Pero no puede fusionarse con dicho movimiento. Por el contrario, debe mantener absolutamente el carácter independiente del movimiento proletario, incluso en su estadio embrionario”.
- El apoyo al movimiento de los campesinos tiene una importancia vital. Ellos componen la gran mayoría de la población. Es preciso dar el máximo carácter revolucionario a su movimiento y organizarlo en soviets.
- En cuanto al peso del proletariado, Lenin afirmó en su informe que “la preponderancia de relaciones precapitalistas es todavía el principal rasgo dominante en estos países” (…) “no hay prácticamente proletariado industrial en estos países”. Las Tesis Suplementarias no eran formalmente tan radicales al respecto y se limitaban a decir que “la clase proletaria, en el estricto sentido del término, no ha aparecido hasta tiempos recientes”.
- El congreso también se preguntó, en palabras de Lenin: “¿Debemos considerar correcta la afirmación de que el estadio capitalista de desarrollo económico es inevitable para las naciones atrasadas…?”. Su respuesta fue “No” y así lo recogieron las Tesis suplementarias: “las masas de los países atrasados pueden alcanzar el comunismo no a través del desarrollo capitalista sino conducidos por el proletariado con conciencia de clase de los países capitalistas avanzados”.
- Las Tesis suplementarias desarrollan asimismo un planteamiento cuya inspiración podría encontrarse en el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas redactada por Marx en 1850, donde apareció la primera formulación de la revolución permanente:
“La revolución en las colonias no será una revolución comunista en sus primeros estadios. Pero si la dirección está en manos de una vanguardia comunista desde el principio, las masas revolucionarias no serán desviadas sino que avanzarán a través de sucesivos períodos de desarrollo de experiencia revolucionaria (…) En sus primeras etapas la revolución en las colonias debe ser llevada a cabo con un programa que incluirá muchas medidas de reforma pequeñoburguesas como la división de la tierra y otras. Pero esto no implica en absoluto que la dirección de la revolución deba rendirse ante los demócratas burgueses. Por el contrario, los partidos proletarios deben mantener una vigorosa y sistemática propaganda a favor de la idea de soviets y organizar soviets de campesinos y trabajadores tan pronto como sea posible. Estos soviets trabajarán en cooperación con las repúblicas soviéticas establecidas en los países capitalistas avanzados, para el derrocamiento definitivo del orden capitalista a lo largo del mundo”.
4.4 El Tercer Congreso
El Tercer Congreso de la Internacional Comunista (junio-julio de 1921) se celebró en condiciones muy distintas del Segundo. La ofensiva del Ejército Rojo sobre Varsovia había sido derrotada, la inminencia revolucionaria en Italia y Alemania había fracasado, y la ola de radicalización obrera remitía, aunque la clase obrera conservaba su fuerza organizada. La Comintern, comenzando por su propia dirección y por los propios dirigentes bolcheviques, estaba profundamente dividida sobre la naturaleza de la nueva coyuntura y la respuesta a dar.
El debate del congreso se concentró en torno a la fracasada “Acción de Marzo” de 1921 del partido comunista alemán (KPD) y tuvo en un lado a los defensores de la “teoría de la ofensiva” y en el otro a Lenin y Trotsky, que la combatieron enérgicamente. En este contexto, la cuestión nacional y colonial quedó relegada y ni siquiera fueron presentados al congreso los proyectos de resolución preparados por delegados de India, China e Irán, lo que provocó las protestas del delegado indiano Roy.
4.5 El Cuarto Congreso y las “Tesis de Oriente”
El Cuarto Congreso (noviembre-diciembre 1922) estuvo marcado por la confirmación del reflujo revolucionario en Europa y por una contraofensiva capitalista general. Las esperanzas del Segundo Congreso se habían disipado. Mussolini acababa de tomar el poder en Italia. Contrastando con ello, en Oriente estaba tomando cuerpo un fuerte ascenso revolucionario.
El congreso debatió cómo adaptarse a la nueva situación, confirmando la táctica del Frente Único, no sin encontrar importantes resistencias, que ya venían desde el congreso anterior. Junto con este debate central, el Cuarto Congreso discutió otros temas fundamentales: el gobierno obrero, la lucha contra el fascismo, el programa, el balance de los cinco años de la Revolución Rusa y de la NEP, la cuestión agraria, el trabajo comunista entre las mujeres, el trabajo sindical y en el movimiento cooperativo. Uno de los grandes puntos fueron las “Tesis de Oriente”.
Estas tesis representaron un importante retroceso con respecto Segundo Congreso. Su propuesta política central fue el “Frente Único Antiimperialista” (FUA): un bloque político o alianza estratégica con sectores de la burguesía nacional de las colonias y semicolonias para la liberación nacional y la revolución democrático-burguesa. El FUA fue presentado como la versión colonial del Frente Único planteado en los países capitalistas occidentales. Pero, en verdad, no tenían nada que ver entre sí: uno era un bloque proletario, de clase, frente a la ofensiva capitalista, y el otro un bloque frentepopulista con la burguesía colonial que descansaba sobre una concepción etapista de la revolución.
Las Tesis de Oriente continuaron subvalorando el peso y el rol del joven proletariado chino e indio, a pesar de que estos habían tenido ya ocasión de afirmar su protagonismo social y político en los dos años y medio transcurridos desde el Segundo Congreso. A diferencia de este, las Tesis de Oriente ya no mencionan que la Comintern “solo” apoyará al movimiento nacional cuando este sea “genuinamente revolucionario” en su lucha contra el imperialismo y no entorpezca el trabajo comunista de educación y organización. Tampoco establecen con claridad que los partidos comunistas deben “mantener absolutamente el carácter independiente del movimiento proletario, incluso en su estadio embrionario”, como decía el Segundo Congreso. Ya no hablan de “mantener una vigorosa y sistemática propaganda a favor de la idea de soviets y organizar soviets de campesinos y trabajadores tan pronto como sea posible”. Y la hipótesis de “saltar” la etapa capitalista, asociada a la toma del poder por el proletariado en los países capitalistas avanzados, queda reducida a una mención difusa y marginal.
Las Tesis de Oriente, en cambio, establecen una tajante división etapista:
Estaríamos en una etapa (“una entera época histórica” dice la tesis 5) democrático-burguesa, en la que “la principal tarea común a todos los movimientos nacional-revolucionarios es lograr la unidad nacional y la independencia política” (tesis 2). En dicha etapa: “Los partidos comunistas de los países coloniales y semicoloniales tienen una doble tarea: tanto luchar por la resolución más radical posible de la revolución democrático-burguesa dirigida a conquistar la independencia política como también organizar a las masas trabajadoras y campesinas en lucha por sus particulares intereses de clase, aprovechando todas las contradicciones en el campo nacionalista democrático-burgués” (tesis 5).
Las intervenciones de varios dirigentes bolcheviques en el congreso reafirmaron esta orientación. Safarov, responsable para Oriente, dijo:
“El imperialismo extranjero en las colonias juega hoy el mismo papel que el feudalismo jugó en los siglos XVIII y XIX. La revolución nacional y colonial en los países atrasados es una revolución democrático-burguesa (…) Un gobierno democrático-burgués en los países atrasados proporciona apoyo y gran confianza para nuestro movimiento proletario (…) No podemos plantearnos como inmediata la tarea de la revolución soviética en estos países”.
Radek, por su parte, afirmó:
“deben entender que en China ni la victoria del socialismo ni el establecimiento de una república soviética están a la orden del día. Desafortunadamente, incluso la cuestión de la unidad nacional todavía no ha sido históricamente colocada en el orden del día. Lo que estamos experimentando en China es una reminiscencia del siglo XVIII en Europa, en Alemania, donde el desarrollo del capitalismo era todavía tan débil que aún no había levantado un único centro de unificación nacional”. Y, más tarde, añadía: “nuestra tarea consiste en unificar las fuerzas reales que van tomando forma en la clase obrera con dos objetivos: primero, organizar a la joven clase obrera, y segundo, establecer una adecuada relación entre ellas y las objetivamente revolucionarias fuerzas burguesas, para organizar la lucha contra el imperialismo europeo y asiático”.
Radek justificó, con un objetivismo ciego, la política que había desarrollado la Comintern ante Kemal Pashá (“Ataturk”) en Turquía y Wu Peifu, señor de la guerra del norte de China, que justo entonces estaban lanzando una dura represión contra los militantes comunistas. Estas fueron sus palabras: “intentarán miles de veces traicionar los intereses revolucionarios de su país, pero la paradoja de la historia es que ‘der Bien muss’41 [es decir: ‘ellos no tienen opción’]. Deben luchar, porque a largo plazo un compromiso con el imperialismo es imposible”.
Es cierto que las Tesis de Oriente dicen que “el movimiento obrero en los países coloniales y semicoloniales debe pugnar por encima de todo para alcanzar el papel de una fuerza revolucionaria independiente en el frente único general. Solo cuando sea reconocida su fuerza autónoma y así salvaguardada su independencia política, es permisible y necesario concluir acuerdos temporales con la democracia burguesa” (tesis 6). Sin embargo, esto no pasó de una mera proclama verbal. En primer lugar, porque la independencia política y los “acuerdos temporales” no son compatibles con un bloque político permanente con la burguesía nacionalista. Y en segundo lugar, porque la definición de “fuerza autónoma” se convertía en su contrario cuando la dirección de la Comintern ya había obligado al Partido Comunista Chino (PCCh) a entrar en el KMT. El delegado chino Liu Renjing reconoció en el congreso que “este frente único [con el KMT] se encarnó en nuestra entrada en este partido en nuestro nombre y como individuos”.
4.6 La entrada de los comunistas chinos en el Kuomitang (KMT)
La Revolución China iba a ocupar en los años posteriores un papel decisivo. Sin embargo, en los primeros años, tal como señala Broué42,
“la idea de China y de la revolución no estaban vinculadas en las cabezas de los dirigentes rusos, que creían más bien en la revolución en Japón o en la India. La China de los señores de la guerra no fue al principio para la diplomacia soviética más que un amplio campo de maniobras en el cual la alianza de un señor de la guerra daba al Estado soviético un punto de apoyo y una salida, pero no se hacían ilusiones de nada más. Pero he aquí que aparecieron en primer plano Sun Zhongshan (Sun Yat-Sen), el gobierno nacionalista de Cantón, precaria formación que él dirigía (…) y la organización nacionalista que él inspiraba, el Kuomitang.”
23 Refrán alemán.
42 Citado por P. Broué en Histoire de l’Internationale Communiste 1919-194, Ed. Fayard.
El cuarto congreso de la Comintern no discutió las tareas de los comunistas chinos. John Riddell menciona un borrador de resolución preparado por Radek en el que se descartaba al KMT por considerarlo una fuerza aliada con el imperialismo y nada se decía de que los miembros del PCCh tuvieran que integrarse en él. Este borrador nunca vio la luz. El motivo fue el cambio de posición del Comité Ejecutivo Internacional (CEIC), a pesar de que los comunistas chinos se mantenían firmes contra su entrada en el KMT.
El CEIC no introdujo este tema en los debates del congreso porque esperaba resolverlo pocas semanas después, a la llegada de su enviado a China. Fue este, Sneevliet-Maring, quien tres meses antes, apelando a la disciplina internacional, había forzado al PCCh a aprobar su entrada en el KMT, a pesar de la oposición unánime de su dirección. Sneevliet-Maring había quedado impresionado con el fundador del KMT, Sun Zhongshan: “me ha dicho personalmente que se considera como un bolchevique”.
En su “Carta a todos los camaradas del PCCh” (10 de diciembre de 1929), el dirigente comunista chino Chen Duxiu escribió sobre la oposición que mantenían a su ingreso en el KMT:
“Entrar en el KMT era introducir la confusión en la organización de clase, trabar nuestra política y subordinarse a él. El delegado de la Comintern [Borodin] dijo textualmente: ‘el presente es un período en el cual los comunistas deben efectuar un trabajo de coolies para el KMT’. A partir de ese momento, el partido ya no era el partido del proletariado, se transformaba en extrema izquierda de la burguesía y comenzaba a precipitarse en el oportunismo”.
En enero de 1923 (un mes después del Cuarto Congreso), el CEIC aprobó una resolución saludando al KMT como “el único grupo nacional revolucionario serio en China” y llamando a los comunistas chinos a entrar en su seno. En febrero se firmaba una declaración conjunta entre Sun Zhongshan (jefe del KMT y presidente del gobierno de Cantón) y Ioffe, en nombre de la URSS. La declaración decía:
“El doctor Sun Zhongshan piensa que el sistema comunista e incluso el de los soviets no pueden ser introducidos en China, donde no existe ninguna condición favorable a su aplicación. Este sentimiento es enteramente compartido por M. Ioffe, que piensa que el problema más importante y más urgente para China es el de su unificación y su independencia nacional. Él ha asegurado al Dr. Sun Zhongshan que China tiene toda la simpatía del pueblo ruso y puede contar con el apoyo de Rusia en esta gran empresa”.
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4.7 La Revolución China
En mayo de 1925 –con Lenin muerto y la Comintern controlada por Stalin– se inició la revolución china en Shanghái. Pronto, 200.000 obreros en unas pocas semanas se organizaron en el sindicato. En junio, Cantón y Hong Kong tomaron el relevo en el Sur, con un levantamiento que incluyó la formación de un verdadero soviet en Hong Kong, con su propia fuerza armada. Hubo una sindicalización en masa en el Sur, que incluyó a la mitad de la clase obrera, más de un millón. El PCCh pasó en pocos meses de 900 a 20.000 miembros.
El 20 de marzo de 1926 Jiang Jieshi (Chang Kai-shek), al mando del ejército del KMT, dio un golpe de Estado en Cantón lanzando una razzia contra el comité de huelga, con miles de detenciones, el establecimiento de un régimen dictatorial bajo ley marcial, y un control draconiano de los comunistas en el seno del KMT. Este golpe fue durante muchos meses vehementemente negado por la dirección de la Comintern, que desde hacía tiempo proclamaba, con Stalin al frente, que el KMT era el “partido obrero y campesino” que dirigía la revolución china.
El PCCh, a raíz del golpe de Cantón (“el pequeño golpe”), dirigió un informe a la Comintern diciendo que era preciso revisar las relaciones con el KMT: que había que mantener la cooperación, en particular en vista a la expedición militar al Norte para derrotar a los señores de la guerra y unificar el país, pero no desde dentro del KMT sino desde fuera, como fuerza independiente. Que el PCCh debía desarrollar la unidad militar que controlaba y completar este esfuerzo con el armamento de los obreros y campesinos. El CEIC (bajo control de Stalin y Bujarin) rechazó esta posición por “aventurera” y porque tendía a “sobrepasar la etapa de la revolución nacional”.
La marcha al Norte contra los señores de la guerra fue un enorme estímulo para el movimiento popular y vino acompañada de huelgas obreras y levantamientos campesinos. Entretanto, Borodin, representante de la Comintern, advertía contra los “excesos”. La etapa decisiva de la expedición al Norte era Shanghái, el centro económico, principal punto de apoyo del imperialismo, bastión principal del movimiento obrero chino y gran plaza fuerte del PCCh.
Cuando el ejército de Jiang Jieshi estaba a 30 kilómetros de la ciudad, el sindicato llamó a la huelga en apoyo. El general al mando de Shanghái y la policía internacional de la ciudad (controlada por las potencias imperialistas instaladas) lanzaron una ofensiva sanguinaria. El PCCh llamó a la insurrección contando con la llegada del ejército de Jiang Jieshi que, por el contrario, se detuvo para facilitar la sangrienta represión contra el movimiento y sus dirigentes. El levantamiento duró dos días, del 22 al 24 de febrero de 1927, dando paso a una retirada ordenada ante la evidencia de que el salvador Jiang Jieshi no iba a llegar. Un mes más tarde, el 21 de marzo, el sindicato llamó a la huelga general y a la insurrección simultánea para derrocar el poder militar de la ciudad. Esta vez la victoria obrera fue cuestión de horas.
Policías y soldados se rindieron en masa, se pasaron a los trabajadores o les entregaron las armas. La propia entrada del ejército nacionalista fue también una victoria obrera, pues fue la Primera División, ganada por los agitadores obreros, la que entró, contra las órdenes de Jiang Jieshi.
Desde el mismo momento en que Jiang Jieshi entró finalmente a la ciudad, comenzó a preparar abiertamente el contragolpe contrarrevolucionario, mientras la dirección de la Comintern daba instrucciones de “esconder o enterrar las armas”. Había dos bandos: el de Jiang Jieshi, en realidad muy débil (solo controlaba 3.000 hombres y con fidelidad incierta) y el de los trabajadores, con unas milicias de 2.700 elementos bien armados, el sostén de la Primera División y el apoyo masivo de la población. Como dice Broué “ la superioridad de Jiang era la de un asesino decidido a suprimir a sus enemigos, mientras estos últimos no saben siquiera quien es el suyo y le toman como un amigo”. Tras varias medidas represivas, asesinatos selectivos y proclamación de la ley marcial, finalmente la noche del 11 al 12 de abril Jiang Jieshi lanza el golpe y da curso a una auténtica masacre, que se extenderá a toda China. La estimación más baja es de 547.000 personas asesinadas.
La dirección de la Comintern tardó una semana en denunciar la “traición” de Jiang, pasando por alto su complicidad política y su colaboración práctica al dar instrucciones de “esconder y enterrar las armas para evitar un conflicto militar entre los obreros y Jiang” y rechazar al jefe de la Primera División, que se había ofrecido a ponerse a las órdenes del PCCh y desobedecer a Jiang Jieshi. El CEIC ordenaba asimismo al PCCh a que se alineara con el gobierno de Wuhan que, apoyado en varios señores de la guerra de China central, no reconocía la autoridad de Jiang Jieshi. Dos ministros comunistas formaban parte de este gobierno, al que el CEIC reconoció como el “centro revolucionario” de China, llamado a ser, según Stalin, “un organismo de la dictadura revolucionaria del proletariado y el campesinado”. La presencia de los dos ministros comunistas permitió al gobierno de Wuhan neutralizar los levantamientos campesinos e imponer el arbitraje obligatorio en las huelgas. Una vez conseguido esto, pudo ya lanzar desde mayo sangrientas masacres contra las organizaciones obreras y campesinas.
El último capítulo del drama fue la insurrección suicida ordenada por Stalin en diciembre de 1927 en Cantón, improvisada y sin ninguna preparación, destinada exclusivamente a cubrirse contra las críticas de la izquierda ante las sangrientas derrotas de Shanghái y Wuhan, para poder así decir que había llamado a una insurrección obrera armada por el poder. El resultado fue otros 25.000 comunistas asesinados en una represión que se distinguió por un salvajismo brutal.
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V. TROTSKY, LA REVOLUCIÓN CHINA Y LA REVOLUCIÓN PERMANENTE
Trotsky no intervino (tampoco lo hizo Lenin) en el debate sobre la cuestión nacional y colonial del IV Congreso de la Comintern y no se le conocen escritos o discursos a favor del FUA ni tampoco en contra. En cuanto a la entrada del PCCh en el KMT, en una carta a Shachtman (10/12/1930) Trotsky escribió que se había opuesto desde 1923, pero no hay documentos o discursos donde conste esto. Su batalla pública y abierta por la salida de los comunistas chinos del KMT comenzó en marzo de 1927.
La Oposición Conjunta contra Stalin, creada en abril de 1926 por Trotsky y sus partidarios junto con el grupo de Zinoviev, no apoyó la exigencia de Trotsky de ruptura organizativa del PCCh con el KMT. Trotsky reconoció que esta concesión a Zinoviev había sido un error [Zinoviev había sido presidente de la Comintern hasta octubre de 1926 y, por tanto, corresponsable, junto con Stalin y Bujarin, de la política china].
Solo el 4 de marzo 1927, en su “segunda carta a Radek”, Trotsky planteó públicamente la salida del KMT: “Si queremos intentar salvar al PCCh de degenerar finalmente hacia el menchevismo, no tenemos derecho a dejar de lado un solo día más la exigencia de la retirada del KMT” .
En realidad, hasta ese momento los acontecimientos chinos no ocuparon un lugar relevante en la lucha política de Trotsky. Sin embargo, entre marzo y setiembre de 1927, en el crisol de la revolución china y de la traición de la Comintern, su pensamiento experimentó una profunda maduración.
Moreno, en “La traición de la OCI” cita un escrito de Trotsky del 22 de marzo de 1927, en el que, al mismo tiempo que exigía la separación total de los comunistas del KMT, incluía aún la posibilidad de que participaran en un gobierno conjunto:
“Desde luego que los comunistas no pueden abandonar su apoyo al ejército nacionalista y al gobierno nacionalista, ni aparentemente pueden negarse a formar parte del gobierno nacionalista. Pero el problema de la independencia organizativa total del PCCh, es decir, su retiro del KMT no puede postergarse ni un día más (…) Los comunistas pueden conformar un gobierno unificado con el KMT a condición de la separación total de los partidos que conforman el bloque político”.
El 3 de abril, solo 12 días después, en el artículo “Las relaciones entre las clases y la revolución china”, ya fue más allá. Al tiempo que declaraba categóricamente que “mantener al PCCh de rehén dentro de las filas del KMT equivale objetivamente a una traición”, llamaba a los obreros chinos a crear soviets, siguiendo el ejemplo de los trabajadores de Hong Kong.
Sin embargo, a diferencia de la revolución rusa, no llamaba todavía a la revolución proletaria sino a la “dictadura democrática de obreros y campesinos”:
“No se trata de una revolución socialista sino democrático-burguesa. Y en esta hay dos métodos: el conciliador burgués contra el obrero-campesino”.
Como Lenin antes de las Tesis de Abril, Trotsky defiende aquí la “dictadura democrática de obreros y campesinos”:
“la revolución china es perfectamente capaz de llevar al poder político la alianza de obreros y campesinos bajo la dirección de proletariado. Este régimen será el vínculo de China con la revolución mundial. En el curso del período de transición la revolución revestirá un carácter auténticamente democrático, obrero-campesino. En la economía es indudable que primarán la relaciones mercantiles capitalistas (…) la posibilidad de pasar de la revolución democrática a la revolución socialista dependerá total y exclusivamente del curso de la revolución mundial”.
Se oponía ya claramente a participar en el gobierno del KMT, aunque aún mantenía la esperanza en una futura alianza con el ala izquierda del KMT, que diera lugar a un “gobierno obrero y campesino” que materializara la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”:
“¿Deben participar los delegados del PCCh en el gobierno nacional? Si se tratara de un gobierno que correspondiera a la nueva fase de la revolución, a un gobierno obrero y campesino, indudablemente deberían hacerlo. En el actual gobierno nacional de ninguna manera (…) Después de la toma revolucionaria de Shanghái, las viejas relaciones políticas se han vuelto insostenibles. Es necesario aprobar la resolución totalmente correcta del plenario de junio del PCCh que exige que el partido se retire del KMT y forme un bloque con esa organización a través de su ala izquierda”.
Fue finalmente en setiembre de 1927 que, sacando las lecciones de la terrible derrota sufrida, Trotsky declaró por primera vez de forma inequívoca que el único camino a la victoria de la revolución china era a través de la Dictadura del Proletariado:
“Puesto que existe un estado de guerra civil entre las tropas revolucionarias y el KMT, el movimiento revolucionario solo puede triunfar bajo la dirección del PCCh y solo bajo la forma soviética de diputados obreros, soldados y campesinos (…) Esto exige un programa para el período de lucha por el poder, la conquista del poder y la instauración del nuevo régimen (…) En otras palabras, de lo que se trata ahora es de la dictadura del proletariado (…) La revolución china en su nueva etapa triunfará como dictadura del proletariado o no triunfará”.
Recapitulando, en la carta a Preobrazhensky del 21 de abril 1928, explica su evolución:
“De abril a mayo de 1927 yo apoyé la consigna de dictadura democrática del proletariado y los campesinos para China (más exactamente, yo acepté esta consigna) en la medida en que las fuerzas sociales todavía no habían dado su veredicto político aunque la situación en China era muchísimo menos propicia para esta consigna que la que existía en Rusia. Luego que la acción histórica colosal dio su veredicto (la experiencia de Wuhan) la consigna de dictadura democrática se convirtió en una fuerza reaccionaria y llevará inevitablemente al oportunismo o al aventurerismo”.
Trotsky sistematizó las conclusiones en su trabajo de junio de 1928, “La Tercera Internacional después de Lenin”.
En ese trabajo (una crítica al programa de Stalin y Bujarin para el Sexto Congreso de la Comintern), en el capítulo titulado “Balance y perspectivas de la Revolución China: sus lecciones para los países de Oriente y para toda la Internacional Comunista”, Trotsky retoma la experiencia rusa para analizar la Revolución China y extiende la Teoría de la Revolución Permanente:
“Presentar las cosas como si el yugo colonial asignase necesariamente un carácter revolucionario a la burguesía colonial, es reproducir, al revés, el error fundamental del menchevismo, que creía que la naturaleza revolucionaria de la burguesía rusa debía desprenderse de la opresión absolutista y feudal”.
“Las mismas causas objetivas, sociales e históricas que determinaron la aparición de Octubre en la revolución rusa se presentan en China con un aspecto aún más agudo. Los polos burgués y proletario de la nación están opuestos en China con más intransigencia aún, si es posible, que en Rusia”.
“Y si, desde nuestros primeros pasos, hemos enseñado a los obreros de Rusia a no creer que el liberalismo estuviese dispuesto a derribar el zarismo y abolir el feudalismo, ni que la democracia pequeñoburguesa fuese capaz de ello, de la misma forma deberíamos haber inoculado, desde el comienzo, ese sentimiento de desconfianza a los obreros chinos”.
“El Comité́ Ejecutivo de la Internacional Comunista ha enseñado que la revolución debe asegurar a China la posibilidad de desarrollarse en la vía al socialismo. Solo se puede alcanzar este objetivo si la revolución no se detiene en las tareas democrático-burguesas, solo si en su crecimiento, al pasar de una fase a otra, es decir, al desarrollarse sin interrupción (o de una forma permanente), conduce a China a un desarrollo socialista. Esto es precisamente lo que Marx entendía como revolución permanente”.
“Es evidente que no podemos, en el porvenir, renunciar a acuerdos semejantes, rigurosamente limitados y sirviendo cada vez a un objetivo claramente definido. Este es el caso, por ejemplo, cuando se trata de un acuerdo con los estudiantes del Kuomintang para la organización de una manifestación antiimperialista (…) La única condición de todo acuerdo con la burguesía, acuerdo separado, práctico, limitado a medidas definidas y adaptadas a cada caso, consiste en no mezclar las organizaciones ni las banderas, ni directa ni indirectamente, ni por día, ni por una hora, en distinguir el rojo del azul, en no creer jamás que la burguesía sea capaz de llevar una lucha real contra el imperialismo…”.
“Cientos de veces Lenin tuvo que defender la revolución proletaria de Octubre, que se atrevió́ a conquistar el poder aunque los problemas burgueses y democráticos no hubieran recibido todavía solución; Lenin respondía: es precisamente por esta razón y justamente para darles una”.
“… la revolución china en su nueva etapa triunfará como dictadura del proletariado o no triunfará”.
En el libro La revolución permanente, de 1929, Trotsky generaliza las conclusiones de la Revolución China y desarrolla la Teoría de la Revolución Permanente como teoría mundial de la revolución. Es en el cuadro que encuentra su culminación y encuadre la estrategia leninista sobre las nacionalidades y las propias tesis del II Congreso de la Comintern.
Trotsky sintetiza las conclusiones en las tesis finales, “¿Qué es la revolución permanente? (Tesis fundamentales)”. Veamos algunas de ellas:
“2ª. Con respecto a los países de desarrollo burgués tardío, en particular los países coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución completa y genuina de sus tareas democráticas y de emancipación nacional solo es concebible a través de la dictadura del proletariado como el líder de la nación oprimida, ante todo de sus masas campesinas”.
“4ª. No importa cuáles sean las primeras fases episódicas de la revolución en los distintos países, la realización de la alianza revolucionaria entre el proletariado y el campesinado solo es concebible bajo la dirección política de la vanguardia proletaria organizada en partido comunista. Esto significa a su vez que la victoria de la revolución democrática solo es concebible a través de la dictadura del proletariado, apoyada en la alianza con el campesinado, y encaminada en primer término a realizar las tareas de la revolución democrática”.
“7ª. La tendencia de la Internacional Comunista a imponer actualmente a los pueblos orientales la consigna de la dictadura democrática del proletariado y los campesinos, superada definitivamente desde hace tiempo por la historia, no puede tener sino un carácter reaccionario. Por cuanto esta consigna se opone a la dictadura del proletariado, políticamente contribuye a la disolución de este último en las masas pequeñoburguesas y crea de este modo las condiciones más favorables para la hegemonía de la burguesía nacional, y por consiguiente, para el fracaso de la revolución democrática. La incorporación de esta consigna al programa de la Internacional Comunista representa ya en sí misma una traición directa contra el marxismo y las tradiciones bolcheviques de Octubre”.
“11ª. El esquema de desarrollo de la revolución mundial, tal como queda trazado, elimina el problema de la distinción entre países ‘maduros’ y ‘no maduros’ para el socialismo, en el sentido de la clasificación muerta y pedante que establece el actual programa de la Internacional Comunista. El capitalismo, al crear un mercado mundial, una división mundial del trabajo y fuerzas productivas mundiales, se encarga por sí solo de preparar la economía mundial en su conjunto para la transformación socialista. Este proceso de transformación se realizará con distinto ritmo según los distintos países. En determinadas condiciones, los países atrasados pueden llegar a la dictadura del proletariado antes que los avanzados, pero más tarde al socialismo…”.
Estas posiciones están finalmente resumidas en el Programa de Transición, en el capítulo “Los países atrasados y el programa de reivindicaciones transitorias”:
“Los países coloniales y semicoloniales son por su misma naturaleza países atrasados. Pero estos países atrasados viven en las condiciones de la dominación mundial del imperialismo. Es por eso que su desarrollo tiene un carácter combinado: reúnen al mismo tiempo las formas económicas más primitivas y la última palabra de la técnica y de la civilización capitalista. Esto es lo que determina la política del proletariado de los países atrasados: está obligado a combinar la lucha por las tareas más elementales de la independencia nacional y la democracia burguesa con la lucha socialista contra el imperialismo mundial”.
“Las reivindicaciones democráticas, las reivindicaciones transitorias y las tareas de la revolución socialista no están separadas en épocas históricas distintas sino que surgen inmediatamente las unas de las otras. Habiendo apenas comenzado a edificar sindicatos el proletariado chino se vio ya obligado a pensar en los soviets. En este sentido, el presente programa es plenamente aplicable a los países coloniales y semicoloniales, al menos en aquellos en que el proletariado es ya capaz de tener una política independiente”.
“El peso relativo de cada una de las reivindicaciones democráticas y transitorias en la lucha del proletariado, su ligazón recíproca y su orden de sucesión vienen determinados por las particularidades y condiciones propias de cada país atrasado, en una medida considerable, por su grado de atraso. No obstante, la tendencia general del desarrollo revolucionario en todos los países atrasados puede ser determinada por la fórmula de la revolución permanente en el sentido que definitivamente le han dado las tres revoluciones de Rusia (1905, febrero de 1917 y octubre de 1917)”.
VI. TROTSKY: LOS CASOS DE UCRANIA Y ESPAÑA EN LOS AÑOS 1930
Creemos importante finalizar este trabajo estudiando el tratamiento que dio Trotsky a algunos casos especialmente relevantes y complicados de opresión nacional. Pensamos que son ejemplos brillantes, enormemente instructivos, de la aplicación del método marxista, de unos principios, una estrategia y una metodología, a “una de las formas de la lucha de clases más laberínticas y complejas”.
6.1 “POR UNA UCRANIA SOVIÉTICA UNIDA, LIBRE E INDEPENDIENTE”
El primer ejemplo es su posición ante Ucrania en 1939, poco antes del pacto Hitler-Stalin y del estallido de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar ocho días después de su firma.
Lo primero que hizo Trotsky fue definir estratégicamente el problema ucraniano:
“Crucificada por cuatro Estados [en los que se hallaba dividida], Ucrania ocupa ahora en el destino de Europa la misma posición que una vez ocupó Polonia, con la diferencia de que las relaciones mundiales son actualmente mucho más tensas y los ritmos del proceso mucho más acelerados”.
Y añadía: “la Segunda Internacional [incluida su ala izquierda] ignoró completamente la cuestión ucraniana (…) El partido bolchevique, no sin dificultad y solo gradualmente bajo la constante presión de Lenin, pudo adquirir un enfoque correcto (…) En la concepción del viejo partido bolchevique, la Ucrania soviética estaba destinada a convertirse en el poderoso eje en torno al cual se unirían las otras secciones del pueblo ucraniano. (…) durante el primer período de su existencia, la Ucrania soviética fue una poderosa fuerza de atracción”.
Esta situación cambió radicalmente con la contrarrevolución estalinista:
“no queda ni rastro de la anterior confianza y simpatía de las masas ucranianas hacia el Kremlin. Desde la última purga asesina en Ucrania, nadie quiere en el Oeste pasar a formar parte de la satrapía del Kremlin, que continúa llevando el nombre de Ucrania soviética”.
Es en esta caracterización general que descansaba la consigna “Por una Ucrania soviética de obreros y campesinos, unida, libre e independiente”.
6.1.1 “Nos es ajeno el culto apasionado por las fronteras estatales”
Trotsky no trató la relación contradictoria entre centralización estatal e independencia nacional sobre la base de normas y consideraciones abstractas suprahistóricas, sino en función de las necesidades concretas que expresaba la revolución. Es así como respondía a los detractores proestalinistas de la independencia de Ucrania:
“¡Pero –gritarán a coro los ‘amigos’ del Kremlin– la independencia de la Ucrania soviética significaría su separación de la URSS! ¿Qué tiene eso de terrible?, contestamos. Nos es ajeno el culto apasionado por las fronteras estatales”.
“La agitación abstracta en favor del centralismo no tiene gran peso por sí misma. (…) Políticamente no se trata de si es conveniente “en general” que diversas nacionalidades convivan dentro de los marcos de un Estado único, sino de si cada nacionalidad, en base a su propia experiencia, considera ventajoso adherirse a un Estado determinado. (…) Seguramente la separación de Ucrania es una desventaja si se la compara con una federación socialista voluntaria e igualitaria, pero será una ventaja indiscutible respecto al estrangulamiento burocrático del pueblo ucraniano. Para unirse más estrecha y honestamente a veces es necesario separarse primero.”
Junto al problema de las fronteras, los oponentes de Trotsky añadían la objeción económica:
“La economía de la Ucrania soviética es parte integral del Plan. Su separación amenazaría con echarlo abajo y disminuiría las fuerzas productivas”.
“este argumento tampoco es decisivo. Un plan económico no es un libro sagrado. Si las secciones nacionales de la federación, pese a la unificación del plan, empujan en direcciones opuestas, significa que el plan no les satisface. Un plan está hecho por hombres. Puede reconstruirse de acuerdo a las nuevas fronteras. En la medida en que el plan beneficie a Ucrania, esta deseará entablar los acuerdos económicos necesarios con la Unión Soviética y encontrará el modo de hacerlo”.
6.1.2 La independencia de Ucrania parte de la lucha por la revolución socialista internacional
Trotsky no consideraba la batalla por la independencia de Ucrania de manera aislada sino como parte de la lucha por la revolución política en la URSS y los Estados Unidos Soviéticos de Europa:
“Mientras la cuestión dependa del poderío militar de los Estados imperialistas, la victoria de un bando u otro solo puede significar un nuevo desmembramiento y un vasallaje aún más brutal del pueblo ucraniano. El programa de independencia de Ucrania en la época del imperialismo está directa e indisolublemente ligado al programa de la revolución proletaria. Sería criminal alimentar ilusión alguna a ese respecto”.
“… una Ucrania independiente, de obreros y campesinos, podría luego unirse a la Federación Soviética; pero voluntariamente, sobre condiciones que ella misma considere aceptables, lo que a su vez presupone una regeneración revolucionaria de la URSS. La auténtica emancipación del pueblo ucraniano es inconcebible sin una revolución o una serie de revoluciones en el Oeste, que puedan conducir en última instancia a la creación de los Estados Unidos Soviéticos de Europa”.
6.2 CATALUÑA EN LOS AÑOS 1930
Vamos a dar primero un breve encuadre histórico al problema. El 14 de abril de 1931 cayó la Monarquía española y se abrió una fase revolucionaria en el país. El Estado español era uno de los eslabones débiles del capitalismo europeo. Pertenecía al grupo de países atrasados del continente (teniendo “su atraso un carácter peculiar, determinado por el gran pasado histórico del país”51). Dicho atraso había debilitado las tendencias centralizadoras inherentes al capitalismo, que se había desarrollado ante todo en la periferia del País Vasco y Cataluña, territorios, además, con lengua e historia propias. Las tendencias separatistas, acentuadas durante el período anterior de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), resurgieron con fuerza renovada tras la caída de la Monarquía, poniendo en primer plano “la tarea democrática de la libre autodeterminación nacional”52.
6.2.1 Nación opresora y nación oprimida
El punto de partida de Trotsky fue, como Marx en Irlanda, y como Lenin, la distinción entre la nación opresora y la oprimida. Un mes después de la proclamación de la República, se dirigía así a los camaradas de Madrid, la capital del país opresor:
“No se puede perder de vista ni por un momento que España entera y Cataluña, como parte constituyente de ese país, actualmente están gobernadas, no por nacionalistas demócratas catalanes sino por burgueses imperialistas españoles, aliados a los grandes latifundistas, a los viejos burócratas y a los generales, con el apoyo de los socialistas nacionales [PSOE]. Toda esta cofradía tiene la intención de mantener, por una parte, la servidumbre de las colonias españolas y, por otra, asegurar el máximo de centralización burocrática de la metrópoli; es decir, quiere el aplastamiento de los vascos, los catalanes y de las otras nacionalidades por la burguesía española.
Dada la combinación presente de fuerzas de clase, el nacionalismo catalán es un factor revolucionario progresista en la fase actual. El nacionalismo español es un factor imperialista reaccionario. El comunista español que no comprenda esta distinción, que la ignore, que no la valore en primer plano, que, por el contrario, se esfuerce por minimizar su importancia, corre el peligro de convertirse en agente inconsciente de la burguesía española y de estar perdido para siempre para la causa de la revolución proletaria”53.
Trotsky, La revolución española y las tareas de los comunistas, 24 de enero de 1931.
32 Ídem.
53 Trotsky, Carta a los camaradas de Madrid, 17 de mayo de 1931.
Al mismo tiempo, ante el “muy serio peligro” de división del proletariado español en sectores nacionales, Trotsky alertaba que podrían combatirlo con éxito “de un sola manera”:
“denunciando implacablemente las violencias cometidas por la burguesía de la nación soberana y ganando así la confianza del proletariado de las nacionalidades oprimidas. Una política distinta equivaldría a sostener el nacionalismo reaccionario de la burguesía imperialista que es dueña del país, en contra del nacionalismo revolucionario democrático de la pequeña burguesía de una nacionalidad oprimida”.
6.2.2 Derecho a la autodeterminación e independencia
Trotsky diferenciaba el separatismo de la burguesía catalana y el de los obreros y campesinos catalanes, que calificaba como “la envoltura de la indignación social”. Para separar a los obreros y campesinos de la burguesía:
“la vanguardia proletaria debe adoptar en la cuestión de la libre autodeterminación nacional, la más audaz y sincera posición. Los obreros defenderán hasta el final el derecho de los catalanes y vascos a organizar su vida nacional independiente, en el caso de que la mayoría de estos pueblos se pronunciase por una separación completa”. Esta voluntad puede expresarse “por un plebiscito libre, por una asamblea de representantes de Cataluña, por la voz de los principales partidos a los que siguen las masas o, finalmente, por un levantamiento nacional de Cataluña”.
Al mismo tiempo, como Lenin en Rusia, afirmaba:
“ello no significa, sin embargo, que los obreros avanzados empujen a los catalanes y a los vascos a la separación. Al contrario, la unidad económica del país, con una amplia autonomía de las nacionalidades, ofrecería grandes ventajas a los obreros y campesinos desde el punto de vista económico y cultural”.
Unos meses más tarde, en una carta a Andreu Nin, Trotsky precisaba aún más y no se olvidaba de una alerta:
“Usted escribe sobre el riesgo que corremos de ayudar involuntariamente al liberalismo madrileño si nos contentamos con proclamar que la ‘balcanización’ de la Península Ibérica es incompatible con los objetivos del proletariado. Tiene razón; si en mi anterior carta no señalé este peligro, ahora estoy dispuesto a hacerlo diez veces…”.
“… Sin oponernos a la revolución democrática, todo lo contrario, apoyándola sin reservas, incluso en el marco de la separación (es decir, sosteniendo la lucha, pero no las ilusiones), debemos agitar por nuestra posición independiente hacia la revolución democrática, recomendando, aconsejando, proponiendo la idea de la Federación de Repúblicas Soviéticas de la Península Ibérica, como parte constituyente de los Estados Unidos de Europa. Esta es mi concepción, expuesta de forma detallada. No hace falta decir que los camaradas de Madrid y los camaradas españoles en general, deben usar el argumento de la ‘balcanización’ con una especial discreción”.
6.2.3 Verano de 1934:
Trotsky por la “proclamación de la República Catalana independiente”
La historia no quedó parada en 1931 y en el año 1934 la lucha de clases sufrió una brusca e intensa aceleración que afectó de lleno a Cataluña. En la nueva coyuntura creada, Trotsky no dudó en propugnar un drástico giro táctico. La lucha estratégica por el derecho a la autodeterminación y por la “Federación de Repúblicas Soviéticas de la Península Ibérica, como parte constituyente de los Estados Unidos de Europa” pasó a expresarse en la batalla por la inmediata “proclamación de la República Catalana independiente”.
Veamos primero el contexto histórico: a finales de 1933, el año del ascenso de Hitler al poder, las derechas españolas (con un partido filo-fascista, la CEDA, como primera fuerza parlamentaria) ganaron las elecciones, dando origen a un gobierno reaccionario que extremó los choques con el movimiento obrero y con Cataluña. El enfrentamiento con los catalanes se concentró en torno a la Ley de Contratos de Cultivo, que había sido aprobada por el parlamento catalán bajo la presión de campesinos pobres arrendatarios de tierras (rabassaires). Los grandes terratenientes catalanes apelaron al gobierno de Madrid, que suspendió la ley. Sin embargo, bajo una fuerte presión campesina y popular, la ley fue aprobada de nuevo en los mismos términos por el parlamento catalán, abriendo un escenario de colisión directa entre el gobierno español y la Generalitat de Cataluña, dirigida por Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), el partido de la pequeña burguesía catalana.
El choque inminente confluía y se integraba como pieza central en el choque general del movimiento obrero del conjunto del Estado español contra el gobierno reaccionario de Madrid, pues las organizaciones obreras habían prometido que si la CEDA se incorporaba al gobierno –como así sucedió– llevarían a cabo una insurrección.
En esta nueva coyuntura, en julio de 1934 Trotsky envió una carta a los dirigentes de la Izquierda Comunista Española (ICE), que les fue entregada junto con otra misiva en el mismo sentido firmada por el entonces responsable para España del Secretariado Internacional de la LCI, Alfonso Leonetti (“Martin”). Dichas cartas criticaban con gran dureza la actuación de la ICE y planteaban un giro radical en sus consignas y su táctica ante el problema catalán. La carta de Trotsky comienza con la siguiente apreciación:
“Cataluña representa hoy indiscutiblemente la posición más sólida de las fuerzas defensivas frente a la reacción española y al peligro fascista. Si se perdiera esta posición, la reacción habría logrado una victoria decisiva y por mucho tiempo. Con una política justa, la vanguardia proletaria podría utilizar este bastión defensivo como punto de partida de una nueva ofensiva de la revolución española. Esta debería ser nuestra perspectiva.”
“Este desarrollo solo es posible si el proletariado catalán logra hacerse con la dirección del combate defensivo contra el gobierno central reaccionario de Madrid. Pero esto solo es posible si el proletariado catalán no promete solo ‘apoyar’ esta lucha ‘en el caso de que sea iniciada’… (esta política de seguidismo fue preconizada por nuestros camaradas dentro de la Alianza Obrera (AO) de Cataluña y defendida contra Maurín58) sino si se pone desde el principio a la cabeza del movimiento de resistencia, si aclara las perspectivas, si lanza consignas cada vez más audaces y desde el comienzo lleva la lucha no en las palabras sino en los hechos”.
6.2.4 ¿Qué política ante el choque inminente?
“Cataluña puede convertirse en el eje de la revolución española. La conquista de la dirección en Cataluña debe ser el centro de nuestra política en España. La política de nuestros camaradas lo hace del todo imposible. Esta política se ha de cambiar rápidamente si no queremos que una situación decisiva acabe por culpa nuestra en una nueva derrota de la revolución española, que sería decisiva durante mucho tiempo. No debemos esconder que la política de nuestros camaradas en esta cuestión hasta ahora ha dañado fuertemente el prestigio no solo de nuestra propia organización y de la AO, sino del proletariado mismo, lo cual no podrá ser reparado más que por un giro radical y convincente en los hechos.
La posición de nuestros camaradas y de los de la AO no puede ser entendida por las masas trabajadoras no proletarias más que como sigue: el proletariado se compromete mediante estas organizaciones a participar si las otras comienzan; pero incluso para esto pide su precio (las condiciones puestas por la AO a la Esquerra pequeñoburguesa ignoran completamente el interés particular de los campesinos y de los pequeñoburgueses urbanos); e intentará tan pronto como la posibilidad se preste, dar a la lucha una dirección en el sentido de sus propios objetivos de clase, la dictadura del proletariado. En lugar de aparecer como el dirigente de todas las capas oprimidas de la nación, como el líder de la liberación nacional, el proletariado aparece aquí puramente como un compañero de las otras clases, incluso como un compañero muy egoísta, a quien hace falta dar o más bien prometer su parte porque se le necesita y durante el tiempo en que se le necesite”.
“El giro de nuestros camaradas ha de consistir en primer lugar en lo siguiente: deben hacer agitación (tanto desde nuestra propia organización como desde la Alianza Obrera) por la proclamación de la República Catalana independiente y han de exigir para asegurarla el armamento inmediato de todo el pueblo. No deben esperar que el gobierno [de la Generalitat] les arme, sino comenzar inmediatamente a formar milicias obreras que no solo exigirán el mejor equipamiento del Gobierno, sino que deben procurárselo ellas mismas desarmando a los reaccionarios y los fascistas. El proletariado ha
34 Maurín era el jefe del Bloque Obrero y Campesino (BOC), con quien Nin y la ICE se unificarían en setiembre de 1935, dando lugar al POUM. En la conferencia de la Alianza Obrera catalana del 17 de junio de 1934 Maurín había propuesto la proclamación de la República Catalana, pero Andreu Nin se opuso y defendió una postura de espera y seguidista de la Generalitat. La AO adoptó la posición de Nin, que Trotsky y el SI de la LCI condenaron con extrema rigor. Después, a lo largo del movimiento insurreccional de octubre de 1934, la Alianza Obrera, dirigida por Maurín, actuó de manera abiertamente seguidista de ERC.
de demostrar en los hechos a las masas catalanas que tiene un interés sagrado por la defensa de la independencia catalana. Es aquí donde residirá el paso decisivo hacia la conquista de la dirección en la lucha de todas las capas sociales prestas a la defensa de la ciudad y del campo.”
“Dada la extrema división del proletariado catalán, que no le permite establecer su hegemonía en Cataluña, no puede, en la situación actual, proclamar por sí solo la independencia de Cataluña. Pero puede y debe llamar a la proclamación con todas sus fuerzas y exigirla al gobierno pequeñoburgués de ERC.”
Por supuesto, la batalla por la proclamación de la República catalana no convirtió a Trotsky en “separatista”. Como escribió Alfonso Leonetti en nombre del SI de la LCI:
“Evidentemente, nosotros, marxistas, no somos “separatistas”; pero no somos tampoco “demócratas”. A pesar de esto, luchando por la “democracia” pensamos llegar al socialismo y al poder proletario. La misma cosa con la cuestión nacional.
Luchando por la independencia catalana, por la República catalana, en suma, la clase obrera no pierde de vista ni un instante que su tarea es luchar por una libre república catalana obrera y campesina dentro de una libre república obrera y campesina de España.”
Finalmente, interesa señalar que, así como antes de 1934 Trotsky no defendió la proclamación de la independencia catalana, tampoco lo hizo después, cuando estalló la revolución española en respuesta al golpe militar-fascista del 18 de julio de 1936 y las circunstancias históricas fueron totalmente diferentes de las de 1934.
6.3 ALGUNAS CONCLUSIONES FUNDAMENTALES DE LOS CASOS ANTERIORES
Una conclusión común a todos ellos es que no existen “normas abstractas” e inamovibles que determinen la política concreta, independientemente del curso de las circunstancias de la lucha de clases. Por el contrario, son las exigencias históricas concretas en cada escenario particular las que determinan la táctica y las consignas concretas mediante las que aplicamos el programa revolucionario.
En el caso de Ucrania, Trotsky resaltaba que su separación de la URSS era una desventaja si se la comparaba con una abstracta e inexistente federación socialista voluntaria e igualitaria, pero era, en cambio, una ventaja indiscutible frente a la brutal opresión estalinista. Del mismo modo, cuestionaba el criterio abstracto según el cual la independencia “disminuiría las fuerzas productivas”, al separar Ucrania del Plan. Un plan económico, decía, no es un “libro sagrado”, está hecho por personas y “puede reconstruirse de acuerdo a las nuevas fronteras”.
En el caso de Cataluña en los años ’30, Trotsky definió con claridad los dos componentes centrales y permanentes del programa revolucionario: el derecho a la autodeterminación de catalanes y vascos y la federación de repúblicas socialistas, incluida su dimensión internacional como parte de la lucha por los Estados Unidos Socialistas de Europa. Y mostró, al mismo tiempo, cómo la defensa de dicho programa podía tomar expresiones tácticas muy distintas cuando cambió bruscamente la coyuntura. Si hasta 1934 había defendido el derecho a la autodeterminación oponiéndolo a la independencia, en octubre de dicho año, ante el choque frontal inminente entre Cataluña y el gobierno central, no dudó en ponerse al frente de la lucha por la “proclamación de la Republica catalana independiente” para “utilizar este bastión defensivo como punto de partida de una nueva ofensiva de la revolución española”, en dirección a una federación de repúblicas socialistas ibéricas.
VII. LA TESIS XXVIII SOBRE LA CUESTIÓN NACIONAL DE “ACTUALIZACIÓN DEL PROGRAMA DE TRANSICIÓN”, DE MORENO
Este apartado lo dedicamos a la tesis XXVIII de la Actualización del Programa de Transición, de Moreno. La razón es que dicha tesis, que ha sido una referencia sobre el problema nacional para nuestra corriente, contiene, sin embargo, serias unilateralidades que es preciso corregir.
Moreno escribió, con toda razón, que “el derecho a la autodeterminación nacional es una consigna algebraica que se llena de distintos contenidos de acuerdo al proceso de la lucha de clases dentro del Estado nacional”. Sin embargo, justo antes de escribir esto, hacía desaparecer el carácter “algebraico” de dicha consigna para fijar una norma universal, previa a cualquier análisis histórico concreto, para “las nacionalidades oprimidas dentro de un país geográficamente unido”:
“Nuestra política en estos lugares es por el derecho a la autodeterminación nacional y no por la independencia nacional y la liberación nacional. Porque en este caso no se trata de una colonia o semicolonia, sino de una nacionalidad oprimida.”
El error no solo consiste en el determinismo previo al análisis concreto de la situación concreta, sino en que dicho error se fundamenta en una apreciación genérica y sin matices de que:
“Consideramos la existencia de todo Estado nacional como un gran progreso histórico y no queremos retroceder a la balcanización de los actuales Estados nacionales, a su división en múltiples Estados nacionales liliputienses de cada nacionalidad oprimida”.
Es esta una afirmación que contrasta vivamente con la de Lenin en sus Tesis, refiriéndose a Marx en Irlanda:
“Solo así pudo Marx (en contraposición a los apologistas del capital, que vociferan sobre el carácter utópico e irrealizable de la libertad de separación de las pequeñas naciones y sobre lo progresista de la concentración, no solamente económica, sino también política) defender el carácter progresista de esta concentración cuando se realiza de una manera no imperialista, así como el acercamiento mutuo de las naciones, no sobre una base de fuerza, sino sobre la libre unión de los proletarios de todos los países.
También contrasta con la posición de Trotsky ante Ucrania en 1939:
“La agitación abstracta en favor del centralismo no tiene gran peso por sí misma. (…) Políticamente no se trata de si es conveniente “en general” que diversas nacionalidades convivan dentro de los marcos de un Estado único, sino de si cada nacionalidad, en base a su propia experiencia, considera ventajoso adherirse a un Estado determinado. (…) Seguramente la separación de Ucrania es una desventaja si se la compara con una federación socialista voluntaria e igualitaria, pero será una ventaja indiscutible respecto al estrangulamiento burocrático del pueblo ucraniano. Para unirse más estrecha y honestamente a veces es necesario separarse primero”. “Nos es ajeno el culto apasionado por las fronteras estatales”.
Por otro lado, si bien la formación histórica del Estado francés, alemán o italiano fueron, efectivamente, un progreso histórico, no fue este el caso del Estado español, ni el del Estado austrohúngaro, ni el de la Rusia zarista, que eran –y continúan siendo los Estados español y ruso– verdaderas cárceles de pueblos, que deben ser derruidas y sustituidas por una unión libre y voluntaria de estos (lo que no implica en absoluto que estemos obligados a defender en todo momento y circunstancia la consigna concreta de la proclamación de la independencia).
La tesis de que “la existencia de todo Estado nacional como un gran progreso histórico” se apoya en la consideración de que “nunca podemos estar por ese tremendo retroceso de las fuerzas productivas que significaría el surgimiento de nuevos Estados nacionales con fronteras y aduanas independientes”. Esta es otra afirmación en abierto contraste con la de Trotsky en 1939, frente a los que objetaban su defensa de una Ucrania independiente:
“La economía de la Ucrania soviética es parte integral del Plan. Su separación amenazaría con echarlo abajo y disminuiría las fuerzas productivas”. “Este argumento tampoco es decisivo. Un plan económico no es un libro sagrado. Si las secciones nacionales de la federación, pese a la unificación del plan, empujan en direcciones opuestas, significa que el plan no les satisface. Un plan está hecho por hombres. Puede reconstruirse de acuerdo a las nuevas fronteras. En la medida en que el plan beneficie a Ucrania, esta deseará entablar los acuerdos económicos necesarios con la Unión Soviética y encontrará el modo de hacerlo”.
El criterio revolucionario ante la lucha contra la opresión nacional debe regirse por las necesidades concretas del proceso revolucionario y no puede estar determinada por consideraciones abstractas sobre el carácter progresivo de la existencia de los Estados nacionales como sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. Podríamos añadir que este último argumento actualmente está incluso devaluado ante la realidad económica mundial configurada por la globalización y la tremenda interdependencia entre las economías nacionales.
Tampoco la tesis XXVIII desarrolla la idea central de que el derecho a la autodeterminación (es decir, el derecho a separarse) es base y condición indispensable para lograr la unidad de los trabajadores (solo posible en lucha contra la opresión de la nación dominante). Tampoco establece la necesidad de políticas netamente diferenciadas en las naciones opresoras y en las naciones oprimidas.
Es por todo esto que debemos abandonar estas unilateralidades y retomar las lecciones de nuestros maestros recogidas en este documento.
VIII. CONCLUSIONES GENERALES
- El problema de la dominación imperialista de los países semicoloniales (y de las coloniasque perduran) así como la opresión de las nacionalidades sin Estado y de las minorías nacionales, es un componente central de la lucha por la revolución mundial. Afecta cuestiones vitales de nuestro programa ante los pueblos originarios, África, y el resto de regiones del mundo.
- La aportación de Marx ante el problema de Irlanda fue decisiva para la definición de lasbases fundamentales del marxismo ante el problema de la opresión nacional y su vinculación con la lucha por la revolución socialista. Fue, asimismo, un hito en el propio desarrollo del marxismo.
- Lenin fue a quien correspondió “el mérito por el desarrollo de una estrategia revolucionaria para las nacionalidades oprimidas”, apropiada a la nueva época imperialista. Para hacerlo, se apoyó en el enorme aporte de Marx sobre Irlanda.
Vamos a intentar resumir esta estrategia en los siguientes puntos:
- “La división de las naciones en opresoras y oprimidas [es] un hecho esencial, fundamentale inevitable bajo el imperialismo”;
- “la revolución socialista no es un acto único ni una batalla en un frente aislado, sino toda una época de agudos conflictos de clases, una larga serie de batallas en todos los frentes, es decir, en todos los problemas de la economía y de la política, batallas que solo pueden culminar con la expropiación de la burguesía”.
- En este proceso, “es imposible un socialismo victorioso que no realice la democracia total, ni tampoco que el proletariado puede prepararse para la victoria sobre la burguesía si no libra una lucha revolucionaria general y consecuente por la democracia”.
- Defendemos de manera intransigente, como una cuestión de principios, el derecho a laautodeterminación, entendida como el derecho a la separación política de las naciones oprimidas.
- La batalla por la autodeterminación de las naciones oprimidas es un componente funda-mental de la lucha por la revolución mundial, parte integrante de la lucha por una Federación libre de Repúblicas socialistas.
- “Es profundamente antimarxista la idea de que se pueda ‘velar’ la consigna de revolución socialista si esta se relaciona con una posición revolucionaria consecuente en cualquier problema, incluido el nacional”.
- De la misma manera, necesitamos “supeditar la lucha por la autodeterminación, así como por todas las reivindicaciones fundamentales de la democracia política, a la lucha revolucionaria directa de masas por el derrocamiento de los gobiernos burgueses y por la realización del socialismo”.
La definición de la táctica en relación con las nacionalidades está subordinada a las necesidades de la revolución mundial.
- La lucha por el derecho a la separación no implica que en los Estados plurinacionales es-temos o tengamos que estar a favor de tal separación. Por norma general, estamos en contra porque los Estados grandes, en principio, pueden asegurar mejor el desarrollo económico y los intereses de las masas.
- Sin embargo, este criterio general no exime en absoluto del análisis concreto de cada si-tuación histórica particular, porque “la conveniencia de que se separe una u otra nación en tal o cual momento deberá resolverla el partido del proletariado de un modo absolutamente independiente en cada caso concreto”.
- “El reconocimiento por el proletariado del derecho de las naciones a su separación es lo único que garantiza la plena solidaridad de los obreros de distintas naciones y facilita un acercamiento verdaderamente democrático entre ellas”. La lucha por el derecho a la autodeterminación es condición imprescindible para lograr la unidad de la clase obrera, solo posible sobre la base de la lucha común contra la opresión de la nación dominante. “Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”.
- la lucha por el derecho a la autodeterminación se expresa políticamente de manera dife-renciada en la nación opresora y en la nación oprimida: En la nación opresora, “el proletariado no puede dejar de luchar contra el mantenimiento por la fuerza de las naciones oprimidas dentro de las fronteras de un Estado determinado, y eso equivale justamente a luchar por el derecho a la autodeterminación. Debe exigir la libertad de separación política de las colonias y naciones que ‘su’ nación oprime”. “Tenemos el derecho y el deber de tratar de imperialista y de canalla a todo socialdemócrata de una nación opresora que no realice tal propaganda. Esta es una exigencia incondicional”.
- Por su parte, “el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: ‘unión voluntaria’ de las naciones”.
“… deben defender y poner en práctica con especial ahínco la unidad completa e incondicional, incluyendo en ello la unidad organizativa, de los obreros de la nación oprimida con los de la nación opresora. Sin eso no es posible defender la política independiente del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de otros países, en vista de todos los engaños, traiciones y fraudes de la burguesía. Pues la burguesía de las naciones oprimidas siempre trasforma las consignas de liberación nacional en engaño a los obreros”.
m)“En tanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. En tanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida.” ()60
n) Nuestros maestros nos enseñan que no hay normas abstractas absolutas aplicables a todo momento y circunstancia. Lenin y Trotsky estaban, por lo general, contra la separación, pero Lenin apoyó la independencia de Noruega de Suecia en 1905 y la de Finlandia de Rusia en 1917, del mismo modo que Trotsky defendió la independencia de Cataluña en 1934 y la de Ucrania en 1939. Creemos que llevaban razón tanto cuando se opusieron a la consigna de proclamar la independencia como cuando la apoyaron, en ambos casos en función de las circunstancias históricas concretas del proceso revolucionario.
- La estrategia revolucionaria de Lenin encuentra su pleno desarrollo como parte integrantede la teoría-programa de la Revolución Permanente, tal como Trotsky la formuló en 19271929 tras la experiencia histórica de la Revolución China, en continuidad con las tesis sobre la cuestión nacional del Segundo Congreso de la Comintern y enfrentada al retroceso que representaron las Tesis de Oriente del Cuarto Congreso.
- Consideramos importante estudiar la metodología aplicada por Trotsky en los casos especialmente complicados y complejos de Ucrania en 1939, Cataluña en 1934.
- A la luz de las conclusiones alcanzadas, creemos necesario revisar las unilateralidadescontenidas en la tesis XXVIII de Actualización del Programa de Transición, de Moreno.
26 de julio de 2021
***36 “Lenin, El derecho de las naciones a la autodeterminación”.