Dom Sep 08, 2024
8 septiembre, 2024

El keynesianismo y el sistema monetario de Bretton Woods

Por Alejandro Iturbe

Introducción

Hace 80 años, entre el 1 y el 22 de julio de 1944, se realizó en Bretton Woods (New Hampshire – EE.UU.) una conferencia de la que participaron delegados de todos los gobiernos que integraban el campo de los Aliados en la II Guerra Mundial. La principal figura y orientador de la conferencia fue el economista británico John Maynard Keynes, cuya visiones teóricas (el “keynesianismo”) pasaron a ser predominantes en la economía política burguesa de la época.

Basada en las propuestas de Keynes, en la conferencia se firmaron los Acuerdos de Bretton Woods que creaban un sistema monetario internacional con el dólar estadounidense como “moneda patrón” de todas las transacciones internacionales. También fueron creadosel Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF, más conocido como Banco Mundial).

Este sistema monetario internacional fue una herramienta muy importante de lo que se conoce como el “boom económico de posguerra” (1945-1970) un “período de oro” del capitalismo imperialista. Estuvo vigente hasta 1970 cuando (de modo paralelo al fin del boom) el gobierno estadunidense de Richard Nixon lo finalizó de modo unilateral.

A continuación, presentamos el capítulo 5 del libro de Alejandro Iturbe “El sistema financiero y la crisis económica internacional”, sobre la crisis financiera internacional abierta en 2007/2008 que analiza esta conferencia y sus acuerdos, el contexto en que se dieron y las ideas centrales de Keynes[1].

En un próximo artículo, veremos lo ocurrido con el sistema monetario internacional desde 1970 y cómo está configurado en la actualidad. 

El keynesianismo

La profundidad y la virulencia de la crisis abierta en 1929 que, realmente, hizo cimbrar los cimientos capitalistas, impulsó a que los políticos y economistas burgueses comenzaran a pensar no sólo en la forma de atenuar sus efectos sino, centralmente, cómo evitar un nuevo cataclismo de esa magnitud.

Entre ellos, se destacó claramente el economista británico John Maynard Keynes (18831946), en especial, a través de su libro Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936). Los economistas burgueses clásicos, como Adam Smith, defendían a ultranza la “mano invisible del mercado” (y las propias crisis cíclicas) como mecanismo suficiente para garantizar el funcionamiento y el desarrollo equilibrado del sistema capitalista, y se oponían a toda intervención del Estado en los mercados. Keynes, por el contrario, consideraba que el funcionamiento natural del mercado (movido por el interés individual de los empresarios) llevaba a profundos desequilibrios y deformaciones del sistema que, cuando se acumulaban, producían crisis como la de 1929.

Frente a eso, proponía un papel activo y preponderante del Estado que, a través de políticas monetarias y fiscales (emisión de moneda, crédito, exenciones o recargas impositivas, obras públicas) corrigiese esos desequilibrios, especialmente en los momentos de falta de dinero y de caída pronunciada de la demanda. El objetivo era atenuar los efectos adversos de los ciclos económicos (en especial de las depresiones), transformándolos en una secuencia más armónica, con forma de meseta. Por eso, una parte importante de sus propuestas eran las “medidas anticrisis”. 

Keynes es considerado el padre de la moderna teoría macroeconómica burguesa y con él nace la “política económica”; es decir, los programas y medidas que los gobiernos aplican en su intervención en la economía. En la década de 1930, sus teorías fueron la base de la política aplicada, en EE.UU., por el gobierno de Franklin Roosvelt (el New Deal). A partir de allí, el keynesianismo se transformó en la “doctrina económica oficial” de la mayoría de los gobiernos capitalistas y su influencia aún permanece en muchos economistas burgueses keynesianos o neokeynesianos, como Stiglitz y Krugman. 

Algunas de las políticas propuestas por Keynes estaban destinadas a garantizar la existencia de aquellos segmentos de la economía que, aunque necesarios para el funcionamiento y el desarrollo de un país, no resultaban interesantes o no podían ser atendidos por la iniciativa privada (es decir, directamente por la burguesía). Como las obras de infraestructura que requerían altas inversiones de capital y tenían una baja tasa de retorno, o las empresas de servicios que la burguesía ya no quería administrar, por ejemplo, el transporte. Así nació el llamado estado empresario.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos también impulsaron otros servicios públicos (desde salud y educación, deporte social, comedores populares, hasta la vivienda y pequeños requerimientos crediticios) destinados a los sectores populares, necesidades que nunca fueron atendidas directamente por la burguesía, o lo fueron muy escasamente. Eso dio origen al llamado “estado de bienestar” que, en la práctica, creaba un “salario social” que los trabajadores recibían del estado a través de esto servicios, financiados con la aplicación de los impuestos o la emisión de moneda. Este “salario social”, como subproducto del enfoque de las políticas keynesianas, por un lado, daba un impulso adicional a la demanda. Por el otro, como elemento central, ayudaba a amortiguar los procesos de la lucha de clases y a evitar riesgos revolucionarios.

El sistema monetario de Bretton Woods

En 1943, ya en curso la II Guerra Mundial y superada la fase más aguda de la crisis, Keynes propuso un plan para el restablecimiento del comercio mundial y la constitución de una “autoridad monetaria internacional” que permitiese la existencia de “monedas sanas”. El plan fue adoptado por la conferencia realizada en Bretton Woods (New Hampshire, EEUU), en julio de 1944, de la que participaron delegados de todos los países que integraban el “bando aliado” (Keynes presidió la delegación británica).

Los “acuerdos de Bretton Woods” establecieron varias cuestiones centrales. La primera de ellas fue que el dólar sería la “moneda patrón” del sistema monetario, comercial y financiero internacional. El gobierno de EEUU garantizaría la convertibilidad dólar-oro con las reservas almacenada en Fort Knox. Se estableció una cotización de 35 dólares por onza troy (31 gramos) de oro.

Este hecho representaba una inmensa ventaja para EEUU, algo que sólo puede explicarse por el grado de hegemonía económica, política y militar lograda por este país con la II Guerra Mundial. Por un lado, a través del dólar, intervenía, de hecho, en todas las operaciones monetarias internacionales. Por el otro, era el dueño de la “máquina de imprimir dólares”. Y como no se había establecido ningún mecanismo de auditoría e inspección para verificar si la cantidad de dólares circulantes en el mundo coincidía con el oro almacenado por la Reserva Federal, el gobierno de EEUU (y su burguesía) disponían de capital monetario a su antojo por el simple mecanismo de imprimir billetes. Como veremos más adelante, ésta “sobreimpresión” fue una de las razones que llevó a la caída del sistema monetario establecido en Bretton Woods, por decisión unilateral del gobierno de Richard Nixon, en 1971. 

En la misma conferencia fueron creadosel Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF, más conocido como Banco Mundial), con capitales aportados por las diversas naciones participantes. El objetivo formal del FMI era garantizar la estabilidad monetaria de los países miembros, a través de préstamos otorgados en los momentos de “sequedad”. El del Banco Mundial era, primero, financiar las obras de reconstrucción de los países destruidos por la guerra y, luego, impulsar las obras públicas de infraestructura en los otros países. Luego veremos cuál terminó siendo la función real de ambas instituciones. Es importante señalar que, en los consejos de administración de ambos organismos, los países votaban proporcionalmente al capital aportado. Como la mayoría del capital provenía de un préstamo de EEUU, este país tenía asegurada su supremacía.

Veinticinco años de boom económico

El sistema financiero y monetario creado en Bretton Woods fue un factor muy importante para el mejor período del capitalismo durante el siglo XX: el “boom económico de posguerra”, que se extendió hasta finales de los 60, en el que logró garantizar, simultáneamente, buenos índices de crecimiento económico, tasas de ganancia satisfactorias y un mejoramiento del nivel de vida de las masas en los países imperialistas y otras regiones.

El boom económico (25 años de crecimiento capitalista constante, casi sin crisis) se explica por una combinación, en gran medida irrepetible, de factores económicos y políticos. Como factores políticos, además del grado de hegemonía logrado por el imperialismo estadounidense, al que ya nos hemos referido; estuvo la política de colaboración del estalinismo que frenó la revolución socialista en países imperialistas claves como Francia e Italia y, como dirección indiscutible de los trabajadores, colaboró con la reconstrucción capitalista de esos países.

En términos económicos, fue financiado básicamente por la emisión de dólares estadounidenses (por ejemplo, el Plan Marshall). Estos capitales encontraban destinos productivos rentables. En primer lugar, por la gran quema de capitales de capitales que provocó la crisis de 1929 y la destrucción física de capital fijo ocasionada por la II Guerra Mundial. En segundo lugar, por la entrada de nuevas ramas económicas (como la petroquímica y la electrónica, que reordenaron todo el sistema productivo) y también por la generalización de otras ramas, como la automotriz, en los países atrasados.

En un trabajo ya clásico, que analiza las raíces y las características de la crisis de la década de 1970, Pier Salama y Jacques Valier, dedican el último capítulo a analizar la importancia de la intervención del Estado en la economía de los principales países imperialistas en la segunda posguerra. Una de las conclusiones es que esta intervención era lo que explicaba que, si bien durante los 25 años del boom había habido varias crisis cíclicas, las fases descendentes fueron de menor intensidad y de menor duración (Una introducción a la economía política, Ediciones Era, México, 1973, pág. 155). Por esa razón, los economistas burgueses comenzaron a utilizar, de modo diferenciado, los términos “recesión”, para referirse a estas crisis más cortas, y “depresión”, para denominar las crisis más largas y profundas, como la iniciada en 1929.

La ruptura de los acuerdos

Pero, en un punto, todo lo bueno se termina. Nuevamente existían grandes capitales excedentes o, para ser más precisos, a partir de Bretton Woods, grandes masas de “dólares excedentes”, resultado de la emisión excesiva. Comenzó a hablarse de “eurodólares” (resultantes del Plan Marshall) y, más tarde, también de “petrodoláres” (en manos de los países árabes exportadores de petróleo).

Fue esa situación la que llevó al presidente Richard Nixon, en 1971, a romper unilateralmente la convertibilidad oro-dólar y, con ello, poner fin a los acuerdos de Bretton Woods y al sistema monetario surgido en 1944. El dólar siguió siendo, de hecho, la moneda padrón del mercado mundial pero ahora sin el “orden monetario formal” que garantizaba estos acuerdos.

Una de las consecuencias de esta ruptura fue que el sistema monetario internacional se volvió mucho más inestable, sujeto a las fluctuaciones permanentes de las cotizaciones de las monedas, especialmente del dólar y de las monedas “duras” de los países imperialistas. Desde este punto de vista, también quedó mucho más expuesto a las intervenciones especulativas en el mercado de monedas, como, por ejemplo, las realizadas por George Soros contra el rublo o el real, en años recientes.

La crisis de los 70 y sus consecuencias

Después de la primera señal clara que representó la medida de Nixon, esta crisis se expresó, a partir de 1973, en el fuerte aumento de los precios del barril del petróleo, empujado simultáneamente por la caída de las reservas y la producción de EE.UU, por el conflicto bélico árabe-israelí y por la presión de los países de la OPEP para mejorar su participación en la renta petrolera. El alza de los precios del petróleo impactó negativamente sobre la industria automotriz, la siderurgia y otras ramas de alto consumo de combustible y energía. 

A diferencia de la lógica deflacionaria propia de los procesos recesivos, la crisis de los 70 tuvo un carácter inflacionario. El aumento del precio de un insumo básico, como el petróleo, desató lo que los economistas burgueses llaman “puja por los precios relativos”. Es decir, una pelea por la masa de plusvalía extraída que, como resultado de la crisis, comienza a decrecer. Todas las mercaderías aumentan y la economía se vuelve inflacionaria. Como, al mismo tiempo, la economía estaba estancada o decrecía, a partir de esta crisis comenzó a hablarse de “estanflación” (estancamiento + inflación).

Según la nueva escuela económica burguesa predominante (los neoliberales seguidores de Milton Friedman), esta situación era el resultado de décadas de políticas keynesianas y del exceso de dinero inyectado por la intervención del estado, cuyas consecuencias negativas había que corregir con “planes de ajuste” de los presupuestos estatales y la “reestructuración” de los sistemas económicos y productivos.

Aplicando los consejos de la “escuela de Chicago”, los gobiernos burgueses (no sólo de las semicolonias, también de los países imperialistas), comenzaron a liquidar el “estado empresario”, privatizando las empresas públicas; a eliminar el “estado de bienestar”, reduciendo a su mínima expresión los servicios públicos y el “salario social”, y a “desregular” la economía de trabas arancelarias y legislativas. Al mismo tiempo, atacaron, y en gran parte desmontaron, las conquistas obreras de la época del boom, reduciendo el salario y endureciendo las condiciones y ritmos laborales (aumentando así enormemente la extracción de plusvalía absoluta y relativa). Todos estos procesos tuvieron un gran impacto en la dinámica económica y financiera de los años posteriores.

Sin embargo, a pesar del “discurso público” de la corriente neoliberal, el estado continuó teniendo un gran peso en la economía, como veremos más adelante. Sólo que lo hacía a través de mecanismos distintos, mucho más especulativos y parasitarios.

¿Es posible otro Bretton Woods?

Desde le desinfle de la burbuja inmobiliaria en EE.UU., en 2007, (y más aún, después del crack financiero de setiembre de 2008), se multiplican las voces que reclaman la necesidad de un nuevo acuerdo financiero mundial del tipo de Bretton Woods. Desde los neokeynesianos, como Stiglitz y Krugman, que ganan renovado prestigio y oídos burgueses para sus propuestas, hasta el “keynesianismo de izquierda” del Foro Social Mundial y de Ignace Ramonet, director de Le Monde Diplomatique.

Por nuestra parte, vemos prácticamente imposible un acuerdo que permita un “orden” o “arquitectura” financiera internacional similar al logrado en Bretton Woods porque hoy no existe casi ninguna de las condiciones económicas y políticas que permitieron ese acuerdo.

Uno de esos factores centrales fue la hegemonía económica-político-militar lograda por EEUU, en 1944, que así pudo imponer el dólar como moneda-patrón de la economía mundial. Hoy, esa hegemonía se encuentra bastante cuestionada en el plano político-militar y EEUU no tiene intenciones de reconstruir esos acuerdos. Al mismo tiempo, no aparece otro país, o grupo de países, que pueda reemplazarlo y jugar ese papel. Basta ver la crisis del euro, en este sentido. Ramonet responde que, lejos de ser un obstáculo, esto representa un aspecto positivo, ya que eso permitiría incluir en la “mesa chica” en que se toman las decisiones a “países como China, India, África del Sul, Brasil y México”. Algo así como un Bretton Woods “democratizado”.

El problema no es únicamente que Bretton Woods sólo fue posible por la hegemonía estadounidense sino que la lógica de la “arquitectura financiera” que surgió en 1944 estaba destinada a reforzar y ampliar esa hegemonía, sin que nadie pudiera cuestionarla. Pensar que la burguesía y el gobierno de EEUU (incluso en decadencia) van a estar dispuestos a ceder “amablemente” y compartir su poder con los “países emergentes” es no comprender la esencia del imperialismo y, en particular, el de EEUU. Es olvidar, por otro lado, que Nixon, ya en 1971, rompió unilateralmente los acuerdos, en condiciones mucho menos problemáticas. El capitalismo imperialista no es un sistema “maligno” por una cuestión de “mala voluntad”: es un sistema profundamente negativo para la humanidad por las tendencias profundas que surgen de sus propias leyes de funcionamiento. La otra alternativa es que, quizás Ramonet piense qué sea posible imponerle a la burguesía imperialista estadounidense un nuevo acuerdo “democratizado”, contra sus intereses y contra su voluntad.  Otro factor, secundario pero muy importante, es que los acuerdos de Bretton Woods fueron precedidos por la gran quema de capitales que provocó la crisis de 1929 y por la destrucción de capital físico de la II Guerra Mundial, especialmente en Europa. En otras palabras, la “casa imperialista estaba en orden” y dispuesta a recibir nuevas inversiones de alta rentabilidad. Actualmente, esa situación no existe: la quema de capitales (más allá del importante derrumbe que ya hemos visto) apenas ha comenzado. Y las burguesías, los gobiernos y los bancos centrales de los países imperialistas están más preocupados en un “sálvese quien pueda” que en construir una nueva “arquitectura financiera” internacional.


[1] El libro fue publicado en portugués por la Editora Sundermann (Brasil), en 2009, y en español. Por entregas, en varias ediciones de la revista Marxismo Vivo.

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