Jue Mar 28, 2024
28 marzo, 2024

El Estado burgués y el fascismo

Es muy difícil discutir el fascismo y cualquier otro régimen político sin discutir el Estado. En primer lugar porque el fascismo es una forma, un régimen asumido dentro del Estado burgués, así como también lo son la democracia, las dictaduras militares y los regímenes bonapartistas clásicos o sui géneris.

Por: Jerónimo Castro

El Estado no existe desde siempre, él se origina desde cuando el trabajo humano se tornó capaz de producir excedentes y pasó a haber una disputa por ese excedente, de forma velada o no.

Cuando la humanidad se tornó capaz de producir excedentes, por sobre su necesidad fue también cuando surgió la explotación.

Los pueblos que vivían como recolectores y cazadores eran capaces de producir más o menos lo necesario para su propia sobrevivencia, no había cómo explotar el trabajo de otros en la medida en que ese trabajo no producía excedente. Toda explotación se basa en el hecho de que, en un determinado momento, el trabajo pasó a producir más que lo estrictamente necesario para la sobrevivencia de los trabajadores.

El hábito de algunos pueblos primitivos de comer a sus prisioneros, la antropofagia ritualista, viene justamente del hecho de que no valía la pena ponerlos a trabajar.

El Estado surge, por lo tanto, de la necesidad de desarmar el conjunto de la sociedad, de crear un aparato armado independiente de la comunidad, que proteja los intereses de la clase que domina. La clase que se apropiará de los excedentes producidos.

Para dar un ejemplo, en el esclavista, había una sociedad basada en la explotación del trabajo en la forma de esclavitud, o sea, cuando el trabajador no vendía solo su trabajo sino que era comprado enteramente y de una sola vez. Era una herramienta como otra cualquiera, propiedad de su dueño.

Hubo muchas formas de Estado esclavista, hubo la democracia griega, hubo la tiranía, la república romana, el imperio; en la república tuvimos la dictadura. Todas esas formas de dominación –república, democracia, tiranía, dictadura– eran muy distintas, pero tenían un mismo contenido de Estado, era un Estado esclavista, que defendía al señor de esclavos contra los esclavos y, a veces, contra la plebe.

Esclavos y plebeyos se rebelaron más de una vez contra esa dominación de los señores de esclavos; basta recordar a los hermanos Graco, en Roma, que eran representantes de los plebeyos, y la rebelión de Espartaco, el gladiador que se había rebelado y consiguió derrotar varias veces el ejército romano.

En la actualidad, es lo mismo. El Estado se presenta de diversas formas, pero tiene siempre un mismo contenido, el de la dominación burguesa. O sea, la garantía de que la burguesía pueda seguir explotando a la clase trabajadora, extrayendo de ella los excedentes que esta misma produce.

1. La burguesía: de clase revolucionaria a reaccionaria

La democracia burguesa vino a la luz en el mundo bajo el fuego y el hierro de las revoluciones burguesas. Hubo un proceso de transformación en el cual, en su juventud, la burguesía se presentaba como una clase social progresiva y, en su momento de auge y heroísmo, se alternó entre períodos de democracia y dictadura revolucionaria.

La asamblea nacional, constituyente y legislativa, la convención, los clubes, en que los jacobinos se volvieron los más famosos, son algunos momentos que retrataron el nacimiento tormentoso de esa forma de gobernar. Igualmente, el terror que mató a millares en París, incluso al rey Luis XVI, a Danton y Robespierre, así como las guerras defensivas del período revolucionario, y también el imperio napoleónico, son todos, entre idas y vueltas, parte de este proceso al mismo tiempo glorioso, sangriento y terrible.

No fue solamente en Francia que la burguesía entabló una sangrienta lucha para asumir el poder, hubo revoluciones burguesas de diversos tipos y en varias partes del mundo, con características distintas, pero que buscaban la construcción de un nuevo Estado.

De esta manera, fueron las guerras de independencia en los Estados Unidos, en Haití y en la América Española, por ejemplo. Fue así, también, con la Revolución Inglesa en el siglo XVII, cien años antes de la Revolución Francesa. La burguesía ascendente dirigió, con mayor o menor fervor, a las clases excluidas del antiguo régimen hacia un nuevo mundo, donde quien gobernaría sería ella. Al hacerlo, dejó al margen las antiguas fuerzas políticas, la nobleza y el clero, y construyó un Estado que la defendiese y garantizase su existencia.

En aquel momento, eran aliados de la burguesía el tercer Estado, los pequeñoburgueses, los artesanos, los semiproletarios y proletarios existentes, el bajo clero empobrecido, la nobleza esclarecida (hasta cierto punto), los intelectuales y profesionales liberales. La burguesía reunió a su alrededor a los descontentos y desvalidos, para cambiar el mundo según sus propios intereses.

Terminada la ola revolucionaria y las guerras napoleónicas vino entonces la restauración monárquica. Francia, Alemania e Italia seguían sin conseguir unificarse. Las tareas burguesas seguían pendientes y eran necesarias nuevas revoluciones para resolverlas.

En 1848, una nueva revolución estalla en Francia y se extiende por Europa, era la Primavera de los Pueblos. Pero las clases sociales se habían desarrollado, el tercer Estado, aquella junción entre burguesía, pequeña burguesía, proletariado, bajo clero, mendigos, etc., se había redefinido. Esas clases ganaron contornos más nítidos, la burguesía y el proletariado ya tenían sus intereses antagónicos bien definidos. La revolución comienza, aparentemente, con este tercer Estado unido. No obstante, en la medida en que se avanza y que las masas debajo de la burguesía exigen más derechos y concesiones y la consigna por una república social va ganando contorno, la burguesía se separa violentamente del proletariado. Lo enfrenta y lo derrota, muchas veces a costa de masacres. La burguesía, entonces, se une con los restos del régimen feudal y adopta nuevamente el Bonapartismo como régimen político, basado en la burocracia y el ejército permanente, en el miedo y la parálisis de la propia burguesía, y en su necesidad de un árbitro aparentemente neutro para resolver los conflictos sociales, siempre defendiendo su propiedad y sus ganancias.

Vale decir que ya el régimen del primer Bonaparte, Napoleón, es bonapartista, solo que progresivo, pues buscaba a su manera preservar y consolidar las conquistas de la Revolución Francesa.

En Alemania, las tareas burguesas no serán resueltas con el modelo revolucionario de 1789, sino por una serie de acuerdos y por un tipo especial de bonapartismo, el Bismarckismo.

2. Democracia y dictaduras

Decir que un gobierno es democrático no significa que este no sea violento. La esencia de todo Estado, ya decía Engels, es la violencia organizada al servicio de una determinada clase social. Por lo tanto, las democracias son violentas, y practican la represión duramente. Basta ver cuánto mata la policía brasileña, cuántos miles de presos tenemos en los presidios, la cantidad de masacres perpetradas en los últimos treinta años, para ver que no es la ausencia de violencia organizada por el Estado lo que distingue un régimen de otro.

La democracia se distingue de todos los regímenes de dominación burguesa porque garantiza a todos determinadas libertades formales. El derecho de reunión, de expresión, de libre manifestación, de libre asociación. La garantía de un juicio justo, del derecho a amplia defensa, de no ser preso sin juzgamiento, o de ser acusado sin una ley previamente existente.

Decimos que es una garantía formal porque, para ejercer esos derechos, se parte de condiciones muy desiguales y, muchas veces, es imposible conseguirlos. Por ejemplo, para un obrero ejercer su derecho de libre asociación, arriesga perder su empleo, pues, a fin de cuentas, su patrón es libre para contratar o no su servicio. No tenemos ni qué decir respecto del derecho de amplia defensa, el juicio justo, etc.

La otra característica de la democracia burguesa son los poderes tripartitos, divididos en ejecutivo, legislativo y judicial. Es una fórmula que permite que los diversos sectores burgueses se vigilen mutuamente en el ejercicio del control del Estado.

Un tercer aspecto importante de la democracia burguesa es la elegibilidad de los representantes y gobernantes. Hay lugares en los que, incluso se eligen jueces y delegados, en otros solo los diputados. No obstante, no solo las democracias hacen elecciones y el hecho de que estas existan no son sinónimo de democracia. Dictaduras, como fue el caso de la brasileña, realizan elecciones. En estos casos, los organismos electos en las elecciones no son normalmente los que gobiernan. Volveremos a eso más adelante.

La propia democracia burguesa no ocurre de manera siempre igual. En primer lugar, ella es fruto de las diversas formas en que fue instituida. Tenemos las repúblicas presidencialistas, donde la figura central es del poder ejecutivo, del presidente; los regímenes parlamentaristas, en que es el parlamento que gobierna; y las monarquías constitucionales en que, al lado del parlamento y del ejecutivo, siguen existiendo de forma más o menos decorativa las familias monárquicas.

Además, es bueno que se diga, la democracia varía a lo largo del tiempo y del espacio. La democracia en los países imperialistas son normalmente mucho más democráticas que en los países coloniales y semicoloniales. Hay mucho más libertad real en Europa y en los Estados Unidos que en el Brasil, la Argentina y México, por ejemplo.

Otro aspecto es que el grado de libertades democráticas también varía en el tiempo. Una situación más o menos álgida influencia en el grado de represión que se aplica contra las masas, sin que necesariamente se rompan los marcos de la democracia burguesa. Una democracia puede tener más o menos elementos de bonapartismo, sin que se cruce la frontera de un régimen hacia otro.

La democracia presenta una serie de ventajas, cuando ella puede ser aplicada, con el permiso no solo para resolución de los problemas entre los distintos sectores burgueses de forma más pacífica, sino también por proporcionar las mejores condiciones para cooptar hacia adentro del régimen burgués a partes de la clase obrera, e incluso de la pequeña burguesía que, en determinadas condiciones, podrían enfrentarse violentamente contra el Estado y el régimen.

Además, la democracia se monta en un Estado que funciona a costa de funcionarios permanentes, una burocracia que de hecho controla muchas más cosas de lo que se imagina. Millones de funcionarios permanecen en la administración de los negocios del Estado. Se cambia el gobierno e, incluso, se cambia el régimen, y muchos de estos permanecen en esta tarea. Esto disminuye la influencia de las elecciones sobre el conjunto de los negocios burgueses y garantiza a la burguesía que, incluso si por ventura las elecciones se saliesen de control, y se elige un parlamento o un gobierno menos dócil, el aparato del propio Estado aún sea controlado por la burguesía, por cuenta de su propia naturaleza.

No obstante, los regímenes de dominación de las clases no son como un menú donde la clase dominante elige, a su buen placer, cómo ella va a dominar a las demás clases de la sociedad. Entran ahí otros factores que van mucho más allá de la voluntad de las clases. Una serie de elementos que podrían ser resumidos en la siguiente expresión: “correlación de fuerza en la lucha de clases”. En este pomposo nombre, se encuentra la situación económica en general. Cuando se tiene una correlación de fuerzas favorable para la clase dominante, se tiende a permitir una dominación con menos problemas y, cuando ella es desfavorable, es común, incluso, que surjan divisiones en la propia clase dominante, en la situación política, en la relación entre los Estados, en el grado de descontento de las clases dominadas y en su grado de movilización, etc.

Dadas las contradicciones dentro de la propia burguesía, una fracción de ella puede lanzar la carta del bonapartismo. Este régimen se diferencia de la democracia no por los temas meramente formales sino por el contenido de su dominación.

Un régimen bonapartista puede tener elecciones y plebiscitos, e incluso órganos electos. Así como un parlamento y un presidente de la república electo. No obstante, eso es la forma y no el contenido.

En primer lugar, no es en estos órganos electos, en el parlamento o en el presidente de la república, que reside el poder. El Bonaparte se apoya en el cuerpo de funcionarios del propio Estado para gobernar, o sea, en el empoderamiento de la burocracia estatal, por otro lado, y principalmente, él se apoya también en el ejército permanente. Es un gobierno del aparato del Estado que, aparentemente, se torna independiente de la sociedad. A su cabeza está el iluminado, el César, el Napoleón, el hombre fuerte.

Además, pudiendo mantener la triple división de poderes, aunque formalmente, la verdad es que el Bonaparte somete a la Justicia y el Legislativo a su poder ejercido por medio del Ejecutivo. Por fin, las llamadas “libertades democráticas” son reducidas. Incluso la libertad para sectores burgueses. Un régimen bonapartista cierra diarios, arresta opositores, persigue a los disidentes, impide o dificulta el ejercicio de la libertad de expresión, de organización y de manifestación. Pero hace eso en los límites que su propio aparato militar –policial– burocrático permite. Este es un elemento importante, pues, veremos adelante, que en el fascismo eso es diferente.

Hay una importante variación del bonapartismo, el llamado bonapartismo sui géneris, que son regímenes que se apoyan en los sectores obreros para enfrentar a sectores de su propia burguesía y, también, al imperialismo, y así conseguir mejores condiciones para el país en el escenario mundial.

Son regímenes que surgen en los países semicoloniales, en condiciones muy específicas de la lucha de clases.

Es un régimen burgués, bonapartista, o sea, con características autoritarias, dictatoriales, que también golpea a los sectores obreros independientes, pero que hace importantes concesiones a otros sectores.

Hay una serie de ejemplos de este tipo de régimen que podemos citar, América Latina pasó por varios de ellos. El gobierno de Cárdenas (México), Nasser (Egipto), Perón (Argentina), Velasco (Perú), Chávez (Venezuela) son todos regímenes bonapartistas sui géneris. Velasco dio sus sedes inmensas a los sindicatos, Nasser nacionalizó más de 80% de la economía y mantuvo relaciones muy próximas con la Unión Soviética. Cárdenas nacionalizó la industria petrolera y creó un consejo de administración que incorporaba a los sindicatos; Perón, en la Argentina, creó una legislación protectora e iba frecuentemente a los sindicatos a tomar mate con los trabajadores y dirigentes sindicales. Desde el punto de vista social, pueden ser circunstancialmente más progresivos, pues dan a los trabajadores mejores condiciones para la venta de su fuerza de trabajo. Desde el punto de vista político, son una tragedia, pues borran la conciencia de los trabajadores sobre la necesidad de una organización política independiente. El peronismo, el naserismo, el velasquismo, el chavismo y por ahí va, son corrientes burguesas que se apoyan en esta experiencia y en la nostalgia que ella causa frente al empeoramiento permanente del nivel de vida de las masas.

Hay una larga discusión sobre si el bonapartismo se limita a estos elementos o si las demás dictaduras y gobiernos autoritarios también puede ser considerados bonapartismo. Pero más allá de esta polémica, vale la pena destacar algunos puntos.

En América Latina fueron comunes las dictaduras militares, una variante del bonapartismo clásico, donde es la institución, o las instituciones militares (marina, ejército y aeronáutica), que gobiernan. Este es un tipo de régimen basado en las Fuerzas Armadas, y que normalmente pone un general para gobernar. Vale recordar que Velasco, Chávez, Perón y Nasser eran militares.

El ejército, por su peso social y capilaridad, confiere al régimen una base política que, dependiendo de las circunstancias, puede darle longevidad. La dictadura militar brasileña, por ejemplo, duró 21 años. Como todo bonapartismo, la dictadura militar elimina las libertades democráticas en la medida en que su aparato policial militar lo permite, reprimiendo, incluso, a sectores burgueses disidentes.

Podríamos hablar, aún, de regímenes menos comunes como la teocracia en Irán, basado en los ayatolás, o en el gobierno absolutista de Arabia Saudita, donde aún se apedrea a mujeres, se corta la mano de los ladrones, y una serie de castigos medievales son aplicados legalmente.

3. El fascismo: ¿qué es?

Siendo un régimen burgués, el fascismo es muy diferente de todos los que presentamos hasta ahora. No porque no existan puntos en común entre estos regímenes, sí los hay. Por ejemplo, el fascismo también se apoya en la figura de un gran jefe y salvador (incluso con más énfasis) de modo parecido a lo que ocurre en el bonapartismo. Una vez en el poder, el fascismo instaura una dictadura de carácter policial profundo, tal cual hacen las dictaduras policiales militares.

Así como en otras formas de dictadura, el fascismo se apoya en una ideología que refuerza las opresiones preexistentes en la sociedad (opresión nacional, racial, de género y sexual) y ataca las libertades democráticas. No por acaso, los descuidados en general, los ultraizquierdistas y los oportunistas, cada uno por sus motivos, confunden, a propósito o por falta de capacidad, el fascismo con otro régimen, algunas veces incluso con cosas que no tienen nada que ver con el fascismo. A este punto volveremos más tarde.

Poseyendo puntos de contacto con otros regímenes de dominación burguesa, el fascismo se diferencia de los demás en varios aspectos. Enumeraré algunas de sus características fundamentales.

1) En primer lugar, el surgimiento del fascismo es fruto de una crisis general que se instala en la sociedad, una crisis que siendo de origen económico, es también político y social, y que plantea sucesivas veces el real peligro de derrocamiento del régimen de dominación burguesa. Es necesario que sectores mayoritarios de la burguesía realmente crean que están bajo un peligro inminente de su total destrucción para que ella eche mano de esta aventura tan decisiva.

2) En segundo lugar, el fascismo es fruto de la incapacidad del proletariado de dirigir y presentar una salida para esta crisis. Normalmente, el fascismo surge como una respuesta de la pequeña burguesía por su pérdida de fe en la capacidad de la clase trabajadora para tomar el poder y resolver la crisis nacional en la que el país está sumergido.

3) En tercer lugar, y muy importante, el fascismo es un movimiento de masas que abarca a millones de personas, en su mayoría pequeñoburgueses arruinados por la crisis o temerosos de arruinarse, y lúmpenes que se encuadran en sus bandos uniformados, cuya principal tarea es atacar físicamente, incluso antes de la toma del poder, al proletariado.

Este poderoso movimiento de masas es organizado y encuadrado militarmente. Apenas para tener una idea, los camisas pardas (milicia paramilitar nazista) en Alemania, organizaban a más de 4,5 millones de personas. Es un movimiento radical plebeyo, en cierto sentido descontrolado, que la burguesía usa como un ariete para enfrentar y derrotar el movimiento de masas.

En este sentido, pese a tener participación en las elecciones y representantes parlamentarios, el fascismo es ante que nada un movimiento extraparlamentario, que usa métodos ilegales, desde antes de la toma del poder, para enfrentarse al movimiento de masas y a la clase obrera.

Ese movimiento, que posee algunas características altamente contradictorias, con una base popular y plebeya, es, toda vez que la burguesía o algunos sectores de esta se deciden, armado, uniformado y alimentado por la alta burguesía y sus sectores más decididos a dar una lección duradera a la clase obrera.

4) Seguimos entonces para la cuarta característica del fascismo. En su proceso de desarrollo en ascenso hacia la toma del poder, pero también después de conseguir este objetivo, el fascismo tiene el objetivo de trabar una guerra civil, sin treguas, hasta que se destruyan todas las organizaciones, de todos los tipos, que la clase obrera pueda tener. La intención es destruir partidos, sindicatos, clubes, equipos de fútbol, escuelas, centros recreativos, etc. Eso es diferente de otros regímenes, que buscan incorporar a las organizaciones obreras, o cohibirlas, aunque sin poder acabar con ellas. O sea, el objetivo del fascismo es la total atomización de la clase como ente organizado, en cualquier aspecto de la vida social.

Para alcanzar este fin, no hay aparato policial que dé cuenta, ningún Estado puede incorporar en sí esta cantidad de agentes, se hace necesario envolver a sectores sociales enteros, por eso, la importancia de la pequeña burguesía y el lumpen proletariado, ellos son agentes políticos de la burguesía en esta lucha mortal contra la clase trabajadora.

Una vez en el poder, el fascismo tiene que adaptarse al Estado burgués y, al mismo tiempo, exigir que aspectos de este Estado se adapten a él. En Alemania e Italia, fueron necesarias purgas importantes para imponer el orden en las hordas fascistas luego de la toma del poder. Famosa es la Noche de los Cuchillos Largos, cuando, bajo el comando de Hitler, las SA (abreviación de Sturmabteilung) pasaron por una pesada purga, en la que sus principales dirigentes fueron muertos, sus milicias depuradas y, finalmente, fueron incorporadas a las tropas de protección nazistas SS (Schutzstaffel) y también al ejército.

Aún así, se mantuvieron importantes discrepancias entre estos grupos armados. Citamos, como ejemplo, las diferencias entre las SS, milicias cada vez más militarizadas, y el propio ejército alemán. Basta que recordemos que, ya en medio de la guerra, el general Erwin Rommel narró en sus diarios que él no había permitido a su hijo servir en las SS que, en aquel momento, ya eran un cuerpo militar de elite, exigiendo que él se encajase en el ejército regular alemán.

Estas dos características del fascismo se deben al mismo motivo, el hecho de ser un movimiento de masas que, por un lado, precisa ser controlado una vez que llega al poder y, por otro, tiene la tarea de crear nuevos líderes, muchos de origen plebeyo, popular. Las otras instituciones, como las milicias, exigen una reacomodación al llegar al poder.

Esta característica tan importante del fascismo, de ser un movimiento de masas, es la que al mismo tiempo: a) hace que la burguesía le tema y solo eche mano de él como último recurso; b) hace de él un enemigo tan peligroso y poderoso, el único que de hecho puede llevar a cabo su misión de exterminar políticamente al proletariado.

Otro elemento de confusión importante es que el fascismo no solo ataca a los partidos y las organizaciones obreras, sean ellas de cualquier orientación política. El fascismo ataca también a los liberales e, incluso, a los conservadores burgueses. Eso es así pues el fascismo ve a los liberales, y también a los conservadores, más o menos “democráticos”, como cómplices de las organizaciones obreras, toda vez que “permiten” su existencia. Estos sectores que, muchas veces, apoyan al fascismo en su ascenso, creyendo poder controlarlo y negociar un acuerdo con él, se ven al final frustrados y, no raramente, acaban arrinconados en el mismo paredón que los miembros de la clase trabajadora.

De eso no se deduce que el fascismo se ponga por encima del capital y del trabajo, como una expresión propia de Estado por arriba de las clases. Nada más equivocado, pues, al atacar las representaciones políticas tradicionales de la burguesía, el fascismo expropia a esta políticamente. Sin embargo, al mismo tiempo, mantiene y profundiza su dominación económica. Al destruir toda forma de organización obrera, se abren las compuertas para un aumento inimaginable de explotación de la clase trabajadora, permitiendo congelar y reducir salarios y beneficios que los trabajadores por ventura gocen. Además, el desarrollo de una política armamentista lleva a que el Estado se torne un gran comprador, lo que acaba por beneficiar al conjunto de la burguesía.

3.2. El combate al fascismo

Como expresamos más arriba, no fue fácil para las diversas corrientes políticas que enfrentaron o, para ser más exacto, que fueron enfrentadas por el fascismo, llegar a una justa interpretación de lo que de hecho representaba el fascismo. Y, a partir de esta dificultad, la de tener una caracterización correcta del fenómeno, muchas de ellas cometieron errores que les costaron caro.

Los liberales y los conservadores verán en los nazistas y fascistas una plebe alborotadora que pueden controlar a su disposición y usar como tropa de choque contra el conjunto del movimiento obrero.

La socialdemocracia dirá que representan una reacción feudal, pero, al mismo tiempo, creen que sea capaz de negociar y convivir con ellos, de la misma forma que conviven con otras fuerzas burguesas. E intentará, desde un inicio, juntarse a las fuerzas burguesas, y clamar al Estado que reprima las fuerzas fascistas cuando salen de control. Ella cometerá un triple crimen en el combate al fascismo: dejarlos actuar contra los comunistas en provecho propio, intentar unirse a la burguesía contra los comunistas y los fascistas, y creer que el Estado burgués combatirá de alguna forma el fascismo, y la defenderá.

Cuando surgió en Italia, hubo una tendencia a ver el fascismo como una forma más de reacción política burguesa, o sea, una variación de esta. Incluso, después de la llegada al poder, Mussolini actuó lentamente, y esta dificultad se mantuvo.

La Tercer Internacional dará una serie de caracterizaciones parcialmente correctas, sea la de Clara Zetkin, sea de la Togliatti, sea la de Gramsci e, incluso, la de Thalheimer. Escritas en el período que va de 1923 a 1934, buscaron entender el fenómeno nuevo con el que se deparaban. No obstante, de esta totalidad parcialmente correcta, muchas veces contradictoria, no surgirá una síntesis provechosa sino que, ya marcada e influenciada por la estalinización, la Tercera Internacional producirá las más terribles y bizarras interpretaciones del fascismo.

Durante el período que va de 1928 a 1933, la Komintern, que ese momento era caracterizada por Trotsky como centrismo burocrático, dirá que todo es fascismo, incluso la socialdemocracia, y dirá también que para derrotar el fascismo es necesario primero derrotar a la socialdemocracia.

La teoría del social fascismo costará carísimo al proletariado alemán, y a la revolución socialista europea.

En 1933, con la victoria de Hitler en Alemania, la Komintern dará un giro de 180 grados, y pasará a defender una política diametralmente opuesta, e igualmente equivocada. Los frentes populares para combatir el fascismo.

El frente popular, que fue concebido por George Dimitrov, era la teorización o la “legalización” de una política electoral discutida por décadas dentro del movimiento obrero: la tesis de si era lícito o no componer frentes con fuerzas burguesas en el proceso electoral para gobernar el Estado burgués. Una composición hecha, incluso, con bases programáticas. Esta propuesta definía las tareas para una etapa dentro del gobierno. El estalinismo, en el “combate” al fascismo, concluyó que sí era posible este camino. Sería correcto juntar las fuerzas reformistas y “democráticas” para derrotar el fascismo. En verdad, podría hacer tal composición con casi cualquiera que no fuese fascista o que aceptase aliarse con los comunistas.

(Al mismo tiempo, el fascismo fue, por así decir, una óptima disculpa para legitimar tal política, que en el plano internacional sería la alianza con los imperialismos democráticos contra los imperialismos fascistas).

Implícitamente, en esta política, se concluía que era posible derrotar el fascismo por la vía electoral. Que incluso en una situación de crisis aguda la burguesía y el Estado burgués podían combatir consecuentemente el fascismo y que sería por la vía de las institucionalidades burguesas que se combatiría el fascismo, y no por las acciones de las masas.

3.3. Trotsky y la lucha contra el fascismo

Vendrá de Trotsky la más brillante interpretación de qué es el fascismo, cómo surge, se organiza, se desarrolla y, principalmente, cómo combatirlo.

En una serie de textos, Trotsky sintetizará el aprendizaje del movimiento de los trabajadores, en especial de su vanguardia, los comunistas. Esto lo hace ya en su diáspora forzada por el estalinismo.

En las obras en las que él discute la situación alemana (y que después será editado con el título Revolución y contrarrevolución en Alemania), la situación en Francia (que será editado con el título Adónde va Francia), en España (en Escritos sobre España), Trotsky demostrará, con maestría, no solo lo que es el fascismo y cuáles peligros este encierra. También, va a demoler los errores del estalinismo en Alemania, donde este se niega a formar un frente único con la socialdemocracia para derrotar el fascismo. En Francia y, posteriormente, en España, el error opuesto de formar un frente popular e ilusionarse con que era posible derrotar el fascismo uniéndose a un supuesto bloque democrático. En este último, las consecuencias fueron mucho peores.

Nadie que no haya estudiado estos tres materiales tiene cualquier condición de dar un opinión realmente válida sobre el asunto.

3.3.1. Lo que propone Trotsky

Trotsky dirá que es necesario defender los elementos de democracia obrera existentes dentro de la democracia burguesa. Defender las libertades democráticas, que más arriba dijimos que son formales, pues para su real ejecución son necesarias condiciones materiales, que solo pueden ser ejercidas por la clase obrera colectivamente.

Así, defender los periódicos obreros, los edificios y locales de reuniones (sedes de partidos y sindicatos obreros), las manifestaciones y las propias reuniones, se torna una política central de combate al fascismo.

Esta defensa no puede ser hecha llamando a la policía y al Estado burgués para que desarme o detenga el fascismo. En muchos casos, las pocas armas que la policía toma de esos bandos con la mano derecha, las devuelve doblemente con la mano izquierda. No es desconocido por nadie que oficiales de la policía y del ejército, siempre facilitaron el armamento de los bandos de derecha, de extrema derecha, y del fascismo. En algunas ocasiones, ellos son incluso parte de estos bandos.

Para defender las conquistas democráticas del proletariado en el seno de la democracia burguesa, es necesario construir milicias obreras. Estos son grupos que partiendo de experiencias comunes, como un piquete de huelga, un grupo de defensa de una manifestación, estén dispuestos a organizarse para proteger al conjunto del movimiento obrero.

Esta medida es una de las fundamentales en la construcción de un frente único obrero contra el fascismo.

Ya se habló mucho del frente único obrero, sin embargo, no nos cuesta nada repetir algunas cosas. Es imposible formar una frente único obrero con el reformismo con el objetivo de tomar el poder. La esencia del reformismo es, justamente, su lucha contra la revolución en el seno de la clase obrera. No obstante, en la medida en que el fascismo amenaza la existencia material y física de los dirigentes del reformismo, en la medida en que sus sedes son atacadas, sus comicios desbaratados por revoltosos, en la medida en que sus militantes, cuadros y dirigentes son amenazados, intimidades, golpeados y muertos por bandos paramilitares, surge, en especial en la base, pero también en sectores dirigentes del reformismo, la conciencia del real peligro del fascismo.

Claro que siempre habrá oscilaciones, que siempre habrá el deseo de confiar más en el Estado burgués, en la justicia, en los liberales, republicanos y demócratas burgueses. Pero una política justa de llamado a la dirección por un lado, y de acción junto a las bases, que demuestre la viabilidad de un frente único para defenderse del fascismo, moverá o, por lo menos, dividirá a la dirección y las bases del reformismo.

Por otro lado, es preciso prestar atención a la pequeña burguesía. Pese a que esta clase no puede tener un proyecto propio para la sociedad, ella es fundamental para la dominación burguesa e igualmente muy importante para la victoria del proletariado.

Siendo una clase muy desigual, en la que en sus estratos superiores impera una determinada mentalidad y un modo de vida próximos de la burguesía, en sus estratos más pobres hay muchas condiciones materiales y psicológicas del proletariado.

Una política justa para la pequeña burguesía pasa, en primer lugar, por inculcar en ella seguridad de que el proletariado está dispuesto a luchar y que puede vencer. Pasar tal seguridad a la pequeña burguesía solo es posible si el propio proletariado cree en sus posibilidades de victoria.

El proletariado, por su propia naturaleza, por el hecho social de que una de sus grandes ventajas está en su número, siente invariablemente la necesidad de unidad para luchar y pasa a creer en la posibilidad de victoria. He aquí que volvemos nuevamente a la cuestión. Una política de frente único contra el fascismo se hace fundamental para derrotarlo, inculcar en las masas la certeza de la victoria, y arrastrar tras de sí a la pequeña burguesía.

Las medidas económicas volcadas a este sector, a la pequeña burguesía, y la garantía de que la victoria del proletariado le traerá más ventajas que desventajas, la búsqueda incesante de diálogo con los estratos empobrecidos de esta clase, son parte central de la política revolucionaria contra el fascismo.

Por fin, la burguesía no es, en ningún momento, un aliado confiable en la lucha contra el fascismo. Creer que una hipotética burguesía democrática se pondrá del lado del proletariado y permitirá que este venza al fascismo en una lucha física, permitiendo en este ínterin que el fascismo se una y se arme, es creer en la ilusión de que las clases sociales se suicidan. La burguesía ama más sus propiedades y sus privilegios que la democracia.

Dicho esto, no está descartado, en situaciones puntuales, hacer un acuerdo bastante restricto en común incluso con alguna fuerza burguesa para defender en la acción alguna libertad democrática, como la liberación de algún preso político o la revocación de alguna ley draconiana.

No obstante, siempre vale recordar que ninguna cédula electoral es suficientemente fuerte para derrotar el fascismo; las muchas maquinaciones y combinaciones electorales antifascistas fueron, en general, la antesala de la victoria del fascismo. Además de desviar la lucha callejera para la lucha legal y electoral, este mecanismo cometió siempre el crimen de apagar la frontera de clase en el combate, e hizo que una parte de la clase trabajadora creyese que existe una burguesía “buenita” y democrática, y otra “mala” y fascista.

Por fin, nunca mientras haya capitalismo, se podrá decir que el fascismo está derrotado para siempre. Mientras haya capitalismo esta es una hipótesis vigente.

Conclusiones

Por más que nosotros odiemos a la derecha; los regímenes democráticos burgueses cada vez más con trazos bonapartistas; los regímenes militares con su rol de tortura, muertes, exilios y persecuciones; los esdrújulos regímenes de Arabia Saudita, con sus apedreamientos a mujeres, persecuciones y sufrimiento sin fin a las personas LGBTs; el régimen “teocrático” de los ayatolás en Irán, que derrotó y desvió la revolución iraní; y tantos otros que vemos todos los días, nosotros no podemos, a nuestro parecer y por cuenta de nuestra justa indignación, utilizar gratuitamente para definirlos el epíteto de fascismo.

El fascismo es, como intentamos definir aquí, una forma muy específica de dominación, que se forma en condiciones también muy específicas de la lucha de clases. Definirlo significa demarcar cuál es la correlación de fuerza, una política, y también un peligro real que amenaza a la clase trabajadora y sus organizaciones.

Es obvio que en la vida cotidiana, y de forma trivial, muchas veces el grito de “¡fascista!” nos viene a la boca como una manera de manifestar nuestro odio y desprecio por una actitud que condenamos. Eso es una cosa. Otra es cuando organizaciones gastan litros y litros de tinta para demostrar que una cosa, definitivamente, no es aquello que está diciendo.

Es preciso investigar los motivos que llevan a esta opción política. Definir cualquier enemigo que esté más a la derecha como perteneciente al fenómeno del fascismo puede ser mera ignorancia, lo que ya no es bueno, pero también puede servir de justificación para una serie de políticas, tan equivocadas como la propia definición de un fascismo que no existe.

Apoyándose en esta definición que de hay fascismo, o de que el fascismo está golpeando nuestra puerta, no son pocos los “izquierdistas” que inmediatamente sacan de la manga la carta del frente popular, o del frente amplio, o de la unidad democrática, y por ahí va. De contenido, se propone frente al “peligro fascista” (real o imaginario, pero la mayoría de las veces imaginario) juntar a todos los defensores de la democracia en un gran bloque electoral, y pedir sacrificios a todos (pero solo exigirlos de los trabajadores) para derrotar el peligro inminente.

Por lo tanto, una definición correcta del peligro que nos amenaza, nos permite no solo combatirlo correctamente sino que permite, además, combatir correctamente a aquellos que nos proponen una salida tan dañina cuanto la amenaza existente.

Pero hay otro tema, más importante aún, que es cuando de hecho existe el peligro del fascismo, o su riesgo inminente. En este caso, la política de unidad con la burguesía, como ya dijimos, es aún más grave, más peligrosa y, con certeza, llevará a derrotas aún más desastrosas. Solo hay una fuerza social capaz de detener una verdadera amenaza fascista, el proletariado, y conseguir convencerlo de eso a tiempo, conseguir demostrar el riesgo que se corre y las medidas que son necesarias para impedirlo, se torna aún más fundamental.

Bibliografía

August Thalheimer. Sobre o fascismo.

Clara Zetkin. Como nasce e morre o fascismo.

Mandel. O Fascismo.

______, Teoria Marxista do Estado.

Nicos Poulantzas . Fascismo y dictadura, La tercera internacional frente al fascismo.

Trotsky. Revolução e contra revolução na Alemanha.

______, Aonde vai a frança.

______, Escritos sobre a Espanha.

Colaboración: Júlio Anselmo.
Artículo publicado originalmente en el blog Teoría y Revolución.
Traducción: Natalia Estrada.

 

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