Vie Abr 19, 2024
19 abril, 2024

Coronavirus y capitalismo: ¿por qué somos socialistas? (Parte 1)

Las naciones civilizadas se pusieron a sí mismas en una posición de bárbaros […] por todos lados, encontramos a cada paso problemas que la humanidad está en perfectas condiciones de resolverlos inmediatamente, pero el capitalismo es un obstáculo. Él acumuló una montaña de riquezas, e hizo a los hombres esclavos de esa riqueza. Resolvió problemas técnicos profundamente complejos, y bloqueó la aplicación […] por causa de la miseria y de la ignorancia de millones de personas y de la estúpida avaricia de un puñado de millonarios. La civilización, la libertad y la riqueza en el capitalismo sugieren la idea de un ricacho glotón que se pudre en vida, pero que no deja vivir lo que es joven. Pero lo que es joven crece y, a pesar de todo, triunfará. V. I. Lenin

Por: Ricardo Ayala

El número estimado de desempleados en todo el mundo parece incalculable. Son cifras que generalmente aparecen al lado de los números de infectados por el Covid-19. La máquina de propaganda burguesa trata el desempleo como un fenómeno de la naturaleza, tal cual el contagio; o sea, sería inevitable frente a la pandemia.

Con todo, si el virus y sus efectos sobre el cuerpo humano constituyen un fenómeno de la naturaleza, no se puede decir lo mismo de la velocidad y de la amplitud mundial de su propagación ni de sus consecuencias sociales. Por el contrario, son consecuencias de las relaciones sociales en las cuales la humanidad reproduce sus vidas: el capitalismo. En este momento, la miseria de todos los días salta a la vista: favelas que no pueden garantizar la cuarentena de los que viven apiñados, trabajadores informales y precarizados que comen lo que pueden ganar en el día.

Independientemente de la cara con la cual se presenten, sea la de Trump –“disciplinado” por la clase dominante estadounidense, que hizo las cuentas y exigió prolongar la cuarentena–, sea la de Merkel, los capitalistas dejan caer sus máscaras: son todos genocidas al servicio del lucro. Eso sin hablar de Bolsonaro, que lo hace sin sutileza ninguna. El capitalismo se muestra incapaz de detener el contagio generalizado y sus consecuencias sociales.

Las relaciones sociales actuales, no solo los gobernantes, están en contradicción con la vida. El dilema sobre parar la economía o detener el avance de pandemia es una farsa, pues la economía nunca estuvo al servicio de la vida de la mayoría de la población. No se trata de una mayor o menos intervención del Estado en la economía. El dilema que está planteado es: ¡socialismo o barbarie!

Un virus que sigue la ruta de las mercaderías

Un celular montado en China tiene sus componentes fabricados en siete países. Ya pasó el tiempo en que el dueño de una gran empresa podía golpearse el pecho y decir: mi fábrica produce este celular.

El hecho de que más de 60% de todo el comercio mundial corresponda al intercambio de productos (bienes intermediarios) entre las empresas utilizadas en el proceso de producción indica que el mundo es un organismo económico único. L as grandes empresas consiguen un súper lucro con la dominación y la desigualdad entre los países, subdividiendo la fabricación de una mercadería entre varios de ellos.

Las relaciones económicas entre Estados Unidos y China lideran esa cadena productiva. No es mera coincidencia que la primera y la segunda economías del mundo estén en el centro de la pandemia. El colosal tránsito de bienes, servicios y personas no es solo el medio de contagio viral, es también el eje sobre el cual el capitalismo mundial gira y la llave para entender la propagación del virus.

El marxismo denominó esa división social y mundial del trabajo como producción social. La expansión exponencial de la producción social dentro de un país y en escala mundial son acompañadas de una profunda contradicción: la apropiación privada. Esa inmensa producción de riqueza en la forma de mercaderías tiene un objetivo mediocre: acumular ganancias en las manos de pocos individuos.

La demora para decretar la cuarentena social no significaría desabastecimiento de bienes esenciales para la población mundial cuando el virus apareció en Whuan. Sin embargo, interrumpiría la llamada “cadena de valor”, o sea, las exportaciones e importaciones de los componentes industriales entre las grandes empresas.

No es la falta de comida, de energía, de agua, tampoco de celulares, que atrasó las medidas para contener la diseminación del virus por el mundo. Las grandes multinacionales (Wallmart, Shell, General Electric, General Motors, Pepsi e IBM), presentes con fuerza en el país, y las más de 400 empresas de alta tecnología, que suministran componentes para otras empresas, no quisieron interrumpir temporariamente la exportación e importación que sostiene la cadena de valor mundial. Eso causó la diseminación del virus. Parar China tendría un efecto inmediato sobre los Estados Unidos: 20% de las exportaciones chinas van para allá.

Lo peor es que este genocidio premeditado es realizado en un momento en que existe una saturación de automóviles y celulares entre la población que puede adquirirlos. En abril de 2019, existían 230 millones de smartphones en uso en el Brasil. Interrumpir su importación por un período no provocaría la falta de aparatos.

La producción social en escala mundial también se choca con las fronteras de los Estados. En la medida en que la cadena productiva es mundial, las decisiones de los Estados aislados se chocan con la competencia entre las empresas: “no puedo parar mi empresa si mi competidor sigue produciendo”. Lo que se impone es una corrida hacia el abismo, pues cada gobierno tomó decisiones aisladas. La demora de Italia en decretar la cuarentena, mientras esta fue decretada en China, permitió el avance de la pandemia.

La quiebra de la mano invisible del mercado

Frente a la falta de alcohol en gel en el Brasil, segundo mayor productor de alcohol del mundo, los defensores de mercado como regulador de la producción dicen: “Para que haya máscaras y alcohol para todos, solo hay una solución, dejar que los precios suban”. Y los precios subieron 900%, pero el alcohol en gel no apareció en cantidad suficiente.

La frase arriba también puede ser leída así: “hasta que los precios del alcohol suban lo suficiente para que otras empresas migren para producirlo, millares de personas deben morir”. Conclusión: el mercado capitalista se demostró completamente incapaz de prevenir, detener y curar a los afectados por la pandemia, con un alto costo en vidas humanas.

El reconocimiento social de lo que se produce es por la venta o por el mercado. Así, lo que ocurre todos los días en tiempos “normales” –desperdicio de mercaderías que no son vendidas, cantidades excesivas de productos superfluos y escasez de los necesarios– se convierte en genocidio en la pandemia.

La expansión de la producción social aumenta la capacidad productiva y desorganiza la sociedad en la misma velocidad. No existe una planificación para producir de acuerdo con las necesidades sociales, pues los intereses de la propiedad privada comandan.

Engels nos enseña: “El principal instrumento con el cual el modo de producción capitalista promueve esa anarquía en la producción social es precisamente lo inverso de la anarquía: la creciente producción con carácter social, dentro de cada establecimiento de producción”. La organización de la producción dentro de cada empresa creció de forma tan espectacular que los grandes monopolios concentran entre sí 80% del comercio mundial.

Un ejemplo de eso es la industria electrónica: los productos son diseñados para durar solamente algunos meses, para mantener la producción ininterrumpida. La velocidad de renovación implica una gran escala de materias primas extraídas de la naturaleza. Mientras la mayor parte de los montajes de productos se realiza en China, 90% de los gastos en investigaciones son de empresas estadounidenses y europeas, y solamente cuatro empresas detentan 75% del mercado, resultando en desperdicio, agresión al medio ambiente, y concentración de la producción y de las ganancias.

La sociedad no puede lidiar con esta inmensa potencia productiva sin una planificación y, para imponer la planificación, la expropiación de la propiedad es una necesidad. La propiedad privada y las fronteras nacionales no pueden controlar esas fuerzas productivas. Por eso, de tiempos en tiempos, esas contradicciones explotan de forma violenta: guerra, catástrofe social y pandemia.

¿Es posible planificar la lucha contra una enfermedad desconocida?

Después de la epidemias de ébola, SARS y MERS, la Organización Mundial de la Salud (OMS), a inicios de 2018, previó que una nueva pandemia surgiría en algún lugar del planeta, en el cual la reciente expansión capitalista aún convivía con la vida salvaje. En 2005, la CIA publicó un informe sobre los conflictos mundiales, constatando que una pandemia respiratoria podría afectar el planeta[1].

¿Por qué, a pesar de la capacidad productiva, las principales potencias imperialistas fueron incapaces de planificar la producción de respiradores, aumentar las camas de terapia intensiva, producir insumos para los testes en escala mundial?

Ocurre que ningún fondo de inversión, ningún banco, o incluso los Estados controlados por esas empresas invierten en la producción de esos bienes si el mercado no lo “demanda” en el momento. Pero ahora, transformarán la muerte en un negocio lucrativo.

Al final, ¿qué es planificar la economía?

La inmensa capacidad productiva mundial está presa por las decisiones de un puñado de accionistas de las grandes empresas, que integran la dirección de los grandes bancos y de los fondos de inversión. Estos accionistas no tienen ningún papel en el proceso productivo, sus ejecutivos conducen las empresas. Tampoco producen de acuerdo con las necesidades sociales de la mayoría. Un pedazo de papel apenas, llamado “acción”, da a ellos el derecho de disponer del trabajo ajeno en la forma de ganancias e intereses. El único papel que desempeñan en la sociedad es el de parásitos.

La expropiación de la propiedad privada significa organizar las inmensas fuerzas productivas sociales en función de las necesidades presentes y futuras de la mayoría de la población; centralizar los recursos disponibles para suplir las necesidades de consumo, alimentación, salud, vivienda, etc. En el caso de la pandemia, producir respiradores, insumos para testes en masa, así como los productos necesarios para el confinamiento social.

Eso supone que los trabajadores gobiernen, es necesario expropiar la propiedad privada de las manos de esos parásitos. Y planificar exige decisiones colectivas, la democracia obrera. Son los propios trabajadores organizados que deciden por ellos mismos sobre la utilización de los recursos.

Nuestra lucha por el socialismo

En 1916, Lenin explicaba: “(…) las relaciones de economía y de propiedad privadas constituyen una envoltura que ya no corresponde al contenido”.[2] Solamente por medio de la fuerza es posible encajar una envoltura que ya no corresponde a su contenido. Por eso, con frecuencia, el paquete se rompe bajo la forma de catástrofes para la mayoría de la población del planeta.

Esa violencia contra la humanidad y la naturaleza nos reservará tragedias aún más profundas. La inoperancia frente al alerta climático y las próximas pandemias anunciadas solo pueden ser evitadas si fueran destruidos los fundamentos sociales que las impulsan.

No hay reformas que puedan resolver las principales contradicciones del capitalismo. Los reformistas y sus promesas de humanizarlo solo conservan su estado de descomposición de forma artificial, preparando el terreno para nuevas catástrofes. La revolución socialista puede liberar la potencia social productiva de las amarras de la propiedad privada.

Notas:

[1] “(…) la aparición de una nueva enfermedad respiratoria humana violenta, extremadamente contagiosa, podrá desencadenar una pandemia mundial. (…) será, sin duda, en una zona de fuerte densidad poblacional y de gran proximidad entre seres humanos y animales, como ocurre en China y en sudeste asiático”. El Nuevo Informe de la CIA. ¿Cómo será el mundo en 2025?, Ediouro, p. 188.

[2] LENIN, V. I. El imperialismo, fase superior del capitalismo. Navegando Publicações, p. 269.

Artículo publicado en www.pstu.org.br
Traducción: Natalia Estrada.

 

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