Jue Mar 28, 2024
28 marzo, 2024

Cien años de la Primera Guerra Mundial

El 28 de julio de 1914, comenzó la Primera Guerra Mundial, entones llamada la Gran Guerra, como el resultado de la acumulación de las contradicciones entre las principales potencias imperialistas europeas de la época. Con este artículo, dedicado precisamente al análisis de la situación de esas potencias, comenzamos una serie que busca abordar, desde distintos aspectos, ese gran conflicto bélico y sus consecuencias.

En enero de 1914, un puñado de potencias europeas conservadoras dominaba el planeta. 125 años después de la Revolución Francesa, apenas una de las seis grandes potencias europeas no era una monarquía. De estas, el Imperio Ruso era una monarquía absolutista; los imperios alemán y turco-otomano tenían regímenes mixtos, con un parlamento limitado. En el Reino Unido y en Francia, los parlamentos burgueses reprimían con balas las huelgas obreras y la eventual resistencia de los pueblos oprimidos[1].

Siete estados europeos dominaban casi la totalidad del continente africano. 25% de la población mundial estaba dentro de las fronteras de estas naciones. Más del 60% de la producción industrial en el mundo estaba en sus manos. En sus despachos y palacios, la clase dominante europea -fruto de la fusión de lo que sobrara de la aristocracia latifundista y de la nueva alta burguesía financiera e industrial- efectivamente mandaba en el mundo, imponiendo sus hábitos, visiones del mundo y modo de vida a la inmensa mayoría de la población mundial.

En los países colonizados y en los sótanos de las fábricas, los explotados y oprimidos de este orden mundial eran una fuente permanente de inquietud para los “dueños del mundo”. Pero, a pesar de esa presión constante, las potencias se preocupaban más en anticipar los movimientos de sus adversarios burgueses y garantizar la continua ampliación de sus fortunas. Nada parecía amenazar el progreso continuo de la “civilización europea”. La única duda era cuál de esas potencias asumiría el liderazgo en esta conquista del globo.

Cuatro años después, el mapa de Europa se mostraba irreconocible. De los grandes imperios europeos, el austro-húngaro, el ruso y el otomano dejaron de existir por completo, y el Imperio Alemán se convirtió en una frágil república, atravesada por insurrecciones. Cerca de dieciocho millones de personas, entre civiles y militares, habían muerto, casi el 1% de la población del planeta, en ese entonces. La burguesía se veía amenazada, ya no sólo por un vago fantasma del movimiento socialista, sino por el conjunto de la clase obrera rusa, organizada en el primer Estado Obrero Revolucionario.

Por primera vez, desde la Revolución Industrial, una potencia no europea (Estados Unidos) tenía el mayor PBI y la mayor producción industrial del mundo. Si la II Guerra Mundial fue más destructiva, en lo que respecta a personas y fuerzas productivas, 1a Gran Guerra fue incomparable en su destrucción social[2].

Una descripción breve y mínimamente precisa del conflicto ocuparía fácilmente un pequeño libro. Para permitir una comprensión básica de lo que estuvo en juego y de qué fuerzas actuaron, intentaremos aquí exponer un breve panorama económico y sociopolítico de las principales potencias comprometidas en el conflicto, y un poco de las alianzas y movimientos diplomáticos previas a la guerra. No queremos hacer aquí más que un breve panorama que ayude a entender la importancia de ese conflicto, para la formación del mundo que conocemos  en el siglo XX, y ubicar las polémicas que generó dentro del movimiento obrero.

Un lugar bajo el sol: el Imperio Alemán

Unificada hacía poco más de cuatro décadas, Alemania, en 1914, es una gran potencia en ascenso. Con más de 60 millones de habitantes, era el segundo país más poblado de Europa, detrás apenas del Imperio Ruso[3], y en franco ascenso demográfico. Su industria ya no era aquella de la cual Marx desdeñara como especializada en productos de baja calidad. La producción de acero alemán se convirtió en la mayor del mundo, a fines del siglo XIX, superando con ventaja la producción inglesa y americana. El Reino Unido pasó al tercer lugar en el mercado mundial de exportaciones de acero. A través de una política proteccionista de tarifas, y de la formación de grandes cárteles industriales; a través de compras, fusiones y acuerdos, la industria alemana adquirió preeminencia rápidamente en diversos ramos. En el sector químico, la industria alemana estaba a la vanguardia mundial, dominando el 90% del mercado mundial de exportaciones. Su producción de carbón (base necesaria para todas las industrias, especialmente la del acero y también los sistemas de transporte) era fuerte, y aumentó considerablemente con la anexión de Alsacia-Lorena (territorio francés altamente industrializado, en 1871).

El sistema de alianzas y acuerdos, establecido por Bismarck, garantiza un equilibrio de fuerzas y alianzas que protegía a Alemania de una venganza francesa por la pérdida de sus territorios del este. Bismarck, un diplomático sutil, confiaba más en el mantenimiento del equilibrio de desconfianzas (entre ingleses y franceses, ingleses y rusos, austro-húngaros e italianos y rusos), para garantizar que ningún adversario tuviera tranquilidad en sus otras fronteras, en caso que decidiese atacar al recién nacido Imperio Alemán.

Sin embargo, el ascenso de Wilhelm II al trono, en 1888, que llevaría a la caída de Bismarck dos años después, abrió el espacio para una política exterior mucho más agresiva por parte del Imperio Alemán. Muchos estudiosos de la diplomacia y de relaciones internacionales han atribuido este hecho de la diplomacia alemana a las manos del genial e ingenioso Bismarck, ante el precipitado y agresivo Wilhelm II, la profundización de las tensiones que llevaron, al sistema de alianzas a provocar la Gran Guerra. Avalar esto es no considerar la enorme presión de la nueva y vigorosa gran burguesía alemana, por nuevos espacios comerciales. Es necesario tener en cuenta que el Partido Nacional-Liberal alemán, con fuerte base en sectores dinámicos de la burguesía industrial y de la clase media, ejercía una gran presión social por una expansión alemana, así como el Partido Conservador, con el cual estaba ligado[4].

La burguesía alemana, más moderna que la inglesa o francesa, se consolida en tanto clase desde su origen, gracias a las políticas estatales[5]. Se convirtió en una potencia económica europea gracias a las tarifas proteccionistas imperiales y, por lo tanto, la idea de obtener mercados coloniales de acceso exclusivo a los capitales y productos alemanes era tentadora. Pero, la expansión colonial, en una era donde las partes más populosas y ricas de Africa ya habían sido repartidas entre el Reino Unido y Francia, quería decir, forzosamente, chocar con estas potencias.

Más que riquezas territoriales, las nuevas colonias significaban espacios nuevos para la venta de mercaderías y, en ese sentido, el Reino Unido ya había copado los principales: India, China, Persia, Egipto y las partes más ricas y populosas de África (además de su gran presencia económica y política en América Latina). Para agravar la situación, los dos imperios, el inglés y el alemán, competían en diversos ramos industriales: las industrias del acero y del carbón, y la tecnología eléctrica. Del mismo modo, el ascenso alemán, como potencia del comercio internacional, era amenazado por su débil proyección naval y, tan pronto una política de construcción naval-militar fue promovida por el Káiser, la hostilidad inglesa estaba garantizada.

 

Reino Unido: supremacía bajo amenaza

En 1910, el Reino Unido y su imperio podían contar con 345 millones de súbditos, y sus territorios y posesiones se extendían por doquier. Reconocido como la gran potencia militar, económica y diplomática del mundo, y como la tierra de la revolución industrial, su flota dominaba los mares y sus diplomáticos y hombres de negocios irradiaban la potencia y los intereses de la corona en las partes más marginales del planeta.

Pero, en el inicio del siglo XX, el viejo león, aún poderoso, comenzaba a confrontar su pérdida de dinamismo y a ver amenazas a su supremacía. De un lado, Estados Unidos, antigua colonia, se fortalecía a pasos agigantados, sobretodo económica y militarmente. Dueño de colonias desde la invasión de Hawai y de las guerras contra España, Estados Unidos contaba con una poderosa flota, y una producción industrial creciente. A cada década, la Doctrina Monroe (que, desde el inicio del siglo XIX, estipulaba la supremacía norteamericana en el continente ame­ri­cano) se fortalecía y, concomitantemente, el comercio internacional americano fue sustituyendo al británico en América Latina. Del mismo modo, la gradual y más firme penetración americana en el mercado chino, antes exclusividad del Reino Unido, comenzaba a amenazar al principal bastión de la dominación imperial, el Oriente.

Por otro lado, Alemania también comenzaba a ocupar un espacio importante en ramos de la industria y del comercio internacionales, que habían sido exclusividad inglesa. El poderío inglés aún era el mayor del mundo, con la mayor y más poderosa flota del planeta, territorios y bases en todo el globo, y una pujante industria y sector financieros. Pero, la dinámica era de debilitamiento y no de ascenso, lo que generaba ansiedades en una burguesía acostumbrada, durante siglos, a ser el maestro indiscutible del mundo.

Al mismo tiempo, diversos conflictos internos desgastaban el poderío del Imperio Británico. Apenas 45 de sus casi 350 millones de súbditos habitaban las islas británicas. De estos, una parte considerable (principalmente de su proletariado industrial) era de origen irlandés. En la India, en Irlanda, en las posesiones africanas y asiáticas del Imperio, millones de trabajadores oprimidos, de los más diversos colores y creencias, sostenían la riqueza de uno de los estados más aristocráticos y elitistas de Europa. Las rebeliones coloniales eran comunes, y siempre violentamente reprimidas, y el movimiento obrero inglés, el más antiguo del mundo, formaba grandes sindicatos y estaba siempre al borde de una revuelta, con diversos enfrentamientos armados entre la policía, el ejército y los obreros[6].

Toda la ansiedad social y política, interna y externa del Imperio Británico se refleja en su política externa. Incluso, sin estar bajo amenaza directa de la recién nacida flota naval alemana, el almirantazgo británico se embarcó en una carrera armamentista naval que, por su parte, reforzó los temores alemanes. Las fuertes tensiones en las colonias, y la presión interna de su burguesía, por una política externa más agresiva y alineada con sus intereses económicos, hacían cualquier concesión a las aspiraciones nacionales o sociales peligrosas[7].

A pesar de las diversas presiones, el Reino Unido aún era el gran imperio global, y cualquier cambio en el equilibrio de poderes europeo podría ser dañino a sus intereses. Así, con la expansión asiática de Rusia, efectivamente paralizada por la derrota para Japón y con Francia debilitada después de la guerra franco-prusiana de 1871, el Reino Unido no tardó en aliarse a estas dos potencias de segunda línea, formando una línea de contención a su nuevo adversario germánico.

 

Francia: una república dividida

En cuanto al crecimiento económico y militar alemán, se veía restringido por su limitada proyección política y diplomática. Francia sufría el drama contrario. Derrotada decisivamente por Alemania, en 1871, Francia detentaba aún el segundo lugar de mayor imperio colonial del mundo, con una industria tecnológicamente atrasada, pero un importante sector financiero. Su ejército cada vez más anticuado y “demasiado extendido” pero contaba con una posición diplomática  de destacada en el mundo. Esa serie de contradicciones la colocaban en una situación de desequilibrio permanente. Su peso diplomático y los intereses multinacionales de los inversores financieros franceses ataban este país a la política y a los conflictos en las más remotas partes del globo, desgastando los recursos financieros y militares del Estado.

Al mismo tiempo, la presencia de un gran proletariado industrial miserable (siempre amenazado por el desempleo) y la posición desfavorable de la industria y el comercio en el contexto internacional llevaban a una situación de enorme inestabilidad social en la joven república que, en 1914, completaba 43años. Parte de la burguesía industrial, aliada a una pequeña burguesía atemorizada con el declive de sus condiciones de vida, defendía una política ultranacionalista, militarista y expansionista, para recuperar el lugar de Francia como potencia de primer orden. Los chauvinistas defendían in­versiones de gran suma en el ejército, para mantener la expansión colonial y desafiar la posición inglesa en ese terreno y, al mismo tiempo, para preparar el terreno para la révanche, la recuperación de Alsacia-Lorena de Alemania, y la humillación del nuevo vecino.

Al mismo tiempo, las pésimas condiciones de vida del proletariado francés, así como su tradición de luchas políticas (con una trayectoria revolucionaria casi permanente desde la Revolución de 1789, pasando por las jornadas de julio de 1840 y la Comuna de París de 1871), hacían del Partido Socialista de Francia una importante fuerza política. Con decenas de parlamentarios, cientos de miles de afiliados, una gran influencia sindical y una enorme organización de la juventud (la Jeune Garde Socialiste, cuyos miles de miembros eran organizados en un formato paramilitar, y garantizaban la seguridad de la organización en huelgasy actos públicos), los socialistas se fortalecían a cada nuevo recrudecimiento de la lucha de clases, y eran una preocupación permanente para la burguesía francesa. Había incluso, en Francia, un importante movimiento anarquista, en ese período ya en franco declive.

El resultado era una república profundamente inestable, con enfrentamientos en las calles entre socialistas y ultranacionalistas, y enormes peleas en el parlamento. La normalidad era mantenida a duras penas, y las presiones a la derecha y a la izquierda amenazaban constantemente la normalidad, que parecía, para todos los compro­metidos en el poder, no durar. La intensificación de la lucha de clases y el fortalecimiento del Partido Socialista va a convertir, gradualmente, a la alta burguesía francesa más receptiva a las propuestas de la ultra derecha; la guerra va a comenzar a presentarse como una salida deseable para reunificar a la nación francesa, no sólo con los territorios perdidos en la guerra, sino también internamente.

Incluso, los intereses de las finanzas francesas van a amarrar diplomáticamente a Francia a dos países con regímenes monárquicos autoritarios y, también, profundamente inestables interna y externamente:  el Imperio Ruso zarista, y el Reino de Serbia[8]. Esas conexiones van a comprometer a Francia en el conflicto entre el Imperio Austro-Húngaro y Serbia, lanzándola contra su antiguo enemigo, Alemania.

 

El Imperio Ruso: de gendarme de Europa a eslabón más débil de la dominación capitalista

El Imperio Ruso había sido una fuerza política y militar importante de Europa continental, luego del Congreso de Viena (1814-1815). El Zar garantizaba el prestigio y poder de su corona, jugando el papel de gendarme de Europa, como era conocido: Rusia era la policía de la contrarrevolución antirrepublicana en Europa. Principal responsable por la derrota de Napoleón y por el restablecimiento de “las monarquías de derecho divino” en Francia y en el resto de Europa, el Imperio Ruso jugaría incluso un papel importante apoyando a Austria contra la primera revuelta húngara, y contra diversas revueltas en Polonia.

A pesar de estar fuera de la disputa colonial por África, Rusia mantiene la permanente expansión de su imperio a través de la conquista y colonización de territorios en el continente asiático. La conquista de los antiguos khanatos (entidades regidas por el Khan. NdT) y reinos musulmanes de Asia Central[9], adicionó millones de nuevos súbditos al Zar, muchos de ellos musulmanes, y ubicó al Imperio Ruso en un área estratégica (y peligrosa para el Reino Unido) de acceso a India y su comercio, y abrió el rico reino de Persia (actual Irán) al comercio y la diplomacia rusas. La colonización de Siberia abrió el acceso a la industria rusa a algunas de las más ricas vetas de carbón del mundo, así como a regiones ricas en diversos minerales raros. La conquista de parte de la Manchuria china y de la región alrededor de la península de Corea permitió el enriquecimiento de diversas familias de la nobleza, aprovechándose de los inmensos recursos naturales de la región[10].

El Imperio Ruso tenía una economía atrasada para los patrones europeos: fue uno de los últimos estados europeos en abolir la esclavitud y su renta era mayoritariamente agraria y extractiva. El flujo de inversiones extranjeras (sobre todo francesas e inglesas) creó bastiones de una moderna industria, concentrada en grandes polos, como San Petersburgo. Pero los capitales eran escasos, de modo que el desarrollo intensivo de la economía, a través de la modernización de los medios de producción, era imposible. Así, el desarrollo económico y el equilibro presupuestal dependía profundamente de la conquista de nuevos territorios y de la incorporación de nuevos súbditos contribuyentes al Imperio.

Si en las ciudades, la clase obrera rusa vivía importantes procesos de lucha desde comienzos del siglo XX, el campesinado seguía siendo la principal base de apoyo del Zar, el elemento determinante en la economía, y la base de reclutamiento para el ejército. Pero, la política de expansionismo permanente del Imperio Ruso no tardó en sacudir los cimientos campesinos del régimen zarista, que tendría un duro choque con las nuevas condiciones de la guerra y de la política internacional traídas por la tecnología industrial. Los avances imperiales en Asia colocaron a Rusia en ruta de colisión con una naciente potencia asiática, Japón. Contrariando todas las expectativas de la época, la anticuada flota rusa y sus incompetentes almirantes son aplastados por las fuerzas navales japonesas (1904-1905). La durísima derrota  en la guerra va a combinarse con las pésimas condiciones de vida de la población y generar un proceso revolucionario profundo, en 1905. A pesar de sobrevivir a ese proceso, manteniendo su corona y también buena parte de su poder, el Zar verá achicarse las bases tradicionales de su imperio.

Para recuperar su legitimidad y fortalecer al Estado, el Imperio Ruso se vio obligado a reforzar aún más sus pretensiones políticas en la única área de sus fronteras donde aún no fuera derrotado: los Balcanes y la región del Mar Negro[11]. Al tomar el partido de Serbia, Rusia se aproximó naturalmente a Francia, antagonizando a Austro-Hungría y a Alemania.

 

Austria-Hungría, Serbia, y el inicio del fin: el fusible de la Gran Guerra

Durante los casi cuatrocientos años de su existencia, la dinastía Habsburgo, al frente del reino de Austria (y, desde 1867, del reino de Austria-Hungría), ejerció un enorme poder e influencia en los destinos de Europa. Los habsburgos llegaron a ser los señores de España, Sicilia, norte de Italia, de buena parte de la actual Alemania (a través del control nominal del Sacro Imperio Germánico), de los Países Bajos, y de importantes territorios en los Balcanes y en Europa Central. La lenta decadencia de este imperio, con mucho más de antiguo régimen que de potencia moderna, comienza ya con la durísima derrota frente a los ejércitos napoleónicos. El triunfo final sobre Napoleón (más gracias a los méritos militares de sus aliados que propiamente debido a las fuerzas austríacas) dio una sobrevida para esta potencia. En el mundo posterior al Congreso de Viena, con monarquías por todas partes, el Imperio Austríaco tuvo tiempo de modernizarse e industrializarse.

Pero, las contradicciones acumuladas en la transición, sin mediaciones y nunca efectivamente completada, de potencia del antiguo régimen a Estado-nación del siglo XIX, cobraron su precio. El cúmulo de decenas de nacionalidades dentro del Imperio llevarían, por ejemplo, a la creación de un parlamento húngaro (que conlleva el cambio de nombre), organizado por una burguesía y una aristocracia locales poco cooperativas. Con dos parlamentos, a los cuales tenía que responder (uno austríaco y otro húngaro, ambos bastante poderosos), el ejecutivo austríaco efectivamente era el árbitro y diplomático de los conflictos entre las dos partes del país. Divergencias en cuanto a política externa, presupuesto, política económica e, incluso, organización del ejército, convertían la administración de este imperio en lenta y costosa. Problema complicado, más aún, por la diversidad de naciones y lenguas que convivían en él: además del alemán y el húngaro, habían otras seis lenguas oficiales. El total de ellas, oficiales y no oficiales, llegaba a catorce.

La aristocracia austríaca se colgaba de ese caos para mantener las redes del poder. En el parlamento, en Viena (cuya creación fue una concesión hecha de mala gana, después de las rebeliones liberales de 1848), las diversas minorías, y la división de los partidos por ideología y por nacionalidad, garantizaba una tenue mayoría a los conservadores austríacos[12]. Al jugar con las tensiones entre eslavos y húngaros, era posible, para la casa reinante, superar la gran autonomía del parlamento en Budapest.

En este sentido, s que la expansión en territorios eslavos se convertía en crucial para la supervivencia imperial. Víctima de profundas presiones nacionales, apenas con la continua incorporación de nuevos pueblos, mantenía el tenue equilibrio que permitía a la élite austríaca controlar el Imperio. Fue bajo esta lógica que Austria-Hungría formalizó la anexión de la región de Bosnia-Hezergovina, en 1908. Esta anexión generó diversas tensiones en la pequeña Serbia, vecina de mayoría eslava y que, por este motivo, tenía ambiciones sobre este territorio. Un plan de la casa real, establecer una triple monarquía, uniendo las coronas de Serbia, Hungría y Austria, era defendida por sectores en los círculos militares y diplomáticos, como solución para el impasse entre el parlamento austríaco y el parlamento húngaro. Un nuevo reino serbio, fuertemente alineado con Austria, fortalecería el control de la élite vienense y la sacaría del impasse bicameral.

Serbia, por su parte, venía de una vigorosa expansión territorial, luego de las tres guerras de la Liga Balcánica que, lejos de apaciguar la ambición expansionista de su población, apenas la atizaron. Un poderoso lobby político-militar, unido entorno a la política de reunificación no redimida de la Gran Serbia, va a formarse a partir de esos conflictos, y será atizado contra Austria-Hungría, luego de la anexión de Bosnia. Con lazos en altos círculos militares y diplomáticos, esta organización (conocida como Mano Negra) va a crear lazos con grupos nacionalistas en Bosnia-Hezergovina.

Llegamos aquí a la causa inmediata del inicio de la guerra. Con el desenrollo de esas tensiones, agravadas por una visita oficial del heredero al trono Habsburgo a la principal ciudad del área en disputa (Sarajevo), la Mano Negra se pone en contacto con un círculo terrorista dentro de Bosnia. El 28 de junio de 1914, uno de esos jóvenes (Gavrilo Princip) va a asesinar a tiros al archiduque Franz Ferdinand y a su esposa, la duquesa Sofía.

Para la élite austríaca, era la chance de humillar (y, posiblemente, incorporar) a Serbia, poniendo en práctica sus planes de implementar una triple monarquía. Para Rusia, garante de los serbios, su defensa fortalecería la posición del Zar en los Balcanes, y agradaría a los sectores nacionalistas paneslavos, disminuyendo las tensiones sociales en ese imperio en crisis. Iniciada la movilización de tropas entre los dos países, Alemania, como estipula su tratado de alianza con los habsburgos, movilizó sus tropas y se preparó para lanzar una invasión a Rusia y a Francia, también aliados entre sí. En breve, con el avance de las tropas alemanas, a través de Bélgica, país neutral, Inglaterra también se juntaría al bloque de Francia y Rusia, que fue conocido como la Entente, grupo al cual se juntarían Italia, Japón y otros estados menores. El lado alemán y austríaco (conocido como los Imperios Centrales) contaría con el refuerzo del moribundo Imperio Otomano (hoy Turquía).

Una tendencia reciente en la historiografía de la Primera Guerra ha enfatizado el papel oportuno en el inicio de este conflicto, y no podemos negar que el propio fusible de la guerra (el asesinato del archiduque austríaco) fue un evento planeado precipitadamente, que casi fracasó. Pero sería una ceguera ignorar las fuertes tensiones sociales en esa Europa que vivía una transición del pacto entre burguesía y aristocracia, típico del final del antiguo régimen y la Europa moderna, del poder casi absoluto de los conglomerados financiero-industriales y del Estado-nación súper-centralizado.

Para las potencias comprometidas en las decisiones que llevaron al inicio de la guerra, ésta aparecía como una panacea que resolvería sus más diversos problemas: las crisis sociales internas, las dificultades de crecimiento o expansión económica, las cuestiones de legitimidad y prestigio político de sus regímenes. El inicio del conflicto y su forma particular fueron determinados, en cierta medida, por la oportunidad, pero las condiciones que la antecedieron e, incluso, la volvieron “necesaria” para las clases en el poder en toda Europa, tenían raíces profundas.


[1]    No sólo África y Asia veían sus pueblos colonizados por el juego imperialista. En el norte de Europa, los irlandeses sufrían un régimen de excepción permanente, bajo las botas inglesas; en el continente europeo, Polonia llevaba en sus espaldas 119 años de la triple ocupación ruso-prusiano-austríaca, apenas para citar dos casos célebres.

[2]    Para Hobsbawm, fue la guerra que cerró definitivamente al “largo siglo XIX”. En el mismo sentido va Arno J. Mayer, para quien la guerra acabó con las permanencias del antiguo régimen, permitiendo la instalación definitiva de la alta burguesía financiera-industrial en el poder, con sus formas particulares de dominación, excluyendo del poder a aristócratas, nobles e instaurando un nuevo tipo de diplomacia, más política y étnica.

[3]    Si consideramos apenas a los habitantes que se declararon como parte de la etnia dominante, Alemania queda en primer lugar (sólo 55 millones de súbditos del Zar se consideraban “rusos étnicos”. La homogeneidad demográfica del Imperio Alemán le daba una ventaja clara sobre Rusia, así como la concentración territorial.

[4]    Además de tener, también, grandes industriales entre sus colaboradores, el Partido Conservador alemán contaba con una base de apoyo considerable entre la aristocracia militar, propietaria de tierras del antiguo Reino de Prusia (los junkers), mayoría entre los altos cargos del ejército, aunque en declive económico desde la revolución industrial en Alemania. Una política externa expansionista preservaba el sentido de existir de esa clase, en tanto un futuro pacífico significaría, a mediano plazo, su extinción.

[5]    Fue el Zollverein, pacto que creó un área de libre comercio entre los variados pequeños reinos de Alemania, pre-unificados por iniciativa del reino de Prusia y con fines de consolidación diplomática de la influencia de este reino, que permitió el surgimiento y consolidación de una burguesía pan-germánica.

[6]    Un ejemplo fue la “batalla de Stepney”, donde un grupo anarquista expropiador fue cercado por las fuerzas armadas,em la zona este londinensey abatido a tiros.

[7]    Otro ejemplo es la ley de autogobierno irlandés (elHome Rule Bill), que conoció tres versiones, siempre suspendidas antes de la aplicaciónhasta, finalmente ser puesta nm efecto ya después del fin de la guerra (y después de una importante revuelta popular en Irlanda).

[8]    Francia era la mayor inversora en la industria rusa, y capitalistas franceses eran propietarios de ferrocarriles, fundiciones, enfin, de lo que había de más moderno en la economía rusa. Ya Serbia debía sus victorias militares en las guerras de los Balcanes de 1912, a los préstamos franceses que, por su parte, financiaron la adquisición de armamentos junto a la industria bélica francesa. Por su parte, las relaciones económicas y diplomáticas, entre Francia y Serbia, incomodaban al Imperio Austro-Húngaro, acostumbrado a ver al pequeño país eslavo como un Estado satélite.

[9]    Los diversos reinos de Asia Central eran, en su mayoría herederos directos de los imperios nómades, como los de los mongoles, y los más ricos entre ellos se situaban en el eje alrededor de la antigua Ruta de la Seda.

10  Un ejemplo es la familia de A.M. Brezobrazov, que obtuvo una fortuna a través de la comercialización de la madera en esa región. Brezobrazov fue uno de los principales defensores de la expansión rusa en la región, que llevaría al conflicto con Japón, y fue el responsable por la indicación del Almirante E.  I. Alekseev, para el virrey del Extremo Oriente, cargo en el que defendió una política expansionista rusa en Corea y en el norte de China.

[11]  La expansión rusa hacia el sur, a costa del Imperio Otomano, se estancó con la derrota contra Inglaterra, en la guerra de Crimea. Pero el relajamiento de las relaciones anglo-otomanas abrieron, nuevamente, esta posibilidad. La expansión en dirección a Afganistán e India, dominios ingleses, fue cancelada por una serie de acuerdos. Un enfrentamiento directo con el Reino Unido parecía suicida para el Zar, y los Balcanes eran una región predilecta del nacionalismo paneslavista ruso. Pero, lo que era una ventaja económica, le pemite al Zar aparecer como el “protector de los pueblos eslavos”.

[12]  Era común que, por cuenta de las tensiones entre las diversas nacionalidades y partidos de una misma posición ideológica, de diferentes pueblos, que votasen separados, con los socialistas checos votando contra posiciones de los socialistas húngaros, etc. Este sistema favorecía, obviamente, al partido más antiguo, por ser étnica e ideológicamente más homogéneo, a los conservadores germánicos.

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