Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

Bolchevismo y estalinismo: polos opuestos

Este año conmemoramos 100 años de la Revolución de Octubre de 1917. La primera revolución socialista victoriosa, el primer Estado obrero implantado en la historia, el triunfo del Ejército Rojo contra los ejércitos de la contrarrevolución zarista y del imperialismo, todo eso provocó un inmenso entusiasmo de la clase obrera y de los pueblos en todo el planeta. Revoluciones y grandes luchas obreras se diseminarían en Europa y en todo el mundo tomando la Revolución Rusa como ejemplo.

Por: Bernardo Cerdeira

Un siglo después, no obstante, la imagen de la Revolución de Octubre es otra. La mayoría la desconoce y muchos la identifican con la Unión Soviética estalinista, donde prevalecía una dictadura que al final restauró el capitalismo y fue barrida cuando el pueblo se levantó contra el régimen totalitario.

El gran responsable por esa visión fue el régimen estalinista que se impuso en la URSS a partir de la década de 1920. La burocracia estalinista se apropió del aparato del Estado soviético, del Partido Comunista soviético y de la III Internacional. A partir de esa posición, trató de usurpar la herencia de Lenin y del bolchevismo, y de distorsionar las enseñanzas del marxismo.

No es por casualidad que, desde entonces, el imperialismo en todo el mundo hace un inmensa campaña para tratar de identificar el estalinismo con el bolchevismo. Su objetivo es desprestigiar el bolchevismo, igualándolo al totalitarismo, al terror y a los privilegios de la burocracia.

La lucha política e ideológica de Trotsky contra el estalinismo fue una lucha para recuperar la herencia del marxismo y del bolchevismo, limpiándola de toda la lama y de las manchas vergonzosas que el estalinismo arrojó sobre ella.

Al celebrar el centenario de la Revolución Rusa, no podemos limitarnos a exaltar las gloriosas jornadas de Octubre y las batallas victoriosas del Ejército Rojo contra el Ejército Blanco. Somos los primeros en festejar lo que fue hasta ahora la mayor victoria del proletariado mundial, pero es preciso también explicar cómo Octubre, ese enorme triunfo de la revolución mundial, se transformó en su contrario: la degeneración contrarrevolucionaria del estalinismo.

En el mundo del siglo XXI surgen nuevas generaciones que luchan contra el imperialismo, la explotación capitalista y todas las formas de opresión. No obstante, son innumerables las dudas de estos nuevos luchadores sobre la Revolución de Octubre: ¿el bolchevismo fue un régimen totalitario como el estalinismo, del cual habría sido la matriz? ¿El Terror Rojo y la prohibición de los partidos reformistas eran necesarios o ya expresaban ese supuesto autoritarismo?

Otros no ven en el bolchevismo el origen del estalinismo, pero se preguntan si errores que los bolcheviques ciertamente cometieron no contribuyeron, involuntariamente, y hasta cierto punto, al surgimiento del estalinismo.

Son dudas extremadamente actuales porque, después de la restauración del capitalismo en los antiguos Estados obreros burocráticos y de la caída de los regímenes estalinistas en 1989-1990, el debate sobre la naturaleza y el origen de la burocracia estalinista volvió a ganar enorme importancia.

Sin duda, es muy importante entrar en el debate, lo que significa discutir cómo, en el curso de una revolución socialista, debe actuar el futuro gobierno obrero que enfrente una situación de guerra civil y de aislamiento internacional. O sea, frente a un cuadro semejante al presentado durante el período 1917-1923, ¿cuál sería la política de un partido revolucionario en el poder? La cuestión abarca por lo menos tres grandes aspectos:

  • El primero es si de hecho podemos caracterizar el primer período de gobierno de los bolcheviques (1917-1923) como un período predominantemente autoritario.
  • El segundo es si la defensa de la revolución y del Estado obrero, principalmente en medio de una guerra civil, autorizan o exigen la utilización de medidas autoritarias –que de hecho fueron tomadas por los bolcheviques– contra las clases dominantes y sus agentes.
  • Y, por último, cabe discutir si las medidas tomadas por los bolcheviques provocaron o facilitaron el camino para el estalinismo, o sea, si, incluso involuntariamente, el bolchevismo contribuyó para el surgimiento del estalinismo.

El Bolchevismo en el poder: un régimen de democracia obrera

Abordando el primer aspecto, al contrario de caracterizarse por la “restricción creciente de las libertades democráticas”, los primeros años del poder soviético significaron un grado de libertad para la clase trabajadora hasta entonces desconocido no solo en el anterior régimen como en las propias “democracias” burguesas.

Incluso en los momentos de guerra civil, con todas las obvias limitaciones que esa lucha implacable imponía, el régimen bolchevique de 1917 a 1923 fue extremadamente democrático para la clase obrera y los sectores populares a ella aliados. A pesar de ser atacado por todos lados, por el ejército blanco y por las tropas de catorce naciones comandadas por los mayores países imperialistas; a pesar de saboteado internamente por los partidos oportunistas, como los socialistas-revolucionarios y los mencheviques; a pesar de todo eso, fue el régimen más democrático para la clase obrera y para el pueblo que la historia ya conoció.

En primer lugar, porque estaba basado en un organismo que era al mismo tiempo órgano de movilización y base del Estado obrero: los consejos de representantes de los obreros y campesinos (soviets). Segundo, porque el régimen soviético garantizó amplias libertades para la clase obrera y el pueblo, asegurando el derecho de las organizaciones de los trabajadores, sindicatos, comités de fábrica, etc. Existía plena libertad partidaria para los partidos soviéticos, no solo para lo que estaban en el gobierno (bolcheviques y socialistas-revolucionarios de izquierda en un primer momento), sino incluso los mencheviques y socialistas-revolucionarios de derecha, hasta su adhesión a la contrarrevolución. Y principalmente, porque el régimen instituyó las mayores libertades políticas, culturales, artísticas, científicas, de reunión y de prensa que ya existieron.

Sobre la libertad artística, por ejemplo, durante el período 1917-1923, los principales dirigentes bolcheviques se posicionaron contra cualquier idea de apoyo estatal a determinada corriente artística, polemizando abiertamente contra las pretensiones del Proletkult y de los futuristas. Lenin y Trotsky lo expresaron diversas veces en artículos y discursos. Trotsky desarrolló esa posición en su libro Literatura y Revolución, especialmente en los capítulos “La cultura y el arte proletarios” y “La política del partido en arte”.

Dentro del propio partido bolchevique la libertad era enorme. Polémicas fundamentales como la paz de Brest-Litovsk, la organización del Ejército Rojo, la utilización de oficiales zaristas y la discusión sobre los sindicatos y la militarización del trabajo, eran hechas públicamente, en las páginas de los periódicos del partido, llegando muchas veces a exageraciones “democratistas”, criticados por Lenin.

La defensa de la revolución

No obstante, ese régimen enfrentó una enorme contradicción: durante el período de 1918 a 1921, los dirigentes bolcheviques estuvieron obligados a poner por encima de todo la defensa de la joven república soviética. Lo que estaba en juego era la sobrevivencia del Estado obrero frente a la guerra civil, que combinaba el ataque de los Guardias Blancos con la invasión a Rusia de catorce ejércitos extranjeros. La situación exigía una dura represión, o sea, medidas autoritarias, contra la burguesía, la aristocracia y sus agentes. Trotsky definió bien cuál era la gran tarea de la clase obrera y del partido revolucionario en aquel momento, cuando afirmó: “La misión y el deber de la clase obrera que se apoderó del poder después de una larga lucha, era fortalecerlo inquebrantablemente, asegurar definitivamente su dominación, cortar toda tentativa de golpe de Estado por parte de los enemigos y buscar, de esa forma, la posibilidad de realizar las grandes reformas socialistas. No valía la pena conquistar el poder para hacer otra cosa”.[1]

Trotsky explicaba el uso de la violencia por el proletariado revolucionario por la necesidad de este de defender el poder recién conquistado con todas las fuerzas y a través de todos los medios: “La revolución no implica ‘lógicamente’ el terrorismo, como tampoco implica la insurrección armada. Solemne vulgaridad. Sino, al contrario, la revolución exige que la clase revolucionaria haga uso de todos los medios posibles para alcanzar sus fines: la insurrección armada, si es preciso; el terrorismo, si es necesario. La clase obrera, que conquistó el Poder con las armas en la mano, debe deshacer por la violencia todas las tentativas destinadas a arrebatarlo.

En este sentido, el terror rojo no se diferencia en principio de la insurrección armada, de la cual no es más que la continuación. No puede condenar ‘moralmente’ el terror gubernamental de la clase revolucionaria a no ser aquel que, en principio, repruebe (de palabra) toda violencia en general”.[2]

Casi medio siglo antes, Engels, hablando sobre autoridad, violencia y Estado obrero, respondía a los anarquistas en palabras que parecían prever las circunstancias que cercarían el nacimiento del primer Estado obrero de la historia: “los anti-autoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un golpe, incluso antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿Es que esos señores jamás vieron una revolución? Una revolución es, indiscutiblemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto a través del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios desde que existan; y el partido victorioso, si no quisiera haber luchado en vano, tiene que mantener ese dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría por acaso durado un solo día si no fuese empleada esa autoridad del pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, criticarla por no haberse servido bastante de ella?

Por lo tanto, una de dos: o los anti-autoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen sino sembrar la confusión; o saben y, en ese caso, traicionan el movimiento del proletariado; en uno y otro caso, sirven a la reacción”.[3]

En esa situación de guerra civil y brutal crisis económica, los bolcheviques se vieron obligados a prohibir el funcionamiento de partidos soviéticos, como los socialistas revolucionarios y los mencheviques. Dirigentes de ambos partidos tomaron parte de gobiernos contrarrevolucionarios, el ejemplo más famoso es la participación de dirigentes de los SR en el gobierno del general blanco Kolchak, instalado en Samara. Los socialistas revolucionarios de izquierda, llegaron a desencadenar en 1918 una tentativa de golpe y una ola de atentados contra los bolcheviques, incluso la tentativa fracasada de asesinar a Lenin, que lo dejó herido.

A pesar de esas actitudes, abiertamente contrarrevolucionarias, las medidas que los bolcheviques tomaron –prohibición de prensa y de los propios partidos– fueron limitadas. Con idas y vueltas, estos permanecieron en actividad incluso durante la guerra civil. Los dirigentes del Partido Comunista siempre defendieron la medida de prohibición de los partidos como provisoria, justificada solo por la necesidad de defensa de la república soviética. Con más razón, aplicaron el mismo criterio cuando tuvieron que prohibir las fracciones internas en el seno del Partido Bolchevique.

Bolchevismo y estalinismo: polos opuestos

Una cuestión aparece siempre como telón de fondo del debate de los supuestos errores y tradiciones autoritarias de los bolcheviques: ¿bolchevismo y estalinismo son dos caras de una misma moneda? ¿El proceso de burocratización estalinista fue una consecuencia natural, una evolución del bolchevismo?

El error básico de razonamiento por detrás de cuestiones formuladas de esa manera es conceder a un factor subjetivo, el partido bolchevique, un papel superior, decisivo, capaz de revertir los procesos objetivos de la historia. El proceso de burocratización fue un fenómeno objetivo, que dependió directamente del desarrollo de la lucha de clases. En el caso concreto, de la derrota de la revolución mundial y del consecuente aislamiento de la Unión Soviética, potencializados por el tremendo atraso del país y el desgaste de las masas con la guerra civil. O sea, fenómenos opuestos a los que llevaron a los bolcheviques a dirigir al proletariado hasta la conquista del poder. A pesar de luchar contra ellos, los bolcheviques no pudieron, ni podrían, invertir el curso objetivo de la lucha de clases.

Polemizando contra los que veían el estalinismo como continuidad del bolchevismo, Trotsky exponía la contradicción de esa conclusión: si el estalinismo es el heredero del bolchevismo, ¿por qué tuvo necesidad de aniquilar físicamente a toda la vieja guardia bolchevique para consolidar su poder? “Después de la purga, la divisoria entre el estalinismo y el bolchevismo no es una línea sangrienta sino sí todo un torrente de sangre. La aniquilación de toda la vieja generación bolchevique, de un sector importante de la generación intermedia, la que participó en la guerra civil, y del sector de la juventud que asumió seriamente las tradiciones bolcheviques, demuestra que entre el bolchevismo y el estalinismo existe una incompatibilidad que no es solo política, sino también directamente física”.[4]

Trotsky explica ese “torrente de sangre” que separa el bolchevismo del estalinismo justamente por los elementos objetivos que motivaron el aparecimiento y el desarrollo de ambos. El bolchevismo llegó al poder en el centro de la oleada revolucionaria que surgió al final de la Primera Guerra Mundial. Solamente ese enorme impulso puede explicar cómo el Ejército Rojo, formado de la noche para el día, pudo salir victorioso de una guerra tan desigual contra los ejércitos blancos, armados y apoyados por tropas de países imperialistas.

El estalinismo, por el contrario, fue fruto del retroceso y la derrota de la revolución internacional entre 1919 y 1923, principalmente con la derrota de la revolución alemana. Ese reflujo fue potencializado por el atraso de Rusia y por aniquilación de gran parte de la clase obrera, especialmente los elementos más valiosos de la vanguardia, durante la guerra civil. El estalinismo, por lo tanto, es producto y expresión del retroceso de la revolución, y por su parte, al consolidarse como burocracia, agente de la marea contrarrevolucionaria que duró desde 1923 hasta la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial.

El carácter irreconciliable del bolchevismo y del estalinismo fue demostrado no solo por la saña asesina con que la burocracia estalinista se lanzó contra toda la “vieja guardia” bolchevique, sino también por la resistencia que los verdaderos bolcheviques ofrecieron al proceso de burocratización. El primero en luchar contra la burocratización fue el propio Lenin, fue su último combate, solo interrumpido por su muerte en 1924. La bandera de la lucha contra la burocracia fue tomada por las Oposición de Izquierda, dirigida por Trotsky, que la sintetizó en forma de programa político de transición en la lucha por la Revolución Política, una de las bases para la fundación de la Cuarta Internacional.

Pero, hay dudas más concretas: por ejemplo, la prohibición de los partidos y de las fracciones internas del Partido Bolchevique. ¿Habría sido este un error que facilitó el camino para el estalinismo?

En realidad, hay un pregunta que precede a la anterior: ¿qué habría ocurrido a la revolución rusa y a la república soviética en caso de que los bolcheviques no hubiesen tomado esa medida y hubiesen permitido que mencheviques y socialistas revolucionarios saboteasen la defensa de la revolución?

No es difícil llegar a la conclusión de que el resultado de la guerra civil habría sido el aplastamiento del Estado obrero. Pero, incluso suponiendo la hipótesis absurda de que la acción de la quinta-columna de los partidos traidores no hubiese producido ningún efecto, ni así el ascenso del estalinismo habría sido evitado.

¿Deberían los bolcheviques dejar de tomar este tipo de medidas para no “facilitar” el ascenso de una burocracia? Se trata de una discusión totalmente abstracta desde el punto de vista del desenlace de un proceso revolucionario. Si el Estado obrero fuese destruido por los ejércitos blancos y por las tropas imperialistas, o si permitiese que agentes de la contrarrevolución manipulasen la insatisfacción social provocada por el hambre, la crisis económica y la guerra, la revolución sería aplastada. El nuevo régimen político resultante no sería una dictadura burocrática sino, ciertamente, una dictadura burguesa de tipo fascista o semifascista.

Las medidas tomadas por los bolcheviques eran indispensables para la defensa de la revolución, en las circunstancias concretas de aislamiento del estado soviético y de atraso del país. Más de una vez sus dirigentes explicaron que, en circunstancias distintas tales medidas o no habrían existido o habrían tenido corta vida. En la década de 1930, Trotsky volvió a defender la necesidad de la prohibición de los partidos soviéticos en el momento en que esa decisión se tomó, pero señaló tanto las razones objetivas que llevaron a esa y otras resoluciones, como sus peligros inherentes: “En cuanto a la prohibición de los demás partidos soviéticos, esta no es producto de una ‘teoría’ bolchevique, sino sí una medida de defensa de la dictadura de un país atrasado y devastado, rodeado de enemigos. Los bolcheviques comprendieron claramente, desde el principio, que esta medida, complementada posteriormente con la prohibición de fracciones en el propio partido gobernante, señalaba un enorme peligro. No obstante, el peligro no radicaba en la doctrina ni en la táctica, sino sí en la debilidad material de la dictadura y en las dificultades internas e internacionales. Si la revolución hubiese triunfado tan solamente en Alemania, habría desaparecido por completo la necesidad de prohibir los partidos soviéticos. Es absolutamente indiscutible que la dominación del partido único sirvió como punto de partida jurídico para el sistema totalitario estalinista. Pero la causa de este proceso no está en el bolchevismo ni en la prohibición de los demás partidos como medida transitoria de guerra, sino sí en las derrotas del proletariado en Europa y en Asia”.[5]

Sobre el mismo tema, Trotsky señala las hipótesis, esbozadas por él y Lenin, de alternativas políticas para los anarquistas, mostrando cuál sería la postura de los bolcheviques en circunstancias diferentes de las impuestas por la guerra y por la destrucción económica: “Durante el período heroico de la revolución, los bolcheviques lucharon hombro a hombro con los anarquistas auténticamente revolucionarios. Muchos pasaron a las filas del partido. Más de una vez, Lenin y el autor de estas líneas discutieron la posibilidad de conceder a los anarquistas determinados territorios, donde, con el consentimiento de la población local, pudiesen realizar la experiencia de abolir el Estado. Pero la guerra civil, el bloqueo y el hambre no permitieron dar lugar a tales planes”.[6]

Bajo la perspectiva de la revolución socialista mundial

Sin embargo, es preciso destacar, principalmente, que los bolcheviques tomaron todas las medidas para defender la Revolución Rusa con los ojos puestos en el desarrollo de la lucha de clases internacional, especialmente la revolución en Alemania. O sea, esperando que la revolución internacional sacase a Rusia del aislamiento y permitiese la vuelta de un régimen soviético “normal” y no de excepción. Nunca pensaron que sería deseable o incluso posible cualquier tipo de desarrollo “socialista” en un solo país.

Más que eso, su pronóstico era que sin una victoria más o menos rápida del proletariado en los países capitalistas adelantados, la Revolución Rusa no sobreviviría. Lenin definió, así, el papel de la clase obrera en el poder: “Habiendo conquistado el poder, el proletariado ruso tenía entera chance de mantenerlo e impulsar a Rusia a través de la victoriosa revolución en el Occidente”.[7] En el segundo Congreso de los Soviets, por ocasión de la toma del poder, Trotsky se expresó en el mismo sentido: “Si el pueblo europeo no se levanta y derrota al imperialismo, nosotros seremos aplastados, esto es indudable. O la Revolución Rusa consigue hacer explotar la lucha en el Occidente, o entonces los capitalistas del mundo entero sofocarán nuestra revolución”.[8]

O sea, los bolcheviques defendían el poder soviético esperando que la revolución internacional permitiese la corrección de problemas, incluso la burocratización, traídos por el aislamiento, el atraso y la guerra civil. Nunca pensaron que se podría superar ese atraso en los límites de las fronteras nacionales.

Por lo tanto, los errores de los bolcheviques, tanto los reales como los supuestos, no facilitaron ni contribuyeron al proceso de burocratización. Este dependió del desarrollo objetivo de la lucha de clases, nacional y principalmente internacional. El papel subjetivo del partido, decisivo en una crisis revolucionaria para dirigir a la clase obrera en dirección a la toma del poder, se torna apenas un elemento más en la realidad objetiva inmediata, incapaz de determinar el curso de los acontecimientos cuando la marea de la lucha de clases se convierte en derrotas del proletariado y en reflujo del movimiento revolucionario de las masas.

La conclusión anterior nos lleva a otra: tanto en el período de ascenso revolucionario como en la resistencia al estalinismo, el bolchevismo demostró ser el marxismo de esta época de crisis, guerras y revoluciones. Las palabras de Trotsky continúan válidas en los días de hoy: “El marxismo encontró su expresión histórica más elevada en el bolchevismo. Bajo la bandera bolchevique se realizó la primera victoria del proletariado y se instauró el primer Estado obrero”.

Cien años pasaron desde la Revolución Rusa. Un siglo marcado por enormes victorias y derrotas. Hoy, la vanguardia del proletariado tiene frente a sí el desafío de recoger la bandera bolchevique y luchar para avanzar de nuevo, más allá de los portones abiertos por la Revolución de Octubre de 1917. La revolución socialista mundial, razón de ser el bolchevismo y de la Tercera Internacional impulsada por él, continúa a ser la gran tarea. Por esa razón, el bolchevismo continúa a ser el marxismo de nuestro tiempo.

Notas

[1] TROTSKY, León. Comunismo y terrorismo. Buenos Aires: Heresiarca, 1972, p. 64

[2] TROTSKY, León. op. cit., p. 64.

[3] ENGELS, Friedrich. “Sobre la autoridad”, artículo escrito durante los meses de enero y febrero de 1873, y publicado en AlmanaccoRepubblicano. Karl Marx y Friedrich Engels, Obras Escogidas, San Pablo: Alfa-Omega, s.d., v. 2, p. 187.

[4] TROTSKY, León. “Bolchevismo y Stalinismo”, en: Escritos. Bogotá: Pluma, 1980, t. VIII, v. 3, p. 572.

[5] Ídem, p. 572.

]6] Ídem.

[7] Citado por León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, Rio de Janeiro: Saga, 1967, v. 3, apéndice 3, p. 1020.

[8] Ídem.

Traducción: Natalia Estrada.

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