Apuntes sobre la cuestión evolutiva y el origen del lenguaje en Engels
En 1876 Engels escribió El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. El texto fue incluido como apéndice a su Dialéctica de la Naturaleza. El libro, por sí solo, es polémico y divide opiniones entre los marxistas, pero no nos vamos a detener en eso. Queremos detenernos aquí en los apuntes de Engels sobre el origen del lenguaje.
Por: Romerito Pontes
En nuestro entendimiento, Engels se apoya en una hipótesis evolutiva que era ampliamente aceptada en su época pero que hoy ya sabemos sobrepasada. Eso plantea, innegablemente, un horizonte histórico en su texto. Su lectura hoy, fuera de contexto, es puerta de entrada para algunos entendimientos unilaterales sobre la naturaleza del trabajo que, por su parte, lleva a entendimientos equivocados sobre el lenguaje. Justamente a contramano de lo que hay de más interesante en el texto de Engels: la dialéctica trabajo-lenguaje que, en nuestra opinión, es lo que permanece válido.
La relación con Lamarck y la concepción evolutiva
Tal vez el punto más crítico en el texto de Engels sea su evidente lectura lamarckista sobre las transformaciones biológicas que operaron en la transformación del mono en hombre, lo que lo empuja a una determinada concepción evolutiva ya superada.
Jean-Baptiste Lamarck fue un naturalista francés muy influyente en su época. Publicó en 1809 su Filosofía zoológica, y en 1815 su Historia natural de los animales sin vértebras (traducción libre).
En esas dos obras, Lamarck desarrolla sus pensamientos acerca del origen de las especies y los medios por los cuales ellas se diferencian.
Aunque hoy sea más apropiado hablar de una teoría de la progresión de Lamarck que de una teoría de la evolución propiamente dicha, su pensamiento fue muy influyente en el siglo XIX. Quien reconoce eso es el propio Darwin en las primeras páginas de su El origen de las especies (1859), cuando hace comentarios elogiosos a Lamarck reconociendo su importancia como primera contestación seria y científica a los ideales creacionistas. A pesar de acabar superando su teoría, Darwin nunca escondió que se apoyó en las tesis de Lamarck.
¿Y qué dice la teoría de la progresión de Lamarck? El francés sostiene que hay una “tendencia general de perfeccionamiento de los seres vivos” a lo largo del tiempo. Esa tendencia se materializa a través de lo que quedó conocido como la Ley del uso y desuso. Según Lamarck, el uso intenso de un órgano llevaría a su desarrollo y especialización, siendo lo contrario también verdadero: la falta de uso llevaría a un órgano a la atrofia y la consecuente desaparición. Así, las condiciones de supervivencia impuestas por determinado ambiente llevarían a la creación de necesidades que presionarían a los animales a la adaptación y la especialización por el mayor uso de determinadas funciones. Como en el ejemplo clásico de las jirafas que estiraron sus pescuezos para alcanzar árboles más altos. El movimiento es de afuera hacia adentro: el ambiente presiona a los individuos a adaptarse. Las pequeñas conquistas de esa especialización en la vida de un individuo serían transmitidas a sus descendientes a través de lo que quedó conocido como la segunda ley de Lamark, la ley de transmisión de los caracteres adquiridos.
A pesar de todos sus méritos, hoy sabemos que las leyes de Lamark no se corresponden muy bien a la realidad y ese es un consenso ampliamente aceptado. La especialización y el desarrollo de un órgano provocado por el uso repetitivo y el hábito puede hasta ser verdad para algunos casos específicos, como el de la hipertrofia de los músculos provocada por los ejercicios. Pero no lo es para otras cosas. Por ejemplo, es el caso de los ojos, que no solo se perfeccionan como sienten más rápidamente el desgaste del uso y del envejecimiento, o entonces la pérdida de líquido sinovial y el desgaste de las articulaciones. Tampoco esas características son transmitidas de forma hereditaria. No existe relación ninguna en frecuentar un gimnasio y tener hijos más fuertes.
Lamarck estaba en el camino correcto, pero no tenía cómo prever que cincuenta años después de la publicación de sus trabajos descubriríamos la existencia de una proteína responsable por las funciones celulares, el ADN (bautizado en la época de nucleína). Y que a partir de eso entenderíamos los mecanismos de transmisión de caracteres entre generaciones.
Algunos dicen que el argumento de que Engels hace una lectura lamarckista no procede. Entendemos justamente lo contrario: es evidente esa influencia en su texto. Ora, como dijimos arriba, la concepción de Lamarck sobre el progreso de las especies es justamente la de que la necesidad crea el órgano, desarrollado por el hábito. Es precisamente ese el argumento usado por Engels en todo su texto y que queda explícito en el siguiente pasaje: “La necesidad creó el órgano: la laringe poco desarrollada del mono se fue transformando, lenta pero firmemente, mediante modulaciones que producían por su parte modulaciones más perfectas” (ENGELS, 2004, destacado nuestro). Sobre la mano, Engels afirma que:
… era libre y podía ahora adquirir cada vez más destreza y habilidad; y esa mayor flexibilidad adquirida se transmitía por herencia y aumentaba de generación en generación. Vemos, pues, que la mano no es solo el órgano del trabajo; es también producto de él (ENGELS, 2004, destacado nuestro).
O, incluso, sobre las consecuencias de la alimentación sobre las especies, Engels nos dice que:
Esa “exploración ávida” llevada a efecto por los animales desempeña un gran papel en la transformación gradual de las especies, al obligarlas a adaptarse a alimentos que no son los habituales para ellas, con lo que cambia la composición química de su sangre y se modifica toda la constitución física del animal; las especies ya plasmadas desaparecen (ENGELS, 2004, destacado nuestro).
No puede haber afirmaciones más categóricas de la influencia lamarckista en las formulaciones de Engels.
A pesar de que su texto es posterior al descubrimiento del ADN, no podemos reclamarle por eso. Engels no era un naturalista y por eso decimos que hay un límite provocado por un horizonte histórico, no un error propiamente dicho. Engels estaba en consonancia con las teorías de la época, pero que, muy rápidamente, fueron superadas. Hoy sabemos y es demostrable que más importante que la especialización que un órgano pueda tener en la vida de un individuo, son los pequeños cambios provocados por la completa aleatoriedad genética provocada por la reproducción.
Combinadas con las condiciones ambientales, esas aleatoriedades crean individuos más adaptados –lo que no significa más perfeccionados, como decía Lamarck o como entiende el sentido común–. En otras condiciones, esos mismos individuos podrían ser extremadamente perjudicados. Así, la tesis de Lamarck sobre la presión externa que crea necesidades puede ser entendida como unilateral. Concomitante con las condiciones ambientales, tenemos que considerar la aleatoriedad genética de los individuos que, juntas, crean lo que llamamos presión evolutiva que, por su parte, no es más que la mayor reproducción de los individuos más adaptados en el conjunto de la especie a un determinado contexto.
No es el determinismo ambiental sino la combinación de esos factores lo que está en el centro de lo que llamamos selección natural y de la evolución provocada por ella. Y ese componente aleatorio es justamente lo que no consta en la formulación de Engels. Y eso es lo que le permite hacer afirmaciones de que el trabajo –en tanto actividad social– es el que crea al humano en tanto organismo biológico, en un sentido unilateral.
No estamos queriendo decir con esto que Engels tenía una concepción estrecha y determinista. Pero una lectura desatenta y poco contextualizada puede llevar a confusiones. El trabajo, o actividad social, crea sí el sujeto social. Y el trabajo, como actividad física, puede sí moldear el cuerpo biológico. Pero saltar de la praxis a la evolución de las especies no parece apropiado frente a todo lo que ya desarrollamos en términos de comprensión evolutiva. Sin esa contextualización, el texto de Engels puede ser una trampa.
Precedentes morfológicos en la transformación del mono en hombre
Lo que estamos diciendo es que determinada actividad puede tener relación con cambios físicos a nivel del individuo pero no a nivel de la especie.
Sabemos hoy que estas últimas se dan por la aleatoriedad genética y por las ventajas generadas por ellas, combinadas con las condiciones ambientales. En otras palabras, el trabajo no opera cambios en nuestra especie directamente, sino sí indirectamente, tornándonos más adaptables para las más diversas situaciones. Y si las actividades no implican cambio directo de la especie, eso significa que toda la potencia humana liberada por el trabajo se dio en un animal cuya naturaleza biológica, morfológica, ya existía como condición para eso. O sea, primero vinieron las condiciones biológicas. No es por desarrollar el trabajo que el mono puede asumir determinada constitución, sino por tener determinada constitución es que el mono puede desarrollar el trabajo.
¿Y qué constitución es esa?
El primer gran cambio morfológico significativo en el pasaje del mono al hombre fue, sin duda, el bipedismo. Andar en pie fue una revolución operada, muy probablemente, por el Australopithecus afarensis cerca de 3,7 millones de años atrás, según la huella-evidencia encontrada en 1976 en el sitio arqueológico de Laetoli, en Tanzania. La estimativa pone el bipedismo a algunas centenas de millares de años antes de las primeras herramientas. La capacidad de andar en pie, muy probablemente y según la llamada “hipótesis de la sabana”, benefició a los individuos más aptos a eso en una situación de escasez en que eran obligados a descender al piso y caminar hasta otros árboles. Y junto con el bipedismo vinieron otros cambios.
El más evidente es la liberación de las manos que, dejando de ser usadas exclusivamente para trepar a los gajos, pudieron ser usadas para otros fines. Sobre ese aspecto, Engels (2004, s/p) afirma que “es grande la distancia que separa la mano primitiva del hombre, perfeccionada por el trabajo durante centenas de millares de años”. Además de ya apartada cuestión del hábito como motor de cambios en la especie, estudios recientes no confirman que la mano del hombre es más moderna que la de los monos superiores. Por el contrario. Un estudio publicado por el Centro de Paleobiología Humana de la Universidad de Washington demuestra que nuestra mano actual tiene prácticamente la misma constitución que la mano de los homínidos que desarrollaron las primeras herramientas hace tres millones de años. O sea, la selección natural continuó operando en las manos de los monos modernos, especializándolas en trepar a los gajos. No fue la nuestra que se especializó, fue la de ellos. Entre la mano humana y la mano de un bonobo [chimpancé pigmeo] (nuestros primos más próximos actualmente), la nuestra está más próxima de la mano de nuestro ancestral común. O sea, la mano humana es “más primitiva” en este sentido.
Una segunda ventaja del bipedismo es el acortamiento de la gestación. Andar en pie dificultó la gestación y creó restricciones en el pasaje del bebé por el canal vaginal. Eso nos obligó a parir más temprano, cuando el bebé aún es menor. El ser humano es, entre los animales, el que termina la gestación con un menor grado de desarrollo. Al contrario de otros animales que nacen andando y prontos para comer, el ser humano viene a la vida completamente dependiente de sus padres, al punto que, si es dejado solo, con seguridad morirá. Eso puede parecer en un primer momento una desventaja, pero ese parto precoz es lo que permite a nuestros niños terminar el desarrollo y la maduración encefálica ya insertos en el ambiente social. Desde el punto de vista de la asimilación de la cultura, es una gran ventaja.
Incluso sobre el encéfalo, que en nosotros tiene un alto grado de plasticidad, el bipedismo cambió la estructura ósea del cráneo. La posición erecta vino acompañada de nuevos dobleces y cambios de posición del hueso esfenoides, que conecta el cráneo con la columna. Con el cambio de posición, la columna va desplazándose de la región occipital hacia más cerca de la mandíbula. Este cambio está directamente ligado al aumento del volumen encefálico dejado por la región que antes era “presionada” por la columna. Nuestro volumen encefálico se duplicó en relación con el primer primate a andar en pie.
Por fin, el bipedismo está ligado directamente a nuestra capacidad de habla y de vocalización. Nuestra capacidad de vocalización se da, principalmente, por la posición de nuestra laringe, mucho más baja en nosotros que en otros primates. Eso se dio, sobre todo, por los cambios morfológicos operados por el bipedismo. Es decir, nuestra posición erecta acabó por apartar la laringe del cráneo, lo que permitió vocalizaciones más precisas. Y aquí discordamos nuevamente de Engels con su afirmación sobre el desarrollo de la laringe. Tenemos en nuestro cuello un hueso llamado hioides que es donde se prende la base de la musculatura de la lengua. El descubrimiento de fósiles con el hioides preservado nos permite calcular, por su formato y su posición en relación con la columna y la base del cráneo, el tamaño de la laringe y hacer una reconstitución del tracto vocal. Es a partir de eso que algunos investigadores afirman hoy que otros homínidos eran perfectamente capaces, en términos morfológicos, de vocalizar tantas palabras como nosotros. O, por lo mismo, algo bien próximo a eso.
Todo esto, algunas centenas de millares de años antes de las primeras evidencias que tenemos sobre las primeras herramientas del paleolítico inferior. O sea, además de la ya demostrada acción de la aleatoriedad genética en la evolución de las especies, todas las evidencias que tenemos hoy apuntan hacia el hecho de que la constitución morfológica del hombre ya estaba dada en gran parte antes de la aparición de las primeras herramientas.
Trabajo, aspectos sociales y comunicación en los animales
Precisamos notar que incluso aspectos centrales de lo que entendemos como trabajo existen en formas embrionarias en los animales. Por ejemplo, el uso de herramientas no es exclusividad del Homo sapiens. Otros géneros de monos son perfectamente capaces de usar palos y piedras como armas de combate o incluso construir abrigos, como el propio Engels plantea en su texto.
Nos gustaría señalar, con todo, que el uso de herramientas extrapola incluso a los primates. Los elefantes son capaces de manejar herramientas con sus trompas, y los cuervos son eximios en el uso de herramientas e incluso en el uso de objetos para recreación. O incluso delfines, capaces de proteger sus narices con esponjas marinas para evitar exfoliaciones al remover el fondo del mar. O sea, el uso de herramientas no depende de la disponibilidad de manos libres.
Incluso la capacidad de comunicar ya existe de manera sofisticada en otros animales, aunque sin la palabra articulada. Mientras algunas aves presentan canto innato como el caso de los benteveos (todos cantan más o menos de la misma manera en toda la región geográfica por donde se extiende la especie), en una parte significativa de las aves el canto es aprendido por imitación, como en el caso de los tordos, lo que le da a ellos una variación regional. Un “acento”, por así decir. Tomando en cuenta que aves tienen vocalizaciones para alerta, marcación de territorio y cantos nupciales, es de considerarse que la capacidad de comunicación entre ellas es bien desarrollada. Estudios recientes comienzan a apuntar cierta correlación genética entre la comunicación de las aves y el habla humana. Delfines también tienen alta capacidad de comunicación, y hoy sabemos que ellos son capaces de atribuir silbidos específicos para individuos, algo que funciona como un nombre. O entonces los elefantes, capaces de expresar sentimientos y, además de sonidos, usar gestos y posiciones de la trompa para comunicarse.
Por fin, el hábito gregario y la constitución de grupos entre los animales es ampliamente conocido. Desde los insectos y sus formas rígidas de sociedad, pasando por una vasta gama de mamíferos con funciones sociales establecidas, hasta los monos con sus reglas sociales y complejas, envolviendo traición y disputa de poder.
Usos de herramientas, grupos sociales con distribución de tareas, capacidad compleja de comunicación. Nada de eso es exclusividad del ser humano. Encontramos eso ya en la naturaleza salvaje.
Es verdad que en ninguna especie encontramos todo junto y al mismo tiempo bien desarrollado. Pero el hecho es que no podemos poner el origen de ninguna de esas características en la ejecución de trabajo.
Imprecisión en la idea de trabajo
Hasta aquí, intentamos mostrar que todos los apuntes biológicos o morfológicos de que habla Engels no corresponden al que hoy entendemos en términos evolutivos, y que eso está directamente ligado a la influencia lamarkista de su elaboración, una teoría ya superada. Y que, por lo tanto, no pueden ser atribuidas al trabajo.
Un segundo aspecto que merece atención en el texto de Engels es que esa lectura lamarkista lo lleva a un uso del concepto de trabajo que, por la temática, exigiría una definición mucho más precisa. Tal vez porque ese no fuese el foco. Tal vez por tratarse de un texto trivial, por así decir. Poco importa para la cuestión. En el debate general del marxismo, la simple distinción entre el trabajo instintivo (MARX, 2013) de los animales y el trabajo planificado de los hombres basta.
En el célebre pasaje del capítulo 5 del primer libro de El Capital, Marx dice:
Presuponemos el trabajo en una forma en que él dice únicamente respecto al hombre. (…) lo que desde el inicio distingue el peor arquitecto de la mejor abeja es el hecho de que el primero tiene la colmena en su mente antes de construirla con la cera. En el final del proceso de trabajo, se llega a un resultado que ya estaba presente en la representación del trabajador en el inicio de proceso, por lo tanto, un resultado que ya existía idealmente. (…) Además del esfuerzo de los órganos que trabajan, la actividad laboral exige la voluntad orientada a un fin, que se manifiesta como atención del trabajador durante la realización de su tarea (MARX, 2013, pp. 255-256).
O sea, la distinción entre el trabajo instintivo de los animales y el trabajo humano está, justamente, en su aspecto teleológico, es decir, en su intencionalidad o en su planificación previa y representación mental. Ora, en este sentido, el trabajo de que habla Marx en El Capital, ese trabajo en forma única que caracteriza al hombre, presupone la capacidad de razonamiento que, por su parte, presupone el lenguaje articulado. La “representación” no es nada más que el razonamiento basado en conceptos. Eso todo basta en la diferenciación cuando tratamos de temas relativos a la economía política.
Con todo, cuando el debate pasa de la economía política a las cuestiones evolutivas, más propiamente de la transformación del mono en hombre, la línea divisoria entre trabajo instintivo y trabajo planificado se torna un borrón de algunas decenas o centenas de millares de años, y la precisión con que usamos el concepto de trabajo se torna un imperativo. Las cosas son obvias y nítidas solo en los extremos. En el largo recorrido que liga una punta a la otra hay una infinitud de matices.
En ese sentido, cuando Engels (2004, s/p) afirma que el “origen del lenguaje a partir del trabajo y por el trabajo es lo único acertado”, deberíamos preguntarnos: ¿de qué trabajo habla Engels? ¿Del trabajo instintivo o del trabajo humano? Lo más apropiado sería considerar el trabajo instintivo que puede preceder al lenguaje articulado, aunque él mismo no entre en el mérito de la definición. El problema es que esa consideración, planteando las cosas como una simple relación de causa-efecto entre el uso de herramientas y el desarrollo de lenguaje, nos plantea la contradicción de afirmar que el trabajo instintivo, del mismo género que existe en otras especies animales como las abejas, es lo que transformó al mono en hombre y originó el lenguaje. Continúa sin explicación el pasaje del trabajo instintivo al trabajo planificado.
Incluso, si considerásemos el trabajo del que habla Marx, estaríamos explicando la cosa por la propia cosa. Una actividad que exige razonamiento y lenguaje articulado no puede ser el origen del lenguaje articulado. Además, el trabajo mismo como actividad social presupone la existencia de una sociedad previa que, por su parte, presupone formas elementales de comunicación (como ya existen en los animales, como ya dijimos). No en vano, en el mito bíblico sobre el origen de las lenguas –la Torre de Babel– el Dios del Antiguo Testamento impide, justamente, la comunicación entre los hombres. Eso es suficiente para impedir la realización del audaz trabajo de alcanzar los cielos. No hay trabajo sin comunicación.
Tampoco el origen del lenguaje puede ser explicado por una “necesidad creada por el trabajo”, una vez que la propia idea de necesidad implica algún grado de consideración –léase, razonamiento– respecto de eso. No es posible hablar de necesidad biológica del lenguaje articulado. A diferencia del hambre, bien concreto y asentado en una firme naturaleza fisiológica, no existe correspondiente intelectual para la necesidad de códigos lingüísticos. Nada hasta hoy nos indica algo en ese sentido.
Correlación entre trabajo y lenguaje
Esa frase de Engels sobre el origen del lenguaje es fuente de gran confusión. Primero, por las incorrecciones de la teoría evolutiva. las cuales Engels no tenía como esquivar. Sus afirmaciones sobre procesos biológicos son, hoy, equivocadas. Pero si el problema fuese apenas ese, sería todo muy simple de resolverse con una simple contextualización.
Otra confusión enorme es que Engels habla de desarrollo del lenguaje a partir y por el trabajo, lo que coloca el trabajo como origen pero en una relación dialéctica de determinación y desarrollo mutuo con el leguaje. La lectura desatenta de eso ha llevado a muchas personas a afirmar que, según Engels, “el trabajo es el origen del lenguaje”. Incluso si así fuese, si en algún momento el gesto precedió al pensamiento, la ventaja como consecuencia de esto en estadios primordiales es tan insignificante en una escala temporal gigantesca que no tiene el menor sentido hablar de una relación de causa y efecto entre uno y otro. Estamos hablando de un proceso lento y que se arrastra por decenas o centenas de millares de años. En ese sentido, nos parece más apropiado afirmar que trabajo y lenguaje se desarrollan juntos. O mejor –tratándose del trabajo como actividad humana, que nos caracteriza como humanidad– entendemos que trabajo humano y lenguaje son, en esencia, el mismo proceso, pero operado en instancias diferentes.
Veamos lo que en el ya referido capítulo de El Capital, afirma Marx sobre el trabajo: “El trabajo es, antes que todo, un proceso entre el hombre y la naturaleza, proceso este en que el hombre, por su propia acción, media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza” (MARX, 2013, p. 255, destacado nuestro). Destacamos aquí la dimensión mediata de esa actividad. Al contrario de un animal salvaje que rasga la presa con sus dientes o incluso un hornero que en su trabajo instintivo construye un abrigo usando apenas el barro y su pico, el trabajo humano no opera de forma inmediata sobre la materia y la naturaleza. Del hacha de la Edad de Piedra a la fabricación del avión, el trabajo humano exige instrumentos de mediación. Y en su desarrollo, este tipo particular de trabajo va exigiendo cada vez más mediaciones entre los que ejecutan un trabajo y la materia. Nuestra relación con la naturaleza, con la materia, es, por lo tanto, mediada por herramientas, por instrumentos de mediación.
El mismo proceso que aplicamos a la materia física, aplicamos a nivel del pensamiento, en nivel simbólico. La experiencia de los animales con el mundo se da de manera inmediata. Es decir, los animales experimentan el mundo única y exclusivamente por sus órganos sensoriales. Para saber qué gusto tiene, es preciso experimentar. Para saber la textura, es preciso tocar. Así es con los animales y por eso (y por muchos otros motivos) son incapaces de acumular experiencias históricas. El ser humano, al contrario, hace su experiencia con el mundo de manera mediata también a nivel intelectual. Además de experimentar el mundo por los órganos de los sentidos –también sentimos gustos, oímos sonidos, distinguimos colores, etc.–, conocemos el mundo por los instrumentos de mediación, herramientas mentales de razonamiento. Y, ¿qué herramientas son esas? Son justamente los símbolos, la palabra articulada, la base del lenguaje y del razonamiento lógico. Tal como en las herramientas de intervención en la materia, el desarrollo del trabajo exige cada vez más herramientas de mediación simbólica con la realidad. El desarrollo del trabajo exige también conceptos y abstracciones más complejas y en mayor cantidad. Es exactamente lo que habla Lenin en sus Cuadernos sobre la dialéctica de Hegel. “El conocimiento es el reflejo de la naturaleza por el hombre. Pero no es un reflejo simple, inmediato, total; este proceso consiste en toda una serie de abstracciones, de formulaciones, de formación de conceptos, leyes, etc.” (LENIN, 2011, p. 159).
Nuestro conocimiento del mundo no es reflejo inmediato, sino sí, mediato. Las herramientas de mediación con la materia concreta corresponden a las herramientas de mediación simbólica a nivel intelectual. Por eso afirmamos que trabajo y lenguaje corresponden uno al otro, en planos diferentes. Son dos fases del mismo proceso de mediación de la realidad.
Y eso nos dio una conquista evolutiva muy grande en la medida en que conseguimos, vía mediación, compartir experiencias. No es preciso que toda la humanidad se queme el dedo con una vela para saber que el fuego quema. Basta con que un individuo haga la experiencia y la socialice a través de las herramientas de mediación. Eso acelera en mucho la experiencia social y, sin dudas, salva vidas. Se suma a eso el hecho de que la maduración encefálica de nuestros críos se completa en un contexto ya de cultura y tenemos una aceleración inmensa en el aprendizaje en relación con otros animales.
Habiendo mediación, tanto a nivel de la materia como a nivel del intelecto, están dadas las condiciones objetivas para la completa revolución del mono en hombre. Herramientas no precisan más ser reinventadas cada generación o copiadas por imitación. Está puesta en reproducción por aprendizaje: léase, la experiencia mediata. Es esa combinación entre el software (mediación de la realidad) y el hardware (aspectos morfológicos de la especie) que permitirá al hombre llegar adonde llegó.
Basta reparar que cuando pensamos no hacemos nada más que un diálogo internalizado basado en nuestra lengua materna. Un brasileño piensa en portugués, así como un alemán piensa en alemán y un inglés piensa en inglés. Eso demuestra que los símbolos, los códigos lingüísticos, son la herramienta del razonamiento por excelencia. No hay razonamiento lógico sin el uso de la herramienta lenguaje. El hecho ya fue ampliamente discutido por Vygotsky en su Pensamiento y Lenguaje.
Si el trabajo es actividad teleológica, si existe intencionalidad en el trabajo, eso solo es posible por el razonamiento. El razonamiento, por su parte, solo es posible mediado por la herramienta del lenguaje. Así, no se puede hablar de trabajo como actividad humana, como praxis, sin considerar el lenguaje. El trabajo presupone el lenguaje, y no hay trabajo sin lenguaje. En el proceso [borrón] milenario que separa el trabajo instintivo, común a un gran número de animales, y el trabajo teleológico, característico de los humanos, está el origen del lenguaje. Es él el que cambia el carácter cualitativo de esas mediaciones.
Por todo lo que dijimos, no hay por qué hablar de creación del lenguaje a partir del trabajo. Trabajo y lenguaje son procesos de mediación correlatos, no causa y consecuencia. Al desarrollo de uno corresponde el desarrollo del otro. Uno no existe sin el otro y es la dialéctica entre ellos que hizo al hombre “brotar” del mono, juntamente con los factores biológicos y las condiciones ambientales.
La búsqueda por el origen
Ya dijimos que en la formación y diferenciación de las especies el factor determinante es la aleatoriedad genética provocada por la reproducción. Dijimos también que todos los elementos biológicos y comportamentales que constituyen lo que llamamos trabajo ya están presentes en otras especies del reino animal. También argumentamos que lenguaje y trabajo son correspondientes de la actividad humana en planos diferentes, que a la herramienta física corresponde la herramienta simbólica en la mediación intelectual del sujeto con el mundo. Y que por todo eso es ingenuo, de manera descontextualizada y antidialéctica, simplemente afirmar unilateralmente que el trabajo creó el lenguaje. Esas confusiones pueden ocurrir en una lectura desatenta del texto de Engels.
Resta todavía preguntar: ¿si no por equívoco o desatención, cuál es la razón para apuntar una causa unilateral en ese proceso? ¿A quién interesa la búsqueda por el origen en su momento exacto?
La búsqueda por la genealogía, la afirmación de exactitud del origen interesa más a los metafísicos que a los marxistas. Más, a aquellos que buscan el estado de pureza anterior a la caída del paraíso que a los que intentan entender el proceso histórico. Interesa a aquellos que quieren instituir un punto de partida para afirmación de un discurso de la verdad, sin preocuparse con la correspondencia de los hechos.
Poner el trabajo unilateralmente como fuente de todo, incluso de la evolución de la especie e incluso despreciando la complejidad de la dinámica social, es ponerlo como fuente inagotable de maná, alimento milagroso dado por Dios a su pueblo en el desierto. De manera tosca, es reafirmar una cierta “ontología del ser” basada en un entendimiento materialista vulgar de lo que es el trabajo. Vulgar porque, además de estrecho, reduce el trabajo de actividad social a mera actividad física del individuo.
Dejamos claro: Engels no tiene nada que ver con eso. Pero los límites históricos de su texto combinado con un marxismo catequista y no crítico llevan a las lecturas tacañas y peligrosas de su obra. Engels escribió ese texto como apéndice de su libro Dialéctica de la naturaleza. Era una defensa amplia de la dialéctica, por más polémico que sea. Afirmaciones mecánicas, unilaterales y deterministas no tienen nada que ver con eso, son extrañas al marxismo.
En fin. Criticamos la idea de que “el trabajo creó el lenguaje” no porque proponemos la inversión del binomio o porque queremos proponer otra fecha en ese genealogía. La criticamos por la naturaleza antidialéctica de su conclusión. La fecha exacta del origen del trabajo como característica de la actividad humana y del lenguaje articulado, fundamento del razonamiento lógico, siguen indefinidas sin que con eso haya algún prejuicio para nuestro entendimiento de la realidad. El trabajo, tal cual entiende el marxismo, presupone el lenguaje, presupone alguna forma de comunicación social. No puede, por sí solo, explicar la génesis de sí mismo. Y si Engels, por ventura de un horizonte histórico se apoyó en tesis paleobiológicas y evolutivas que hoy pasaron la fecha de validez, su apunte sobre la dialéctica trabajo-lenguaje continúa más válido que nunca.
Bibliografía
ENGELS, Friedrich. El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre.
LENIN, Vladmir. Cadernos sobre a dialética de Hegel. Editora UFRJ: Rio de Janeiro, 2011. Disponible en: http://www.afoiceeomartelo.com.br/posfsa/Autores/Lenin,%20Vladimir%20Ilyich/Cadernos%20sobre%20a%20dial%C3%A9tica%20de%20Hegel.pdf
MARX, Karl. El Capital. Libro I. São Paulo: Boitempo, 2013.
VIGOTSKY, Lev Semenovich. Pensamento e linguagem. 2011. Disponible en: https://www.marxists.org/portugues/vygotsky/ano/pensamento/index.htm
Artículo publicado en Teoría y Revolución. Original disponible en https://teoriaerevolucao.pstu.org.br
Traducción: Natalia Estrada.