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Especial Palestina

Palestina: «Dos Estados», ¿Estado binacional o revolución permanente?(*)

Francesco Ricci

diciembre 5, 2025

A menudo se oye decir que la llamada «cuestión palestina» es compleja. En realidad, si aparece compleja es solo porque la burguesía y las direcciones reformistas (que Lenin definía, no por casualidad, como «agencias de la burguesía en el movimiento obrero») se encargan de que resulte confusa.

Solo en la confusión puede parecer creíble la falsa solución de «dos pueblos, dos Estados». Y, en realidad, cuanto más crece el movimiento de solidaridad con la lucha palestina, más se desarrollan los debates, circulan libros que antes no se publicaban (y que ahora el mercado editorial imprime porque se venden), más el espejismo de los «dos Estados» se aleja del sentido común de muchos activistas.

Así surge (pero habría que decir «resurge») la «solución de un solo Estado», es decir, la propuesta de un único Estado. A primera vista, puede parecer la misma propuesta que siempre han defendido los marxistas revolucionarios (es decir, los trotskistas), pero no es así.

Veamos en qué consisten las tres posiciones presentes en el debate y cuáles son las diferencias entre los «dos Estados», la «solución de un solo Estado» y la perspectiva trotskista de la revolución permanente.

No hay «dos pueblos» y nunca habrá «dos Estados»

En la base de la llamada solución «dos pueblos, dos Estados» hay una supresión semántica e histórica.

Cuando se habla de «territorios ocupados» (retomando la definición de la ONU), se hace referencia a los territorios ocupados por los sionistas con la «guerra de los seis días» de 1967, esencialmente la Franja de Gaza, Cisjordania y los territorios anexionados por «Israel» a principios de los años ochenta, que se extendieron a Jerusalén Este y a los Altos del Golán en Siria (la península del Sinaí, inicialmente ocupada, fue devuelta a Egipto tras los acuerdos de 1979).

A partir de 1974, Al Fatah (la corriente majoritaria de la Olp, encabezada por Arafat), aunque seguía sin reconocer a «Israel», comenzó a proponer la creación de un Estado palestino únicamente en los «territorios ocupados» en 1967. Se trataba de una primera capitulación ante la perspectiva de la coexistencia con el asentamiento colonial, aunque inicialmente se presentó como una medida «táctica» para disponer de un punto de partida para la liberación de toda Palestina. Esta propuesta fue rechazada por el FPLP (Frente Popular por la Liberacion de Palestina).

Esta posición de la componente mayoritaria de la OLP, con el paso de un programa de liberación a uno de «independencia», sufrió una nueva evolución negativa a finales de los años ochenta, en particular con el Consejo Nacional de la OLP de noviembre de 1988, reunido en Argel, que proclamó la «independencia» de solo una parte de Palestina, aceptando las resoluciones de la ONU (1) y, por tanto, el reconocimiento de «Israel», con el voto en contra de solo el 15 % de los miembros del Consejo Nacional Palestino (entre ellos los miembros del FPLP). Finalmente se llegó a los acuerdos de Oslo de 1993-1995, que constituyeron una verdadera traición a la causa palestina.

Con los acuerdos de Oslo se creó la Autoridad Nacional Palestina, que debía administrar la Franja de Gaza y partes de Cisjordania divididas en tres sectores: una parte que debía ser gestionada por los palestinos, otra por «Israel» y una tercera zona que debía ser compartida entre la ANP y los sionistas.

En 2006 los sionistas abandonaron la Franja de Gaza pero, en las elecciones por la la ANP, ganó por sorpresa Hamás (que superó a Al Fatah obteniendo 74 escaños de 132), un resultado electoral que no fue aceptado por «Israel» y el imperialismo. Hamás siguió administrando la Franja de Gaza, a la que se le impuso un bloqueo por ser «territorio hostil», y a Al Fatah, en colaboración con el ejército israelí, se le asignó la administración de Cisjordania, o mejor dicho, de las pocas zonas no ocupadas por los sionistas (hoy reducidas a pequeños puntos en el mapa, rodeados por 700 000 colonos).

Así, la adopción de la expresión «territorios ocupados» (TPO), utilizada por casi todos («Israel» prefiere hablar de «territorios en disputa»), esconde un gran engaño: porque esos territorios suman aproximadamente 1/5 de la tierra de Palestina, pero allí donde el imperialismo escribe «Israel» en los mapas geográficos se encuentran las otras 4/5 partes de Palestina ocupadas.

La expresión «territorios ocupados», referida solo a una parte de Palestina, revela, por tanto, en quienes utilizan esta definición, la aceptación implícita del «derecho a existir» de la colonia que llaman «Israel», bautizada por la ONU (por mandato del imperialismo) en 1947-1948 y ampliada gradualmente, a través de sucesivas guerras, hasta abarcar toda Palestina, salvo esos dos pedazos de tierra (la Franja de Gaza y Cisjordania) que los sionistas quieren anexionar completamente como parte del «gran Israel» que, por otra parte, debería extenderse en sus proyectos incluso más allá de la Palestina histórica.

La breve reconstrucción que acabamos de hacer y la más amplia que se ha hecho en las partes anteriores de este libro deberían ser suficientes para comprender por qué no existen «dos pueblos», sino un solo pueblo (el palestino), mientras que el «segundo pueblo» al que se refiere la fórmula está constituido en realidad por colonos. Y también debería quedar claro, a estas alturas, por qué la propuesta de «dos Estados» es inaceptable y, al mismo tiempo, inviable, un simple espejismo.

«Dos Estados»: inaceptable e inviable

El historiador y activista Ilan Pappé, con su habitual claridad, define la solución de «dos Estados» como «una propuesta inmoral». Como decíamos, es inaceptable y, además, inviable.

Inaceptable porque excluiría implícitamente el derecho al retorno de los 6-7 millones de palestinos que viven fuera de su tierra y de sus hogares, ya que son los hijos y descendientes de aquellos que fueron expulsados en 1948 y en los años siguientes. De hecho, esta hipótesis (reiteramos: totalmente abstracta) propone dejar a los palestinos un mini-Estado de menos de 1/5 de Palestina, sin continuidad territorial, dividido entre el pequeño pedazo de tierra de la Franja de Gaza y Cisjordania. En definitiva, sería una hipótesis aún peor que la injusta partición realizada por la ONU en 1947, que dejaba a los palestinos algo menos de la mitad de su tierra.

Al mismo tiempo, los casi dos millones de palestinos que viven en la parte de Palestina llamada «Israel» seguirían privados de todos sus derechos, como ocurre ahora, ya que están registrados en el censo como «no judíos» y, por lo tanto, no se les considera (según la ley) ciudadanos del «Estado del pueblo judío» y están sujetos a más de 60 leyes raciales que limitan sus derechos políticos y civiles.

Además, no hay que olvidar que en Cisjordania (que debería constituir la mayor parte de este mini-Estado) hay colonos sionistas que continúan cada día con la limpieza étnica, destruyendo con excavadoras las casas de los palestinos y matándolos en las calles y en los campos.

Inviable porque, incluso si se quisiera aceptar esta «solución» injusta, no solo se chocaría con la voluntad del actual gobierno israelí de extender su dominio «desde el río hasta el mar», excluyendo incluso un mini-Estado para los palestinos, sino que se chocaría con la propia naturaleza del proyecto sionista, sea cual sea el gobierno de turno, ya sea de «derecha» (el Likud y afines) o de «izquierda» (los laboristas que hoy se llaman Demócratas).

Por lo tanto, volver a proponer esta «solución» 30 años después de los acuerdos de Oslo significa ser de mala fe o (y es el caso de muchos militantes de la izquierda) ser engañados por sus propias direcciones reformistas, que siguen apoyando esta fantasía reaccionaria porque, en realidad, no tienen intención de cuestionar la existencia de « Israel», ya que no quieren cuestionar el sistema social (el capitalismo imperialista) que utiliza a «Israel» como su base militar indispensable para dominar una zona geográfica que abastece al mundo de gran parte de los combustibles fósiles.

La realidad es que no existe un sionismo bueno ni un sionismo reformable, porque es un proyecto que, desde sus orígenes a finales del siglo XIX, encarna un colonialismo de asentamiento y, por lo tanto, no tiene como objetivo prioritario explotar a la población nativa (como era el caso de Sudáfrica, donde los negros eran utilizados por los colonos blancos, los afrikaners, como mano de obra barata), sino a expulsarla y sustituirla en nombre de una «pureza de sangre» reconocida solo a los judíos.

Un Estado único: sí, pero ¿en qué sociedad?

Por qué la «solución de un solo Estado» no es una alternativa

Ante la evidente inviabilidad de los «dos Estados» y el rechazo más o menos consciente de esta consigna incluso en amplios sectores del movimiento pro-Palestina (a pesar de que sigue siendo la perspectiva de gran parte de la izquierda reformista), ha vuelto a cobrar fuerza la llamada «solución de un solo Estado», es decir, la creación de un único Estado que incluya «Israel», Cisjordania y la Franja de Gaza.

En realidad, no se trata de una propuesta nueva. Ya fue defendida en 1947 por una minoría de países (Yugoslavia, India, etc.) que, en el debate de la ONU que condujo a la creación de la entidad sionista, no apoyaron la creación (que se decidió por mayoría) de un «Estado» separado para los judíos en Palestina.

Existen diversas interpretaciones de esta «solución», con varias formas de federación, con diferentes combinaciones de instituciones distintas o compartidas, etc.

En particular, hay dos «escuelas» de pensamiento: hay quienes proponen un Estado binacional (cantonal o federal), en el que palestinos y judíos mantengan un cierto grado de separación étnico-cultural; y hay quienes proponen el llamado «modelo democrático», sin separaciones étnicas, multicultural, basado en el principio de «una persona, un voto». (2)

La llamada «solución de un solo Estado» es defendida, por ejemplo, por un historiador antisionista cuyos textos son imprescindibles (y que por ello citamos varias veces en este libro), como Ilan Pappé. En las últimas décadas, el famoso intelectual palestino Edward Said (fallecido en 2003, autor del célebre Orientalismo) la hizo suya cuando rompió con Al Fatah porque (acertadamente) consideraba que los «acuerdos de Oslo» de 1993-1995 (firmados por Arafat y Rabin bajo el dictado de Estados Unidos) eran una capitulación ante el sionismo . Entre quienes la comparten encontramos a muchos otros intelectuales, como Rashid Khalidi o la teórica posmodernista por excelencia Judith Butler, pero la lista sería larga e incluiría, entre otros, en el ámbito político, también a Muamar el Gadafi.

Entre los partidarios de esta posición también se encontraban sectores procedentes del trotskismo: pensemos en Michel Warschawski y su organización (el llamado Segretariado Unificado).

Warschawski la defendió como un posible desarrollo de la independencia (es decir, la constitución de un mini-estado palestino) : «Una vez que los dos Estados se hayan constituido y coexistan pacíficamente, se trata de que el movimiento nacional palestino convenza al pueblo israelí de que podría estar interesado en el establecimiento de una estructura unitaria en la que se conjuguen la ciudadanía única y la autonomía política y cultural para ambos componentes nacionales del Estado unitario». (3)

Se trata de una posición que incluso algunos compañeros y compañeras de absoluta buena fe ven como una alternativa al engaño de los «dos Estados». Pero, en nuestra opinión, se equivocan. Aunque se trata de un tema que requeriría más espacio, nos limitaremos aquí a resumir los términos de la cuestión.

En primer lugar, esta posición reconoce (desde la propuesta original de Yugoslavia en 1947) un «derecho a la autodeterminación» no solo a los palestinos (como es justo), sino también a la minoría judía que colonizó Palestina, poniendo así en pie de igualdad, de hecho, a colonos y colonizados, basándose en una supuesta igualdad como «ciudadanos». Como se puede ver, esta propuesta tiene un punto en común con la partición llevada a cabo por la ONU en 1947, pero también con la propuesta del mini-Estado palestino: todas parten de la idea de que en Palestina existen dos naciones, ambas con derecho a la autodeterminación nacional.

Nosotros, como leninistas, a diferencia de los liberales, reconocemos el derecho a la autodeterminación de los pueblos oprimidos (categoría en la que ciertamente no entran hoy los judíos que viven en Israel), pero no de los que oprimen. Y para nosotros no se trata de un derecho abstracto, sino de una palanca para hacer avanzar la revolución socialista.

Cabe señalar, sin embargo, una contradicción intrínseca en esta propuesta (que resulta evidente, en particular, en la versión que propone un modelo binacional): si se reconoce a los judíos que han colonizado Palestina el derecho a la autodeterminación nacional, esto implica reconocerles también el derecho a la separación estatal: así nos encontraríamos de nuevo en el punto de partida que se quería evitar: es decir, los «dos Estados».

Lo ilusorio de esta perspectiva debería quedar claro si pensamos que en décadas no ha sido posible construir ni siquiera el mini-Estado palestino, precisamente porque los «israelíes» no están dispuestos a dejar a los palestinos ni un rincón de Palestina. ¿Por qué deberían aceptar compartir toda la Palestina histórica con los palestinos en igualdad de derechos? ¿Por qué deberían aceptar voluntariamente quedar en minoría frente a los palestinos que (incluyendo el regreso de los refugiados) serían casi el doble que los judíos en este Estado (ya sea dividido en cantones étnico-culturales o multicultural) y siguen creciendo a un ritmo demográfico más rápido?

Como marxistas, criticamos esta posición porque separa la solución de la cuestión nacional, que es una cuestión democrática, de la social: sueña una «igualdad de derechos» entre los ciudadanos de este futuro Estado «democrático» —es decir, capitalista— ignorando la división en clases; y además separa la cuestión palestina de la de todo Oriente Medio y la internacional, sin avanzar una propuesta de socialismo internacional.

En otras palabras, es una propuesta que evidentemente permanece en el campo del reformismo, incluso en las versiones en las que no se ilusiona con poder llegar a «un Israel reformado», sino que apuntan más bien a «una Palestina descolonizada» y a una «transición del sionismo a la democracia» (así se formula el proyecto, por ejemplo, de Pappé y del Ods para toda la Palestina histórica). (4)

Es una propuesta que podríamos definir como «ilustrada», que desplaza la atención de la urgencia de derrocar el mundo realmente existente, dominado por el capitalismo en su fase imperialista, hacia un mundo ideal en el que las cuestiones se resuelven en función de la racionalidad y no de las relaciones de fuerza entre las clases.

Con su coherencia interna (en relación con un proyecto reformista), las diversas propuestas de un Estado único indican el objetivo, pero no el instrumento para alcanzarlo, ya que evidentemente no contemplan la construcción de un partido revolucionario internacional.

¿Qué programa defienden, en cambio, los revolucionarios?

Revolución permanente: conjugar la reivindicación democrática y la socialista

Mientras que el estalinismo apoyaba el nacimiento de Israel (incluso enviando armas a los sionistas), solo los trotskistas se opusieron ya en 1948 a la «partición» de Palestina.

Hoy en día las cosas no han cambiado mucho: la mayor parte de las direcciones reformistas apoyan la farsa de los «dos Estados», aderezada con referencias a la ONU (como si fuera una entidad ahistórica, por encima de las clases) y a un supuesto «derecho internacional» angelical. Otros, como hemos visto, aunque rechazan acertadamente los «dos Estados» como un engaño, buscan en vano soluciones intermedias. Una vez más, solo el trotskismo ofrece un programa que intenta aportar una perspectiva revolucionaria a la lucha actual, uniendo la reivindicación democrática a la socialista e internacionalista.

La posición de los marxistas consecuentes, la posición de la Lit- Cuarta Internacional, es retomar el antiguo objetivo democrático abandonado por la OLP, y por lo tanto una Palestina «única, democrática y no racista», lo que implica la destrucción del Estado colonial, es decir, de Israel, la expulsión de los colonos (es decir, de los judíos que no están dispuestos a renunciar a sus privilegios coloniales) de toda la Palestina histórica, que debe ser devuelta a los palestinos desde el río hasta el mar. Solo así será posible la autodeterminación del pueblo palestino y el derecho al retorno de los aproximadamente 6 millones que han sido expulsadas de sus hogares y sus tierras.

Al mismo tiempo, creemos que este objetivo democrático debe formar necesariamente parte de un «programa transitorio» que constituya un «puente» entre las luchas actuales y la perspectiva socialista.

Es decir, se necesita una estrategia orientada hacia la revolución permanente. ¿Qué significa esto? Significa que se necesita un programa revolucionario que vincule la resolución de la cuestión nacional en Palestina con la cuestión social, de clase; y que, al mismo tiempo, vincule la lucha de los palestinos con la de las masas de Oriente Medio por el derrocamiento revolucionario de sus respectivos Estados y la expropiación de las clases dominantes locales y las multinacionales. Es necesaria una nueva «primavera árabe», que esta vez no se detenga a mitad de camino. Es necesario construir una República socialista palestina como parte de una federación socialista de Oriente Medio.

En este camino, los únicos aliados potenciales de los palestinos son los trabajadores y los campesinos pobres árabes y los proletarios y los jóvenes de los países imperialistas.

Creemos que hay que rechazar tanto la separación en dos etapas secuenciales de los objetivos democráticos y los socialistas, asì como el aplazamiento de los objetivos democráticos despues de los socialistas: esta última posición es típica de varias sectas ultraizquierdistas que creen que «ya se encargará el socialismo» y que, en algunos casos, en nombre de un supuesto «criterio de clase», anhelan una unidad entre el proletariado palestino y el israelí, ignorando que el carácter de casta de este último lo lleva a hacer frente con su propia burguesía en defensa de los intereses comunes y de la tierra usurpada a los palestinos.

Pensamos también que no se puede separar la resolución de la cuestión palestina de la perspectiva para Oriente Medio y, más en general, de la perspectiva internacional, porque todo proceso revolucionario comienza en el terreno nacional, pero solo puede desarrollarse y vencer realmente en el terreno internacional, destruyendo todo el sistema imperialista, del que «Israel» es un puesto avanzado en la región.

No se trata de convencer a los «israelíes», que son colonos en todas partes: tanto en los llamados «territorios ocupados» como en el resto de la Palestina histórica (a la que llaman «Israel»). Se trata de imponer por la fuerza el desmantelamiento de la colonia «Israel» en un proceso que involucre a todo Oriente Medio. Teniendo en cuenta que una parte importante de los judíos que hoy colonizan Palestina no estarán dispuestos a renunciar a sus privilegios y, por lo tanto, deberán ser expulsados si no se van voluntariamente. Mientras que probablemente solo una minoría decidirá volver a vivir en paz junto a los palestinos (como era antes de que el imperialismo inventara «Israel»), con los derechos de una minoría nacional.

Por lo tanto, para nosotros, un Estado único de Palestina, laico y no racista (con el reconocimiento de plenos derechos de ciudadanía a los judíos antisionistas que quieran vivir en paz), es una reivindicación democrática que, como todas las reivindicaciones democráticas, no es completamente alcanzable en un marco capitalista. Como escribe Lev Trotsky en las Tesis sobre la revolución permanente: «(…) la solución verdadera y completa de los problemas de la democracia y la liberación nacional no es concebible sino por obra de una dictadura del proletariado, que asuma la dirección de la nación oprimida (…).» (5)

Construir la dirección internacional que falta

Un programa revolucionario requiere la construcción de una dirección revolucionaria, sin la cual nunca podrá realizarse. Ninguna de las actuales direcciones palestinas, ni (obviamente) las colaboracionistas (como la ANP de Abu Mazen), ni las que hoy forman parte integrante de la heroica Resistencia, están armadas con un programa similar. Por eso luchamos por construir otra dirección. Una dirección revolucionaria internacional con secciones propias en todos los países de la región.

Ese partido revolucionario de vanguardia con influencia de masas, que lamentablemente aún falta en Palestina como en otros lugares, solo podrá construirse si sus militantes participan en la Resistencia palestina tal y como se da hoy, en un frente de lucha que no implica compartir las posiciones políticas de Hamás (que en su programa defiende la propiedad privada y ciertamente no el socialismo) ni de otras fuerzas. Los sectarios, que incluso interiorizando inconscientemente formas de islamofobia o subordinándose a los prejuicios «progresistas» pequeñoburgueses rechazan o se distancian de la resistencia palestina, confunden la lucha con su dirección y se erigen en comentaristas pasivos. La lucha real no encaja en el lecho de Procusto de sus esquemas supuestamente ortodoxos, por lo que se retiran, excluyéndose la posibilidad de construir una dirección alternativa, y permanecen en vana espera, como decía Lenin a propósito de posiciones similares, de «una revolución pura» que nunca llegará.

Dejemos a los filisteos que se distancien de la resistencia palestina, dejemosles la «indignación» por la acción bélica del 7 de octubre o los lamentos por las víctimas sionistas (los llamados «civiles inocentes») : hasta ahora, las masas en lucha no han encontrado otra forma de avanzar que oponer a la violencia de los opresores la de los oprimidos, la espada de Espartaco a la de los centuriones romanos.

Por nuestra parte, creemos que todas las fuerzas actuales que componen la Resistencia palestina, ya sean laicas o religiosas, luchan con un valor ejemplar y merecen el respeto de los revolucionarios de todos los países.

(5 de noviembre de 2025)

Notas

(*) Del libro de F. Ricci, Dal fiume al mare. Dalla parte della Resistenza palestinese (De río a mar. Del lado de la resistencia palestina, ediciones Rjazanov, 2025)

(1) Se trata de la resolución n.º 181 (de 1947) que estableció la partición de Palestina en dos; la 242 (de 1967) que implicaba el cese de toda hostilidad a cambio de la retirada de los sionistas únicamente de los territorios ocupados en 1967.

(2) Existen varios libros dedicados a reconstruir el origen de la «solución de un solo Estado» y las propuestas parcialmente diferentes que se han formulado a lo largo de los años. Para profundizar el tema, consulte estos textos: Virginia Tilley, The One-State Solution (University of Michigan Press, 2005); Jeff Halper, Decolonizing Israel, liberating Palestine: Zionism, settler colonialism and the case for a democratic state (Pluto Press, 2021) o el más reciente Israel-Palestine, la solution: un Etat, de Ghada Karmi (La fabrique editions, 2022), que examina las diferentes formulaciones y ofrece una amplia bibliografía sobre el tema. El libro de Pappé que citamos en el texto (véase la nota 4) también está dedicado en gran parte a imaginar esta solución.

(3) Michel Warschawski, Israele-Palestina. La sfida binazionale (Sapere 2000, 2002). Sobre el partido de Warschawski, véase el artículo de Fabio Bosco que publicamos en el apéndice de este libro.

(4) Véase el libro más reciente de Ilan Pappé, La fine di Israele (Fazi, 2025). ODS es la sigla de One Democratic State, el movimiento fundado en Gran Bretaña en 2013 que es una de las diversas estructuras que apoyan esta posición. En cuanto al tema «internacional», Pappé habla de una futura Palestina descolonizada integrada en los BRICS; y en cuanto al tema social, se refiere a una «izquierda» genérica. El ODS es solo uno de los muchos grupos que, con algunas diferencias, apoyan la «solución de un solo Estado». Algunos de estos grupos están activos en Palestina, aunque la mayoría reside en Europa y Estados Unidos.

(5) Lev Trotsky, «¿Qué es, pues, la revolución permanente? Tesis», en La revolución permanente (19298 (Mondadori, 1979).

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