Margen Ecuatorial: El discurso climático de Lula se hunde en el petróleo
En una decisión tomada bajo fuerte presión política, el Ibama autorizó a Petrobras a perforar un pozo de petróleo en la desembocadura del río Amazonas.
En una decisión tomada bajo fuerte presión política, el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama) autorizó a Petrobras a perforar un pozo de petróleo en la Margen Ecuatorial, en la costa de Amapá. La medida es el primer paso para la exploración total de petróleo en la región amazónica, ampliando la producción de combustibles fósiles, responsables de alrededor del 70% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva, del PT, ha sido uno de los mayores entusiastas del proyecto, llegando a criticar públicamente al Ibama, acusando al organismo ambiental de “lenga-lenga” en los procesos de licenciamiento. La autorización, sin embargo, entierra el discurso climático ambicioso que el gobierno venía adoptando internacionalmente, especialmente a pocos días del anuncio de la COP 30, que se llevará a cabo en Belém, capital de Pará.
Contradicción y riesgo climático
La exploración en la Margen Ecuatorial ocurre en el mismo momento en que grandes corporaciones, incluidas las petroleras, se preparan para discursar en la conferencia del clima, donde frecuentemente presentan compromisos sostenibles totalmente falsos. Mientras tanto, la expansión de la actividad extractiva de petróleo sigue aumentando globalmente, con efectos catastróficos para el clima.
Se estima que, mantenido el ritmo actual de exploración de petróleo en el mundo, la temperatura media de la superficie terrestre podría aumentar hasta 2,5°C hasta 2050 en comparación con los niveles preindustriales. Este aumento podría activar los llamados “puntos de no retorno” climáticos, haciendo que el calentamiento global sea incontrolable e irreversible. Uno de esos puntos de no retorno es precisamente la selva tropical del Amazonas que está cada vez más cerca del colapso.

Negacionismo climático
Para justificar la explotación en la Amazonía, sectores del gobierno y de la industria argumentan que las emisiones brasileñas provienen mayoritariamente de la deforestación y de las quemas, responsables del 48% del total nacional, seguidas por la agropecuaria, con un 27%.
Este argumento, sin embargo, es puro “diversionismo”, mezclado con negacionismo climático. Se trata de una confusión intencionada que desvía el foco de la necesidad de que Brasil también haga la transición energética y abandone los combustibles fósiles. El problema de la deforestación, aunque real y urgente, no puede ser utilizado como aval para nuevas fuentes de emisiones. Más aún: para acabar con las emisiones del país es necesario enfrentar de verdad al agronegocio, algo que este gobierno está lejos de hacer.
Los números de la apuesta petrolera en la Amazonía son alarmantes. Si todo el petróleo de la margen ecuatorial es extraído y quemado, se lanzarán a la atmósfera entre 4 y 13 mil millones de toneladas de CO₂ – volumen equivalente a las emisiones sumadas de Estados Unidos y China en 2020.
Además, un eventual derrame de petróleo amenazaría la “Amazonía Azul”, la región de manglares más extensa del planeta, vital para pescadores y comunidades tradicionales. Los manglares son cruciales para el equilibrio ambiental, con capacidad de absorber el doble de carbono que un bosque tropical.
¿Quién se beneficia de la explotación?
Al final de cuentas, la explotación de petróleo en la Amazonía atiende prioritariamente a los intereses de las grandes petroleras internacionales y de los accionistas extranjeros de Petrobras, que embolsan la renta petrolera. El proyecto no se confunde con soberanía o desarrollo nacional genuino y no traerá mejoras reales para las poblaciones locales. De hecho, profundiza las desigualdades sociales, nuestra dependencia económica y nos lleva más cerca del precipicio climático.
Ante este escenario, la tarea es clara: es necesario movilizarse contra la explotación de petróleo en la Amazonía. La lucha debe resonar en las calles de Belém, al lado de los trabajadores urbanos, poblaciones indígenas, quilombolas, seringueros y ribeirinhos, para mostrar al mundo que el futuro de la región no pasa por la explotación de combustibles.




