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Debates

Moreno y el morenismo: un debate con el MRT y la Fracción Trotskista

agosto 27, 2025

El material que publicamos a continuación, hace parte de dos artículos de polémica con la Fracción Trotskista (FT). Uno de los artículos, es de nuestros camaradas del PSTU brasileño y el otro, de los camaradas del equipo de la LIT y de nuestro partido en los EE.UU. Los publicamos, porque, si bien encaran el mismo tema, lo hacen desde perspectivas propias, destacando algunos aspectos diferentes uno de otro.

Por Jeronimo Castro y Mariucha Fontana (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado – Brasil)

Recientemente, dos militantes del MRT (Movimiento Revolucionario de los Trabajadores), la sección brasileña de la FT (Fracción Trotskista), escribieron un largo artículo titulado «Debate: Los dilemas de la LIT-QI en su autocrítica a Nahuel Moreno y la actualidad de la Revolución Permanente», a partir de una polémica con el artículo «Sobre las situaciones de la lucha de clases a nivel nacional e internacional», uno de los varios textos de actualización programática que la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT-QI) ha estado produciendo en los últimos años.

En este extenso artículo retoman sus diferencias teóricas con Moreno, formuladas desde los años 90, y las entrelazan con las diferencias programáticas y políticas concretas con la LIT y el PSTU, para reafirmar sus concepciones y también la política que aplicaron en cada caso.

A principios de los años 90, un extenso trabajo de la FT (Polémica con la LIT-QI y el legado teórico de Nahuel Moreno) presentó lo que serían los ejes ordenadores de su crítica a Moreno: el «objetivismo»; su contribución a la teoría de la Revolución Permanente, que sería «etapista»; su interpretación de lo que es una revolución, que lo llevaría a ser partidario de cualquier revolución bajo cualquier dirección; y, subsidiariamente, su interpretación de la Segunda Guerra Mundial y de la etapa entre 1945 y 1989.

A partir de esta base teórica, en más de una ocasión, la FT criticó a las corrientes que se reivindican morenistas, en especial a la LIT, ante los numerosos acontecimientos de la lucha de clases. Sobre Palestina, en el enfrentamiento con el gobierno de Chávez, en las revoluciones árabes, en Brasil, en la revolución y la guerra civil siria, en la guerra de Ucrania, etc.

En nuestra opinión, aunque no existe una relación mecánica entre teoría y política, podemos buscar en la teoría los errores políticos que comete alguien, alguna corriente u organización. Sin embargo, no vemos que nuestra intervención, en la gran mayoría de los casos que citan los compañeros, fuera errónea, y mucho menos que, en general, el cuerpo teórico del morenismo o la actualización y contribución que Moreno hace a la teoría de la Revolución Permanente sea errónea.

Por el contrario, Moreno, en nuestra opinión, fue quien mejor defendió y dio continuidad a la elaboración de la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky en la posguerra. La FT dice que Moreno no defiende la teoría de la Revolución Permanente, sino la «Revolución Democrática», que él sería «etapista». Esto no corresponde a la verdad.

Queremos dejar constancia de que consideramos que esta forma de plantear el debate es muy mala, porque al debatir con una falsedad o una caricatura pésima, se acaba impidiendo el debate o el diálogo que los compañeros nos piden que establezcamos con su corriente y sus elaboraciones teóricas.

Sería imposible en un artículo que no fuera muy extenso responder sin superficialidad a todas las diferencias que tenemos con la FT. Por lo tanto, nos centraremos en algunos aspectos.

Más adelante haremos un artículo más profundo solo sobre la teoría de la Revolución Permanente, en el que pretendemos demostrar la riqueza de las elaboraciones de Moreno sobre las revoluciones concretas a las que buscó responder e intervenir.

1. La importancia de no tirar al niño junto con el agua, ni hacer esquemas inversos

Moreno, evidentemente, no está exento de errores, como ningún marxista lo está. De hecho, siempre fue muy autocrítico y el primero en reconocer y corregir los errores de los que se autocriticaba. Nosotros, desde la LIT-CI y el PSTU, sin duda cometemos muchos más errores que los que cometió Moreno. Y no vemos ningún problema en autocriticarnos por ellos. Al contrario, hay que aprender de los errores.

Y tampoco somos dogmáticos. Al igual que Moreno criticó y actualizó a Trotsky, no vemos ningún problema en criticar y actualizar a Moreno o a Trotsky, o en actualizar la teoría y el programa ante los cambios en la realidad. De lo contrario, no seríamos morenistas, trotskistas y leninistas.

De hecho, estamos viviendo un intenso proceso de actualización y elaboración programática en la LIT-CI y en el PSTU, que quizá los compañeros desconozcan o no sigan. El texto de 2020 con el que polemizan los compañeros es uno de los varios producidos y publicados en los últimos años, como «Elecciones» (2015) «Sobre las etapas» (2017), «Cuestión nacional», «Opresiones», «China: una potencia imperialista emergente», «Rusia imperialista», «Medio ambiente»; «Debates sobre el materialismo histórico», «Agitación y propaganda», «Relación entre el partido y el sindicato», entre muchos otros.

En este proceso, y también en procesos de elaboración anteriores, hemos desarrollado críticas y señalado nuestros errores, en primer lugar, y también los errores de Moreno.

Vemos rasgos y problemas de objetivismo y esquematismo en algunos textos destinados especialmente a la popularización, o al intento de categorizar momentos específicos de procesos de forma pedagógica, como en «Revoluciones del siglo XX» o «Conceptos políticos elementales», que, si se leen y asimilan al pie de la letra, como un manual, pueden llevar al esquematismo, al determinismo y al objetivismo.

Pero eso no es lo que caracteriza a la mayor parte o a la totalidad de la elaboración programática y política de Moreno para intervenir en la lucha de clases y en los procesos revolucionarios de la posguerra hasta los años 80 del siglo pasado. Muy al contrario. Aunque también hay errores de pronóstico (lo cual es muy común en todos los autores marxistas) y de análisis, que son independientes de la formulación teórica. Algunos procesos se le escaparon, quizás uno de los más importantes fue no haber visto que, en China, la restauración capitalista había tenido lugar en 1978.

La crisis y la división del MAS (Movimiento al Socialismo) argentino, y de la propia LIT-QI a finales de los años noventa, llevaron a varias organizaciones a una lectura dogmática y a una visión objetivista, apoyándose en pronósticos que no se cumplieron, o tomando al pie de la letra algunos textos, convirtiéndose, a nuestro modo de ver, en caricaturas del morenismo. A menudo distorsionando la realidad para expresar deseos o forzándola a encajar en esquemas objetivistas.

Sin embargo, no es un buen camino intentar corregir este tipo de errores con un esquema subjetivista inverso que, en nuestra opinión, con todo respeto, impregna el armazón teórico de la FT, que también tiene su origen en la corriente morenista, nacida de la ruptura en los años 80 de una parte de la juventud del MAS argentino (partido de Nahuel Moreno).

Esto se debe a que un esquema subjetivista nos aleja igualmente de la realidad, de la dialéctica y de una formulación revolucionaria capaz de unir estrategia y táctica para dar una respuesta fecunda y eficaz, especialmente a los procesos revolucionarios, que siempre son mucho más ricos que cualquier esquema.

La cuestión de la Revolución Permanente y la actualización de Moreno

En 1930, Trotsky escribió su libro La Revolución Permanente. Fue un largo proceso en el que incorporó y ajustó su teoría a las experiencias concretas de la lucha de clases y de las diversas revoluciones que presenció. En su primera versión, de 1905/1906, la teoría de la Revolución Permanente era una explicación/programa para la Revolución Rusa que se estaba desarrollando, y se presentó en su primera forma definitiva en Balance y Perspectiva.

Era, en cierto sentido, la continuación de la elaboración de Marx, quien en 1850, al escribir sobre la Revolución Alemana, termina con la frase: «nuestro grito de guerra será viva la revolución permanente». Vale la pena destacar que, a pesar del nombre coincidente, la teoría de la Revolución Permanente de Marx y Trotsky eran diferentes.

Esta teoría de la revolución se debatió con otras, como la de Lenin, quien, coincidiendo con Trotsky en el papel de la burguesía, daba mayor importancia a la participación del campesinado en la revolución y veía la necesidad de una dictadura democrática del proletariado y el campesinado, como etapa revolucionaria burguesa, antes de la revolución socialista proletaria, con el objetivo de cumplir todas las tareas democráticas burguesas. Sin embargo, cuando la Revolución Rusa de 1906 llegó a su apogeo, Lenin escribió: «Somos partidarios de la revolución ininterrumpida. No nos detendremos a mitad de camino.»

Y también con la de Bujarin, que veía la Revolución Permanente como un salto sobre las tareas democráticas, pasando directamente a las tareas socialistas de la revolución.

La Revolución de 1917 revisó las teorías y las prácticas. Lenin, en las Tesis de Abril, se adhiere, en cuanto al contenido, a la lógica de la Revolución Permanente. Trotsky, por su parte, se incorpora al partido bolchevique y, en la práctica, incorpora este elemento a su teoría de la revolución.

Pero cuando la III Internacional discute la revolución en los países coloniales y semicoloniales, en las Tesis sobre el Oriente, la versión que sale victoriosa es un retorno a la comprensión de la Dictadura Democrática del Proletariado y del Campesinado, especialmente porque ni Lenin ni Trotsky pensaban que el Oriente estuviera maduro para la revolución socialista.

La versión final de la teoría de la Revolución Permanente será fruto de la segunda Revolución China, cuando Trotsky se enfrentará a la política de la III Internacional, ya bajo Stalin, de capitulación ante el partido burgués nacionalista chino, el Koumitang.

En su versión final, Trotsky concluirá que no hay países que no estén maduros para la revolución proletaria, que en los países atrasados esta se producirá en una alianza del proletariado con el campesinado pobre, contra la burguesía local y el imperialismo, dirigida socialmente por el proletariado y, políticamente, por el partido revolucionario del proletariado y vinculada a la revolución mundial, que definirá el futuro de la humanidad. Por lo tanto, la teoría de la Revolución Permanente fue, hasta entonces, incorporando nuevos elementos a partir de acontecimientos y experiencias. No podía ser de otra manera, ya que, como no nos cansamos de repetir, pero no siempre de comprender, la teoría no es un dogma, sino una guía para la acción.

En el Programa de Transición, Trotsky abre otra posibilidad para la dinámica de la revolución. Dirá: «No hay que negar categórica y de antemano la posibilidad teórica de que, bajo la influencia de una combinación de circunstancias excepcionales (guerra, derrota, crisis financiera, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.), los partidos pequeñoburgueses, incluidos los estalinistas, puedan ir más lejos de lo que querían en el camino de la ruptura con la burguesía».

Cuando el dominio nazifascista se derrumbó en Europa, surgió un mundo en el que, por un lado, Estados Unidos se afianzó como potencia imperialista hegemónica y, por otro, la Unión Soviética, que al mismo tiempo que contraponía políticamente a Estados Unidos, era su principal aliada en el mantenimiento del orden mundial. Y había decenas de nuevos Estados obreros, conquistas importantes. Pero que, a su vez, al haber llegado a esta condición por vía de la ocupación militar rusa (en el caso de Europa del Este), o de revoluciones llevadas a cabo por campesinos y ejércitos guerrilleros dirigidos por partidos estalinistas o reformistas, reforzaron el prestigio de esas direcciones y dificultaron el surgimiento de direcciones revolucionarias.

La Cuarta Internacional se reorganizó en este contexto, después de haber pasado la mayor parte de los años de la guerra sin un funcionamiento orgánico y de haber sufrido una gran pérdida de cuadros, principalmente víctimas del estalinismo y el fascismo.

Era necesario explicar e intervenir en este nuevo mundo y actualizar la teoría de la revolución. Y esta tarea condujo, como era inevitable, a crisis y rupturas.

Se dieron al menos tres grandes respuestas.

Hubo quienes negaron el surgimiento de los nuevos Estados obreros, ya que su aparición y el régimen que expresaban no se ajustaban a las normas establecidas por la teoría de la Revolución Permanente. Hubo quienes concluyeron que lo que había ocurrido era exactamente lo que preveía el cuerpo teórico de la Revolución Permanente. Y hubo quienes, admitiendo que había habido revoluciones y expropiaciones, reconocieron que estas no se habían producido de la forma esperada, que se había dado la hipótesis menos probable, con la que Trotsky trabajó en el Programa de Transición, y que era necesario afrontar de frente esta nueva realidad.

La Revolución Cubana, por ejemplo, fue emblemática: un sector, viendo correctamente que la dirección no era revolucionaria, consideró que Cuba no había hecho una revolución socialista, no había originado un nuevo Estado obrero y seguía siendo capitalista; otro sector, reconociendo que había habido una revolución y que había un nuevo Estado obrero, llegó a la conclusión de que su dirección era revolucionaria. Y los que, como Moreno, analizaron, no sin gran dificultad al principio, que hubo una revolución que expropió a la burguesía y creó un nuevo Estado obrero, pero que su dirección era pequeñoburguesa y contrarrevolucionaria; por lo tanto, Cuba era un nuevo Estado obrero burocratizado.

A estos procesos se sumaron otros: las revoluciones anticoloniales en África que llevaron al poder a grupos guerrilleros armados, pero que no expropiaron a la burguesía (aunque en algunos casos, como el de Argelia, un gobierno obrero y campesino retrocedió al capitalismo). Varias revoluciones políticas derrotadas en Alemania, Hungría, Checoslovaquia y Polonia. Por último, hubo revoluciones que derrocaron dictaduras y regímenes bonapartistas y, en su lugar, instauraron democracias burguesas.

Ante estos acontecimientos que atravesaron la segunda mitad del siglo XX, era necesario rescatar el legado de Trotsky, pero también actualizarlo, y eso fue lo que hizo Moreno.

Nahuel Moreno

Es en el contexto de la posguerra, de importantes cambios estructurales en el mundo, que actualizaron el problema del imperialismo, de la crisis de dirección revolucionaria, de la relación entre los países coloniales, semicoloniales y las metrópolis, que Nahuel Moreno surge como uno de los dirigentes de la Cuarta Internacional.

Cabe señalar que la crisis de dirección revolucionaria tenía dos polos: por un lado, las victorias sobre el nazifascismo en la Segunda Guerra Mundial fortalecieron al estalinismo como dirección de amplios sectores del movimiento de masas y de la clase trabajadora, y, en este mismo polo, de la contrarrevolución, en Europa Occidental se fortalecen los partidos socialdemócratas que hicieron una serie de concesiones a las masas, en lo que serían los Estados del bienestar social.

En el otro polo, el de la construcción de una dirección revolucionaria y alternativa a estas dos potentes organizaciones que se anclaban en el control de los Estados del Este (el estalinismo) o en la administración de los Estados burgueses de Europa (la socialdemocracia), la IV Internacional salió de la guerra prácticamente destruida. Sus cuadros habían sido perseguidos, encarcelados y asesinados por todas las potencias beligerantes, incluso antes de que estallara la guerra. El imperialismo democrático, el imperialismo nazifascista y el estalinismo participaron, con distintos pesos y medidas, en la persecución de la IV Internacional.

Moreno formó parte de la dirección que elaboró la explicación correcta sobre los nuevos Estados obreros burocráticamente deformados (ya que nacieron con una deformación), diferenciándolos del ruso que se había degenerado. Al mismo tiempo, fue parte de aquellos que reconocieron que en Yugoslavia y China se habían producido revoluciones y que, en la medida en que expropiaban a la burguesía, se convertían en Estados obreros, pero que sus direcciones no eran revolucionarias, a pesar de avanzar más allá de lo que eran sus intenciones.

Pero fue la Revolución Cubana la gran prueba por la que pasó Moreno, en la que, al principio, cometió una serie de errores, de los que se autocriticó, pero no el error de no reconocer o negar una revolución. Reconocerá que Cuba es el primer país socialista de América, que su revolución es un hito en la historia del continente y buscará, sin cesar, dialogar con la poderosa vanguardia que surge de este proceso. ¿Cómo explicaría el esquema subjetivista de la FT la Revolución Cubana?

2 – Las revoluciones del siglo XX (el libro y la elaboración de Moreno)

La interpretación de Nahuel Moreno sobre las revoluciones de la posguerra constituye uno de los ejes centrales de la crítica elaborada por la Fracción Trotskista. Su abanico de objeciones es amplio, abarcando desde el concepto de revolución en sí mismo y la extensión de la noción de excepcionalidad, hasta la discusión sobre la «revolución democrática», vista por la FT como una nueva forma de etapismo o semi-etapismo.

Para fundamentar esta crítica, las fuentes primarias de la FT son la obra Las revoluciones del siglo XX y el Curso de Cuadros impartido por Moreno sobre el tema, publicado póstumamente.

Sin embargo, antes de entrar en el fondo del debate, es necesario destacar un problema recurrente en las críticas: un aparente desconocimiento de la teoría morenista. Un ejemplo reciente se expresa en un artículo de militantes del MRT/FT en Brasil, que afirma que Moreno habría «escapado» al análisis de los impactos de la política imperialista gestada a partir de los años 70, que se profundizó con el fin de la Guerra Fría. Según el artículo, Estados Unidos, para compensar el declive de su hegemonía tras la guerra de Vietnam, comenzó a apoyar «transiciones democráticas» en todo el mundo. Esta acusación solo puede derivarse de un desconocimiento de la obra de Moreno, ya que fue él quien acuñó y desarrolló el concepto de «reacción democrática» para explicar precisamente esta política «democratizante» del imperialismo como mecanismo para desviar y contener los procesos revolucionarios.

La complejidad del período se hace aún más evidente al analizar las revoluciones políticas que tuvieron lugar entonces. Aunque la clase obrera fue el sujeto social de muchas de ellas, en ninguna estuvo presente como sujeto político en la forma prevista por la teoría de la Revolución Permanente.

Además, el análisis de la FT sobre los procesos de descolonización en África resulta profundamente insuficiente. Resumen, por ejemplo, que movimientos como el Mau Mau (Kenia) y la lucha de Patrice Lumumba (Congo) solo lograron una «independencia formal como semicolonias», y que Argelia, tras alcanzar un «gobierno obrero y campesino», retrocedió a un Estado burgués semicolonial. Sobre las colonias portuguesas, afirman que los liderazgos pequeñoburgueses (como el MPLA) no instauraron Estados obreros ni siquiera deformados.

Esta lectura nos parece errónea por ser teleológica y determinista, como si el resultado final estuviera ineludiblemente contenido en el inicio del proceso, juzgándolo con la lente de hoy, cincuenta años después. Al hacerlo, la FT desconsidera el contexto histórico real: lo que llaman «solo independencia formal» representó, en su momento, gigantescas victorias tácticas. Estas revoluciones, que precedieron y sucedieron a la Revolución Portuguesa (otro acontecimiento crucial ignorado por la FT), fueron grandes acontecimientos históricos que, dentro de los marcos de la revolución permanente, se desarrollaron de forma inesperada.

No avanzaron y posteriormente retrocedieron precisamente por la ausencia de una dirección revolucionaria con influencia de masas. Sin embargo, influyeron en millones de personas en todo el mundo y exigían una respuesta política correcta. Era necesario reconocer su carácter progresista para disputar la dirección política en esos países y dialogar con los sectores de vanguardia de todo el mundo afectados por ellas, con el objetivo final de construir una alternativa revolucionaria. En resumen, fueron procesos que, aunque al final fueron derrotados, desviados o congelados, fueron en su origen acontecimientos monumentales de la lucha de clases.

El ejemplo de la Revolución de las Claveles en Portugal

Por poner un ejemplo, la revolución portuguesa fue otro gran desafío del trotskismo en la posguerra. Un levantamiento militar de jóvenes capitanes cansados de la guerra colonial desencadenó un amplio proceso revolucionario. El imperialismo reaccionó con un abanico de políticas que iban desde un plan bonapartista contrarrevolucionario del Movimiento de las Fuerzas Armadas-PC, por un lado, hasta la propuesta de una normalización democrática burguesa parlamentaria con el PS y sus aliados de la burguesía imperialista portuguesa, por otro, y al mismo tiempo el intento de estrangulamiento económico provocado por el sabotaje imperialista conjunto.

Todo ello en el marco de una situación que, en conjunto, se caracterizaba por ser revolucionaria y por un régimen con importantes gérmenes de poder dual, aunque solo abarcara a un sector minoritario del movimiento de masas.

En este contexto, una parte del movimiento trotskista presentaba un programa mínimo y democrático para la revolución portuguesa, de retirada de las tropas de Angola, sin vincular estas tareas democráticas defensivas a los gérmenes del poder obrero.

Moreno, por el contrario, como se puede leer en su libro Revolución y contrarrevolución en Portugal, orientó que era necesario que los revolucionarios tuvieran como centro defender, desarrollar y centralizar las comisiones obreras y los comités de soldados, darles la perspectiva de la revolución socialista, combinarlos con todas las tareas que enfrentaban las masas portuguesas. Decía que cualquier política que no fortaleciera los gérmenes de los organismos de doble poder, en dirección a la revolución socialista, no era trotskista, sino «poumismo» de diferentes tipos, que, aunque en la forma defendían aparentemente un programa bolchevique-leninista, en el contenido defendían la democracia burguesa y se negaban a enfrentarse al gobierno contrarrevolucionario del MFA-PC.

Moreno, que apostaba por la profundización de las conquistas democráticas como forma de desarrollar los elementos de doble poder y la organización de la propia clase obrera, afirmaba que «si la revolución obrera no logra imponerse, la tendencia del Portugal imperialista no deja lugar a dudas: su atraso lo condenará a convertirse en una submetrópoli, es decir, socio menor de otros imperios más poderosos en la explotación de la clase obrera y de las colonias; y a corto plazo, no se descarta la pérdida total de su influencia en las colonias, lo que lo llevará a convertirse directamente en una semicolonia. Portugal, para mantener su actual independencia del capital extranjero, solo tiene una alternativa: el socialismo, que le permitiría superar su atraso sin caer bajo el dominio de los grandes monopolios internacionales.

De esta visión no se puede concluir en modo alguno que Moreno trabajara con una estrategia de «revolución democrática», o que cualquier revolución valía.

En la revolución portuguesa, como en la intervención en otras revoluciones, se pueden encontrar errores de Moreno, pero ciertamente no se encontrará ninguna pista que lleve a la conclusión de que tenía una concepción y una estrategia etapista del proceso que se desarrollaba. Por el contrario, lo que se ve es la búsqueda de Moreno por encontrar los caminos que permitan el desarrollo permanente de la revolución portuguesa. ¿Cómo explicaría la FT la revolución portuguesa? ¿No hubo una revolución en Portugal? ¿El 25 de abril fue irrelevante? Por el hecho de que terminó congelándose y luego retrocedió a través de la reacción democrática, ¿los revolucionarios no debían intervenir en ella?

La Revolución de los Claveles confirmó en la práctica la tesis de Moreno: las revoluciones a menudo comienzan bajo banderas democráticas y solo pueden completarse bajo la dirección proletaria. La ausencia de un partido revolucionario con peso de masas permitió que el proceso se canalizara hacia la institucionalidad parlamentaria, pero no por ello dejó de ser un hito revolucionario de alcance internacional.

El mismo tratamiento superficial, o poco atento, se da a los múltiples procesos de derrocamiento de dictaduras que se producen a partir de los años 70, especialmente después de la derrota de Vietnam.

En una serie de países, dictaduras más o menos largas fueron derrocadas, en procesos distintos: Portugal, España, Nicaragua, Argentina, Brasil, por citar algunos casos. Era necesario comprender estos procesos para intervenir en ellos. No nos parece que estos fenómenos sean iguales, y Moreno no los trató como si lo fueran.

No los trató de manera genérica y superficial, sino que, por el contrario, trató de comprenderlos en profundidad en su especificidad, para intervenir en la realidad y construir tanto los puentes necesarios para octubre como para disputar las salidas bonapartistas, de «reacción democrática» o reformistas en lo concreto, no en lo abstracto, y para construir partidos revolucionarios de vanguardia con incidencia e influencia de masas.

Por lo tanto, es necesario observar el conjunto de estos procesos y preguntarse, en primer lugar, si en las revoluciones de la segunda mitad del siglo XX se cumplieron las estrictas predicciones de Trotsky sobre la mecánica de la revolución y, si no fue así, ¿qué ocurrió? ¿Rechazaron las revoluciones de la segunda mitad del siglo la teoría de la Revolución Permanente?

La cuestión de la dirección

Creemos que Moreno tiene razón al afirmar que las revoluciones no se desarrollaron tal y como predijo Trotsky en su último libro dedicado al tema, ni que esta teoría fue rechazada por las nuevas revoluciones. Estas reafirmaron y enriquecieron la teoría de la Revolución Permanente, confirmando un aspecto que aparece en el Programa de Transición. Es decir, que las revoluciones, por una serie de factores, pueden ir más allá de lo que deseaban sus direcciones. Pero también, como dice Moreno, esto tiene un límite. Porque, como dice en la tesis II del libro Actualización del Programa de Transición: «mientras los aparatos sigan controlando el movimiento de masas, todo triunfo revolucionario se transforma inevitablemente en derrota […] en esta época, todo avance que no vaya seguido de otro avance significa un retroceso. De ahí que la burocracia, con su política de freno por un lado y de defensa de sus privilegios frente a las masas por otro, se vea obligada a luchar contra la movilización permanente de los trabajadores, a transformar sus triunfos en una derrota de la revolución permanente».

Entonces, este proceso que puede ocurrir a nivel nacional, en su esencia colectiva, o, desde el punto de vista de la revolución mundial, es imposible, lo que solo reafirma, en palabras de Moreno, que somos aún más defensores de la teoría de la Revolución Permanente, y que consideramos que la crisis de la humanidad es la crisis de la dirección revolucionaria.

Por lo tanto, querer reducir la interpretación de Moreno al texto Revoluciones del siglo XX es un reduccionismo tremendo, por varias razones. En primer lugar, este libro fue escrito originalmente como una serie de notas para ayudar en un curso que se estaba preparando sobre el tema y solo se publicó en forma de libro en 1986. En segundo lugar, porque ignora los libros, textos y contribuciones de Moreno sobre el tema. Hay al menos decenas (si no cientos) de textos de Nahuel Moreno sobre la Revolución Cubana, la Revolución Portuguesa, la Angoleña, la Nicaragüense, el proceso revolucionario en Centroamérica, las revoluciones políticas en Hungría, Polonia, y un largo etcétera.

En el conjunto de estos textos se puede encontrar mucho, se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con Moreno, pero lo que es seguro es que en ellos no se plasma la idea de «cualquier revolución con cualquier dirección». Mucho menos la idea objetivista de que estos procesos avanzaban sin contradicciones a nuestro favor. Por el contrario, a la par del entusiasmo militante por el ascenso de las masas y los triunfos de sus luchas, Moreno siempre señala los límites y contradicciones de estos mismos procesos.

Moreno expresó en varias ocasiones en su obra que la dialéctica entre derrotas y victorias se invertía frente a la dialéctica que sustentaba la visión evolutiva de la socialdemocracia y el estalinismo, que decían que el camino del proletariado estaba lleno de derrotas que conducían al triunfo. Para Moreno, «mientras el proletariado no supere su crisis de dirección revolucionaria, no podrá derrotar al imperialismo mundial. Y todas sus luchas, como consecuencia de ello, estarán llenas de triunfos que nos llevarán inevitablemente a derrotas catastróficas» (Actualización del Programa de Transición). Es decir, victorias tácticas y grandes conquistas, pero que se convertirán en derrotas estratégicas si refuerzan el peso de las direcciones contrarrevolucionarias y no proletarias.

Sin embargo, al mismo tiempo, no hay ninguna posibilidad de superar a las direcciones contrarrevolucionarias confundiendo el movimiento de masas con sus direcciones, o las revoluciones con las direcciones que eventualmente las conduzcan.

Esto, sin embargo, no niega el hecho de que este libro, Revoluciones del siglo XX, en su afán por categorizar y didatizar varios momentos específicos de procesos concretos, realmente peca de esquematismo y simplificaciones que deben superarse. El libro, de hecho, no expresa la obra de Moreno sobre estos mismos procesos.

Otra cosa es la crítica hecha al curso de 1984, también sobre este tema, que fue transcrita y publicada como libro en 1992. Contrariamente a lo que expresa la FT, independientemente de la acertada o no de algunas o todas las críticas que Moreno hace a algunas de las tesis de la Revolución Permanente de Trotsky, nos parece sumamente correcta la forma abierta y la metodología con la que aborda el debate sobre la revolución permanente en esta escuela y sobre cómo actualizarla, sin esquematismos ni determinismos.

Sin miedo a llamar a las revoluciones por su nombre

La FT llamó a los grandes levantamientos árabes de principios de la década de 2010 «Primavera Árabe», pero nunca «revoluciones árabes».

En primer lugar, varias corrientes morenistas abusaron a menudo del concepto de revolución y, en este contexto, también del de «revolución democrática», transformando cualquier crisis del régimen o ascenso del movimiento de masas en revoluciones, y la caída de estos regímenes en revoluciones democráticas. Sin embargo, repetimos, esto es una caricatura del morenismo y no tiene nada que ver con el concepto acuñado por Nahuel Moreno, ni con los fenómenos políticos que él buscaba explicar.

Cuando Moreno llama revolución a un fenómeno, aplica el mismo contenido que Trotsky en su introducción a la Historia de la Revolución Rusa cuando dice: «La característica más indiscutible de la Revolución es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. Por lo general, el Estado, ya sea monárquico o democrático, domina la nación; la Historia la hacen los especialistas en la materia: monarcas, ministros, burócratas, parlamentarios, periodistas. Sin embargo, en los momentos decisivos, cuando un viejo régimen se vuelve intolerable para las masas, estas destruyen los muros que las separan de la arena política, derriban a sus representantes tradicionales y, al intervenir de esta manera, crean una posición de partida para un nuevo régimen. Si esto es bueno o malo, corresponde a los moralistas juzgarlo. En cuanto a nosotros, tomamos los hechos tal como se presentan en su desarrollo objetivo. La historia de una revolución, para nosotros, es inicialmente la narración de una irrupción violenta de las masas en los ámbitos donde se desarrollan sus propios destinos.

Es decir, para Moreno, al igual que para Trotsky y Lenin, la revolución es la acción de las masas, su irrupción en la historia, cuando crean una posición de partida para un nuevo régimen. No en vano Trotsky, a diferencia del MRT/FT, dice que «las revoluciones son imposibles hasta que se vuelven inevitables».

En el texto «Argentina: Una revolución democrática triunfante», Moreno intenta explicar precisamente por qué lo que está ocurriendo en Argentina es una revolución. Demuestra que el proceso argentino se desarrolla sin condicionamientos, sin control de la oligarquía y del ejército; que ha abierto una crisis en las fuerzas armadas, que ha habido una fuerte movilización popular y que esta fuerte movilización popular fue lo que precedió al derrocamiento del régimen y a la crisis en las fuerzas armadas.

Comparando con otros procesos de la propia Argentina, donde se había producido el paso de gobiernos reaccionarios, bonapartistas o semibonapartistas a gobiernos democráticos, Moreno observa que en la mayoría, si no en todos los casos anteriores, a pesar de haber más o menos movilizaciones populares, lo que ocurrió fue el control, la dosificación, el paso controlado por las instituciones burguesas. Una especie de «reforma» democrática.

Moreno observa, además, que puede haber otro ejemplo, que es que el propio régimen organice su sustitución, manteniendo los elementos centrales que lo componían, lo que él llamó Bismarkismo Senil. Una transición controlada desde arriba y manteniendo elementos centrales del régimen bonapartista.

Para Moreno, esta revolución democrática, que derriba un régimen dictatorial y hace surgir un régimen democrático, es por su composición social, obrera y popular, una revolución que objetivamente tiene un impulso anticapitalista y está directamente vinculada a la revolución socialista. Objetivamente, no hay un interregno entre una y otra, no es necesario esperar a consolidar las conquistas democráticas, al contrario, se debería comenzar inmediatamente a aprovechar las movilizaciones de las masas y las conquistas democráticas para llevar adelante la lucha por la revolución socialista, aunque su devenir, su desarrollo y continuidad tengan varias posibilidades, caminos y alternativas en disputa.

Y alerta sobre los problemas que surgen de esta victoria democrática, a la que llamará primero contrarrevolución democrática y luego reacción democrática, pero cuyo contenido es la política de la burguesía y del imperialismo, de buscar vaciar las movilizaciones y las luchas directas de los trabajadores, y con ello frenar la revolución, canalizando todo hacia las elecciones y los organismos e instituciones del régimen.

Moreno no defiende aquí la revolución por etapas. Constata que se ha iniciado una revolución que ha avanzado una fase y ha obtenido conquistas parciales, que serán utilizadas por la burguesía para que no sea permanente, para que se congele, para que se desvíe, para que retroceda; y para la necesidad de enfrentar la reacción democrática, de luchar por la permanencia de la revolución.

Obviamente, como toda revolución que no tiene al frente un partido revolucionario, este proceso tiende a ser desviado, congelado o derrotado en algún momento. Veamos, si no hubiera existido el Partido Bolchevique en Rusia, lo más probable es que la Revolución de Febrero se hubiera detenido ahí y retrocedido; o hubiera sido derrotada por Kornilov, o ahogada en el preparlamento (en este terreno, el libro Lecciones de Octubre, de Trotsky, publicado por Sundermann, es una lección contra la espera de «revoluciones puras», facilismos, determinismos y esquemas generales).

Sin embargo, otras revoluciones, como la cubana, por ejemplo, no se detuvieron en las tareas democráticas como la argentina, se detuvieron en la expropiación de su propia burguesía, pero, por falta de una dirección revolucionaria, proletaria y consecuente, se convirtieron en un freno para que las demás revoluciones latinoamericanas avanzaran hacia otras Cubas o nuevos Vietnam.

Al ver el proceso brasileño, en el que millones tomaron las calles en 1984, Moreno vaticinó que se estaba iniciando la revolución (democrática) brasileña, pensó que se había abierto una crisis revolucionaria y que los militares y la dictadura habían perdido el control del proceso, aunque evaluó que había sido un proceso menos profundo que el argentino, porque no puso en crisis completa a las Fuerzas Armadas, pilar del Estado burgués. No hubo una crisis revolucionaria ni un descontrol total, y Moreno se equivocó en eso. Pero, de hecho, se abrió allí un proceso mucho menos controlado que el de España, por ejemplo (que tenía una dirección de masas que firmó el Pacto de la Moncloa). En Brasil, por el contrario, ese momento no fue el comienzo del ocaso de un PC de masas y de la reconstrucción de un PSOE a manos de la burguesía, sino el surgimiento del único partido de masas con corte de clase de la posguerra, como constata Perry Anderson. El naciente PT votó en contra de la Constitución que salió de la Constituyente de 1988 (la más avanzada que ha tenido Brasil). El proceso acabó siendo controlado, las Fuerzas Armadas salieron intactas e incluso mantuvieron algunos vestigios autoritarios en la Constitución, que hoy marcan la diferencia, como vimos en el intento de golpe de Bolsonaro, casi 40 años después.

La transición brasileña no fue, sin duda, como la argentina. Pero eso no significa que haya sido una transición pactada desde arriba, sin más, preparada milimétricamente por los militares y la burguesía. Al contrario, los años que van de 1984 a 1989 son los que alcanzaron los índices más altos de participación directa de la clase obrera y del «pueblo» en la vida del país.

Moreno se equivoca al confundir, o dar a entender, que la situación prerrevolucionaria ya es revolucionaria y que se ha abierto una crisis revolucionaria. Pero tiene toda la razón sobre la dinámica de la lucha de clases en Brasil, y por eso fue capaz de armar la construcción de una de las organizaciones trotskistas más obreras y más arraigadas en un proceso objetivo e histórico de un país.

La situación prerrevolucionaria fue desviada por los mecanismos de la reacción democrática, pero con idas y venidas se cerró años después, con la participación decisiva del PT, que, del papel relativamente progresista que desempeñó en los años 80, pasó a desempeñar un papel totalmente contrarrevolucionario después de 1989, llegando a un pacto con Collor.

Errores de Moreno, errores nuestros (de la LIT y del PSTU) y errores de la FT/MRT

El texto de los compañeros del MRT/FT dice que «no vamos a la raíz» de nuestros errores, que ellos atribuyen a su interpretación de que Nahuel Moreno no defendería la teoría de la Revolución Permanente, sino la de la «Revolución Democrática», siendo, por lo tanto, etapista.

Por otro lado, dicen que Moreno habría escapado a la política de reacción democrática del imperialismo. Pero, como hemos dicho, no es cierto que Moreno no defienda la teoría de la Revolución Permanente, y también nos parece un desconocimiento de las obras de Moreno afirmar que se le escapó la política de reacción democrática del imperialismo (cuando ese término fue acuñado por él).

En la LIT-QI (y en el PSTU) consideramos que uno de los errores importantes de Moreno, contradictoriamente, provino de haber escapado a un hecho ante el cual, debemos decir, estaba teóricamente más preparado. Hasta la FT reivindica el libro La dictadura revolucionaria del proletariado, donde Moreno, en contra de Mandel, defiende que la burocracia no tiene una doble naturaleza y que la restauración del capitalismo debe partir de ella.

Moreno vivió un enorme ascenso de masas en América Latina, en el que levantó importantes partidos, sin descuidar procesos como la Revolución de los Claveles o el proceso de España. Pero Moreno no vio la restauración capitalista en China en 1978 ni en la URSS en 1986, a pesar de la gran elaboración y acierto teórico que tenía sobre este tema.

En la LIT evaluamos que uno de nuestros errores se remonta a las Tesis de 1985 y a un análisis histórico de la tercera etapa, en la que, supuestamente, se habría mantenido una correlación de fuerzas estable a escala mundial desde 1943 hasta 1989-1990.

En «Sobre las etapas», un texto votado en 2017 por la LIT-QI y al que se puede acceder en este enlace, https://archivoleontrotsky.org/view?mfn=23753, el lector puede acceder a la totalidad de esta evaluación, de la que reproducimos a continuación solo una parte, de forma muy resumida.

Sin embargo, hay un aspecto del que no fuimos conscientes hasta mucho tiempo después y que tuvo una importancia decisiva para el desarrollo de los acontecimientos: el giro restauracionista de la burocracia estalinista, primero en China, a partir de 1978, con las Cuatro Modernizaciones, y luego en la URSS, a partir de 1986, con la Perestroika.

A partir del momento en que la burocracia puso en marcha un plan consciente de restauración del capitalismo, su política exterior dejó de basarse en el mantenimiento del pacto de coexistencia pacífica del final de la Segunda Guerra Mundial para buscar, directamente, un pacto de integración, sin disfraces, al sistema mundial de Estados y a la división mundial del trabajo, dominados por el imperialismo.

Así, tras el viaje del entonces primer ministro de la República Popular China, Deng Xiaoping, a Washington en 1979, se produjeron dos hechos fundamentales: las inversiones de Coca-Cola y Boeing en China, que abrieron el camino a una ola generalizada de inversiones de las grandes transnacionales, y la invasión de Vietnam por parte del ejército chino, que actuó como apoyo directo al imperialismo estadounidense para estabilizar el sudeste asiático.

El «esfuerzo de modernización de la economía china» no era más que un plan consciente de destrucción de los pilares económicos del Estado obrero burocratizado. Ya no nos encontrábamos ante un Estado obrero, sino ante un Estado burgués al servicio directo de la restauración capitalista (El veredicto de la historia, Martín Hernández). «El boleto de entrada de China al orden capitalista mundial», que tuvo su pacto de sangre en la invasión de Vietnam, tuvo, de igual manera, otras expresiones, como la colaboración militar con el imperialismo en África (Angola) o el reconocimiento de la dictadura de Marcos en Filipinas y la de Pinochet en Chile.

El plan de restauración en la URSS, puesto en marcha con la Perestroika en 1986, pronto se reflejó también en la política exterior de la burocracia soviética, que emprendió una línea activa de normalización de las relaciones internacionales con el imperialismo estadounidense, que culminaría en los Acuerdos de Washington en 1987. La firma del Acuerdo de Esquipulas ese mismo año, que liquidó la revolución nicaragüense y centroamericana, fue una pieza importante de esta política.

La plena incorporación de millones de trabajadores chinos al mercado mundial no solo permitió a las grandes corporaciones imperialistas abaratar notablemente el costo de sus productos y aumentar sus ganancias, sino que también ejerció una presión decisiva a la baja sobre los salarios de los trabajadores de todo el mundo, tanto en los países imperialistas como en los semicoloniales.

Era el comienzo de la globalización, que inauguraba una nueva división mundial del trabajo, integrando a China y su enorme clase obrera al mercado mundial. El decálogo de la globalización se consagraría en 1988 en el conocido Consenso de Washington, que unificó a los organismos multilaterales imperialistas (FMI, Banco Mundial, etc.), definiendo las medidas del programa neoliberal: liberalización del comercio y de las restricciones a la inversión extranjera, recorte del gasto público, garantía del superávit primario para asegurar el pago de la deuda, privatizaciones generalizadas y desregulación del sistema financiero.

Una vez que la burocracia puso en marcha los planes de restauración capitalista, su acción cambió de naturaleza. Ya no se trataba de la continuidad de la vieja política contrarrevolucionaria para cumplir los pactos con el imperialismo, sino de una política directamente al servicio de su plena inserción en el mercado mundial imperialista. Si China ya no era un Estado obrero desde 1978, la invasión de Vietnam y el apoyo militar a la guerrilla contrarrevolucionaria angoleña ya eran actos de un Estado burgués restauracionista. A partir de 1986, la actuación de la burocracia rusa en los «conflictos regionales» de la «guerra fría» seguía el mismo patrón. Uno de los pilares del período iniciado en 1943, el pacto contrarrevolucionario entre el imperialismo y la burocracia, fue sustituido por un «nuevo pacto» de sumisión, que afectó por completo a los aparatos burocráticos que encabezaban los principales enfrentamientos en América Latina, África y Asia.

La contraofensiva liderada por Reagan y Thatcher, iniciada en los años ochenta, fue cosechando victorias por puntos que, combinadas con el giro restauracionista de la burocracia china en 1978 (y, más tarde, en 1986, de la rusa), logró importantes victorias del imperialismo que cambiaron la situación. Esto comenzó a invertir la curva descendente del final del boom, impulsó una recuperación de las tasas de ganancia y preparó el despegue de la década de 1990 (que incluyó la semicolonización, a través de la Unión Europea, de los países de Europa del Este, donde se había restaurado el capitalismo).

En este contexto, también subestimamos la fuerte derrota de la huelga minera británica a manos del gobierno de Margaret Thatcher. Esta derrota golpeó profundamente a una de las clases obreras más importantes de Europa y tuvo un fuerte impacto en todo el continente. Además, se produjo tras la grave derrota de los controladores aéreos en 1981 en Estados Unidos, al comienzo del mandato de Reagan.

Al no ver este proceso, considerábamos que incluso los ataques de Reagan y Thatcher tenían una validez limitada, restando importancia al factor clave de la crisis de dirección revolucionaria. Por otro lado, incluso si la situación fuera revolucionaria en América Latina, los resultados de la lucha siempre deben estar sujetos a pronósticos alternativos, ya que dependen de manera decisiva de la dirección política de las clases en lucha. Las Tesis de 1985 son unilaterales, Moreno muere en 1987 y el MAS elabora las Tesis objetivistas de 1990.

Nosotros, en la LIT, solo identificamos correctamente la restauración capitalista unos años después de la explosión del MAS, precisamente en 1995 (véase el libro Veredicto de la Historia). Lo que supuso un importante avance en nuestra elaboración.

Pero nos costó ver, además de otras cuestiones o límites importantes, todo el efecto del cambio en la división mundial del trabajo que se produjo en el mundo y el papel de exportador de materias primas, especialmente de América del Sur, y cómo esto (junto con los sucesivos «ajustes neoliberales») tendría profundas consecuencias estructurales en los países, en las clases sociales, etc.

Recientemente, en 2023, también con retraso, llegamos a la conclusión de que China es una potencia imperialista emergente, al igual que Rusia, la segunda potencia militar del planeta, es una potencia imperialista regional.

Y en Brasil, también con cierto retraso, estamos construyendo un programa de transición más concreto para el país, a partir de la actualización de los retos de la revolución permanente brasileña.

Creemos que la FT/MRT están más atrasados que nosotros en toda la elaboración sobre el mundo actual, lo que lleva a graves errores, como, por ejemplo, no defender una movilización democrática de la juventud cubana (y LGBTI) contra una dictadura capitalista, asociada a diversos imperialismos (excepto el estadounidense).

No somos arrogantes, ni consideramos que tenemos todas las respuestas. Al mismo tiempo, consideramos que nuestra dirección, y también las demás direcciones de todas las demás organizaciones que surgieron del morenismo, son muy inferiores a lo que fue Moreno en su época. Somos susceptibles de cometer muchos más errores y unilateralidades que Moreno. Eso no significa que nos conformemos con ello, al contrario. Pero nos tomamos muy en serio que debemos ser cada día más obreros, más marxistas y más internacionalistas. Y que, para ello, debemos ser capaces de afrontar nuestros errores y luchar por corregirlos.

Sin embargo, sinceramente, y con todo respeto, no creemos que baste con señalar, como hace la FT, que no estamos en una etapa (o como queramos llamarla) en la que no habrá «febreros expropiadores» y volver a la norma de Trotsky (que todos ya conocemos) para responder a los retos de nuestro tiempo. Hoy no vivimos en los años 50 y 60. Pero tampoco vivimos en los años 30 y 40. Defendemos la actualidad de la Revolución Permanente, como también lo hizo Moreno. Pero insistimos en que los esquemas, ya sean objetivistas o subjetivistas, como evaluamos que son las formulaciones del MRT/FT, no responden a la realidad y a la necesidad de forjar una dirección revolucionaria y obrera en los procesos tal y como se dan hoy, formulando un verdadero programa de transición para la realidad tal y como es.

Y creemos que las respuestas de la FT y del MRT a los principales retos que se plantean hoy en el mundo, especialmente a las revoluciones, son erróneas. La ambición de Moreno de responder de manera revolucionaria a la realidad, buscando construir partidos revolucionarios con influencia y capacidad de incidencia en el movimiento de masas, es nuestra ambición y un enorme reto.

3 – Nuestras polémicas sobre Palestina, Ucrania, las revoluciones árabes y Brasil

Para la FT, a diferencia de Lenin y Trotsky, no se puede hablar de revoluciones si las fuerzas pequeñoburguesas o incluso burguesas lideran la lucha de las masas, o si las fuerzas imperialistas intervienen en ellas. Con este criterio, no reconocieron las revoluciones árabes y tienen una postura abstencionista en los procesos revolucionarios.

Lenin decía: «Quien espere la revolución pura, nunca la verá. Será un revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución».

La FT trabaja con la concepción de la revolución pura y se abstiene de disputar el rumbo de las revoluciones reales, de los procesos revolucionarios que pueden tener innumerables desenlaces: ser aplastadas, derrotadas por puntos, obtener alguna victoria parcial o incompleta, o si tienen una dirección revolucionaria capaz de acertar en el proceso e influir en la mayoría de la vanguardia y las masas, pueden ser victoriosas.

La FT transforma la teoría de la Revolución Permanente en un dogma normativo. Si el proceso no se corresponde con el «modelo clásico», no es una revolución.

La LIT-QI reconoce que cometió un grave error en Egipto durante el proceso, del que hace autocrítica. Pero eso no niega que hubo una revolución en Egipto y también que Libia, Siria, Túnez, etc., vivieron un proceso revolucionario, y que era necesario estar con las masas en la revolución para disputar su dirección.

Por una Palestina libre desde el río hasta el mar

También consideramos erróneas las posiciones de la FT y del MRT sobre Palestina y sobre la guerra de Ucrania. En ambos procesos, la FT demuestra que tiene enormes dificultades para trabajar con las cuestiones democráticas. Y en Palestina, especialmente, en nuestra opinión, demuestra que no entiende la Teoría de la Revolución Permanente ni la metodología del Programa de Transición.

Nuestra controversia, desde la LIT, con la FT sobre Palestina queda muy bien reflejada en este artículo de Víctor Salay – https://litci.org/es/la-fraccion-trotskista-y-su-postura-en-la-guerra-de-gaza/, del que extraemos una parte para nuestro artículo.

Creemos que, en abstracto, todos estamos de acuerdo en formar parte de la Resistencia Palestina y, unidos en su campo militar, eso no implica acuerdo y apoyo político a la dirección de Hamás. Pero eso no quiere decir que cualquier crítica a Hamás sea válida.

Un aspecto que la FT critica duramente es la toma de prisioneros de guerra (mal llamados rehenes) por parte de los milicianos palestinos. Pero la crisis política en Israel, provocada por los familiares de los prisioneros, demuestra la utilidad política de este método.

Los compañeros argumentan que una de las principales razones de su crítica a los «métodos de Hamás» es que los consideran un gran obstáculo para la confraternización entre los palestinos y la clase trabajadora israelí. Y, aunque reconocen que la clase trabajadora israelí es mayoritariamente sionista y que desempeña un papel fundamental en la colonización y el régimen de apartheid, en apoyo de la limpieza étnica, afirman que la fraternización entre los palestinos y los trabajadores y la juventud israelíes es «la única posibilidad de emancipación para ambos pueblos».

El problema de esta tesis de FT es que el sionismo es, sobre todo, un Estado colonial y terrorista creado sobre el robo de las tierras de los palestinos y su limpieza étnica, un Estado con un sistema de apartheid. La mayoría de los israelíes, incluidos sus trabajadores, son una población que vino del extranjero y que vive en una tierra robada. El Estado de Israel es un enclave militar de EE. UU. en una región estratégica del mundo.

Una Palestina laica, democrática y no racista, desde el río hasta el mar, solo puede tener lugar sobre la destrucción del Estado de Israel (una formulación necesaria que no vemos en los textos de FT), como dice Peter Salay. Esto significa que solo habrá una minoría de judíos no sionistas que aceptarán convivir en paz e igualdad de derechos con los palestinos, en una Palestina laica, democrática y no racista.

La victoria sobre el Estado de Israel vendrá de la lucha del pueblo palestino, incluida la lucha armada, de la solidaridad activa de los pueblos de los países árabes e islámicos de la región (que deberán enfrentarse a sus cobardes burguesías) y de la solidaridad de los trabajadores y la juventud del resto del mundo. Por supuesto, la colaboración de una pequeña minoría israelí antisionista será sin duda relevante, pero defender que la confraternización es «la única posibilidad de emancipación de ambos pueblos» es un grave error.

Igual o más grave es el rechazo de FT a defender la consigna «Palestina laica, democrática y no racista, desde el río hasta el mar». FT no se siente cómoda con esta consigna histórica y central del trotskismo ante el conflicto palestino y la ha sustituido por una «Palestina obrera y socialista».

Los compañeros de la FT piensan que defender la consigna «Palestina laica, democrática y no racista, desde el río hasta el mar» equivale a defender una «etapa democrática» y renunciar al carácter socialista de la revolución palestina. Pero se equivocan totalmente, porque esta consigna es actualmente la principal consigna del programa para la revolución socialista en Palestina y en toda la región.

En lugar de integrar este lema en un programa de transición, de combinarlo con demandas económicas y sociales, transitorias y socialistas, y de dar una dimensión regional e internacional a la revolución palestina (que culmina en la lucha por una federación socialista de Oriente Medio y el norte de África), la FT lo sustituye por una «Palestina obrera y socialista». Esto representa un ultimátum sectario que impide construir la unidad y la lucha de las masas palestinas, de la región y la unidad de estas con las masas pro palestinas de todo el mundo y, también, con la pequeña y valiente minoría judía israelí antisionista. Equivale a imponerles como condición que estén de acuerdo con una Palestina obrera y socialista, en lugar de dar pasos juntos y conducirlos por el camino de la revolución socialista a partir de la lucha común por una Palestina democrática, laica y no racista, desde el río hasta el mar. En realidad, esta posición de FT refleja una profunda incomprensión de lo que significa la revolución permanente y choca con la metodología del Programa de Transición.

Trotsky dice en el Programa de Transición que en los «países atrasados» tenemos que «combinar la lucha por las tareas más elementales de la independencia nacional y la democracia burguesa con la lucha socialista contra el imperialismo mundial». Y añade: «Las demandas democráticas, transitorias y las tareas de la revolución socialista no están separadas en épocas históricas distintas, sino que surgen inmediatamente unas de otras».

Trotsky aplicó esta misma metodología en España a principios de los años treinta, en plena lucha contra la monarquía, cuando escribía a los trotskistas españoles llamándoles a ponerse al frente de la lucha por las reivindicaciones democráticas: «No comprender esto sería cometer la mayor falta sectaria. Al poner en primer plano las consignas democráticas, el proletariado no quiere decir con ello que España vaya hacia la revolución burguesa. Solo los pedantes fríos, llenos de fórmulas rutinarias, podrían plantear así la cuestión».

Ucrania

Nadie puede negar la intervención de Estados Unidos y la Unión Europea en la guerra de Ucrania, así como el carácter proimperialista y antiobrero de Zelensky. Pero el problema es que eso no elimina el hecho de que nos enfrentamos a una guerra de agresión nacional de la segunda potencia militar del mundo contra una nación semicolonial a la que quiere someter por la fuerza.

Una guerra cuyo objetivo es el control militar, económico y político de un país que tiene recursos que Putin considera esenciales para su proyecto imperialista de la Gran Rusia, inspirado en el antiguo imperio zarista. Estamos ante una guerra justa de liberación nacional contra un imperialismo regional y su ejército invasor.

Los revolucionarios deben, por lo tanto, estar incondicionalmente en el campo militar de Ucrania y luchar por la victoria militar de la nación oprimida e invadida, sin que esto implique ningún tipo de apoyo político a Zelensky ni a la OTAN. Por el contrario, hay que denunciar sus planes y maniobras y trabajar por la organización independiente del proletariado ucraniano frente a Zelensky, la OTAN, la UE y el FMI.

Pero este enfrentamiento político con Zelensky, y por la independencia política y organizativa del proletariado ucraniano, debemos llevarlo a cabo, estando en el campo militar, como «los mejores soldados contra Putin». No es posible desenmascarar a la OTAN ni a Zelensky fuera de las trincheras ucranianas, o con una postura de «ni-ni».

La FT denuncia la guerra de Ucrania como una guerra reaccionaria desde el principio, como una guerra interimperialista (o una «guerra por poder» de EE. UU. y la UE/OTAN contra la Rusia de Putin), como si no existiera una guerra justa de liberación nacional. Hasta el punto de oponerse a la entrega de armas a Ucrania.

Incluso hizo campaña en Europa en defensa de «ningún tanque para Ucrania». Son cosas muy diferentes el envío de tropas imperialistas, a lo que todo el mundo debe oponerse frontalmente, y el envío de armas a los combatientes de una guerra justa. Putin debe de haber agradecido la campaña del FT. Ni la UE ni EE. UU. entregaron las armas necesarias para la defensa de Ucrania.

Esto queda aún más claro ahora, con la intervención de Trump y Estados Unidos a favor de Putin y de una «paz con anexiones». Para profundizar en esta cuestión, recomendamos el artículo https://litci.org/es/la-fraccion-trotskista-el-contraste-entre-gaza-y-ucrania.

Brasil 2016: no hubo golpe

El MRT reproduce la narrativa del PT de que se produjo un «golpe» en Brasil en 2016, cuando Dilma Rousseff fue sometida a un proceso de destitución (un mecanismo del régimen democrático burgués para cambiar gobiernos y evitar una crisis mayor del régimen).

El MRT se suma al PT y al PSOL y calumnia al PSTU como partidario de un golpe en Brasil. Lo que el MRT no hace es explicar la realidad de Brasil en su totalidad. Al omitir partes centrales de la historia, ayuda a salvar la imagen del PT, que gobernó el país durante 14 años ininterrumpidos, en el marco del Consenso de Washington.

¿Qué omite el MRT en su narrativa y en su análisis? En primer lugar, que la clase obrera y la clase trabajadora se volvieron definitivamente contra Dilma porque su gobierno promovió un verdadero fraude electoral. Después de prometer, en la campaña electoral de 2014, que no retiraría derechos «ni aunque la vaca tosa», nombró a un ministro banquero para aplicar el proyecto neoliberal que exigía la burguesía, retirando derechos laborales (a lo que se sumaron las denuncias de corrupción). Más del 80 % de la clase obrera, especialmente del sur y el sureste, se volvió contra el gobierno, al igual que la mayor parte de la clase trabajadora. El gobierno de Dilma se convirtió en uno de los más impopulares de la historia del país, cayendo a solo un 6 % de popularidad. Los sectores medios salieron a las calles en 2015 bajo la dirección de los liberales contra Dilma (aunque no por la agenda de los liberales; la mayoría estaba en contra de las privatizaciones y a favor de los servicios públicos). La derecha bolsonarista, con un 1,5 % de apoyo y muy minoritaria, también se sumó a las manifestaciones (lo que ya había hecho de otra manera en 2013).

La mayoría de la burguesía, que al principio estaba en contra de la destitución, se decantó mayoritariamente a favor de la misma, para sustituir a Dilma por su vicepresidente, del MDB, Michel Temer, en la medida en que Dilma perdió la capacidad de seguir aplicando todas las recetas que quería. El PSTU se opuso al juicio político, porque significaría derrocar a un gobierno de colaboración de clases para poner en su lugar a un gobierno democrático burgués por acción del parlamento, y así se lo dijo a los trabajadores; pero coincidimos con los trabajadores en que ese gobierno era muy malo y que tendríamos que movilizarnos para derrocar a todos, incluido el vicepresidente, y permitir, como mínimo, nuevas elecciones.

Temer (MDB), el vicepresidente de Dilma (PT), por cierto, no fue elegido evidentemente por el PSTU, sino por el PT. Y como dice el refrán popular, «el jabuti no se sube a los árboles, si alguno está encima de uno es porque alguien lo ha puesto allí».

El juicio político, las maniobras parlamentarias e incluso la lucha judicial están dentro de las reglas del régimen democrático burgués. No hubo ningún golpe, por lo que al MRT le resulta difícil explicar cómo, después de un golpe (¿suave?), la correlación de fuerzas, en lugar de retroceder, avanza. ¿Cómo explica el MRT la mayor huelga general de Brasil en 2017, después de la gran derrota impuesta por «un golpe»? Resulta que el MRT utiliza la misma narrativa que el PT de que Bolsonaro es producto del «golpe de 2016».

Pero, en realidad, Bolsonaro, si desde el punto de vista histórico es producto de más de 20 años de gobiernos del PSDB y del PT y de la decepción con el PT, desde el punto de vista específico de la coyuntura, es producto directo de la no continuidad de la huelga general de 2017, por responsabilidad de la burocracia sindical y especialmente de la CUT y del PT.

Esta narrativa de que el impeachment es un golpe y de atribuir esencialmente a un movimiento reaccionario la crisis del gobierno de Dilma, además de todo lo demás, no ayuda a armar correctamente a la vanguardia y a la clase trabajadora para cuando aparece en realidad un verdadero proyecto golpista y un verdadero intento de golpe, como fue el intento bolsonarista del 8 de julio.

Más impresionante aún es que no pueda explicar por qué el PT se lleva tan bien con tantos supuestos «golpistas», como Renan Calheiros (MDB) o Geraldo Alckmin, actual vicepresidente de Lula (ex PSDB, hoy PSB) y tantos otros, que hoy forman parte de su gobierno.

4 – Porque somos morenistas

Ser morenista no significa repetir fórmulas prefabricadas ni negar los errores que se hayan cometido. Significa reivindicar un método antidogmático profundamente arraigado en el marxismo revolucionario, que parte de la realidad viva de la lucha de clases para formular el programa y la política. Esta herencia es lo contrario del formalismo que caracteriza a la FT.

La FT dice que supera dialécticamente a Moreno, porque reivindica dos de sus obras, La dictadura revolucionaria del proletariado y La traición de la OCI (publicada en Brasil por la editorial Sundermann con el nombre de «Los gobiernos de Frente Popular en la historia»).

Son dos grandes libros, pero no son las únicas elaboraciones de Nahuel Moreno que reivindicamos. Moreno fue, desde nuestro punto de vista, el trotskista de la posguerra que no cedió al revisionismo y que mejor respondió a la realidad de su tiempo. Creemos que prescindir de las «4 tesis sobre la colonización española y portuguesa de América», por ejemplo, implica un déficit muy importante para comprender América Latina.

Dejar de lado el «Morenazo», editado en Brasil con el título «El Partido y la Revolución», es prescindir de conocer y estudiar no solo un análisis marxista de numerosos países de América Latina en los años 70 y toda la polémica con el mandelismo sobre su capitulación ante el guerrillero, sino, sobre todo, dejar de tener acceso a una lección sobre política y sobre la metodología del programa de transición. Una visión dialéctica en la que las tareas mínimas, democráticas y transitorias no cumplen ese papel en sí mismas, independientemente de las circunstancias, sino que «las tareas mínimas pueden cumplir un papel transitorio y las tareas transitorias pueden tener un papel mínimo», dependiendo de la lucha de clases. En este libro, Moreno también comete algunos errores. Al inclinarse por la polémica política (el libro es un documento del Congreso), pone un énfasis equivocado en las consignas para la acción y presenta una visión limitada del papel de la teoría y la propaganda. Sin embargo, estos errores no invalidan el libro y se corrigen en «La traición de la OCI» («Los gobiernos de Frente Popular en la Historia», Editorial Sundermann, Brasil). Ambos libros juntos constituyen una importante lección sobre la metodología del programa de transición y sobre cómo hacer política.

Las escuelas de Moreno, o libros como Revolución y Contrarrevolución en Portugal, confirman un trabajo nada esquemático, en el que la revolución permanente se aplica en los procesos revolucionarios no como un dogma. Preocupado por intervenir en la realidad y construir partidos revolucionarios con capacidad de incidir en el curso de los acontecimientos y de la historia. Y también en construir una Internacional revolucionaria, precisamente porque la revolución permanente choca frontalmente con la teoría estalinista del socialismo en un solo país.

Moreno no era en absoluto alguien que creyera tener una receta o un esquema en el que encajar la realidad. No operaba con un esquema objetivista ni subjetivista. Ante todo, Moreno, con aciertos y errores, siempre buscó comprender e intervenir concretamente en las revoluciones reales.

Para estar a la altura de nuestro tiempo, del mismo modo que debemos volver a Marx, Lenin y Trotsky, también debemos aprender de Moreno.

Incluso aquellos que nos consideramos morenistas, y le debemos el tributo de nuestra existencia, estamos muy lejos de superar su capacidad para responder al mundo de hoy, como él, con aciertos y errores, respondió a su tiempo.

Pero reivindicando a Moreno y siendo morenistas, no dejaremos de criticar o actualizar a Moreno, porque él también lo haría.

Y sí, tratando de no caer en un esquema subjetivista inverso, hay que alejar los rasgos de objetivismo que, repetimos, no marcan la totalidad de la obra de Moreno ni su actuación en momentos específicos de los procesos.

El reto que tenemos ante nosotros es el mismo que orientó la vida de Moreno: construir partidos revolucionarios arraigados en la clase, capaces de intervenir en las revoluciones reales y de disputar su dirección hasta el final.

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