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TEORÍA

Lenin sobre la guerra

noviembre 14, 2024

Publicamos el prefacio del nuevo tomo de las obras escogidas de Lenin publicadas por la LIT y la Editora Lorca.

Por Alicia Sagra

Las guerras, y la política frente a ellas, fue una permanente preocupación en la vida de Lenin y, a partir de 1914 fue aspecto central de su elaboración programática y política. Su producción fue tan intensa (documentos, artículos, discursos) que nos hemos visto obligados a dividir este Tomo 3, Lenin y las Guerras, en dos volúmenes. La selección de textos que presentamos es publicada en orden cronológico y comprende de 1900 a 1922.

Estudiando estos textos, podemos hablar de cuatro momentos:  el que va de 1900 a 1914, en donde Lenin hace centralmente la denuncia de los objetivos colonialistas de las potencias imperialistas en relación con las guerras regionales, como las de China y Persia; el que va de 1914 a 1917, donde la denuncia de la guerra imperialista, de los socialistas que se vuelven socialchovinistas, y el llamado a convertir la guerra imperialista en guerra civil contra los gobiernos, pasa a ser un centro de su política; el que va de 1917 a 1918, cuando la política hacia la guerra está estrechamente ligada a su política y propuestas programáticas para la revolución rusa y, por último, el período entre 1918 y 1922, donde todo se centra en torno a la guerra civil y la defensa del Estado obrero soviético.

Hoy, a 100 años de la muerte del máximo dirigente de la revolución rusa, cuando estamos frente a dos grandes enfrentamientos bélicos de repercusión mundial: la guerra genocida de Israel sobre Palestina y la de Ucrania, se hace muy necesario precisar cuál fue la política de Lenin sobre las guerras. Sobre todo, cuando se ven políticas totalmente contrapuestas, presentándose todas ellas como leninistas.

El carácter de las guerras

Un aspecto central en Lenin, que es repetido una y otra vez a lo largo de sus trabajos, es que no todas las guerras son iguales y que es necesario definir su carácter para poder tener una política correcta frente a ellas.

El esclarecimiento del carácter de la guerra es, para un marxista, premisa indispensable que permite resolver el problema de su actitud ante ella. Mas, para esclarecerlo, es necesario, ante todo, determinar cuáles son las condiciones objetivas y la situación concreta de la guerra de que se trata. Hay que situar esta guerra en las condiciones históricas en que transcurre. Sólo entonces se puede determinar la actitud ante ella. Porque de otro modo resultará un enfoque ecléctico, y no materialista, del problema.

En consonancia con la situación histórica, con la correlación de las clases, etc., la actitud ante la guerra debe ser distinta en momentos diferentes. Es absurdo renunciar por principio, de una vez para siempre, a participar en la guerra.[1]

Lenin analiza el carácter de las guerras, de fines del siglo XVIII y de todo el siglo XIX, que acompañaron la creación de Estados nacionales.

Si bien las guerras nacionales fueron una característica de una época anterior en el desarrollo del capitalismo, eso no significa que no se puedan dar también en la época imperialista, de ahí la importancia de definir el carácter de cada guerra antes de actuar.

Diferimos también de ellos [los pacifistas] porque reconocemos plenamente que las guerras civiles, es decir, las guerras llevadas a cabo por la clase oprimida contra la clase opresora –las guerras de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes, de los asalariados contra la burguesía– son legítimas, progresivas y necesarias. Diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que nosotros, los marxistas, reconocemos la necesidad de un estudio histórico (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) de cada guerra por separado. En el curso de la historia ha habido muchas guerras que, a pesar de los horrores, ferocidades, calamidades y sufrimientos que toda guerra acarrea inevitablemente, fueron progresivas, es decir, favorecieron el progreso del género humano, contribuyendo a destruir las instituciones más nocivas y reaccionarias (…) Si, por ejemplo, mañana Marruecos declarase la guerra a Francia, la India a Inglaterra, Persia o China a Rusia, etc., estas guerras serían guerras «justas», guerras «defensivas» cualquiera que fuese el país que atacara primero, y todo socialista desearía la victoria de los Estados oprimidos, dependientes, de derechos mermados, en la lucha contra las «grandes» potencias opresoras, esclavizadoras, expoliadoras[2].

Esa precisión, sobre la posibilidad de guerras nacionales en la actualidad, es muy importante para caracterizar y tener política frente a la actual guerra de Ucrania. Gran parte de la izquierda mundial sostiene que se trataría de una guerra entre Rusia y la OTAN, por lo que su planteo central es “NO a la guerra”.  Pero, siguiendo las enseñanzas de Lenin, de primero caracterizar la guerra en cuestión, es indudable que se trata de una invasión de Rusia, una potencia militar cualitativamente superior, sobre Ucrania, un país que, salvo en el período en que Lenin estuvo al frente del Estado obrero, ha sufrido históricamente la opresión rusa, primero durante el imperio zarista y después por la burocracia estalinista. Por lo tanto, se trata de una guerra de liberación nacional, de “las guerras justas y necesarias” de las que habla Lenin, independientemente de lo reaccionario que sea su gobierno. A partir de ahí, no puede haber dudas sobre la política a tener: sin depositar ninguna confianza en Zelenski, denunciándolo por sus planes antiobreros, los revolucionarios deben estar junto a Ucrania hasta derrotar la invasión rusa, exigiendo armas para lograr ese objetivo.

Por supuesto que el imperialismo interviene, no podía ser de otra manera dada la magnitud del conflicto. Lenin muestra cómo el imperialismo intervino incluso en la revolución rusa de febrero de 1917, pero eso no cambió el carácter de la revolución, ni cambia ahora el carácter de la guerra en Ucrania.

Algo parecido podemos decir de la política a tener frente a la guerra genocida de Israel contra Palestina. En este caso, la totalidad de la izquierda se ubica del lado de Palestina y contra Israel. Pero hay sectores importantes que, junto con eso, repudian el ataque armado del 7 de octubre de 2023, efectuado por Hamas. Eso no tiene nada que ver con la política leninista. Palestina viene sufriendo, desde hace 76 años, un colonialismo genocida, y tiene todo el derecho de enfrentar esa situación con todos los recursos de que disponga. Como dice Lenin: “estas guerras serían guerras «justas», guerras «defensivas», cualquiera que fuese el país que atacara primero”.  Y esto es así, a pesar de todas las diferencias políticas y programáticas que tengamos con la dirección de ese proceso.

La Primera Guerra Mundial

A partir de ese estudio de “las condiciones objetivas y la situación concreta de la guerra de que se trata” el Congreso de la II Internacional de 1912, realizado en Basilea, Suiza, definió la guerra que se estaba preparando como guerra imperialista y, a partir de ahí, la posición de los socialistas: lucha contra la guerra, si la guerra se declara, ningún apoyo a los gobiernos, impulsar acciones revolucionarias en el camino de la revolución socialista. Lenin cita incansablemente esa resolución y la ratifica totalmente.

El franco carácter anexionista, imperialista, reaccionario y esclavizador de esta guerra está reconocido con meridiana claridad en el Manifiesto [de Basilea], que ha hecho una deducción ineludible: La guerra no puede ser «justificada con el mínimo pretexto de interés nacional de ninguna índole»; se prepara «en aras de las ganancias de los capitalistas y ambiciones dinásticas»; por parte de los obreros será «un crimen disparar los unos contra los otros». 

Es una guerra entre bandidos por el reparto del botín, por el sojuzgamiento de otros países. La victoria de Rusia, Inglaterra y Francia será la asfixia de Armenia, Asia Menor, etc., lo cual está dicho en el Manifiesto de Basilea. La victoria de Alemania será la asfixia de Asia Menor, Serbia, Albania, etc. ¡Eso está dicho allí mismo y reconocido por todos los socialistas! ¡Son falsas, hipócritas y carecen de sentido todas las frases que se digan sobre la guerra defensiva o la defensa de la patria por parte de las grandes potencias![3]

A partir de 1914, una y otra vez, en documentos, artículos, panfletos, conferencias, Lenin insiste en el carácter imperialista de la guerra, en el llamado a cumplir con el Manifiesto de Basilea, transformando la guerra imperialista en guerra civil, y denunciando a los dirigentes socialistas que rompieron con ese Manifiesto y se pasaron del lado de sus burguesías y sus gobiernos.

El lector podrá apreciar cómo, a partir de estos textos sobre la guerra, se puede ver el pensamiento de Lenin sobre diferentes aspectos de la realidad. Es a partir de la guerra que precisa su definición sobre el oportunismo y el centrismo y, a partir de ahí, el nuevo tipo de partido que se debía construir, así como la urgente necesidad de la construcción de una nueva Internacional. Y es también a partir de la guerra que Lenin modifica su propuesta de poder frente a la revolución rusa, llegando a la conclusión de que la “dictadura democrática de obreros y campesinos” ya se había dado a través del doble poder ejercido por los soviets de obreros y campesinos. Que el gobierno provisional iba a continuar con la guerra imperialista, por lo que, para garantizar la paz, el pan y la tierra, era necesario que los soviets tomasen el poder imponiendo la dictadura del proletariado. Que lo que estaba planteado era la república de los soviets y no la república democrática burguesa, acercándose así a la posición de Trotsky y su teoría de la Revolución Permanente.

La lectura de estos textos, también permite precisar la posición de Lenin sobre el parlamentarismo, sobre el papel de las mujeres en la revolución, sobre la relación del trabajo legal e ilegal, sobre cómo encarar las actividades de unidad de acción, cómo realizar la unidad de los revolucionarios, y cómo encarar las diferencias dentro del partido.

El oportunismo

Su política contra la guerra imperialista y por la transformación de esta en guerra civil, la desarrolla a través de una intensa batalla contra el oportunismo defensista que se apoderó de la II Internacional, explicando cómo surgió y cuál es su base económica social y su contenido político.

El carácter relativamente «pacífico» del período comprendido entre 1871 y 1914 alimentó el oportunismo, primero como estado de ánimo, luego como tendencia y, por último, como grupo o sector formado por la burocracia obrera y los compañeros de viaje pequeñoburgueses (…)¿Cuál es la esencia económica del defensismo en la guerra de 1914-1915? La burguesía de todas las grandes potencias hace la guerra para repartir y explotar el mundo, para oprimir a los pueblos. A un reducido grupo de la burocracia obrera, la aristocracia obrera y los compañeros de viaje pequeñoburgueses pueden tocarle algunas migajas de las grandes ganancias de la burguesía. El socialchovinismo y el oportunismo tienen el mismo trasfondo de clase: la alianza de un pequeño sector de obreros privilegiados con «su» burguesía nacional, contra las masas de la clase obrera; la alianza de los lacayos de la burguesía con esta última contra la clase que ella explota (…) El contenido político del oportunismo y del socialchovinismo es el mismo: colaboración entre las clases, renuncia a la dictadura del proletariado, renuncia a las acciones revolucionarias, aceptación incondicional de la legalidad burguesa, falta de confianza en el proletariado y confianza en la burguesía (…) El socialchovinismo es el oportunismo consumado. Ya está maduro para una alianza franca, y a menudo vulgar, con la burguesía y los Estados Mayores Generales. Esta alianza, precisamente, le da gran fuerza y un monopolio de la prensa legal y del engaño de las masas. Es absurdo seguir considerando el oportunismo como un fenómeno interno del partido (…) La guerra suele ser útil para poner al descubierto lo que está podrido y descartar los convencionalismos.[4]

Y, como conclusión de lo que ha llegado a ser el oportunismo, explica una y otra vez lo equivocado que es llamar a la unidad de los socialistas, ya que se necesita un nuevo tipo de partido, acorde con la época imperialista.

El partido socialista tipo, de la época de la II Internacional, era un partido que toleraba en sus filas el oportunismo, que se fue acumulando de modo creciente a lo largo de los decenios del período «pacífico», pero que se mantenía en secreto, adaptándose a los obreros revolucionarios, tomando de ellos su terminología marxista y evitando toda clara delimitación en el terreno de los principios. Este tipo de partido ha caducado.[5]

La época imperialista no tolera la coexistencia en un mismo partido de los elementos de vanguardia del proletariado revolucionario y la aristocracia semi pequeñoburguesa de la clase obrera, que se beneficia con las migajas de los privilegios proporcionados por la condición «dominante» de «su» nación. La vieja teoría de que el oportunismo es un «matiz legítimo» dentro de un partido único es ajeno a los «extremismos», se ha convertido hoy en día en el engaño más grande de la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento obrero.[6]

El centrismo

No son menores los ataques de Lenin al centrismo, al que responsabiliza por la derrota en la II Internacional, y centra su batalla contra Kautsky, quien pasó a ser un renegado del marxismo, después de haber sido la mayor autoridad de la Internacional Socialista, y quien, por haber sido lo que fue, conserva aún gran influencia sobre las masas obreras.

Lenin plantea que los socialchovinistas (los oportunistas) son nuestros enemigos de clase, son burgueses dentro del movimiento obrero. Son los sectores objetivamente sobornados por la burguesía con mejores salarios, cargos honoríficos, etc., mientras el “centro” lo forman los elementos rutinarios, corroídos por la podrida legalidad, por el parlamentarismo, y que, considerados histórica y económicamente, no representan una capa social específica, pero que sin embargo, son más peligrosos que los oportunistas.

El oportunismo franco, que provoca la repulsa inmediata de la masa obrera, no es tan peligroso ni perjudicial como esta teoría del “justo medio”, que exculpa con palabras marxistas la práctica del oportunismo, que trata de demostrar con una serie de sofismas lo inoportuno de las acciones revolucionarias, etc. Kautsky, el representante más destacado de esta teoría y, a la vez, la figura de mayor prestigio de la II Internacional, se ha revelado como un hipócrita de primer orden y como un virtuoso en el arte de prostituir el marxismo.[7]

En su lucha contra el centrismo, Lenin llama a los partidos a no subordinarse a la legalidad.

Sin renunciar en ningún caso ni circunstancia a aprovechar para la organización de las masas y la propaganda del socialismo la más pequeña posibilidad legal, los partidos socialdemócratas deben romper con el servilismo ante la legalidad. «Disparen ustedes los primeros, señores burgueses», escribía Engels, haciendo alusión precisamente a la guerra civil y a la necesidad para nosotros de infringir la legalidad después de que la burguesía la hubiese violado. (…) Considerar compatible la pertenencia al partido socialdemócrata con la negación de los métodos ilegales de propaganda y con la burla contra estos métodos en la prensa legal es traicionar al socialismo.[8]

Como parte de ese combate, analiza el papel de los parlamentarios. Destaca con orgullo la actuación de los tres parlamentarios del PSODR (bolchevique) que fueron apresados y deportados a Siberia por denunciar el carácter imperialista de la guerra, y concluye:

Hay parlamentarismo y parlamentarismo. Unos utilizan la tribuna parlamentaria para hacer méritos ante sus gobiernos o, en el mejor de los casos, para lavarse las manos, como el grupo de Chjeídze[9]. Otros utilizan el parlamentarismo para ser revolucionarios hasta el fin, para cumplir su deber de socialistas e internacionalistas incluso en las circunstancias más difíciles. La actividad parlamentaria de los unos conduce a los sillones ministeriales; la actividad parlamentaria de los otros conduce a la cárcel, el destierro, a trabajos forzados. Los unos sirven a la burguesía; los otros, al proletariado. Los unos son socialimperialistas. Los otros, marxistas revolucionarios.[10]

La nueva Internacional

A partir de esas conclusiones sobre lo que ha llegado ser el oportunismo y sobre la necesidad de un nuevo tipo de partido que se corresponda con la nueva época, Lenin desarrolla una gran campaña por la construcción de la III Internacional, que se combina estrechamente con la lucha contra la guerra imperialista.

La II Internacional cumplió su cometido, realizando una útil labor preparatoria para la previa organización de las masas proletarias dentro de la larga época «pacífica», de la más cruel esclavitud capitalista, y del más rápido progreso capitalista del último tercio del siglo XIX y de comienzos del XX. ¡La III Internacional tiene ante sí la tarea de organizar las fuerzas del proletariado para la ofensiva revolucionaria contra los gobiernos capitalistas, para la guerra civil contra la burguesía de todos los países por el poder político y por la victoria del socialismo![11]

En pos de esa batalla por la Internacional, realiza un fuerte combate contra el centrismo, y llama la atención la dureza con la que polemiza con los que considera “internacionalistas inconsecuentes” por alimentar expectativas con el centro. 

Él veía a la oposición alemana como los aliados fundamentales para construir la III Internacional, y, aún así, le hace duras críticas por su indefinición frente al centrismo, como fue el caso del Manifiesto que firmaron en la Conferencia de Mujeres de 1915:

Es muy comprensible que la oposición alemana deba aprovechar también en su difícil lucha contra las «instancias» esta protesta sin principios del kautskismo. Pero la piedra de toque para todo internacionalista debe seguir siendo la actitud hostil al neokautskismo. Sólo son verdaderos internacionalistas quienes luchan contra el kautskismo y comprenden que el «centro», aun después del aparente viraje de sus jefes, continúa siendo, desde el punto de vista de los principios, el aliado de los chovinistas y de los oportunistas (…) En las conferencias internacionales no podemos limitar nuestro programa a lo que es aceptable para estos elementos, pues de otro modo nosotros mismos caeríamos prisioneros de esos pacifistas vacilantes. Así sucedió, por ejemplo, en la Conferencia Internacional de Mujeres de Berna, donde la delegación alemana, que sostenía el punto de vista de la camarada Clara Zetkin, desempeñó en realidad el papel de «centro».[12]

Durante todo el período de 1914-1915, fue especialmente duro con Martov y con Trotsky. El periódico Golos, editado en Francia por los dos dirigentes rusos, hace repetidos llamados a la unidad de los internacionalistas para luchar contra los socialchovinistas. Lenin responde que, para llegar a un acuerdo, antes tienen que definir con claridad sus relaciones con el centrismo.

Pero, si bien la polémica era muy dura, las diferencias con Trotsky no tienen nada que ver con que lo considerara parte de los socialtraidores (como afirman varias de las notas de los editores rusos de las Obras Completas). Ante una pregunta sobre si no eran exageradas sus críticas a Trotsky, Lenin responde:

Sí, por supuesto, “hay cierta exageración”, pero no por parte mía, sino de Souvarine. Pues yo nunca tildé de chovinista la posición de Trotsky. Lo que yo le reproché fue el haber representado con demasiada frecuencia la política del “centro” en Rusia (…) Después de romper con el partido de Martov, [Trotsky] continúa acusándonos de ser escisionistas. Poco a poco se desplaza hacia la izquierda y propone incluso romper con los dirigentes socialchovinistas rusos, pero no ha dicho en forma definida si desea la unidad o la ruptura con la fracción de Chjeídze.[13]

La otra diferencia con Trotsky es que éste no asumía la política del “derrotismo revolucionario”, es decir, transformar la guerra imperialista en guerra civil.

La participación en la Conferencia de Zimmerwald fue parte de esa batalla por la nueva Internacional. En esa conferencia, Lenin estaba en total minoría, la mayoría era pacifista. Ahí da una gran batalla por sus posiciones, aunque acaba firmando el Manifiesto redactado por Trotsky y apoyado por la mayoría. Justifica su posición diciendo:

¿Debía nuestro Comité Central haber firmado un manifiesto que adolece de inconsecuencia y timidez? Creemos que sí. De nuestro desacuerdo –del desacuerdo no sólo del Comité Central, sino de toda la parte izquierdista, internacional, marxista revolucionaria de la Conferencia– se ha hablado francamente tanto en la resolución especial como en el proyecto especial de manifiesto y en la declaración especial con motivo de la votación en pro de un manifiesto de compromiso. No hemos ocultado ni un ápice de nuestras opiniones, consignas o táctica. En la Conferencia se repartió la edición alemana del folleto “El socialismo y la guerra”. Hemos divulgado, divulgamos y divulgaremos nuestras opiniones no menos de lo que se divulgará el Manifiesto. Es un hecho que este Manifiesto da un paso adelante hacia la lucha auténtica contra el oportunismo, hacia el rompimiento con él, y la separación de él.[14]

Trotsky describe así esa batalla:

Costó un gran trabajo hacer que se aviniesen a un manifiesto colectivo esbozado por mí, el ala revolucionaria, representada por Lenin, y el ala pacifista, a la que pertenecía la mayoría de los delegados (…) Lenin se mantenía en la extrema izquierda. Frente a una serie de puntos estaba solo (…) Yo no me contaba formalmente entre la izquierda, aunque estaba identificado con ella en lo fundamental. Lenin templó el acero para las empresas internacionalistas que había de acontecer, y puede decirse que en aquel pueblito de la montaña suiza fue donde se puso la primera piedra para la internacional revolucionaria.[15]

Esa intransigencia, sobre cómo encarar los acuerdos entre internacionalistas, marca su relación con Trotsky. Recién en mayo de 1917 se aprueba la unidad con los Interdistritalistas (organización orientada por Trotsky) a partir de la definición de que: Las resoluciones políticas de los Interdistritalistas en general han adoptado la línea justa de romper con los defensistas. En tales condiciones, nada podría justificar, a nuestro juicio, una fragmentación de fuerzas.[16]

La cuestión de la paz

A partir de 1915, cuando ya se sienten con fuerza los horrores de la guerra, el tema de la paz comienza a ser una cuestión muy sentida. Lenin no es indiferente a ese sentimiento de las masas. Pero marca la diferencia en el significado de esa propuesta a nivel de las masas con la que hacen las organizaciones, planteando que la única paz que pueden aceptar los revolucionarios socialistas es la paz sin anexiones, y que sólo se podrá llegar a eso a partir de una serie de revoluciones.

La paz sin anexiones está íntimamente relacionada, en Lenin, con la defensa del derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas.

La aspiración de las masas a la paz denota a menudo un comienzo de protesta, de indignación, de comprensión del carácter reaccionario de la guerra. Aprovechar tal estado de espíritu es un deber de todos los socialdemócratas. Estos participarán de la manera más activa en toda manifestación y movimiento de masas en dicho sentido, pero, al mismo tiempo, los socialdemócratas no engañarán al pueblo dejando que piense que, sin movimiento revolucionario, se puede tener una paz sin anexiones; sin opresión de naciones, sin bandidaje, una paz que no lleve en su seno los gérmenes de guerras futuras entre los actuales gobiernos y clases dominantes. Este engaño al pueblo únicamente favorecería a la diplomacia secreta de los gobiernos beligerantes y a sus planes contrarrevolucionarios. Todos los que desean verdaderamente una paz duradera y democrática deben manifestarse en pro de la guerra civil contra los gobiernos y contra la burguesía.[17]

La revolución rusa – la paz de Brest-Litovsk

A partir de febrero-marzo de 1917, la cuestión de la guerra aparece, en los textos de Lenin, íntimamente ligada a las propuestas programáticas para la revolución rusa. La realidad confirma su concepción de que la guerra imperialista engendrará la revolución socialista, y, por lo tanto, confirma su política de “derrotismo revolucionario”. 

La guerra imperialista, es decir, la guerra por el reparto del botín entre los capitalistas y por la estrangulación de los pueblos débiles, ha comenzado a transformarse en guerra civil, es decir, en guerra de los obreros contra los capitalistas, en guerra de los trabajadores y los oprimidos contra sus opresores, contra zares y reyes, contra terratenientes y capitalistas, ¡en una guerra para liberar completamente a la humanidad de las guerras, de la miseria de las masas y de la opresión del hombre por el hombre! A los obreros rusos les ha tocado el honor y la suerte de ser los primeros en empezar la revolución, es decir, la única justa y legítima gran guerra, la guerra de los oprimidos contra los opresores.[18]

Ya en 1915, había comenzado a cambiar su visión sobre la dinámica de la revolución rusa:

La guerra imperialista ha vinculado la crisis revolucionaria en Rusia, crisis que ha surgido sobre el terreno de la revolución democrática burguesa, a la crisis creciente de la revolución proletaria, socialista, en Occidente (…) Llevar la revolución burguesa en Rusia a sus últimas consecuencias para encender la revolución proletaria en Occidente: tal era la misión del proletariado en 1905. En 1915, la segunda mitad de esta tarea se ha hecho tan apremiante que se plantea al mismo tiempo que la primera.[19]

Esto se manifiesta con total claridad en 1917, en las Cartas desde lejos y centralmente en la Tesis de Abril. Lenin nunca temió quedar sólo defendiendo la política que consideraba correcta. No le dio importancia al aislamiento que sufrió, incluso entre los internacionalistas, al defender el “derrotismo revolucionario”; una y otra vez repetía “un Liebknecht vale más que 110 defensistas”, refiriéndose a los 110 diputados socialistas alemanes que votaron a favor de los créditos de guerra. Tampoco tuvo temor en quedar en total minoría en el CC de su propio partido cuando regresó a Rusia defendiendo las Tesis de Abril, que planteaban que no se podía dar ninguna confianza al gobierno provisional, que éste continuaría con la guerra imperialista, y que la gran tarea era la explicación paciente de que para lograr la paz y la libertad era necesario que los soviets tomasen el poder.

A partir de abril de 1917, los textos de Lenin están volcados, por un lado, a desarrollar la polémica interna, que había sido resuelto que fuera pública, lo que hace centralmente a través de las Cartas sobre táctica. Esta discusión culmina en mayo con la VII Conferencia Nacional del POSDR (bolchevique), donde se aprueban las propuestas de Lenin.

Por otro lado, realiza una intensa actividad, discursos ante mítines de soldados, ante los soviets, cartas a los diferentes congresos de obreros, de campesinos, artículos, a veces hasta tres o cuatro por día.

Todo centrado en explicar y denunciar, una y otra vez, el carácter del gobierno provisional y su posición frente a la guerra.

El nuevo gobierno quiere continuar la guerra de rapiña. Es el agente de los capitalistas rusos, ingleses y franceses, quienes –como los capitalistas alemanes– quieren a toda costa «pelear hasta el fin» y quedarse con la mejor parte del botín. Este gobierno no quiere ni puede dar a Rusia la paz.[20]

La otra gran pregunta a responder es ¿por qué, ahora que triunfó la revolución, no defendemos la patria?

La respuesta de los bolcheviques a la pregunta de si es posible la «defensa de la patria» fue esta: si triunfa una revolución chovinista burguesa, la defensa de la patria, en este caso, es imposible.[21]

Otro tema tiene que ver con la dirección revolucionaria, con cómo avanzar en la unidad de los internacionalistas. En relación con esto se da un salto cualitativo en mayo de 1917, primero, con el bloque con los Interdistritalistas para las elecciones municipales, y, después, con el ingreso de estos al partido bolchevique, a partir de lo cual nace el gran equipo de Lenin y Trotsky que conducirá la revolución de octubre.

Toda esa febril actividad estuvo atravesada por las jornadas de julio y la represión posterior, por el encarcelamiento de Trotsky y Kamenev, por la clandestinidad de Lenin y Zinoviev, por el cambio de táctica ante el golpe de Kornilov, hasta que los bolcheviques ganan la mayoría en los soviets, lo que lleva al gran triunfo revolucionario de octubre: la toma del poder por los soviets.

A partir de la toma del poder se inicia la gran discusión sobre la paz de Brest-Litovsk, que abre una importante crisis a nivel del partido y del gobierno, que se puede ver con claridad en los textos publicados.  Después de largas y tensas discusiones, el tratado se firma el 3 de marzo de 1918, cuando los alemanes dan un ultimátum y retoman el ataque, amenazando la seguridad de la capital revolucionaria, Petrogrado.

A nivel del CC se realiza una larga y tensa discusión sobre la propuesta a llevar al Congreso de los Soviets, de ratificación, o no, de ese tratado. Dentro del CC hay tres posiciones: la de Lenin, que es aceptar de entrada la propuesta de los alemanes; la de los llamados Comunistas de Izquierda, encabezados por Radek, que se manifiestan totalmente en contra de aceptar la paz y proponen lanzar la guerra revolucionaria contra Alemania; la de Trotsky, que propone ganar tiempo, dejar la guerra, pero no firmar nada.

Era una situación muy difícil. En los textos publicados, el lector podrá apreciar el grado de tensión que existía. Estaba en juego la propia existencia del Estado soviético, pero también la revolución alemana, la finlandesa, la ucraniana. Nadie opinaba que se trataba de un triunfo ni de la paz democrática y sin anexiones que defendían los bolcheviques. En febrero, Lenin había manifestado:

Tenía razón Trotsky cuando dijo: la paz puede ser atrozmente desdichada, pero no puede ser una paz abominable, bochornosa; desvergonzada la paz que ponga fin a esta guerra mil veces indecente.[22]

Lenin daba mucha importancia a la posición de Trotsky, que era el responsable de las negociaciones. Durante las discusiones del CC manifestó:

Debo referirme también a la posición del camarada Trotsky. Es preciso distinguir dos aspectos en su actividad: cuando comenzó las negociaciones de Brest, las aprovechó magníficamente para la agitación, y todos estuvimos de acuerdo con el camarada Trotsky. Ha citado una parte de la conversación que tuvo conmigo, pero yo añadiré que habíamos convenido que nos mantendríamos hasta el ultimátum de los alemanes y que después del ultimátum cederíamos. Los alemanes nos han engañado: de siete días nos han robado cinco[23]. La táctica de Trotsky era acertada en tanto tendía a dar largas, pero dejó de serlo cuando se declaró que cesaba el estado de guerra y no se firmó la paz. Yo propuse del modo más concreto que se firmase la paz.[24]

En el CC, la posición de Lenin ganó la mayoría, y esa posición, aprobada por el VIII Congreso del Partido, es la que se lleva al congreso de los soviets. Ahí se da otra fuerte discusión; se hacen todo tipo de acusaciones contra los bolcheviques desde distintos puntos de vista; la propuesta es rechazada por mencheviques, anarquistas, maximalistas, SR de derecha y SR de izquierda. El Congreso de los soviets vota la siguiente resolución:

El Congreso ratifica el tratado de paz suscrito por nuestros representantes en Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918.

El Congreso considera justo el proceder del Comité Ejecutivo Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo, que acordaron concluir esta paz, extraordinariamente penosa, impuesta por la violencia y humillante, en vista de que carecemos de ejército y de que la guerra ha agotado hasta el extremo las fuerzas del pueblo, que, lejos de recibir en sus infortunios la ayuda de la burguesía y de la intelectualidad burguesa, ha visto cómo las mismas utilizaban esos infortunios para sus egoístas fines de clase.[25]

Esa resolución fue aprobada por 784 votos a favor, 261 en contra, 115 abstenciones. Los SR de izquierda se retiraron del gobierno.

Los “comunistas de izquierda” no votaron y publicaron una declaración diciendo que ese tratado minaba las defensas del país.

Nadie duda de la importancia que daba Lenin a la centralización del partido revolucionario, pero la actuación durante esa crisis muestra el peso que para él tenía la democracia partidaria. La firmeza y, al mismo tiempo, la paciencia con que discutía con las posiciones contrarias. Sus planteos de que ninguna de las posiciones justificaba una escisión.

La guerra civil

La guerra civil comenzó prácticamente con la toma del poder por los soviets. Las primeras acciones, encabezadas por Kerensky, fueron rechazadas por los Guardias Rojos y por regimientos del ejército dirigidos por los revolucionarios. Pero ya en la época de la Paz de Brest-Litovsk, las acciones se comenzaron a incrementar. Una de las razones por la que Lenin insistía tanto en la firma del tratado de paz era la necesidad de ganar tiempo para construir un ejército revolucionario para enfrentar la guerra civil y la inevitable invasión de los países de la Entente.

La guerra civil se fue intensificando. Varios generales zaristas, con el apoyo del imperialismo, organizaron, en diferentes regiones, el ejército blanco: Denikin, Kolchak, Wrangel. Y, junto con eso, el nuevo Estado obrero fue invadido por regimientos de 14 Estados: las grandes potencias (Gran Bretaña, Francia, EE.UU., Japón), a las que estaban asociadas Checoslovaquia, Grecia, Polonia, Letonia, Finlandia, Estonia, Yugoslavia, Rumania, Lituania y Turquía. También Alemania estuvo activa en Ucrania en 1918 y en los Estados bálticos en 1919.

Los bolcheviques triunfaron sobre todas esas fuerzas con la gran herramienta que fue el Ejército Rojo. El 18 de enero de 1918 el gobierno soviético decretó la formación del “ejército socialista”. Al mismo tiempo, el CC del Partido Bolchevique y, después, el Comité Ejecutivo de los Soviets designaron a Trotsky como Comisario del Pueblo para la Guerra, con la tarea de organizar y dirigir el Ejército Rojo.

El Ejército Rojo se fue construyendo en el camino de las batallas que enfrentaba. Los textos que publicamos sobre ese período muestran la identidad de criterios entre Trotsky y Lenin, el uno abocado a todas las tareas militares del enfrentamiento y el otro poniendo todos los recursos del Estado en función de esa guerra de supervivencia del Estado obrero. Trotsky tomando medidas extremas para garantizar la necesaria disciplina, Lenin firmando órdenes en blanco para esas medidas. Es manifiesto el orgullo de Lenin ante los éxitos del Ejército Rojo, y es muy conocida su respuesta a una pregunta de Máximo Gorki sobre las críticas que había contra Trotsky.

Muéstreme otro hombre que sea capaz de crear prácticamente un ejército modelo en un año y ganar también el respeto de los expertos militares. ¡Nosotros tenemos ese hombre! ¡Nosotros tenemos todo![26]

La guerra civil se gana sobre la base del heroísmo y el sacrificio del Ejército Rojo, y también gracias al sacrificio del conjunto del pueblo ruso que soportó y aceptó todo tipo de escasez, derivada de las malas cosechas, de las grandes epidemias (tifus, gripe española), de la resistencia que imponían sectores del campesinado, y de la economía totalmente volcada a los esfuerzos de guerra.

También tuvo que ver, en el triunfo, el proceso internacional, como afirma Lenin.

Vencimos, por lo tanto, no porque fuésemos más fuertes, sino porque los trabajadores de los países de la Entente demostraron estar más cerca de nosotros que de sus propios gobiernos. La segunda causa de nuestra victoria fue el fracaso de la campaña de los “14 Estados”. Esto demuestra que los pequeños Estados no pueden unirse para luchar contra los bolcheviques, pues temen que su propia victoria y la victoria simultánea de las fuerzas de Denikin signifiquen la restauración del Imperio ruso, que volverá a despojar a las naciones pequeñas de su derecho a vivir (…) Las grandes potencias de la Entente no pueden unirse para luchar contra el poder soviético porque hay demasiada hostilidad entre ellas. (…) Eso quiere decir que la segunda causa de nuestra victoria fue esta: los obreros están unidos, en cambio los burgueses, por ser burgueses, no pueden dejar de pelearse entre sí y luchar por una pequeña porción adicional (…)[27]

La lectura de estos textos muestra cómo la democracia interna del partido bolchevique se mantuvo hasta en los peores momentos de la guerra civil. El lector podrá apreciar cómo Lenin responde a los cuestionamientos sobre si el reclutamiento debía ser voluntario u obligatorio, sobre las medidas disciplinarias, sobre la cuestión de los rehenes, sobre el tema de los especialistas, sobre el error cometido en la invasión a Polonia.

El otro aspecto que sobresale es la visión internacionalista de todos los dirigentes del partido bolchevique. Todos ellos tienen como referencia la revolución internacional. Lenin es categórico: sin el triunfo de la revolución internacional, en especial la alemana, el Estado soviético no sobrevivirá.

El Estado obrero soviético es el vencedor de la guerra civil, pero la situación en la que sale de ella es calamitosa. La economía retrocedió a antes de 1913. La combinación de una gran sequía en 1921 con los daños de la guerra llevó a una situación de hambre que generó casos de canibalismo. Millones de muertos, los datos más precisos hablan de más de 4 millones; 7 millones de niños huérfanos y abandonados que vagaban por las calles buscando comida; la desmovilización de gran parte del Ejército Rojo; hombres que no encontraban inserción laboral; surgimiento de múltiples casos de bandidaje.[28]

Esa difícil situación obligó a la dirección bolchevique a tomar medidas especiales como la NEP y la búsqueda de relaciones económicas con el imperialismo, para poder sobrevivir hasta tanto llegase la ayuda de la revolución internacional. Esas medidas volvieron a abrir grandes discusiones en el partido y en el gobierno. Los últimos textos de Lenin que publicamos aquí, están destinados a esa cuestión: cómo encarar el difícil tránsito de la guerra a la paz.

Lenin consideraba que la rusa era sólo una acción adelantada de la revolución mundial engendrada por la guerra imperialista. Ese pronóstico de Lenin se cumplió, después de la revolución rusa estalló la revolución en Finlandia, en Hungría, en Alemania. Pero todas ellas fueron derrotadas. También se cumplió, a nivel histórico, el segundo pronóstico de Lenin: sin el triunfo de la revolución mundial, el Estado soviético estaba condenado. La derrota de la revolución alemana fue una de las bases objetivas del triunfo de la contrarrevolución estalinista que se impuso en la URSS. Conducción burocrática que décadas después encabezó la restauración capitalista.

Sin embargo, ese resultado de la lucha de clases mundial no disminuye en nada la importancia de estos textos de Lenin. El estudio de los mismos es clave para la armazón de los revolucionarios, para enfrentar los grandes desafíos planteados en la actualidad, y para armarse política y programáticamente para las guerras revolucionarias que seguramente vendrán.

Mayo de 2024


[1] LENIN, V. I. Conferencia sobre la guerra y el proletariado, octubre 1914, vol. 1.

[2] LENIN, V. I. El Socialismo y la Guerra, vol. 1.

[3]  LENIN, V. I. El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional, vol. 1.

[4] LENIN, V. I. La bancarrota de la II Internacional, vol. 1.

[5] LENIN, V. I. ¿Qué hacer ahora? – 1915, vol. 1.

[6] LENIN, V. I. La bancarrota de la II Internacional, vol. 1.

[7] Ídem.

[8] LENIN, V. I. El socialismo y la guerra, vol. 1.

[9] Jefe de los parlamentarios mencheviques en la IV Duma.

[10] Ídem.

[11] LENIN, V. I. La situación y las tareas de la Internacional Socialista – 1914, vol. 1.

[12] LENIN, V. I. El socialismo y la guerra – 1915, vol. 1.

[13] LENIN, V. I. Carta abierta a Boris Souvarine, diciembre 1916, vol. 1.

[14] LENIN, V. I. El primer paso, octubre 1915, vol. 1.

[15] TROTSKY, León. Mi Vida, “París y Zimmerwald”.

[16] LENIN, V. I. El problema de la unión de los internacionalistas, mayo 1917, vol. 2.

[17] LENIN, V. I. La cuestión de la paz, 1915, vol. 1.

[18] LENIN, V. I. La revolución en Rusia y las tareas de los obreros de todos los países, vol.2.

[19] LENIN, V. I. La derrota de Rusia y la crisis revolucionaria, setiembre 1915, vol. 1.

[20] LENIN, V. I. A los camaradas que padecen el cautiverio, 1917, vol. 2.

[21] LENIN, V. I. núm. 47 de Sotsial-Demokrat.

[22] LENIN, V. I. Pravda, 24 de febrero de 1928.

[23] De acuerdo con el tratado de armisticio firmado el 2 (15) de febrero de 1917 en Brest-Litovsk por el gobierno soviético y las potencias de la Cuádruple Alianza (Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía), cualquiera de las partes podía reanudar las operaciones advirtiendo de ello con siete días de antelación. El mando militar alemán violó este acuerdo y empezó la ofensiva en todo el frente el 18 de febrero, es decir, dos días después de declarar el cese de la tregua.

[24] LENIN, V. I. Discurso de resumen de la discusión del informe político del Comité Central – 8 de marzo 1918, vol. 2.

[25] IV Congreso Extraordinario de los Soviets de toda Rusia, 14-16 de marzo de 1918, vol. 2.

[26] GORKI, Máximo. Recuerdos de Vladimir Lenin. Citado por Erich Wollemberg en El Ejército Rojo, Ediciones Antídoto, p. 115.

[27] LENIN, V. I. Carta al Congreso de los Trabajadores Polacos.

[28] Datos de Jean-Jacques Marie, História da Guerra Civil Russa. Editora Contexto, pp. 13-14.

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