48 años del 25 de abril: el capitalismo no es salida, ¡es preciso una nueva revolución!
El 24 de marzo, varias noticias dieron cuenta de que pasamos a vivir más días en democracia que en dictadura. Con la aproximación de los 50 años del 25 de abril de 1974, cada vez más se va pasando la idea de esta fecha como la “celebración” de la democracia. De nuestra parte, creemos que es necesario aprender con la revolución de 1974-1975 para responder a los desafíos del presente.
Por: Maria Siva
Quien lee los diarios sin conocer la realidad del país, diría que nuestra democracia resolvió los problemas del país y del mundo, y que la democracia capitalista es el fin de la historia. No obstante, la realidad es más compleja.
Del golpe de estado a la revolución
El 25 de abril de 1974 un golpe de estado, organizado por el Movimiento de las Fuerzas Armadas, encabezado por los capitanes que se negaban a continuar soportando el fardo de la guerra colonial, puso fin al Estado Nuevo. Las contradicciones profundas que dieron origen a este proceso dentro del ejército están íntimamente ligadas a las luchas de liberación nacional de los pueblos africanos. Por lo que puede decir que el 25 de abril comenzó en África y se encontró con las inmensas contradicciones que se vivían también en Portugal durante el salazarismo.
Pero el 25 de abril es mucho más que un día. El golpe militar abrió las puertas a una revolución en la que entraron en escena los millares de trabajadores y jóvenes oprimidos y reprimidos por la dictadura. Fue este movimiento obrero y popular que tiró abajo las principales instituciones del régimen fascista, comenzando por la PIDE luego del día 25, y que puso a la orden del día, en los meses siguientes, millares de reivindicaciones para cambiar el país.
Autoorganización y socialismo a la orden del día
Durante este período, se organizaron Comisiones de Trabajadores para autoadministrar las empresas y tomar las acciones necesarias para llevar a cabo las respectivas reivindicaciones de los trabajadores. Se hicieron Comisiones de Moradores y de Barrio, que construyeron casas, calles, guarderías, etc. Se organizaron movimientos para dar tierra a quien en ella trabajaba, para alfabetizar poblaciones que no sabían leer, para llevar asistencia médica a quien no tenía acceso a la salud. Los soldados también crearon sus propias comisiones, poniendo en tela de juicio la alta jerarquía dentro de los cuarteles. No estuvieron a la espera de sus dirigentes ni de la nueva constitución, tomaron el cambio en sus propias manos.
En ese proceso, estuvo en disputa cómo cambiar y qué proyecto de país. La instauración de una democracia capitalista era una entre muchas otras opciones. Estuvo a la orden del día la construcción de una nueva sociedad de abajo hacia arriba, la posibilidad de avanzar hacia una sociedad socialista, o sea, sin opresión ni explotación, que rompiese definitivamente con las bases de la economía capitalista, a partir de una propuesta de poder alternativo, asentado en la centralización de las comisiones de trabajadores, soldados, etc.… Todavía esta propuesta era muy minoritaria. La derecha quería mantener lo esencial del salazarismo, con alguna abertura democrática y mayor liberación económica. El PS defendía una democracia capitalista, bajo el “falso” lema del “socialismo con democracia”. El PCP, sometido a la división del mundo entre Estados Unidos y la URSS no estaba dispuesto a romper con el capitalismo en Portugal, pero pretendía un régimen más equidistante de los dos bloques, con fuertes trazos represivos a las libertades democráticas, para poder controlar al movimiento obrero.
La democracia de los ricos como vencedora
Triunfó el proyecto del PS, de una democracia capitalista. La Constitución de 1976 consagró en la ley varios derechos arrancados por las movilizaciones en las calles y que difícilmente habrían sido consagrados si no fuese por la lucha revolucionaria de millares en las calles.
Pero la Constitución fue sobre todo la institución del poder de la burguesía en la ley, con la concreción de los poderes y organismos típicos de una democracia capitalista (de los ricos), por oposición al poder paralelo que emanaba de los organismos de los trabajadores (democracia de los trabajadores) pero que no fue capaz de organizarse como alternativa para gobernar.
En este sentido, la Constitución es la expresión máxima de la derrota que representó el 25 de noviembre de 1975, como momento decisivo en la disputa por el camino a seguir en el proceso revolucionario.
La juventud que hoy sale a las calles contra la guerra, contra las alteraciones climáticas, el machismo, la homofobia o el racismo tiene el desafío de retomar lo que el 25 de abril no terminó: romper con las amarras del capitalismo, que no puede resolver sus problemas, y andar los caminos hacia una nueva revolución.
Después de la pandemia y la crisis, la guerra
La pandemia y la crisis económica y social se instaló y mostró en gran escala, una vez más, la fase destructiva del capitalismo.
La invasión rusa a Ucrania aumentó la destrucción, pero abre también la esperanza a partir de la fuerza y del coraje de la resistencia ucraniana. Como nos enseña la revolución portuguesa de 1974-1975, en manos de un dirigente al servicio de los grandes intereses del capital, como Zelenski, la soberanía y la independencia de Ucrania no tienen ninguna garantía. La entrada en la UE o en la OTAN no traerán salida para el conflicto y sí la subordinación y la mayor explotación de los recursos y a los trabajadores de Ucrania. La supuesta neutralidad del PCP solo sirve a la invasión rusa y el pacifismo del Bloco de Esquerda (BE) impide el apoyo a la resistencia, que es la única forma de combate a la invasión sin permitir que la OTAN avance en la región. Solo la solidaridad internacional entre los pueblos y el fortalecimiento de la resistencia podrán traer victorias a los trabajadores y a la juventud.
El crecimiento de la extrema derecha y el fiasco de la Geringonça
Aún bajo el efecto de la crisis de la Troika y de la reciente crisis pandémica, en las elecciones de enero de 2022 el partido de la extrema derecha, Chega, que se reclama heredero del salazarismo, fue la tercera fuerza política más votada. En Francia, en la primera vuelta de las presidenciales, Marie Le Pen, candidata de la extrema derecha por el Frente Nacional, obtuvo el segundo lugar. En Portugal como en Francia, la respuesta a la extrema derecha no es la unidad de la izquierda para salvar a los patrones sino, sobre todo, es recusar la conciliación de clases que nos trajo hasta aquí. La Geringonça mostró bien la incapacidad de cambiar la vida de la juventud y de quien trabaja, sin cambiar el sistema.
No nos sirve el capitalismo verde ni la radicalización de la democracia
El capitalismo utiliza las preocupaciones ambientales para crear nuevos nichos de mercado. El modelo de explotación del capitalismo hace que las (falsas) medidas ambientales sean hechas a costa de los trabajadores y de las poblaciones (con despidos, por ejemplo) y abriendo nuevos problemas ecológicos y sociales. Se crean “energías limpias” en los países imperialistas sobre la base de la explotación del litio y el auto eléctrico en Portugal. El combate a las alteraciones climáticas implica cambiar la lógica del sistema, que obliga al consumo constante para alimentar los lucros capitalistas y que pone al individuo y no el colectivo y la sostenibilidad humana y ambiental en el centro de la solución. Las reformas para un capitalismo verde, propuestas por el PCP y el BE, son más de lo mismo.
Frente al machismo que mata y oprime, frente al racismo que atraviesa las diversas instituciones de la sociedad portuguesa, y la homofobia que continúa, no hay salida dentro del capitalismo. El PCP y el Bloco de Esquerda proponen medidas para tornar la democracia de los ricos más “radical” e “inclusiva”, pero sin acabar con la explotación no hay salida, pues el capitalismo se vale de todas esas opresiones para explotarnos aún más.
Precisamos una nueva revolución
En los 48 años del 25 de abril recordamos que la democracia capitalista, que la Constitución consagró, no responde a los problemas centrales de la juventud y de los trabajadores, en un país sumiso a los dictámenes de la UE y a los intereses de los grandes grupos capitalistas.
En tiempos de guerra y crisis económica y social, la conciliación de clases muestra su podredumbre y abre brechas para el retorno de las soluciones de extrema derecha. Como muestra la resistencia en Ucrania, solo la lucha revolucionaria de los trabajadores y la juventud puede traer cambios. No basta un 25 de abril de acomodación a la democracia de los ricos, es necesaria una nueva revolución que retome lo que estuvo en causa en 1974-1975: que sean los trabajadores y la juventud los que construyan una sociedad sin explotación ni opresión, una sociedad social y ecológicamente sostenible.
Artículo publicado en emluta.net – Portugal, 25/4/2022.-
Traducción: Natalia Estrada.




