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Argentina

1968: un movimiento internacional de revuelta contra el sistema

junio 13, 2018

Aspectos y claves de lectura marxista de un proceso de radicalización excepcional.

Por: Matteo Bavassano

Han pasado 50 años de aquel grandioso movimiento que por años sacudió profundamente la estabilidad de los regímenes de decenas de países en todas partes el mundo. Sin embargo todavía hoy no hay una lectura exhaustiva y coherente del ’68 que se haya convertido en un patrimonio común del movimiento obrero, por lo que estamos obligados a afirmar con pesar que, más allá de las lecturas apologéticas pero que no van más allá de la simpatía o la nostalgia acrítica pasiva para ese periodo de luchas, en la última década se están extendiendo en Italia, por el resurgimiento del estalinismo más vulgar (posicionado diversamente), las lecturas que presentan el del ’68 como un movimiento individualista funcional al capital y responsable del estado donde está hoy el movimiento comunista (es decir, el reformismo estalinista) (1), basándose en el hecho de que, sobre todo en Italia, muchos exponentes de esas luchas se convirtieron (décadas después) en exponentes de los partidos burgueses. (2)

Por supuesto que esto no solo es falso, sino que denota el hecho de que esta gente no tiene un mínimo conocimiento de lo que es el marxismo y que, acostumbrada a pensar en términos nacionales, no puede concebir análisis internacionales de los fenómenos políticos. Por lo tanto, nos parece útil proporcionar algunas claves para leer y volver sobre algunos aspectos olvidados del ’68 que ayudan a comprender mejor el movimiento en sus diferentes dimensiones.

Este nuestro breve artículo pretende esbozar un marco interpretativo general en el que inscribir otras reflexiones sobre algunas de las principales experiencias que caracterizaron el movimiento del ’68 y que publicamos en la revista Trotskismo oggi: además de un artículo sobre 1968 en Italia, hemos optado por enfocarnos en acontecimientos que en los últimos años a menudo se dejan de lado cuando hablamos del ’68, a saber: la Primavera de Praga y la Revolución Cultural China.

La dialéctica internacional de expresiones nacionales de la lucha de clases

«París, Da Nang, Praga – contra el capitalismo, contra el imperialismo y contra la burocracia: los tres frentes de la revolución mundial avanzaban casi al mismo ritmo». (3) Esta es la descripción que hacen veinte años más tarde, algunos de los protagonistas del movimiento del ’68: la excepcionalidad de las movilizaciones de aquellos años era que para encontrar en la historia un momento con los movimientos revolucionarios extendidos por todo el mundo había que volver a los años inmediatamente posteriores a las dos guerras mundiales o a 1848, pero en el caso del ’68, las movilizaciones, incluso con grandes diferencias entre los distintos países, duraron casi una década. Las primeras protestas estudiantiles, que son generalmente consideradas como los albores del movimiento internacional del ’68, se produjeron en el otoño del ’64 en el campus californiano de Berkeley, mientras que como la última expresión de esa ola de radicalización podrían considerarse la Revolución Portuguesa (4) de ‘ 74-’75 y el movimiento del ’77 en Italia. (5)

Claramente, dada la extensión mundial de las movilizaciones, no se debería pensar en un movimiento con características idénticas en cada país, sino que, por el contrario, la radicalización en los diversos Estados siguió una dinámica diferente debido a la condición del país, la composición social de la población, las tradiciones locales de la lucha de clases, que, no obstante, iban a formar un solo (aunque no unitario) movimiento internacional de rebelión esencialmente por dos razones: la primera es que la movilización en uno o más países influenciaba directamente la radicalización en los otros, la segunda es que había algunos rasgos comunes de la movilización en los diferentes países.(6)

Este fenómeno ha sido descrito, por autores no ciertamente trotskistas, como «desarrollo desigual y combinado de los movimientos antisistema de los años ’60 y ’70» (7). Más allá de la inexactitud de parte de la definición (8), es una fórmula que describe bien la dinámica de la lucha de clases internacional en aquellos años, en los que la explosión y el desarrollo de varios movimientos que asumían un alcance revolucionario hacía imposible determinar todos los innumerables factores que influenciaban y radicalizaban las movilizaciones que luego actuaban como un estímulo para reavivar en un nivel más alto la movilización en los países que se habían movilizado primero.

Fue así, por ejemplo, que la movilización de los estudiantes estadounidenses de Berkeley, a su vez «heredera» de la experiencia de las movilizaciones por los derechos civiles y de los negros de principios de los ’60 (donde se vio por primera vez la práctica del sit-in [sentada], que luego se reanudó en la primera parte del movimiento estudiantil) influyó en la movilización de los estudiantes en Europa (Italia y Francia en primer lugar) y en América Latina, especialmente en México y Argentina. La movilización estudiantil en Francia se soldó inmediatamente con las reivindicaciones obreras que luego dieron lugar a la crisis revolucionaria más importante del ’68, el Mayo francés, que sirvió de ejemplo, al año siguiente, para el «otoño caliente» italiano y para el «Cordobazo» argentino.(9)

Mientras tanto, las dificultades que encontró el imperialismo estadounidense en el conflicto de Vietnam (la ofensiva de Têt, en enero de 1968) comenzaron a reflejarse en la sociedad civil estadounidense, radicalizando en primer lugar las protestas estudiantiles y, en poco tiempo, dando vida a un movimiento de masas contra la guerra, compuesto principalmente (pero no solo) de jóvenes que no querían ir a morir en una guerra que se percibía cada vez más como errónea: extendiéndose a otros países del mundo, primero por parte de los grupos políticos, que luego involucraban a cada vez más franjas de la población, se transformó en un movimiento internacional de solidaridad con Vietnam. Este movimiento, que también incluía sectores pacifistas, contribuyó a la difusión de una fuerte conciencia antiimperialista incluso entre las masas populares menos politizadas (también gracias a la concurrencia de otros factores, principalmente la energía revolucionaria de la Revolución Cubana (10) y el ejemplo del Che Guevara), relanzando así la movilización general en un nivel más alto.

Los ejemplos que hemos dado aquí (y podrían darse otros muchos) delinean, creemos que de modo suficientemente preciso, la dinámica con la cual gradualmente la movilización se extendía geográficamente en nivel internacional y se radicalizaba en nivel nacional. Aún no está claro el grado de homogeneidad ideológica de las distintas expresiones nacionales de la lucha de clases: no creemos que se pueda hablar de un movimiento unitario desde el punto de vista ideológico o del grado de conciencia en nivel mundial, pero podemos identificar algunas temáticas comunes en la radicalización de las masas de los diferentes países. Estos son, por ejemplo, el internacionalismo y el antiimperialismo, de los cuales ya hemos hablado brevemente, y un antiautoritarismo generalizado que comenzaba por un profundo, aunque confuso, antiestalinismo de los sectores más politizados y radicalizados de la juventud, que nos parece lo más interesante para profundizar, incluso a la luz de dos acontecimientos que han marcado profundamente el ’68: la Gran Revolución Cultural Proletaria en China y la Primavera de Praga en Checoslovaquia.

El antiestalinismo del Sesenta y ocho entre la Revolución Cultural China y la Primavera de Praga

Es importante señalar a la vez que este antiestalinismo, que era casi innato en el movimiento, identificaba el estalinismo con su expresión fenoménica de la Unión Soviética, sus Estados satélites y los partidos comunistas leales a la política de la burocracia de Moscú, pero no fue capaz, por la comprensible falta de conocimientos teóricos en sectores jóvenes de la clase que se movilizaba, de identificar lo que el estalinismo era en su esencia, es decir, la subordinación de la lucha de clases internacional a las necesidades de una casta burocrática nacional. No eran considerados como estalinistas ni el Partido Comunista chino ni el vietnamita ni el cubano (que completó su plena adhesión al estalinismo en la segunda mitad de los años sesenta). Las razones son fáciles de identificar: en primer lugar, la política de coexistencia pacífica de la Unión Soviética en ese momento fue vista como un fracaso ante el imperialismo y una falta de solidaridad internacionalista con la lucha de los pueblos coloniales por su independencia; en segundo lugar, en todos los países, las traiciones de los partidos comunistas a las luchas de los trabajadores habían sido ampliamente probadas. China, sin embargo, se encontraba en esos años en una difícil situación económica –mucho más que la Unión Soviética–, tanto debido a la mayor falta de desarrollo de China en la época de la revolución en comparación con Rusia, como por las malas decisiones de los dirigentes maoístas, y estaba bajo la amenaza directa y concreta (o al menos percibida como tal) del imperialismo estadounidense: la crisis de las relaciones chino-soviéticas, que se produjo desde finales de los ’50 y se intensificó en la primera mitad de los años ’60 (con el retiro de los asesores económicos de Moscú), se unía a la lucha de tendencias dentro de la burocracia del PCCh, donde la línea moderada de Liu Shaoqi estaba a favor de un acercamiento a Moscú, por estar más en sintonía con las posiciones soviéticas que con la línea de Mao y de Lin Piao. Con el inicio de la Revolución Cultural, que fue un intento de manipulación por parte de la fracción de Mao y Lin Piao, el descontento de los jóvenes estudiantes contra las estructuras burocráticas de las universidades y del partido, que, en las intenciones de Mao, debía dirigirse contra la fracción rival, pero que amenazaba con convertirse en un golpe mortal a la dictadura burocrática china (11), se multiplicaron los ataques a la URSS, y se llegó a afirmar que Khruschev había restaurado el capitalismo en la Unión Soviética (y Liu Shaoqi quería hacer lo mismo en China).

La Revolución Cultural fue percibida en el extranjero gracias a la propaganda maoísta que intentaba hacer pasar el mismo concepto también entre las masas chinas (lo que consiguió hacer muy bien, viéndose entonces obligado a recurrir al ejército de Lin Piao para normalizar la situación y reprimir a los grupos extremistas de las Guardias rojas) (12), como una segunda revolución contra la burocracia del partido, una lucha entre dos líneas dentro de los partidos comunistas: la revisionista y restauracionista burguesa y la revolucionario proletaria, casi como un intento de autorreforma por parte del maoísmo, en el sentido antiburocrático de la dictadura del proletariado. (13)

Esta percepción también se vio favorecida por la falta de información proveniente de China, en parte debido al control dictatorial de la burocracia del PCCh, en parte por las obvias dificultades del idioma y de la traducción, por lo cual se podía disponer (especialmente en el primer período) solo de los documentos y de las declaraciones oficiales hechas por el régimen, y era casi imposible tener acceso a la documentación de los grupos de las Guardias Rojas que no gozaban de la aprobación maoísta, es decir, aquellos que criticaban desde la izquierda el régimen chino.

La acción del Partido Comunista chino se veía tan en claro contraste con la del Partido Comunista de la Unión Soviética, que no solo se autorreformaba y cedía cada vez más frente al imperialismo estadounidense, sino que reprimía en sangre la tentativa de autorreforma del Partido Comunista de Checoslovaquia bajo la dirección de Dubček. (14)

A pesar de lo absurdo de las posiciones chinas en la Primavera de Praga, que la consideró como un intento de restablecimiento del capitalismo fomentado por el imperialismo norteamericano (por tanto, no sustancialmente diferente de las propias posiciones soviéticas), la condena a la intervención soviética como «social-imperialismo» atrajo la simpatía de los jóvenes que se radicalizaban en aquellos meses de luchas: era una explicación mucho más inmediata y al parecer más convincente que la tesis trotskista sobre la naturaleza reaccionaria del estalinismo, sobre la naturaleza social de la URSS, etc. Nadie recordaba el apoyo dado por Mao a la invasión de Budapest doce años atrás…

El apoyo dado por Castro a la invasión soviética de Praga contribuyó a presentar el maoísmo como la única alternativa revolucionaria al estalinismo soviético, un mito que afortunadamente duró muy poco, aunque lo suficiente, especialmente en algunos países (incluida Italia). Por lo que la joven vanguardia, cuyo antiestalinismo ‘primitivo’ fue seducido por una variante nacional específica del estalinismo, nunca fue capaz de desarrollar una coherente visión internacionalista y revolucionaria, sino que quedó encallada en un confusionismo ecléctico, hecho de movimientismo y espontaneidad, gérmenes del maoísmo que, más adelante, llevaría al reflujo de las movilizaciones (antes o después, dependiendo del país), al abandono consciente de la perspectiva revolucionaria (aunque distorsionada e ilusoria) en favor de capitulaciones reformistas y parlamentaristas, hasta pasar directamente al campo de la burguesía.

Pero, al final de cuentas, incluso sin el maoísmo, en ausencia de un partido revolucionario sólido en el programa, todo esto habría ocurrido de todos modos.

Conclusiones

Nos hemos limitado en este artículo a señalar algunos aspectos que consideramos controversiales y dignos de atención. Por otro lado, hay una vasta literatura sobre 1968, que cualquier persona que quiera profundizar sobre esto puede hacerlo (15). 1968 fue, en última instancia, todo eso y mucho más: fue el estallido revolucionario internacional de la energía revolucionaria concentrada de las masas debido a la acumulación, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, de una serie de profundas contradicciones, tanto en los países imperialistas y en las colonias como en los Estados obreros por causa de las direcciones burocráticas que los gobernaban.

Sin duda, el Mayo francés fue la expresión más aguda de esta explosión mundial: fue una verdadera crisis revolucionaria, una señal de que el ’68 no fue una transición indolora para la burguesía, que llevó años para recuperarse de las conquistas arrancadas por los trabajadores y las masas en esa época de luchas.

Una vez más, lo que se desprende como lección de estos acontecimientos es la necesidad absoluta de un partido revolucionario para intentar responder, de manera eficaz y en favor de la clase obrera, a los desafíos que plantea el desarrollo de la sociedad capitalista y de la lucha de clases, y la necesidad de una Internacional revolucionaria centralizada para analizar los eventos en escala global y dar una respuesta global a la crisis del sistema imperialista. Por la ausencia de una dirección revolucionaria, la clase obrera no fue capaz de explotar la brecha abierta en el sistema capitalista a finales de los años 60 para derrocarlo: no fue, de hecho, 1968 el que permitió la renovación del sistema capitalista, sino más bien las contradicciones de un sistema que abandonaba una estructura de producción que gradualmente agotaba su fuerza motriz (la fordista que se impuso después de la Segunda Guerra Mundial) para permitir la explosión de un movimiento que cuestionaba no solo el sistema imperialista sino también la dominación de la burocracia estalinista en el movimiento obrero mundial, dominación que había permitido que el capitalismo mundial sobreviviera al último período revolucionario en el final de la Segunda Guerra Mundial.

No se puede prever cuando una situación de este tipo y de esta magnitud se repetirá en la historia, pero las crecientes contradicciones del sistema económico imperialista crea todos los días las condiciones más favorables para tales explosiones. La tarea de los revolucionarios es preparar el instrumento que nos permita utilizar cada contradicción para minar la sociedad capitalista y construir una sociedad más justa en la que finalmente desaparezca la explotación del hombre por el hombre, y este instrumento es el partido revolucionario internacional.

Notas

(1) Aunque es desagradable, consideramos que es útil mencionar algunos de estos discursos, para que el lector tenga conocimiento de la cantidad de tonterías que pueden leer los jóvenes militantes. «Ahora, se ha confirmado históricamente, que el capitalismo se fortaleció y no se debilitó al «deshacerse» de la vieja ética familiar burguesa; esto debería dejar claro de una vez por todas que «capitalismo» y «burguesía» no son lo mismo. Sin embargo, los valores libertarios y comunitarios de la generación de los años sesenta no pueden reducirse a una mera «astucia de la producción capitalista». En realidad se puede ver en el Mayo del ’68 un fenómeno de la gestión de crisis por las elites dominantes, que saben seleccionar cuidadosamente las exigencias aceptables e inaceptables y, por lo tanto, dividir a aquellos que ellos dominan, satisfaciendo a algunos y aislando a otros» (Preve). El Mayo francés, por lo tanto, habría sido apenas un «fenómeno de gestión de la crisis por las oligarquías dominantes» (!). Domenico Losurdo también expresa posiciones similares, un punto filosófico de referencia para muchos exponentes de este «nuevo» estalinismo, que, sin embargo, no tiene nada de marxista y todo de capitalista. Incluso con una mayor transformación en las palabras (como de costumbre), expresa los mismos conceptos Marco Rizzo: «Con amargura, en su conjunto el ’68 resultó, más allá de las voluntades individuales y colectivas, en un proceso de reestructuración y modernización del capitalismo más que en un cambio estructural de la sociedad. No fue un movimiento de emancipación del capitalismo, sino realizado por el capitalismo». Dígase de paso, todas estas lecturas denotan una visión nacionalista y sustancialmente eurocéntrica del ’68.

(2) Más allá de los conocidos italianos, citamos, por ejemplo, a Daniel Cohn-Bendit, uno de los dirigentes del Mayo francés, que en 1984 ingresa en el Partido Verde alemán, luego se convertirá en diputado europeo, y actualmente es un firme defensor de la integración europea, o sea, de la Unión Europea imperialista. Sin embargo, juzgar un movimiento a partir de lo que hicieron 15 o 20 años después algunos de sus líderes, incluso prominentes, tiene el mismo valor que imputar a Marx y Engels la traición de la socialdemocracia alemana, el revisionismo de Bernstein, o el centrismo de Kautsky, o sea, ninguno.

(3) Alain Krivine, Daniel Bensaïd. ¡Nunca sí! 1968-1988 rebelles et repentis, 1988, La Breche, p. 67. Más allá de las opiniones de los autores, y sin entrar en los méritos de la teoría de los «tres frentes», esta frase expresa bien la dimensión internacional de las luchas que sacudieron las diversas partes del mundo a lo largo de los años: los tres frentes de la revolución eran precisamente la lucha contra el capital en los Estados imperialistas, la lucha contra el imperialismo en los países coloniales, y la lucha contra la burocracia estalinista en los Estados obreros.

(4) Cuando hablamos de la Revolución portuguesa no nos referimos a la llamada Revolución de los Claveles, es decir, al golpe militar del 25 de abril de 1974, sino al período abierto por la movilización obrera del 1 de mayo de 1974, que puso en crisis los proyectos bonapartistas de la burguesía portuguesa, y al proceso de lucha de las masas trabajadoras que duró hasta noviembre de 1975, cuando la movilización fue derrotada. Portugal estaba en el ’68 bajo la dictadura de Salazar, que fue sucedida por la de Caetano en 1970, y no participó directamente del movimiento. Sin embargo, debido a que la revolución comienza con la victoria de los movimientos de liberación nacional en las colonias portuguesas y por los efectos que la gran movilización proletaria tuvo en las luchas de los trabajadores europeos hacia finales de los años ’70, creemos que ella es hija del movimiento del ’68.

(5) 1968 comenzó en Italia con la revuelta juvenil y estudiantil y luego se trasladó, al año siguiente, a las movilizaciones obreras (el famoso «Otoño caliente» del ’69) y, también a través del nacimiento y crecimiento de los «frentes de izquierda extra-parlamentarios», continuará hasta el asesinato de Moro en ’78. Ver el artículo de Diego Giachetti,» Antes, durante y después del 1968 italiano», publicado en Trotskismo oggi n.° 12. Disponible en español, en: “Antes, durante y después de Mayo del ’68” https://litci.org/es/menu/teoria/historia/despues-mayo-del-68/ (22/5/2018).

(6) Como hemos dicho antes, el hecho de que las manifestaciones en los diferentes países se influyan dialécticamente de manera recíproca es una constante de la lucha de clases internacional (basta pensar en la revuelta del ’56 en Budapest, que había sido influenciada por las movilizaciones del mismo año en Polonia), pero la característica particular de 1968 fue que las movilizaciones se extendieron en escala mundial, sin embargo manteniendo una serie de características comunes, a pesar de las diferencias entre los distintos países. Un fenómeno similar se observa también en el período de la «Primavera Árabe», cuando la fuerte movilización de las masas en Egipto y Túnez, que habían entrado en la lucha primero, se extendió a gran parte del mundo árabe con diferentes resultados (Siria, Túnez, Yemen, Bahréin), y luego influyeron las luchas de las masas occidentales (movimiento Indignados y Occupy Wall Street), así como las luchas de los trabajadores inmigrantes árabes en los países capitalistas (como en las luchas de la Logística en Italia).

(7) Giovanni Arrighi, Terence K. Hopkins, Immanuel Wallerstein, Antisistemic movements [movimientos antisistémicos], 1989, Verso, p. 36. El libro fue publicado en italiano con el mismo título en ’92 por Manifestolibri: el pasaje se traduce con una ligera diferencia siempre en la página 36.

(8) Los autores del texto citado, en particular Wallerstein, reivindicaban una visión tercermundista, en definitiva más cercana a una lectura geopolítica que a un análisis marxista (de la que incluso los autores se reconocían) de las movilizaciones de los años ’60 y ’70, visión en la que el «Sur del mundo», revolucionario, se oponía al «Norte del mundo» (que incluía tanto los Estados imperialistas como la Unión Soviética con sus satélites), conservador. De ahí el uso de la expresión «movimientos antisistémicos», es decir, que ponían en discusión el status quo, que sin una visión de clase lleva sin embargo a definiciones problemáticas: por ejemplo, de la dirección del Partido Comunista vietnamita como «movimiento antisistémico clásico» por su oposición a los planes de coexistencia pacífica de la burocracia soviética (en lo que se refería a Indochina) y, luego, a su prosecución de la lucha anticolonial en el final de la Segunda Guerra Mundial, solo para tener que reconocer más tarde (op. cit., p. 36) que una vez en el poder este partido estalinista reforzó la burocracia estatal.

(9) El Cordobazo fue una insurrección popular contra la dictadura, que tuvo lugar del 29 al 30 de mayo de 1969, en conjunto con una huelga en la ciudad de Córdoba, en Argentina. Abrió un período en el que hubo varias insurrecciones de este tipo que debilitaron la dictadura argentina, en un proceso que eventualmente condujo a las elecciones del ’73. Es interesante destacar cómo, entre los países latinoamericanos que también habían experimentado la radicalización estudiantil del ’68, fue justamente en Argentina, esto es, el país con más antigua industrialización del semicontinente y con la clase obrera con mayor tradición de lucha, donde hay un «trascendencia» de la radicalización estudiantil hacia la obrera y ‘popular’, como prueba de lo que hemos sostenido anteriormente con respecto a un movimiento global en nivel internacional que se conjuga a continuación en diferentes países según los diferentes contextos en los que se expresaba la movilización en nivel nacional.

(10) A pesar de que hoy esté claro para todos los que se niegan a cerrar los ojos ante el hecho de que el impulso revolucionario de la Revolución cubana se había agotado a mediados de los años 60, y esto fue probablemente la causa real de la decisión de Guevara para salir de Cuba (en este sentido remitimos a nuestro artículo «Un marxista inacabado. Concepciones y práctica política de Ernesto Che Guevara», publicado en Trotskismo oggi n.° 10), a los ojos de los jóvenes estudiantes y trabajadores que se movilizaban en aquellos años, Cuba se mantuvo como el otro país ‘modelo’ de antiimperialismo, también debido al constante ataque de los Estados Unidos.

(11) Con respecto a la Revolución Cultural China, remitimos al artículo de Alberto Madoglio, «La revolución cultural: una revolución política abortada», que reconstruye la historia, publicada en Trotskismo oggi n.° 12.

(12) Con el fin de movilizar a las masas estudiantiles y de obreros contra sus adversarios en la burocracia del partido, en sus discursos de aquellos años Mao hizo amplias referencias demagógicas a la Comuna de París, solo que surgieron toda una serie de organizaciones de Guardias Rojas radicales que ponían en discusión no solo a los burócratas «de derecha» en el partido, sino también a los «de izquierda»: era, pues, necesario iniciar una campaña tanto contra los «extremistas de izquierda» como contra los excesos en la Revolución cultural, de manera que, aparte de unos pocos dirigentes como Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, fueran alcanzados solo miembros de bajo o medio rango de la burocracia del partido y del Estado.

(13) Dicho sea de paso, esta percepción no fue solo de sectores juveniles de la nueva radicalización sino también de sectores (también jóvenes, pero no solo) provenientes de organizaciones del Secretariado Unificado de la IV Internacional. La estrategia del entrismo sui generis ideada por Pablo, y seguida todavía en esos años por las secciones del SU, partía de la previsión del desarrollo de corrientes centristas de izquierda en los partidos comunistas, a las que los trotskistas debían ligarse para influenciar la toma de conciencia revolucionaria. Los acontecimientos de la Revolución Cultural y, más tarde, la condena china a la invasión soviética de Checoslovaquia, en el marco de una confusión ideológica sobre el papel del partido revolucionario y sobre la naturaleza del estalinismo, hizo creer a muchos que no tenía más sentido mantener una organización trotskista cuyos análisis parecían superados por la maoísta, que también producía mucha mayor simpatía entre las vanguardias de la nueva radicalización: una capitulación oportunista con consecuencias también graves (en Italia se arriesgó la disolución del GCR) debido a la estrategia equivocada de Pablo y del SU (en su libro Les enfants du Prophete. Histoire du mouvement trotskiste en France [Los hijos del Profeta. Historia del movimiento trotskista en Francia], Jacques Roussel, hablando de la escisión de los grupos del PC italiano que hacían entrismo en el PC francés, pregunta irónicamente: «¿el maoísmo no es el foco esencial del enderezamiento revolucionario anunciado?») .

(14) Nos referimos a cómo las vanguardias juveniles en proceso de radicalización percibían los acontecimientos de la Primavera de Praga, no a su curso real, que fue más contradictorio: para un análisis remitimos al artículo de Salvatore De Lorenzo, «1948-1968: veinte años de estalinismo en Praga» publicado en Trotskismo oggi n.° 12. También traducido al español, disponible en: https://litci.org/es/menu/teoria/historia/1948-1968-veinte-anos-estalinismo-praga/ (14/5/2018).

(15) Para una investigación más completa de los diferentes aspectos del ’68, recomendamos leer el libro de Roberto Massari, Il ’68. Come e perché. [El ’68. Cómo y por qué], 1998, Massari editore, del cual nos hemos valido para reconstruir una visión de conjunto del período.

Traducción: Natalia Estrada.

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