Una revolución traicionada. 1943-1948: la resistencia obrera en Italia
Por: Francesco Ricci
1. El primer golpe real al fascismo: las huelgas obreras
Generalmente la crisis del fascismo se presenta como el producto de la derrota militar infligida por los Aliados y la crisis interna del régimen. Efectivamente, a partir de julio de 1943 los angloamericanos conquistan Sicilia y comienzan a remontar lentamente la península; y el 25 de julio el Gran Consejo del fascismo aprueba por mayoría la agenda Bottai-Grandi-Ciano que liquida a Mussolini, detenido pocas horas después por orden del rey que lo sustituye con Badoglio. Es un intento de salvar el régimen utilizando a Mussolini como chivo expiatorio. Un intento apoyado no sólo por la monarquía y las jerarquías militares y del Vaticano sino también y sobre todo por aquellos patrones (Agnelli, Pirelli, etc.) que, después de haber obtenido gigantescas ganancias gracias al régimen fascista, intentan cambiar caballos en la carrera. Badoglio, ya destacado como exterminador durante la agresión colonial a Abisinia, comandante de las bandas fascistas en España, sustituye a Mussolini.
Este primer gobierno de Badoglio dura 45 días y busca reivindicar la vieja estructura fascista (de la que se conserva a la mayoría de los dirigentes, a pesar de que el Partido Nacional Fascista está formalmente disuelto) manteniendo inalterable su carácter antiobrero (reprime sangrientamente las manifestaciones por la caída de Mussolini: muertos y centenares de heridos por doquier). El nuevo gobierno, al tiempo que proclama su fidelidad a los nazis inicia las negociaciones con los Aliados, que desembocarán en la firma del armisticio (el 3 de setiembre, pero hecho público el 8) y la precipitada huida del gobierno y del rey a Puglia, dejando todo el aparato estatal y las fuerzas armadas rompiéndose frente a las tropas alemanas que ocupan el país mientras los generales huyen, o prefieren entregar las armas a los invasores por sobre los trabajadores. Esos obreros que organizan la primera barrera y que tratan de defender varias ciudades, desde Roma a Piombino (que resiste durante varios días infligiendo 600 muertos a los alemanes) hasta Nápoles, donde el proletariado da vida a los «cuatro jornadas» –del 27 setiembre– que liberan la ciudad antes de la llegada de las tropas del imperialismo angloamericano.
Pero la historiografía imperante tiende a minimizar el peso que tuvieron las huelgas obreras y que en realidad fueron determinantes en la caída del gobierno de Mussolini (tanto del real, queremos decir, como del republicano).
Nos referimos a las huelgas (intermitentes) que comenzaron el 5 de marzo de 1943 en la Fiat de Turín. En Mirafiori, donde se concentraban 21.000 obreros, comienza el primer paro contra el costo de vida y por la paz. Dos semanas después, la huelga se extiende a Milán (Falck y Pirelli) y a los principales centros obreros del Norte.
El régimen primero trata de amortiguar la lucha con una dura represión (800 trabajadores arrestados, golpizas) y luego, al no conseguirlo, el gobierno y los patrones otorgan aumentos salariales, con la esperanza de hacer terminar la lucha. Pero las huelgas continuaron en noviembre de 1943 y nuevamente en marzo de 1944 cuando, del 1 al 8 del mes, hubo una huelga general en toda la Italia ocupada por los alemanes.
Fueron las huelgas de la primavera de 1943 las que dieron la primera sentencia de muerte al régimen; y fueron las huelgas de otoño del ’43 y del ’44 las que fortalecieron la Resistencia y prepararon la insurrección de abril del ’45.
No hubo huelgas «espontáneas» (a diferencia de lo que leemos a menudo y como demuestra el hecho de que la policía fascista ya tres semanas antes estuviera en alerta por los panfletos clandestinos que circulaban en la fábrica): en ellas jugaron un rol protagónico los cuadros del PCI que, desde 1942, estaba reconstruyéndose en gran parte de las provincias del país (a partir de julio de 1942 se reanudó la publicación de la Unità) y que sobre todo reorganizaba los núcleos obreros en las fábricas: la columna vertebral de la huelga fueron los 80 militantes que el PCI tenía en Mirafiori. Si bien el apoyo de masa a las huelgas era la respuesta de la clase obrera no sólo a Mussolini y su régimen antiobrero y anticomunista, sino también a esa gran burguesía que en el transcurso de veinte años había visto multiplicarse sus propias ganancias mientras los salarios perdían más de 20% del poder adquisitivo.
El fascismo había sido –tal como Trotsky lo analizó y definió– un movimiento de masas de la pequeña burguesía empobrecida por la crisis (por lo tanto no un invento de la gran burguesía) que, en ausencia de una hegemonía proletaria, fue utilizado por la gran burguesía (que acudía a él como acude el enfermo de muelas al dentista) como ariete contra las organizaciones del movimiento obrero, superponiendo al confuso (o más bien inexistente) programa del fascismo el programa de los Agnelli y de los Pirelli en Italia, de los Krupp y de las grandes familias del capitalismo alemán en Alemania.
Así, cuando el 9 de setiembre se instauró la República de Salò, un protectorado alemán dirigido por Mussolini (liberado el 12 de setiembre por las SS), que comprendía todo el norte e incluía inicialmente hasta el Lacio y el norte de Campania, nacieron las primeras bandas partisanas.
Los primeros cientos que toman el fusil son en gran parte obreros. Las distintas brigadas (Garibaldi, dirigida por el PCI; Matteotti, dirigida por el PSI; Justicia y Libertad, dirigida por los accionistas -1) llegarán a incluir, en conjunto, unos 250.000 militantes. La gran mayoría está compuesta por obreros (pero con una fuerte presencia también de campesinos asalariados); entre ellos una clara mayoría está formada por comunistas (incluyendo no sólo militantes del PCI sino también militantes de otras organizaciones o simpatizantes) y la casi totalidad (a excepción de las pocas brigadas vinculadas a partidos burgueses) se reconocen en los partidos de izquierda y de manera más general (con diversos grados de confusión, por supuesto) cree en el socialismo.
En suma, los obreros –este es el sentido de nuestra introducción– son la columna vertebral de la llamada Liberación. Fueron los comunistas (no sólo los del PCI, como veremos más adelante) y más en general los trabajadores que lucharon por el socialismo quienes escribieron la historia del país desde 1943 hasta el 25 de Abril; y luego otra vez del ’45 al ’48. Y la mayoría de estos combatientes está convencida, de una forma u otra, de que la Resistencia es solo el inicio de la revolución.
2. El «cambio de marcha de Salerno» fue concebido en Moscú
Se puede decir que el andamiaje de toda la historiografía de marca PCI gira en torno a la “Svolta de Salerno” [«cambio de marcha de Salerno»]. Los mismos herederos de aquella histórica escuela de falsificación han seguido defendiendo (incluso cuando, abandonando su disfraz reformista, migraron al Partido Demócrata) la supuesta «originalidad» del «cambio de marcha» de Togliatti. Así, sucede que hoy un historiador estalinista impenitente, como Luciano Canfora, y un histórico ex estalinista que se afilió al Partido Demócrata, como Giuseppe Vacca, convergen en tratar de defender aún el mito de una ruptura innovadora de togliattismo respecto del estalinismo.
Los trotskistas han sostenido durante décadas que no se puede hablar de un «cambio de marcha» sino del desarrollo de la política estalinista en Italia. El togliattismo no sólo fue un intérprete (quizás astuto, como querrían los diversos Canforas, que saludan en Togliatti que atenuó, con realismo, la política de Stalin e incluso se opuso a ella) sino el artífice del estalinismo en Italia. La política seguida por el PCI –hemos argumentado por años– era la lógica continuación de la política de los «frentes populares» y, más en general, del incesante y gigantesco trabajo que hizo el estalinismo para impedir la revolución en otros países. El elemento novedoso, después del derrumbe del estalinismo y la apertura de los Archivos de Moscú, fueron los quintales de documentos que han probado que los hechos históricos daban la razón a los trotskistas (que, huelga decirlo, no significa que los historiadores estalinistas o ex estalinistas no continúen escribiendo como si nada, fingiendo no haberlo notado).
Entre el abundante material publicado en italiano, nos limitamos a referirnos a la lectura de Togliatti e Stalin de Aga Rossi y Zaslavsky y Dagli archivi di Mosca [De los archivos de Moscú], editada por Pons y Gori (2). El primero tiene un enfoque reaccionario, el segundo es manejado por directivos del Instituto Gramsci (primero dirigido por el PCI, ahora por el PD): pero más allá del diferente enfoque y lectura de los hechos, ambos presentan decenas de documentos recuperados de los archivos rusos que prueban ahora sin lugar a dudas que el «cambio de marcha de Salerno» fue una invención propagandística de Stalin.
Ya en diciembre de 1941, en el encuentro entre Stalin y el ministro de Asuntos Exteriores británico Eden, se decide que después de la guerra Italia permanecerá bajo la esfera de influencia occidental. Esta posición del país fue confirmada en las más notorias conferencias de Teherán (noviembre-diciembre ’43), Yalta (febrero ’45) y Potsdam (julio-agosto ’45). Durante años los estalinistas han negado, contra toda evidencia, que en estos encuentros se dividió el mundo en zonas de influencia.
Sin embargo, cuando Stalin y Churchill se encuentran en octubre de 1944, este último pide garantías sobre la orientación del PCI. Stalin responde que no hay que temer: Togliatti “es un hombre prudente, no un extremista” y por eso, continúan las notas taquigráficas de la secretaria que asistió a la conversación, “no se embarcará en una aventura” (3).
Además, hoy sabemos con exactitud que la línea del llamado «cambio de marcha» fue definida minuciosamente por el propio Stalin. Es Pons quien lo reconoce (4): «El paso decisivo del “cambio de marcha” se dio no sólo con el consentimiento de Stalin (…) sino a través de su intervención». Pons se refiere al hecho de que Togliatti, si bien compartía todo el planteamiento general (volveremos sobre esto en breve), inicialmente había articulado la línea con algunas diferencias: no pensaba en empujar su partido hasta el punto de apoyar a Badoglio y la monarquía; pensaba en imponer la abdicación del rey y la sustitución de Badoglio con una figura burguesa menos comprometida con el fascismo. Esta era la línea que envió con un texto a Dimitrov (secretario del Komintern) y que este le mostró a Molotov (viceprimer ministro). Luego, en la noche del 3 al 4 de marzo de 1944, Stalin da una audiencia a Togliatti, en presencia de Molotov, y es allí donde cae la prejudicial antimonárquica. El borrador escrito por Togliatti fue tirado a la basura y se acordó otra estructuración de la misma línea de compromiso de clase con la burguesía. Una línea que, en su articulación (apoyo a Badoglio y postergación de la cuestión institucional relativa a la monarquía) puso inicialmente en aprietos a los dirigentes del PCI en Italia, que se vieron obligados a modificar precipitadamente la actitud seguida hasta entonces.
3. Giros y contragiros del estalinismo
Es interesante notar cómo documentos y pruebas sobre aquel encuentro nocturno en Rusia entre Togliatti, Stalin y Molotov inutilizan, repitamos, cientos de libros escritos por historiadores del área del PCI durante décadas, desgarrando el mito de un Togliatti creador de la «vía italiana al socialismo», inspirado en Gramsci, etc.
Por el contrario, como siempre han sostenido los trotskistas, el origen de la política del PCI en Italia (pero lo mismo podría decirse del PCF francés, etc. (5) hay que buscarlo varios años antes, en 1935, en el VII Congreso de la Internacional Comunista, ahora dócil instrumento de Stalin.
Después de la política del «socialfascismo», que le abrió las puertas a Hitler, como dijo en su momento Trotsky, política que consistía en poner bajo el mismo signo socialdemocracia y fascismo y por tanto en rechazar cualquier frente defensivo con los socialistas contra los fascistas, el estalinismo experimentaba el más brusco y decisivo de sus zigzags. Precisamente en ese congreso de la Internacional Comunista, el informe Dimitrov invirtió la línea y, fingiendo volver al «frente único» de memoria leninista (que, sin embargo, era una táctica de frente de clase, destinada a desenmascarar a los reformistas), la «extendía» incluyendo por primera vez la posibilidad de que los comunistas apoyaran gobiernos burgueses. Por supuesto, no se trataba de una «corrección» sino de una inversión exacta de las posiciones de Lenin y, de hecho, de la negación del propio fundamento marxista de independencia de clase del proletariado de la burguesía y de sus gobiernos como requisito previo para cualquier política revolucionaria. Dimitrov arremete contra «los dos oportunismos»: el definido como «de derecha», que pretendía gobernar siempre con la burguesía; y… el «de izquierda», es decir, los que creen que los comunistas pueden entrar al gobierno solo después de la revolución y la toma del poder. Para… contrarrestar estos dos oportunismos (el primero era en realidad coincidente con el reformismo que, en cada época, predica la colaboración del gobierno con la burguesía; el segundo era simplemente la descripción… del leninismo), Dimitrov (y Stalin) teorizan el inicio de los «frentes populares»: es decir, la consagración del estalinismo como agente de la reintroducción del reformismo y del menchevismo en el movimiento obrero. Para los países europeos se reviven las posiciones mencheviques de la revolución por etapas: primero la revolución «democrática», luego, en un futuro indeterminado, la «etapa» socialista.
La línea del VII Congreso constituyó el eje de fondo de toda la política estalinista (y por tanto también togliattiana) de los años siguientes, incluso en los vaivenes impuestos, en la superficie, por el estalinismo, para sus necesidades inmediatas. De hecho, la línea de colaboración de clases presidió tanto el período (de 1935 a 1938) en el que la URSS de Stalin identificaba al imperialismo alemán como principal enemigo; como el período (de agosto del ’39 al ’41) en el cual firmaba con Hitler el pacto Molotov-Ribbentrop e identificaba a Francia y Gran Bretaña como sus principales enemigos. De manera similar, el resultado final no cambió cuando, después de la agresión de Hitler contra Rusia, se tomó la decisión de aliarse con «las potencias democráticas amantes de la paz» (Gran Bretaña y Estados Unidos) para dar vida a la «coalición de los pueblos libres» en lucha ya no contra el capitalismo y la burguesía sino solo contra el fascismo.
Hasta llegar, en mayo de 1943, después de haber utilizado a la Internacional como instrumento para imponer esta línea de capitulación a los PC de todo el mundo, a disolverla como signo de pacificación con el imperialismo «democrático».
Inmediatamente después del VII Congreso se iniciaron los Procesos de Moscú, en los que el estalinismo intentó acabar con lo que quedaba de la dirección bolchevique y en particular con el peligro más temido porque se reconocía como única potencia alternativa: el bolchevismo de entonces, encarnado en Trotsky y en la corriente internacional dirigida por él.
El fiscal en esos procesos fue Vyshinsky, un exmenchevique, autor de la orden de captura contra Lenin buscada por el gobierno provisorio en 1917, luego se pasó a los bolcheviques victoriosos y más tarde llegó a los más altos niveles del Ministerio de Relaciones Exteriores con la particular tarea de seguir el desarrollo del PCI.
4. ¿Qué fue el «cambio de marcha» de Salerno
De regreso en Italia (el 27 de marzo de 1944), Togliatti tuvo que reorientar el partido: un poco como Lenin cuando regresó a Rusia desde Suiza en la primavera de 1917. Pero, mientras Lenin, con las Tesis de Abril, reafirmaba la plena independencia de clase de los bolcheviques de la burguesía y por lo tanto la oposición al gobierno burgués «de izquierda», Togliatti, por el contrario, alineaba el partido a la defensa del gobierno burgués del ex fascista Badoglio. Además, este gobierno ya había recibido el reconocimiento de Rusia (el primer país en hacerlo) el 13 de marzo de 1944, en lógica continuidad con lo decidido en la reunión nocturna entre Togliatti y los dirigentes rusos antes mencionados.
Así, el 24 de abril de 1944, el PCI entraba en el segundo gobierno de Badoglio (que gobernaba el llamado Reino del Sur con el apoyo del PCI, PSI, accionistas, DC y liberales), después de que ya en la Unità Togliatti hubiera resumido la línea de la siguiente manera : «(…) hoy no podemos inspirarnos en un sedicente interés estrecho de partido, o en un sedicente interés estrecho de clase (…). Es el PC, es la clase obrera la que debe enarbolar la bandera de los intereses nacionales que el fascismo y los grupos que le dieron el poder han traicionado» (6).
Concretamente, el cambio de marcha suponía una orientación precisa respecto de la Resistencia que se gestaba en la parte del país ocupada por los nazis y sometida al gobierno de Mussolini en Salò. Las directivas que Togliatti envía a las formaciones del PCI en el verano de 1944 no dejaban lugar a dudas: la lucha partisana no tenía como objetivo «imponer transformaciones sociales y políticas en sentido socialista y comunista, sino que apuntaba a la liberación nacional y la destrucción del fascismo»(7).
No se trataba, como veremos, de una línea fácil de imponer: porque la Resistencia se movía en una dirección muy diferente.
5. Desviar la Resistencia para preservar los intereses de la burocracia
Pero ¿por qué el estalinismo necesitaba imponer esta línea de capitulación?
¿Quizás, como se ha dicho muchas veces, en obsequio a la «teoría» de la revolución en un solo país, presentada por muchos como «más realista» frente a las supuestas utopías de revolución mundial de Trotsky? No es este el lugar para profundizar en el tema. Baste decir aquí que esa llamada «teoría» (de la que el propio Stalin, junto con toda la dirección bolchevique, se habría reído hasta unos meses antes de proclamarla, siendo en términos marxistas una bestialidad) fue más bien la cobertura teórica de los intereses de la casta burocrática crecida en Rusia en el período de reflujo de la revolución. Esa casta (de la que Stalin fue en definitiva sólo intérprete) legaba los propios privilegios materiales al aislamiento de la revolución rusa. Inicialmente no era culpable de ese aislamiento: este había estado determinado por la traición de la socialdemocracia que había hecho fallar las revoluciones en Italia (en el «bienio rojo») y en Alemania (en el ’18 y a principios de los años veinte). Luego se convirtió en un activo defensor de ese aislamiento porque, nacido en el aislamiento, solo en el aislamiento podía proliferar la burocracia parasitaria. Es de aquí (y no de un error o de un supuesto «realismo») que nació la posterior política de Rusia y de la Internacional dominada por el estalinismo: todo encaminado a demoler cada proceso revolucionario para preservar los intereses antiobreros de castas burocráticas que encontraron su alimento en el Estado burocratizado ruso y encontrarían gradualmente, en lo que respecta a los partidos comunistas estalinistas del resto del mundo, su alimento en la preservación del Estado burgués de los respectivos países.
La burocracia del PCI (así como de los demás partidos estalinistas) actuó en estrecha solidaridad de intereses, en una fase inicial, con la burocracia moscovita. Togliatti, uno de los principales dirigentes estalinistas europeos (además de director en Moscú de la propaganda sobre los Juicios de Moscú, inspirador de la política estalinista de masacre del POUM en España, responsable a veces directamente y otras indirectamente del asesinato de los mejores cuadros revolucionarios en el mundo, y entre ellos de Pietro Tresso) formaba parte de ese bubón burocrático. A partir de los años de la reconstrucción del Estado burgués en Italia, entonces, la burocracia del PCI creció alimentando sus propios intereses estrechamente ligados a los del capitalismo italiano. Cuanto más crecían esos intereses, independientes de Rusia, más se alejaba del estalinismo ruso hasta el punto de participar en el proceso de progresiva socialdemocratización del PCI (que además comenzó, como hemos visto, ya a mediados de la década de 1930 con la aceptación de la colaboración de clase y de gobierno con la burguesía). Un proceso de socialdemocratización que luego se convirtió, tras el derrumbe de la URSS estalinista, en una evolución hasta la llegada de un partido plenamente liberal y burgués (el Partido Democrático), una vez cortadas las raíces obreras.
Eso porque para imponer la línea de colaboración de clase decidida por el estalinismo para mantener el aislamiento de la revolución rusa y así preservar a la burocracia de la oleada de otras revoluciones que la habrían barrido, el PCI tuvo que desviar el tren de la Resistencia hacia una vía muerta. Lo hizo también utilizando la autoridad y el prestigio de la URSS.
En primer lugar, era necesario amordazar la Resistencia, tratando por todos los medios de suavizar su carácter de clase. Y dado el absoluto predominio de los sentimientos comunistas entre los partisanos, la simbología de las brigadas incluso se atenuaba: directivas precisas invitan a usar menos pañuelos rojos, menos estrellas rojas, a no usar nombres que remitan a la tradición comunista, a no saludarse unos a otros con el puño cerrado. Las propias brigadas Garibaldi se llaman así porque la referencia al Risorgimento [Resurgimiento] está más de acuerdo con la orientación que se quiere imponer: ciertamente no se las podría llamar brigadas Marx o brigadas Lenin.
En Rinascita (que inició sus publicaciones en junio de 1944) se «enriquecieron» las enseñanzas de los «maestros», a saber, Marx-Engels-Lenin-Stalin (sic), con referencias al Risorgimento italiano: de Garibaldi a Pisacane. Para legitimar la política de colaboración de clase con los católicos de la DC, el «partido nuevo» de Togliatti revaloriza la cultura católica (8).
Obviamente, el trabajo a hacer no es sólo sobre los símbolos y los aspectos culturales: paradójicamente, es necesario liberarse del papel «excesivo» que el partido se ha ganado en el campo de la Resistencia: por eso es el PCI que pretende que la dirección del CLN (que, en votos proporcionales, habría ganado en casi todas partes) se reparta equitativamente entre todos los partidos, incluidas las formaciones burguesas, prácticamente inexistentes sobre el terreno.
6. Las oposiciones a la línea Togliatti
La colaboración de clases, que el PCI ya practicaba, como hemos visto, desde mucho antes del «cambio de marcha de Salerno», ya desde finales de 1943 había estimulado el nacimiento de varios grupos de oposición.
La oposición más clamorosa es la que nace en Nápoles en octubre de 1943 cuando la federación napolitana se divide en dos y una parte sustancial del partido forma una federación contrapuesta a la oficial: la federación de Montesanto (por el nombre de la zona en la que tenía sede) con posiciones genéricamente clasistas, aunque confusas. La escisión durará sólo dos meses y ya en diciembre la mayoría de los secesionistas volverá al PCI: dejando huellas en sectores de militantes que luego se organizarán de distintas maneras.
Algo análogo sucede en Turín donde dos mil militantes (poco menos de la mitad de la federación del PCI), en su mayoría trabajadores de la Fiat (donde Stella rossa llegará a organizar alrededor de 500 trabajadores), rompen con el partido en mayo de 1944 y dan vida a Stella rossa, que se caracteriza por un rechazo al frente interclasista buscado por el partido y consagrado por el «cambio de marcha de Salerno» unas semanas antes. Se pide una línea que se enfrente no solo al fascismo y con el ocupante alemán sino también con esa burguesía que había utilizado el fascismo como puño de hierro contra los obreros. No les crean a los burgueses, está escrito en el periódico de Stella rossa, nos engañan hablando de patria y de concordia nacional; sabemos que solo quieren continuar con la explotación de clase. Esta división también será reabsorbida poco después (a principios de 1945, algunos meses después del asesinato –con toda probabilidad a manos estalinistas– de Vaccarella, el principal dirigente).
Entre los muchos grupos que se separan del PCI o que se forman a su izquierda, el más interesante es sin duda el Movimiento Comunista de Italia (McdI) o Bandera roja, del órgano que publica. Bandiera rossa nace en Roma y llega a reagrupar en la capital a unos 2.500 activistas, es decir, tanto como la federación del PCI (en 1945 se extenderá a todo el Sur, abriendo secciones también en el Centro-Norte y organizando a algunos miles de activistas).
Bandera roja, organización mixta, con grupos provenientes del PCI, del anarquismo, del socialismo, apoya posiciones de clase y entiende la Resistencia como el inicio de la revolución. Participa en la Resistencia en primera fila: baste decir que durante las ocupaciones nazis de Roma dejará unos 200 muertos en campo (es decir, el triple de los sufridos por el PCI en la capital); y que de los 335 masacrados en las Fosas Ardeatinas, 52 pertenecían a este movimiento. La mayoría de los militantes volverá al PCI uno o dos años después de la Liberación.
Claramente la historiografía de marca PCI siempre ha quitado o dedicado poco espacio a estas formaciones porque su propia existencia contrasta con la lectura que se pretende dar: estas organizaciones y su consistencia son la prueba, en efecto, de que la línea de colaboración de clase fue impuesta por el PCI, desviando la inclinación de clase que el proletariado estaba asumiendo en la lucha contra los fascistas. Togliatti y el PCI tuvieron que desviar el río de la lucha de su cauce natural.
Todas estas organizaciones y militantes individuales claramente tuvieron que chocar no solo con el fascismo y con los patrones sino también con los métodos del estalinismo: que incluían la delación (con nombres y apellidos publicados en la prensa del partido y por lo tanto entregados a la policía fascista) y la calumnia. Todos aquellos que no se doblegan a la línea de colaboración de clase son acusados de «trotskismo» o de «bordiguismo»: estas dos palabras se utilizan como sinónimos de «espías del fascismo» (Il sinistrismo, maschera della Gestapo [«el izquierdismo, máscara de la Gestapo»] es el significativo título de un artículo de Pietro Secchia, de diciembre de 1943). Bordiga, el principal dirigente del PCD’I en sus primeros años, tras ser expulsado en 1930, todavía es descrito por Togliatti en Lo Stato Operaio «canalla trotskista, protegido por la policía y por los fascistas» (9).
En realidad, tanto la escisión napolitana como la de Turín, y otras organizaciones menores que no tenemos espacio para mencionar aquí, a pesar de tener entre sus filas a algunos militantes bordiguistas o más o menos trotskisantes, las más de las veces se inspiran, a decir verdad, ¡en Stalin! De hecho, existe la convicción generalizada de que el «cambio de marcha» de Togliatti se produce en ruptura con la línea señalada por la URSS de Stalin. La propia Bandera Roja (McdI), señalada por muchos como trotskista, en los hechos, en el mejor de los casos, tenía posiciones confusas como confirma que entre las indicaciones de lectura para los militantes estaban las obras de Stalin, pero también… ¡la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky!
Hablaremos de los verdaderos trotskistas en el próximo capítulo, en cuanto a Bordiga, a pesar de ser solicitado por varios militantes, permanece pasivo, convencido de que debemos esperar un cambio de la situación objetiva… La misma razón que, años antes, lo había llevado a criticar el proceso de construcción de la Cuarta Internacional. Por eso, si bien sigue a distancia y cultivando relaciones individuales, no se une a la Fracción de izquierda que se organiza desde 1944 en Campania y luego en el sur, que también está claramente inspirada en sus ideas y que (basándose en una lectura equívoca del «derrotismo» de Lenin frente a la guerra) mantiene una actitud de no participación en la Resistencia. La Fracción de Izquierda se fusionará en el ’45 con el Partido Comunista Internacionalista, formación bordiguista activa en el Norte de Italia (de la reunión participan Bruno Maffi, Onorato Damen y varios otros dirigentes, entre ellos el propio Bordiga).
7. Los trotskistas sin partido
No es este el lugar para reconstruir la historia del trotskismo italiano: tarea que nos comprometemos a cumplir en uno de los próximos números de esta revista.
El lector interesado puede referirse útilmente a los folletos de Giachetti y Casciola de los que damos las referencias bibliográficas en el archivo correspondiente en estas páginas [de Trotskismo oggi, ndr.], así como al libro de Peregalli del que también damos los detalles.
Aquí nos basta recordar que los primeros pasos del trotskismo italiano los dieron Tresso y los demás expulsados del PCI en 1930 y la agrupación a la que dieron vida, la Nueva Oposición Italiana. La NOI tendrá una vida corta (y varios enfrentamientos internos) y Tresso en particular continuará la actividad, durante el fascismo, en la organización trotskista francesa, hasta que es asesinado por los estalinistas franceses en el ’43 (sobre Tresso, del que este año se cumple el septuagésimo aniversario de su muerte, remitimos a otra parte de este número, donde publicamos un artículo suyo). Los hilos del trotskismo serán paradójicamente retomados… por algunos soldados estadounidenses y británicos que formaban parte del contingente que invadió Italia. En realidad, se trataba de dirigentes trotskistas que cumplían el servicio militar y que fueron de valor precioso para poner en contacto al grupo organizado en torno a Nicola Di Bartolomeo (ex bordiguista pasado al trotskismo, dirigente de un trabajo de entrismo en el Partido Socialista) y el grupo dirigido en Puglia por Romeo Mangano (procedente del Pcd’I) que se reclamaba de la Cuarta Internacional a pesar de no tener conexión con ella. A finales de 1945 los dos grupos se unifican en el Partido Obrero Comunista –bolchevique-leninista al cual adherirá también Libero Villone y un sector proveniente de la Fracción de Izquierda.
Pero el POC tenía una relación muy débil con el trotskismo y las posiciones mayoritarias eran bordiguistas (rechazo a las tácticas y resoluciones de los III y IV Congresos de la Internacional Comunista; caracterización de la URSS como Estado capitalista; mecanicismo; etc.). Por ello, el II Congreso de la Cuarta Internacional (abril de 1948) lo expulsa de sus filas (Di Bartolomeo, el más cercano al trotskismo, había muerto en 1946), al tiempo que reorganiza una nueva sección en torno a la revista Quarta Internacionale, animada por Libero Villone, Livio Maitan y un grupo proveniente de las filas socialistas (entre ellos, Giorgio Ruffolo, Gaetano Arfè, etc.). La nueva organización (1949) se llamará Grupos Comunistas Revolucionarios (y con este nombre se mantendrá hasta finales de la década de 1970, convirtiéndose luego en Liga Comunista Revolucionaria).
Este indicio ya es suficiente para comprender cómo el trotskismo de hecho no existía en forma organizada en el período que aquí nos interesa, es decir, de 1943 a 1948.
Esta será (pero volveremos a ella en la conclusión) la razón principal, en nuestra opinión, del fracaso de la revolución italiana.
8. La restauración y la expulsión del gobierno
En enero de 1945 se unificaron las formaciones partisanas y se pusieron formalmente bajo el mando militar del gobierno real y directamente del general Cadorna, que tenía como vices a Longo (Pci) y Parri (Justicia y Libertad). Fue este acto el que formalizó, por así decirlo, el compromiso con la reconstrucción del Estado burgués. Compromiso directo de la izquierda también confirmado con la participación en los gobiernos burgueses que siguieron al segundo gobierno de Badoglio (al que ya habían dado apoyo): el gobierno de Bonomi, en el cargo de junio a diciembre de 1944, apoyado por todas las fuerzas del CLN, y el posterior gobierno Bonomi, en funciones hasta junio de 1945, gobernado por la DC, los liberales y el PCI (con Togliatti como viceprimer ministro).
Para permitir la reconstrucción de los organismos de la democracia burguesa, parlamento, provincias y municipios, se liquidan los CLN (ya transformados de potenciales organismos de clase en instrumentos de colaboración de clase, como hemos visto más arriba).
Sobre todo, es el PCI el que tiene que desempeñar un papel de liderazgo en el desarme de la Resistencia. En mayo de 1945, en todos los cuarteles comunistas se publicó un llamamiento de la dirección del PCI para que se devolvieran las armas: sin embargo, sólo se devolvió la chatarra [los fierros viejos] y el resto se ocultó en almacenes clandestinos, con la ingenua convicción de que en un momento dado el partido llamaría a la lucha.
Pero la contribución más importante para la reconstrucción del pleno poder burgués se hizo en el campo económico: después de haber evitado o circunscrito los episodios de expropiación de las fábricas en las zonas que pasaban paulatinamente al control de la Resistencia, las fábricas fueron entregadas a los patrones. Es más: se los invita urgentemente a retornar. Todos los números de la Unità, desde Liberación en adelante, están salpicados de llamamientos a los obreros para que aumenten la producción (Stajánov, el «héroe» ruso del trabajo, es exaltado en cada artículo) y a los patrones para que recuperen «su lugar». Emilio Sereni (presidente del Cln lombardo, dirigente del PCI) en una asamblea pública de setiembre del ’45 retoma lo que será el leitmotiv del período: «Sería demasiado cómodo para las clases dirigentes que llevaron a Italia a la catástrofe poder decir a los trabajadores: ahora arréglense solos… Los trabajadores no caerán en la trampa, han sabido exigir que los representantes de la propiedad asuman su parte de responsabilidad en la reconstrucción» (10).
¿Y las expectativas de una revolución? Se mueven… hacia adelante; relacionadas con la futura Constitución. Es entonces cuando comienza la retórica en torno a ese papel, una retórica que sigue fascinando a la izquierda reformista hasta el día de hoy, a pesar de que los últimos casi setenta años han demostrado que las revoluciones no se hacen con leyes: mucho menos con leyes escritas junto con la burguesía (11).
La otra cara del compromiso de los partidos de izquierda, encabezados por el PCI, de entregar todo el poder a los patrones, radica en su papel de reprimir cada actitud y cada lucha que pueda entorpecer este proyecto. El papel de Togliatti es bien conocido: como ministro de Justicia en el gobierno de Parri y en el posterior gobierno de De Gasperi, no sólo concedió amnistía a los fascistas –consciente de que una purga grave implicaría inevitablemente también a la burguesía y reavivaría la lucha– sino también consintió la reconstrucción del aparato represivo burgués basándose precisamente en el viejo personal fascista. Y fue nuevamente el ministro Togliatti quien invitó a los magistrados a concluir rápidamente los procesos llenando las cárceles (de las que habían salido los fascistas) con obreros que participaban en huelgas y manifestaciones(12).
El PCI recupera posiciones de liderazgo en los gobiernos de reconstrucción: también en los ministerios claves de la economía: Ministerio de Agricultura en el segundo gobierno de Bonomi; de Agricultura y Hacienda en el tercer gobierno Bonomi, en el gobierno Parri y en el primer gobierno de De Gasperi; de Hacienda y Transportes en el segundo gobierno de De Gasperi.
A pesar de este compromiso diligente, en 1947 el PCI fue expulsado del gobierno. Sin embargo, como se afirma en una resolución del partido de mayo de 1947: «Los comunistas seguirán preconizando un programa de reconstrucción que, sin oprimir las fuerzas productivas sanas con excesivas intervenciones del Estado, restituya a todos la confianza en el futuro» (13).
Un futuro capitalista, como sabemos, con la promesa no explícita y las alusiones a un futuro ««segunda tiempo», el de la redención obrera.
9. Julio del ’48: la mayor oleada obrera de la historia italiana
Es precisamente en ese «segundo tiempo» que creyeron los millones de trabajadores que retomaron las plazas y las fábricas después del 14 de julio de 1948. Aquel día, al salir del parlamento, Togliatti fue alcanzado por las balas de un fanático.
Minutos después de que la noticia empezara a circular por el país, estalló una insurrección. Es, por así decirlo, «espontánea»: no en el sentido literal del término (no existen luchas completamente «espontáneas», sin la intervención de sectores de vanguardia o vanguardias individuales no existen) sino en el sentido de que ciertamente no fue de ninguna manera deseado por las direcciones del Pci o del Psi o de la CGIL. Sin embargo, fue alimentada por los cuadros de base e intermedios de esas fuerzas, por aquellos partisanos que habían dejado de lado las mejores armas.
El movimiento que nace es el mayor desde el «bienio rojo» de 1919-1920: de hecho, en cierto modo lo supera en amplitud. Hay cientos de municipios donde las masas desarman a policías y los carabineros y toman el control. Las ametralladoras están montadas en los techos de las fábricas. En la Fiat Valletta, los ejecutivos son secuestrados.
En todas las grandes ciudades se levantan barricadas defendidas por ametralladoras. Incluso Roma es totalmente paralizada.
Y es aquí que el gobierno burgués y la patronal reclaman los servicios del PCI: que por su parte ya había tomado medidas para apagar el fuego. Todo el grupo directivo central, desde Togliatti (quien recomienda: «mantener la calma» mientras lo llevaban al hospital) hasta Secchia (a quien en los años siguientes una leyenda injustificada –aceptada también por la extrema izquierda– presentó como el más proclive a retomar las armas), se esparce en las plazas, improvisa mítines para invitar… a la calma, a deponer las armas. El jefe de la CGIL, el togliattista Di Vittorio, se dirige a De Gasperi con el sombrero en la mano para invocar… una vuelta al orden. Orden que el gobierno no puede garantizar y para la cual espera ayuda de los dirigentes del PCI.
La huelga general no la ha convocado nadie: la propia CGIL tendrá que sumarse sólo para poder tomar las riendas de la situación.
El historiador Mammarella (ciertamente no de simpatías comunistas) resumía así las cosas: «habría bastado una señal de la dirección del PCI para que la huelga general se transformase en insurrección abierta. Pero la señal no llegará (…)» (14).
Di Vittorio llama a Génova y Milán y Turín: ordena que todo se detenga.
En los años siguientes la versión oficial del PCI es que se trataba de detener una aventura, de evitar un baño de sangre y la represión. En realidad, el PCI no sólo detuvo la insurrección (que, a decir verdad, no habría encontrado grandes obstáculos, dado que el movimiento de masas había levantado como una ramita el aparato represor burgués) sino que evitó por todos los medios mantener vivo el conflicto, para por lo menos arrebatar (en cuanto no querían hacer una revolución) alguna conquista en un momento ciertamente favorable.
No, el grupo dirigente del PCI (pero lo mismo vale para el resto de la izquierda) sofocó el conflicto obrero y salvó una vez más el Estado burgués y la propiedad capitalista, exactamente como lo había hecho el PSI en setiembre de 1920 (razón que había inducido precisamente a los comunistas del PSI a escindirse en el Congreso de Livorno y construir el Pcd’I). Una vez que la lucha retrocedió, la represión burguesa (e incluso la venganza) no faltaría. Hubo decenas de miles de procesos y condenas. Y el PCI los apoyó y de hecho comenzó la cacería de los «extremistas», de los «trotskistas», dentro del movimiento obrero (y de sus propias filas), es decir, de todos aquellos que no entendían por qué la lucha debía terminar una vez más con la victoria del adversario, a pesar de la indudable superioridad de fuerza demostrada por las masas, por la clase obrera.
10. Por qué no terminó en Plaza Loreto
Llegados a la conclusión de nuestro análisis, conviene repasar los argumentos que durante décadas han proporcionado el PCI y toda la historiografía reformista para borrar de los libros (después de haberlo hecho en la realidad) la revolución que era posible en Italia en el período va de 1943 a 1948:
1) el movimiento partisano habría tenido poca consistencia y, en todo caso, el componente comunista no habría tenido un peso absoluto;
2) la fuerza del aparato estatal burgués y del sistema social y económico capitalista hubiera sido insuperable;
3) La presencia de tropas angloamericanas primero, y la posibilidad de su intervención en los años siguientes, habría impedido cualquier movimiento.
Con solo leer estos argumentos, a la luz de lo que hemos escrito en las páginas precedentes, se comprende cómo son más tambaleantes que una mesa carcomida.
El argumento número uno es demolido, a veces involuntariamente, por toda la historiografía, incluida la de una orientación también muy hostil a la revolución. Se sabe que fue precisamente el movimiento partisano el que liberó a Italia de los ocupantes y de los fascistas, mientras las tropas de los «libertadores» (imperialismo angloamericano) llegaron después del hecho. En cuanto al peso mayoritario, no sólo de los comunistas sino también más en general de los simpatizantes, organizados de diversas formas, de una perspectiva comunista, ya lo hemos dicho.
El argumento número dos no resiste la prueba de ningún examen serio de los hechos históricos. El aparato estatal burgués se había derrumbado claramente en 1943. Ya no existía un Estado unitario, y tanto en el Sur (reino) como en el Centro-Norte (república de Mussolini) las masas demostraron la capacidad de romper con su fuerza los dos aparatos reconstruidos tras el armisticio. La Resistencia en el Norte es más conocida; pero también en el Sur las masas proletarias y los campesinos pobres fueron protagonistas de grandiosas luchas contra los patrones y las tropas reales (y contra las mafias que colaboraban con los «libertadores» angloamericanos en una función anticomunista). Piense en los muchos episodios que tuvieron lugar en Sicilia: en la insurrección que en enero de 1945 partió de Ragusa y se extendió a Comiso, Agrigento, etc., contra la llamada a reclutar por parte del rey. L’Unità (9 de enero de 1945) definió esa revuelta como el producto de «resurgimientos de la reacción fascista»: pero los historiadores más serios han demostrado que allí no hay rastro de fascistas, al contrario, entre los sublevados se encuentran varios militantes y cuadros intermedios del PCI. O incluso, mira de nuevo la historia de Piana degli Albanesi, donde el 31 de diciembre de 1944 se izó la bandera roja sobre el Municipio y se proclamó una «república popular», que lograron sofocar sólo dos meses después con carabineros y tropas alpinas que arrojaron por miles contra las masas. Y la lista puede seguir y seguir.
Esa indudable capacidad revolucionaria de las masas tuvo también su más completa verificación nuevamente en julio de 1948, como hemos visto, donde nuevamente fue sólo la intervención del PCI la que salvó a la burguesía y su Estado. Lo mismo puede decirse de la fuerza económica de la burguesía: las fábricas estaban en manos de los obreros (como en septiembre de 1920) y fue el estalinismo (es decir, Togliatti y el grupo dirigente del PCI) quien las devolvió, a veces tomando de sorpresa a la burguesía que esperaba otro tratamiento.
En cuanto al argumento de los angloamericanos, mostraba ya su debilidad cuando se utilizó por primera vez a mediados de la década de 1940. Es bastante evidente que si todo el movimiento de la Resistencia no hubiese sido, día tras día, desde su inicio, desviado y cortado, nadie hubiera podido detenerlo ni los angloamericanos hubieran podido detener un proceso revolucionario que se daba simultáneamente en varios países europeos (por ejemplo, en Francia y en Grecia, en el mismo período, así como en Yugoslavia: donde la relación de fuerzas en el campo cambió las decisiones tomadas en la mesa de Yalta) y que solo el estalinismo, a través de la Komintern-Kominform, fue capaz de desarmar.
La realidad es entonces muy diferente a lo que todavía hoy leemos en los libros de historia. En la Italia de entonces se podía no sólo derrotar el fascismo (lo que no requería ninguna alianza con la burguesía o sus sectores) sino también realizar una revolución socialista, lidiando con el sistema socioeconómico que generó el fascismo, el capitalismo. Además, de alguna manera este fue el curso que tomaron los acontecimientos y esta era la fuerza enorme intrínseca de la Resistencia.
Ese rumbo fue deliberadamente desviado con un gigantesco esfuerzo activo por parte del estalinismo, que trabajó conscientemente para impedir (o más bien para derrocar) la radicalización clasista de la Resistencia.
Y esto sucedió porque carecían de un partido y una Internacional revolucionaria con influencia de masas capaz de disputar con los estalinistas la hegemonía; porque no había un partido de tipo bolchevique y la Internacional revolucionaria, la Cuarta Internacional, nacida pocos años antes (1938) quedó en minoría gracias a los golpes cruzados que sufrió a manos de los Estados burgueses (democrático parlamentarios o fascistas) y de los estalinistas.
En definitiva, por eso sólo la construcción del partido revolucionario que faltaba en 1943-1948 y que todavía falta hoy podrá reescribir la historia (y no solo en los libros) y podrá redimir el sacrificio de tantos jóvenes obreros, de tantos partisanos, haciendo esa revolución que les fue impedida.
(1) Además de las Brigadas Garibaldi, en noviembre de 1943 el PCI creó los Gaps (Grupos de Acción Patriótica) que actúan en las ciudades; y luego los SAP (Equipos de Acción Patriótica) conformados por trabajadores que permanecen en sus labores y realizan sabotajes y acciones colaterales.
(2) E. Aga Rossi y V. Zaslavsky, Togliatti e Stalin, Il Mulino, 1997; S. Pons – F. Gori, Dagli archivi di Mosca. L’Urss, il Cominform e il PCI, 1943-1951, Carocci, 1998.
(3) Citado de Pons-Gori, op. cit., p. 48.
(4) Ibíd., p. 35.
(5) Es interesante notar que fue el propio Togliatti, de regreso de Moscú, quien trajo las directivas secretas de Dimitrov para el PCF: unidad nacional, desarme de la Resistencia, etc.
(6) Ver l’Unità del 2 de abril de 1944: el archivo de l’Unità (muy útil) también se puede consultar en el sitio http://archivio.unita.it/.
Se trata de lo que ya había dicho Togliatti en varias intervenciones y, en particular, lo que dirá, más o menos con las mismas palabras, en su discurso a los cuadros del PCI napolitano el 11 de abril (ver P. Togliatti, “Per la salvezza del nostro Paese”, Einaudi, 1946).
(7) Directiva de Ercoli [el nombre de batalla de Togliatti] del 6 de junio de 1944, en el Archivo PCI de la Fundación Instituto Gramsci, Roma, citado por Aga Rossi y Zaslavsky, op. cit.
(8) Sobre este tema, véase el artículo de F. Stefanoni, «“Partito nuovo” e “democrazia progressiva”: due strumenti del compromesso di classe», disponible en el sitio web www.alternativacomunista.org, en la sección «teoría y formación».
(9) Citado de A. Peregalli, L’altra Resistenza. Il Pci e le opposizioni di sinistra, 1943-1945, Graphos, 1991, p. 88.
(10) Citado de G. Galli, Storia del Pci, ed. Schwarz, 1958, p. 236.
(11) Para nuestro juicio más argumentado sobre la Constitución, remitimos a nuestro «Popolo villa o popolo rosso? Perché i comunisti non difendono la Constituzione e si battono per un’altra democrazia», disponible en el sitio web http://www.alternativacomunista.it/content/view/1435/47/
(12) En este marco, el PCI al mismo tiempo reprime los actos de rebeldía de las bandas partisanas que en el período de la Liberación del ’48 son periódicamente tentadas a tomar las armas y volver a las montañas; y al mismo tiempo tolera (y en parte utiliza como válvula de escape) acciones contra fascistas individuales: como es el caso de las ejecuciones de fascistas llevadas a cabo por el Volante Rossa de Milano, activo desde el verano del ’45, sobre el cual se hace referencia a C. Bermani, La Volante Rossa, Ed. Colibrì, 2009.
(13) Véase La politica dei comunisti dal V al VI Congresso, risoluzionie documenti raccolti a cura della segretaria del Pci, 1948.
(14) G. Mammarella, L’Italia dopo il fascismo, 1943-’68, Il Mulino, 1970, p. 204.
Artículo original en italiano, tomado de www.partitodialternativacomunista.org, 18/4/2023.-
Traducción: Natalia Estrada.