Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

Una historia que se entrelaza con el movimiento obrero

La conmemoración de los 40 años de la fundación de la actual LIT-CI ofrece la oportunidad de rescatar elementos basilares de nuestra corriente política, que tiene casi el doble de antigüedad. Nuestro presente solo puede ser explicado por un pasado, por la totalidad entre teoría-programa-praxis que moldeó la vida partidaria de varias generaciones. Uno de los pilares fundacionales que sigue sosteniendo a la LIT-CI es su compresión de – y, sobre todo, su intervención en– el proletariado industrial, concebido como sujeto social de la revolución socialista.

Por Daniel Sugasti

A menudo nos hemos referido a la ofensiva ideológica que el imperialismo instrumentó contra el marxismo –que anunció la supuesta victoria definitiva del capitalismo sobre el socialismo– luego de la restauración de la economía de mercado en los ex Estados obreros del Este europeo, China y Cuba[1].

La cantinela de la derrota y fin del socialismo causó estragos. Incontables organizaciones que se reclamaban de izquierda en todo el mundo, incluso miles de militantes revolucionarios, degeneraron programática, política, y hasta moralmente. El proceso de capitulación teórico-política también arrasó con partidos que se reivindicaban trotskistas.

Todo quedó cuestionado: la lucha de clases; la posibilidad de derrotar al imperialismo; la necesidad –y la posibilidad– de tomar el poder y destruir el Estado burgués por la vía insurreccional; la validez de la construcción de partidos nacionales y de un Partido Mundial, según las lecciones de los cuatro primeros congresos de la III Internacional; entre otros aspectos centrales del programa marxista.

También se renegó el papel que el marxismo atribuye al proletariado industrial como sujeto social de la revolución socialista. En los últimos 30 años, una legión de ONGs y de intelectuales dichos progresistas, y hasta marxistas, acometieron la tarea de demostrar la supuesta esterilidad política o la “desaparición física” del proletariado industrial[2], al mismo tiempo en que se esfuerzan por apuntar la centralidad de “nuevos sujetos” en los procesos políticos actuales: la “ciudadanía global”[3], “indignados”, “precariado”, “la gente”, o una confluencia de movimientos identitarios.

Sabemos que ninguna definición política es desinteresada. Toda esa terminología está al servicio de una operación teórico-ideológica concreta: negar la premisa de la lucha de clases como motor de la historia.

En esencia, nos dicen que la contradicción principal de la sociedad capitalista ya no sería la lucha entre la burguesía y el proletariado, sino entre “la casta” y “la gente”; entre los “mercados” y los “ciudadanos”, etc.

Recurrir a la teoría marxista es indispensable en tiempos de confusión ideológica. En ese sentido, es imperativo retomar el estudio del pensamiento de los maestros del marxismo, a la luz de la experiencia de casi dos siglos de luchas obreras.

La clase obrera, sujeto social de la revolución socialista

Celebrar las cuatro décadas de la LIT-CI significa su programa y praxis, la tradición de una corriente. Esto exige hablar de las ideas y la trayectoria de Nahuel Moreno, al que consideramos el más lúcido y consecuente dirigente trotskista de la segunda posguerra. Implica detenerse en la concepción de lo que hoy es la LIT-CI acerca del papel de la clase obrera en la revolución socialista, y de la relación entre el partido revolucionario y el proletariado.

Los primeros años: el GOM y Villa Pobladora

En los primeros años de la década de 1940, el trotskismo argentino no pasaba de un puñado de pequeños grupos dispersos y sin conexión concreta con el movimiento de los trabajadores.

Su actividad política se limitaba a interminables reuniones, que giraban alrededor de discusiones abstractas sobre los temas más diversos.

El punto de encuentro de ese trotskismo pequeñoburgués, muy bohemio y contemplativo, eran los tradicionales cafés de Buenos Aires. Nahuel Moreno luego caracterizaría ese ambiente estéril diciendo: “entre el ’40 y el ’43, el trotskismo era una fiesta”[4].

En 1943, Moreno y otros jóvenes rompen con esos métodos y ambiente, y fundan el Grupo Obrero Marxista (GOM). El núcleo fundacional nació en el barrio porteño de Villa Crespo.

Ese mismo año, Nahuel Moreno había escrito un documento titulado “El Partido”, que sería el precursor de la nueva organización y en el que quedó plasmada una decisión que resultaría determinante para la corriente: los miembros del GOM abandonarían “la fiesta” de los círculos intelectuales propios del “trotskismo de café” para ligarse estrechamente a la clase obrera.

En ese texto, se lee: “Pero lo urgente, lo inmediato, hoy como ayer, es: aproximarnos a la vanguardia proletaria y rechazar como oportunista todo intento de desviarnos de esta línea. Así se presente como una tarea imposible[5].

Con esta orientación, los miembros del GOM intentaron compenetrarse con la clase obrera, consustanciarse con sus luchas y hasta con su modo de vida. Eran tiempos en que el movimiento obrero crecía y era muy dinámico.

Aún en 1943, el grupo participó de la principal concentración del 1 de mayo. No más de cinco militantes trotskistas marcharon al grito de “¡Cuarta…Cuarta!”. La juventud del Partido Socialista terminó atacándolos a golpes. Moreno recordaría ese episodio con simpatía, comentando una anécdota del compañero Faraldo, que relataba cómo un obrero, al ver pasar aquella columna que gritaba “¡Cuarta…Cuarta!”, exclamó: “Es verdad… si son cuatro”[6].

Entre 1943 y 1944, el GOM recorría las fábricas, participaba de conflictos sindicales, visitaba las casas de los obreros, realizaba pegatinas de afiches, pintaba paredes con consignas políticas, editaba folletos con textos clásicos –Cuadernos Marxistas, Ediciones Octubre–, además de elaborar los interesantes “Boletines de discusión del GOM”.

Afiche del GOM sobre un acto de conmemoración de la Revolución Rusa

Pero fue en abril de 1945, cuando estalló la huelga del frigorífico Anglo-Ciabasa, que se presentó la primera oportunidad para dar un salto importante. Los jóvenes trotskistas se metieron de lleno a intervenir en la lucha de aquella que era una de las fábricas más importantes del país, con cerca de 12.000 obreros.

La participación decidida del grupo les permitió ganar a casi la totalidad del Comité de Fábrica[7]. Contaba Moreno que, a partir de esa huelga, “hicimos una especie de comuna en Avellaneda: desviamos el tránsito y no se podía circular sin un carnet del sindicato”[8].

Los militantes del GOM se mudan a Villa Pobladora, el principal centro industrial de la Argentina en esos años, y uno de los mayores en Latinoamérica. Además de su intervención en la huelga y los gremios de la carne, pasaron a dirigir media comisión directiva de la SIAM, entonces la metalúrgica más grande del país. También habían orientado la fundación de varios sindicatos importantes, como la Federación de la Carne y la Asociación Obrera Textil. Dirigían, por otra parte, fábricas de tubos de cemento, de cuero, etc.

Siempre con el objetivo de insertarse en la realidad obrera, el GOM avanzó en su inserción dentro del barrio, a punto tal que Nahuel Moreno llegó a ser presidente del club barrial “Corazones Unidos”, donde se organizaban desde fiestas bailables hasta cursos y charlas sobre las revoluciones francesa y rusa.

A partir de este trabajo, el pequeño grupo de cuatro o cinco compañeros pasó a ser un centenar. En Villa Pobladora, haciendo cursos para los obreros, compenetrándose con las familias obreras y destacando a sus miembros en los sindicatos, construyeron un singular “bastión trotskista”, erigido en medio de la marea peronista que había inundado el país desde 1945.

La importancia del giro hacia la clase obrera es tremenda en nuestra historia. En un ambiente donde lo normal eran los duelos retóricos en los cafés porteños, dejarlo todo para ir a trabajar y militar en los frigoríficos y la barriada obrera no era algo fácil ni común. Los escasos miembros del GOM, muchos con menos de veinte años de edad, bien pudieron haber tomado otro sendero, como entrar o mantenerse en la universidad. Pero escogieron otro camino, el más difícil.

Entendieron lo más importante: entendieron que sin ligarse a la clase obrera no existe trotskismo, puesto que el programa del trotskismo es el programa de la clase obrera en acción. Moreno siempre insistió en que la movilización permanente de la clase obrera, democráticamente autoorganizada, es la razón de ser del auténtico trotskismo.

Las diferencias con la dirección pablista y mandelista

En este sentido, la batalla de nuestra corriente para que la Cuarta Internacional se ligara a la clase obrera fue una constante en el llamado movimiento trotskista.

Esta fue una polémica permanente con la dirección de Michel Pablo y Ernest Mandel. El carácter pequeñoburgués de este sector imprimía sesgos impresionistas y eclécticos a sus análisis políticos, que en ultima instancia expresaban concesiones a las presiones de los medios intelectuales europeos. Esto los llevaba, recurrentemente, a dar giros bruscos y apoyar políticamente a dirigentes y movimientos ajenos –y opuestos– a la clase obrera.

De esta suerte, capitulaban a cuanto fenómeno político encandilara a las llamadas vanguardias y, coherentemente, a toda dirección política burocrática, pequeñoburguesa y hasta nacionalista burguesa, que encabezara algún proceso de lucha importante o una revolución.

Mandel, dirigente histórico del ex SU. Según Moreno, el «centro de revisionismo internacional».

Los nuestros decían que ese trotskismo no pasaba de hacer seguidismo a las “modas políticas”. Esta característica, en última instancia, demostraba falta de confianza en el potencial revolucionario del proletariado industrial.

Primero capitularon al estalinismo, impresionados por el enorme prestigio que adquirió a partir de la derrota del nazi-fascismo y la expropiación de la burguesía en el Este europeo.

La justificación teórica fue elaborada por Pablo y secundada por Mandel. Básicamente, daban por inminente una “tercera guerra mundial” entre el imperialismo estadounidense y la URSS. En medio de ese curso inevitable, sostenía Pablo, los partidos estalinistas harían la revolución internacional para defender a los Estados obreros burocratizados, fuente de sus privilegios. La revisión era completa: los principales dirigentes de la Cuarta Internacional concedían un carácter revolucionario nada menos que al aparato contrarrevolucionario más poderoso de la historia.

Consecuentemente, propusieron la línea organizativa de que los partidos trotskistas de la Cuarta “entraran” y se disolvieran en los partidos estalinistas. Pero ese “entrismo” no era para combatir a la dirección de esos partidos, sino para “aconsejarlos” en el proceso de revolución mundial que, supuestamente, encabezarían. El resultado fue desastroso. La Cuarta se dividió por primera vez en 1953, a partir de que un ala no admitió esa revisión. El sector que aplicó la línea del “entrismo sui géneris” durante 17 años, desapareció.

Mientras el trotskismo revisionista claudicaba ora al estalinismo, ora al nacionalismo burgués; a Tito; a Mao; a la dirección castro-guevarista y su orientación foquista para América Latina; a la vanguardia estudiantil radicalizada surgida durante el Mayo francés; al eurocomunismo y al sandinismo, la corriente orientada por Moreno, aunque minoritaria, se orientó en sentido opuesto y no escatimó esfuerzos para insertarse en el movimiento obrero, en sus lugares de trabajo, postulándose siempre como una alternativa de dirección revolucionaria para sus luchas.

En 1984, Moreno explicaba a una nueva camada de dirigentes partidarios la fuerza de las presiones ejercidas por las modas políticas en los años de 1960 y 1970: “A principios de la década del ’60, todo el mundo leía al Che Guevara y a Frantz Fanon. Nosotros parecíamos locos: éramos los únicos que decíamos que la clase obrera no es oligárquica y aristocrática. Ellos decían que hay que hacer revoluciones contra ella (…) Y nosotros decíamos: ‘No señor’ […]. Dijimos, entonces, ‘la clase obrera se va a movilizar’. Y se movilizó. En 1968, siete u ocho años después de las polémicas con el Che Guevara […]”[9].

Esta confianza en el potencial revolucionario del proletariado, según Moreno, se basaba en que: “El trotskismo empalma con el proletariado y sólo con él (…) Su programa es esencialmente obrero. Es el programa que la clase obrera debe aplicar para conducir a todos los explotados del mundo. Por eso el trotskismo acompaña al proletariado como la sombra al cuerpo”[10].

La obsesión en la corriente para ligarse a la clase obrera

Aferrándose a esa visión programática, los partidos nacionales fueron siempre orientados a concentrar esfuerzos y recursos para intervenir en el movimiento obrero.

La propia debilidad o una determinada situación de la lucha de clases y/o del movimiento sindical, ciertamente hicieron que, en ocasiones, se aplicaran otras tácticas, como la construcción, por determinado período, en el movimiento estudiantil, popular, e incluso en el seno del campesinado pobre. Pero esas iniciativas siempre fueron consideradas tácticas, movimientos necesarios para acortar la distancia entre los partidos y el movimiento obrero.

En la historia del morenismo, además del caso argentino y su experiencia en tiempos del PST y del viejo MAS, se puede mencionar el ejemplo de los jóvenes militantes colombianos que fueron a intervenir en las concentraciones obreras de su país. O el caso del partido español cuando centró sus fuerzas en Getafe, uno de los más importantes centros industriales de Madrid. También debe destacarse la experiencia del grupo de jóvenes, muchos de ellos oriundos del movimiento estudiantil, que, a finales de la década de 1970 y algunos años antes del surgimiento del fenómeno de Lula y el PT brasileño, se lanzó audazmente a intervenir en el proceso de luchas obreras del ABC paulista, el inmenso complejo industrial de São Pablo. Allí participaron de sindicatos y dirigieron oposiciones contra la burocracia sindical, antes y durante el proceso de fundación del PT y la CUT, central obrera donde las tesis defendidas por los trotskistas de la entonces Convergencia Socialista nunca tuvieron una influencia menor a 10% de los delegados.

El PSTU brasileño participa activamente de la CSP-Conlutas

Actualmente, la LIT-CI desarrolla trabajos importantes en el movimiento obrero en varios países, entre ellos, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Estado español, Italia, Paraguay, Reino Unido, etc.  

Mineros chilenos sostienen la bandera de la LIT-CI

Una lección de hierro: no existen atajos

En nuestros días existe una presión muy fuerte para que los partidos revolucionarios se alejen de la clase obrera y se acerquen a los “nuevos” fenómenos sociales y políticos.

En la primera década de este siglo, la presión para hacerse chavista era casi irresistible. Hace diez años o menos, la moda dictaba apoyar el proyecto de Syriza, Podemos, o el Bloco de Esquerda. Ahora, retornan con todas las presiones para capitular a Lula y el PT de Brasil, a la coalición que lidera Boric en Chile, o al Frente de Todos en Argentina. Ni hablar de la tendencia, impulsada por el neoestalinismo, para respaldar dictaduras capitalistas –hasta el colmo de defenderlas frente a la movilización de sus pueblos–, como las de Cuba, China y hasta la Rusia de Putin, que invade Ucrania desde febrero de este año.  

La gran tarea es construir una dirección revolucionaria para las luchas de la clase obrera y las masas explotadas

En realidad, esto no es algo nuevo. Esencialmente, es la misma presión que sintieron –y a la que se curvaron– los antiguos dirigentes del SU y el SWP, cuando se impresionaban con la influencia de Castro, Guevara, el Mayo francés o el sandinismo.

Es la conocida presión para no quedar “aislados”; la idea de que, navegando a favor de la corriente, finalmente se podrá “romper la marginalidad”.

En este sentido, Moreno legó una inmensa lección a las nuevas generaciones de revolucionarios/as. Una enseñanza que la LIT-CI mantiene hasta hoy. Siempre hemos buscado el “camino a las masas”. Pero la lucha para ser parte de los procesos vivos de la lucha de clases y para construir el partido y la Internacional nunca significó ningún tipo de alejamiento de los principios, ni del programa revolucionario ni de la clase obrera.

Esto no significa que Moreno y nuestra corriente hayamos sido inmunes a las presiones del movimiento de masas y de los aparatos que lo controlaban. Esto es inevitable. La construcción de una dirección revolucionaria es una lucha constante contra el oportunismo y el sectarismo.

Moreno, intentando educar metodológicamente al partido, no se cansaba de reconocer públicamente sus errores y desvíos, pues estaba convencido de que esa era la única forma de encarar seriamente una rectificación. La historia de nuestra corriente es la historia de sus errores, decía.

Pero el hecho de haber podido superar esas presiones, a veces a un costo muy alto, hizo que la confianza de Moreno en la fuerza creadora de la clase obrera se hiciera más fuerte, a la luz de la experiencia. Comprendió que no existían atajos hacia el poder, que sin la clase obrera simplemente no es posible la dictadura revolucionaria del proletariado ni la estrategia de la revolución mundial.

Esta lección, indispensable para nuestros días, quedó inmortalizada poco antes su muerte en enero de 1987.

No hay forma de engañar al proceso histórico y de clase […] Yo me refiero al carácter de clase. Nosotros tratamos de dirigir al proletariado, jamás nos alejamos de él. Esto no es declamación, es una política internacional de clase que se desprende de un análisis teórico profundo. No hay triquiñuela política que valga. De nada sirve mentir, decirle al campesinado que somos campesinos, con el objetivo de hacer una revolución obrera. Si la clase obrera no nos sigue, no llegamos a ninguna parte. Nos burocratizamos, capitulamos al campesinado. Es inconcebible hacer la revolución proletaria sin el proletariado […]. A lo largo de mi vida política, después, por ejemplo, de mirar con simpatía al régimen que surgió de la Revolución Cubana, he llegado a la conclusión de que es necesario continuar con la política revolucionaria de clase, aunque postergue la llegada al poder para nosotros en veinte o treinta años, o lo que sea. Nosotros aspiramos a que sea la clase obrera la que verdaderamente llegue al poder, por eso queremos dirigirla”[11].


[1] Sobre este hecho, consultar: HERNÁNDEZ, Martín. Un aluvión oportunista recorre el mundo: acerca de los caminos de la izquierda. Revista Marxismo Vivo. São Paulo, n° 9, 2004, pp. 51-55; HERNÁNDEZ, Martín. Un aluvión oportunista II. Revista Marxismo Vivo. São Paulo, n° 10, 2004, pp. 119-128.

[2] GORZ, André. Adeus ao Proletariado: Para Além do Socialismo. Rio de Janeiro: Forende Universitária, 1982.

[3] Para la discusión sobre la relación entre el concepto de “ciudadanía” y la independencia de clase, ver: WELMOWICKI, José. El discurso de la ciudadanía y la independencia de clase. Revista Marxismo Vivo. São Paulo, n°1, 2000, pp. 66-77; WELMOWICKI, José. Ciudadanía, democracia y sociedad civil: el retorno de Eduard Bernstein. Revista Marxismo Vivo. São Paulo, n° 4, 2001, pp. 111-123.

[4] CARRASCO, Carmen; CUELLO, Hernán. Esbozo biográfico de Nahuel Moreno. Revista Correo Internacional. Buenos Aires, Edición especial, 1988, p. 7.

[5] MORENO, Nahuel. El Partido. Revista Marxismo Vivo Nueva Época. São Paulo, n°1, 2010, p. 211.

[6] GONZÁLEZ, Ernesto (Org.). El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina. Tomo I: del GOM a la Federación Bonaerense del PSRN (1943-1955). Buenos Aires: Editorial Antídoto, 1995, p. 84.

[7] SAGRA, Alicia. Historia de la LIT-CI. Disponible en: <https://litci.org/es/un-breve-esbozo-de-la-historia-de-la-lit-ci-2/>, consultado el 04/11/2022.

[8] CARRASCO, Carmen; CUELLO, Hernán. Esbozo biográfico de Nahuel Moreno…, op. cit., p. 9.

[9] MORENO, Nahuel. Escuela de cuadros: Argentina, 1984. Buenos Aires: Crux Ediciones, 1992, pp. 52-53.

[10] MORENO, Nahuel. Conversando com Moreno. São Paulo: Editora Sundermann, 2005. p. 63.

[11] Ídem, pp. 64-65. Destacado nuestro.

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