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Debates

Sobre el nuevo artículo de la Fracción Trotskista (FT) que polémiza con la LIT-CI.

Jerônimo Castro, del PSTU-Brasil, Mariucha Fontana, del PSTU-Brasil, y Felipe Alegría, del Estado español.

diciembre 13, 2025

Los militantes del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (MRT) y de la Fracción Trotskista (FT) Iuri Tonelo, André Barbieri y Danilo Paris respondieron a nuestro último artículo con uno nuevo, “La concepción morenista de revolución y la crisis histórica de la LIT”. En este artículo intentan vincular una supuesta “crisis más profunda de la LIT” a sus concepciones equivocadas, en especial a la teoría de la revolución de Nahuel Moreno.

No vamos a gastar tinta con la supuesta mayor crisis de la LIT. Aunque la FT viene proclamando nuestra “mayor crisis” desde su surgimiento, así como vaticinando sobre nuestra incorregibilidad.

Sobre la proclamada mayor crisis de la LIT por parte de la FT/PTS, existe un viejo dicho popular que dice: “no se tiran piedras a los árboles que no dan frutos”. Este tipo de afirmación, nos parece, responde más a objetivos autoproclamatorios de autoconstrucción que a un real interés por discutir o por tener compromiso con la verdad. A quienes se interesen en conocer la lucha política desarrollada dentro de la LIT en los últimos años, les indicamos leer la declaración del PSTU – LIT sobre el tema, que puede encontrarse aquí.

No vamos, sin embargo, a responder al artículo con el mismo tono y forma utilizados por los autores mencionados. Creemos que el debate franco es necesario, así como el respeto y la sinceridad de los argumentos. Dejaremos que los lectores juzguen no solo las opiniones expuestas, sino también la forma en que fueron presentadas.

Sí queremos, entrar en la discusión sobre el concepto de revolución, porque nos parece una diferencia real entre nosotros y vale la pena ir hasta el final para dar claridad sobre lo que se está discutiendo. Y como parte de eso, volveremos una vez más a la discusión sobre Nahuel Moreno y a la acusación infundada de la FT de un supuesto “etapismo” suyo.

Tomemos un caso accesible a todos, el de la Revolución Sandinista, y veamos cuál fue la línea política de Moreno durante esta revolución. Podríamos tomar otros casos —los mencionaremos a lo largo del texto— y si nos dedicamos exclusivamente a la Revolución Sandinista es meramente por economía de espacio.

Creemos, como ya dijimos en un artículo anterior, que los autores tienen una metodología equivocada para juzgar el pasado, y que esta metodología forma parte de la tradición teórica de la FT, como se ve en uno de sus primeros textos dedicados a criticar a Nahuel Moreno. Nos parece que existe una lectura determinista del pasado, como si los procesos históricos —en este caso, las revoluciones— estuvieran condenados a ser exactamente como fueron, y no a estar en disputa y transformarse durante su desarrollo. Esto fundamenta una lectura teórica dogmática y ultraizquierdista que, contradictoriamente, justifica una política oportunista en el presente.

Después entraremos también, una vez más, en la discusión concreta, especialmente sobre Palestina, Ucrania y Brasil.

En el caso de Brasil, mostraremos cómo la política del MRT durante el impeachment de Dilma Rousseff los llevó a ser parte de un campo burgués, el campo del gobierno burgués de conciliación de clases de Dilma-Temer, al mismo tiempo que intentaban entrar en uno de los partidos de ese campo burgués, el PSOL.

Sobre Ucrania y Palestina queremos discutir dos aspectos: primero, que hay un desprecio hacia las luchas de los pueblos oprimidos por sus derechos nacionales. En Ucrania, directamente, al no situarse del lado del pueblo ucraniano contra la Rusia de Putin y por su derecho a defender el país invadido por los medios que sean necesarios.

En el caso palestino, pasando por encima de las consignas democráticas, cuya más importante es “Palestina libre del río al mar”, a la cual opusieron, hasta hace pocos días, “Palestina obrera y socialista”.

Esto constituye claramente una ruptura con la metodología del Programa de Transición, sustituyéndola por un programa máximo abstracto y, en este caso, abandonando importantes tareas democráticas en el camino (del mismo modo que ceden ante Putin en Ucrania) y que históricamente han vacilado en varias ocasiones a la hora de defender, con todas las letras, el fin del Estado sionista de Israel en Palestina.

En este nuevo artículo, y en otros que siguieron a nuestra respuesta, la FT intenta también cambiar, corregir o ajustar una serie de posiciones sin decir que está cambiando. Esto, en nuestra opinión, es otra faceta de la mala metodología con la que trabaja la FT. Una supuesta infalibilidad acompañada de distorsiones sobre las opiniones con las que debate. Esto, además de no contribuir a un buen ambiente de discusión, dificulta analizar la esencia de las diferencias. Es así en el tema de las revoluciones de posguerra, que trataremos a continuación, pero también en otras cuestiones que quedan fuera del alcance de este artículo. Tal es el caso del reciente cambio de posición de la FT sobre China, que en nuestra opinión es bastante atrasado, incompleto y unilateral, donde una vez más necesitan distorsionar nuestras posiciones.

Vamos al texto.

Una vez más, la teoría de la revolución

La discusión sobre qué es una revolución —una de las polémicas que tenemos con la FT— puede hacerse de diversas maneras y desde varios enfoques: histórico, académico o militante. No es indiferente cómo se encara la discusión.

Esto porque una cosa es discutir de forma aséptica, 30, 40 o 50 años después de los hechos, conociendo sus resultados y sin preocuparse de responder a cada nuevo momento de los acontecimientos. Y otra muy distinta es intentar comprender cada giro de esos mismos acontecimientos y cómo responder a ellos. Determinar, en cada uno, dónde y cuándo se produjeron los cambios que determinaron una nueva correlación de fuerzas.

Para hacerlo de manera militante, concreta, es necesario saber identificar qué fenómeno político se está viviendo en ese momento, y qué posibilidades esos momentos políticos abren o cierran.

Aquí entra la discusión sobre qué es una revolución. En nuestro artículo presentamos la siguiente definición de Trotsky en Historia de la Revolución Rusa:

“La característica más incontestable de la Revolución es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos (…) La historia de una Revolución, para nosotros, es inicialmente la narración de una irrupción violenta de las masas en los dominios donde se deciden sus propios destinos.”

Es decir, lo que define que un proceso se dé de forma revolucionaria y no reformista es la acción de las masas, que pasan por encima de sus representaciones legales y actúan ellas mismas en su propio nombre.

A esta cita, los compañeros respondieron con otra:

“La revolución significa un cambio en el régimen social. Transfiere el poder de manos de una clase agotada a manos de otra clase en ascenso. La insurrección constituye el momento más crítico y agudo en la lucha de dos clases por el poder… La sublevación debe conducir al derrocamiento del poder de una clase y al establecimiento de la dominación de otra. Solo así tendremos una revolución consumada.”

Aparentemente hay una contradicción entre ambos textos. ¿Para Trotsky la revolución es la irrupción violenta de las masas en la escena histórica, o es la sustitución del poder de una clase por otra? Nos parece que la contradicción es falsa, porque Trotsky está hablando de cosas distintas.

En el primer caso, Trotsky se refiere al proceso. ¿Cómo reconocer que estamos ante un proceso revolucionario? Trotsky dice: si hay una intervención violenta de las masas que irrumpen en la realidad política por cuenta propia. Esa acción violenta, por fuera de las formalidades legales y de los calendarios oficiales, define un proceso revolucionario.

La segunda cita (del texto “Qué fue la Revolución de Octubre”) se refiere a la consumación de la Revolución de Octubre en la URSS. Es decir, cuando la revolución proletaria llegó a su primer término: la conquista del poder.

Por lo tanto, son textos complementarios: uno ayuda a identificar un proceso revolucionario; el otro, a determinar cuándo una revolución proletaria ha triunfado.

Podrían argumentar que, o hay victoria de la Revolución de Octubre, o no hay nada. Que hablar de victoria de una revolución democrática, por ejemplo, sería un error, un exagero o incluso reformismo. Y que hablar de revolución democrática es adoptar una forma de etapismo o semi-etapismo.

Mirado desde una perspectiva distante, décadas después, este argumento puede parecer lógico. Pero si miramos los acontecimientos en su propio momento, esa afirmación pierde toda fuerza y es contradicha incluso por teóricos de la propia FT.

Trotsky dedica tres capítulos de Historia de la Revolución Rusa a la Revolución de Febrero y dice al comienzo del capítulo VIII:

“Los abogados y periodistas pertenecientes a las clases perjudicadas por la Revolución gastaron, posteriormente, buena cantidad de tinta para demostrar que en febrero solo hubo un levantamiento de mujeres reforzado por un motín militar; así intentaron presentarnos la Revolución. Luis XVI, en su tiempo, insistía en creer que la toma de la Bastilla era el resultado de un motín, hasta que le explicaron, la diferencia, que se trataba de una Revolución.”

Es decir, para Trotsky, lo ocurrido en febrero —una transformación del régimen del zarismo— fue una revolución: la Revolución de Febrero. Observa incluso que algunos confunden una revuelta con una revolución.

No obstante —y esto distingue nuestra política ante estos procesos de la de los reformistas y etapistas en general—, nosotros impulsamos la continuidad de la revolución, no su detención obligatoria en la etapa democrática recién conquistada. Como dice Trotsky en El Nuevo Curso:

“Una vez que comienza la revolución (en la que participamos y dirigimos), en ningún caso la interrumpimos en una etapa formalmente determinada. Por el contrario, no dejamos de realizarla y llevarla adelante, de acuerdo con la situación, mientras no haya agotado todas las posibilidades del movimiento.”

Es decir, nuestro esfuerzo se orienta al desarrollo permanente de la revolución “mientras no haya agotado todas las posibilidades”.

¿Significa esto negar que existan procesos intermedios? Quien responde es Juan Dal Maso, teórico de la FT, al discutir la Teoría de la Revolución Permanente:

“El falsacionismo ocasional de Perry Anderson ignora el hecho de que la TRP no sostiene que soluciones parciales para las demandas democráticas sean imposibles.”

Entonces, igual que nosotros, reconoce que soluciones parciales democráticas pueden existir, aunque no sean inevitables.

Volvamos a la respuesta militante y al momento en que se analiza.

En agosto de 1979, pocos días después del triunfo de la Revolución Sandinista (19 de julio de 1979), Moreno se reúne con los combatientes de las Brigadas Simón Bolívar para discutir la situación en Nicaragua y trazar una política para el país y el subcontinente (el texto “Las perspectivas y la política revolucionaria después del triunfo de la revolución nicaragüense” está disponible en el archivo León Trotsky).

Primera cuestión: ¿qué ocurrió en Nicaragua?
 Moreno dice: aquí triunfó una revolución.

Segunda cuestión: ¿qué carácter tiene la revolución triunfante?
 Moreno dice: es una revolución democrática.

Tercera cuestión: ¿cuál es la tarea frente a ese triunfo?
 Moreno dice —y citamos textualmente—:

“Ninguno de los presentes cree que el proceso revolucionario en Nicaragua haya terminado. Todos sienten —y así lo expresaron— que está apenas comenzando.”

Es decir, la victoria de la revolución democrática no puso fin al proceso, sino que abrió la revolución.

¿Hay etapismo en eso? Los compañeros dirán que la terminología es etapista, que el propio Moreno habla de victoria de una revolución democrática. Sí, es cierto: Moreno llama democrático (o democrático-burgués) a ese momento transitorio de una revolución que no ha concluido. ¿Es este el “crimen” de Moreno? Veamos un pasaje de Trotsky:

“Sin oponernos a la revolución democrática, al contrario, apoyándola sin reservas, aun en el marco de la separación (es decir, sosteniendo la lucha, no las ilusiones), debemos luchar por nuestra posición independiente, recomendando, aconsejando y proponiendo la Federación de Repúblicas Soviéticas de la Península Ibérica…”
 (Carta a Nin, 1931)

¿Está bien Trotsky al llamar “democrática” a la revolución española en curso? ¿Propone etapas? ¿O solo subraya que las tareas iniciales eran democráticas?

Volviendo al razonamiento: en agosto de 1979, Moreno estaba ante una revolución triunfante parcialmente, en un proceso abierto en el que era necesario intervenir.

Identificar si había un triunfo era fundamental. Y también saber de qué tipo. Porque podría haber habido una reforma controlada por la burguesía y el imperialismo. Por lo tanto, afirmar que hubo una revolución —y no una reforma—, es decir, que el aparato central de la burguesía, sus Fuerzas Armadas, había sido destruido por la acción de las masas, era fundamental para evaluar qué era posible hacer. Por otro lado, delimitar que era una revolución democrática-burguesa, por las tareas, direcciones y límites del momento, indicaba la necesidad de avanzar hacia la revolución socialista.

El texto mencionado dedica la mayor parte justamente a esto: la necesidad de construir un partido revolucionario; mantener, extender y centralizar las milicias; construir organismos de doble poder; ser oposición al GNR (el gobierno surgido del triunfo sandinista), porque el gobierno era el principal enemigo; y exigir al FSLN que rompa con la burguesía y tome el poder.

No nos parece una orientación etapista. Ni una orientación equivocada, para ese momento preciso, aunque podría haber aspectos discutibles.

Cambiar de opinión sin decirlo

En nuestro texto anterior criticamos a la FT por su visión sobre las revoluciones anticoloniales en “Polémica con la LIT y el legado teórico de Nahuel Moreno”.

Decíamos:

“La lectura de la FT nos parece equivocada por ser teleológica y determinista… Al hacerlo, ignoran que lo que llaman ‘solo independencia formal’ representó, en su momento, enormes victorias tácticas… acontecimientos históricos que, dentro de la revolución permanente, se desarrollaron de forma inesperada.”

Y ahora, después de nuestra crítica —y sin decir que cambian de posición— aparece en un texto sobre la revolución angoleña (Clases, Estado y Estrategias en las independencias africanas, Parte 2) el siguiente pasaje:

“La explosión revolucionaria de las masas africanas… desestabilizó el equilibrio imperialista, precipitó crisis políticas en las metrópolis y tuvo impactos profundos sobre los ciclos de movilización en los países centrales… reafirmamos aquí nuestro entusiasmo por la energía histórica de esas masas, cuya acción no solo impulsó las independencias nacionales, sino que también contribuyó a la crisis del capitalismo internacional.”

Es decir, la misma idea que expresamos en nuestro texto y lo opuesto de lo dicho hasta hoy por la FT. Saludamos ese avance en la comprensión de los procesos revolucionarios que realiza el autor del texto, aunque lo más correcto sería asumir claramente el cambio de posición, cosa que ni el autor ni la corriente hacen.

No creemos que ese cambio (así como la lectura de la Revolución Permanente hecha por Juan Dal Maso, que citamos arriba) sea casual; es la realidad la que va haciendo desmoronar la teoría de la revolución de la FT, al mismo tiempo que le da la razón a Nahuel Moreno, así como también a Trotsky y a Lenin.

Estos ajustes empíricos, sin embargo, son insuficientes. Llamamos a los compañeros a reflexionar si su visión sobre la revolución permanente y el papel de las consignas democráticas, en verdad, no cuestionan la metodología del Programa de Transición, y si no constituyen una visión esquemática de la Revolución Permanente.

Dicho esto, una síntesis.

Pedimos disculpas por la larga digresión que nos vimos obligados a hacer, pero creemos que había muchos elementos de confusión en el debate y era necesario darles nitidez.

Podemos decir sintéticamente que, para nosotros, una revolución es la entrada violenta y abrupta de las masas en el escenario político. Que, al iniciarse una revolución, luchamos para que asuma una dinámica permanente, o sea, para que no se detenga en ninguna etapa predeterminada; pero que, al luchar para que no se detenga en una etapa predeterminada, no ignoremos que puede haber momentos episódicos en una revolución y que, como observa Juan Dal Maso, la TRP [Teoría de la Revolución Permanente] no sostiene que no pueda haber soluciones parciales para las demandas democráticas.

No ser partidario de esas soluciones parciales, no significa no identificarlas y valorarlas. Y esa valoración evoluciona con el tiempo, pues toda revolución que no avanza retrocede. Las revoluciones —con ese nombre— Sandinista, Portuguesa, Argelina, Angoleña, Mozambicana, entre otras, fueron grandes triunfos de revoluciones democráticas cuyo curso permanente fue interrumpido por la acción consciente de varios agentes, y que retrocedieron, algunas incluso más allá de su punto inicial de partida.

Moreno, como podrá verse en sus escritos sobre estas revoluciones (existen textos extensos de Moreno sobre la Revolución Portuguesa, la Sandinista, Angoleña, además de la Cubana, la Peruana, la revolución política en Polonia, etc.) jamás defendió detener la revolución en cualquiera de estas etapas episódicas; siempre defendió y buscó orientar la política de sus partidos y militantes para encontrar los puntos de apoyo necesarios que garantizaran la permanencia de esos procesos.

Por último, la metodología de explicación que dan los autores del texto está, discúlpenos, profundamente marcada por un determinismo; interpretan los acontecimientos de hace 50 años a partir de los resultados de hoy, y tienen una “línea política” para esos procesos como si, en sus inicios, fueran idénticos a su resultado final. Y con esa forma de razonar concluyen que los acontecimientos en cuestión (en este caso esas revoluciones) solo podrían haber terminado como terminaron, y que nunca fueron procesos en disputa. Es decir, como si no hubiesen existido alternativas a disputar o como si fuera posible construir cualquier alternativa de dirección revolucionaria sin disputar tales procesos. Parafraseando al historiador ruso Vadim Rogóvin: existía alternativa (aunque él lo decía en relación a la posibilidad de una revolución política y de una dirección revolucionaria para ella).

Determinismo y formalismo andan de la mano. Por eso insistimos en que vale la pena que la militancia y el activismo se apropien de “Las lecciones de Octubre” de León Trotsky, para ver que pudieron haber existido varios desenlaces distintos para la Revolución Rusa de 1917. Y para ver que, de ninguna manera, el desenlace victorioso de Octubre, puede prescindir de reconocer la revolución democrática de febrero y tener una política correcta para su continuidad. Por otro lado, esa visión formalista —e incluso izquierdista en la teoría— encubre y muchas veces justifica una política oportunista, como en Ucrania y también en Palestina, cuando critican al Hamas por motivos equivocados, como cuestionar la legitimidad de las acciones del 7 de octubre o la cuestión de tomar prisioneros de guerra. O en Brasil, ante la crisis del gobierno Dilma–Temer, y en Argentina ante Cristina Kirchner.

Una vez más sobre la política de la FT para Palestina

En este nuevo artículo al que respondemos, en la parte correspondiente a Palestina, nos acusan de “ejercer lo que, en lógica, se denomina ‘falacia del espantapájaros’: reducir la posición del interlocutor al absurdo para facilitar la derrota de un argumento inexistente”.

Es una acusación muy grave. No obstante, el lector podrá comprobar que no solo no utilizamos en ningún momento esa falacia, sino que, por el contrario, es su artículo un verdadero ejemplo de esa maniobra.

La lucha por una ‘Palestina libre del río al mar’

Los compañeros afirman que “decir que la FT se niega a levantar la consigna ‘Palestina libre, desde el río hasta el mar’ es un método deplorable y poco valiente para ocultar el debate central”.

Pero lo cierto es que la FT, al menos hasta ahora, siempre fue contraria al uso de esta consigna. Uno de sus principales dirigentes, Matías Maiello, decía en noviembre de 2023 (ver aquí):

“Nosotros luchamos por la plena realización del derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino y por la única solución estratégica verdaderamente progresista, a saber, una Palestina obrera y socialista”.

En su escrito, no mencionaba en ningún momento la consigna de una Palestina libre del río al mar. Otro dirigente, Paul Morao, escribía en las mismas fechas (leer aquí; Paul Morao, 30 de octubre de 2023):

“Nosotros defendemos el proyecto de una Palestina obrera y socialista en la cual árabes y judíos puedan vivir en paz”.

De nuevo, ninguna mención a una Palestina libre del río al mar. Philippe Alcoy insistía en la misma idea:

“Hoy, para garantizar los derechos nacionales de los palestinos, luchamos por un Estado obrero y socialista, laico, en todo el conjunto de la Palestina histórica”.

Otra vez, sin referencia a una Palestina libre del río al mar.

Polemizando con la FT (leer aquí), dábamos nuestra opinión sobre las razones de su rechazo a esa consigna:

“Los compañeros de la FT creen que defender la consigna ‘Palestina democrática, laica y no racista, del río al mar’ equivale a defender una ‘etapa democrática’ y renunciar al carácter socialista de la revolución palestina. Pero se equivocan totalmente, porque esa consigna es, actualmente, la principal reivindicación del programa para la revolución socialista en Palestina y en toda la región. En lugar de integrar esa consigna en un programa transicional —combinándola con las demandas económicas, sociales, transicionales y socialistas, dando a la revolución palestina una dimensión regional e internacional (que culmina en la lucha por una federación socialista de Oriente Medio y Norte de África)—, la FT la sustituye por la consigna de una ‘Palestina obrera y socialista’.”

Y añadíamos:

“Este grave error de la FT choca frontalmente con la metodología con la que los trotskistas abordamos estos problemas a lo largo de nuestra historia”, la metodología del Programa de Transición.

Los compañeros de la FT dicen ahora en su respuesta que “la FT levanta con orgullo la consigna ‘Palestina libre, desde el río hasta el mar’”. Si esta es su nueva posición, nos alegramos enormemente y la entendemos como un resultado de la impresionante movilización de millones de personas en todo el mundo, que hicieron de esa consigna una bandera central en la lucha contra el genocidio sionista.

También creemos que no debería ser un problema entre revolucionarios reconocer un error y rectificarlo. No obstante, los compañeros de la FT no solo no reconocen su error, sino que nos acusan de falsarios por mostrar las posiciones que defendieron durante tanto tiempo. Además, lejos de limitarse a eso, se dedican a atribuirnos posiciones que jamás defendimos, sin siquiera mostrar una sola declaración, resolución o artículo nuestro que compruebe lo que afirman. Luego, sobre esa base falsa (“falacia del espantapájaros”), lanzan acusaciones sin fundamento contra nosotros.

Argumentan, así, que la LIT levanta “el programa de una ‘Palestina laica, democrática y no racista’, oponiéndose a la dinámica permanentista y desvinculándola de la perspectiva programática de la revolución socialista”. Y más aún, dicen que la LIT consideraría “posible la existencia de una Palestina independiente, ‘laica, democrática y no racista’ (…) dentro de los marcos de la actual arquitectura de Oriente Medio” y que “se aproxima política y programáticamente a variantes de las direcciones burguesas árabes”.

Son acusaciones delirantes. ¿De dónde pudieron sacar tales conclusiones, cuando defendemos justamente lo contrario? El reciente XVI Congreso Mundial de la LIT, cuyas resoluciones están publicadas en nuestra página, aprobó lo siguiente:

“Defendemos la consigna histórica de una Palestina libre, democrática y laica del río al mar, asociada a la destrucción del Estado de Israel, a la lucha por un gobierno de los trabajadores y a la revolución socialista.

Esta consigna democrática es parte del programa de la revolución permanente, que se vincula a la lucha antiimperialista de las clases trabajadoras de la región y a la solidaridad en los centros imperialistas, y que se completa en la consigna de una Federación de Repúblicas Socialistas Árabes.

La reivindicación democrática nacional contenida en la consigna ‘Palestina libre, democrática y laica del río al mar’ puede asumir un carácter transicional, porque para concretarse necesita la destrucción del Estado de Israel, lo cual solo será posible en un proceso de revolución permanente que combine una nueva intifada, un nuevo proceso revolucionario en los países de la región (primavera árabe), con la resistencia armada en Palestina y movilizaciones de masas en todo el mundo.”

¿Alguien ve aquí algún indicio de “etapismo”, esa cantinela con la que la FT nos acusa día y noche, y con base en la cual, nos rebajó de revolucionarios a “centristas”?

Pero el problema, en realidad, está ahora con los propios compañeros de la FT, porque si persisten en defender la consigna democrática-nacional de una “Palestina libre, del río al mar”, tendrán serias dificultades para sostener de manera coherente su particular concepción de la revolución permanente.

La crítica a los ‘métodos del Hamas’

Hay un punto importante de nuestros artículos que los compañeros de la FT no quisieron abordar en su respuesta. Nos referimos a su repudio a los “métodos del Hamas”. Evitaron la polémica, limitándose a decir que “desde el punto de vista histórico, todas las manifestaciones de esa resistencia son legítimas”, lo cual es una generalidad que sirve para todo y para nada.

Alcoy escribe en el artículo citado:

“Este método de atacar a la población civil israelí es totalmente reaccionario y contraproducente para la causa palestina”.

Maiello refuerza:

“Eso perjudica enormemente la causa [palestina], por eso es fundamental delimitar esos métodos que no tienen nada que ver con los del proletariado”.

Maiello también se opone frontalmente a la toma de “rehenes” (en realidad prisioneros de guerra), diciendo:

“¿Qué tiene que ver la toma como rehenes del arzobispo de París, de los curas y los gendarmes durante la Comuna, con la toma de rehenes en un festival de música donde una parte significativa de los participantes eran jóvenes pacifistas que no eran enemigos de la causa palestina? Nada que ver.”

En realidad, los compañeros de la FT, lejos de contextualizar las “muertes de civiles” del 7 de octubre, les otorgaron una centralidad que solo puede explicarse por la brutal y persistente presión de la campaña de los medios de comunicación occidentales. Alcoy incluso llega a realizar valoraciones morales:

“Rechazar la calificación de ‘terrorismo’ no es relativizar ni, mucho menos, justificar los crímenes del Hamas contra civiles palestinos e israelíes”.

Por nuestra parte, defendemos que nunca debemos equiparar la violencia del opresor con la del oprimido y que:

“No podemos calificar de ‘crímenes’ las muertes de civiles israelíes, víctimas de la respuesta militar del Hamas frente a la barbarie de Israel, verdadero responsable de sus muertes”.

Afirmamos también:

“La LIT se posicionó incondicionalmente al lado de la resistencia palestina contra el Estado genocida de Israel y defendió su acción del 7 de octubre de 2023”.

Estamos convencidos de que, de ese modo, continuamos la tradición marxista de defender el derecho de los pueblos oprimidos a rebelarse por cualquier medio necesario. Nos ubicamos en el campo militar de los palestinos, aun cuando no tengamos acuerdo programático ni político con la dirección del Hamas.

Creemos que la FT cometió un grave error al olvidar en su argumentación que “la sociedad israelí está completamente militarizada. La juventud israelí o está en el ejército o es reservista. Incluso si fueran ‘civiles’, en atacar a la resistencia palestina por las muertes de civiles es un error total. Se trata de una acción de guerra, de un pueblo oprimido en profunda desventaja militar frente a una potencia nuclear”.

Sobre la toma de “rehenes”, respondemos diciendo que:

“Este tipo de acción fue realmente utilizado por los bolcheviques en la revolución rusa, así como en la Comuna de París. ¿Qué tiene de malo? Contrariamente a lo afirmado por la FT, la toma de ‘rehenes’ (prisioneros de guerra) se mostró correcta, siendo hasta ahora un elemento central que provoca crisis interna en Israel, movilizando a miles de familiares contra el gobierno de Netanyahu para conquistar un acuerdo que permita su liberación”.

Y añadimos:

“Es muy difícil que un militante de la FT convenza a cualquier activista palestino de que la toma de ‘rehenes’ fue un error. No por casualidad, ese asunto desapareció de su prensa. Como suele ocurrir con la FT, no dieron explicación sobre esto y, si modificaron su posición, tampoco hicieron autocrítica”.

Explicamos también que:

“No se puede abstraer que Hamas es una resistencia popular sin aviones, tanques ni barcos, encerrada en la mayor prisión a cielo abierto del mundo, sometida a un cerco criminal y a ataques atroces durante 17 años. En esas circunstancias, no se puede exigir que el Hamas respete un supuesto código moral de combate en su lucha —enormemente desigual— contra el ejército ocupante”.

No se puede olvidar que:

“Los asentamientos israelíes en los alrededores de Gaza (y, en general, todo el territorio de Israel, fueron construidos sobre el saqueo de tierras palestinas y la limpieza étnica) no son solo son colonias levantadas sobre tierras robadas por la violencia, sino que cumplen también una función militar de cerco a la Franja, conectados a una amplia red de instalaciones militares, atacadas por los milicianos y en gran parte destruidas”.

Además:

“Israel es una gigantesca base militar donde, además de las tropas en servicio, hay 400.000 reservistas y gran número de civiles armados”.

También destacamos que:

“Una cosa es la propaganda sionista falaz, reproducida masivamente por los gobiernos y por los medios occidentales, y otra son los hechos reales, parte de los cuales salió a la luz en las últimas semanas, aunque rápidamente silenciados. Sabemos, por ejemplo, que parte de los muertos en el festival de música fueron víctimas de disparos indiscriminados de helicópteros militares israelíes y que, como menciona Maiello, parte de los muertos en los asentamientos cercanos a la Franja de Gaza fueron víctimas de las tropas israelíes que combatían a los milicianos palestinos”.

¿Confraternización palestina con la clase obrera judeo-israelí?

Este es otro aspecto que los compañeros de la FT dejan deliberadamente de lado en su respuesta.

En nuestro artículo decíamos que uno de los grandes motivos de la crítica de la FT a los “métodos del Hamas” era que los consideran un gran obstáculo para la confraternización de la clase trabajadora palestina con la israelí. Alcoy lo expresa diciendo que el ataque del 7 de octubre “aleja aún más cualquier perspectiva de unidad de clase entre los trabajadores palestinos y judíos”.

Morao, por su parte, criticando a las organizaciones francesas LO (Lutte Ouvrière – Lucha Obrera) y NPA-C (Nuevo Partido Anticapitalista – Plataforma C), denunciaba acertadamente la falsa simetría que estas establecían entre palestinos y trabajadores israelíes. Y el propio Maiello reconoce que la clase trabajadora israelí es mayoritariamente sionista y desempeña un papel fundamental en la colonización y en el régimen de apartheid, y que su colaboración sionista con la burguesía es fuerte y profundamente enraizada.

No obstante, escribíamos:

“A pesar de sus propias afirmaciones, Morao nos dice que la confraternización de los palestinos con los trabajadores y la juventud israelíes es ‘la única posibilidad de emancipación para ambos pueblos’.”

Maiello repite la misma idea, haciendo un paralelismo histórico con la ocupación militar nazi de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, para reivindicar la confraternización entre palestinos y trabajadores israelíes como tarea esencial y denunciar que todo acto que amplíe el abismo entre ambos es ‘directamente contrarrevolucionario’.”

Más adelante, Maiello intenta justificar su política de confraternización comparando el sionismo de los trabajadores judeo-israelíes con “el profundo racismo de los obreros norteamericanos con el cual Trotsky se encontró en su época”.

Y cita a Trotsky:

“El 99,9% de los trabajadores estadounidenses son chauvinistas; son verdugos de negros y también de chinos. Estas bestias estadounidenses necesitan ser educadas. Necesitan entender que el Estado estadounidense no les pertenece y que no necesitan ser los guardianes de ese Estado.”

El problema, explicábamos, es que esa comparación es forzada y artificial:

“El proletariado judeo-israelí se distingue del proletariado blanco norteamericano respecto de los negros por un problema material, económico, que trasciende y determina sus ideologías y políticas. (…) [ya que] La colonización sionista convirtió al proletariado judío en agente y beneficiario del robo de tierras, casas y empleos del pueblo palestino.”

También decíamos:

Esto no significa que no exista lucha de clases entre la burguesía y el proletariado israelíes. Pero esos conflictos están subordinados al mantenimiento del orden colonial contra los palestinos. (…) Es imposible una alianza entre el proletariado judeo-israelí y el palestino para poner fin al genocidio y por la liberación de Palestina, debido a esa diferencia material. (…) El sionismo es mucho más que una ideología: es un Estado colonial y terrorista construido sobre el despojo de las tierras palestinas y su limpieza étnica, con un régimen de apartheid y una falsa democracia corrupta. (…) Gran parte de los israelíes, incluidos trabajadores, son una población proveniente del exterior que vive sobre tierra robada que no les pertenece.

Concluíamos:

El problema de las tesis de la FT es que, si estuvieran correctas, el pueblo palestino y todos nosotros estaríamos condenados a una lucha sin esperanza. Es como si la victoria de la revolución argelina dependiera de la confraternización entre los argelinos y los pied-noirs franceses, que fueron a Argelia para apropiarse de las mejores tierras, apoyados por el ejército colonial francés.

En cuanto a las movilizaciones de los familiares de los rehenes, no hay duda de que tenían un carácter progresivo al enfrentarse a Netanyahu y exigir un alto el fuego. Pero su alcance era claramente limitado al no cuestionar las bases del sionismo.

Citando al periodista israelí Gideon Levy, recordábamos tres rasgos siniestros que caracterizan a la amplia mayoría de la población israelí, incluida su clase trabajadora:

  1. Se considera “el pueblo elegido, con derecho a hacer lo que quiera”.
  2. Siendo el opresor, se presenta como la gran víctima.
  3. Practica una deshumanización sistemática de la población palestina, un elemento común en todas las limpiezas étnicas, del mismo modo que los nazis hicieron con los judíos.

Las encuestas de opinión reafirman repetidamente que más del 80% de la población judeo-israelí apoya la limpieza étnica.

Afirmábamos también:

“Una Palestina libre, laica, democrática y no racista, del río al mar, solo puede existir con la destrucción del Estado de Israel, el retorno de millones de refugiados palestinos y la devolución de las tierras a sus legítimos dueños. Esto significa que muchos israelíes llegados de otros países a lo largo de estos años para ocupar tierras, lugares y viviendas palestinas tendrán que marcharse, y solo una minoría judía dispuesta a vivir en igualdad de derechos con los palestinos tendrá lugar en el nuevo Estado palestino.”

Y concluíamos:

La victoria sobre el Estado de Israel vendrá de la lucha del pueblo palestino, incluida la lucha armada; de la solidaridad activa de los pueblos de los países árabes e islámicos de la región (que deberán enfrentar a sus cobardes burguesías); y de la solidaridad masiva de los trabajadores y la juventud de EE.UU., la UE y el resto del mundo. La colaboración de una pequeña minoría israelí antisionista será, sin duda, relevante, pero sostener que la confraternización es “la única posibilidad de emancipación de ambos pueblos” no solo está completamente fuera de lugar, sino que es un grave error.

La polémica sobre Ucrania

Antes de entrar en la polémica con los compañeros de la FT acerca de las profundas diferencias que tenemos sobre cuál debe ser la política de los revolucionarios ante la guerra de Ucrania, queríamos llamar la atención sobre la crítica que nos hacen, no solo por lo que dicen sobre lo que hacemos y planteamos, sino también por el tono brutal que utilizan, lejos de una polémica saludable entre dos fuerzas que se consideran dentro del campo revolucionario. ¿Qué buscan cuando escriben que la LIT/PSTU “se reduce a hacer eco de la política central del imperialismo estadounidense y de las potencias de la OTAN” y que “se aproximaría peligrosamente, dentro de la izquierda, a ser portavoz del programa militarista de Trump, Macron, Starmer y Merz”? Dicho esto, entremos en la polémica con los compañeros.

La naturaleza de la guerra

Este asunto es, sin duda, el punto de partida y la base principal de nuestras diferencias. Pensamos que los compañeros de la FT han dado diferentes versiones de la guerra, aunque complementarias entre sí.

Versión 1

Emilio Albamonte, su principal dirigente, se centró en aspectos de método y escribió que “si fuera por el problema de la autodeterminación nacional, estaríamos con Ucrania; hay un problema de autodeterminación nacional en el que una enorme potencia invade un país semicolonial”.

Esto debería ser un punto crucial para que un marxista revolucionario,colocarse en el campo militar del país oprimido agredido. Sin embargo, para Albamonte este criterio no funciona en el caso de Ucrania, porque “no es un país dependiente o una semicolonia cualquiera”, dado que sus clases dominantes y la amplia mayoría de la población trabajadora “por votación, porque dieron un golpe, etc., etc., se propuso ser un apéndice de la Unión Europea y, si fuera posible, de la OTAN”. Esto, según Albamonte, convertía la guerra en una “guerra reaccionaria” por ambos lados.

Esta mezcla entre los oligarcas y la clase trabajadora ucraniana —mayoría de la población— es un error muy burdo para un marxista, cuando hablamos de clases sociales antagónicas. Ciertamente, la falsa conciencia que pueda sufrir durante cierto tiempo la clase trabajadora —explicable en buena medida por la ausencia de partidos revolucionarios enraizados en Ucrania y en la UE— puede estar, por un periodo corto o largo, en profunda contradicción con sus intereses de clase. Pero esa contradicción solo puede resolverse mediante la acción, lo que incluye la defensa militar del país frente a la invasión rusa, el desenmascaramiento en ese proceso del gobierno burgués proimperialista de Zelensky y el avance en la construcción de una alternativa revolucionaria.

Versión 2

En paralelo a las tesis de Albamonte, Matías Maiello escribió un artículo buscando combatir los argumentos a favor de una “guerra justa” de Ucrania. Para ello no dudó en adoptar como propias partes sustanciales de la versión de Putin sobre el conflicto, algo que la propia realidad ha desmentido.

Maiello nos presenta un relato de la Ucrania de los últimos años donde desarrolla el Euromaidán, una Ucrania dominada por la extrema derecha y una “guerra civil de baja intensidad marcada por la existencia de una minoría rusófona de un tercio de la población”.

Maiello confunde deliberadamente la existencia de una (amplia) minoría rusófona con una minoría rusófila, cuando en realidad la amplísima mayoría de los rusófonos combaten a Putin, que impuso un régimen de terror en las zonas ocupadas. Coloca como expresión de los dos campos en guerra las “milicias separatistas del Donbass”, por un lado, y por el otro “las milicias de extrema derecha como el batallón Azov”, como si esto fuera una expresión genuina de la realidad ucraniana. Pero la influencia social y el peso político de la extrema derecha ucraniana son, hasta el momento, ínfimos, muy inferiores a los de muchos países de la UE o de América. No cabe duda, por otro lado, de que el gobierno de Zelensky es proimperialista y asociado a los oligarcas ucranianos. Pero otra cosa muy distinta es afirmar que su base es la extrema derecha, como afirma Maiello siguiendo la propaganda de Putin.

Por otro lado, describir las milicias prorrusas de Donetsk y Luhansk (marcadas por la fuerte presencia de la extrema derecha rusa) como simples “milicias separatistas” implica silenciar que fueron organizadas y dirigidas por el ejército ruso, además de darles legitimidad como si fueran expresión de un movimiento popular favorable a la anexión a Rusia.

La identificación que hace Maiello de la movilización militar ucraniana contra la invasión —cuyo eje fue el reclutamiento masivo en las Fuerzas Territoriales de cientos de miles de voluntarios, en su mayoría trabajadores— con el batallón de ultraderecha Azov es propia de la propaganda de Putin e inconcebible en un revolucionario trotskista.

Versión final

Con el desarrollo de la guerra, la versión final que los dirigentes de la FT fijaron —una especie de versión oficial— es la que reproducen los autores del artículo con el cual polemizamos.

Según ellos, “Ucrania es un país oprimido que fue invadido por una potencia más fuerte (Rusia)”, pero la invasión “fue respondida por la coalición de los principales Estados imperialistas occidentales, liderados por Estados Unidos y la OTAN, en apoyo al gobierno ucraniano de Zelensky”. Debido a esa coalición imperialista, la resistencia armada ucraniana deja de ser una “guerra justa” y pasa a convertirse en una “guerra reaccionaria”. La opresión nacional pasa a ser irrelevante y la guerra de Ucrania contra la agresión imperialista de Putin se transforma en su contrario: una guerra reaccionaria entre Rusia y “la coalición de los principales Estados imperialistas occidentales”.

Cuando los compañeros de la FT comparan la guerra de Ucrania con la guerra chino-japonesa que precedió y acompañó la Segunda Guerra Mundial —en la que China contó con un importante apoyo militar estadounidense tras el ataque a Pearl Harbor— dicen que ambas situaciones son muy diferentes. La razón que alegan es que en aquel entonces “las potencias se dividían entre sí por la posesión de China: no había una coalición de potencias reunidas en el campo de la nación oprimida”, como dicen que ocurre ahora. Si entonces los trotskistas se pusieron resueltamente del lado militar de China, apoyándola en su “guerra justa” contra la invasión japonesa, ahora no podemos colocarnos del lado militar ucraniano frente a Rusia.

Lo cierto es que esta argumentación es tan frágil que cae por su propio peso en la medida en que Rusia, bajo Putin, debe ser caracterizada como un país imperialista, que es precisamente lo que es: un “imperialismo regional”, apoyado por el imperialismo chino.

Albamonte argumentó que las tesis de Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo eran mera “ciencia positiva”, no dialéctica, y que se equivocó al caracterizar a la Rusia de su tiempo como potencia imperialista. Basándose en ello, Albamonte y Maiello niegan el carácter imperialista de la Rusia de Putin. Aunque ahora, cuando parece que la FT empezó a atribuir a China “crecientes rasgos imperialistas”, cabe esperar que, con el tiempo, digan lo mismo de la Rusia actual.

Es evidente la intensa intervención indirecta de EE.UU. y la UE en la guerra, así como el carácter proimperialista y antiobrero del gobierno de Zelensky. El problema es que eso no elimina el hecho de que estamos frente a una guerra de agresión nacional por parte de la segunda potencia militar del mundo contra una nación muchísimo más débil, a la que pretende subyugar por la fuerza con métodos de extrema crueldad. Una guerra cuyo objetivo es el control militar, económico y político de un país que es un enorme granero, tiene una ubicación geográfica fundamental para el tránsito energético y comercial, y posee una dimensión y recursos que el Kremlin considera esenciales para su proyecto imperialista de la “Gran Rusia”. Nos encontramos ante una guerra justa por parte de los ucranianos: una guerra de liberación nacional contra un ejército conquistador.

No hay dudas de que, por un lado, EE.UU. y la UE —cada cual con sus propios intereses— y, por otro lado, Rusia, buscan colonizar Ucrania. Pero en política no se pueden confundir los tiempos. Lo que tenemos ahora no es una invasión de la OTAN, sino de la Rusia de Putin, ante la cual debemos apoyar al pueblo ucraniano en su lucha por la libertad y la integridad nacional, incorporándola en la batalla por una salida socialista en el marco de la lucha por los Estados Unidos Socialistas de Europa. Del resultado de la guerra dependerá, además, la capacidad de resistencia de la clase trabajadora y del pueblo ucraniano frente a su gobierno proimperialista y al saqueo del imperialismo estadounidense y europeo, y afectará directamente la lucha de la clase trabajadora rusa, de los pueblos de la Federación Rusa y de su periferia.

El comportamiento del imperialismo occidental

Los autores del artículo olvidan que para Putin —como antes para los zares y luego para Stalin— Ucrania no es un país, sino parte de Rusia. Olvidan que Washington y la UE, en los primeros días de la invasión, se limitaron a ofrecer al gobierno ucraniano la salida del país y el establecimiento de un gobierno en el exilio en su territorio.

Pero los planes iniciales de Putin fueron desbaratados, sobre todo, por una movilización masiva de cientos de miles de ucranianos, en su gran mayoría trabajadores y muchos de ellos rusófonos, que se alistaron como voluntarios para luchar. En este largo período murieron un millón de rusos y más de 400.000 ucranianos, pero ningún estadounidense ni europeo. Hubo grandes movilizaciones recientes contra el intento de Zelensky de controlar los organismos anticorrupción. Todo esto no existe para los compañeros de la FT. Ellos se quedan con una “geopolítica” que excluye la vida tal como es.

Desde el inicio de la guerra, tras la derrota de los planes iniciales de Putin —que contaba con una rápida conquista del país— el imperialismo occidental, con EE.UU. a la cabeza, cambió de táctica. Comenzó a dar apoyo militar limitado, tardío, controlado y condicionado, con el objetivo final de repartirse los recursos de Ucrania con Rusia, intentando debilitar al régimen de Putin, pero evitando su derrota. La llegada de Trump acentuó, de manera exacerbada, esa política, despreciando a la UE y chantajeando de manera abierta y descarada al gobierno de Zelensky para que firme cuanto antes una capitulación, entregando a Putin el este de Ucrania y reservándose para sí los minerales de la parte en manos ucranianas.

Los compañeros de la FT aceptan sin cuestionar las versiones del gobierno estadounidense sobre la ayuda militar y financiera a Ucrania. Elogian, sin ninguna valoración concreta, la magnitud de ese apoyo, desconociendo sistemáticamente los retrasos y limitaciones militares, el carácter de préstamo de dichas ayudas y su condicionalidad. Llegan incluso a presentar el brusco giro táctico de Trump —marcado por su acercamiento a Putin y su descarado chantaje a Zelensky— como una simple continuidad de las tácticas de Biden.

La dirección de la guerra y su naturaleza

Resulta curioso que los compañeros de la FT, que se reivindican trotskistas, olviden recurrir a las enseñanzas históricas del movimiento trotskista ante guerras de liberación nacional.

Retomando la segunda guerra chino-japonesa, iniciada en 1937, cuando Japón invadió China, pensamos que la política ucraniana de la FT es muy parecida a la del Workers Party (WP) de Shachtman. Al inicio de la guerra, tanto el SWP de Cannon (la sección de la IV Internacional en EE.UU.) como el WP de Shachtman (una escisión del SWP) apoyaron a China contra Japón. Pero cuando en 1941, tras el bombardeo de Pearl Harbor, EE.UU. entró en la guerra contra Japón y empezó a enviar ayuda militar a China, Shachtman cambió su política y adoptó una posición de neutralidad, un “ni, ni”, muy parecida a la que defiende la FT respecto a Ucrania.

Morrison, en nombre del SWP, respondió diciendo:

La proposición general de Shachtman es que no se puede apoyar la lucha de una nación colonial o semicolonial contra una nación imperialista que está envuelta en una guerra con otra nación imperialista, siempre y cuando la nación colonial esté bajo control de su clase capitalista.

Pero la esencia de la política colonial del marxismo revolucionario es apoyar la lucha de los pueblos coloniales contra un opresor imperialista, incluso si está dirigida por la burguesía, y sin hacer ninguna excepción durante un período en que se esté librando una guerra imperialista.

Esta postura es aún más evidente hoy, cuando no existe un enfrentamiento armado directo entre la OTAN y Putin. Morrison continuaba:

Supongamos que la ayuda que llega a China desde Estados Unidos es mucho mayor ahora que antes de Pearl Harbor. ¿La cantidad de material enviada por Estados Unidos cambia el carácter del conflicto chino? (…) Incluso antes de la declaración oficial de guerra, aviadores estadounidenses combatían por China. Supongamos que ahora hay muchos más de ellos en China. Esto, claro está, es un factor más importante. Pero nadie que sea un marxista realista sostendrá que recibir ayuda técnica o incluso militar a través de oficiales especialmente entrenados cambia el carácter del conflicto chino. Lo importante es: ¿quién, en última instancia, tiene el control de las fuerzas armadas y, por lo tanto, del conflicto? Hasta ahora, nadie en su sano juicio puede decir que no es el gobierno chino quien controla los ejércitos chinos. Si la situación cambiara y se enviara un número suficiente de tropas estadounidenses a China y estas asumieran el control de la lucha contra Japón, entonces tendríamos que cambiar de actitud. Pero esto no ha ocurrido.

Morrison abordaba un tema central: las circunstancias de una guerra justa de liberación nacional pueden alterarse de tal manera que lleguen a convertirla en una guerra interimperialista, como ocurrió en China cuando avanzó la guerra entre EE.UU. y Japón en Asia, tropas estadounidenses entraron en China y asumieron el control de las tropas del Kuomintang. Señalamos este tema porque el problema de quién dirige la guerra es algo cualitativo. Si en Ucrania el mando efectivo pasara a manos estadounidenses —lo que implica control tecnológico completo, necesariamente acompañado de intervención de tropas en el terreno— el propio carácter de la guerra cambiaría y, en vez de una guerra justa de liberación nacional, la guerra de Ucrania pasaría a convertirse en una guerra interimperialista. Algo que no ha sucedido y es difícil que ocurra en las circunstancias actuales.

Los compañeros de la FT no se detienen a analizar las circunstancias concretas de la guerra y su conducción. Afirman alegremente que quienes dirigen efectivamente la guerra, desde el inicio, son los estadounidenses a través de la OTAN.

Es evidente que nadie puede poner en duda la influencia de la OTAN en la conducción de la guerra, ni la política de sumisión de Zelensky, también en el terreno militar, centrada en la súplica por armamento occidental, en lugar de poner la industria del país, mediante nacionalización, al servicio de la guerra contra la invasión. El desarrollo de la industria militar ucraniana, con un avance notable en drones en los últimos tiempos, fue tardío, desigual, insuficiente y dependiente de los intereses de empresarios privados.

Pero una cosa es criticar la sumisión de Zelensky y otra muy distinta es decir que la dirección militar efectiva de la guerra pasó a manos de Estados Unidos–OTAN. Eso no solo no corresponde a la realidad, sino que ignora deliberadamente las fuertes contradicciones y choques que se dieron —y se dan, ahora más con Trump— entre el mando militar ucraniano y el mando estadounidense de la OTAN.

Estas contradicciones se manifestaron a lo largo de la guerra en la oposición de EE. UU./OTAN a que Ucrania realizara acciones ofensivas en territorio ruso; en la desconexión de los satélites Starlink, por órdenes de Elon Musk, en septiembre de 2022, durante la contraofensiva de Jersón y Donetsk; y también en marzo de 2025, en las órdenes de Trump de interrumpir todo el aporte de inteligencia militar a Ucrania como chantaje explícito para forzar su capitulación ante Rusia, restablecido solo parcialmente después. En julio de 2025 volvió a caer la conexión con Starlink durante horas en toda la línea del frente.

Es útil consultar el extenso informe de Adam Entous, publicado en el New York Times el 29/3/2025, que muestra las fuertes contradicciones entre oficiales norteamericanos y el mando militar ucraniano sobre la conducción de la guerra, con estos últimos constantemente contrariados por el retraso y la falta de suministro de armas, por los intentos de controlar las operaciones para “no provocar” a Rusia y por el freno a las acciones ucranianas. El informe dice, por ejemplo:

A medida que los ucranianos ganaron mayor autonomía en la asociación, mantuvieron cada vez más en secreto sus intenciones. Estaban constantemente irritados porque los estadounidenses no podían, o no querían, darles todas las armas y otros equipos que querían. Los estadounidenses, por su parte, estaban irritados con lo que veían como demandas irrazonables de los ucranianos.

La importante “Operación Telaraña”, del 1º de junio de 2025, contra aeródromos militares rusos, fue realizada sin ninguna información al mando militar estadounidense.

La política frente a la invasión rusa

Una parte del texto de los compañeros hace una síntesis de su actitud frente a la guerra:

La posición de la izquierda socialista, antiimperialista, debe ser repudiar enfáticamente esta ocupación del gobierno autocrático de Putin, exigir la retirada inmediata de las fuerzas militares rusas de todo el territorio ucraniano y, al mismo tiempo, incentivar entre la población ucraniana el surgimiento de una posición independiente a la del gobierno proimperialista de Zelensky y de las diferentes fuerzas nacionalistas reaccionarias, subordinadas a las potencias de la OTAN. Del mismo modo, a nivel internacional, impulsar un gran movimiento antiguerra y antimilitarista de la clase trabajadora y la juventud.

La primera cuestión que llama la atención es qué quieren decir con “repudiar enfáticamente esta ocupación”. De hecho, los compañeros pueden “repudiarla”, incluso “enfáticamente”, y exigir “la retirada inmediata”, pero eso no pasa de una declaración puramente verbal. Es así porque, lejos de estar en el campo militar ucraniano para derrotar la invasión imperialista rusa, para la FT no hay una guerra justa de liberación nacional, sino una “guerra reaccionaria” en la cual no se debe estar ni con los agredidos ni con los agresores. Súmese a esto el hecho de que sus organizaciones en Europa participaron de campañas por “ni un tanque para Ucrania”, incluso apoyando en Alemania un llamado a una huelga general contra el envío de armas a Ucrania. Pensamos que su posición se adapta enormemente a las presiones pacifistas de Lula, Petro, La Francia Insumisa, a la del alemán Die Linke o los españoles Sumar y Podemos.

Por otro lado, ¿alguien piensa que es posible desenmascarar las intrigas y engaños de la OTAN, o del gobierno proimperialista de Zelensky, si no es con una ubicación clara en las trincheras ucranianas? ¿Alguien cree que es posible combatir a Zelensky con una postura abstencionista, “ni con uno ni con otro”, colocándose en “tierra de nadie”? ¿Qué dice la FT a los trabajadores ucranianos, muchos de ellos en el frente? ¿Que no deben apoyar ningún bando militar porque ambos son reaccionarios y que solo será posible apoyar el lado ucraniano cuando haya un gobierno antiimperialista y socialista al mando?

En la LIT pensamos, por el contrario, que los revolucionarios deben estar incondicionalmente en el campo militar de Ucrania, luchar por la victoria militar de la nación oprimida e invadida, sin que eso implique ningún apoyo político a Zelensky o a la OTAN. Que es necesario oponerse y denunciar sin ambigüedades a la OTAN y al rearme imperialista, combatiendo los presupuestos militares de Trump, Macron, Merz, Sánchez, etc., y, dentro de Ucrania, enfrentar a Zelensky por su sumisión a los oligarcas ucranianos, a Trump y a los imperialismos europeos.

Pero esta confrontación política con Zelensky solo puede hacerse realmente en el terreno siendo “los mejores soldados contra Putin”, mientras enfrentamos su corrupción y sus medidas contra los derechos democráticos y contra los derechos y conquistas del pueblo trabajador. De manera similar a como hacíamos con el gobierno republicano durante la Guerra Civil Española de 1936–1939, siendo “los mejores soldados contra Franco” y luchando por la organización independiente del proletariado y la juventud. Así es como estamos actualmente trabajando y esforzándonos por construir una fuerza revolucionaria en Ucrania.

Errores que no tenemos inconveniente en reconocer y rectificar

Por nuestra parte, no tenemos inconveniente en reconocer que cometimos errores en nuestra política frente a la guerra en Ucrania. Uno de ellos, tal vez el más importante, fue que, en los primeros meses, incluimos en nuestros materiales la reivindicación a los gobiernos imperialistas por el envío de armas para resistir la invasión rusa. Eso fue un error importante, corregido posteriormente y registrado expresamente en nuestro XVI Congreso mundial. La razón es evidente: ningún gobierno imperialista puede apoyar de manera real la lucha de un pueblo oprimido por su libertad nacional, y, si interviene, lo hace de manera condicionada y atendiendo a un fin último que no es otro que someter y dominar al país oprimido conforme a sus intereses imperialistas.

Pero dicho esto, no podemos cruzarnos de brazos, como hicieron los camaradas del SWP de Cannon durante todo el primer período de la guerra chino-japonesa, cuando apoyaron resueltamente a China contra Japón y movilizaron ayuda política y material a la resistencia obrera y popular china. En nuestro caso, tenemos campañas de apoyo al sindicato minero-metalúrgico de Krivy Rih o, actualmente, la campaña por la inclusión en la lista de intercambio de prisioneros de los compañeros Denys Matsola y Vlad Zhuravlev, dos luchadores clasistas presos por las tropas rusas en la toma de Mariúpol.

Por otro lado, siendo contrarios a exigir a los gobiernos imperialistas el envío de armas a Ucrania, también nos oponemos a boicotear su transporte. Trotsky nos decía en 1938:

Supongamos que mañana estalla una rebelión en la colonia francesa de Argelia bajo la bandera de la independencia nacional y que el gobierno italiano, motivado por sus propios intereses imperialistas, se prepara para enviar armas a los rebeldes. ¿Cuál debería ser la actitud de los trabajadores italianos en este caso? He tomado a propósito un ejemplo de rebelión contra un imperialismo democrático con intervención, del lado de los rebeldes, de un imperialismo fascista.

¿Deberían los trabajadores italianos impedir el envío de armas a los argelinos? Que cualquier ultraizquierdista se atreva a responder afirmativamente a esta pregunta.

Todo revolucionario, junto con los trabajadores italianos y los argelinos rebeldes, rechazaría tal respuesta con indignación. (…)

Al mismo tiempo, los trabajadores marítimos franceses (…) estarían obligados a hacer todo lo posible para bloquear el envío de munición destinada a ser utilizada contra los rebeldes.

Solo una política así por parte de los trabajadores italianos y franceses constituye la política del internacionalismo revolucionario.

En Brasil, la FT cedió a una política campista del PT y del PSOL

Incluso en este nuevo artículo, los compañeros de la FT y del MRT comparan un golpe realmente existente, el de Egipto, con el impeachment de Dilma Rousseff en Brasil. Llaman “golpe de Estado” o “golpe institucional” a la caída de un gobierno obrero-liberal de colaboración de clases por los mecanismos institucionales, dentro de las reglas del régimen democrático burgués, y que dio origen a un gobierno democrático burgués.

El impeachment es un mecanismo jurídico-político inscrito en la constitución de 1988, que permite destituir al presidente electo sin cambiar el régimen, dando posesión al vicepresidente, o en el impedimento de este, a los presidentes de las Cámaras Legislativas (Diputados o Senado, en ese orden), o, por último, al presidente del Supremo Tribunal Federal (STF).

Los compañeros dicen en su artículo que “a lo largo de todo el giro reaccionario articulado por la gran prensa, la operación Lava Jato, el Poder Judicial y el imperialismo estadounidense —en alianza con partidos tradicionales de la burguesía como el PSDB y el PMDB—, el PSTU decidió centrar su agitación política en la consigna de ‘Fuera Todos’. Aunque afirman haber sido contrarios al impeachment, es un hecho que eso nunca fue parte de la agitación política del PSTU”.

Pero la defensa de la consigna Fuera Todos Ellos y Elecciones Generales, ¡ya! no existe disociada de la negación del impeachment. Prácticamente todos los artículos, discursos y panfletos del PSTU de ese período explican que no éramos favorables al impeachment, porque defendíamos sacar a todos ellos. Esto puede verificarse fácilmente en los periódicos Opinião Socialista de 2015 y 2016 (disponibles en el archivo Leon Trotsky). Afirmar, entonces, que la negación del impeachment no formó parte de nuestra política es una distorsión más de nuestra posición.

Precisamente contra el “Quédate Dilma” del gobierno del PT y contra el impeachment, propuesto por la oposición burguesa, decíamos que era necesario derrotar y echar a todos ellos, es decir, también a toda la línea sucesoria: Temer-MDB (el vicepresidente de Dilma-PT), Cunha (MDB – presidente de la Cámara), y Renan Calheiros (MDB – presidente del Senado). Nuestra consigna combatía al gobierno y también al régimen político (incluido el poder judicial) y dialogaba perfectamente con la clase trabajadora, especialmente la clase obrera.

La crisis del gobierno era grande. El proceso de impeachment fue admitido formalmente en el parlamento en diciembre de 2015. En septiembre de ese año, cuando el apoyo al gobierno era de apenas 9% en la población, la CSP-Conlutas realizó un acto alternativo a los de la derecha y del gobierno, con más de 15.000 personas en la Avenida Paulista en São Paulo, defendiendo poner fin a todos ellos. Nosotros, del PSTU, explicábamos entonces: “Dilma – PT vive una crisis descomunal. Su debilidad proviene, en primer lugar, de la ruptura masiva de la clase trabajadora y del pueblo más pobre contra el gobierno y el PT”.

El discurso de Zé Maria, presidente nacional del PSTU en ese acto, decía:
 “El gobierno del PT, frente a la crisis, ataca despiadadamente los derechos de la clase trabajadora para defender los intereses y las ganancias de los bancos y las multinacionales. Por otro lado, la oposición burguesa exige aún más recortes a los derechos de los trabajadores y presenta un pedido de impeachment para sacar a Dilma y poner en su lugar a Temer, Aécio o Cunha. ¿Y para hacer qué? Lo mismo que está haciendo el PT: defender los intereses de bancos y grandes empresas. Por eso creemos equivocada la posición de parte de la izquierda que dice que debemos defender al gobierno frente a la oposición de derecha que ahí está”.

Y continuó argumentando:
 “Además de que ambos representan la misma política, la propia derecha ya está dentro del gobierno del PT, con la ruralista Kátia Abreu, el ministro de Hacienda Joaquim Levy y tantos otros”. El ministro de Hacienda fue indicado por los banqueros.

Dirigiéndose al MTST y a la dirección del PSOL, Zé Maria defendió la construcción de una alternativa de los trabajadores:
 “Es aquí, en las calles, en las luchas de los trabajadores, donde podremos construir una alternativa de izquierda a la crisis de este país, no defendiendo al gobierno”.

En abril de 2016, cuando el apoyo a Dilma no pasaba del 6% en la población y el de Temer y demás figuras de la oposición burguesa era de apenas 11%, decíamos en el periódico Opinião Socialista:
 “La clase obrera y la mayoría del pueblo quieren que Dilma se vaya, pero no quieren que Temer, Cunha o cualquier otro bandido de este Congreso gobierne. La voluntad de la clase trabajadora y de la mayoría del pueblo no se expresa en el Congreso Nacional, ni en el bloque que defiende el ‘Quédate Dilma’, ni en el que defiende impeachment y gobierno Temer. Ninguno de los dos bloques representa el cambio que la clase trabajadora, la juventud y el pueblo pobre exigen”.

Había, entonces, tres posiciones en la crisis:

  1. la del campo burgués del gobierno, que defendía Quédate Dilma (impeachment es golpe);
  2. la posición del campo burgués de la derecha liberal tradicional (MDB y PSDB principalmente), que defendía el impeachment y la entrega del poder a Temer-MDB (vicepresidente del gobierno del PT);
  3. y la que defendíamos nosotros: Fuera Todos, nuevas elecciones ya.

Teoría de la conspiración en lugar de análisis marxista

En un análisis o enfoque marxista, no cabe citar el impeachment de Dilma Rousseff como un golpe de Estado, sea por la naturaleza del proceso político que culminó en la caída del gobierno, sea por la lógica interna de la democracia liberal.

Los compañeros de la FT justifican su adhesión al campo gubernista usando la narrativa del PT. Repiten la explicación más difundida por el bloque en torno al PT que se sumó a la tesis del “golpe” y a la defensa incondicional de Lula frente a las acusaciones de corrupción; es decir, que la Fuerza de Tarea de la Lava Jato nació y fue entrenada en Estados Unidos por sus agencias de inteligencia (FBI y CIA). Sería una acción orquestada por el FBI para promover un golpe en Brasil: cambiar el gobierno y el régimen político (la articulación de las instituciones del Estado) y luego encarcelar a Lula, para garantizar que Estados Unidos se apodere de Petrobras, del presal y destruya el Mercosur.

Por increíble que parezca, esta explicación propia de una teoría de la conspiración fue planteada en primer lugar por Marilena Chauí, profesora de filosofía de la Universidad de São Paulo. Fue compartida, sin embargo, por diversas corrientes de izquierda.

Pero las teorías de la conspiración no explican los acontecimientos de manera estructural e histórica, como parte de un proceso cuyo trasfondo es la economía, la lucha entre las clases y el resultado de múltiples determinaciones. Por el contrario, para la teoría de la conspiración los acontecimientos son producto de una confabulación.

De acuerdo con esta explicación, Obama estaría detrás de la Lava Jato, interesado en la desestabilización de la democracia burguesa brasileña: habría entrenado a fiscales, procuradores y jueces para derribar el gobierno del PT.

Pero los gobiernos de Dilma y de Lula jamás rechazaron nada relevante para Estados Unidos; incluso Dilma apoyó el proyecto de reparto del presal. Aceptaron de muy buen grado la amplia “asesoría” en “seguridad pública” y cooperación en “combate al terrorismo” y “combate a las drogas”.

Que una parte de la burguesía, especialmente sectores del PSDB y del MDB, al articular el impeachment, se haya aprovechado de la selectividad de la Lava Jato en alcanzar solo a una parte del espectro económico y político (justamente porque no era su objetivo cambiar el régimen), es un hecho. Que la red Globo y la revista Veja la hayan usado contra el bloque burgués capitaneado por el PT y contra el propio PT (como usaron contra Crivella para la alcaldía de Río de Janeiro) y hayan silenciado escándalos del PSDB, es verdad. Que los miembros del Ministerio Público Federal que la integraron, muchos de ellos, tengan una concepción del derecho burgués llena de excepcionalidades, y que el juez Sérgio Moro nunca fue neutral, también es verdad. La investigación de The Intercept y la operación “Vaza Jato” demostraron las ilegalidades jurídico-procesales, especialmente del proceso contra Lula, posterior al impeachment. Pero nada de eso configura un golpe de Estado.

No es cierto que la caída de Dilma fue orquestada desde Estados Unidos por Obama. De hecho, un episodio curioso: en 2016 hubo una acusación contra la Policía Legislativa por obstaculizar las investigaciones de la Lava Jato, retirando micrófonos instalados por la Policía Federal en casas de senadores e incluso colocando otros dispositivos, en una acción de contraespionaje, con equipos importados ultramodernos. También fueron entrenados… por los “colegas” de Estados Unidos. En este caso por la SWAT. ¿Estaría entonces Obama orquestando el espionaje y el contraespionaje en Brasil, asesorando a los dos lados?

La verdad es que los gobiernos del PT nunca contrariaron a Estados Unidos en nada. Las filtraciones de Wikileaks sobre Brasil atestiguan que, bajo los gobiernos del PT, el país era visto por Bush y Obama como el más seguro y amistoso para Estados Unidos entre todos los que componen los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). La embajada de Estados Unidos en Brasil resistió hasta donde pudo contra la caída de Dilma. Al contrario de lo que dice la FT, los banqueros y también el imperialismo estadounidense intentaron hasta el último momento impedir el impeachment. Las ratas solo abandonaron el barco cuando ya no había la mínima condición de gobernabilidad.

Esa explicación de un complot del imperialismo vía Lava Jato no es marxista, ni dialéctica, ni histórica. En esta pseudo explicación, la ruptura de masas de la clase trabajadora con el PT, debido al estelionato practicado por el gobierno contra la clase para agradar al imperialismo, a los banqueros y al empresariado en medio de una crisis económica fortísima, no fue lo que llevó el gobierno a pique. La verdad, sin embargo, es que la crisis política que llevó al gobierno del PT a la ingobernabilidad ocurrió, en primer lugar, por falta de soporte social. Esa crisis hizo que sus aliados fueran abandonando el barco.

La pelea entre los dos bloques burgueses por el control del poder del Estado no representaba diferencias fundamentales en la política económica o en la relación con el imperialismo. Tanto es así que Henrique Meirelles, exjefe del Banco de Boston, exministro de Lula y hombre de confianza del imperialismo norteamericano, era el nombre preferido de Lula para intentar estabilizar el gobierno de Dilma, y fue el jefe de la economía en el gobierno Temer.

El expresidente Fernando Henrique Cardoso, del PSDB, dijo al periódico O Estado de São Paulo en marzo de 2016: “Con la incapacidad que se nota hoy de que el gobierno funcione, de que ella resista y haga que el gobierno funcione, yo creo que ahora el camino es el impeachment”.

La Lava Jato quería reformar el régimen, que estaba extremadamente desacreditado, no derribarlo. Por eso, no atacaba a todo el mundo lo político y lo económico: los preservaba, el 70% de él. Su objetivo era devolverle el poder al PSDB en 2018. Pero, como la realidad es más rica que cualquier esquema, quien más se hundió con toda la crisis fue exactamente el centro, es decir, el PSDB.

Para quien quiera profundizar en este tema sobre el supuesto “golpe” de 2016 en Brasil, recomendamos el libro de Pablo Biondi A Operação Lava Jato e a luta de classes: forma jurídica, crise política e democracia liberal, de la Editorial Sundermann.

La banalización de lo que es un golpe

En lo que respecta al modelo liberal de la democracia, incluso en su variante presidencialista, el Legislativo detenta una supremacía legal frente al Ejecutivo. Lo que caracteriza este tipo de régimen es la dominancia del parlamento sobre el gobierno en última instancia, una configuración institucional que data de las revoluciones burguesas (la ley como máxima expresión de la voluntad general, la vinculación de los actos administrativos a patrones de legalidad, la exigencia de aval parlamentario para la consumación de ciertas medidas que competen a los gobiernos, etc.).

Por lo tanto, la destitución del gobernante por las cámaras legislativas solo reafirma la relación de supremacía que está presupuesta en las entrelíneas de la llamada “separación de poderes”. Y esa destitución, que solo puede ocurrir mediante un acto parlamentario, requiere un juicio político respecto del gobierno. Como toda decisión tomada en la esfera legislativa, el impeachment es objeto de una deliberación que involucra cálculos políticos y, por encima de todo, negociaciones políticas, promesas, concesiones, etc. El juicio sobre crimen de responsabilidad es un juicio políticamente mediado por las condiciones de sustentación del gobierno frente al sistema político (la constelación de partidos políticos y sus relaciones recíprocas), lo que vuelve inviables, por lo tanto, las lecturas legalistas que abundan en las organizaciones de izquierda.

Perdiendo respaldo social, con el índice de popularidad más bajo de la historia —6% de aprobación en la población— y encontrándose políticamente aislado, el gobierno de Dilma no fue capaz de mantenerse en pie. Fue decisivo, al final, el declive de los grupos capitalistas con los cuales mantenía relaciones más estrechas. De ahí se siguió un continuo abandono por parte del empresariado que, durante tanto tiempo, mantuvo buenas relaciones con las gestiones petistas, así como el alejamiento de las agrupaciones partidarias que se mantuvieron fieles al gobierno mientras eso les pareció conveniente (el partido más importante en abandonar al gobierno fue el MDB). Ante este escenario en que la mayoría de la burguesía brasileña se atrevió a entregar a su propia suerte a un gobierno que tanto la favoreció, llegando incluso a exigir la anticipación de su final en nombre de un mejor escenario económico, la mayoría de la izquierda se aferró al campo burgués decadente, al antiguo campo gobernante.

Desde que el gobierno Dilma fue colocado contra las cuerdas, la principal tarea de gran parte de la izquierda pasó a ser salvar al PT de los aliados circunstanciales que lo abandonaron, en vez de luchar por reconstruir la dirección política de la clase trabajadora.

Ocurre que no hay golpe de Estado sin un cambio brusco en las relaciones entre los tres poderes. Desde el punto de vista interno de la democracia liberal, la caída del régimen solo se verifica con la subversión de la predominancia del Legislativo sobre el Ejecutivo.

Las principales formas burguesas de autoritarismo estatal se caracterizan, básicamente, por la hipertrofia del Ejecutivo en detrimento del Legislativo, algo que asume distintos grados y características en regímenes como el bonapartismo, la dictadura militar y el fascismo (tres regímenes diferentes, cabe decir). La instauración y el mantenimiento de esa hipertrofia dependen de medidas policiales, de una intensificación de la práctica represiva por parte del Estado, tal como se verifica en los auténticos golpes de Estado. No fue lo que ocurrió en 2016: la caída de Dilma Rousseff no exigió un solo toque de queda, ya que los trabajadores no salieron de sus casas para defender su mandato. No se dispusieron a salvar un gobierno que consideraban detestable, por mayores que sean los esfuerzos reformistas por embellecer las administraciones petistas o de la FT por construir una teoría justificativa para ceder a una posición campista.

La verdad es que esta confusión sobre qué es un golpe de Estado, creada por la narrativa del PT y del PSOL —a la cual la FT se adhiere— además de servir para echar un velo sobre el verdadero papel de los gobiernos de colaboración de clases encabezados por el PT, deja a la clase trabajadora y a la vanguardia despreparadas para lidiar con un golpe de verdad. La farsa del discurso sobre 2016 puede facilitar el camino hacia una tragedia real en el futuro. Después de todo, entre las diversas maneras de subestimar a la extrema derecha —el bolsonarismo y las Fuerzas Armadas— en 2023, por ejemplo, la más peligrosa es la que hace creer que un golpe de Estado podría ocurrir, como supuestamente en la votación del impeachment de Dilma, sin que se introduzca ningún incremento expresivo en la actividad de represión estatal en la vida social, sin un cambio cualitativo en el régimen político.

Necesitamos, pues, dar a las palabras su dimensión: si la generación actual cree que sobrevivió a un golpe en 2016, y que está capacitada para lidiar con ese tipo de experiencia, será una presa fácil.

Lula y el PT usan la narrativa del golpe para mostrar un pasado color de rosa y eximir a sus mandatos de la corresponsabilidad por la decadencia del país, e incluso por inscribir mecanismos represivos y bonapartistas en la Constitución, como la ley antiterrorismo, o en conjunto con las Fuerzas Armadas, las ordenanzas de Garantía de Ley y Orden (GLO), con las cuales las Fuerzas Armadas pueden cumplir un papel de represión interna.

El PT pasó a oponerse a la sustitución de cualquier gobierno vía impeachment; incluso pasó a decir que la destitución de Collor también fue un “golpe”.

Pero, pese a que el PT y Lula digan que la intentona bolsonarista de 2023 (esa sí, realmente un intento de golpe) sería un “profundizamiento del golpe”, ellos saben que en 2016 no hubo golpe alguno. Tanto lo saben que el actual vicepresidente de Lula, Alckmin del PSDB, fue defensor del impeachment de Dilma, de la misma manera que 7 de sus actuales ministros, entre ellos Marina Silva (Rede). ¿Quiere decir que Lula formó un gobierno lleno de “golpistas”? ¡Claro que no! Pero el MRT/FT corrobora esta farsa.

Además de un análisis superficial, meramente jurídico y unilateral, y de un distanciamiento de la clase obrera y del fuerte sentimiento contra el gobierno y el régimen entre las masas en ese momento, quizá lo que pueda explicar la capitulación del MRT/FT a la presión de esta posición campista sea el hecho de que en esa época el MRT brasileño intentaba entrar al PSOL, lo cual fue vetado por la dirección de ese partido.

Definir el impeachment de 2016 como golpe significa despojar de sentido el concepto de golpismo; significa banalizarlo al extremo, hasta volverlo irrelevante.

Para terminar

Mientras trabajábamos en este artículo, que buscaba responder al texto A concepção morenista de revolução e a crise histórica da LIT, las páginas de Ideas de Izquierda publicaron dos series de artículos sobre la revolución angoleña y nicaragüense.

Estos artículos, vean ustedes, reconocen que sí, fueron revoluciones que ocurrieron en esos países y que influyeron enormemente en la realidad y en la lucha de clases a nivel mundial. Lo interesante es notar que, según los criterios defendidos en el artículo al que ahora respondemos, ambos acontecimientos no serían revoluciones, pues no transfirieron el poder de una clase social a otra.

¿Cómo resuelven los camaradas de la FT esta flagrante contradicción? Con silencio, como si nada estuviera ocurriendo. Ante la necesidad imperiosa de actuar concretamente —la FT está intentando entrar en África— se ven obligados a renegar su teoría anterior y comenzar a construir otra, sin decir una palabra sobre los cambios que están realizando.

Vale la pena señalar, sin embargo, que ambos textos, a pesar de ese ajuste esencial —aunque con 50 años de retraso— pecan de los problemas que ya identificamos antes: juzgar los acontecimientos por sus resultados finales, ignorando las amplias posibilidades que abrían en el momento en que ocurrieron.

Nosotros optamos por no desarrollar aquí, en el presente artículo, una crítica más profunda a los textos sobre Angola y Nicaragua, pero lo haremos pronto y con la debida profundidad.

La misma metodología —ir ajustando sus posiciones en la medida en que se vuelven indefendibles y chocan con el movimiento de masas y con la vanguardia— puede observarse en la discusión sobre Palestina. La contraposición que hacía la FT entre la consigna “Palestina libre del río al mar”, y otras variaciones que expresaban la defensa de una Palestina laica, democrática y no racista en todo su territorio histórico, y “Palestina obrera y socialista”, como si la primera fuese una capitulación al etapismo y la segunda la expresión de un genuino programa trotskista, desapareció.

Es obvio, como desarrollamos en este texto, que tal comprensión de las consignas solo se explica por una ruptura o incomprensión del Programa de Transición, pero esto también será objeto de una polémica futura. Por ahora, nos damos por satisfechos en remarcar el método: cambiar de posición silenciosamente.

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