Murió Isabel II: el símbolo de una potencia imperialista en decadencia
A los 96 años falleció Isabel II, quien fuera reina de Gran Bretaña desde 1952. La mayoría de los medios de todo el mundo le rinde homenaje como una figura internacional que parecía eterna, en un planeta que en el transcurso de su reinado vivió profundos cambios y ascensos y caídas de muchas otras figuras. En ese contexto cambiante, Isabel II parecía estar siempre allí. Por ejemplo, una cadena multimedia estadounidense expresa: “Con ella termina un reinado de 70 años, que abarcó varias generaciones y la convirtió en un faro de estabilidad”[1].
Alejandro Iturbe
Al mismo tiempo, las monarquías que subsisten en el mundo y su parasitario modo de vida tienen algo de espectáculo cinematográfico o televisivo que parece ejercer una gran fascinación sobre muchas personas comunes: una vía de escape frente a sus vidas rutinarias y de dura lucha por la supervivencia. No es casual que la coronación de Isabel II haya sido la primera ceremonia de este tipo que fue televisada y que la serie The Crown (basada en su vida) sea una de las más exitosas de Netflix.
¿Cuál es el verdadero contenido y el significado real de esa vida? Gran Bretaña es una monarquía constitucional: quien lleva la corona “reina pero no gobierna”. Es decir, el rey o la reina son básicamente un símbolo, una representación simbólica del Imperio Británico. Las definiciones de política nacional e internacional se toman en otros ámbitos (quien ejerce el cargo de Primer Ministro y el Parlamento). Esta situación es expresada en el himno británico, cuya primera estrofa dice “Dios salve a la reina” (ahora será cambiado por “Dios salve el rey”) y pide “larga vida”, para ella para que “defienda nuestras leyes”.
Es un símbolo bastante caro, por cierto, ya que la familia real tiene a su disposición un gran número de palacios y otras propiedades, automóviles lujosos, personal de servicio, personal doméstico y de seguridad, comida y viajes pagos, etc. En 2019, se estimaba que la monarquía le había costa al pueblo británico más de 104 millones de dólares (con un aumento de 40% sobre el año anterior)[2].
Esto significa que Isabel II y su familia vivieron y viven una vida parasitaria y lujosa en una verdadera “campana de cristal”, totalmente alejada de los problemas cotidianos de las personas comunes. Lo que no impide, claro, que en su interior se produzcan envidias y celos, situaciones de infidelidad, rupturas matrimoniales… que parecen acercarlos a la realidad de cualquier familia y pueden generar empatía. Es una imagen falsa, son situaciones que se dan dentro de esta “campana de cristal” lujosa y parasitaria. Baste decir, por ejemplo, que Isabel II nunca asistió a una escuela y fue educada en su casa por preceptores privados (para “ser reina”).
Hemos dicho que la monarquía británica no tiene poder político real y que subsiste básicamente como un símbolo del Imperio Británico que llegó a ser, hasta finales del siglo XIX e inicios del XX, el imperialismo más fuerte del mundo, asentado sobre el sangriento dominio de parte importante del mundo. Pero que en el siglo XX viviría un fuerte proceso de decadencia frente al ascenso acelerado del joven imperialismo estadounidense, y también sería desafiado por los imperialismos alemán y japonés que buscaban “rediscutir” el reparto del mundo.
En este contexto internacional, la burguesía imperialista británica debía tomar importantes definiciones: ¿desafiaría la creciente hegemonía de EE.UU. y establecería una alianza con Hitler o se aliaría con EE.UU., pasando a un papel complementario en el mundo y llevaría adelante un retroceso ordenado? Fue un debate que cruzó gran parte de la década de 1930 y finalmente predominó la política propuesta por el líder conservador Winston Churchill: aliarse con EE.UU.
La familia real no fue ajena a esos debates. El tío de Isabel II (Eduardo VIII) era públicamente simpatizante del nazismo y tuvo un breve reinado en 1936, cuando fue obligado a renunciar con la excusa de un escándalo amoroso. Lo sucedió el padre de la reina fallecida (Jorge IV), claramente alineado con la política de Churchill.
Esta política aceptaba la hegemonía estadounidense y se ubicaba detrás de ella. Por ejemplo, le dejó a EE.UU. el peso de la guerra contra Japón en el Pacífico asiático y el papel central en el frente occidental europeo contra Alemania. Después de la II Guerra, en su plan de “retirada ordenada”, otorgó la independencia a la mayoría de los países que antes integraban el Imperio Británico (a veces obligado por luchas nacionales y en otras de modo más tranquilo). En una perspectiva de más largo plazo, fue desmontando gran parte de la industria británica y girando el eje de acumulación capitalista del país hacia las finanzas. En especial, como puente hacia las inversiones en China y la India. Esta reconversión del modelo económico golpeó duramente a los trabajadores británicos y sus familias. No es casual que, ya en 1977, el grupo punk británico Sex Pistols grabase un tema que también se llama “Dios salve a la reina”, como expresión de la bronca de la juventud obrera desocupada. En esa canción, llaman a la monarquía de “fascista” y dicen que “no hay futuro” para los jóvenes de Gran Bretaña. Como hace décadas con las huelgas mineras, hoy los trabajadores británicos continúan luchando duramente contra los ataques de sus gobiernos y burguesías.
Hemos dicho que la monarquía es un símbolo del Imperio Británico. Por ello, no es un símbolo inocente. Por un lado, es la heredera de reyes y reinas que construyeron de modo sangriento ese Imperio sobre muchos pueblos del mundo. Incluso en la decadencia de ese Imperio, Isabel II ha avalado y respaldado todas las políticas imperialistas de los diferentes gobiernos británicos durante su reinado.
Baste solo nombrar tres de ellas: la represión sobre Irlanda del Norte; la guerra de Malvinas contra Argentina (en la que su hijo Andrés se alistó como piloto de la Fuerza Aérea y recibió la bendición del papa Juan Pablo II), y las derrotadas invasiones y ocupaciones a Afganistán e Irak, encabezadas por el imperialismo estadounidense pero secundadas por el imperialismo británico como su principal colaborador. Sus manos heredaron sangre derramada por los pueblos y la acrecentaron.
Queremos terminar con un concepto que ya expresamos ante la muerte de Mikhail Gorbachov. Los medios imperialistas le rinden homenaje y derraman lágrimas en nombre de la reina Isabel II. Nosotros repudiamos su nefasto papel en la historia como símbolo del sangriento imperialismo británico. No derramamos una sola lágrima por su muerte. Por el contrario, como dijo un poeta “No son estos los muertos que lloramos”.
[1] https://cnnespanol.cnn.com/2022/09/09/ultimas-noticias-salud-reina-isabel-orix/
[2] Revelan cuánto cuesta mantener la monarquía de Reino Unido; los gastos van en aumento | Revista Clase