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Especial Revolución Rusa

La Tercera Internacional y su lugar en la Historia

mayo 9, 2017

De: V. I. Lenin

Los imperialistas de los países de la «Entente» (1) bloquean a Rusia, tratando de aislar a la República Soviética, como foco contaminador, del mundo capitalista. Estas gentes, que se jactan del «democratismo» de sus instituciones, están tan cegadas por el odio a la República Soviética que no advierten cómo ellos mismos hacen el ridículo. Figúrense ustedes: los países más adelantados, más civilizados y «democráticos», armados hasta los dientes, que tienen bajo dominio militar indiviso a todo el mundo, temen como al fuego el contagio ideológico procedente de un país arruinado, hambriento, atrasado y que, según ellos, ¡es incluso un país semisalvaje!

Esta sola contradicción abre ya los ojos a las masas trabajadoras de todos los países y ayuda a desenmascarar la hipocresía de los imperialistas como Clemenceau, Lloyd George, Wilson y sus gobiernos (2).

Pero a nosotros nos ayuda no sólo la ceguera que el odio a los Soviets causa a los capitalistas, sino también las disensiones entre ellos, que les llevan a ponerse zancadillas mutuamente. Han organizado entre sí una verdadera conspiración del silencio, temiendo más que nada la difusión de noticias verídicas sobre la República Soviética, en general, y de sus documentos oficiales, en particular. Sin embargo, el órgano principal de la burguesía francesa, Le Temps1, ha publicado la noticia sobre la fundación, en Moscú, de la III Internacional, de la Internacional Comunista.

Expresamos a este órgano principal de la burguesía francesa, a este portavoz del chovinismo y del imperialismo francés, nuestro más respetuoso agradecimiento. Estamos dispuestos a remitir a Le Temps un mensaje solemne para manifestarle nuestro reconocimiento por la ayuda que nos presta de un modo tan acertado y hábil.

La manera en que dicho periódico ha redactado su información, basándose en nuestro comunicado por radio, muestra con claridad meridiana los motivos que han guiado a este órgano del dinero. Quería disparar un dardo contra Wilson, como para mortificarle, cuando decía: «¡Vea qué gentes son ésas con las que usted admite que se entablen negociaciones!» Los sabihondos que escriben por encargo de la gente adinerada no ven que su empeño de atemorizar a Wilson con los bolcheviques se transforma, a los ojos de las masas trabajadoras, en una propaganda a favor de los bolcheviques. Otra vez: ¡Nuestro más respetuoso agradecimiento al órgano de los millonarios franceses!

La III Internacional fue fundada bajo una situación mundial en que ni las prohibiciones ni los pequeños y mezquinos subterfugios de los imperialistas de la «Entente» o de los lacayos del capitalismo, como Scheidemann en Alemania y Renner en Austria (3), son capaces de impedir que entre la clase obrera del mundo entero se difundan las noticias acerca de esta Internacional y las simpatías que ella despierta. Esta situación ha sido creada por la revolución proletaria, que, de un modo evidente, se está incrementando en todas partes cada día, cada hora. Esta situación ha sido creada por el movimiento soviético entre las masas trabajadoras, el cual ha alcanzado ya una potencia tal que se ha convertido verdaderamente en un movimiento internacional.

La I Internacional (1864-1872) echó los cimientos de la organización internacional de los obreros para la preparación de su ofensiva revolucionaria contra el capital. La II Internacional (1889-1914) ha sido una organización internacional del movimiento proletario, cuyo crecimiento se realizaba en amplitud, a costa de un descenso temporal del nivel revolucionario, en el fortalecimiento temporal del oportunismo, que, en fin de cuentas, llevó a dicha Internacional a una bancarrota ignominiosa.

De hecho, la III Internacional fue creada en 1918, cuando el largo proceso de la lucha contra el oportunismo y el socialchovinismo (4) condujo sobre todo durante la guerra a la formación de partidos comunistas en una serie de naciones. Formalmente, la III Internacional ha sido fundada en su I Congreso2, celebrado en marzo de 1919 en Moscú. Y el rasgo más característico de esta Internacional, su misión, es cumplir, llevar a la práctica los preceptos del marxismo y realizar los ideales seculares del socialismo y del movimiento obrero. Este rasgo, el más característico de la III Internacional, se ha revelado inmediatamente en que la nueva, la tercera «Asociación Internacional de los Trabajadores» ha comenzado a coincidir, ya desde ahora, en cierto grado, con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

La I Internacional echó los cimientos de la lucha proletaria internacional por el socialismo. La II Internacional marcó la época de la preparación del terreno para una amplia extensión del movimiento entre las masas en una serie de países. La III Internacional ha recogido los frutos del trabajo de la II Internacional, ha amputado la parte corrompida, oportunista, socialchovinista, burguesa y pequeñoburguesa y ha comenzado a implantar la dictadura del proletariado.

La alianza internacional de los partidos que dirigen el movimiento más revolucionario del mundo, el movimiento del proletariado para el derrocamiento del yugo del capital, cuenta ahora con una base más sólida que nunca: varias Repúblicas Soviéticas, que convierten en realidad, en escala internacional, la dictadura del proletariado, la victoria de éste sobre el capitalismo.

La importancia histórica universal de la III Internacional, la Internacional Comunista, reside en que ha comenzado a llevar a la práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo secular del socialismo y del movimiento obrero, la consigna expresada en este concepto: dictadura del proletariado. Esta previsión genial, esta teoría genial se está transformando en realidad.

Estas palabras latinas están traducidas actualmente a los idiomas de todos los pueblos de la Europa contemporánea más aún, a todos los idiomas del mundo. Ha comenzado una nueva época en la historia universal. La humanidad se sacude la última forma de esclavitud: la esclavitud capitalista, o sea, la esclavitud asalariada. Al liberarse de la esclavitud, la humanidad adquiere por vez primera la verdadera libertad.

¿Cómo ha podido suceder que haya sido precisamente uno de los países más atrasados de Europa el primero en implantar la dictadura del proletariado, en organizar la República Soviética? Quizá no nos equivoquemos si afirmamos que precisamente esta contradicción entre el atraso de Rusia y su «salto» a la forma más elevada de democracia, a la democracia soviética o proletaria, por encima de la democracia burguesa; que precisamente esta contradicción ha sido una de las causas (además del peso de las costumbres oportunistas y de los prejuicios filisteos sobre la mayoría de los jefes del socialismo) que hizo particularmente difícil o retardó la comprensión del papel de los Soviets en Occidente.

Las masas obreras del mundo entero percibieron instintivamente el significado de los Soviets como arma de lucha del proletariado y como forma del Estado proletario. Pero los «líderes», corrompidos por el oportunismo, seguían y siguen rindiendo culto a la democracia burguesa, calificándola de «democracia» en general.

¿Es acaso sorprendente que la implantación de la dictadura del proletariado haya mostrado, ante todo, la «contradicción» entre el atraso de Rusia y su «salto» por encima de la democracia burguesa? Cabría extrañarse si la historia nos brindara la posibilidad de implantar una nueva forma de democracia s i n una serie de contradicciones.

Cualquier marxista, incluso todo hombre familiarizado con la ciencia moderna en general, al que preguntáramos si es posible el paso uniforme, armónicamente proporcional de los diversos países capitalistas a la dictadura del proletariado, nos respondería, sin duda, negativamente. En el mundo del capitalismo no hubo ni pudo haber jamás nada uniforme, ni armónico, ni proporcional. Cada país ha ido desarrollando con particular relieve uno u otro aspecto o rasgo, o todo un grupo de rasgos, inherentes al capitalismo y al movimiento obrero. El proceso de desarrollo ha tenido lugar en forma desigual.

Cuando Francia llevó a cabo su gran revolución burguesa, despertando a todo el continente europeo a una vida histórica nueva, Inglaterra, aunque estaba mucho más desarrollada que Francia en el sentido capitalista, se puso a la cabeza de la coalición contrarrevolucionaria. Pero el movimiento obrero inglés de aquella época anticipó ya, genialmente, muchos de los aspectos del futuro marxismo.

Cuando Inglaterra dio al mundo el primer movimiento proletario y revolucionario, movimiento amplio, verdaderamente de masas y políticamente formado, el cartismo (5), en el continente europeo se desarrollaban revoluciones burguesas, en su mayoría débiles, mientras que en Francia estalló la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía. La burguesía derrotó a los diversos destacamentos nacionales del proletariado por separado y de manera distinta en los diferentes países.

Inglaterra constituyó el modelo de país en el que, según expresión de Engels, la burguesía, junto con la aristocracia aburguesada, había creado la élite más aburguesada del proletariado3. Este país capitalista adelantado resultó estar atrasado en varios decenios en el sentido de la lucha revolucionaria del proletariado. Francia parecía haber agotado las fuerzas del proletariado en las dos heroicas insurrecciones de la clase obrera contra la burguesía en 1848 y 1871, insurrecciones que fueron una aportación valiosísima en el sentido histórico universal. Luego, desde los años 70 del siglo XIX, la hegemonía del movimiento obrero en la Internacional pasó a Alemania, cuando este país marchaba económicamente a la zaga de Inglaterra y Francia. Y cuando Alemania sobrepasó económicamente a estos dos países, esto es, en el segundo decenio del siglo XX, a la cabeza del partido obrero marxista de Alemania, que servía de modelo universal, se encontraba un puñado de canallas declarados, desde Scheidemann y Noske hasta David y Legien (6), inmunda patulea vendida a los capitalistas, los verdugos más repugnantes salidos de la clase obrera al servicio de la monarquía y de la burguesía contrarrevolucionaria.

La historia mundial conduce indefectiblemente a la dictadura del proletariado. Pero no lo hace, ni mucho menos, por caminos lisos, llanos y rectos.

Cuando Carlos Kautsky (7) era todavía marxista, y no el renegado del marxismo en que se ha convertido al luchar por la unidad con los Scheidemann y por la democracia burguesa contra la democracia soviética o proletaria, escribió a principios del siglo XX un artículo titulado Los eslavos y la revolución. En este artículo exponía las condiciones históricas que marcaban la posibilidad del paso de la hegemonía en el movimiento revolucionario mundial a los eslavos.

Y asi sucedió en realidad. Temporalmente -se sobrentiende que sólo por un breve periodo de tiempo-, la hegemonía en la Internacional revolucionaria del proletariado pasó a los rusos, tal como pasó, en diversos periodos del siglo XIX, a los ingleses, luego a los franceses y más tarde a los alemanes.

He tenido ocasión de decir reiteradas veces: en comparación con los países adelantados, a los rusos les ha sido más fácil comenzar la gran revolución proletaria, pero les será más difícil continuarla y llevarla hasta el triunfo definitivo, en el sentido de la organización completa de la sociedad socialista.

Nos fue más fácil comenzar, en primer lugar, porque el inusual -para la Europa del siglo XX- atraso político de la monarquía zarista originaba un empuje revolucionario de las masas de una fuerza excepcional. Segundo, porque el atraso de Rusia hizo coincidir de un modo peculiar la revolución proletaria contra la burguesía con la revolución campesina contra los terratenientes. De ahí partimos en octubre de 1917 y no hubiéramos vencido entonces con tanta facilidad de no haber partido de ahí. Ya en 1856, Marx, al referirse a Prusia, indicaba la posibilidad de una combinación peculiar de la revolución proletaria con una guerra campesina4. Los bolcheviques, desde el comienzo de 1905, abogaban por la idea de la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y de los campesinos. Tercero, la revolución de 1905 contribuyó muchísimo a la educación política de las masas obreras y campesinas, tanto en el sentido de familiarizar a su vanguardia con la «última palabra» del socialismo en Occidente, como en el sentido de la acción revolucionaria de las masas. Sin este «ensayo general» de 1905, las revoluciones de 1917, tanto la burguesa de febrero como la proletaria de Octubre, habrían sido imposibles. Cuarto, las condiciones geográficas de Rusia le permitieron sostenerse más tiempo que otros países frente a la superioridad militar de los países capitalistas adelantados. Quinto, la actitud peculiar del proletariado ante los campesinos facilitaba la transición de la revolución burguesa a la revolución socialista, facilitaba la influencia de los proletarios de la ciudad sobre las capas semiproletarias, más pobres de los trabajadores del campo. Sexto, la larga escuela de lucha huelguística y la experiencia del movimiento obrero de masas de Europa facilitaron el surgimiento, en una situación revolucionaria que se exacerbaba profunda y rápidamente, de una forma tan peculiar de organización revolucionaria del proletariado como son los Soviets. Esta enumeración, claro está, no es completa. Pero, por ahora, podemos limitarnos a ella.

La democracia soviética o proletaria ha nacido en Rusia. En comparación con la Comuna de París, se ha dado el segundo paso de importancia histórica universal. La República Soviética Proletaria y Campesina ha resultado ser la primera república socialista sólida en el mundo. Esta República no puede ya morir como nuevo tipo de Estado. Esta República ya no está sola en el mundo.

Para continuar la obra de la construcción del socialismo, para llevarla a cabo, aún hace falta mucho, muchísimo. Las Repúblicas Soviéticas de los países más cultos, donde el proletariado goza de mayor peso e influencia, cuentan con todas las probabilidades de sobrepasar a Rusia, si es que emprenden el camino de la dictadura del proletariado.

La II Internacional en bancarrota cstá agonizando y se pudre en vida. De hecho, desempeña el papel de lacayo de la burguesía internacional. Es una verdadera Internacional amarilla. Sus jefes ideológicos más destacados, como Kautsky, cantan loas a la democracia burguesa, calificándola de «democracia» en general o -lo que es más necio y burdo todavía- de «democracia pura».

La democracia burguesa ha caducado, lo mismo que la II Internacional, aunque cumplía un trabajo históricamente nece sario y útil, cuando estaba planteada al orden del día la obra de preparar a las masas obreras en los marcos de esta democracia burguesa.

La república burguesa más democrática ha sido siempre, y no podía ser otra cosa que una máquina para la opresión de los trabajadores por el capital, un instrumento del Poder político del capital, la dictadura de la burguesía. La república democrática burguesa prometía el Poder a la mayoría, lo proclamaba, pero jamás pudo realizarlo, ya que existía la propiedad privada de la tierra y demás medios de producción.

La «libertad» en la república democrática burguesa era, de hecho, la libertad para los ricos. Los proletarios y los campesinos trabajadores podían y debían aprovecharla con objeto de preparar sus fuerzas para derrocar el capital, para vencer a la democracia burguesa; pero, de hecho, las masas trabajadoras, como regla general, no podían gozar de la democracia bajo el capitalismo.

Por vez primera en el mundo, la democracia soviética o proletaria ha creado una democracia para las masas, para los trabajadores, para los obreros y los pequeños campesinos.

Jamás ha existido en el mundo un poder estatal ejercido por la mayoría de la población, un poder efectivamente de esta mayoría, como lo es el Poder soviético.

Este reprime la «libertad» de los explotadores y de sus auxiliares, les priva de la «libertad» de explotar, de la «libertad» de enriquecerse a costa del hambre, de la «libertad» de luchar por la restauración del Poder del capital, de la «libertad» de confabularse con la burguesía extranjera contra los obreros y campesinos de su patria.

Que los Kautsky defiendan semejante libertad. Para ello hay que ser un renegado del marxismo, un renegado del socialismo.

La bancarrota de los jefes ideológicos de la II Internacional, como Hilferding y Kautsky, en ninguna otra cosa se ha manifestado con tanta evidencia como en su total incapacidad de comprender la significación de la democracia soviética o proletaria, su relación con la Comuna de París, su lugar en la historia, su necesidad como forma de díctadura del proletariado.

El periódico Die Freiheit («La Libertad»)5, órgano de prensa de la socialdemocracia alemana «independiente» (léase: mezquina, filistea, pequeñoburguesa), publica en su Nƒ 74, del 11 de febrero de 1919, un llamamiento titulado «Al proletariado revolucionario de Alemania».

Este llamamiento está firmado por la dirección de dicho partido y por toda su minoría de la «Asamblea Nacional», la «Constituyente» alemana.

En él se acusa a los Scheidemann de tener la intención de eliminar los Soviets y propone — ¡no se rían! — combinar los Soviets con la Constituyente, conferir a los Soviets ciertos derechos estatales, un determinado lugar en la Constitución. ¡Conciliar, unir la dictadura de la burguesía con la dictadura del proletariado! ¡Qué sencillo! ¡Qué idea filistea más genial!

Sólo es de lamentar que la hayan experimentado ya bajo Kerenski, en Rusia, los mencheviques y eseristas unidos (8), esos demócratas pequeñoburgueses que se creen socialistas.

Quien, al leer a Marx, no haya comprendido que en la sociedad capitalista, en cada situación grave, en cada importante conflicto de clases, sólo es posible la dictadura de la burguesía o la dictadura del proletariado, no ha comprendido nada de la doctrina económica ni de la doctrina política de Marx.

Pero la idea genialmente filistea de Hilferding (9), Kautsky y Cía. de unir de un modo pacífico la dictadura de la burguesía con la dictadura del proletariado exige un análisis especial, siempre que se quiera analizar a fondo los absurdos económicos y políticos acumulados en este notabilísimo y ridiculísimo llamamiento del 11 de febrero. Habrá que aplazarlo, pues, para otro artículo*.

Moscú, 15 de abril de 1919.

* Véase V. I. Lenin, «Los héroes de la Internacional Berna», Obras Completas, t. XXIX.

NOTAS

1 Le Temps, diario aparecido en París de 1861 a 1942; representaba los intereses del círculo gobernante francés y fue, en realidad, el órgano oficial del Ministerio de los Asuntos Exteriores.
2 El I Congreso de la Internacional Comunista se realizó en Moscú entre el 2 y el 6 de marzo de 1919; participaron 52 delegados, de 30 países: 34 con voz y voto y 18 con voz. El Congreso fue dirigido directamente por Lenin. El informe de Lenin, sobre el problema principal de la orden del día, la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, fue presentado en la sesión diurna del 4 de marzo. El Congreso aprobó, sin discusiones por unanimidad, las tesis de Lenin y resolvió trasmitirlas al Buró del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista encargándolo de darles la mayor difusión posible; ratificó, además, una resolución propuesta por Lenin como complemento de las tesis.
Por iniciativa de Lenin se aprobó unánimemente una resolución respecto a la disolución del grupo de Zimmerwald (10). El Congreso ratificó la plataforma de la Internacional Comunista y aprobó un manifiesto en el que llamaba a los proletarios de todo el mundo a luchar por la conquista del Poder y por la dictadura del proletariado; decidió además crear dos órganos dirigentes: el Comité Ejecutivo y el Buró, elegido por éste, compuesto por cinco miembros.
3 Véase la carta de F. Engels a C. Marx de 7 de octubre de 1858.
4 Véase la carta de C. Marx a F. Engels fechada 16 de abril de 1856.
5 Die Freiheit («La Libertad»): órgano diario del Partido Independiente Centrista Socialdemócrata Alemán; apareció en Berlín desde noviembre de 1918 hasta octubre de 1922.

Primera publicación: Mayo de 1919.

Notas del Editor

(1) Entente: bloque militar formado en la I Guerra Mundial entre Francia, Gran Bretaña, Rusia y Estados Unidos. Rusia salió del mismo luego de la Revolución de Octubre.

(2) Clemenceau, Lloyd George, Wilson: gobernantes de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos respectivamente, en ese momento.

(3) Scheidemann fue canciller socialdemócrata en Alemania, en 1919, y Renner, también socialdemócrata, fue el primer jefe de la República en Austria, en 1918-1919.

(4) Socialchovinismo: denominación que Lenin usaba para referirse a las corrientes socialdemócratas que durante la I Guerra apoyaban militarmente a sus respectivos gobiernos burgueses.

(5) Cartismo: movimiento desarrollado en Inglaterra en la primera parte del siglo XIX alrededor de la llamada Carta del Pueblo que exigía esencialmente derechos electorales y democráticos para la clase obrera.

(6) Noske, David y Legien: dirigentes socialdemócratas alemanes que fueron ministros del gobierno de Scheidemann.

(7) Karl Kautsky (1854-1938) dirigente socialdemócrata de origen checo-austríaco. Fue el principal teórico de la II Internacional. A partir de la I Guerra Mundial (1914), giró cada vez más hacia posiciones oportunistas.

(8) Aleksandr Kerenski, dirigente de la izquierda reformista rusa, fue jefe del último gobierno burgués antes de la revolución de 1917; los mencheviques eran el ala capituladora y oportunista de los marxistas rusos (en oposición a los bolcheviques; los eseristas eran los “socialistas revolucionarios” rusos, corriente de izquierda no marxista con peso en el campesinado y la intelectualidad urbana, antes de la revolución.

(9) Hilferding: dirigente y economista socialdemócrata austríaco. Fue ministro de varios gobiernos burgueses en su país y en Alemania.

(10) El “grupo de Zimmerwald” fue formado en setiembre de 1915 en dicha ciudad suiza. Estaba integrado por el sector de la II Internacional que se oponía a la I Guerra y criticaba la capitulación de la II Internacional en ella. Estaba compuesto por un ala revolucionaria, encabezada por Lenin (que postulaba la necesidad de construir una Tercera Internacional) y un sector pacifista y centrista que aspiraba a reunificar la II Internacional.

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