La revolución húngara de 1956

Hace 61 años, entre el 23 de octubre y el 10 de noviembre de 1956, se desarrolló en Hungría una revolución obrera y popular contra el régimen burocrático estalinista, finalmente aplastada por tropas de la ex Unión Soviética.
Por: Alejandro Iturbe
El curso del proceso revolucionario siguió plenamente las previsiones hechas por Trotsky en sus escritos de la década de 1930, especialmente el capítulo dedicado a la revolución política antiburocrática del Programa de Transición, escrito para la fundación de la IV Internacional, en 1938.
Como se trata de un proceso casi desconocido para las nuevas generaciones de revolucionarios, nos parece que, para comprenderlo, es necesario partir de una breve síntesis de la historia previa de Hungría.
Algunos elementos históricos
Hungría es un país de la región central de Europa. Actualmente tiene un territorio de algo menos de 100.000 km2 y casi 10 millones de habitantes. Su pueblo se reivindica descendiente de los magiares, tribus provenientes del límite entre Europa y Asia que, entre los siglos IX y X, se instalaron en las tierras al este del río Danubio, construyendo un reino gobernado por la nobleza magiar. El húngaro es uno de los pocos idiomas centroeuropeos que no es de origen indoeuropeo.
A partir del siglo XVI, el territorio fue disputado por el imperio otomano-turco (que buscaba expandirse hacia Occidente) y la corona austríaca, y quedó dividido. A finales del siglo XVII, los turcos son obligados a retroceder, el país se reunifica bajo el dominio de la casa de los Habsburgo y se integra al imperio austríaco, centralizado desde Viena.
La nobleza húngara resiste a esta situación de sometimiento y quiere obtener mayor autonomía: en 1848, se produce una revolución que es derrotada pero que consigue algunos derechos. La continuidad de este proceso de resistencia y, fundamentalmente, la derrota de Austria frente a Prusia, en 1856, hacen que Hungría recupere su autonomía (con gobierno y ejército propios) y en 1857 nace el Imperio Austro-Húngaro.
En ese marco, la nobleza húngara oprimía a otros pueblos y naciones (croatas, serbios, eslovacos y rumanos), sobre los que aplicaba una política forzada de magiarización.
En la Primera Guerra Mundial (1914-1918) Austria-Hungría se alía con Alemania (los llamados Imperios Centrales) contra la coalición de Inglaterra, Francia y Rusia. La derrota sufrida significó el desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro. Hungría quedó reducida a un tercio de los territorios que dominaba anteriormente y sometida al pago de deudas de guerra.
Crisis, revolución y contrarrevolución
Transformada en una república, en el país se abrió un profunda crisis económica, social y política. En ese marco, se produce una revolución, asentada en el soviet de trabajadores, campesinos y soldados de Budapest, que toma el poder el 21 de marzo de 1919 e instala la República Soviética Húngara.
Pero, en lugar de seguir la política revolucionaria que los bolcheviques habían aplicado en Rusia, el Partido Comunista húngaro (encabezado por Bela Kun) hace una alianza de gobierno con el Partido Socialdemócrata, política muy criticada por el propio Lenin, quien comparó al PSD con los mencheviques rusos (es decir, enemigos de la revolución). Este error costaría muy caro, porque el PSD minó y debilitó la revolución desde adentro, para salvar al capitalismo.
El país fue invadido por tropas rumanas, yugoslavas y checas en apoyo de las fuerzas de derecha del almirante Miklos Horthy. El 4 de agosto de 1919, la efímera república soviética fue derrotada y, en noviembre, Horthy asume el poder instalando un régimen de tipo fascista.
Bela Kun consigue huir a la URSS. Años después, su desastrosa política, que condujo a la derrota de la revolución, sería “premiada” por Stalin con un cargo en la máxima dirección de la III Internacional ya completamente burocratizada.
Derrota en la Segunda Guerra
Desde la segunda mitad de la década de 1930, el régimen del almirante Horthy estableció una alianza con la Alemania nazi que, al inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), se expresó en su integración al Eje (Alemania-Italia-Japón) contra los aliados (Gran Bretaña y Francia, posteriormente también la URSS y Estados Unidos).
Con el apoyo de tropas alemanas, el régimen húngaro retomó el control de regiones como Eslovaquia, Rutenia, Transilvania y parte de Yugoslavia. Al mismo tiempo, a partir de 1941, fuertes contingentes húngaros se incorporaron a la invasión nazi-fascista a la URSS.
Esta ofensiva acabó siendo derrotada por las tropas y el pueblo soviéticos en Stalingrado (1943), batalla que marcó un punto de inflexión en el frente oriental europeo y en el curso de la Segunda Guerra en su conjunto. Se inició un fuerte contraataque soviético y un retroceso continuo de los ejércitos del Eje hacia el oeste.
El gobierno húngaro anuncia su intención de romper con el Eje e intenta una negociación de paz separada con la URSS, que no fue aceptada. En 1944, tropas alemanas invaden Hungría y montan un gobierno títere con figuras húngaras (Horthy permaneció en él).
En setiembre de 1944, tropas soviéticas llegan a la frontera húngara y comienzan a ocupar el país. Horthy y otros miembros del gobierno intentan desesperadamente nuevas negociaciones, simultáneamente, con el comando anglo-estadounidense, por un lado, para que parara la ofensiva soviética, y con el propio comando soviético. Pero los restos del ejército húngaro (junto con los alemanes ) continuaban combatiendo a los soviéticos.
En el marco de duras batallas, las tropas soviéticas van avanzando sobre el conjunto del territorio del país y, entre enero y marzo de 1945, ya lo controlaban por completo, incluida la capital Budapest.
Yalta y Potsdam
Finalizada la Segunda Guerra, en el mundo, y especialmente en Europa, se abre un período marcado por los acuerdos establecidos en las conferencias de Yalta y Postsdam (1945) entre Roosevelt-Truman (EEUU), Churchill y Stalin.
Por un lado, las potencias imperialistas triunfantes en la guerra le reconocían a la URSS el derecho de establecer un “escudo” de naciones aliadas en el centro de Europa (de hecho, se limitaban a reconocer la realidad objetiva de que ya controlaba militarmente esos países y no tenían condiciones políticas ni militares de desalojarla). Por otro lado, Stalin se comprometía a frenar la revolución en el resto de Europa y en el mundo, especialmente en aquellos países en que las guerrillas dirigidas por los partidos comunistas habían derrotado a los nazis y tenían objetivamente el poder, o lo disputaban con las fuerzas burguesas.
El centro del acuerdo era que el estalinismo entregaba la revolución en Italia y Francia, pero también involucraba otros países como Grecia y Yugoslavia. Con este acuerdo, el estalinismo entraba de modo explícito (ahora de “pleno derecho”) en el campo contrarrevolucionario, como parte subordinada pero importante del “nuevo orden” de posguerra. Excede el objetivo de este artículo analizar el curso posterior que tuvieron los procesos en esos países.
Nacen nuevos estados obreros…
En los países de Europa Central y del Este que controlaba (con la presencia de tropas soviéticas como principal fuerza armada), el estalinismo tuvo inicialmente una política que no sobrepasaba los límites del capitalismo, y de conciliación con partidos pequeñoburgueses y burgueses.
En el caso de Hungría, a finales de 1945 el Partido de los Trabajadores Húngaros (PTH, surgido de la fusión del PC y el ala izquierda del Partido Socialdemócrata) formó un gobierno de coalición con el Partido de los Pequeños Propietarios (PPP) y el Partido Campesino Nacional, encabezado por Zoltán Tildy del PPP.
Pero esta política generaba una contradicción que se acentuaba cada vez más: los partidos “aliados” querían el funcionamiento pleno del capitalismo y, especialmente, la devolución de las empresas y tierras que habían sido expropiadas por los nazis (ahora bajo control de los nuevos regímenes) a sus antiguos propietarios, lo que abriría una pérdida de control creciente por parte de la burocracia estalinista y un choque inevitable con los supuestos aliados y las clases que expresaban.
La burocracia estalinista comprendió que, para mantener ese dominio, era preciso expropiar empresas y campos y así eliminar a la burguesía como clase dentro de esos países. Por eso, luego de lograr la mayor votación en las elecciones de 1947, en 1948, el PTH formó gobierno propio encabezado por Matyas Rakosi y avanzó con una política generalizada de expropiaciones. Procesos similares se dieron en los otros países del llamado “Glacis europeo”. Nacían así varios nuevos Estados obreros con economías de transición al socialismo, que se sumaban a la URSS.
… pero burocratizados
Eran procesos sumamente progresivos porque representaban una revolución en el carácter económico-social de esos Estados. Proceso que era, a la vez, el resultado y un paso aún más adelante del gran triunfo revolucionario que había significado la derrota del nazi-fascismo. Pero eran procesos que se daban profundamente deformados y distorsionados.
Porque quien garantizaba en última instancia la expropiación de la burguesía y el cambio de carácter económico-social del Estado era el Ejército Rojo que se había transformado, desde finales de la década de 1920, en el brazo armado de la burocracia estalinista de la URSS. Si bien la expropiación de la burguesía contó con mucho apoyo popular, fue un apoyo pasivo y no un proceso directo de movilización de masas, menos aún de su organización autónoma. Fue un proceso “desde arriba”.
Los nuevos Estados obreros surgían así completamente deformados y burocratizados desde su nacimiento, a diferencia de la URSS en que esta burocratización fue el resultado de la contrarrevolución estalinista de finales de la década de 1920 e inicios de la de 1930. Pero, a pesar de su génesis diferente, el resultado era similar: los nuevos Estados combinaban una superestructura que expresaba y defendía los intereses de la burocracia asentada sobre una base económico-social no capitalista o de transición al socialismo. En estos países, se trataba de burocracias nacionales subordinadas y dependientes del aparato central estalinista de la URSS.
Otro elemento esencial para entender el cuadro general es que esas expropiaciones y la formación de nuevos Estados obreros no habían sido hechas en el marco de una estrategia de revolución internacional y de poner esos Estados al servicio de ella, sino precisamente para frenarla (ya hemos hablado brevemente de la política del estalinismo en Francia e Italia). A nivel de los nuevos Estados obreros, se trataba de congelar el proceso a nivel nacional (o regional) y controlarlo férreamente con mano dura burocrática.
Este carácter burocrático se expresaba en toda la vida política y económica de esos países. Las decisiones eran tomadas de modo inconsulto por las cúpulas y los aparatos (con ficciones de elecciones), y sus miembros detentaban privilegios materiales muy superiores a los de los trabajadores y las masas. Era un régimen que no permitía ninguna libertad democrática para los trabajadores y las masas: solo existía un único partido, sin derecho para los trabajadores y las masas a formar otros partidos o sindicatos independientes de los oficiales.
Para mantener esta estructura, eran regímenes sumamente represivos. En el caso de Hungría, la principal herramienta era la policía de seguridad (llamada AVH) que perseguía y encarcelaba sin piedad a los opositores o disidentes.
Al mismo tiempo, es necesario decir que la expropiación de la burguesía, el nacimiento del nuevo Estado obrero y la economía planificada permitieron algunos logros importantes: completar la reconstrucción del país devastado por la guerra, notorios avances en salud y educación públicas y también un desarrollo de una nueva industrialización. Aunque al realizarse de modo totalmente burocrático, este último proceso fue muy débil en ramas esenciales como la alimentación.
En este marco, fue creciendo entre los trabajadores y las masas húngaras el “caldo de cultivo” que llevaría a la revolución de 1956: las bases y el concepto del Estado obrero no eran cuestionadas pero sí había un profundo odio a la burocracia y a sus privilegios, a la falta de democracia y a la represión. A esto se sumaba un justificado sentimiento de “opresión nacional” del pueblo húngaro hacia Rusia (identificada por los húngaros con la URSS de Stalin).
Oleada de revolución política en el Este de Europa
Para los Estados obreros burocratizados del Este de Europa era totalmente válido el doble pronóstico que Trotsky había elaborado en La revolución traicionada para la URSS estalinizada, en la década de 1930: o la clase obrera hacía una revolución política, echaba a la burocracia del poder y reconstruía la superestructura estatal del Estado obrero o la burocracia acabaría restaurando el capitalismo.
La tarea de la hora para los trabajadores de esos países era esa revolución política. Es decir, destruir el régimen burocrático y construir un régimen propio, manteniendo las bases económico-sociales del Estado obrero e insuflándole nueva vida a nivel nacional y como palanca de la revolución socialista internacional.
Tal como fue previsto por Trotsky y el trotskismo, comenzaron a estallar procesos de revolución política en diversos países de Europa del Este. El primero de ellos se dio en Berlín Oriental el 17 de junio de 1953, cuando una huelga de trabajadores de la construcción se transformó en una insurrección contra el régimen estalinista de la ex RDA (República Democrática Alemana o Alemania Oriental). El segundo, se produjo en Poznan (Polonia), en junio de 1956, cuando una huelga de los trabajadores de las fábricas Cegileski se extendió a una gran manifestación de 100.000 personas (frente a la sede de la odiada policía política) en reclamo de mejores condiciones. Ambos procesos fueron duramente reprimidos y derrotados: en Berlín, directamente por tropas soviéticas; en Poznan, por tropas del ejército polaco. Pero habían abierto una brecha que continuaría en la propia Polonia y en otros países.
En 1956, además de los elementos objetivos que los alimentaban, esos procesos se vieron alentados por otro elemento. En la URSS, luego de la muerte de Stalin en 1953 (después de una disputa interna con otras fracciones de la burocracia soviética), Nikita Khruschev es designado como líder del PCUS.
Consciente de que estaba montado sobre una olla de presión (los trabajadores y las masas soviéticas), realiza correcciones en el criterio histórico de los planes económicos estalinistas y le da mayor importancia a la industria de alimentos y a los artículos de consumo masivo, como una política de descompresión.
En febrero de 1956 se realiza el famoso XX Congreso del PCUS. En su discurso, Khruschev denuncia “los crímenes de Stalin” en la década de 1930 (aunque él había sido cómplice), “el culto a la personalidad” de su antecesor y promete reformas en el régimen del Estado y del partido. Algunos líderes del “ala dura” fueron apartados de sus cargos.
Se trataba, en realidad, de “reformas cosméticas” que cambiaban muy poco el carácter burocrático y represivo del régimen estalinista. Pero en sectores de los partidos comunistas de Europa oriental y, principalmente, entre los trabajadores de esos países, esto fue tomado como el inicio de una verdadera apertura. Por eso, cuando los trabajadores y las masas intentaron aprovechar y ensanchar esa brecha, rápidamente la burocracia la cerró con represión. El primer ejemplo fue Poznan y poco después se repetiría en Hungría.
Estalla la revolución
Incluso antes del discurso de Khruschev, había algunas expresiones de disidencias dentro de las filas del PTH: en 1954 se formó el Círculo Petofi con miembros de la juventud del partido y algunos intelectuales y escritores que cuestionaban a Rakosi, hacían propuestas de reformas al régimen, y de autonomía frente a la URSS. El nombre del grupo era un homenaje a Sándor Petöfi, poeta nacional de Hungría y símbolo de la revolución de 1848. El discurso de Khruschev estimuló las expectativas y la actividad de este círculo y otros similares que surgían. Una demanda que crecía era el fin de las actividades de la AVH.
En junio, la dirección del PTH remueve a Rakosi del cargo de secretario general y lo reemplaza por Enro Gero, en un intento de dar una señal “aperturista”. Pero la represión al movimiento de Poznan en Polonia mostraban que no habría cambios sin movilización.
La actividad es especialmente intensa entra los estudiantes: la mayoría rompe con la federación oficial y forma su propia organización. Una asamblea de 4.000 estudiantes vota realizar una protesta en el centro de Budapest hasta el edificio del Parlamento. El 23 de octubre participan de ella varias decenas de miles de manifestantes. Una delegación estudiantil se dirige a la radio estatal para transmitir sus demandas y es detenida por la AVH. La movilización entonces se dirige al edificio de la AVH para exigir su liberación y, desde adentro, los represores disparan contra la multitud que, en respuesta, ataca las oficinas y toma algunas armas.
La noticia se expande por la ciudad y la protesta se transforma en insurrección. Sectores de soldados húngaros se unen al levantamiento y hay enfrentamientos con la AVH y algunas tropas soviéticas que estaban asentadas en Budapest. El gobierno de András Hegedus es derrocado. En las fábricas y barrios (primero de Budapest y luego de toda Hungría) se organizan Consejos y milicias. Había estallado la revolución húngara.
En ese marco, asume un nuevo gobierno encabezado por Imre Nagy, miembro del ala más reformista de la burocracia estalinista y uno de los pocos dirigentes del PTH con prestigio entre las masas. Llama a la “calma”, anuncia la disolución de la AVH y promete elecciones libres. Viejos partidos (como el PPP y el PSD) anuncian la reconstitución, y se inicia la construcción de uno nuevo, a partir de los Círculos Petofi.
A finales de octubre, parecía que el llamado de Nagy daba resultado y ya no había enfrentamientos en las calles. Pero, por debajo, el proceso seguía: los Consejos obreros y populares y las milicias se mantenían y se extendían, asumían el control de los gobiernos municipales y preparaban un congreso para elegir un Consejo Nacional. Era claramente una revolución política que había creado una situación de doble poder.
La invasión soviética y la derrota
La mayoría de los historiadores señalan que la revolución húngara generó una división de la burocracia estalinista de la URSS: un ala (encabezada por Molotov) proponía enviar tropas a reprimirla rápidamente, mientras que Khruschev se inclinaba por abrir negociaciones con el gobierno de Nagy. Este debate duró pocos días y se cerró con la decisión de reprimir. Varios historiadores señalan también que, antes de llevar adelante esta definición, Khruschev consultó con los líderes comunistas chino (Mao) y yugoslavo (Tito), quienes la apoyaron.
El 4 de noviembre, más de 30.000 soldados y 1.130 tanques soviéticos invaden Budapest y otras regiones del país. Las milicias y soldados húngaros que se les habían unido resistieron cerca de una semana antes de ser derrotados. En esos combates murieron más de 2.500 combatientes húngaros.
El 10 de noviembre asume un gobierno respaldado por las tropas soviéticas, encabezado por János Kadar. Comienzan las persecuciones masivas a los estudiantes y miembros de los Consejos que habían protagonizado la revolución: varios miles van a la cárcel, algunos cientos son ejecutados (incluso Nagy es fusilado en 1958) y se estima que 200.000 húngaros salieron del país hacia una emigración forzada.
En una de esas complejas contradicciones que construye la historia, el mismo Ejército Rojo que había sido la herramienta para derrotar al nazi-fascismo y garantizar la construcción del Estado obrero (es decir, herramienta distorsionada de la revolución) ahora jugaba un papel mucho más siniestro: la defensa de la burocracia estalinista y su régimen. Es decir, era herramienta de la contrarrevolución.
El contenido de la revolución húngara
Los historiadores proimperialistas y la propia burguesía húngara reivindican la revolución de 1956. Incluso actualmente el 23 de octubre ha sido declarado feriado nacional en este país. Pero esa reivindicación se hace definiéndola como una “revolución anticomunista” y “por la libertad” (con el contenido de democracia burguesa en un país capitalista). En coincidencia, el estalinismo (con el mismo contenido) la calificó de “contrarrevolución” justificando su aplastamiento.
Pero esta reivindicación burguesa (o la crítica simétrica del estalinismo) falsifican groseramente los hechos y el contenido real de esta revolución. Es cierto que los trabajadores y el pueblo húngaro querían “libertad” y, para ello, luchaban para derrocar el régimen estalinista y a sus representantes (el PTH y la AVH). Por eso, también, derribaron las estatuas de Stalin, símbolo de este régimen. Pero esa lucha se daba en el marco de no cuestionar (sino de defender) las bases económico-sociales del Estado obrero. Por su contenido fue, entonces, una revolución política obrera y socialista.
Lo fue también por sus protagonistas y por los métodos y la organización utilizados: los consejos obreros y populares y las milicias asociadas a ellos. La dinámica objetiva del proceso llevaba a la instalación de un gobierno central basado en esos consejos, de modo similar a los soviets que se construyeron en Rusia en 1917. La invasión de las tropas de este país (como brazo armado de la burocracia estalinista) y la derrota prematura de la revolución abortaron este proceso.
En su excelente libro La tragedia de Hungría, el periodista británico Peter Fryer (que había sido enviado como corresponsal del Daily Worker, órgano del estalinista PC de Gran Bretaña) relata de forma viva y presencial los sucesos de la revolución. Lejos de considerar que se trataba de un “levantamiento antisoviético” (en el sentido que tanto el imperialismo como la burocracia estalinista dan a este concepto), Fryer destaca:
“La notable semejanza, en muchos aspectos, a los consejos de obreros que surgieron en Rusia durante las revoluciones de 1905 y 1917 es viva y rigurosa: estos comités, que se extendieron en cadena por toda Hungría, desde el principio se mostraron órganos de la insurrección, reuniendo los delegados elegidos en fábricas, universidades, minas y unidades del ejército y órganos de auto-gobierno popular, que gozaban de amplia confianza del pueblo armado. Como tales, tenían una enorme autoridad, y no es exageración afirmar que hasta el ataque soviético del 4 de noviembre el poder real del país estaba en sus manos”.
Es por eso que, como trotskistas, reivindicamos el proceso protagonizado por los trabajadores y el pueblo húngaro entre el 23 de octubre y el 10 de noviembre de 1956 como “nuestra” revolución. La misma conclusión sacó Peter Fryer quien, por negarse a cambiar los informes periodísticos de lo que veía en la realidad, fue expulsado del PC y, poco después, adhirió al trostkismo.
El Programa de Transición
Quien también vivió directamente esta revolución fue el húngaro Balász Nagy (sin parentesco con Imre), más conocido por su seudónimo de Michel Varga. Miembro de la juventud del PTH, en 1954 fue uno de los fundadores del Círculo Petofi. Después de la derrota de la revolución debió exiliarse en Francia, donde también adhirió al trostkismo.
En 1966, analizando el proceso de Hungría, escribió el artículo “La actualidad del Programa de Transición”. En el inicio de este escrito señala que, aunque este material “era desconocido para los trabajadores, los intelectuales y los campesinos, es asombrosa la coincidencia de este programa con sus reclamos espontáneos”.
Entre otras coincidencias, citando el programa trostkista, él se refiere a los siguientes tramos:
“El nuevo auge de la revolución en la URSS comenzará sin dudas bajo la bandera de la lucha contra la desigualdad social y la opresión política. ¡Abajo los privilegios de la burocracia”.
Continúa: “Es necesario expulsar a la burocracia y la nueva aristocracia de los soviets. En los soviets solo hay lugar para los obreros, los trabajadores de base, los campesinos y los soldados del Ejército Rojo. La democratización de los soviets es imposible sin la legalización de los partidos soviéticos. Los obreros y los campesinos mismos, por medio de su libre decisión, decidirán qué partidos reconocen”.
La comparación de estas propuestas y su similitud con los reclamos levantados y la acción desarrollada por los trabajadores y el pueblo húngaro en 1956 es, como dice Varga, “asombrosa”. Si bien el troskismo y la IV Internacional no estuvieron presentes como fuerza política organizada en esta revolución, sí lo estuvo su programa, tomado objetiva y “espontáneamente” por sus protagonistas.
Hungría después de 1956
La derrota de la revolución consolidó el régimen estalinista y el gobierno de János Kadar. En la segunda mitad de la década de 1980, siguiendo la política de Mijail Gorbachov en la URSS, el estalinismo y el gobierno de Kadar restauraron el capitalismo en el país. Pero el PTH y el régimen estalinista continuaban controlando el sistema político. Por problemas de salud, en 1988, Kadar renunció a su cargo en el gobierno y hubo varios sucesiones de corto plazo.
La restauración de capitalismo, significó un salto en los ataques al nivel de vida y las conquistas de los trabajadores y las masas. Y eso tuvo su costo para el estalinismo: en el marco de grandes movilizaciones populares, en octubre de 1989 el Parlamento abolió el sistema de partido único y votó el llamado a elecciones pluripartidistas directas para presidente y parlamentarios.
Hoy Hungría es un país capitalista cuyo gobierno es encabezado por un partido burgués de derecha. Integra la Unión Europea y la OTAN. Es un país profundamente dominado por las potencias imperialistas occidentales, especialmente Alemania. La tarea actual en el país es la de una nueva revolución obrera y socialista.
El balance de los llamados “procesos del Este” y su significado sigue siendo objeto de intensos debates en la izquierda y excede el objetivo de este material desarrollarlo aquí. Queremos sí, brevemente, terminar este artículo planteando algunas cuestiones.
La primera se refiere a que en Hungría se cumplió al pie de la letra el doble pronóstico alternativo dado por Trotsky en La revolución traicionada: al ser derrotada la revolución política de 1956, la burocracia estalinista acabó restaurando el capitalismo. Cometió así un nuevo crimen (quizás el más importante) al servicio del capitalismo y del imperialismo.
La segunda es que, más allá del curso posterior de la historia, queremos rendir un justo homenaje a los trabajadores y al pueblo húngaro, a su heroica lucha y, especialmente, a los mártires de 1956.