Jue Mar 28, 2024
28 marzo, 2024

La izquierda revolucionaria y la lucha contra el Estado y la legalidad burguesa

El Estado es producto y manifestación del antagonismo inconciliable de las clases sociales. Sin embargo, aparenta estar por encima de la sociedad, presentándose como el árbitro omnisciente y omnipresente de los conflictos sociales, y garantizador del interés general. Para Engels, en El Origen de la Familia, La Propiedad Privada y el Estado, el Estado “es antes un producto de la sociedad cuando esta llega a un determinado grado de desarrollo; es la confesión de que esa sociedad se enredó en una irremediable contradicción con ella misma y está dividida por antagonismos irreconciliables que no consigue conjurar” (2010, p. 213).

Por: Wagner Miquéias – F. Damasceno, Florianópolis (Santa Catarina)

El revolucionario ruso Vladimir Lenin recurrió a las elaboraciones de Engels para escribir El Estado y la Revolución, en 1917. A las puertas de la revolución de octubre, Lenin polemizaba con los oportunistas que capitulaban a sus respectivas burguesías nacionales y direcciones traidoras, justificando teóricamente sus traiciones a través de análisis deformados sobre la naturaleza y el papel del Estado para el marxismo. En las palabras de Lenin:

Esa democracia pequeñoburguesa es incapaz de comprender que el Estado sea el órgano de dominación de una determinada clase que no puede conciliarse con su antípoda (la clase adversa). Su noción de Estado es una de las pruebas más manifiestas de que nuestros socialistas-revolucionarios y nuestros mencheviques no son socialistas, como nosotros los bolcheviques siempre lo demostramos, sino demócratas pequeñoburgueses de fraseología aproximadamente socialista (2010, p. 28, destacado nuestro).

En esta misma obra, Lenin polemizaba vivamente con los anarquistas, cuya herencia teórica postulaba que la tarea fundamental del proletariado era la destrucción inmediata del Estado, como símbolo máximo de poder. Retomando las polémicas de Marx con los anarquistas, Lenin aclaraba didácticamente que la supresión del Estado debería coincidir con la supresión de las clases sociales. La toma y el control del Estado por el proletariado revolucionario era fundamental para tamaña tarea.

El proletariado precisa del Estado solo por un cierto tiempo. Sobre la cuestión de la supresión del Estado, como objetivo, nosotros nos separamos absolutamente de los anarquistas. Nosotros sostenemos que para alcanzar ese objetivo es indispensable utilizar provisoriamente, contra los explotadores, los instrumentos, los medios y los procesos de poder político, de la misma forma que para suprimir las clases es indispensable la dictadura provisoria de la clase oprimida. Marx escoge la forma más incisiva y clara de plantear la cuestión contra los anarquistas: repeliendo el “juego de los capitalistas”, ¿deben los obreros “deponer las armas”, o, al contrario, hacer uso de ellas contra los capitalistas, a fin de quebrarles la resistencia? (2010, p. 81, destacado nuestro).

Los adversarios de toda autoridad exigían que los trabajadores revolucionarios abdicasen de tomar y organizar el Estado incluso antes de que hubiesen las condiciones sociales para su desaparición. Lenin sabía que si tal posición por ventura venciese entre los trabajadores revolucionarios, la revolución en Rusia fracasaría ahogada en un baño de sangre perpetrado por la minoría sobre la mayoría de la población.

¿Esos señores habrán visto ya una revolución? Una revolución es, sin duda, la cosa más autoritaria que hay, un acto por el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra con auxilio de los fusiles, de las bayonetas y de los cañones, medios por excelencia autoritarios; y el partido que triunfe tiene que mantener su autoridad por el temor que sus armas inspiran a los reaccionarios. Si la Comuna de París no hubiese utilizado contra la burguesía la autoridad del pueblo en armas, ¿hubiera podido vivir más de un día? ¿No podríamos, por el contrario, censurarla por no haber recurrido suficientemente a esa autoridad? (Lenin, 2010, p. 82, destacado nuestro).

Lenin definía el Estado como “la organización especial de una fuerza, de la fuerza destinada a subyugar a determinada clase” (2010, p. 45). Nuevamente en sus palabras:

El poder centralizado del Estado, característico de la sociedad burguesa, nació en la época de la caída del absolutismo. Las dos instituciones más típicas de esa máquina gubernamental son la burocracia y el ejército permanente. Marx y Engels dijeron varias veces, en sus obras, de las innumerables ligazones de esas instituciones con la burguesía. La experiencia, con una intensidad y una relevancia sorprendentes, hace que cada trabajador conozca esa ligazón. La clase obrera aprende a conocerla a su propia costa (Lenin, 2010, p. 49).

La centralización del poder fue fundamental para que los monarcas absolutistas consiguiesen vencer la resistencia de los señores feudales. Declarar guerras, acuñar monedas, juzgar, castigar, absolver, interferir sobre la religión fueron algunas de las principales atribuciones centralizadas en las manos de los monarcas.

El Absolutismo fue la secularización del mundo a través de la institución del Estado. Pero una secularización que no solo fue incapaz de desterrar los resquicios místicos-teológicos del Estado como utilizó sistemáticamente algunos de esos atributos. A la magnitud del poder centralizado, otrora disperso, debería corresponder un conjunto de creencias y valores que reflejasen tal poder, justificándolo, legitimándolo y perpetuándolo.

La toma del Estado, a partir de las revoluciones burguesas, también fue incapaz de desterrar los resquicios místicos-teológicos (ideológicos) del Estado, aun cuando, especialmente la Revolución Francesa, secularizase el Estado. En realidad, la construcción ideológica en torno al Estado burgués se valió de la permanencia de esos resquicios donde cupo al Estado desempeñar el papel de ente (casi divino) omnisciente y omnipresente, capaz de arbitrar incluso sobre lo que era público y lo que era privado. El Estado está en los Ministerios, en el Tribunal, en las Prisiones, en la Policía y en las Universidades al mismo tiempo, pero sin estar físicamente en ninguno de estos lugares.

El desarrollo de la conciencia de clase del proletariado se choca, necesariamente, con el conjunto de las ideologías que, al fin y al cabo, intentan impedir el desarrollo de los procesos revolucionarios. Cabe, por lo tanto, a la legalidad el papel más destacado en la mantención técnica e ideológica de la dominación de la burguesía sobre los trabajadores.

Consecuentemente, las definiciones hegemónicas acerca de la legalidad exaltan siempre su supuesta impersonalidad y capacidad regulatoria. Veamos:

La legalidad en los sistemas políticos expresa básicamente la observancia de las leyes, esto es, el procedimiento de la autoridad en consonancia estricta con el derecho establecido […]

La legalidad supone por consiguiente el libre y desembarazado mecanismo de las instituciones y de los actos de la autoridad […] El poder legal representa por consecuencia el poder en armonía con los principios jurídicos que sirven de amparo al orden estatal. El concepto de legalidad se sitúa así en un dominio exclusivamente formal, técnico y jurídico (Bonavides, 1997, pp. 111-112).

En las sociedades antiguas que poseían Estado hubo siempre orientaciones que decían sobre lo que era aceptable o inaceptable, tolerable o intolerable. Y el conjunto de esas orientaciones se vinculaba directa o indirectamente al Estado, “este poder nacido de la sociedad, pero puesto por arriba de ella y distanciándose cada vez más” (Engels, 2010, p. 213). Para el jurista Alysson Mascaro, la legalidad solo se torna plena en el capitalismo, en la forma de una instancia técnica supuestamente apartada y aparentemente ajena a las reales contradicciones sociales. Así, la legalidad solo encuentra su razón de ser en la historia escindida de la explotación de una clase sobre la otra, que se manifiesta a través del Estado burgués (2003).

Nunca está demás recordar que las primeras líneas de la historia del capitalismo fueron escritas en innumerables páginas de violencia, pillaje, secuestro, esclavitud y segregación, pero su consolidación fue altamente dependiente de la legalidad como mediación y sello de las formas de reproducción económica del capital fundados en la explotación asalariada. Según Mascaro, “al llegar a este punto [el capitalismo] busca apagar todo su pasado de violencia y toda la trayectoria no jurídica de acumulación de capitales para parecer promotora del orden justo y legal” (2003, p. 35).

Cuando el Iluminismo, Rousseau, Kant y otros más derribaron en la filosofía el absolutismo, llegaron a la cumbre teórica de un movimiento que la práctica ya había conquistado. La victoria de las leyes sobre el arbitrio de los hombres acompañó la victoria del capitalismo sobre las formas económicas que le eran anteriores. La libertad dentro de las leyes, principios de la legalidad, era la hermana de la libertad en el mercado, en el cual se compra o se vende a partir de la propia voluntad. La igualdad formal, que sirvió de lema de las revoluciones liberales, es el espejo de un mundo hecho un gran mercado, en el cual todos se igualan en la condición de compradores y vendedores, en el cual hasta la explotación deja de ser un mando directo de un señor sobre un esclavo y pasa a ser la igual voluntad jurídica de patrón y proletario. La victoria de la legalidad es la victoria de un mundo hecho un gran mercado (2003, pp. 22-23).

Para los marxistas revolucionarios, así como la igualdad jurídica no es la igualdad real, la legalidad no puede ser confundida con la justicia. La legalidad en el capitalismo es técnica al servicio del Estado burgués para crear estabilidad y previsibilidad jurídica para la explotación del trabajo asalariado, para la mantención de la propiedad privada, y para la reproducción económica capitalista. Es, al mismo tiempo, poderoso instrumento ideológico que funda entre los humanos las fronteras entre lo que es legal y lo que es ilegal.

En el pasado, la Iglesia decía lo que era cierto y lo que era equivocado con base en sus intereses supuestamente sagrados; con la ascensión de burguesía y la consolidación de los Estados burgueses, la legalidad se tornó un instrumento ideológico que dice a los trabajadores lo que es cierto y lo que es equivocado, lo que es lícito y lo que es ilícito, lo que es legal y lo que es ilegal, ¡exigiendo de los trabajadores completa obediencia, pero ocultando que los referenciales de la legalidad se basan en la defensa de los derechos e intereses privados de la burguesía!

El derecho burgués exalta la igualdad y la impersonalidad de las leyes, en oposición a la personalidad y a la discriminación de las sociedades precapitalistas. Entre tanto, la supuesta igualdad y la impersonalidad apenas encubren la desigualdad real y la personalidad del ejercicio del poder de cada burgués y de cada agente de la burguesía en la sociedad.

El Dios de San Agustín y el Jehová de los judíos reconocían y anunciaban que de unos hacían esclavos y de otros señores. El Dios moderno, el derecho, anunció la humanidad de todos para en su trono ofrecer asiento solo para algunos. El Dios del derecho antiguo es personal y declara su alianza y sus favoritos; el Dios de la técnica jurídica moderna es impersonal en la forma, pero es profundamente personal en los beneficios de la realidad social. Es solo diferente porque es hipócrita en la apariencia de justicia que carga; el antiguo es injusto en la apariencia y en la realidad (Mascaro, 2003, p. 52).

Cuando el trabajador dice que “la justicia solo beneficia a los ricos” expresa, de forma simple y poderosa, la verdad social del derecho en el capitalismo. La universalidad de la legalidad es, por lo tanto, una mentira y no hay situaciones donde esto quede más claro que durante las crisis capitalistas en el período imperialista.

Recordemos que para Lenin, el imperialismo es una etapa superior del capitalismo, pero no por sobrepasarlo y sí por desarrollarlo hasta las últimas consecuencias. Donde es característica la transformación de la competencia en monopolio.

El imperialismo surgió como desarrollo y continuación directa de las características fundamentales del capitalismo en general. Pero el capitalismo solo se transformó en imperialismo capitalista cuando llegó a un determinado grado, muy elevado, de su desarrollo, cuando algunas de las características fundamentales del capitalismo comenzaron a transformarse en su antítesis, cuando ganaron cuerpo y se manifestaron en toda la línea los trazos de la época de transición del capitalismo hacia una estructura económica y social más elevada. Lo que hay de fundamental en este proceso, desde el punto de vista económico, es la sustitución de la libre competencia capitalista por los monopolios capitalistas […] una escasa decena de bancos manipulan miles de millones. Al mismo tiempo, los monopolios, que derivan de la libre competencia, no la eliminan, pero existen por encima o al lado de ella, engendrando así contradicciones, fricciones y conflictos particularmente agudos e intensos (Lenin, 2012, p. 42).

En esta etapa superior del capitalismo hay una contradicción latente entre la formación de monopolios (cárteles, trusts horizontales, verticales, etc.) y la imposibilidad de la libre competencia. La reprensión que Lenin hizo a las esperanzas del renegado Karl Kautsky, cuando este vislumbraba una “paz entre los pueblos” fomentada por los cárteles internacionalizados, era sostenida por un análisis materialista histórico que veía en la división de territorios la transformación en acto de aquello que se apuntaba en los orígenes del capitalismo. Una opinión que, para Lenin, era un absurdo desde el punto de vista teórico y un sofisma desde el punto de vista práctico.

Los cárteles internacionales muestran hasta qué punto crecieron los monopolios, y cuáles son los objetivos de la lucha que se desarrolla entre los grupos capitalistas. Esta última circunstancia es la más importante, solo ella nos aclara sobre el sentido histórico-económico de los acontecimientos, pues la forma de lucha puede cambiar, y cambia constantemente de acuerdo con diversas causas, relativamente particulares y temporales, en tanto la esencia de la lucha, su contenido de clase, no puede cambiar mientras subsistan las clases […] Los capitalistas no dividen el mundo llevados por una particular perversidad sino porque el grado de concentración a que se llegó los obliga a seguir ese camino para obtener lucros; y lo reparten “según el capital”, “según la fuerza”; cualquier otro proceso de división es imposible en el sistema de producción mercantil y en el capitalismo. La fuerza varía, por su parte, de acuerdo con el desarrollo económico y político; para comprender lo que está ocurriendo es necesario saber qué problemas son solucionados por los cambios de la fuerza, pero, saber si esos cambios son “puramente” económicos o extra-económicos (por ejemplo, militares) es secundario y en nada puede hacer variar la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo. Sustituir el contenido de la lucha y de las transacciones entre los grupos capitalistas por la forma de esta lucha y de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, después de mañana otra vez no pacífica) significa descender al papel de sofista (2012. P. 35, destacado nuestro).

La división del mundo por los capitalistas se da según el capital y según la fuerza. Hay una variación en la intensidad de esas formas, de acuerdo con las condiciones sociales existentes, pero no hay la menor posibilidad de haber división capitalista que prescinda de esos dos vértices, siempre violentos. La deuda pública es uno de los principales instrumentos que representan la división del mundo entre los capitalistas por la violencia del capital. Es, también, fuente de fraude, robo y maquinaciones de todo tipo.

La situación de Grecia es ejemplar: la deuda pública representa actualmente cerca de 177% del PIB griego y estrangula su economía. La Comisión de la Verdad de la Deuda Pública griega, en informes de junio y agosto de 2015, fue categórica: la deuda es odiosa, ilegal e ilegítima y completamente insostenible” en la medida en que “viola los propios estatutos del FMI, y que sus condiciones violaron la Constitución griega, la ley internacional y los tratados de los que Grecia es firmante”.

Con todo, frente al deseo de anulación de una deuda criminal, la burguesía nacional e internacional impone el respeto a la legalidad y el cumplimiento de los pagos. Syriza, electo para romper con la troika y anular la deuda griega, traicionó a los trabajadores y hoy “honra” los pagos de esta deuda a costa de la sangre y el sudor del pueblo griego.

En suma, ¡el imperialismo es el reinado de la expropiación, del fraude, del pillaje, del espionaje (industrial o militar), y de las guerras! Por eso, el imperialismo es la etapa del fuerce y del ultraje continuo de la legalidad como ordenadora de las relaciones sociales que la propia burguesía en nivel mundial creó, y que pide obediencia. Para los revolucionarios, la legalidad burguesa no es, definitivamente, una directriz.

Los revolucionarios y la legalidad burguesa: los desafíos en la realidad brasileña

Junio de 2013 se tornó un punto de inflexión en las luchas en el Brasil. Por primera vez el movimiento de masas no solo no fue dirigido por el Partido de los Trabajadores (PT) sino que se chocó con su gobierno. De allá hasta acá, una nueva situación política se abrió, con un aumento de la polarización social en el país, con el crecimiento de las luchas y un aumento del desgaste del régimen político.

Nada más falso que el argumento de aquellos que dicen que el Brasil vive una ola de derecha, o peor, un ola fascista. La prueba de ello es el aumento en el número de huelgas en el país. Hubo un crecimiento en el número de huelgas en país registrado por el DIEESE [Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos] entre 2010 y 2012.

En 2010 hubo 446, en el año siguiente 554, y en 2012 ¡hubo un pico de 873 huelgas por el país! En el año 2012 las huelgas de los trabajadores estatales representan más de 46% del total en el país, fueron 381 huelgas que totalizaron 65.393 horas paradas. Pero 2013 marcó, realmente, una inflexión en las luchas en el país. Según el reciente informe del DIEESE hubo 2.050 huelgas en el Brasil, lo que significa un crecimiento de 134% en relación con 2012, ¡que ya fue un año con muchas huelgas!

De hecho, existe una crisis política en el Brasil. El gobierno del PT enfrenta una grave crisis política, una crisis –como diría el gran Cartola[1]– cavada con los propios pies.

Hacia finales de junio del año pasado (2015), Lula declaró que Dilma estaba en el volumen muerto[2] y que el PT estaba abajo del volumen muerto, y él (Lula) también estaba en el volumen muerto. Esa declaración fue dada al diario O Globo luego del resultado de una pesquisa de opinión en el ABC paulista, que reveló que el gobierno tenía apenas 7% de aprobación y Dilma tenía 75% de rechazo entre los electores del ABC, justamente ¡la histórica cuna del PT! Recientemente, una encuesta del Datafolha reveló que 68% de la población está a favor del impeachment de Dilma Rousseff, al mismo tiempo que apenas 16% cree que un eventual gobierno del vicepresidente Michel Temer sería muy bueno o bueno.

Esas son demostraciones de que la clase trabajadora rompió, de forma masiva, con el PT. Este es el hecho más progresivo de estos últimos años, básicamente por dos motivos: pues aumenta la fuerza de la clase trabajadora para luchar contra los innumerables ataques a sus derechos, en la medida en que esta se desembaraza de este gobierno traidor, y porque abre para los socialistas un período de grandes posibilidades.

Percibiendo la debilidad del PT al perder su base social –exactamente por atacar a la clase trabajadora– la oposición de derecha lanzó una ofensiva para intentar sacar a Dilma de la presidencia y desgastar al máximo la imagen de Lula frente a la población.

El proceso de impeachment de Dilma retoma la escena política, y la convocatoria para grandes actos nuevamente definen la agenda del país. De un lado, grandes manifestaciones de oposición al gobierno del PT exigen el fin de la corrupción, la salida de Dilma Rousseff y la prisión de Lula. De otro lado, manifestaciones convocadas por el propio PT, por la CUT y aliados tienen como tónica la defensa del gobierno con el argumento difuso de defensa de la democracia contra el golpe.

Vale recordar que dos días antes de las manifestaciones convocadas para el 18 de marzo por el PT, Dilma sancionó la Ley Antiterrorismo, que tiene como blanco a los movimientos sociales y a las organizaciones políticas de la clase trabajadora.

El impeachment de Dilma Rousseff y el ascenso de Michel Temer o de Eduardo Cunha, ambos del PMDB, significa apenas el cambio de “seis por media docena”. En este escenario, sin una Huelga General capaz de unificar a los trabajadores y sin organismos de la clase que representen una relación de doble poder, es preciso exigir la salida de todos los políticos que están en el poder y la inmediata convocatoria a nuevas elecciones generales.

No obstante, en este momento, muchas organizaciones que se reivindican de “izquierda” capitulan una vez más al gobierno burgués del PT. En lugar de dedicar todos sus esfuerzos para organizar a los trabajadores que están yendo a la lucha, organizaciones como el PSOL, el MTST y más recientemente el PCB, se dedican a la construcción de los actos de defensa del gobierno e intentan frenar las luchas en el país. Para eso, llegan a abogar en defensa del “Estado Democrático de Derecho” y de la legalidad, como es el caso del PSOL. La declaración del diputado estadual del PSOL, Marcelo Freixo, es la expresión cristalina del posicionamiento reformista:

Creo que la gran defensa que en este momento la gente tienen que hacer en el Brasil es la defensa del Estado Democrático de Derecho, es la defensa de las reglas democráticas […] No defiendo el impeachment ni del gobierno de Pezão que es gobierno trágico en Rio de Janeiro y que los movimientos sociales que están en las calles como los movimientos de los educadores que están junto con ellos [sic], esos movimientos en las calles piden la salida de Pezão, tienen legitimidad para hacer eso. La calle puede pedir eso. Las instituciones hacer eso hay una diferencia muy grande y es ese el equilibrio fundamental para el Estado Democrático de Derecho. Yo no pido el impeachment de Pezão, no pido el impeachment de Dilma, eso no significa que hago eso porque un gobierno es de izquierda o no es izquierda, es de derecha o no es de derecha, es porque tengo profundo respeto por las reglas democráticas (2016).

Lamentablemente, no son pocos los activistas de izquierda que se detienen en el respeto a las “reglas democráticas” y a la legalidad, saliendo en defensa del Estado Democrático de Derecho. Que quede claro: defender la democracia es cohibir las luchas de los trabajadores y de la juventud justamente cuando ellos rompen con el PT y quieren la salida de todos los políticos parásitos; es un crimen político, pues contribuye para la derrota de los trabajadores y de la posibilidad de una revolución proletaria en el país.

¿Por casualidad esos señores oportunistas que hoy se postulan como los guardianes del Estado Democrático de Derecho y de a legalidad saben realmente lo que significa una revolución? Una revolución no es solo, como decía Lenin, el acto más autoritario que existe. Una revolución también es ¡el acto más ilegal que existe! ¡Es cuando una clase cuestiona la validez del régimen político de dominación, ve la dominación burguesa en toda su desnudez y escupe en las leyes y en la moral del viejo orden yendo a la lucha! La vieja legalidad caduca, ya no puede contener el ímpetu de las masas cuyas barrigas y aspiraciones se niegan a obedecer el calendario electoral.

Nosotros, del PSTU, no tenemos ilusiones de que la realización de nuevas elecciones generales nos posibilitaría la elección de decenas de diputados federales, senadores o hasta incluso el presidente. ¡Quien tiene esa ambición son las organizaciones reformistas! Y es exactamente por saber que difícilmente elegirían más parlamentarios y su candidato a la presidencia, que esas organizaciones no exigen junto a los trabajadores nuevas elecciones generales, ignorando la necesidad popular.

Nosotros, revolucionarios, apostamos en la fuerza de las movilizaciones. Creemos que un futuro gobierno, surgido de elecciones generales fuera del calendario electoral patrocinado por las grandes empresas, sería más débil y profundizaría la crisis del régimen. En consecuencia, el avance en la organización de la clase trabajadora devenida de esta importante victoria daría más condiciones para que los trabajadores avanzasen en la lucha en defensa de sus necesidades inmediatas e históricas.

Es necesario decirles a aquellos compañeros que creen que hay un golpe reaccionario en curso en el país que no se trata de desconsiderar la diferencia entre un régimen democrático burgués y un régimen autocrático burgués. Se trata, apenas, de poner las cosas en sus debidos lugares. Es verdad que fracciones de la burguesía brasileña nutren un odio histórico por el PT y que ese odio solo fue atenuado cuando el PT era eficiente en aplicar los planes de la burguesía contener las luchas de los trabajadores.

Hoy, con la crisis económica que impuso una caída en el PIB brasileño del orden de 3% en 2015, la presión burguesa para que el gobierno preserve sus ganancias y ataque a los trabajadores debilita cada vez más al gobierno Dilma, tornándolo rehén de sectores de la burguesía en la medida en que la insatisfacción popular solo crece.

En síntesis, no hay un golpe reaccionario en curso en el país, pero eso no significa que esa posibilidad esté descartada en el futuro. Y lo que definirá, como siempre, será el rumbo tomado por la lucha de clases en el país. Los gobiernos de conciliación de clase como el PT sirven no solo para atacar y contener a los trabajadores sino también para desmoralizarlos. Por eso, las organizaciones de izquierda que permanezcan atados al PT tendrán el mismo destino que él: el basurero de la historia.

El PT está hundiéndose, y la ida de Lula para el Ministerio de la Casa Civil fue interpretado por los trabajadores como una confesión de culpa. Los actos del 18 de marzo de este año, así como los de los días 24 y 31 de marzo fueron en defensa de Dilma, de Lula y del PT. Quien fue a esos actos marchó, queriendo o no, al lado de la latifundista Kátia Abreu, de Pezão (PMDB), de Eduardo Paes (PMDB) y Cía., y bajo la bandera de “Que se quede Dilma”.

Ya para los sectores reformistas que, apoyados en la pequeña burguesía y en los sectores medios, prefieren la seguridad de la legalidad burguesa a la incertidumbre de la lucha de clases, es necesario ser categórico: no justifiquen su adhesión a la defensa del PT diciendo que defienden la democracia. Asuman apenas que están contaminados por el miedo y que el pavor de la incertidumbre política de ustedes solo no es mayor que la desconfianza que tienen en los trabajadores, en los obreros y en la juventud de lucha que está haciendo huelgas, ocupando fábricas y escuelas.

La democracia no puede ser el horizonte de los revolucionarios y la legalidad burguesa no puede ser nuestra brújula. La defensa del régimen político podrido y de sus órdenes y normas es papel de los espadachines del orden social de cada época, como decía Marx, y no de los revolucionarios.

Wagner es profesor de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC)

Traducción: Natalia Estrada. Las traducciones de citas también son suyas.

Referencias:

BONAVIDES, Paulo. Ciência Política. São Paulo: Malheiros Editores, 1997.

ENGELS, Friedrich. A origem da família, da propriedade privada e do Estado. São Paulo: Expressão Popular, 2010.

FIX, Mariana. Financeirização e transformações recentes no circuito imobiliário no Brasil [Financierización y transformaciones recientes en el circuito inmobiliario en el Brasil].  Campinas: UNICAMP, 2011. Tesis de Doctorado en Economía.

FREIXO, Marcelo. Disponible en: <<https://www.facebook.com/MarceloFreixoPsol/videos/vb.128416167198648/1132568560116732/?type=2HYPERLINK «https://www.facebook.com/MarceloFreixoPsol/videos/vb.128416167198648/1132568560116732/?type=2&theater»&HYPERLINK «https://www.facebook.com/MarceloFreixoPsol/videos/vb.128416167198648/1132568560116732/?type=2&theater»theater>>. Acesso em: 23 mar 2016.

LENIN, Vladimir. O Estado e a revolução [El Estado y la revolución]: lo que enseña el marxismo sobre el Estado y el papel del proletariado en la revolución. São Paulo: Expressão Popular, 2010.

LENIN, Vladimir. O Imperialismo: etapa superior do capitalismo. Brasil: Dominio Público. Disponible en: http://www.dominiopublico.gov.br/pesquisa/DetalheObraForm.do?select_action=HYPERLINK «http://www.dominiopublico.gov.br/pesquisa/DetalheObraForm.do?select_action=&co_obra=2327″&HYPERLINK «http://www.dominiopublico.gov.br/pesquisa/DetalheObraForm.do?select_action=&co_obra=2327″co_obra=2327. Acesso em: 01 maio 2012.

MARX, Karl. “Crítica do Programa de Gotha”. São Paulo: Boitempo, 2012.

MASCARO, Alysson Leandro. “Crítica da Legalidade e do Direito Brasileiro”. São Paulo: Quartier Latin, 2003.

Documentos de fundación da IV Internacional. São Paulo: Sundermann, 2008.

Notas:

[1] Angenor de Oiveira, “Cartola” (1908-1980) fue un cantante, compositor y guitarrista brasileño, referencia de la historia del samba en el Brasil [N, de T.].

[2] El volumen muerto es la “reserva de la reserva” de agua, que los habitantes de San Pablo y de otras ciudades debieron soportar en 2015, con racionamientos y cortes de agua tras la sequía que se produjo y que disminuyó la producción de agua potable y prácticamente secó los reservorios [N. de T.].

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