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19 abril, 2024

La III Internacional: la gran obsesión de Lenin

Al cumplirse los 100 años de la gran Revolución Rusa, es necesario estudiar y extraer todas las lecciones de la que fue su principal conquista: la construcción, a un año y medio de la toma del poder, de la III Internacional, la Internacional Comunista. Fue el más avanzado intento de formar una dirección revolucionaria mundial. Y el primero en concebir esa dirección como una organización centralizada de partidos revolucionarios, para desarrollar la revolución socialista y tomar el poder en todos los países del mundo.

Por: Alicia Sagra

Fundar la III Internacional fue una de las constantes preocupaciones de Lenin. Cuenta Trotsky que cuando en 1915, se hizo la Conferencia Zimmerwald, donde se juntaron los pocos socialistas que estaban contra la guerra, Lenin fue tan duro con los reformistas, a pesar de que aceptó firmar una declaración contra la guerra con ellos, porque su preocupación central era la Internacional. Trotsky dice que ahí Lenin puso la primera piedra de la III Internacional y su intransigencia con los reformistas se debía a su concepción de que los revolucionarios deben fundar su propio partido, y que los reformistas, si así lo quieren, formen el suyo.

¿Por qué esa obsesión con la Internacional?

Tal como dice el intelectual marxista George Novack, eso no tiene que ver con un dogma ni con un sueño sentimental. El internacionalismo se basa en el carácter mundial de la economía capitalista. A diferencia de lo que pasaba con las sociedades feudales, la sociedad capitalista no está fragmentada y aislada. El capitalismo desde sus inicios operó sobre bases mundiales, extendió el mercado mundial, impuso una división mundial del trabajo. Ningún país capitalista puede vivir aislado del mundo, lo que se profundizó enormemente con el surgimiento del imperialismo a principios del siglo XX. Eso provoca la internacionalización de la lucha de clases y plantea la gran necesidad de la organización internacional de los trabajadores para poder avanzar en la tarea de derrotar al imperialismo y construir el socialismo a nivel mundial.

El primer gran paso

En 1864 se dio el primer intento y surgió la Primera Internacional, de la que participaron Marx y Engels. Ese primer paso para unir las fuerzas obreras atravesando las fronteras fue muy importante para enfrentar la política de la burguesía europea que utilizaba a los obreros de un país para romper las huelgas en otro, pero tuvo la fragilidad que le daba el incipiente grado de organización del proletariado de la época. No fue un partido sino un frente único de organizaciones y dirigentes obreros.

Tenía una clara definición de clase, pero no pasaba lo mismo a nivel ideológico. En ella estaban los seguidores de Marx y Engels, defensores del socialismo científico, y dos sectores del anarquismo expresados en Proudhon y en Bakunin. Las diferencias teórico-programáticas se hicieron sentir con fuerza cuando la Primera Internacional tuvo que enfrentar su primer gran desafío revolucionario: el de La Comuna de París en 1871.

La aplastante derrota de la Comuna provocó una gran desmoralización, al tiempo que confirmó las posiciones defendidas por Marx y Engels. Las lecciones de la Comuna hacían crecer la influencia de los fundadores del socialismo científico, al mismo tiempo que crecían las actividades desleales de Bakunin, que finalmente llevaron a la disolución de la Primera en 1872.

El segundo intento

En 1889 se da un gran avance con la construcción de la II Internacional, la Internacional Socialista. Ya no como un frente único, sino como una federación de partidos marxistas que, según Trotsky, tuvo el gran mérito de educar en el marxismo a millones de trabajadores.

Pero se destruyó como internacional revolucionaria en 1914, cuando los grandes partidos que la integraban apoyaron a sus gobiernos imperialistas en la Primera Guerra Mundial.

Las consecuencias de la gran traición de 1914. El papel del centrismo

Como no podía ser de otra manera, el efecto de la traición fue demoledor. La Internacional Socialista, que había educado a millones en el internacionalismo proletario, rompía con sus principios y pasaba a votar a favor de los créditos de guerra de cada uno de los países imperialistas. Es decir, llamaba a los obreros alemanes a matar en el frente de guerra a los obreros franceses e ingleses, y viceversa. ¿Cómo pudo pasar eso?

El régimen no centralizado de la Segunda permitía que en el seno de su principal partido, el alemán, existieran tres alas, que también se reflejaban a nivel de la Internacional. La derecha, que se apoyaba en los obreros privilegiados con el surgimiento del imperialismo, representada por Berstein y Vollmar; el centro, que dirigía el partido, encabezado por Kautsky y Bebel; y la izquierda, con Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Clara Zetkin…

En los diferentes congresos del partido alemán y de la Segunda, el centro y la izquierda votaban juntos y la derecha era derrotada. Así, en el congreso de Basilea de 1912 se vota que la Internacional deberá desarrollar una gran agitación contra la guerra y si esta era declarada se debía «utilizar con todas las fuerzas la crisis económica causada por la guerra para sublevar a las masas y precipitar así la caída del sistema capitalista» (Manifiesto de Basilea).

La internacional desarrolla una gran campaña de agitación en todos los países, pero no se consigue impedir la guerra. Ahí las cosas cambian. Los centristas se unen a la derecha y se vota en todos los países (con la honrosa excepción de los partidos rusos y serbios), a favor de los créditos de guerra, es decir, a favor de cada uno de los gobiernos imperialistas.

La gran traición se concreta no porque la derecha se hubiera vuelto mayoría sino porque recibió el apoyo de los centristas. Lo que confirma trágicamente la definición de Lenin de que el centro es más peligroso que los propios reformistas, que se presentan a cara descubierta, por lo que es más fácil enfrentarlos.

Las polémicas sobre la Tercera Internacional

La traición de la Segunda fue tremenda, pero eso no significa que ella se hizo evidente para la base de la Internacional. Por el contrario, la amplia mayoría seguía a sus dirigentes y caía en la borrachera del patrioterismo y la defensa del propio país en la guerra imperialista. Eso influenciaba a la heterogénea minoría de dirigentes que se ubicaba contra la guerra.

La mayor parte de esos dirigentes opinaba que no se podía abandonar la Segunda, que había que esperar que pasara la guerra para que las cosas volvieran a la normalidad. Muchos, sobre todo los perteneciente a los partidos más grandes, temían el aislamiento que implicaría romper con la Internacional.

Otra era la visión de la minoría revolucionaria, entre los que se destacaban Lenin y Trotsky en Rusia; Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en Alemania; Christian Rakovski en Rumania; John Maclean en Escocia. Sobre este sector, Trotsky dice: «Nosotros, los revolucionarios socialistas, no quisimos la guerra. Pero no le tememos. No nos hemos entregado a la desesperación por el hecho de que la guerra rompió la Internacional. La historia ya se ha encargado de ello.

La época revolucionaria creará nuevas formas de organización surgida de los recursos inagotables del socialismo proletario, nuevas formas que estarán a la altura de la grandeza de las nuevas tareas».      [1]

Pero ese acuerdo en relación con la bancarrota irreversible de la Segunda no implicaba acuerdo con relación a la Tercera.

Rosa Luxemburgo no veía que lo central pasase por pensar en nuevos programas ni en una nueva Internacional construida por «docenas de personas» sino por «acciones de millones de hombres». Por eso se oponía al «derrotismo revolucionario» propuesto por Lenin y defendía «la lucha contra la guerra»; ahí se desarrollará, decía, «la voluntad consciente de las masas».[2]

Lenin no tenía dudas: «La Segunda Internacional está muerta, vencida por el oportunismo. Abajo el oportunismo y la viva la Tercera Internacional, desembarazada de los renegados y del oportunismo».[3] Aunque, consciente de las dificultades, plantea que para construir la Internacional es necesario que haya partidos que quieran hacerlo. Que los bolcheviques estén dispuestos a tomar la tarea. Pero que, si es necesario, continuarán en la vieja Internacional hasta que en diversos países se creen las bases para la nueva.[4] Lo que centralmente esperaba era, precisamente, la evolución de la Liga Espartaco dirigida por Rosa Luxemburgo.

Trotsky estaba cada vez más cerca de Lenin, aunque no respondía a sus exigencias de que asumiese la política del «derrotismo revolucionario.»

La Conferencia de Zimmerwald

Fue un encuentro de los muy pocos dirigentes de la II Internacional que estaban en contra de la guerra imperialista. Trotsky la describe así:

En el verano de 1915, se presentó en París el diputado italiano Morgari, secretario de la fracción socialista del Parlamento y ecléctico simplista, con la intención de convocar a los socialistas franceses e ingleses a una conferencia internacional (…) La organización de la conferencia corrió a cargo de Grimm, dirigente socialista de Berna, que por entonces se esforzaba cuanto podía por arrancarse el nivel de limitación de su partido, y el suyo propio. Había elegido para la reunión un lugar situado a diez kilómetros de Berna, un pueblecillo llamado Zimmerwald, en lo alto de las montañas. Nos acomodamos como pudimos en cuatro coches y tomamos el camino de la sierra. La gente se quedaba mirando, con gesto de curiosidad, para esta extraña caravana. A nosotros no dejaba de hacernos tampoco gracia que, a los cincuenta años de haberse fundado la Primera Internacional, todos los internacionalistas del mundo pudieran caber en cuatro coches. Pero en aquella broma no había el menor escepticismo. El hilo histórico se rompe con harta frecuencia. Cuando tal ocurre, no hay sino que anudarlo de nuevo. Esto precisamente era lo que íbamos a hacer a Zimmerwald. 

Los cuatro días que duró la conferencia -del 5 al 8 de septiembre- fueron días agitadísimos. Costó gran trabajo hacer que se aviniesen a un manifiesto colectivo, esbozado por mí, el ala revolucionaria representada por Lenin, y el ala pacifista a la que pertenecía la mayoría de los delegados.

El manifiesto no decía, ni mucho menos, todo lo que había que decir; pero era, a pesar de todo, un gran paso de avance. Lenin manteníase en la extrema izquierda. Frente a una serie de puntos, estaba solo. Yo no me contaba formalmente entre la izquierda, aunque estaba identificado con ella en lo fundamental.

Lenin templó en Zimmerwald el acero para las empresas internacionales que había de acometer, y puede decirse que en aquel pueblecillo de la montaña suiza fue donde se puso la primera piedra para la internacional revolucionaria (…) Liebknecht no se presentó en Zimmerwald. Estaba ya prisionero en el ejército de los Hohenzollers, antes de estarlo en el presidio. Pero envió una carta, en la que se pasaba bruscamente del frente pacifista al frente revolucionario. Su nombre sonó muchas veces en la conferencia. Aquel nombre era ya una consigna en la lucha, que estaba desgarrando al socialismo mundial (…)

La conferencia de Zimmerwald imprimió gran impulso al movimiento antiguerra en los diversos países. En Alemania, contribuyó a intensificar la acción de los espartaquistas. (…) Las diferencias de opinión, puramente accidentales, que me habían separado de Lenin en Zimmerwald, se borraron en el transcurso de los meses siguiente (…)”. [5]

Durante la Conferencia, Lenin desarrolló un violento combate contra los centristas, a pesar de ser una evidente minoría (8 sobre 38 delgados). Sabía que su propuesta no podía ganar la Conferencia, pero quería ganar para ella a los mejores cuadros de la II Segunda Internacional. Por eso es que Trotsky afirma que “Lenin templó en Zimmerwald el acero para las empresas internacionales que había de acometer”. Y, según su propia afirmación, él mismo fue ganado, en los meses posteriores, para la mayor parte de las propuestas leninistas.

Coherente con esa política, Lenin exigió que junto al Manifiesto común, también se publicara la resolución presentada por Radeck en nombre de la “izquierda zimmerwaldiana”, que planteaba: “Rechazo a los créditos de guerra, alejamiento de los ministros socialistas de los gobiernos burgueses, necesidad de desenmascarar el carácter imperialista de la guerra en la tribuna parlamentaria, en las columnas de prensa legal y, si es preciso, ilegal, organización de manifestaciones contra los gobiernos, propaganda en las trincheras en favor de la solidaridad internacional, protección de las huelgas económicas tratando de transformarlas en huelgas políticas, guerra civil y no paz social”.

El triunfo de la Revolución Rusa y el estallido de la revolución alemana

A partir de 1915 la situación comienza a cambiar y se dan movilizaciones contra la guerra en Escocia, Berlín y Rumania. Y se desarrolla el trabajo de los bolcheviques, de Trotsky, de Rakovsky, por la nueva Internacional. Se establecen contactos en Francia, en Suecia, en EEUU, en Suiza. Pero el gran salto se da con triunfo de la Revolución de Octubre en 1917. Ahí los bolcheviques demostraron que sí se podía, como dijo Rosa Luxemburgo: «ellos osaron».

Pero los bolcheviques sabían que eso era solo el primer paso, que sin el desarrollo de la revolución mundial todo estaba en peligro y que la construcción de la Tercera seguía siendo la gran tarea. Así, en medio de los desafíos del poder, de la firma de la paz, de avanzar en responder al problema del hambre, de avanzar en acabar con las desigualdades y las opresiones, siguieron privilegiando la tarea de la construcción de la Internacional. Enviaron a sus mejores propagandistas a cargos diplomáticos para desarrollar ese trabajo en los países que habían reconocido el nuevo Estado. Al mismo tiempo se volcaron a realizar un intenso trabajo político sobre los prisioneros de guerra del ejército zarista. De este trabajo, dirigido por el revolucionario polaco Karl Radek, surgen los grupos comunistas húngaro, yugoslavo, búlgaro, checoslovaco, que pasaron a formar parte de las secciones extranjeras del partido bolchevique, y que poco a poco volvían a sus países a construirse y a participar de los procesos revolucionarios que estallaban por toda Europa.

Ese trabajo avanzaba, pero para Lenin aún no estaban dadas las condiciones para concretar la gran tarea; todos esos grupos eran muy pequeños y muy dependientes del partido bolchevique.

El estallido de la revolución alemana en noviembre de 1918 abre la puerta para que se den esas condiciones. En diciembre del mismo año, la Liga Espartaco de Rosa Luxemburgo se fusiona con los Comunistas Internacionalistas de Alemania y dan origen al Partido Comunista Alemán. Eso era lo que estaba esperando Lenin, quien manifestó: «Cuando la Liga Espartaco se pasó a llamar Partido Comunista Alemán, la fundación de la III Internacional, de la Internacional Comunista, verdaderamente comunista, verdaderamente internacional, se volvió un hecho. Formalmente la III Internacional aún no fue consagrada, pero la III Internacional existe en la realidad, desde este momento». Lo que Lenin no sabía en ese momento era que se había dado la insurrección del 5 de enero y que los dos grandes dirigentes del partido comunista, Rosa y Liebknecht habían sido asesinados.

El 24 de enero, en el Pravda se publica la noticia del asesinato y se convoca a una Conferencia Socialista Internacional. La convocatoria la firman Lenin y Trotsky por el partido comunista ruso, el partido comunista alemán, el partido comunista finlandés, la Federación Socialista Balcánica, el Partido Socialista Obrero Norteamericano, y los burós extranjeros (que estaban en Rusia) de los partidos comunistas polaco, húngaro, austríaco, letón.

No fue fácil la fundación de la III Internacional

El 2 de marzo de 1919, en plena guerra civil, Lenin abre la Conferencia Internacional honrando la memoria de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, «los mejores representantes de la Tercera Internacional». La importancia que dan los bolcheviques a esa reunión tiene su máxima expresión en que Trotsky deja el frente de guerra para participar de la Conferencia.

Muchos delegados internacionales no llegan o llegan tarde. Gran parte de las representaciones presentes hacían parte de las secciones extranjeras del partido ruso. Los partidos presentes con existencia propia, el alemán, el polaco, el austríaco y el húngaro, eran muy pequeños con relación al ruso que en ese momento tenía 500.000 militantes. Todo eso es lo que hace que fuera un error fundar en ese momento la Tercera Internacional, porque no había la suficiente representatividad para hacerlo. Consideramos que la historia demostró lo contrario.

En esa conferencia, que duró del 2 al 6 de marzo, se dio un informe sobre la revolución alemana y sobre la situación del Estado ruso, se votó la resolución de Lenin sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, pero el punto central fue la discusión sobre si se fundaba o no la Tercera y la discusión fue difícil.

El delegado alemán defendía la posición de Rosa de que aún no era tiempo, que se era muy débil, que el único partido fuerte era el ruso. Y es de imaginar que debe haber tenido peso el escuchar la opinión de la gran dirigente recientemente asesinada. Zinoviev, uno de los grandes propagandistas de los bolcheviques, responde diciendo «No queremos trabajar ahora con el sentimiento de que somos muy débiles, al contrario, debemos ser invadidos por el sentimiento de nuestra fuerza, de la convicción de que el futuro pertenece a la III Internacional (…) Después de una reflexión madura, nuestro partido propone construir inmediatamente la III Internacional. El mundo entero verá así que estamos armados organizativa e intelectualmente».[6]

El 4 de marzo, con la abstención del delegado alemán, se vota a favor y se funda la III Internacional.

La vida confirmó lo acertado de la posición defendida por los bolcheviques. Días después, el 21 de marzo se tomó el poder en Hungría, confirmando la visión de Lenin sobre el proceso revolucionario que se vivía en Europa. Antes del segundo congreso (en 1920) adhirieron a la Internacional el Partido Socialista Italiano, el Partido Obrero Noruego, el Partido Socialista de Izquierda Húngaro.

Cuatro congresos que dejaron una gran armazón programática

El segundo congreso, en 1920, se da en medio de un gran crecimiento. A partir del gran impacto de la Revolución Rusa, partidos de diferentes países rompen con la Segunda y adhieren a la Tercera. En su mayoría lo hacen honestamente, pero también se acercan dirigentes oportunistas que no quieren perder sus bases. Eso obliga a separar «la paja del trigo» y el segundo congreso vota las 21 condiciones para permanecer dentro de la Internacional. El centro estaba en la lucha contra el reformismo y en la reivindicación del centralismo democrático.

La mayoría de los partidos aceptan las 21 condiciones, pero algunos, como el italiano, se dividen, y la mayoría sale de la Internacional. El gran hecho es que en Alemania la mayoría del partido socialdemócrata independiente adhiere a la Tercera, se fusiona con el PCA dando origen a un gran partido, el Partido Comunista Unificado Alemán.

En el tercer y cuarto congresos, la batalla es contra las posiciones ultraizquierdistas, que se niegan a ver que ha habido un retroceso en la situación de la lucha de clases, que no está planteada a la orden del día la lucha por el poder, sino que lo que está planteado es la pelea por la dirección de la clase obrera y se vota la táctica del Frente Único Obrero.

En síntesis, a lo largo de esos cuatro años que van de 1919 a 1922, nuevos partidos se integra a la Internacional y varios de ellos ganan peso de masas. Y en esos cuatro años se realizaron esos cuatro congresos que dejaron resoluciones que son una referencia programática que conserva toda su actualidad: sobre la democracia burguesa y el papel de los revolucionarios en el parlamento; sobre la cuestión agraria; sobre los sindicatos; sobre los métodos, la estructura y la acción de los partidos comunistas; sobre la opresión de la mujer; sobre la cuestión nacional.

Pero ese que fue el mayor logro organizativo del movimiento obrero mundial se frustró. La combinación de la derrota de la revolución alemana, el atraso de Rusia y la muerte de Lenin, dieron la base para el triunfo contrarrevolucionario de Stalin, quien primero degeneró y después, en 1943, disolvió la Tercera Internacional obedeciendo al pedido del imperialismo inglés.

Hoy no tenemos esa herramienta internacional. Es necesario volver a construirla

Hoy, el mundo está más conectado que nunca por la creciente globalización de la economía, por los medios de comunicación, por la internet, por las redes sociales, pero los trabajadores no tenemos ninguna unidad orgánica. Las luchas de la clase obrera y los pueblos del mundo se igualan en cuanto a sus objetivos: contra el hambre, contra el desempleo, en defensa de la educación y la salud públicas, contra las opresiones de todo tipo, contra la represión. Y todas ellas enfrentan los mismos enemigos: el imperialismo yanqui y europeo que son los dueños del mundo, y los gobiernos nacionales que son sus agentes.

Sin embargo, esos combates no se coordinan, no se protegen ni se ayudan mutuamente. Hoy no tenemos esa gran herramienta internacional que se construyó al calor de la Revolución Rusa.

Es fácil imaginar el refuerzo que tendría la lucha palestina si hubiera una Internacional de masas que organizase el boicot mundial a Israel. O lo que se podría lograr si se coordinase la lucha de maestros y estudiantes de toda Latinoamérica. O lo que significaría para la lucha obrera contra las consecuencias de la crisis capitalista, si esa Internacional paralizase todas las plantas de las multinacionales automotrices o petroleras, cada vez que una de ella despidiese trabajadores en un país.

No hay duda de que la construcción de la Internacional revolucionaria sigue siendo una necesidad de primer orden. Los trabajadores la conquistamos con la Revolución Rusa y la perdimos con la contrarrevolución stalinista. Trotsky intentó recuperarla construyendo la Cuarta Internacional, pero hoy tampoco existe la Cuarta. Sobre este tema de los avances y retrocesos, triunfos y derrotas, Trotsky tiene una hermosa frase que indica el camino a seguir:

«La clase obrera asciende taladrando por sí misma una roca de granito. A veces se resbala unos cuantos pasos; a veces el enemigo dinamita los escalones que han sido cortados; a veces se entierran porque han sido hechos en un material pobre. Después de cada caída debemos levantarnos; después de cada resbalón debemos ascender de nuevo; cada paso destruido debe ser reemplazado por dos nuevos».

[1] TROTSKY, León. La guerra y la Internacional.

[2] Citado Pierre Broué, en Revolución Alemana.

[3] Citado en la reseña de Rakovski, Los Cuatro Primeros Congreso de la Internacional Comunista, Ediciones Pluma.

[4] LENIN, V. I. Socialismo y Guerra.

[5] TROTSKY, León. “París y Zimmerwald”, en: Mi vida (destacados nuestros).

[6] Citado por Pierre Broué, en Historia de la III Internacional.

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