La espada del opresor sionista y el cuello palestino
El mundo está siendo testigo ahora de otro capítulo de limpieza étnica en la continua Nakba: la catástrofe palestina desde la formación del Estado racista de Israel el 15 de mayo de 1948. En medio de una nueva masacre en Gaza, es asustadora la complicidad descarada ahora de los gobiernos de todo el mundo y la propaganda ideológica llevada a cabo por los medios de comunicación en manos de los grandes capitalistas, igualando al colonizador y opresor Israel con el pueblo palestino oprimido, que vive sometido a la colonización, el apartheid, la limpieza étnica, el genocidio.
Por: Soraya Misleh
Cubierta con la falacia de dos bandos en guerra, la distorsión de la información sería algo así como creer en una conversación “entre la espada y el cuello”. La frase es del marxista palestino Ghasan Kanafani, en una histórica entrevista a Richard Carleton en 1970, en Beirut, cuando le preguntaron sobre la posibilidad de negociaciones con el colonizador. Asesinado dos años después por Israel en la capital libanesa, a la edad de 36 años, su legado es fundamental para entender que, a diferencia de la desinformación que vemos, no se trata de una guerra circunstancial o puntual.
“No es una guerra civil, es un pueblo que se defiende contra un gobierno fascista. No es una guerra civil o conflicto, es un movimiento de liberación que lucha por justicia. […] Es un pueblo discriminado que lucha por sus derechos. Esto es historia”, enfatiza el revolucionario Kanafani, al refutar las engañosas preguntas y argumentos capciosos del periodista.
En la misma entrevista es categórico: “Nuestro pueblo prefiere morir de pie. Nuestro pueblo nunca podrá ser derrotado”. Una marca de la resistencia palestina heroica e histórica que inspira la lucha de los oprimidos y explotados en todo el mundo. Resistencia es existencia, en todos los aspectos de la vida cotidiana y legítima por todos los medios, no es una opción en medio de la continua Nakba.
El comienzo de la tragedia
La población palestina se enfrenta a la violencia del colonizador, en alianza con el imperialismo del momento –antes Gran Bretaña y ahora Estados Unidos, que envía miles de millones de dólares cada año a la industria de la muerte sionista– desde antes de 1948. La Nakba es un proceso inaugurado con el surgimiento del sionismo político moderno a finales del siglo XIX y su proyecto colonial.
Aún bajo el dominio del Imperio Turco-Otomano, Palestina fue elegida como destino de colonización en el 1er Congreso Sionista en Basilea, Suiza, en 1897. La determinación era asegurar una mayoría de judíos en tierras donde, hasta entonces, había una minoría palestina (sólo 6% al final de ese período). Para ello, la idea era promover la “transferencia de población”. Un eufemismo de limpieza étnica, vía oleadas de inmigración de judíos de Europa del Este y Central hacia Palestina que llevarían a cabo el proyecto de conquista de tierras y de trabajo, lo que debería ser exclusivo para ellos.
Los palestinos, por tanto, comenzaron a ser expulsados a principios del siglo XX. Su resistencia contra el mandato británico, que retuvo el territorio como botín entre las potencias aliadas vencedoras de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y la colonización sionista bajo su bendición marcaron las décadas de 1920 y 1930. Una poderosa revolución tuvo lugar entre 1936 y 1939. Derrotada por las acciones de los enemigos clásicos de la causa palestina revelados por Kanafani en “La revuelta de 1936-1939 en Palestina” (Editora Sundermann) –imperialismo/sionismo, regímenes árabes y burguesía reaccionaria árabe-palestina–, la población palestina quedó absolutamente vulnerable a lo que estaba por venir: la Nakba.
El 29 de noviembre de 1947, la primera sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) recomendó la partición de Palestina en un Estado judío y otro árabe, con Jerusalén bajo administración internacional. Ahí comenzó la larga historia de complicidad brasileña con la colonización sionista. El diplomático brasileño Osvaldo Aranha presidió la sesión y votó a favor de la partición, que delegaba poco más de la mitad de esas tierras al colonizador, obviamente sin consultar a los habitantes nativos palestinos no judíos.
La resolución de partición fue la luz verde esperada por los sionistas, que habían garantizado alrededor de 30% de judíos en esas tierras, tras varias oleadas de inmigración. Doce días después comenzó la limpieza étnica planificada a principios de los años 1940. Lo que selló el trágico destino de los palestinos fue el Plan Dalet, llevado a cabo en seis meses, en 1948. El resultado fue que 800.000 palestinos fueron expulsados y más de 500 aldeas fueron destruidos. Alrededor de 15.000 palestinos fueron masacrados con refinamiento y crueldad. Hay casos documentados de genocidio en decenas de aldeas, que sirvieron de propaganda para la expulsión de palestinos en ciudades y pueblos vecinos, en que la violación de niñas y mujeres fue fundamental. Israel, con la complicidad del mundo, se creaba en 78% del territorio histórico de Palestina. En 1967, ocupó militarmente el 22% restante: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Otros 350.000 palestinos se convirtieron en refugiados y 13.000 fueron asesinados. La sociedad palestina sigue enteramente fragmentada: hay 13 millones, la mitad de ellos bajo ocupación y apartheid (incluso en las zonas ocupadas en 1948, donde hay 65 leyes racistas contra ellos) y la otra mitad en refugio/diáspora, privados del derecho legítimo de retornar a sus tierras.
Los palestinos nunca dejaron de resistir. En 1964 se creó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que unos años más tarde sería dirigida por Yasser Arafat. Muchas acciones de guerrilla y directas marcaron el período posterior, en búsca de la liberación nacional y el fin de la colonización sionista. Muchas protestas y masacres marcan la historia reciente de Palestina, como Sabra y Chatila, por los falangistas en el Líbano, con auxilio de Israel y Estados Unidos, en setiembre de 1982, y otras.
En 1987 se desencadenó la poderosa Intifada (levantamiento popular) de “piedras contra tanques” y, para poner fin a este proceso, se iniciaron negociaciones secretas entre la OLP e Israel, bajo la mediación de Estados Unidos.
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Los Acuerdos de Oslo
El resultado final es la firma de los Acuerdos de Oslo, el 13 de setiembre de 1993, una auténtica “paz de cementerios”. La OLP, que en su carta fundacional –reeditada en 1968 para incluir los territorios ocupados un año antes– declaraba el objetivo de liberar toda la Palestina histórica, desde el río hasta el mar, reconocía el Estado de Israel y se rendía a la ya muerta ”solución de dos Estados”: creación de un Estado palestino en sólo 22% del territorio: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Esta es la “solución” que la ONU y los gobiernos de todo el mundo siguen proclamando, injusta desde siempre y absolutamente inviable debido a la continua y agresiva expansión colonial sionista.
La espectacular escena, en la foto frente a la Casa Blanca, del apretón de manos hace 30 años entre Arafat y el entonces primer ministro de Israel Yitzhak Rabin, bajo la intermediación del imperialismo estadounidense en la figura del entonces presidente Bill Clinton, vendida al conjunto mundo como “paz” gradual, marcaba otro capítulo de la continua Nakba. Y, desde Oslo, con la ayuda del capataz que crearon estos acuerdos: la Autoridad Palestina, sin autonomía alguna, con total dependencia económica y cooperación en materia de seguridad con Israel. Cisjordania se dividió inicialmente en las zonas A, B y C (esta última representaba más de 60%, bajo control militar total israelí).
Las organizaciones palestinas en la diáspora fueron cerradas y debilitadas, vaciando el movimiento de solidaridad. Cualquier resistencia que surgiese en territorio ocupado fue reprimida por la AP en las áreas que pasaba a administrar, encarcelada por esta o entregada a Israel para componer su larga lista de presos políticos, incluidos mujeres y niños. No en vano el intelectual palestino Edward Said llamó a Oslo como la sumisión y el servilismo; en sus palabras, el “Tratado de Versalles” de la causa palestina.
El descontento por la continua ocupación desembocaría en una segunda Intifada, tras la provocación del carnicero Ariel Sharon en la mezquita de Al-Aqsa, el 28 de setiembre de 2000. Esto duró hasta 2005. Ese año, Israel decidió expulsar a 8.000 colonos de la franja de Gaza. El escenario para lo que vino después estaba preparado.
En 2006, el partido político de orientación islámica Hamás gana las elecciones legislativas en la Palestina ocupada, pero Israel y Estados Unidos no aceptan el resultado democrático. Se impone un cerco inhumano por parte de la ocupación sionista y se inician a continuación los bombardeos “a cuentagotas” o masivos, como se vio en 2008-2009, 2012, 2014, 2021 y ahora, en 2023. Los palestinos de Gaza fueron protagonistas de la “Gran Marcha del Retorno” en 2018, violentamente reprimida por Israel. Los francotiradores (snipers] dispararon y dejaron 189 muertos, entre ellos 35 niños, profesionales de la salud que intentaban socorrer a los heridos, y periodistas con chalecos de prensa, además de más de 20.000 heridos.
El pretexto es siempre que Israel se defiende como “civilización contra la barbarie”. Nada más falso. Es el agresor, el colonizador, el ocupante.
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¿Y en este año 2023?
Sobrevienen asesinatos y violencia brutal. Sólo este año, y antes del 7 de octubre, Israel ya había asesinado a 270 palestinos, entre ellos 65 niños. El campo de refugiados de Jenin fue invadido por las fuerzas de ocupación sionistas varias veces desde principios de 2023 y en los años anteriores, con decenas de palestinos masacrados, estelas de destrucción y una situación dramática en la que los refugiados tienen que abandonar sus hogares y huir una vez más, desplazándose internamente.
Con cientos de ataques a los palestinos en medio de los horribles asentamientos coloniales que no paran de expandirse y usurpar sus tierras, puestos de control (checkpoints), muro de la vergüenza y todo el aparato del apartheid, Gaza ya estaba siendo bombardeada a “cuentagotas”. En la estrecha franja que ocupa 340 kilómetros cuadrados, sus 2,4 millones de habitantes, la inmensa mayoría de los cuales son jóvenes y de familias de refugiadas de la Nakba de 1948, la crisis humanitaria es dramática.
Con una aterradora historia de masacres masivas en los últimos 15 años y de cerco inhumano israelí hace 17 años, Gaza se ha transformado en una auténtica prisión a cielo abierto, donde nada entra ni sale sin el permiso de Israel, la mitad de los niños sufren desnutrición crónica, y la mitad de mujeres, anemia. Según datos de la ONU, 80% depende de la ayuda humanitaria, la pobreza alcanza 81,5% y alrededor de 50% está desempleado; entre los jóvenes, esta tasa salta a 64%. En el inhumano bloqueo, no tienen más de cuatro horas de electricidad al día, 96% de su agua está contaminada, sus áreas agrícolas envenenadas por Israel y las millas de pesca se reducen cada vez más. Un aplastamiento en el que los palestinos son sometidos a morir de hambre, de falta de infraestructuras para atención médica, y de que se les impida salir del territorio para buscar los tratamientos necesarios, o con una bomba sobre sus cabezas.
Haciéndose eco de lo que comúnmente escriben en las paredes y gritan –“Muerte a los árabes”– y amplificando la violencia que han impuesto rutinariamente a los palestinos durante décadas, los colonos sionistas han estado llevando a cabo pogromos en aldeas palestinas como Huwara y Turmus Ayya, en la Cisjordania ocupada, también desde principios de 2023, que reflejan la barbarie de un Estado asentado sobre los cuerpos y cadáveres de niños, mujeres, hombres y ancianos palestinos. En los últimos días, un colono prendió fuego a un niño palestino en Al Khalil (Hebrón), en la Cisjordania ocupada.
Pero ningún palestino fue buscado antes de los últimos acontecimientos frente al horror y la barbarie. La “ceguera” y el silencio cómplices de los gobiernos y los medios de comunicación explicitaban por qué los palestinos le dicen a todo aquel que los visita en tierras ocupadas: “Cuéntele al mundo lo que vio, porque la comunidad internacional nos abandonó”.
Nunca ha habido nadie que haya caracterizado la violencia histórica sionista como el terrorismo de Estado que es. A pesar de las numerosas resoluciones de la ONU condenando los crímenes contra la humanidad, la impunidad ha sido el sello distintivo en relación con Israel. En un documento recopilado entre julio de 2017 y noviembre de 2021, Amnistía Internacional concluye: se trata de un régimen de apartheid en toda Palestina, del río al mar. Human Rights Watch, así como la organización israelí de derechos humanos BT’Selem, entre otras, ya habían afirmado lo mismo en informes extensos y detallados.
El gobierno de Lula
Israel ha tenido una caída de su economía de 60% y enfrenta una crisis política y económica interna, así como una crisis mundial del sionismo. Sin embargo, gobiernos de todo el mundo siguen estrechándoles las manos manchadas de sangre, incluso en acuerdos militares. Brasil no está a contramano de esto: lamentablemente, durante los primeros gobiernos de Lula y Dilma, se convirtió en el quinto mayor importador de tecnología militar israelí. Los gobiernos estaduales siguen esta tendencia. Estas son armas probadas en verdaderos conejillos de Indias humanos a los que Israel convierte a los palestinos todos los días, y que luego sirven para el genocidio de pobres y negros y al exterminio indígena.
Al regresar ahora al gobierno, Lula mantiene la retórica de país “amigo de los palestinos” –que fue interrumpida cuando el genocida Bolsonaro asumió el asiento del Planalto, en su abierta y descarada propaganda ideológica sionista.
Desde entonces, los movimientos sociales y populares piden que se escuche a los palestinos. Estos vienen exigiendo desde 2005, cuando comenzó el movimiento BDS (boicot, desinversión y sanciones) contra Israel, el reconocimiento del apartheid sionista y la ruptura de acuerdos, empezando por un embargo militar inmediato. La referencia es a la campaña internacional de solidaridad que ayudó a poner fin al apartheid en Sudáfrica en la década de 1990. Pero hasta ahora, los oídos están sordos. La tradicional y pragmática diplomacia brasileña ha retomado, desde que Lula asumió su tercer mandato como presidente, la defensa de la “solución de dos Estados”. Ha estado emitiendo notas condenando los ataques de Israel, pero en la perspectiva de que “ambos lados” deben abstenerse de cometer actos de violencia y negociar. Un signo de igualdad entre oprimido y opresor repugnante.
La resistencia palestina, con la juventud a la cabeza, ante tal abandono y sin nada que perder, se organiza desde setiembre de 2022 en lo que llama la “Guarida de los Leones” y vuelve a armarse. Son jóvenes sin perspectivas, los llamados “hijos de Oslo”, que se encaminan hacia el martirio. La represión de las fuerzas de ocupación aumenta al ritmo de la expansión de la colonización. Hoy hay 5.200 presos políticos palestinos, entre ellos 170 niños y 33 mujeres, sometidos a condiciones degradantes y torturas. Su único crimen es resistir.
Ante la sorprendente acción coordinada de Hamás la mañana del 7 de octubre, que impuso una derrota política a Israel al revelar que la cuarta potencia bélica del mundo no es invencible, los medios de comunicación y los gobiernos de todo el mundo, incluido Lula en el Brasil, se apresuraron a condenar lo que ellos llaman ataques terroristas.
A pesar de las diferencias políticas, es necesario refutar esta caracterización. Hamás no es el Estado (contra)Islámico o Al Qaeda, como Israel quiere asociarlo, incluso mediante la difusión de noticias falsas (fake news). En la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU que siguió a los últimos acontecimientos, el embajador de Israel, Gilad Erdan, incluso dijo: «Este es nuestro 11 de setiembre», en referencia a los ataques a las torres gemelas en Estados Unidos, en 2001.
La propaganda ideológica sionista busca disfrazar el terrorismo, que predomina en los medios de comunicación y del que incluso los apresurados analistas de la izquierda se han hecho eco, enmascarada o directamente. La famosa cita de Malcolm X encaja bien aquí: “Si no tienes cuidado, los periódicos te harán odiar a las personas que están siendo oprimidas y amar a las personas que están oprimiendo”.
Creada en 1987, Hamás es una organización que lleva mucho tiempo intentando sentarse a la mesa de negociaciones y ser aceptada como un interlocutor confiable del pueblo palestino. Con este fin, en 2006 incluso cambió su carta fundacional en la que pedía una Palestina islámica y aceptó la “solución de dos Estados” como principio del territorio a ser liberado. Ha buscado dialogar con gobiernos de todo el mundo. Su objetivo es garantizar un Estado palestino democrático burgués como cualquier otro, no socialista, como la LIT y sus partidos defienden, tras la liberación nacional de Palestina, del río al mar.
Además de señalar con el dedo al único responsable –el Estado de Israel, su brutal violencia histórica y representación actual, el primer ministro Benjamin Netanyahu y compañía–, es imprescindible resaltar que se trata de una lucha anticolonial por liberación nacional que tiene al frente una resistencia heroica e histórica que continúa inspirando a los oprimidos y explotados en todo el mundo.
Mientras tanto, los bombardeos a Gaza continúan a todo vapor, bajo declaraciones racistas como la del ministro de Defensa de Israel, Yoav Galant, quien abiertamente dijo que estaba tratando con animales, y que así es como deberían ser tratados los 2,4 millones de palestinos en Gaza. Ya son más de mil muertos, de los cuales 10% son niños. Los palestinos, una vez más, no saben si morirán de hambre o por las bombas. Es urgente, en este momento, comprender lo que Malcom X enseña: “La reacción del oprimido no puede confundirse con la violencia del opresor”. El grito palestino hoy es “¡Basta es basta!”
Traducción: Natalia Estrada.