Irán intenta profundizar lazos económicos con China y Rusia
La prisión y muerte de Jhina Mahsa Amini, una mujer kurda-iraní de 22 años, por no usar el hijab «correctamente» ha desencadenado una ola de protestas lideradas por mujeres que desafían el régimen iraní de forma inédita. Si bien es demasiado pronto para evaluar cómo afectarán las protestas a las instituciones políticas del país, un análisis preliminar indica que llevarán al presidente Ebrahim Raisi a intensificar los esfuerzos para profundizar los lazos económicos con China y Rusia. Irán atraviesa una grave crisis económica, quizás la peor desde la década de 1980, cuando la Guerra Irán-Irak provocó una contracción de más de 50% del PIB per cápita del país[1]. Desde la perspectiva del régimen, estrechar alianzas con China y Rusia es la vía más viable de crear el margen fiscal que le permitiría al gobierno iraní aliviar la presión social sobre la población más afectada por el actual escenario de bajo crecimiento, alta inflación y devaluación del rial iraní.
Por Gabriel Huland
Las protestas actuales son las más grandes desde que el «Movimiento Verde» desafió la victoria fraudulenta de Mahmoud Ahmadinejad en las elecciones presidenciales de junio de 2009. Las manifestaciones comenzaron el 16 de setiembre de 2022, cuando Jhina fue declarada muerta por las autoridades iraníes, pero rápidamente se extendieron a diferentes partes del país, incluidos los principales centros urbanos de Mashhad e Isfahan y las empobrecidas provincias rurales del Kurdistán y Sistán-Baluchistán. Según Al Jazeera, desde entonces se han producido más de 1.000 protestas en aproximadamente 150 ciudades. Los manifestantes piden la caída del régimen, incluido el ayatolá Ali Khamenei, líder supremo de Irán desde 1989, y de Ebrahim Raisi, el jefe de gobierno recién elegido. Las manifestaciones y ocupaciones tienen lugar en plazas públicas, universidades, escuelas y lugares de trabajo. Trabajadores petroleros, bomberos y otros segmentos de la clase trabajadora adhirieron a las protestas, algo que no sucedía desde la revolución de 1979.
El régimen iraní respondió a las protestas con extrema violencia. La ONG Human Rights Watch informó que la policía iraní y los grupos paramilitares han matado a más de 500 personas y arrestado a casi 20.000 desde que comenzaron las primeras manifestaciones. Como han hecho otros regímenes autoritarios frente a rebeliones populares, las autoridades iraníes se han negado a reconocer las protestas, calificándolas de tumultos incitados por países extranjeros como Estados Unidos e Israel. En un discurso durante las conmemoraciones del 44° aniversario de la revolución iraní, el presidente Raisi se refirió a las protestas como actividades ilegales contrarias a los valores de la República Islámica. A pesar de la violencia utilizada para reprimir las manifestaciones, algunos activistas afirman que el gobierno ha flexibilizado algunas reglas que regulan el uso del hijab en Irán.
Las mujeres iraníes se enfrentan a la opresión de uno de los regímenes más autoritarios del mundo. Sufren la imposición de un código de vestimenta abusivo y muchas restricciones en temas como el divorcio, la custodia de los hijos, el casamiento y los derechos de herencia. Las mujeres encuentran muchas más barreras que los hombres para participar del mercado de trabajo y de la vida pública en general. Como dice Tawseef Ahmed Mir, «las mujeres [iraníes] están en desventaja debido a su relativa falta de acceso adecuado a la educación, poder económico y voz en la toma de decisiones económicas y políticas. En cuanto las mujeres cargan el mayor peso para garantizar el bienestar de sus familias, también son las económicamente más vulnerables. Las mujeres tienen más dificultades para encontrar trabajo, son de las primeras en ser despedidas y tienen menos derechos laborales. Como son las responsables primarias por realizar las tareas domésticas, sufren el estrés de tratar de alimentar a sus familias, obtener medicamentos y comprar productos básicos en medio de niveles vertiginosos de inflación»[2].
Las mujeres y otros grupos discriminados, como los kurdos y los baluchis, están desempeñando un papel destacado en las protestas porque son los que más sufren las crecientes dificultades económicas a las que se enfrenta el pueblo iraní en los últimos años. Las protestas no son solo por el abusivo código de vestimenta, sino también el resultado de una situación considerada insostenible por un número creciente de personas en el país. Según Iran International, un sitio privado de noticias con sede en el Reino Unido, más de un tercio de la población iraní vive en la pobreza extrema, un número que se ha duplicado en 2022. Para estar por encima de la línea de la pobreza, una familia de cuatro debe tener un ingreso mensual de al menos US$ 500 (aproximadamente R$ 2.600). Las tasas de inflación en el año fiscal 2022 superaron 50% y el rial se devaluó alrededor de 50% en el mismo período. Actualmente, la tasa de desempleo gira en torno a 10% entre la población general, pero sube a 15% entre los jóvenes. Mientras casi 70% de la población masculina es económicamente activa, solo 13% de las mujeres están empleadas o buscando trabajo. El salario mínimo en el país es de aproximadamente US$150 (aproximadamente R$780).
La crisis económica es resultado de varios factores. Primero, Estados Unidos y otros países vienen imponiendo sanciones a Irán durante más de cuatro décadas. Ha estado en vigor un régimen de sanciones contra Irán desde que la revolución de 1979 derrocó el régimen proimperialista de Mohammad Reza Pahlavi. Las sanciones incluyen miles de millones de dólares en activos iraníes que se mantienen congelados ilegalmente en bancos estadounidenses y la prohibición del comercio de bienes y tecnología con el país, especialmente petróleo y productos petroquímicos. El gobierno Obama levantó algunas de estas sanciones como parte del acuerdo nuclear de 2015 entre Estados Unidos, la Unión Europea e Irán, que preveía la reglamentación del programa nuclear iraní. El acuerdo fue celebrado como un gran avance diplomático por parte de la administración Obama. Sin embargo, el período de distensión entre Estados Unidos e Irán duró poco. Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de EE. UU. en 2017, se volvieron a imponer las sanciones, lo que llevó al país a una recesión de dos años. En 2018-2020, la administración Trump impuso más de 960 sanciones contra Irán o autoridades iraníes. El hecho de que el gobierno de EE. UU. se negara a levantar el embargo sobre el sistema de salud de Irán durante la pandemia de COVID-19, cuando el país enfrentaba un alto número de infecciones, hospitalizaciones y muertes, simboliza la naturaleza brutal del régimen de sanciones impuesto a Irán por Estados Unidos y sus aliados.
Los problemas económicos actuales de Irán también son resultado de las reformas económicas que los sucesivos gobiernos realizaron desde el fin de la Guerra Irán-Irak (1980-1988). El primer paquete de reformas, introducido durante las dos presidencias del presidente Akbar Hashemi Rafsanjani (1989-1997), incluyó un programa limitado de privatizaciones y una liberalización parcial del comercio y cambios menores en la gestión de la tasa de cambio. Las reformas tenían como objetivo reconstruir la economía, expandir el sector privado y atraer inversiones extranjeras. Diferentes analistas afirman que este programa de liberalización fue deficiente e ineficaz porque la privatización de empresas estatales benefició sobre todo a fundaciones e individuos vinculados al gobierno. Por ejemplo, la mitad de las acciones de las 331 empresas que fueron «privatizadas» total o parcialmente durante 1989-1994 pasaron a ser propiedad de organizaciones paraestatales[3].
A pesar de su naturaleza tendenciosa y corrupta, las reformas cambiaron irreversiblemente la economía del país. De manera similar a lo que sucedió en otros países de la región, como Egipto y Siria, aunque a un ritmo más lento, las reformas crearon una nueva clase capitalista que surgió desde adentro de las estructuras del régimen, volviéndose relativamente autónoma en relación con el Estado, pero aún muy fuertemente dependiente de él. Esta nueva clase está ligada al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Iraní (IRGC, sigla en inglés), especialmente a los miembros de la milicia Basij. En 2009, Roozbeh Safshekan y Farzan Sabet escribieron que «entre 1979 y 2009 podemos ver la transformación de la Guardia Revolucionaria de una milicia pro-Khomeini en un vasto complejo social, político, económico y de seguridad que hoy permea todos los aspectos de la sociedad iraní».[4]
En la misma línea, Ali Alfoneh afirma que el IRGC es una potencia económica. En sus palabras, «Por más i mportante que sea su influencia política, la Guardia Revolucionaria también tiene influencia económica. Dentro de la República Islámica, y cada vez más en el comercio exterior de Irán, el IRGC es una potencia económica. Desde sus modestas actividades de reconstrucción durante la posguerra período, se reconfiguró como un actor dominante en grandes proyectos de infraestructura. Buscó profundizar su participación en las industrias de defensa para entrar en el lucrativo sector de bienes de consumo, incluso a expensas de empresas privadas. Su participación en el mercado ilegal frustra a los empresarios iraníes».[5]
Las grandes reservas de petróleo de Irán evitaron que el país colapsara, a pesar de más de 40 años de aislamiento internacional y políticas de liberalización que crearon una nueva clase capitalista. Las ventas de petróleo aún representan cerca de 80% de las exportaciones del país, siendo China su principal comprador. Según una empresa de inteligencia de datos citada por Reuters, “las importaciones chinas de petróleo iraní en diciembre [de 2022] alcanzaron un nuevo récord de 1,2 millones de barriles por día, un aumento de 130% en relación con el año anterior”[6]. Irán también vende petróleo crudo y productos derivados del petróleo a Venezuela y Siria. El presidente Raisi concluyó recientemente una visita oficial a Beijing, durante la cual el líder chino Xi Jinping le aseguró que la asociación entre los dos países seguirá creciendo. Pero el gobierno chino enfrenta limitaciones para expandir la asociación con Irán, principalmente porque también mantiene estrechas relaciones con Arabia Saudita, el mayor rival de Irán en el Medio Oriente. Otro socio importante de Irán es Rusia, especialmente en las industrias de armas y defensa. Como se ha divulgado ampliamente, Irán está vendiendo drones y misiles que Rusia está utilizando en Ucrania.
La improbabilidad de una reactivación del acuerdo nuclear también empuja al régimen iraní a establecer asociaciones estratégicas con China y Rusia. Los recientes intentos de reanudar las negociaciones sobre el acuerdo, emprendidos principalmente por la Unión Europea, han fracasado. La administración Biden anunció recientemente que no intentaría revivir el acuerdo y, en cambio, buscaría «opciones alternativas para garantizar que la República Islámica no consiga desarrollar armas de destrucción en masa».[7] «Opciones alternativas» es probablemente un eufemismo para continuar con la política de «presión máxima» del gobierno Trump de usar sanciones económicas para debilitar el gobierno iraní. Pero Estados Unidos no tiene tantas opciones para enfrentar a Irán, ya que ahora está muy ocupado con los asuntos internos, así como con la guerra en Ucrania y la competencia con China. El último clavo en el ataúd del acuerdo nuclear fue la brutal respuesta del régimen iraní a las protestas, que añadió tensión a la ya frágil relación entre Estados Unidos, la Unión Europea e Irán. Además, la política exterior regional de Irán de buscar más influencia e interferir en la política de países como Irak, Líbano (a través de Hezbollah), Siria y Yemen reduce la perspectiva de un entendimiento con los países occidentales.
La ola actual de protestas en Irán plantea uno de los desafíos más graves que ha enfrentado el régimen iraní en mucho tiempo. El gobierno de Raisi se encuentra «apretado» entre una poderosa ola de protestas que exige la caída del régimen de los ayatolás y un orden internacional marcado por polarización, conflictos y crisis económica. Incluso si las protestas disminuyen por ahora, no se puede descartar una nueva ola de manifestaciones en el futuro cercano. Esta situación está llevando al régimen a redoblar esfuerzos para profundizar los lazos con China y Rusia, como forma de aliviar las presiones sociales sobre la población causadas por la crisis económica. Sin embargo, aún no se sabe hasta que punto estos esfuerzos serán exitosos.
Traducción: Natalia Estrada.
[1] Melani Cammett, Ishac Diwan, Alan Richards and John Waterbury. A Political Economy of the Middle East.
[2] Tawseef Ahmad Mir. «Living under Sanctions: The Perils of Being a Woman in Iran.»
[3] Kevin Harris. “Vectors of Iranian Capitalism: Privatization Politics in the Islamic Republic,” 221.
[4] Roozbeh Safshekan and Farzan Sabet. «The Ayatollah’s Praetorians: The Islamic Revolutionary Guard Corps and the 2009 Election Crisis.»
[5] Ali Alfoneh. «How Intertwined Are the Revolutionary Guards in Iran’s Economy?»
[6] Alex Lawler. «Bozorgmehr Sharafedin and Chen Aizhu. Iranian oil exports end 2022 at a high, despite no nuclear deal.» Reuters. January 15, 2023. https://www.reuters.com/business/energy/iranian-oil-exports-end-2022-high-despite-no-nuclear-deal-2023-01-15/.
[7] Tom O’Connor. «With No Nuclear Deal, US Eyes ‘Other Options,’ Iran Says JCPOA ‘Only’ Way.» Newsweek. January, 27, 2023. https://www.newsweek.com/no-nuclear-deal-us-eyes-other-options-iran-says-jcpoa-only-way-1777205.