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Archivo León Trotsky

Irán | A pesar de Bani Sadr, la revolución iraní continúa [1980]

octubre 27, 2022

Después que el camarada Ernesto González terminó su artículo sobre Irán, se produjo un hecho que concentró la atención de toda la prensa burguesa: La elección de Bani Sadr a la presidencia. El mismo que algunos meses antes había tenido que renunciar a su cargo de ministro de relaciones exteriores denunciado por los estudiantes que ocupan la embajada de Estados Unidos, por su política de arreglos con el imperialismo.

Por Jules Valentín

Revista Correspondencia Internacional No 2, abril 1980, pp. 47-51

El conjunto de la prensa burguesa vio en la elección de Bani Sadr una manifestación de lo que ellos calificaron «El cansancio de la población iraní por el desorden y la anarquía». Ello quiere decir en el lenguaje particular de los periodistas burgueses, retroceso de la revolución en este país y en esta región fundamental para el orden imperialista. En los editoriales de estos diarios había unanimidad para saludar «la vuelta de Irán al concierto de las naciones civilizadas». Los articulistas que hasta hace poco sólo utilizaban el rojo y el negro para pintar la situación en Irán comenzaron, de golpe, a soñar con la posibilidad de ver instalada en Irán una «república islámica» que estabilizara la revolución.

Bani Sadr mismo acumuló en los días que siguieron a su elección, una cantidad impresionante de declaraciones: el orden iba a volver a Teherán en sólo algunos días, los poderes «paralelos» iban a desaparecer, los «rehenes» iban a ser liberados,. las guerrillas derechistas de Afganistán iban a recibir una ayuda masiva.

El imperialismo norteamericano hizo en un primer momento ciertos gestos destinados a ayudar a Bani Sadr: algunas de las medidas adoptadas por el imperialismo de Estados Unidos, contra el pueblo y la revolución iraní fueron levantadas. Pocas semanas después, sin embargo, nuevo cambio de actitud: la satisfacción de los círculos imperialistas se transformó en cautela y, más tarde, la cautela en franca decepción. Hodding Carter que semanas atrás se declaraba satisfecho de la marcha en Irán, comenzó a declarar: «No nos parece útil, en este momento, hacer comentarios sobre la evolución de la situación».

Pero el cambio más espectacular se produjo en la persona misma de Bani Sadr. El hombre que anunciaba el fin de doble poder, tuvo que comenzar a reconocer «… solamente me nombraron presidente del Consejo de la Revolución, que continúa ejerciendo sus poderes legislativos y ejecutivos…» El hombre que anunciaba que los «rehenes» iban a ser liberados en sólo algunos días sin preguntar para nada la opinión de los estudiantes y de las masas iraníes que apoyan a los estudiantes, tuvo que declarar » … no recurriremos nunca a la fuerza contra los jóvenes patriotas sinceramente revolucionarios y cuyos sentimientos revolucionarios no pueden ser puestos en du­ das…» El mismo Bani Sadr que anunciaba el comienzo de una guerra santa contra las tropas soviéticas en Afganistán, tuvo que dar marcha atrás y declarar » … no hemos empezado a dar ayuda, porque antes que nada tenernos que distinguir entre los grupos afganos ligados a Estados Unidos y a Pakistán y aquéllos que combaten sinceramente por la independencia nacional…»

Bani Sadr es el hombre del acuerdo con el imperialismo. Es a través de él que el régimen de Carter intentará una nueva fase de la ofensiva contrarrevolucionaria contra las masas iraníes. Sin embargo, estos «retrocesos» del hasta hace poco prepotente presidente, traducen bien un hecho fundamental: la revolución en Irán está en marcha; no ha retrocedido. En este sentido, los nuevos acontecimientos confirman totalmente el análisis hecho por el camarada Ernesto González: Irán sigue siendo el centro de una gran revolución que no ha hecho más que comenzar.

El pueblo iraní exige la extradición del Sha; Bani Sadr se opone a esta reivindicación. El artículo que el lector va a leer a continuación pone el acento en la lucha por la extradición del Sha como parte de la defensa de la revolución iraní contra las amenazas del imperialismo y del propio gobierno de Bani Sadr.

Hace un año, la revolución iraní

A1 cumplirse un año de la huida del Sha, el 16 de enero de 1980,J. M. Durand-Soufland, en Le Monde intentó presentar un balance desmoralizante de la revolución iraní recogiendo algunas versiones y terminando su artículo con las siguientes referencias: «Estamos administrando la anarquía«, confesó a un compatriota nuestro un funcionario de la policía de una ciudad de provincia; «obedecemos a varios ministerios», se lamentaba otro; ‘Irán está enfermo, bien enfermo», nos decía un profesor universitario; y un estudiante rápidamente concluía: ‘Irán está perdido», no hay más que una débil posibilidad de salir: renunciar a la «república islámica» en favor de una república verdaderamente democrática, sin Mohllas ni turbantes: «triste constatación para un primer aniversario» (los subrayados son nuestros).

Esta anarquía que preocupa al editorialista de Le Monde es la revolución iraní que continúa siendo hoy día el punto más candente de la lucha de clases a escala mundial. Son las masas quienes están a la ofensiva y no dejan que se estabilice el nuevo régimen burgués, nacionalista, dirigido por Jomeini.

La desvergonzada provocación del imperialismo yanqui, de recibir al Sha, sirvió de estímulo a esas masas para abrir un nuevo período de movilizaciones que se centraron alrededor de la ocupación de la embajada de Estados Unidos en Teherán y que culminaron con el proceso abierto a los rehenes, acusados de espías. Sí, la revolución iraní continúa viva. Pese a que toda­ vía no hay un partido revolucionario que la dirija, la revolución no ha sido domada, ni desviada y por eso necesita el apoyo incondicional de todo el movimiento obrero y popular del mundo para impedir que sea derrotada.

Pero la constatación de esta vitalidad revolucionaria de la clase obrera iraní y demás sectores populares no significa que ignoremos o minimicemos los peligros que acechan al proceso. El imperialismo norteamericano, maltrecho después de la derrota de Vietnam, ha recibido un nuevo golpe en Irán, pero no está convertido en un tigre «de papel», como les gustaba decir a los seguidores de Mao. Carter y sus asociados están utilizando el argumento de los «rehenes» para orquestar, a escala mundial, una ofensiva de todo tipo empezando por la propagandística y diplomática, pero que ya tiene efectivizaciones económicas y militares, aunque éstas últimas no se hayan concretado en una invasión directa como en Vietnam. Esto es un hecho y los revolucionarios de todo el mundo no pueden tener dudas sobre de qué lado de la barricada hay que ubicarse. Frente. a los ataques y provocaciones del imperialismo, los marxistas revolucionarios, los trotskistas, estamos con las masas y los pueblos iraníes y hacemos nuestras las consignas fundamentales que hoy los movilizan. El derecho democrático a juzgar al dictador más sangriento de los últimos tiempos es un derecho mínimo que nadie puede negarles. Y por eso la exigencia de la extradición del Sha por parte de las masas iraníes debe merecer todo nuestro apoyo, pero no por una actitud moral sino porque esta reivindicación mínima democrática es la que hoy moviliza a millones y millones de personas. Si de verdad hemos entendido qué significa el Pro­ grama de Transición, si de verdad hemos aprendido a tomar en cuenta las masas partiendo de su grado de conciencia y sus necesidades, debemos saber que hoy en día esa exigencia es también el mejor estímulo para la profundización del proceso revolucionario que estamos viviendo. No puede haber ninguna excusa para dejar de brindar este apoyo. La lucha contra la amenaza imperialista se integra a la lucha contra la desocupación y la inflación, la lucha por los derechos sindicales y democráticos, especialmente el de las nacionalidades oprimidas, y la lucha por una Asamblea Constituyente, por la nacionalización del comercio exterior y todas las empresas imperialistas y capitalistas: la lucha por la entrega de la tierra a los campesinos pobres o sin tierra, a la lucha por los derechos femeninos; y todas esas reivindicaciones deben tener como eje la lucha por el y extensión de los comités obreros y populares y su centralización y la lucha por un gobierno obrero y campe­ sino, se integran a la lucha contra la amenaza imperialista. Esta es una cuestión de principios para los trotskistas. Pero esto no puede ser una mera declaración. Esto implica un compromiso y una actividad en defensa de Irán, tal como es hoy día, contra esa amenaza. Esto implica acuerdos para acciones con todas aquellas fuerzas que se opongan a esas amenazas. Esta política de unidad en la acción contra las amenazas del imperialismo yanqui es la mejor forma de garantizar una lucha consecuente por los otros aspectos programáticos de los marxistas revolucionarios. Cualquier otra actitud es mera declamación internacionalista y antiimperialista y no una auténtica política revolucionaria.

La invasión de las tropas soviéticas en Afganistán es la mejor ayuda que podían recibir los yanquis en el momento actual. Embarcada en esa acción, la URSS y los partidos comunistas que la apoyan, están descalificados para llamar a acciones de solidaridad con la revolución iraní, suponiendo, en el mejor de los casos, que las quisieran organizar. En una palabra, la burocracia soviética es un factor desmovilizador a escala mundial y en ese sentido cumple con su rol contrarrevolucionario de alentar las amenazas y provocaciones del imperialismo norteamericano y las complicidades del resto de las burguesías imperialistas.

El Secretariado Unificado de la IV Internacional, debido a su crisis crónica, agravada últimamente ante la capitulación total ante la dirección burguesa nicaragüense, ha sido incapaz de ponerse a la altura de las circunstancias. El análisis y la acción revolucionaria fue remplazado por el comentario y el impresionismo pequeñoburgués. Y una larga cadena de contradicciones y líneas contrapuestas se pusieron de manifiesto a través de los últimos diez años.

La revolución en Nicaragua agudizó la crisis del Secretariado Unificado. La revisión en los principios no podía dejar de expresarse en la política concreta. De una posición sectaria frente al FSLN, se pasó al oportunismo más vergonzoso, cuando derrotado Somoza se instaló en Nicaragua el Gobierno de Reconstrucción Nacional. El apoyo incondicional a ese gobierno y al FSLN que lo respaldaba con su autoridad, terminó de descalabrar a esa conducción. Lamentablemente, el SWP, el partido de Cannon, es el que está a la vanguardia de esta degeneración del SU y por eso no es casualidad que en Irán tenga políticas contradictorias, bandazos sectarios y oportunistas que culminan en el apoyo al gobierno de Jomeini y Bani Sadr, que lamentablemente, ha llevado al joven partido trotskista a la una división en los momentos en que más necesaria es la presencia de un partido trotskista coherente; pero qué podíamos esperar cuando el SU acaba de votar que en Nicaragua no es necesaria la existencia de un partid trotskista independiente y que está muy bien que una dirección burguesa eche del país a los trotskistas que están por la profundización del proceso revolucionario y los entregue a la policía de Panamá par que los reprima.

Pese a ello la revolución en Irán no está detenida. La revolución continúa. Los últimos hechos, en momentos en que escribimos este artículo, así lo atestiguan. El 23 de diciembre, cientos de miles de trabajadores, representando a más de 120 comités de fábrica, se concentraron frente a la embajada de Estados Unidos en Teherán para manifestar su apoyo a los estudiantes que la están ocupando y en oposición a todo compromiso con el imperialismo yanqui.

Según las informaciones de la radio y la televisión miles y miles de trabajadores desfilaron por Teherán y luego se reunieron para escuchar la presentación de un programa de reivindicaciones del centro organizador de la marcha.

La demostración fue organizada en nombre del islam, del Imam Jomeini y del consejo de la revolución, pero entre sus principales exigencias se pedía: «abolir el capitalismo y el robo»; que el gobierno tomase el control total de la planificación industrial y pusiese a la industria a1 servicio del crecimiento nacional; y que él administrase todas las fábricas con la colaboración de los comités de cada planta. No hay soviets todavía, pero nadie puede discutir en estos momentos que estos comités de fábricas y de barrios son embriones de poder cual que hay que desarrollar y extender. Que el centro organizador de esta marcha haya concentrado a 128 comités, es una prueba del progreso del proceso revolucionario. Que terminen siendo controlados por una orientación meramente nacionalista o que se profundice su centralización en el camino hacia organismos soviéticos, dependerá del surgimiento de una dirección verdaderamente revolucionaria en Irán. Pero este movimiento de las masas, no sólo obreras, puesto que ya han surgido comités campesinos, al compás de muchas ocupaciones de tierra, y de las nacionalidades oprimidas, es el que está marcando la tónica en Irán. El gobierno burgués nacionalista encabezado por Jomeini, no ha tenido otra alternativa que ceder a este influjo, para poder seguir manteniendo el control del proceso, que quiera o no se está profundizando. Esta es la verdadera constatación que hay que hacer.

Por eso discrepamos totalmente con el editorialista de Le Monde. A un año de la revolución iraní, esta se profundiza, lo que falta es el partido revolucionario que sea capaz de aprovechar la tremenda oportunidad que le ofrece la revolución iraní para hacerla culminar con el establecimiento de la dictadura del proletariado. Es cierto, ese es un objetivo muy ambicioso y las debilidades del trotskismo son muy grandes. Pero esa· es la única perspectiva válida para los auténticos revolucionarios. Las fuerzas que hoy se realinean en torno al Comité Paritario, no pueden dejar de trabajar teniendo en cuenta esta perspectiva.

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