¡Para ser realmente libres hay que hacer la revolución socialista!
julio 27, 2011
Artículo publicado en el Dossier Juventud de la Revista Correo International (Nueva Época) N° 5, junio de 2011.
La juventud es la llama de la revolución. Evocando a las generaciones pasadas de luchadores/as obreros/as y socialistas, la juventud nuevamente irrumpe en la escena política mundial con la energía, osadía e indomable irreverencia de quienes, consciente o inconscientemente, luchan por derribar un sistema que les roba su presente y su futuro. La base de la juventud obrera y empobrecida del siglo XXI no se cree el cuento del fin de la historia.
Dos décadas después de la caída de los regímenes stalinistas en la ex URSS y de la restauración del capitalismo, la juventud no cree o, mejor dicho, no siente la tan propagada superioridad del capitalismo sobre el socialismo que tanto cacarearon los propagandistas a sueldo del imperialismo.
Es esta una de las razones por la cual la juventud estudiantil, trabajadora y desempleada no sólo participa activamente sino que, en muchos casos, está a la vanguardia del actual proceso revolucionario en el mundo árabe y en las luchas contra los planes de ajuste de los gobiernos europeos.
En otros artículos de este dossier, analizamos las causas estructurales profundas que alimentan la participación de la juventud en esos procesos y cómo estos son dinamizados con su irrupción en la escena política, por no llevar en sus espaldas el peso de las derrotas pasadas ni ser controlada por las viejas organizaciones burocráticas.
¿Cuál es el camino que debe seguir la lucha de la juventud para avanzar por un sendero revolucionario? ¿Cuál es, en tal sentido, la propuesta de la LIT-CI a las y los jóvenes luchadores? Para responder a estas cuestiones, nos parece necesario abordar, de modo crítico, dos concepciones de lucha que han ganado espacio entre los jóvenes en este período reciente.
Las limitaciones del “gandhismo”
A partir de los procesos revolucionarios en Túnez y en Egipto, apareció con bastante fuerza la reivindicación del “gandhismo”. Esta concepción de lucha fue formulada por Mahatma Gandhi, líder de la rebelión por la independencia nacional de la India del imperio inglés, en la primera mitad del siglo xx.
Gandhi proponía una movilización masiva, continua y pacífica que no respondiera a la represión con violencia. Por tal motivo, su posición fue conocida como “resistencia pacífica”. Para él, la fuerza y continuidad de la movilización de masas, y la justeza de sus reclamos, terminarían garantizando la victoria. En una primera visión, sus concepciones habrían triunfado porque la India conquistó su independencia en 1947.
En los procesos tunecino y egipcio, si bien no pueden ser calificados de “pacíficos” (hubo varias centenas de muertos), las caídas de Ben Alí y Mubarak no fueron precedidas por enfrentamientos violentos de carácter generalizado. Podría concluirse, entonces, que esta concepción resultó triunfante, al menos parcialmente.
En esta referencia al gandhismo por parte de muchos jóvenes, hay un aspecto que compartimos plenamente: la reivindicación de la fuerza de las grandes acciones autónomas de masas como método de lucha frente a la acción de “aparatos esclarecidos”. Es decir, las revoluciones son hechas por las masas movilizadas. Otro aspecto que compartimos con ellos es la reivindicación de la necesidad de la más amplia democracia al interior de los procesos de movilización y lucha. Sin embargo, es una ilusión atribuirle a Gandhi y a su organización (el Partido del Congreso) la defensa de una “democracia de masas”. Tanto él como su partido eran burgueses, por lo tanto se preocupaban especialmente de controlar a las masas a través de un “aparato verticalista”, cuyas decisiones se tomaban en la cúpula, sin debate en la base.
De modo especial se preocupaban por evitar que el movimiento obrero se movilizase de modo autónomo. Por ejemplo, en 1921, se desarrollaba una huelga general de los trabajadores indios contra el dominio colonial, que se radicalizaba cada vez más, con crecientes choques con las tropas británicas. Gandhi inició una huelga de hambre, en Delhi, llamando a “pacificar” el movimiento y, de hecho, para dividirlo.
Un marco excepcional
Veamos ahora, el tema del triunfo “pacífico” de la lucha de Gandhi. Este hecho sólo puede ser entendido en el marco absolutamente excepcional en que se dio. Por un lado, Inglaterra vivía, en la primera mitad del siglo xx, un gran retroceso como potencia imperialista. Buscaba recomponer sus dominios dejando de lado el viejo sistema colonial y aceptaba el surgimiento de países semicoloniales formalmente “independientes”, como hizo en Medio Oriente. Era un cambio de táctica frente a una nueva realidad.
Por otro lado, EEUU, como emergente potencia imperialista hegemónica, al mismo tiempo que se aliaba con Gran Bretaña para derrotar a los nazis, bregaba por desplazar la influencia inglesa en Asia y, por eso, alentó y fortaleció la protesta gandhista. Sin esta combinación excepcional, hoy prácticamente irrepetible, hubiese sido imposible un triunfo de la “resistencia pacífica” en la India.
Otro aspecto que criticamos duramente al gandhismo es que, por ser un movimiento burgués, no avanzó hacia la expropiación de las grandes empresas que dominaban el país. A pesar de lograr la independencia formal, la India pasó a ser una semicolonia dominada por el imperialismo. De esa forma, se mantuvieron los altísimos índices de pobreza y miseria que caracterizan al país, que subsisten hasta nuestros días a pesar de que ha tenido un fuerte desarrollo económico y se lo considera dentro de las llamadas “potencias emergentes”.
¿Qué pasó en Egipto?
Lo ocurrido en Egipto también tiene un carácter bastante excepcional: la cúpula del ejército decidió que las fuerzas armadas no participaran directamente de la represión a las movilizaciones y eso facilitó las cosas para las masas.
Esta actitud de la cúpula militar no se debió a ninguna “vocación democrática”: era la misma institución que había sostenido por décadas a la dictadura de Mubarak y que, financiada por EEUU, se armaba para ayudar a Israel contra la resistencia palestina. Tampoco se debió a que la “fuerza moral” de los reclamos de las masas la hubiera convencido, sino a un peligro muy concreto. El contacto constante y la confraternización de los soldados y la baja oficialidad con los manifestantes planteaban el riesgo real de que, ante una orden de represión masiva, el ejército se dividiera frente a la fuerza revolucionaria del pueblo egipcio y la situación empeorara para sus intereses.
En esas condiciones, el imperialismo y la burguesía egipcia optaron por aceptar la caída de Mubarak para mantener la unidad del ejército, formar un nuevo gobierno y recomponer un régimen político que les permitiera mantener el control del país, usando el prestigio que conserva en la población. Hoy, las nuevas movilizaciones, las huelgas y la solidaridad con los palestinos contra Israel son duramente reprimidas, lo cual demuestra que la violencia está y estará presente toda vez que las masas luchen por lograr sus aspiraciones.
¿Y el resto de los países árabes?
Ni las masas ni los revolucionarios escogeríamos voluntariamente los choques violentos o las guerras porque, para nosotros, representan duros sacrificios y sufrimientos. El problema es que no se trata de un “libre albedrío”: el imperialismo y las burguesías nacionales están dispuestos a todo para defender sus intereses y privilegios, incluida la más despiadada violencia contra los pueblos.
Esto queda absolutamente claro en el proceso revolucionario árabe. La sangrienta invasión saudita a Bahrein, la feroz represión de los regímenes de Siria y Yemen, la guerra civil en Libia y la intervención militar imperialista en este país, son una muestra de ello. Frente a estos ataques de la contrarrevolución no queda otra alternativa que una respuesta violenta de las masas que, cuanto más extendida y organizada sea, incluso en el terreno militar, más posible hará el triunfo de la lucha.
El gandhismo nos dice lo contrario (ninguna respuesta violenta) y, en ese sentido, sólo llevará a durísimas derrotas.
Marx decía que “la violencia es la partera de la Historia”. Con esto quería expresar que todos los grandes cambios políticos y sociales se ven precedidos y acompañados por choques violentos entre los sectores sociales que luchan por avanzar en contra de aquellos que defienden el status quo.
Sobre la lucha por la “democracia”
En las movilizaciones del mundo árabe, y en otras partes del mundo en que la juventud está interviniendo, tiene un peso muy importante la lucha por las libertades democráticas y por la “democracia” en general. Es una lucha muy correcta, que compartimos e impulsamos.
En primer lugar, porque muchas de ellas se dirigen contra regímenes dictatoriales o bonapartistas que eliminan totalmente, o restringen, esas libertades. En segundo lugar, porque esas libertades democráticas son muy necesarias para que los trabajadores y los jóvenes se puedan organizar y luchar mejor. Por eso, es totalmente correcto luchar por ellas y defenderlas cuando se consiguen y son amenazadas.
Sin embargo, es necesario avanzar en este análisis: bajo el capitalismo nunca habrá verdadera democracia para las masas. Incluso en un régimen democrático burgués más completo, esta democracia siempre será mucho más de forma que de contenido.
Esto se debe, por un lado, a que, cualquiera sea la opinión política de las masas, quienes dominan la economía y dictan las “reglas del juego” son las grandes empresas y los bancos. ¿Quién votó, por ejemplo, las gigantescas ayudas a los especuladores financieros y los durísimos planes de ajuste? Por el otro, como consecuencia de eso, esta democracia burguesa no garantiza derechos democráticos de “contenido” para los trabajadores y los jóvenes, como empleo, salario digno, salud y educación públicas, gratuitas y de calidad, etc.
En una verdadera democracia, deberían ser las masas trabajadoras las que controlasen la economía y ésta respondiese a la satisfacción de sus necesidades más urgentes y no a la de los capitalistas y sus ganancias. Pero los capitalistas y sus representantes políticos jamás van a aceptar esto.
Los capitalistas dominan la sociedad por una doble vía. Por un lado, son los dueños de las fábricas y los bancos. Por el otro, controlan el Estado burgués, a través de los partidos a su servicio (aunque se presenten “ideológicamente” enfrentados). Y si, por causa de un recrudecimiento de la lucha de clases, la cosa se pone más complicada, aparecen las fuerzas armadas, la represión, los golpes de Estado, etc. Es en este sentido que Marx expresaba que incluso la mayor democracia burguesa sigue siendo una “dictadura del capital”.
Por eso, esa verdadera democracia política y económica, a la que aspiran jóvenes y trabajadores, no se podrá lograr por el camino de “expandir” o “reformar” la democracia burguesa. Es necesario cambiar de raíz las bases económicas capitalistas y el Estado burgués que defiende tales bases. No hay forma de avanzar hacia una “democracia de contenido” (tener empleo, salario, salud, educación y verdaderas libertades democráticas) sin destruir este sistema de dominación. Es decir, sin que la clase obrera y el pueblo tomen el poder político, destruyan el Estado burgués y su “columna armada”, reemplazándolo por un Estado obrero, de nuevo tipo. Y sin que, a partir de ahí, se expropien las grandes empresas y se coloque toda la economía en función de satisfacer las necesidades populares. Esto no es otra cosa que la revolución socialista, la única vía “real” que la historia ha demostrado para conquistar una “democracia real”. Fuera de esa alternativa, las aspiraciones de “cambiar el mundo” sin destruir al capitalismo se han demostrado como meras ilusiones.
Es muy importante señalar que la propuesta de revolución socialista que defendemos y proponemos no tiene nada que ver con la caricatura nacionalista y burocrática que el stalinismo presentaba como el “socialismo real”. Nuestra propuesta es internacional y apunta a lograr y garantizar las más amplias libertades para los trabajadores y el pueblo.
¿Proponer como orientación estratégica la lucha por la revolución socialista significa que los procesos de lucha concretos por las reivindicaciones más sentidas, incluyendo las libertades democráticas, no tienen importancia? No, al contrario: impulsarlos e intervenir en ellos es imprescindible. Por un lado, porque en ese proceso de movilización independiente de las masas, y en los resultados de los choques con sus enemigos (triunfos o derrotas), se define la relación de fuerzas y la dinámica de los procesos revolucionarios. Por el otro, es como resultado de esa movilización y de esa experiencia propia que las masas van avanzando en su conciencia, comprendiendo que ya el capitalismo no está dispuesto a dar nada y que, si se logra alguna conquista, ella será efímera si no se avanza hacia la revolución socialista.
Juventud y revolución
En esa revolución, la juventud tiene un papel de primera línea. Así fue en la Revolución Rusa de octubre de 1917 y en otros procesos como en España en los años 30, en la Cuba de 1959, en el Portugal de 1974 o en el Mayo Francés.
Con la misma fuerza y decisión participa en la actualidad, al frente de la “primavera árabe” y en las luchas actuales en Grecia, Francia, Portugal, Inglaterra y España. Por su histórica capacidad de lucha y rebeldía, la juventud es un factor decisivo en la definición de cualquier proceso revolucionario.
Nuestra propuesta para esta juventud combativa es que se sume de modo consciente a la lucha por la revolución socialista como una referencia estratégica que guíe sus combates actuales.
La unidad con la clase obrera
En este camino hay un primer paso imprescindible: la unidad de los jóvenes con la clase obrera. Como en Egipto, donde una de las organizaciones juveniles más activas se llamaba “6 de abril” porque comenzaron a funcionar en apoyo a una lucha de los obreros textiles de Mahallah. También comienza a expresarse en Europa, en la lucha común de jóvenes y obreros.
Es una unidad estratégica porque el futuro de las nuevas generaciones depende de la posibilidad de cambiar este sistema y esto depende centralmente de la lucha de la clase obrera. Las nuevas generaciones sólo pueden esperar mejores días si el proletariado cumple su misión histórica de destruir al capitalismo imperialista y construir el socialismo a nivel internacional.
Es un camino difícil, pero jamás imposible. Cualquier otra alternativa político-ideológica, como aquellas que pretenden “reformar” o “humanizar” el capitalismo no pasa de ser una utopía reaccionaria, porque acaban creando ilusiones en él y dándole una sobrevida cada vez más costosa para la humanidad.
¡Organizar a la juventud estudiantil y trabajadora para la revolución!
Junto con esta firme ligazón con la clase obrera, desde la LIT-CI planteamos la necesidad de construir partidos revolucionarios en cada país, como secciones de un partido revolucionario internacional.
Sostenemos que sin una herramienta de este tipo, es decir, sin una dirección revolucionaria consciente que se proponga impulsar y dirigir esas luchas hasta sus últimas consecuencias, el heroísmo y el sacrificio de las masas en sus luchas se disiparán, y el poder se mantendrá en manos de los mismos explotadores de siempre.
La historia está llena de grandiosas revoluciones derrotadas o desviadas por no contar con una dirección revolucionaria capaz de encauzar la toma del poder político del Estado o extender y defender ese triunfo a nivel internacional.
Por eso, llamamos a los mejores activistas estudiantiles, obreros, campesinos y de sectores populares a sumarse a esta tarea. Sólo la revolución socialista puede dar un futuro a la humanidad y, especialmente, a la juventud. De la misma forma, sólo la militancia en un partido obrero, revolucionario, socialista e internacionalista puede sacar a miles de jóvenes de la alienación a que los condena el capitalismo, al ofrecerles una justa, imprescindible y necesaria causa por la cual luchar y entregarse por entero.
Desde la LIT-CI sostenemos que enfrentar los problemas de la juventud conduce inexorablemente a una lucha anticapitalista sin cuartel, una lucha por el socialismo y por la construcción de una herramienta poderosa para esa liberación social definitiva: el partido revolucionario de tipo leninista.
Reivindicamos plenamente el papel histórico de la juventud dentro de la liberación del proletariado mundial que expuso Trotsky, en 1938, al afirmar que:
Un partido revolucionario debe necesariamente basarse en la juventud. Inclusive, se puede decir que el carácter revolucionario de un partido puede ser juzgado, en primer lugar, por su capacidad de atraer a la juventud de la clase trabajadora para sus banderas. El atributo básico de la juventud socialista –y tengo en mente la juventud genuina y no los viejos de 20 años– reside en su disposición para entregarse total y completamente a la causa socialista. Sin sacrificios heroicos, valor y decisión, la historia en general no se mueve hacia adelante.
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